Quienes estuvieron en casa a la hora del almuerzo o de la cena y vieron la relación con nuestro padre, se sorprendían, además del respeto lo que más nos unía era la confianza y la camaradería, no sólo era grato cenar juntos era un encuentro sumamente relajante.

Una vez la mesa se llenaba de platos con comida, cubiertos, vasos, jarras, y demás para nueve personas, comenzaba el trueque de comida, hacíamos negocios con mi madre, o entre nosotros, cambiando lentejas por platanitos o por papita a la francesa o sopa por más guisado. Si de improviso llegaba mí tía Julia con los tres primos o alguien más, mi madre de inmediato les convidaba a acompañarnos. Siempre había comida para dar y convidar.

Mi padre iniciaba la charla con alguna jocosa anécdota suya o de sus amigos, era muy buen narrador de historias, era fácil dejar volar la imaginación mientras él iba relatando con detalle cada acontecimiento. Otras veces uno de nosotros refería alguna experiencia del colegio, ahí todos opinaban, se hacía el relajó, todos hablábamos al tiempo y mí padre reforzaba la historia con algún apunte gracioso, comenzaba la risa, mi madre pedía silencio, mí padre guiñaba el ojo y todos entendíamos….¡silencio total !Pues mí madre no soportaba las bromas!.

Bercelio Sánchez Ospina es un nombre único, como él, un gran ser humano, cálido, franco, honesto, jovial, carismático, integro, gran lector y analista de las grandes obras de la Literatura Universal, excelente memoria, lógica pero ante todo «el mejor papá», quienes lo conocían no pasaban desapercibido su gran sentido del humor, su amabilidad, su gentileza, y su deseo de volverlo a ver.

Don Bercelio estuvo ligado a su amado pueblo Subachoque desde su nacimiento ocurrido el 31 de Diciembre del año 1923, manteniendo siempre una amistad perenne con sus amigos de infancia, sus primos, los 40 hijos de éstos, diez por cada uno, los parientes de sus amigos, y muchos más. Su lugar de trabajo se convirtió en paso obligado para quienes no tenían tiempo para ir al pueblo, era como una sucursal de Subachoque en Bogotá, ahí podían dejar mensajes, paquetes, dinero para alguien que luego pasaría a recogerlo.
Mi padre y sus amigos tenían por costumbre hacer bromas pesadas, como cierta noche uno de ellos se quitó la dentadura, la puso en un vaso el cual llenó de cerveza, luego batiéndo el vaso lo ofreció amablemente al recien llegado.- ¿ cervecita con hielo? – el inocente levantó el vaso y bebió la cerveza, al ver lo que había en el fondo, arrojó el vaso con la dentadura a la mitad de la calle…las carcajadas explotaron por todo el lugar pero la reacción del dueño de la dentadura de correr a rescatar su tesoro, y ponerla en su lugar fue más gracioso aún!

Mi padre atribuía la razón de su destino, a aquel día de 1939, cuando él tenía 15 años; entonces Mi abuelo Adán lo abrazó y le dijo: “Mijo, su hermano Melecio se va a estudiar a Bogotá, necesito que se quede conmigo para que me ayude”. No tuvo más remedio que dejar sus sueños de estudiar y conocer el mundo a un lado y dedicarse a los quehaceres de la vida en el campo. Nunca pudo superar ese sentimiento contradictorio hacia su hermano, dejar su propio deseo de superación para ayudar a su padre y a su hermano le selló su destino. Tuvo que conformarse con ahorrar dinero que le daba a su hermano para que entrara a ver una película de cartelera, luego debería contarla a mi padre con detalle cuando fuera a visitarlos.

Mi padre consideraba que haber sido el tercero de cuatro hermanos le marcó en su vida, lo obligó ha tener ciertas responsabilidades. Su hermano mayor por ser el mayor se le permitió viajar a estudiar y recibió apoyó económico. Su segunda hermana era la única mujer, así que era intocable, debía ayudarla a desenredar el pelo y a espantar los pretendientes. Su hermano menor tenía 5 años menos que él, así que había que cuidarlo, y por supuesto el niño no tenía ninguna obligación.
Mientras mí tío Melecio viajo a Bogotá y consiguió una beca para estudiar en Cuba, y luego viajó a Estados Unidos para continuar estudiando, mí padre para salir de Subachoque, su pueblo natal tuvo que trabajar los fines de semana como ayudante en los buses municipales; años más tardes conducía uno de estos buses.

Contaba con tristeza el terrible accidente cuando tenía 22 años, cuando un bus invadió su carril en una curva y acabó con la vida de sus amigos, vecinos y también pasajeros! Luego de superado el trauma que le dejó el accidente, se dedicó a recorrer los caminos del país, conduciendo camiones de carga, por mucho tiempo.

De manera inconsciente mi padre evitó siempre el contacto con mí tío Melecio,
no le aceptaba sugerencias y se molestaba cuando él opinaba o llegaba repentinamente a casa. Sin pensarlo parecía acusarlo por la diferencia de estilo vida que hubo entre los dos. Mi tío nunca supo porque mi padre fue tan reacio a entablar una sincera relación de hermanos, aún siendo ya adultos mayores.

Durante cinco años lucho mi padre contra el cáncer de próstata pero el día que supo que mi tío Melecio tenía Alzheimer se estremeció y clamo al cielo con dolor, diciendo: ¡Dios mio ayúdalo!

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