Decididamente hoy, tal vez como otros tantos… o no, hoy no quiero llegar a casa. No quiero llegar ahí a esas paredes recorriéndome, manoseándome y la heladera erguida alardea con su ruido intermitente, como haciéndome creer que hay vida en esa casa y parece palmearme el hombro alguna cortina indiscreta, que al pasar me roza… Es en ese instante en que los vientos teatrales de feriado (el día feriado, no los vientos), me dan su más sentido pésame, aunque también suelen cantarme serenatas. Definitivamente esas airosas corrientes, calles, cordones, cornisas, están a la vista, mirándome compasivas. Me miran como chusma de barrio: detrás del cortinado… Ahí clavan sus ojos puñales, siguen el recorrido hasta mi puerta helada, me continúan hasta internarme casa adentro, sigo a esos ojos cuchicheros. Observan temblorosos sin pestañear labios, guiados por un gorrión amanecido el andar enigmático, insensato, allí mi casa: paredes donde será habitada, en el fondo se ríe, sabe…,aletea esperanza descreída. Un bocinazo, gritos, estoy en la cornisa, la que se ríe es la mañana, no la chusma. Luego, un golpe sonó petrificado, yo noté con mis ojos de encierro, como enredando mi cintura, la venda atada del pijama satinado, él, tan burlón…! y yo, odalisca…! juntos quedamos.
Amaneció, la casa ahí…llorada, la cornisa…,su amiga, quedó sin pestañas.
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