Porque la vida también se trata de respirar, confiar y soltar.
Vivimos corriendo. Contra el tiempo, contra las metas, contra los pendientes. Corremos para llegar, para responder, para complacer. Y sin darnos cuenta, nos afanamos por todo: por lo que aún no ha pasado, por lo que podría salir mal, por lo que otros esperan de nosotros.
Y en medio de ese ritmo acelerado, muchas veces nos perdemos de lo más importante: vivir con paz.
No es que los problemas no existan. Claro que los hay.
Hay facturas, cansancio, incertidumbre, decepciones.
Pero también hay algo más profundo, algo que no se compra ni se publica: la calma interior.
A veces, lo mejor que podemos hacer por nuestra salud emocional, espiritual y física es detenernos.
Respirar.
Recordar que hay cosas que no dependen de nosotros y está bien.
Que no somos máquinas. Que el mundo no se va a caer si bajamos el ritmo un rato.
No estar con afán no es ser irresponsable.
Es elegir confiar.
Es decirle al miedo: “hoy no te voy a dar el control”.
Es entender que la vida se vive un día a la vez, y que cada día tiene su propia carga.
Si hoy estás sintiendo que todo va muy rápido, si te estás exigiendo más de la cuenta, si ya ni recordás cuándo fue la última vez que respiraste profundo…
Este es tu recordatorio:
A pesar de todo, no estés con afán.
Lo que es para vos, llegará.
Lo que no, enseñará.
Y lo que hoy te pesa… también va a pasar.
«Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.»
— Filipenses 4:6
OPINIONES Y COMENTARIOS