Dio unas cuantas vueltas en la cama y abrió los ojos maldiciendo la excesiva cantidad de mates que había tomado por la tarde y parecían haberlo despabilado para siempre. Afuera empezaba a llover después de una semana poco habitual para agosto de días calurosos y soleados; » es el veranito de San Juan, la semana que viene van a llover soretes de punta» -le escuchó decir entonces a la vecina que barría la vereda- Pensó en Agosto, el aguacero y Vallejo, nunca se había sentido tan lejos de París. Cerró los ojos decidido a seleccionar de sus sueños recurrentes, el más adecuado para la ocasión. Eligió un día, antes ignorado, en alguna playa de la costa sur, un día de esos en los que es necesario correr rápido hasta la orilla para no quemarse los pies. Se sorprendió un poco, siempre odió las multitudes y el rebozado que la arena impulsada por el viento tejía sobre su cuerpo, pero la elección era inapelable y eso le alcanzó para entender que es la noche la que impone los recuerdos. Desde la orilla el calor se esfumaba prematuramente, miró a las gaviotas en el punto final del horizonte desde donde venía un viento insoportable, sintió el frío del mar a la altura de las rodillas cuando todavía estaba lejos. Un trueno y el fuerte diluvio desatado afuera lo rescataron del trance. Abrió los ojos y vio cómo el agua se filtraba por el hueco que dejaba el portalámparas en el techo, cayendo constantemente sobre su pierna. Con angustia corrió la cama y puso dos baldes para evitar que se siguiera mojando el piso, la poliritmia de las gotas sobre el plástico le recordó por un instante a la famosa tortura china y; como buscando algún consuelo, se dijo: – Hay gente que ni siquiera tiene techo. Abrió la ventana levantando levemente la persiana para que el aire secara el olor a humedad que despedía la madera del suelo. Encandilado por la primera claridad del cielo cubierto de nubes, supo que el sueño nunca vencería a la vigilia -«despabílate amor que el horror amanece», pensó- y apoyándose sobre el alféizer de la ventana continuó mirando la lluvia, decidido a soñar el diluvio universal.

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