Existen en este mundo bellas rosas, de las que nadie se acuerda porque nadie puede ver, pues crecen en un patio interior donde el único testigo de su belleza soy yo.
Así puedo afirmar que verdaderamente son bellas, pero tienen un amargo final. Mueren quemadas por el sol, sin haber sido tocadas, olidas, ni observadas por nadie más.
Soy un espectador de su sino sin sentido, y me sorprende que esto se repita una y otra vez durante todo el año. El rosal siempre da rosas, y siempre mueren en su monotonía. Cuando no las quema el sol de agosto, las queman las heladas de diciembre, sin embargo, nunca deja de dar flor, y yo me pregunto qué sentido tiene que siga dando flores el dichoso rosal. Si yo fuera ese rosal hace tiempo me habría secado.
Después de divagar largo rato, he llegado a la conclusión de que el rosal entiende mejor la vida que yo, pues el rosal vive realmente para dar rosas, no importan las vicisitudes, él siempre dará rosas hasta que se seque por completo y muera. Y he aquí el quid del asunto, ese rosal no se seca porque es regado. Las rosas no buscan más admiración que la de su cuidador. Y esto realmente es terrible, porque me hace ver que yo busco afuera lo que no tengo en mi interior. La felicidad o el amor nace en uno mismo.
También me di cuenta que nunca tuve cuidador. Eso resulta más lógico al comprender por qué nunca di rosas. Los cactus no dan rosas, rara vez flores. Pero las pocas veces que dan flores, son sin duda más impresionantes que las rosas, porque vienen de un cactus, y estos no tienen tiempo para florituras.
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