No era una chica inocente. El rímel corrido, las ojeras pronunciadas y la mirada fulminante la delataban.
Una sonrisa torcida se dibujaba, mientras mordía sus labios y dirigía una mirada con un desdén hacía el.
El, estaba recostado, su pesada humanidad traspiraba y ya no jadeaba, el encuentro sexual había culminado con sobriedad, se sentía tranquilamente extasiado.
Una luz tenue se filtraba por la rendija de la ventana y daba un poco de vida a la sórdida habitación que parecía más el hábitat de animales de carroña.
Empezaron a besarse nuevamente, una mezcla de aguardiente y sudor era el incipiente para la nueva faena.
Ella deslizó su mano por la velluda espalda, alcanzó a tomar la navaja que antes había ocultado secretamente debajo de la almohada, penetró sobre el riñón. Ahí todo acabó. Su ultimo suspiro, una ultima sonrisa. Una última palabra: Adiós.
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