Alegrías Repetidas

Alegrías Repetidas

Tano Romero

01/09/2021

Dora, mi abuela materna, terminó sus días en un geriátrico. Yo sé que es una palabra que puede sonar fría, pero realmente era un lugar agradable, una casona con un parque amplio, jardines floridos y árboles añosos.

Para serles sinceros, yo nunca sentí que ella estuviera incómoda ahí. En realidad, en ese último tiempo de su vida, estaba un poco ida; se olvidaba de todo constantemente. Bah, de todo no, se olvidaba sólo de lo reciente. Sus vivencias de décadas atrás las recordaba muy bien. Lo sé porque cada vez que iba a visitarla, me narraba con lujos de detalles anécdotas de mi madre cuando era chica o de los viajes que hacían en vacaciones a Mar del Plata con mi abuelo, a quién desgraciadamente no llegué a conocer.

Lo que no recordaba, era que ya me lo había contado tantas veces. Incluso en la misma semana.

En ese estado estaba mi abu cuando me enteré que iba a ser papá por primera vez. Generalmente íbamos los jueves a visitarla en familia y siempre llevábamos alguna novedad para entretenerla. Esa semana recibió la sorpresa más grande que podríamos haberle dado.

Recuerdo que se emocionó profundamente al recibir la noticia. Ya estaba muy flaquita, incluso hasta le costaba caminar por si misma, pero con sus brazos frágiles me dio un abrazo fuerte y largo, muy largo, mientras nos felicitaba a mí y a Sabrina (mi esposa), con los ojos inundados de amor.

Todos lagrimeamos un poco esa tarde, hasta mis viejos y mi hermana que ya sabían la noticia. Es que el hecho de que ella, la integrante más grande de la familia, la recibiera, fue sin dudas un acontecimiento muy especial.

De camino a casa le comenté a Sabri lo movilizado que me había quedado con aquel abrazo. Sentía que realmente le había cambiado el día a mi abuela, a esa viejita que tanto me había consentido y tantas alegrías me había regalado durante mi niñez.

Pero en la próxima visita tuve que volver a contarle la noticia, porque no lo recordaba.

Unas semanas después le conté además que tendría su primer bisnieto varón.

Incluso fui varias veces a visitarla con mi guitarra, para poder tocarle la canción que le habíamos compuesto a su futuro bisnieto. Pero a los pocos días, lo volvía a olvidar.

Entonces yo se lo seguía recordando en cada visita.

Lamentablemente, y aquí viene la parte triste del cuento, partió antes de que naciera Bauti. Fue una pena que por tan poco tiempo no llegara a conocerlo, porque ella fue una mujer muy especial para mí, con un humor y una voluntad tan admirable, que me hubiese encantado que mi hijo hubiera podido disfrutarla, aunque sea unos años.

Y hasta me animo a decir, que su presencia probablemente también la habría ayudado a ella a transitar de mejor manera ese último tramo.

Aunque pensándolo bien… él, aún en ese tiempo de espera, logró hacerle mucho bien. Fue su alegría repetida, porque cada vez que yo le contaba que volvería a ser bisabuela o le cantaba su canción con la guitarra, ella se volvía a sorprender y a emocionar tanto como la primera vez.

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