Introducción
El capitalismo, así como las nuevas lógicas mercantilistas que se expandían con la llegada del nuevo régimen, proponían crear un sistema económico perfecto, donde oferta y demanda iban fluctuando para proveer al consumidor de todo lo que necesitase. Para algunos, el capitalismo es la herramienta que nos ha proporcionado Dios para resolver todos nuestros problemas aquí en la tierra. Para otros, como Jordan B. Peterson, el capitalismo es el sistema que, pese a generar sus desigualdades económicas, hace que, tanto pobres como ricos, sean aún más ricos; tanto es así que afirma que los pobres nunca habían sido tan ricos en toda la historia como hoy en día.
El capitalismo tiene sus cosas buenas, al igual que tiene sus cosas malas. Mi intención en esta reflexión es centrarme en las consecuencias que ha tenido la ascensión capitalista al plano mental —psico-capitalismo— y cómo interfiere en la visión de lo que el amor es.
Antecedente
Muchos de mis parientes, sobre todo por la rama protestante o católica, se sorprendieron cuando dije que trabajaba dando clases de programación a los compañeros de mi centro, me felicitaron por esto, pero se extrañaron cuando dije que cobraba 1€ la media hora. Me dijeron que eso era demasiado poco, y que debía de subir los precios para ganar más dinero, yo dije que en mis clases estaban principalmente aquellos que tenían problemas con las asignaturas, y que como no conocía su capacidad económica, era inmoral que les cobrase algo que a lo mejor no podían pagar.
Con este ejemplo quiero referenciar lo absorbida que está la gente de mi entorno por la visión capitalista, bajo la mentalidad de que todo es soluble en valor y plusvalor: ¿Te sientes extenuado por el trabajo? No pasa nada, el mercado tiene una solución para ti, consume esta nueva droga, y te sentirás anestesiado; ¿Te aniquila la monotonía del trabajo? No pasa nada, el mercado tiene una solución para ti, consume los miles y miles de productos en nuestras tiendas en línea para que puedas traer a tu vida algo de felicidad, o puedes probar suerte consumiendo vídeos en nuestras increíbles plataformas; ¿Te aburres de comprar cosas que no quieres? No pasa nada, el mercado tiene una solución para ti, somos tan honrados como quieras pensar, y tenemos grandes descuentos constantes; ¿Necesitas darle un respiro a tu vida? No pasa nada, el mercado tiene una solución para ti, siéntate en un bar, consume, y «destapa la felicidad»; ¿Sigues necesitando un cambio de aires y estás agotado por el trabajo? No pasa nada, el mercado tiene una solución para ti, puedes irte de vacaciones y obligar a otras personas a agotarse en el trabajo de servirte, eso te reconfortará; ¿Ves el futuro muy oscuro y echas en falta una prole? No pasa nada, el mercado tiene una solución para ti, si tener un hijo es caro y agotador, puedes adoptar un perro, eso te dará la felicidad que necesitas para rendir mejor en el trabajo; ¿Echas de menos el calor de una pareja? No pasa nada, el mercado tiene una solución para ti, nuestros algoritmos simplifican sobremanera los complejos mecanismos de búsqueda de pareja, ahora, puedes deslizarte en nuestra aplicación para buscar el amor de tus sueños… solo que tendrás que pagar para si quieres tener verdadero éxito…
Se supone que en el capitalismo, el objetivo es la acumulación del capital, y resulta bastante beneficioso, capitalmente hablando, mantener a una población con esa mentalidad, por lo que no es de extrañar que las empresas hayan estado durante años intentando establecer el siguiente ethos: «Si quieres ser feliz, debes consumir». Esto es problemático en muchos aspectos, tan solo es hace falta observar cómo está el medio ambiente, o cómo andan los índices de natalidad o suicidio en España. Al margen de estos grandes problemas, como ya he dicho antes, mi intención es centrarme en cómo se vive el amor en la sociedad en la que vivo, y qué consecuencias está teniendo.
Amor como consumidor
En la adultez
Me gustaría empezar con una pregunta: ¿Cuál es el objetivo de las aplicaciones de citas? Supongamos por un momento que se encargan de buscarle una buena pareja a la gente, pero esto tiene un problema. Si una persona encuentra una pareja, y por lo tanto, se comprometen mutuamente, la aplicación de citas que hayan usado pierde 2 usuarios, por otro lado, si una aplicación de citas tiene 0 usuarios, con toda probabilidad están perdiendo dinero. Esto quebranta las sacras leyes del mercado, por lo que no es creíble, ni puede ser verdad, que la misión de una empresa no sea unir a personas en el ámbito del amor y no conseguir dinero. El negocio de estas aplicaciones es, precisamente, todo lo contrario, que las personas queden sometidas a un sistema de parejas fugaces o «líos de una noche».
Además, este sistema de «consumo de amor rápido» se retroalimenta, bien lo decía el antropólogo y etólogo británico Desmond Morris en su libro «El zoo humano«:
Morris, D. (1969). El zoo humano (p. 103). Plaza & Janés.
El animal humano es básica y biológicamente una especie formadora de parejas. Cuando entre dos consortes en potencia se desarrolla una relación emocional, ésta es fomentada y estimulada por las actividades sexuales que comparten. La función formadora de pareja del comportamiento sexual es tan importante para nuestra especie que en ninguna parte, fuera de la fase emparejadora, las actividades sexuales alcanzan semejante intensidad. Es esta función lo que causa tantos problemas cuando entra en contacto con las diversas formas no reproductoras del sexo. Aunque el sexo procreador consiga ser evitado y la fertilización no tenga lugar, puede, no obstante, comenzar a formarse automáticamente un lazo de pareja allá donde no se pretendía ninguno. A esto se debe el hecho de que cópulas casuales creen con frecuencia tantos problemas. Si un copulador o copuladora sufrió durante la infancia algún daño en su mecanismo formador de pareja, de tal modo que sea incapaz de «enamorarse», o si existe una transitoria y deliberada supresión del impulso formador de pareja, entonces puede tener éxito una copulación casual y ser disfrutada sin ulteriores repercusiones.
Suprimir deliberadamente el impulso formador de pareja es, en sí mismo, una acción que atenta contra las posteriores pretensiones de formar una pareja, en otras palabras: si una persona se esfuerza por no enamorarse mientras tiene sexo, le costará más en un futuro enamorarse y formar una pareja, con o sin sexo. Así es como se perpetua un amor fracasado que lejos de traer estabilidad o relaciones duraderas, daña conductualmente al sujeto, y lo aliena de lo que el amor es, empeorando considerablemente la calidad de sus relaciones.
Para corroborar mi tesis, presento algunos estudios que demuestran lo que digo.
1. Un estudio de PCM encontró que los usuarios de aplicaciones de citas reportan niveles más altos de ansiedad y soledad, frente a las personas que no usan dichas aplicaciones.
2. Un metaestudio titulado: «Swiping Right and Feeling Left Out: A Systematic Review of Loneliness in Online Dating Users» muestra que, aunque desde un primer momento, las aplicaciones de citas podían reducir los sentimientos de soledad, pero estos aumentaban tras usarlas por más tiempo. Esto a primera vista parece paradójico, pero si tenemos en cuenta el número de Dunbar, llegamos a la conclusión de que un aumento en la cantidad de relaciones, va en detrimento en la calidad de estas.
3. Un estudio de Cyberpsychology revela que el uso de estas aplicaciones hacen especialmente sensible al cliente cuando no recibe atención de vuelta de una potencial pareja.
En la adolescencia
Tengo la adolescencia bastante cerca, y como tal, soy consciente de la cantidad de presiones que sufre un adolescente para que haga esto o aquello. Y precisamente, en la adolescencia, el periodo donde más se adolece. Estas presiones pasan de ser una mosca cerca de la oreja, a una realidad bastante tangible. He escuchado historias de personas que han perdido la virginidad (sobre todo mujeres), y que inmediatamente se han puesto a llorar, he escuchado historias de trastornos compulsivos alimenticios terribles, he escuchado historias de autolesiones y mutilaciones, he escuchado historias de violaciones y maltratos, malas y buenas parejas, he escuchado historias de hombres de valor cuyo narcisismo era más insoportable que el del 99% de las personas que conozco, he escuchado historias de personas sometida a la era moderna y a las peores drogas. Con toda esta experiencia, me doy cuenta de que algo oscuro debe de estar en el ambiente para que los adolescentes reaccionen de manera tan violenta.
En la actualidad, los adolescentes sienten una exagerada necesidad de expresar y construir su identidad. Con ayuda o la manipulación del capitalismo, esta expresión viene construida mediante los productos. Por ejemplo: hombre, escucha «Bad Bunny» o «Morad», zapatillas blancas o negras, voluminosas y de deporte, unos pantalones negros de una marca de deporte conocida, de chándal, y llevados por debajo de la cintura, una camiseta del mismo color y marca, una cadena al rededor del cuello, el pelo extremadamente corto y degradado por los extremos excepto por el frontal (lo que llaman «buzz cut»), un vaper en la mano y una riñonera colgada, ayudan a dibujar en nuestra mente lo que hoy se conoce como un «cani del 2025″, o un chico que sigue la moda «MDLR«. Otro ejemplo: hombre, escucha a «Orslok» o a «Rojuu», tiene las uñas pintadas de negro, pelo decolorado (a veces), va de negro con una camiseta con un estampado de unas letras apenas legibles, tatuajes, zapatillas que no son de deporte, corte de pelo largo por atrás, y corto por los laterales (lo que llaman «mullet«), efectivamente, estoy hablando de los «edgys«. Estos grupos a los que un adolescente suele aproximarse constituye un hecho fundamental en la creación de una identidad, y de unos grupos de apoyo y amigos, u otros.
Todos estos grupos están mercantilizados de una forma u otra, todas estas expresiones se llevan a cabo mediante la compra y la venta, por lo que ya desde bastante jóvenes, los adolescentes aprenden que para ser algo o alguien, deben de consumir, y esto se extiende al plano romántico.
Hoy en día se habla mucho del «FOMO«. Es una acrónimo que en su desglose contiene las palabras: «Fear of missing out«, que al español equivaldría a «Miedo a perderse algo». Normalmente, el sujeto que experimenta «FOMO» suele pretender ir a todas las reuniones de amigos aunque el plan no le guste, suele pasar bastante tiempo en las redes sociales, suele responder rápidamente a los mensajes, suele investigar sobre todos los temas de actualidad, y suele intentar perder la virginidad rápidamente si las demás personas de su grupo de amigos lo han hecho. Entonces, no es la voluntad de la persona la que actúa de verdad, si no la de un grupo o identidad. Por lo que desde una temprana edad, el sexo suele sufrir un duro golpe al darse en una situación que realmente no es deseada.
Así como el FOMO empuja al adolescente a actuar bajo la presión de un grupo, esa misma expectativa de inmediatez y gratificación convierte al otro en un mero proveedor de experiencias: si temes quedarte atrás, cada relación —incluso la más íntima— pasa a valorarse según lo que te aporta aquí y ahora.
He detectado que hay grupos de personas que viven extremadamente individualizadas, y que miden el sexo como un intercambio de placeres instantáneos y puntuales, como si de una transacción económica se tratase. Una persona ajena vale en el sexo en la medida en que pueda satisfacerme sexualmente, y esta mentalidad, suele estar compartida. Por lo que se acaba generando una reducción simplista: «el sexo es aquello que oferto, y que tú también demandas». Nada de amor, nada de familia, nada de proyecto a futuro, solo sexo mercantilizado. En algunos casos, incluso, algún joven me ha confirmado que él, cuando tiene sexo, lo último que hace es preocuparse por el placer de ella. Al parecer, esta tendencia se ha vuelto tan popular en EEUU que ha sido necesario ponerle nombre propio. Llaman «hookup culture» a lo que nosotros podríamos llamar «cultura del polvo«. Consiste en tener la mayor cantidad de sexo con la mayor cantidad de gente sin tener ningún tipo de compromiso. Suelen contar con cuántas personas se han acostado, mas no sus nombres. Hasta este punto llega el individualismo y la reducción del otro a cifras. En mi inmediato entorno, me he percatado de que muchas mujeres incluso hacen competiciones para medir quién de ellas es más penetrada por los hombres. Incluso la «cultura del polvo» se empezó a comercializar recientemente, con actrices como Lily Philips, que se acostó con 100 hombres en un día, o Bonnie Blue, que en vez de acostarse con 100 hombres, lo hizo con 1.057. Ambas actrices los grabaron y posteriormente, vendieron el contenido.
La pornografía, que es el primer contacto sexual de muchos jóvenes (25% para antes de los 12 años y 45% para las edades comprendidas entre los 12 y los 15 años), se podría definir como la mercantilización del acto sexual, donde además, no se suele promover una seguridad, un respeto, o un compromiso con el otro, por que muchos adolescentes, bajo esta idea, acaban llevándose un disgusto en su primer encuentro real, lo que a menudo conduce a una disolución de lo que se pensaba que el amor o el sexo eran.
Conclusión
Finalmente, me atrevo a decir que se ha perdido el rumbo en el mundo amoroso en favor de un mercado que hasta lo más humano es devorado. Aunque he querido retratar en este breve ensayo las dinámicas del mercado en el amor, no todas las personas viven bajo estos preceptos. Incluso dentro de los propios adolescentes, con sus nuevas formas de entender el mundo, hay personas muy recelosas de la situación que he expuesto, y buscan en la nostalgia y en grupos minoritarios una forma de relacionarse con el sexo sin la presencia omnipresente —y casi «orwelliana»— del mercado.
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