La verdad es que no, no estaba muy contenta de mudarme al edificio. Había un ambiente que no me gustaba; viejos cuasi muertos y descuidados, con visitas prácticamente diarias al hospital siendo acompañados por los pocos familiares que todavía se acordaban de ellos. Y eso era cuando los familiares aparecían, muchas veces eran olvidados.
Esto solo en el segundo piso —el edificio tenía diez— ¡Imagínense qué desastre! ¡Una especie de holocausto de la edad por cada piso! Horrible. Lamentable.
Mamá creía que ese lugar era buen sitio para que reflexionemos sobre nuestra vida y qué hacer con ella para no acabar igual. ¡Críanos bien, mujer y no lo haremos! ¡Tuve que dejar todo lo que había construido en el barrio para venir hasta aquí a pudrirme con los viejos! (no, no me dan las agallas para decírselo, pero es un pensamiento recurrente) y lo digo en serio, me gusta pintar y construir cosas. En el barrio, en la calle principal, en su cantero, construí un halcón bastante grande, me enorgullezco de mí misma cuando las cosas me salen bien, llámenme egocéntrica.
Papá, por otro lado… bueno, no tengo papá, nunca lo conocí– conocimos, mejor dicho; historias que mamá no quiere contarme, y es mejor así. Luego está mi hermano, Daven, 23 años, alto, guapo, callado, dador de respetos a diestra y siniestra, pero hasta él está en desacuerdo con todo, él también dejó cosas para venir y es que… ya tenía un trabajo estable desde hacía unos cinco años, creo. Pero tuvo que venir con nosotros por mamá, más que nada. ¡Oh, casi lo olvido! Daven es un nombre nórdico, como el mío, me llamo Dahlia. A mamá le gustan los nórdicos (vieja loca).
Recuerdo que era como el tercer día cuando se estaba acomodando todo el caos en casa. Y a mis 17 años estaba como una maldita loca ama de casa que no sabe que debe darle una patada a su esposo por borracho e irse de fiesta; iba por la casa acomodando todo con Daven en mi ayuda. Mientras, mamá trabajaba en la lavandería, y de ahí al bar en el turno nocturno. ¡Imagínense trabajar en dos lugares en los que no te dan el maldito día libre ni porque te estás mudando! ¡Ha de ser bellísimo! En fin, pobre mujer, empecé a portarme mejor desde que nos mudamos, pero todavía veía a los ancianos y oía a Daven decirle a ella: «¿Cómo crees que reaccionará Dahlia si empieza a ver entes yertos por ahí?» —sí, no entendí muy bien qué quiso decir—.
El cuarto día recuerdo que estaba sola, y como eran vacaciones no hacía más que ver la televisión y buscar perros callejeros que me acompañen hasta el súper a hacer las compras, pero… no había compras que hacer, así que era una moribunda más del edificio (aunque por otras razones). Era horrible, temía muchísimo pisar fuera de casa, me daba pena el ver a esas personas de mi piso, y no me animaba a subir.
Eran las diez de la mañana y yo creía que estaría encerrada en mi apartamento por el resto del día. Recuerdo que ese día comencé a dibujar un autorretrato: La chica era bella, baja, de lindas caderas y cabello hasta el cuello; ojos marrones y labios no muy grandes. Era hermosa. Daven siempre dice que esa cualidad, de verme de ese modo, es una ventaja a ser feliz, pero que conozca los límites. Aunque no debería quejarse porque encontré una foto en mi teléfono y lo dibujé a él también.
Con tanto dibujo y mi obsesión por los detalles —que, admito, a veces arruinan todo— se hicieron las 14:00 hs, entre tanta pérdida del espacio y tiempo creí estar atrapada en otro lienzo y salí al corredor y, ¡Vaya, han desaparecido los ancianos! pensé. Y allí las vi, las escaleras al piso de arriba. Salí de casa sin juicio alguno del frío suelo que pisé luego con mis pies descalzos y, en la caminata lenta, frenaba de golpe a replantearme la idea de que arriba podría estar peor. Pero llegué, estaban ahí, frente a mí. ¡Solo tenía que dar un maldito paso más!
Recordé que Daven solía decirme que las cosas a las que uno le tiene miedo son ese espacio en negro en el mapa de Age of Empires que está sin explorar; podría haber tesoros o malos con espadas. Mi familia está loca. Entonces, va por ti, querido hermano. Avancé; seguía subiendo y subiendo y parecía eterna la subida. En parte amaba eso porque no llegaba el momento de ver lo malo que pudiera ser. Pero, para mi sorpresa y tranquilidad, no había nadie allí. Solo una chica pálida y tatuada —muy coqueta— hablando por teléfono con tono poco expresivo; no pude evitar verla en una de mis pinturas, pero, nunca le hablé por el temor a ser rechazada. En fin, la pasé por alto esa vez y seguí caminando por el pasillo (una copia del pasillo de mi piso, pero solo que más limpio). Cuando llegaba a la mitad del pasillo vi una puerta abierta y disimulé una ojeada y vi que había un hombre barbudo tocando la guitarra con su hijo —supongo— y su esposa —vuelvo a suponer—; seguí caminando; otra puerta abierta en el camino: Esta vez se trataba de dos muchachos, tal vez hermanos, que parecían discutir los preparativos de una fiesta. Nada interesante, le tengo miedo a esas cosas.
Al final del pasillo, nuevamente las escaleras para seguir subiendo y por lo visto en ese tercer piso, podía seguir subiendo y era temprano, así que posé mi pie izquierdo sobre el primer escalón, luego el derecho. Y ahí quedó mi cuerpo, inerte, cuando vi que bajaba un hombre longevo muy lento. Pasó por mi lado y, no llegué a distinguir en mi miedo, pero creo que me saludó. Ay, si Daven me viera me empujaría a saludarlo, maldito moralista. Esperé a que el anciano estuviera lejos y luego me di la vuelta, y caminé petrificada y con la mirada al suelo cuando de repente, la voz que me ha amparado siempre: Era Daven. Corrí a sus brazos prácticamente y lo abracé al llegar; mis ojos cerrados forzaron aún más el abrazo. Al abrirlos: La chica de tatuajes, sonriéndome, amo mí vida. No pude hacer otra cosa que sonrojarme y sonreírle (como por tres segundos porque escondí mi cabeza cual avestruz y la pegué al pecho de mi sorprendente hermano). Bajamos entonces y fuimos a casa, nos sentamos en el sofá como si llegáramos de una guerra. Ah, vaya día.
—Daven, cada vez me siento peor aquí, cuando creía que estaba todo bien en los pisos de arriba, ¡Pam! ¡Aparece este hombre!
—¿Que estaba bien lo qué? —me preguntó solo para hacerme sacar las cosas a la fuerza, sabía qué me molestaba.
—Hablo de la gente. Arriba vi a dos muchachos planear una fiesta, a un hombre tocar la guitarra con su esposa e hijo, y a esa… —tragué saliva, juro que necesitaba una foto de esa chica y tenerla en un retrato—. Esa chica de tatuajes, ¡¿Viste su cabello?!
—Bien —dijo con su tranquilidad inquietante—. Hagamos esto —malas noticias, Dahlia—. Subamos, pidámosle una foto y luego le haces un retrato —Momento, ¿Eso lo dije alguna vez? ¿Cómo mierda lo sabe? Ah, cierto —pensé— es mi hermano.
—Maldito sabelotodo. ¡No tienes vergüenza! —le grité y él solo se quedó ahí, sentado en el sofá—. Perdón, Daven. No creo que pueda hacerlo, bro. Me da miedo hablar con chicas lindas… y con chicos… y con ancianos.
—Nunca aprendes, sister —me dijo. A veces lo odio, pero es mi mero orgullo. Mi increíble timidez me obligó a quedarme en la cama por el resto del día. Pero fui obligada por una fuerza mayor de nombre Daven al otro día. Recuerdo que íbamos a salir de la casa cuando un escalofrío feroz como una ventolera de invierno me detuvo; Daven salió primero. Se dio media vuelta y se dio cuenta de que estaba petrificada. Me miró como diciendo: «Dijiste que lo harías, no seas cobarde»; entonces avancé.
Subimos las escaleras, yo con mi corazón en una mano y con una cámara en la otra. Para mi desgracia y suerte a la vez, el pasillo estaba desierto. Solo corría una musiquita estilo 8-bits de la casa de los hermanos fiesteros. Suspiré, tanto porque el mal rato no pasaría como porque no estaba allí aquella chica. Entonces, dimos media vuelta y… ¡Bang! una señora canosa de piel arrugada y ojos entre cerrados se nos cruzó en el camino, justo en la entrada de las escaleras. Maldito universo, pensé.
—Lo siento, jóvenes, no quería interrumpir —dijo la señora con voz de señora mayor llevando unas bolsas como señora mayor y dejándome atónita como lo hacen las señoras mayores, Dios (Odín para mamá) no seas egoísta conmigo, dame suerte —pensé.
—¿Quiere ayuda, señora? —preguntó Daven. Niño de dios.
—¡Te lo agradezco, sí! —exclamó la viejita. Daven tomó unas bolsas y, en mi huida, me cazó de un brazo y me hizo llevar una a mí también. No pude hacer nada, más que caminar rumbo a las escaleras para seguir subiendo—. No quiero robarles su tiempo, pero ya no soy la misma de antes—. Explicó la vieja acompañado de una risa de señora mayor como lo hacen las señoras mayores. Iba teniendo el peor de mis días en el edificio —creo— pero empeoró cuando entramos a la casa. La analicé con la mirada, cada rincón de aquella bien aromatizada casa de vieja, decorada al mejor estilo rústico. Nada mal, pensé.
—En un rato vuelvo, señora —dijo Daven de repente, y lo miré, cómo no, condenándolo a muerte por haberme dejado. Estaba petrificada, ¡¿Y si le pasa algo a la vieja?! ¡¿Y si me pasa algo a mí?! La viejita empezó a cerrar la puerta y, como un ave que vuela libre hacia el horizonte, mi hermano caminaba con paso acelerado por el pasillo mientras lo veía cada vez menos. Lo último que vi es que ese bastardo observaba su celular con urgencia. Luego, estaba encerrada con la vieja. Mi pulso comenzó a acelerarse, me decía a mí misma que no pasaría otra vez, que todo estaba bien, que, en realidad si podría pasar y que esto no estaba bien, ¡Nada bien! No podía calmarme, pero no se notaba mucho, aunque apenas si temblaban las bolsas que llevaba.
—Las cosas por ahí, luego las arreglo —dijo la señora—. ¡Siéntate, siéntate! —ofreció con una sonrisa que no me generaba quietud a pesar de ser honesta—. Te prepararé un café.
—N-no, gracias —susurré con mi voz entrecortada y tímida. Al parecer no me había oído porque seguía preparando el café.
—Me llamo Alondra, ¿Tú? —preguntó. La verdad no pensaba en contestarle, pero volví a pensar en que las cosas no iban a salir mal, ¡Ja! el ser ama los placebos.
—Dahlia, Dahlia Williams —contesté. Para mi sorpresa mi voz no se entrecortó ni perdió fuerza, pero seguía cargada de timidez y miedo—. Un placer —gracias, hermano por tu educación.
—¡El placer es todo mío! —dijo la viej– Eh… Alondra. Traía ahora el café con un paso lento y delicado, sus manos temblaban y la taza al roce del desborde parecía una catástrofe a segundos de suceder. Así que, mi Daven interno se abalanzó a ella para cazar la taza de café en mis manos. Volví a sentarme finalmente, y la señora frente a mí.
—T-tiene una… —la señora atendió sin interrumpir a mis trabadas palabras— tiene una casa muy bonita, señora Alondra —le dije. Estaba atrapada así que, a amenizar la cuestión.
—Oh, eres muy amable, querida —respondió siguiendo superficialmente la casa con la mirada—. Vivo con mi esposo, pero ahora él no está.
—¿A dónde está? —le pregunté casi en voz baja. No dejaba de agitar mi pierna izquierda, aunque de a poco se iba calmando.
—Oh, por ahí —me dijo. Ya se imaginan la cantidad de posibilidades que hay en un «Por ahí», pero quería pensar que ya no estaba sinceramente—. A veces viene, pero siempre va. —raro, pensé.
—Bueno, me alegro de que venga a visitarla, señora Alondra. Es importante mantener… eh… a la familia, ya sabe, unida.
—Totalmente, querida —respondió sin mucha gracia—. Pero dejemos de hablar de mí, ¿Qué hay de ti, querida? —peligro, Dahlia, hora de hablar más de la cuenta. La señora sabía qué era tímida, o al menos se le notaba en la sonrisa desafiante que solía poner cuando yo hablaba.
—B-bueno, me llamo Dahlia Williams, vivo en el segundo piso —bien, creo que es un avance, Dahlia—. Y… eh… me vine a vivir con mi madre y mi hermano, y, sinceramente el… el lugar, el edificio… ¡No está mal! pero no me gusta el ambiente…
—¿Por qué viniste? —preguntó de forma seria. Mi cara se transformó inmediatamente, no entendía la pregunta y por eso me enmudecí— ¿Por qué te mudaste aquí con tu madre y hermano?
—Porque… —la verdad, no sabía qué responderle, no sabía si debía. Me sentía en un interrogatorio— Porque mi madre se sentía muy mal en el antiguo barrio —le dije.
—¿Por qué? —me preguntó antes de beber un líquido extraño de un frasquito que llevaba en su bolsillo.
—Porque estaban pasando cosas… yo… —vaya, hizo que un nudo en mi garganta se apretara y no me dejara tragar mi mundo de confort, ahora estaba en la cruda realidad— Yo la critiqué por dejar aquel barrio. Verá, me gusta construir cosas y dibujar y pintar, y había hecho mucho allí, y el habernos venido aquí destruyó todo eso.
—El cambio fue muy grande, ¿No, querida? —me preguntó de forma amable.
—Lo fue —contesté con la mirada caída. No lo podía creer, ¡Estaba hablando con la señora!
—¿Qué tipo de cosas pasaron? —ante esta pregunta me sentí muy incómoda y mis piernas volvieron a agitarse como por cuenta propia—. A veces es mejor hablar las cosas, querida —vieja manipuladora, pensé.
—Verá, para ahorrarle las preguntas, le contaré mi historia. La historia de mi familia —le dije enredada en un suspiro—. Mi madre es Noruega, pero se vino a vivir aquí a los 18 años, con su padre. Él murió tiempo después y mi madre no conseguía trabajo debido a la falta de estudios terminados, así que, se fue a vivir con su tío. Y… —la señora me miraba despreocupada hasta ese freno que le puse a mis palabras— Allí tuvo a mi hermano, y más adelante me tuvo a mí. Aunque ni yo ni ella conocimos a mi padre.
—¿Y tu hermano sí? —me preguntó.
—Mi… mi madre, al mudarse con mi tío, a las pocas semanas de asentados allí, él… la violó, repetidas veces, por mucho tiempo —no lo soportaba, me miraba fijamente ahora con ojos llorosos, como cargados de empatía. Siempre pensé que estas cosas que le dije se quedarían en mí, en mi familia, por eso no podía seguir hablando, el terror era demasiado y las lágrimas se dejaban ver en mí—. Mi hermano es hijo de mi tío —dije finalmente—. Yo por otra parte
—continué—, nunca conocí a mi padre, y mi madre tampoco porque fue… sucedió a la salida de su trabajo, cinco hombres la acorralaron afuera. La secuestraron y… —sonreí porque ya no me quedaban fuerzas ni para llorar, y supongo que lo único que mi mente destrozada halló en mí fue esa sonrisa. Como abrazada por la locura— «El fruto de un árbol sin frutos» me llamaban
—le dije con tristeza.
La vieja Alondra parecía lamentarse de mi situación pues cada minuto que pasaba, sus respuestas menguaban en palabras. Yo estaba atontada de tanto recuerdo junto que caía a mi cabeza y me empezaba a costar decir las cosas; lo malo es que aún tenía mucho que contar. Y, según mi madre, por arte de los dioses, golpearon la puerta tres veces, lo que hizo que volvamos a la tierra tras la catarsis. Alondra se levantó tomándose las caderas y caminó con paso lento y arrastrando los pies a la puerta; yo volteé a ver. Abrió la puerta y, gracias al universo era mi hermano; venía a buscarme para cenar, mi madre ya estaba en casa.
Lo admito, saludé a Alondra con una sonrisa sincera, pero con ganas de que sea la última vez que lo hiciera.
Caminé volteando de a ratos a la casa de Alondra, quería recordar y al mismo tiempo olvidar el lugar. Recuerdo que cuando volví la mirada la última vez, cuando volví a ver el pasillo rumbo a las escaleras, vi a la chica de mis futuras fotografías, y quedé perpleja por un momento pues su sonrisa natural me amarró al miedo. Lo extraño es que no duró mucho aquel miedo, fue solo el impacto, luego todo estaba bien y hasta le sonreí.
Llegando a casa me preocupó el hecho de que no me sentía como yo misma, me sentía una intrusa en mi propio cuerpo. Daven me miraba de a ratos, cuando nos sentamos a la mesa a cenar, como esperando a que le dijera algo y, si bien me había rescatado de Alondra, él, en primer lugar, me había dejado allí para superar mis miedos, de seguro, otro manipulador más.
Mi madre por otra parte nos miraba a los dos: un rato a mí y otro rato a Daven mientras comía lentamente.
Al terminar la comida, cada uno se levantó sin decir nada y fuimos a lavar nuestros respectivos platos. Daven fue primero y luego yo por lo que debía esperar a que él terminara para lavar el mío. Aunque pensé que podría partirle el plato por la cabeza y así me ahorraría muchos problemas.
—Creo que te odio —le dije sin pensarlo dos veces. No me juzguen.
—No fue mi intención, es que… —se detuvo y miró a mamá.
—Tuve otro ataque, Dahlia —dijo mamá. Vaya momento, pensé, la mejor forma de arruinar una cena—. Un compañero tomó mi celular y le envió un mensaje a Daven para que me fuera a buscar.
—Pero, no… —dije de repente—. Daven ni siquiera sacó su… ¿Cómo lo sabías? ¡Me estás engañando!
—Bien, mi idea no era dejarte con ella, pero olvidé la comida en el fuego, creí que podrías ir con ella para salir de tu encierro, vi la oportunidad, lo siento —maldito engendro—. Pero… llegando a las escaleras recibí el mensaje. Lo siento.
—Daven, no le vuelvas a hacer eso a tu hermana… hablo de hacer que supere sus miedos, así como así… entiendo lo de la comida, pero… —mamá no solía hablar mucho y, cuando lo hacía, su voz era suave y tranquila. Pero ahora parecía rasgada y preocupada. Y eso, obviamente, me preocupó a mí—. Ya sabes lo que pasó, ¡No quiero que lo hagas! —la cosa ya se ponía mal, horrible. Mi cuerpo comenzaba a temblar, sentía ya esas primeras lágrimas que me hacían quebrar los labios. Los recuerdos… oh, esos recuerdos nunca se borran.
—Yo, em… voy a mi habitación. Terminaré mi cena en… —ni siquiera me había dado cuenta de que había callado, de que había dejado la frase sin concretar. Me levanté y me fui.
—Dahlia, perdón… —dijo Daven desde la cocina— No te vayas —volví entonces e hice lo que él siempre me hace cuando creo que está enojado y en realidad solo debe pensar las cosas: lo besé en la frente y volví a mi rumbo. Sí, lo odié, aunque lo amaba.
Ya en mi habitación, mi mente se despejó un poco. Aunque seguía pensando en la vil traición y en el tétrico pasillo de ancianos olvidados. Temía por mi salud tras no tener ningún pensamiento sobre la chica del pasillo, de la hermosa sonrisa (Al menos no alguno que predominara). Pero el dolor se iba por un momento sin explicación y así volvía también y esa era la parte horrible del asunto, que todo volvía sin su llamado.
Entonces, aunque no me explico el por qué, caminé hasta mi armario, abrí las dos puertas en las que, una de ellas, ocultaba un espejo de su tamaño… Allí estaba yo. Sin sonrisa, sin porte alegre, decaída. Ocultándome por los recuerdos. Por aquellas secuelas en mi cuerpo que parecían rasgar el presente… no sé cómo explicarlo… como si estuviese pasando en ese momento. Y aquí viene el por qué que no me explico pues comencé a quitarme la remera quedándome solo con mis fríos y pequeños pechos como compañía… claramente recordé todo aquello. Pero, de alguna manera, había aprendido algo de Alondra y era que debía revolver un poco en el pasado para superar ciertas cosas, pero… ¿Podría? Luego me despojé de mi pantalón, luego de mi ropa interior, quedándome con mi desnuda entrepierna como compañía. Y sí, sé qué se están diciendo: “Es una tonta, está cavando demasiado rápido” Y, sí, tienen razón, pues apenas me noté la desnudez comencé a vestirme velozmente de nuevo, algo no había funcionado, mis ojos llorosos lo decían, cerré la puerta del ropero y sonreí. Sonreí como diciendo: “¡Vaya estupidez que acabo de hacer!” Ya saben, como cuando uno estuvo al borde de la muerte y, como está vivo, lo celebra diciendo que acaba de hacer una estupidez y no tiene miedo… y nunca lo tuvo. Recuerden, “El ser ama los placebos”
Eran las dos y algo de la madrugada y no conseguía dormir, —odio cuando me pasa eso y estoy realmente cansada— así que salí con cautela y sigilo de mi casa vestida con un saco (No hacía frío para nada, pero me hacía sentir segura); escasamente cerré la puerta, —si mi madre se entera…— caminé descalza (Otra vez, eso me hacía sentir segura… no pregunten) y con miedo del ataque repentino de algún anciano en la oscuridad del pasillo. Llegué al piso de arriba y parece que hasta los jóvenes estaban durmiendo, ¿En qué planeta los jóvenes duermen a estas horas? La noche es joven, pensé.
Mi alborotado cabello dibujaba una sombra cómica en el suelo gracias a la luz blanca de la luna que entraba por el ventanal del pasillo. Oh, que romántico. Fue entonces que me quedé mirando el paisaje aburrido del patio de los departamentos, aunque todo era más lindo con la luna, así que lo hacía menos aburrido, tanto que me atraparon las sombras de los bancos sobre el material y las farolas que querían competir ingenuas contra la luna.
Hasta que el universo volvió a conspirar. La chica linda salió de su casa. Rápidamente volví la mirada al patio, fingiendo que todo estaba bien, aunque apretaba los “puños” de las mangas del saco. ¿¡Dios, ahora qué hago!? pensé, e intenté mantener la calma; Ja, qué buen chiste.
Se me acercó con su celular en mano.
—Buenas noches —bien, lo que faltaba, que me hable.
—B-buenas —tonta. Dios, era tan… o sea, si la vieran con esa remera negra que hacía distinguir su pálida piel a la perfección; así mismo sus tatuajes cumplían esa función: resaltar su piel. Ni hablar de su cabello y ojos oscuros, ni hablar de su short de jean que hacía lucir sus piernas blancas y lisas llenas de tatuajes hasta los desnudos pies… okey, basta.
—He visto que has ido a la casa de la vieja Alondra. ¿Te contó ya sobre su hijo Walter? —su voz quebrada me hizo querer mirarla. Además, hijo… ¿Alondra tiene hijo? ¿Y eso qué me importa? ¿Por qué me hago estas preguntas? Era de saberse, o sea, si me vieran con esa remera blanca con líneas verdes (Ni que fuese una niña), además, para rematar, cubría mi remera horrible, con un aún más horrible saco azul– quiero decir, ¡Eso no resaltaba una mierda mi piel clara y pecosa! Tan solo hacía que se notase más mi despeinado cabello rojo y… ¿En serio? ¿Líneas verdes para combinar con mis ojos? Bien, Dahlia, bien… Bien, no hablaré de mis pantalones marrones estilo pescador… Lo sé, soy hermosa.
—¿Hijo? —¿En serio, Dahlia?— Nunca me comentó nada sobre un hijo.
—Bien, parece que está mejorando entonces —dijo la chica.
—¿Hm? —¿Mejorando? me pregunté. Aunque creo que debí preguntárselo a ella, ¿no?
—No creas lo que te cuente esa vieja. Ella nunca tuvo un hijo, ni siquiera tuvo hijos en sí, solo mascotas que no cuidaba.
—¿A ti te contó lo del hijo? —le pregunté.
—Sip, me lo contó —me dijo, para mi sorpresa—. Me dijo que tuvo un hijo que fue reclutado por el ejército y que todos los meses le mandaba una carta contándole cómo estaba
—bien… ¿Y? pensé tras el silencio.
De hecho, no estaba prestando mucha atención, me fijaba más en sus ojos, oscuros como aquel rincón al que no besaba la luna. Veía sus tatuajes y buscaba en su pelo corto y negro las mechas verdes que se dejaban ver apenas y que recientemente había descubierto, por Odín, Dahlia, ¿No puedes ser más estúpida? Además, no era que la miraba por segundos, eran solo flashes cuando volteaba para ver otra cosa e intentar calmarme.
—Se supone que este chico se perdió en el campo de batalla, pero le seguía enviando cartas de lo bello que estaba el paisaje. Hasta que murió. Alondra dejó de recibir cartas y se deprimió muchísimo, creo —todavía no me quedaba claro si era cierto lo del hijo o no. Pero en mi mente había otra pregunta, y cero agallas de preguntar. Aún tenía la idea de sacarle una foto a la chica, aunque ya me había olvidado por qué. Pero, volvía a pensar en Alondra.
—Qué… qué triste. Quiero decir… —me corregí en el momento cuando recordé que esa historia era, supuestamente, falsa y yo, Dahlia Williams, defensora de la verdad, jamás defendería a los falsos— Qué triste que Alondra mienta de esa forma para poder atraer a la gente, ¿no? —idiota, no sabes la historia completa, ¿Por qué dijiste eso?— Me refiero a que…
—Tranquila, te entiendo. Es muy triste que todos estos ancianos estén aquí como están: Abandonados, olvidados. No he visto nunca que los visitaran, y llevo viviendo aquí muchos años —“muchos años viviendo aquí”, dijo… muchos años soportando esto. Bueno, claramente ella no era como yo—. Es una linda noche, ¿no?
—¿Hm?
—Nada, decía que era una linda noche.
—Lo es —le respondí, sin querer, con poca gracia—. Debo irme a dormir. Me gustó… me gustó hablar contigo —¿Se lo dije? Vaya. La vieja loca de mi madre y el muy maldito ángel que es mi hermano estarían orgullosos.
—A mí también, que duermas bien —me dijo con su voz tierna y rasgada— ¡Oh! ¡Espera!
—interrumpió— ¿Me dirías tu nombre?
—¿Cómo? —idiota.
—Tu nombre —dijo riendo… Qué sonrisa, Ja—. Mi nombre es Nayara, o Nina.
—Me llamo Dahlia —le respondí sin preocupación, para mi sorpresa—. Un placer, Nina —le sonreí apenas. Caminé sin más, temblando casi. Bajé las escaleras suavemente y llegué a mi casa; todos durmiendo, normalmente. Me senté en el borde de la cama y suspiré; nunca había superado tantos problemas antes y tan rápido. Sonreí; Ja, loca. Me acosté, apagué la luz de la veladora y luego de un rato, me dormí. Pero me dormí plácidamente, parecía que, a medida transcurría el sueño, me hundía en mi cama cada vez más, me sentía cada vez más tranquila, aun cuando ni siquiera estaba consciente para estarlo.
Al despertar, la historia de la mañana no fue tan diferente a la noche; recorrí mi casa desde mi habitación al baño —sí, al baño— en busca de mi familia. Estaba sola. Mamá probablemente había ido a trabajar y Daven a conseguir medicamentos para mamá y probablemente se quedó en alguna cafetería leyendo el diario o se encontró con alguna chica.
Y yo… estaba sola.
Decidí prepararme algo rápido para el desayuno y así tener el resto de la mañana para hacer lo que quisiera. Bebí la chocolatada a la velocidad del bendito Usain Bolt y despegué los pies del piso cual Halcón —vaya metáforas las mías—; salí de mi casa y cerré la puerta con una delicada fuerza muy poco sutil; eso hizo que el mundo entero —que literalmente parecía serlo y que entraba en el pasillo— me mirara con curiosidad ¿Lo peor? Es que eran todos ancianos. Los hombres me miraban de arriba a abajo y las mujeres se detenían a ver qué tan despeinada estaba, era la asquerosa nueva sociedad que estaba plantada en el mundo. El asqueroso ambiente que prometí odiar ahora era lo único que me rodeaba. Como respuesta fruncí el ceño y recorrí con la mirada analizando al jurado de avanzada edad, ¡Sí, eso hice! ¡Enfrenté —casi— un miedo! y digo casi porque atravesé el pasillo con gran prisa con cabeza gacha apenas di el primer vistazo.
Subí las escaleras y allí estaba, saliendo de su casa, la vieja Alondra, con una caldera que desbordaba agua.
—Señora Alondra, ¿Cómo está? —sí, finalmente di el primer paso.
—¡Dahlia! Ayer vi que te fuiste muy exaltada. ¿Hice algo malo? —maldición, vieja, ¿Por qué me haces recordarlo?
—Nada —¿Nada? Eso no se responde así—. No era nada. No… no hizo nada malo. Pero necesito hablar con usted —fuimos al patio que rodeaba el edificio. Allí lucían varias plantas y flores que Alondra solía regar todas las mañanas, según ella. Jamás la había visto hacerlo, pero me parecía muy lindo el gesto de querer cuidar el lugar, aunque sabía que, al entrar, el pasillo sería un desastre, pero claro, ella no vivía en ese piso, eso ya no dependía de nosotros—. Señora Alondra —le dije mientras regaba un rosal que trepaba gran parte de la pared del edificio, siempre detesté las enredaderas y sus espinas, pero me seguía pareciendo lindo el gesto—. Es verdad… —le dije para mi propia sorpresa— Tengo un problema. Pero… ¡Ni siquiera sé por qué se lo estoy contando!
—Niña… debes saber que todo está bien conmigo —¿Qué? ¿Ahora soy su nieta o algo así? Como avanza el mundo—. Anda, dime —suspiré hondo pues jamás se lo había dicho a nadie y no era algo sencillo de oír, ni mucho menos de decir.
—Hace tres años… más o menos —aquí viene el drama—, mi abuelo paterno, que sufría de esquizofrenia, y mi abuelo materno que era un maldito desgraciado, alcohólico bueno para nada, se juntaron en mi casa a charlar con mi madre sobre su… sus… problemas —jamás había comentado siquiera esta parte; tan solo, obviamente, Daven lo sabía—. Pero… mamá se fue de casa. Y ahí sucedió. Daven no estaba en ese entonces, él estudiaba. Entonces… ellos me… —me odié a mí misma por llorar como lo hice. Alondra dejó de regar las plantas y se acercó a mí. Creo que lo entendió, que entendió el mensaje. Que supo por qué me daban tanto temor los ancianos. Todo por los abusos de aquellas siete noches cuando mamá se iba al internado a dormir, aquellas siete noches en las que Daven tenía que estudiar, aquellas siete noches en las que fui violada, humillada y golpeada por mis dos viejos abuelos— Perdón… —dije entre llantos mientras miraba alrededor con el temor de que alguien me viese llorar.
—No temas, Dahlia —su voz lo hizo todo; hizo que mi piel dejara de temblar al dar el primer paso a un abrazo firme que le di. Me sentía, en parte, liberada; en parte me sentía destrozada y doblemente aterrada; todos los recuerdos… esos recuerdos que no se olvidan volvían a carcomerme el cerebro, y yo allí, abrazando a Alondra. Bendita bruja.
Mamá solía decirnos que los dioses están locos, y, si bien yo no creía en ellos, esa vez le di la razón pues horas más tarde de la lluvia de catarsis y llantos en la que abracé a una señora con aroma a naftalina e inciensos, me encontraba en el pasillo caminando tranquila rumbo a mi casa, esquivando ancianos.
Al llegar a casa lo primero que hice fue prepararme un enorme sándwich con todo lo que pude encontrar en el refrigerador, recién después, comiendo como si hubiese vuelto de una guerra, me puse a pensar en todo lo que había dejado atrás y, como eso de pensar por horas se me da bastante bien, me quedé dormida sin darme cuenta… y pasaron las horas (Creo que lo peor de todo es que no me terminé el sándwich). No desperté hasta que me percaté de que en mi sueño sonaba un ringtone típico de celular viejo, igual al de mi madre, entonces, poco a poco, como en subida, fui escuchando la tos agónica de mi madre y una palabra incesante, y que menguaba solo para acompañar al momento de exhalar el aire.
—¡Respira! —se repetía una y otra vez desde la voz de Daven mientras tomaba con fuerza la mano de mamá. Entonces abrí los ojos del todo y los sonidos comenzaron a normalizarse, no así mi respiración que se tornaba agitada… mamá estaba teniendo otro ataque— ¡Dahlia! ¡Sal de aquí!
—me ordenó Daven; no sabía por qué quería que me fuera, pero yo estaba atónita y con miedo, ¡Casi petrificada! ¡No podía moverme! Recuerdo que tan solo tomé mis rodillas temblorosas y me puse a llorar a la par de que mamá perdía el aire. Lo próximo que vi, y que noté, fue que habían pasado dos horas; mamá estaba sentada en el piso recostando su cabeza en el pecho de Daven. Me estaba mirando, con lágrimas y decaimiento en sus ojos. Mientras que Daven luchaba para que no se le cerraran los ojos a causa del cansancio. Observé a mí al rededor con los ojos hinchados, ¿Había estado llorando como una estúpida niña por dos horas? ¿Me había vuelto a dormir? Me levanté como pude, recuerdo que Daven intentó detenerme diciéndome algo que, realmente, no presté atención; estaba muy destrozada. Salí de mi casa y el ventanal de enfrente delataba que estaba amaneciendo. ¿Qué demonios había pasado? Caminé sin pensármelo dos veces, subí las escaleras tomándome de la pared del costado, como si estuviese borracha (No, yo no tomo… mucho). Encontré arriba que, a pesar de la hora, la gente aún seguía en pie, aunque parecían zombies
o drogadictos, o quizás empresarios; todos con las caras cansadas, los ojos semi cerrados, y risas que se aguantaban solo por milagro. Allí, entre todos ellos, jóvenes trasnochados, estaba yo: Dahlia, la chica pelirroja de cabello hasta el cuello, de pecas y ojos claros que habían llorado por horas y ahora solo era Dahlia, la chica pelirroja despeinada y ojos hinchados. Estaba destrozada, sí, no como ellos, pero encajaba ahí. Así que, me recosté sobre el ventanal del pasillo y me dejé caer resbalándome sobre él. Puse mis rodillas en mi pecho, las apreté junto a mí y abracé mis piernas al momento de dejar caer mi frente sobre ellas que aun temblaban. Entre mis piernas pude notar que en el piso yacían pedazos de madera, clavos y otras chatarras. Así que, con la respiración volviendo a mí, me puse a pensar, con la chatarra en mano, cómo podrían encajar todas las piezas en una sola creación. Mi idea era crear una especie de tótem. Me imaginaba en mi cabeza cómo podían encajar las cosas, pero, al momento de la práctica… todo fallaba. Y mi miedo, enojo y tristeza no ayudaban así que lancé todo devuelta al piso, así entonces mi frente volvió a mis rodillas.
—¿Dahlia? —interrumpió una voz femenina, rasgada; reconocería esa voz aún sin verla, aún si volaran una granada en mis oídos— ¿Estás bien, niña? —levanté mi mirada mientras me limpiaba las lágrimas— ¿Qué pasó, Dahlia? —dijo Nina agachándose a mi lado y tocándome el hombro mientras buscaba mi mirada.
—Mi… madre… —no creí que fuese a responder, pero… ahí estaba. A veces me sorprendo— Ella… tuvo otro ataque. Es… asmática y, estaba asustada así que salí de allí.
—Vaya… —carraspeó. Ahí supe que, a pesar de que la chica no tenía ni idea de lo que me pasaba, lo sentía. Aunque bien podría ser que simplemente sea un tic o que estaba resfriada, pero yo quería creer que me entendía— Lo siento, niña —me dijo luego. Se los dije, lo sentía.
—No importa… —dije entre un sollozo y un suspiro—. Hablemos de otra cosa —entonces, mis ojos se abrieron de par en par al ver que la chica se había dejado caer a mi lado—. Em… ¿Qué hay con Alondra? ¿Por qué tu inseguridad hacia ella? A mí me ayudó muchísimo hablar con ella y la verdad es que no entiendo por qué desconfías. Me mostró la foto de su hijo; no me dijo que era él, pero lo deduje. Es cierto. Alondra no miente, la evidencia está allí, en la pared de su cuarto —no estaba viéndola cuando hablaba, solo miraba a la pared enfrentada a nosotras. ¿Cómo podría mirarla con la vergüenza que padezco? Aun así, notaba cómo una sonrisa que delataba, tal vez, mi ingenuidad iba apareciendo—. No vi nada de su esposo, pero estoy segura de que será… no sé, camionero, tal vez.
—Eres tan… —interrumpió ella con una risa tierna mirándome con ojos coquetos y lo sé pues, la miré, ya no me importaba la situación, quería saber por qué reía y… quería verla reír— Tan ingenua, pero tan tierna —carcajeó un poco y, ahí fue cuando dejé de entender la situación—. Dahlia, Alondra está enferma, no sé qué demonios tiene, pero está loca y, antes de que me grites, te diré por qué: Yo estuve en tu lugar, pequeña —¿A qué se refería? ¿Ella también pasó por esto?—. Era la nueva en el edificio hace años y Alondra me tomó del brazo una vez en el pasillo, quería que la ayudara a replantar unas flores en su casa, y pues, lo hice. No tenía nada para hacer y andaba por ahí vagando sin conocer a nadie. Entré a su casa, y vi todas esas fotos de un chico que no conocía. Le pregunté quién era y me dijo que era su hijo, ya conoces el resto de la historia. Pero, luego de un par de días de ir a su casa, me convenció de llevar fotos de mis familiares para conocerlos. Entonces, la foto de mi primo, que era militar, le llamó muchísimo la atención —bien, supongo que todos sabemos a dónde va esto. En ese momento no hice más
—creo que fue por sorpresa— que mirarla a los ojos fijamente y recorrer con los míos sus labios, nariz, en fin, todo su rostro. Necesitaba, no solo entenderla sino ver su reacción al decir lo que diría, pues sabía qué quería decir con lo que aún no había dicho—. No fue hasta unos días después que me di cuenta de que, en el álbum de fotos, faltaban justo las fotos de mi primo con su uniforme militar. Al darme cuenta de eso, fui hasta su casa y discutimos acerca de que me había robado las fotos… estaban allí, en la pared
—maldita sea. ¿En serio la única persona que me entendía tenía que ser una farsa? Pero aún peor, ¿Por qué me entendía? ¿Por qué tuve que conocerla? Ahora mi caída se corresponde con lo mucho que he progresado—. Quién sabe a cuántas personas les hizo lo mismo. Y ahora, al parecer, ¿Tiene un esposo que jamás viene? No me extraña que eso sea mentira también. ¿Lo entiendes? ¡Es todo mentira! —lo entiendo. Mierda. Pero de todas formas mis esperanzas se mantenían; no sé por qué, tal vez sí era una niña ingenua— Lo siento, niña.
—Mierda… —murmuré— Oye… —sí, estaba a punto de decir algo. Sé que no se corresponde con mi actitud, pero, irónicamente, Alondra me había ayudado a superar esas cosas de mí— Mi vida no es muy linda que digamos. Por culpa de unas malas personas de mi niñez, crecí con algunos problemas que me hacen temer demasiado… a todo —en ese momento, sentía su mirada, sentía que estaba puesta en mí de forma sincera y empática—. Realmente necesitaba de Alondra… de lo que ella me decía. Sea una mentirosa o no, me ayudó a superar algunas cosas, pero, si quieres claro… te necesito para que me ayudes.
—¡Por supuesto! ¿En qué? —me dijo casi levantándose para marchar de inmediato.
—Quiero saber por qué… —expliqué. Y pareció no entenderme pues volvió a recostarse sobre la pared, cayendo en la duda— Necesito saber por qué Alondra hace lo que hace.
—Niña, eso… eso no te traerá ninguna satisfacción, créeme —me dijo. Entonces no hice más que cambiar mi mirada como quien juzga a quien prejuzga—. Pero si es lo que quieres, estoy dispuesta a hacerlo —agregó. No pensé en mamá en ese momento, sentía que eso era más rutinario, algo de lo que ya estaba acostumbrada. Sin embargo, el caso de Alondra me era más relevante para mí, más importante. Algo que requería de mi atención; así que caminamos donde Alondra; se encontraba intentando
—inefectivamente— abrir la puerta; sus manos le erraban a la cerradura. Llegamos allí y Nina se quedó atrás (¿Quién es valiente ahora, guapa?) (Ya. Obvio que ambas lo somos). Mis manos temblaban más que las de la viej– emm… señora, nah: Vieja; de todas formas, la ayudé a abrir la puerta tomando la llave de sus arrugadas manos.
Luego de que me agradeciera la ayuda, entramos, incluyendo Nina.
Alondra fue directo a la cocina a dejar unas bolsas que cargaba y, a cada paso de ella, yo, plantada donde estaba, intentaba de que no explotara de más mi valentía y matara a la vieja y de paso calmaba mi furia. A veces son la misma cosa.
—¿Por qué lo hizo? —dije entonces espontáneamente. La vieja hizo como que no escuchaba o, bueno, eso creí yo pues luego de unos segundos de silencio, se dio la vuelta y me observó fijamente.
—Querida…
—¡No! ¡Cállese! Quiero respuestas, ¡Ya! Quiero saber por qué tomó esas fotos —dije apuntando al cuarto que le daba la bienvenida a Nina—. ¿Por qué las tomó? ¿Por qué me ayudó? ¿Por qué me contó esas historias? ¿Dónde está su esposo? ¿Qué es lo que toma? —dije al momento en el que sacó el frasquito con aquel líquido.
—¿Te sirvió de algo conocerme, Dahlia?
—me preguntó. O sea, ¿Qué le pasa? ¡¿Yo le hice preguntas?! (No, obvio que no se lo dije)— Tengo claro que has cambiado, que temes menos, ¿No es así? —si no hubiese volteado a ver a Nina que venía a nosotras riendo bajo, la vieja se hubiese dado cuenta de que sí me habían servido.
—¿Puedes creerlo? —preguntó Nina y volvió a reír antes de seguir diciendo: No están las fotos, en ningún lado —demonios… ¿Cómo podría ser cierto? ¿Cómo demonios se enteró la vieja?
—Mi hijo ha venido hoy —dijo la vieja caminando despacito hacia el sofá—. Se ha llevado las fotos, se ha llevado las rosas y las lilas. Pero no me ha llevado a mí, ¿Por qué? ¿Por qué será? —me gustaría saber las palabras correctas para decir ahora, o tomar la acción necesaria para averiguar lo que sucedió, pero ¿Qué mierda se supone que tengo que hacer? ¿Buscar por ahí a su «hijo»? No, no le seguiría el juego porque ya estaba cansada, y no lo hice, así que seguí preguntando cosas o, bueno, tenía la intención pues Alondra comenzó a llorar y, ¡Dioses! eso me destrozó. Ahora sí no sabría que hacer ni que decir. Tan solo, y mirando hacia atrás de a ratos, me retiré de su casa acompañada de Nina quien no me dijo ni «Te lo dije» ni ninguna otra cosa, se quedó callada, tal vez estaba tan asombrada como yo.
En ese momento, tuve una revelación; como una epifanía o algo así, pero no sabía cómo corroborarla. O tal vez sí, pero implicaría ir más allá de lo que había hecho hasta ahora.
—Nina… —le dije al salir de la casa. Estábamos en el pasillo vacío y sin ruido, solo se escuchaba el llanto de la vieja atrás— ¿Puedes ayudarme con algo más?
—Por supuesto, Dahlia. Lo que quieras —me respondió con una sonrisa.
Así que fuimos al quinto piso. Jamás había estado allí antes, era terreno desconocido. Pero era necesario pues necesitaba saber la verdad. Si Alondra ya estaba aquí hace años según Nina, eso quiere decir que, de haber gente con más años que Alondra que vivían allí, entonces, si la conocían, él o ella podrían corroborar mi teoría. O empeorarla. Golpeamos en una puerta recién barnizada, y fuimos atendidas por un longevo señor de canosos cabellos, curiosamente, fue el primer anciano que me topé al subir la escalera, justo antes de conocer a Nina. Ja, mierda. El señor, Antonio (como se llamaba) nos invitó a pasar, allí estaban sus hijos: Los hermanos fiesteros. Antonio vivía allí desde hace casi 30 años, sus hijos se mudaron después, pero… no es lo importante… lo importante fue lo que nos dijo: Alondra sí estaba enferma, por eso bebía ese líquido. Estaba alucinando. Antonio nos contó que sí tuvo un hijo y que sí murió en batalla, en Afganistán, y quedó traumada por ello. Y su esposo… el señor nos contó que salió a hacer las compras un día y jamás regresó, nos contó que estuvo días hablando con Antonio acerca de irse, de que no soportaba más los problemas de su esposa, que, lentamente, lo estaba matando. Y que había intentado irse varias veces, pero, siempre regresaba… hasta que un día no lo hizo. Esto ocurrió luego de la muerte de su hijo. Y, ahí estaba… la verdad… toda la verdad. Y si esa verdad era cierta, que, a juzgar por la sobriedad del anciano, podría serla, yo siempre tuve razón… pero al mismo tiempo no.
Pero la revelación máxima llegó en la noche, cuando, finalmente estaba comenzando a querer regresar a casa. Nina se había quedado conmigo en la plaza de abajo charlando sobre cosas de la vida y nuestros gustos (todo para despejar nuestras mentes de lo ocurrido), curiosamente, coincidimos en varias cosas: Odiamos las mentiras; y nos gustan las chicas. En fin, estaba a punto de irme, me dejé de mecer en la hamaca como si fuese una niña y le dije que debería irme, de seguro mi mamá y Daven estaban preocupados. Así que, no esperé respuesta y comencé a caminar, cuando de repente fui jalada del brazo hacia atrás; y ahí sucedió algo que me hizo temblar, ojalá pudiera dibujárselo, pero lo mejor que puedo se los describiré: Choqué con su cuerpo cálido y blanco, justo antes de que mis labios pobres chocaran con sus gruesas comisuras. Les juro por la vida de mi hermano y de mi madre que me quedé allí plantada como si fuese un puto árbol. No pude hacer nada más que sonreír sonrojada como si fuese un dibujito animado enamorado de un beso de pasada. Ella no dijo nada, tan solo me acompañó hasta mi puerta, fuimos calladas y —tal vez no pero ¿por qué no puedo soñar?— ella pensaba lo mismo que yo: Empalagosas mariposas corroyendo mi estómago; ¡Dios, qué cliché! Y, tal vez no tendría que haber pasado así, es decir, no tendría que haber llegado hasta ese punto, para saber que mi cuerpo y mi ser, eran geniales tal cual se veían. Que no necesitaba tener una piel pálida y perfecta con cabello oscuro que resaltara al igual que mis ojos; que siendo como soy: Pelirroja hasta el cuello, con pecas, piel rosada y pocos pechos, era perfecta… y que debía entender mis imperfecciones para ser perfecta.
Sin restarle importancia… sigamos con lo que realmente terminó todo.
Cuando entré a casa, mi madre estaba ahí, dormida en el sofá. Miré hacia todos lados buscando a Daven pero, al no encontrarlo supuse que estaría en su habitación. Busqué con la mirada por toda la sala de estar alguna pisca de compañía, (Hasta llegué a pensar que necesitábamos un perro) pero no encontré a nadie. Mi mamá estaba respirando mejor ahora, pero parecía agitada aún dormida, aun cuando pasó tanto tiempo; así que decidí despertarla con cuidado para que no le diera un maldito infarto. Para mi suerte, mamá despertó tranquila; la miré yendo a la cocina (casi me destrozo la frente contra la pared por no mirar adelante; aún respiraba raro) no sé por qué, pero caminé hasta el bote de basura y saqué la bolsa y caminé con ella hacia afuera dejando a mamá atrás. Tal vez solo necesitaba más aire o, bueno… otra cosa. Al acercarme al bote de basura fuera del complejo, que aguardaba toda la basura de todos los vecinos, que luego cargaría el camión municipal, vi algo raro en él: Este estaba desbordando. Bueno, tal vez no tan raro, pero desbordaba ropa, eso sí era raro. Me acerqué allí y —aquí viene la revelación de la que les hablaba—: Era ropa de vieja y —sí, sé que muchas señoras viven allí— pero mi paranoia no podía dejarme pensar eso, así que comencé a revolver la basura lanzando las prendas al suelo y, como mi paranoia me había contado, llegué a donde quería: Las fotos del chico militar estaban allí, la ropa era de la vieja Alondra; había lilas y rosas… maldición. La vieja se había deshecho de sus cosas tal vez por su propia enfermedad. A eso se refería con las rosas y las lilas y que se había ido. Claro que jamás supe si ese chico de las fotos era su hijo realmente… pero creo que, según Nina, no lo es. Creo que Alondra aún busca a su hijo… desearía poder ayudarla como ella me ayudó a mí y decirle que no volverá… y su esposo tampoco. Pero sería destrozarla aún más.
Sí, me había ayudado en mucho, mis miedos eran menos, mi vida había cambiado, era la etapa que estaba esperando, por la que tanto había caminado, era todo lo que quería, desprenderme de ciertas cosas: Miedos, rutinas, sueños rotos. Pero odiaba las mentiras y, no me estaba haciendo bien Alondra en realidad. Creo que debería hacer lo que Nina y dejarla ir… pero, Dios… eso me quebraba, ¿Cómo podría dejarla sola? ¿A una pobre vieja enferma que no tenía a nadie? ¿En qué clase de persona me convertiría? Pero… ¿Qué tanto arriesgaría mi salud para mantener a alguien que estaba perdido? Me iba haciendo todas esas preguntas a mí misma de regreso a casa, me las repetía, hasta que pasé la puerta y vi a mamá respirando raro… aún estaba allí, solo que ahora sí estaba Daven. Pensé simplemente en subir, pero, algo fue más fuerte. El amor de alguien que siempre estuvo ahí pero que no lo había notado o no le había prestado tanto tiempo de mi vida; tiempo que podría perder en cualquier momento hasta enloquecer.
Así que me agaché frente a ella.
—Estás respirando raro, mamá —le dije en un susurro. Daven me observó y, segundos después, colocó su mano en el hombro de mamá.
—Lo sé —respondió agitada tocándose el pecho.
—Ven… —le dije en un impulso tomando su mano y llevándola a mi pecho suavemente. Daven sonrió entonces— Siente cómo respiro. ¿Lo sientes? —mamá solo me observó con la peor mirada que podía para un momento tan sensible, pues no quería llorar en ese entonces y ella me observaba con tal ternura y amor que no me quebré allí porque ella desvió su vista al suelo al asentir con la cabeza y sonreír— Respira conmigo, mamá —le dije mientras Daven frotaba su espalda—. Respira conmigo, mamá —repetí en un susurro.
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