Abrazos que lo son todo

Abrazos que lo son todo

 Hay abrazos que no son solo un gesto, sino un refugio, una respuesta silenciosa que lo cambia todo. Esos abrazos se convierten en tu todo, en tu paz y en tu fuerza para seguir adelante. 

Recuerdo los momentos hermosos con mi padre: sus abrazos me hacían sentir segura y feliz. Yo quería estar todo el día con él, incluso me encantaba acompañarlo a su trabajo solo para recibir un abrazo más. Esos abrazos eran mi todo, mi alegría, mi refugio. Me gustaba porque mi papá jugaba conmigo, me hacía cosquillas y cuando me tocaba la nariz yo no paraba de reír. Cuando jugaba con él me sentía única y muy feliz. Aunque no pudiera darme muchas cosas materiales, a mí no me importaba; lo único que yo quería era sentirme feliz a su lado. También me gustaba que a veces me daba su comida. Él decía que no tenía hambre, pero en realidad lo hacía para que yo estuviera llena. Ese gesto me hacía sentir tan amada y cuidada, porque entendía que su felicidad estaba en verme bien, aunque él tuviera que privarse de algo.

Yo no vivía con mi padre, pero siempre estuvo para mí. Me enseñó que el amor verdadero no necesita estar todos los días bajo el mismo techo, sino en los gestos, en el apoyo y en la presencia en los momentos importantes. Hasta recuerdo mis pequeñas travesuras: cuando me pedía el favor de ir a la tienda, yo compraba lo que él me encargaba y el resto lo gastaba en mecatos para mí. Aun así, nunca se enojaba conmigo, y eso me enseñó que el amor también es paciencia y comprensión.

Cuando estaba lejos por su trabajo, a veces se iba todo el día y no podía llevarme con él. Yo sentía un vacío enorme, miraba mucho el reloj deseando que regresara pronto. Y cuando por fin veía su cara en la noche o en la tarde, me daba una felicidad muy grande. Hoy extraño todo eso, sobre todo en los momentos en que necesito hablar o cuando quiero devolverle una sonrisa a la vida. Sus brazos eran el lugar donde todo se volvía más sencillo y más bonito.

De mi padre aprendí a valorar cada instante, a vivir con una sonrisa y a acompañar a los demás tanto en las buenas como en las malas. Me enseñó también a confiar en Dios, que siempre escucha y nunca abandona. Mi papá ya no está en este mundo, pero su amor sigue vivo en mí. Sus abrazos se quedaron grabados en mi corazón, y aunque ahora solo los tengo en mis recuerdos, me sostienen cada día. Si pudiera hablar con él, le diría que su amor fue el mejor regalo que pude recibir y que me acompaña siempre, porque hay un Dios que nos sostiene y que un día nos volverá a reunir.

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