Después de todo está situación no debió ocurrir, pero ocurrió y nos dejó está extraña sensación agridulce. Algunos dirán que las cosas ocurren porque tienen que ocurrir, porque la fuerza del destino es implacable. Otros dirán que las cosas ocurren porque las variables se juntaron en la ecuación, se resolvió y el resultado final es la ejecución de la operación, nada al azar, todo colocado justa y necesariamente por los actores, está suerte de causa efecto. Otros dirán que las cosas ocurren porque hay vida, la vida misma es un acto a resolver y mientras se es poseedor de vida todo lo que tiene que ocurrir, ocurrirá para ser resuelto y dar origen a nuevas cadenas de eventos. Sin embargo en esta ocasión reniego de lo ocurrido, si hubiera tenido la capacidad para detener todo y volver al principio lo hubiera hecho, pero no pude, ahora solo nos queda el arrepentimiento y no hay peor veneno que ese sentimiento.
Cuando Adán se vistió de rana para sentirse involucionado hacía la cuna de la metamorfosis, lo hizo porque así fluía su creatividad. Cuando tomó la espada en la derecha y el libro en la izquierda, creí que trató de transmitir un mensaje, quizá algo relacionado con la guerra y el conocimiento o la fuerza y el saber. Pero cuando se colocó la armadura y escribió con sangre el mensaje de la contraportada supe que su estabilidad mental estaba atrofiada. Me alarmé, pregunté y su respuesta sonó quizá congruente con el arte: «Estoy armando un bestiario razonado, un catálogo en el que se describirán a cada una de las bestias que se creen mitológicas y que yo las veo como una realidad tangible. Por tal razón estoy haciendo esto, todo mi acto es solo una representación de lo que existe alrededor, nada fuera de lo común, todo lo hago para que vean los ciegos, para que despierten los dormidos.»
Ese día lo deje ser con su explicación, más al llegar el alba ya no pude seguir sostenido la idea de que él estaba cuerdo. Adán ya no era Adán, dejó de ser la criatura de mis afectos para convertirse en un desconocido. Una persona que entre sus actos descabellados gozaba dañar a otras criaturas.
Si, así fue, ese día fue el último, enterré al animal, le pedí disculpas al vecino y llamé al centro psiquiátrico. Se llevaron a Adán, no sentí pena, sentí alivio, tranquilidad porque ya no matará, ya no se hará daño tratando de ser y comprender la realidad que no fue creada para él. Está situación no debió ocurrir, pero ocurrió y lamento tanto que haya llegado hasta aquí, si hubiera tenido la posibilidad le hubiera detenido, pero una madre nunca puede ir en contra de un hijo.
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