Adolescentes rebeldes

Adolescentes rebeldes

Óscar Sson

09/06/2020

Fueron hasta la iglesia del otro lado del parque. En una papelera cogieron un cartón y escribieron: UNA LIMOSNA PARA QUE ESTOS POBRES HUÉRFANOS PUEDAN COMER. En la misma papelera encontraron un donut de chocolate mordido y Johny se lo ofreció a Rob.

– Tiene algunas hormigas pero se las quitamos y lo repartimos.

– ¿Estás seguro? ¿huele un poco raro? Ya te dije que teníamos que coger el desayuno que nos dejó mamá preparado.

– No seas nenaza. Los tíos duros como nosotros no comen lo que les dejan sus madres. – Y mordió el donut.

Johny puso mala cara pero lo disimuló lo mejor que pudo. Rob también comió su parte de donut caducado.

Se sentaron en la entrada de la iglesia. Del otro lado de la puerta había un mendigo que se les encaró.

– ¿Qué hacéis niñatos? Esto es para profesionales. Llevo ya diez años al pie del cañón. – Se encaró hacia ellos.

– Cállate hombre. No sabes con quién estás hablando. – Johny le enseñó los dientes como había visto en una serie de vampiros.

El mendigo cogió algo de miedo pensando que a lo mejor no estaban bien de la cabeza. Se dijo a si mismo que qué mal estaba el negocio.

Pasaron dos ancianas enganchadas por el codo y el mendigo empezó a suplicar una limosna.

Johny y Rob se guiñaron un ojo e intentaron camelarlas.

– Qué señoras tan estupendas. Podrían ser nuestras madres. – Este detalle le gustó a las señoras y se acercaron.

– ¿Y éstos niños tan guapos? ¿no teníais que estar en el colegio?.

– Si señora. Deberíamos. – Dijo Rob que era el que tenía más labia. – Pero nuestros padres están en el paro y queremos ayudar a la família con dinero para comer.

En ese momento el estómago de Rob lanzó un rugido. El donut ciertamente debía estar en muy mal estado.

– Pero niño, ¿ha sido tu estómago el que ha hecho ese ruido? – Dijo la señora mientras abría su bolso.

– Si señora, llevamos tres días sin comer. Piense que podría ser su hijo.

– Anda niño, bien podría ser tu bisabuela. Tomad cinco euros y dádselo a vuestros padres. – Las ancianas se sonrieron y entraron en la iglesia.

Rob salío corriendo hacia unos arbustos.

– ¿Pero qué haces? – Le gritó Johny.

– Que me cago. Tu maldito donut creo que me ha hecho daño.

El mendigo aprovechó que Johny estaba solo y despistado y le golpeó con un palo.

– Caradura. Dame mi dinero. Estáis robandome el empleo. – Y le arrancó los cinco euros de la mano.

Johny cogió unas piedras y empezó a lanzárselas al mendigo que se parapetó en la entrada de la iglesia. Johny tuvo tan mala fortuna que con una de las piedras rompió una de las vidrieras y se oyeron gritos dentro.

Johny escapó corriendo y se escondió detrás de un árbol gritándole a Rob que no se moviese de donde estaba entre en los arbustos.

Vió a Rob como se subía los pantalones y corría hacia él. Salieron los dos corriendo mientras oían maldecir al mendigo.

– !Hijos del diablo¡ !Sinvergüenzas¡

Rob estaba pálido.

– No me encuentro muy bien Johny.

– Tranquilo, para algo soy tu hermano mayor. Sígueme.

Y entraron los dos en la farmacia del barrio y se dirigieron a una farmacéutica joven.

– Guapa, mi hermano no se encuentra bien. ¿tendras una aspirina o algún remedio?

– ¿Pero cómo que guapa? ¿Cuántos años tienes chaval? – La chica lo regañó pero se sonreía para si misma.

– Perdone señorita. Es como hacen en las películas.

Ella se agachó y le puso la mano en la frente a Rob.

– Chaval, tienes mala cara pero no parece que tengas fiebre. Te voy a dar un paracetamol que es mano de santo.

Johny se apoyó en el mostrador como si fuera la barra de un bar y se fijó que la farmacéutica tenía su nombre en la bata.

– Inés, cuando hayas atendido al chavalín, ponme por favor una caja de preservativos.

Inés, se puso colorada y empezó a reirse como no recordaba haberse reído en muchísimo tiempo. Se reía y le caían las lágrimas de tanto reírse.

Johny se sintió un poco avergonzado pero luego se encaró a Inés. – ¿pero de qué te ríes?

– ¿Que de qué me río? – Se carcajeaba sin sinquiera taparse la boca al reirse. – !Ay por favor¡ !qué gracioso¡ – Cogió un pañuelo de papel y se intentó secar las lágrimas. – !Ay, que no puedo¡ Niño vete para casa por favor. Iros los dos. Hoy me has alegrado el día. – Y le señaló la salida sin dejar de reirse.

Johny cogió a Rob de la mano y fuera de la farmacia le enseñó un montón de caramelos de menta que había cogido mientras Inés no miraba. – Para que veas lo espabilado que es tu hermano. Que eres un flojete.

Y se fueron los dos a casa de su abuela. A ver si les daba unos bocatas de nocilla, que ya empezaban a tener hambre.

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