Desperté y me encontré sentado abrazando un inodoro, tenía un dolor terrible en el cuello y la espalda, la boca reseca y en la lengua una sensación a tierra, todo me daba vueltas, la ropa sucia y un desaliento terrible; agarrado de las paredes me levante y me recosté en la cama, de repente recordé que debía ir a trabajar, mire la hora y marcaban las ocho de la mañana. ¡Maldita sea! Debía estar en el trabajo a las siete. Seguí recostado un rato mas y tuve una excelente idea: irme para el hospital a buscar una incapacidad. Convencido del plan me organicé y salí directo a urgencias, allí me colocaron suero intravenoso, luego de un par de horas me dieron de alta y me incapacitaron por deshidratación alcohólica, estaba muy contento porque el plan había salido de maravilla. Era medio día y hacia un calor infernal, me sentía un genio, la calle estaba atestada de gente, pues era seis de enero y los bares con música a todo volumen me llamaban a gritos a celebrar la proeza que acababa de hacer. Dentro de los diferentes sonidos, mis oídos rastrearon un vallenato de Diomedes Diaz y allí fui a parar, pedí una cerveza, luego otra y cuando menos pensé me había tomado diez. Un poco tambaleante y con la noche abriéndose paso, empecé a deambular de bar en bar hasta la media noche. Después no supe cómo, pero amanecí en mi cama. Desperté, me dirigí al baño y vomité hasta mas no poder, tenía un desaliento aterrador, me dolía todo el cuerpo y el arrepentimiento me marchitaba el alma. No podía mirar a los ojos a mi buena esposa que con compasión me miraba, no pude llorar porque no tenia alientos.

Al día siguiente fui a trabajar, tenía una sicosis que me torturaba sin cesar, el remordimiento de años de alcoholismo estaba represado y no podía mas con ese peso, venia sufriendo y haciendo sufrir a mis seres queridos desde hace mucho tiempo, no aguantaba más, me sentía el hombre más miserable de todos los hombres.

La mañana del trece de enero iba camino a casa luego de trabajar, y de pronto, vi algo que siempre había estado ahí, una casona al borde de una carretera polvorienta con un letrero azul con dos ases dentro de un triángulo que tenia un número telefónico, lo anoté y seguí mi camino. Esa tarde tome el teléfono y marque, contestó un joven y le pregunte por el programa de Alcohólicos Anónimos, me dijo que llamara luego porque el que sabia del tema era su papá. Minutos más tarde volví a llamar y me contesto un señor muy amable, le dije que estaba interesado en el programa, que cuanto valía la mensualidad, que donde me podía inscribir y cosas por el estilo. El señor un poco sonriente me dijo que a las siete de la noche había reunión, que fuera, que allá me explicaban todo.

Le conté a mi esposa lo que iba a hacer, ella me acompañó hasta la puerta y se fue. Me recibieron como si fuera un conocido de toda la vida, me abrazaron, me dieron la bienvenida e hicieron una reunión, según ellos, para los nuevos. Me sentí feliz, contaron historias que parecían que fueran mis historias, leyeron unos mandamientos que hablaban de que eso no tenia nada que ver con la política o la religión. Estaba impresionado de ver que era gente como yo la que estaba ahí, que no había médicos, ni sacerdotes, ni nada. La reunión terminó y me fui feliz a casa, sentía que había renacido, quería ir a una nueva reunión.

Seguí yendo a las reuniones, vale la pena decir que en un principio trataba que no me viera nadie entrando porque me sentía mal, pero con los días y el aprendizaje ya no me importaba, por el contrario, me sentía orgulloso, cada vez aprendía más cosas de la enfermedad, cada día le tenía más miedo al alcohol, cada día me sentía renovado y mas feliz. Mi familia era aun mas feliz que yo, mis relaciones interpersonales mejoraron, en el trabajo ahora era respetado y admirado, empecé a hacer deporte hasta convertirme en un ejemplo. Hoy en día la gente que me conoce me pide consejos, he borrado esa imagen de borracho, hasta tal punto que la gente ni la recuerda y los que me conocen hace unos cuantos años no creen cuando alguien les cuenta que yo bebía y hacia el ridículo. Me siento muy orgulloso, soy un referente para muchos, mis sobrinas nunca han visto a su tío borracho, y estoy seguro que la gente ya ni recuerda como era yo. Estoy muy agradecido con la vida y con Alcohólicos Anónimos.

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