¡Me asfixia! Habrá quienes lo ignoren, habrá quienes quieran que lo ignoremos; me asfixia la exigencia inyectada sutilmente como gotas de morfina por ellos, celadores implacables de nuestros lugares comunes; por ellos, que están siempre a nuestro lado; guardianes de nuestras alegrías y encargados de hacerlas perdurar eternamente, como un eco repitiéndose sin parar hasta los albores de su creación y volviendo otra vez para recordarnos: ¡tenés que ser feliz!
¿Pero no lo entiende? Un hombre no va menos perdido por caminar en línea recta y una persona solo se torna interesante si comienza a dudar. A mi edad, que las velas valen más que el pastel, miro a mi lado y la tristeza me sonríe amiga, todavía saludable. Y vos, si te lo pido esta noche, ¿ayudarías a cargar mi peso?
Los bosques me miran mudos y llueve sin furia, como reprimiendo el grito pero sin poder dejar de llorar. Cada noche, luego del acto final, miro alrededor y solo veo ratas abajo del escenario y tristeza cuando se cierra el telón. Y vos, que me exigís ser feliz… ¿ayudarías esta noche a cargar mi peso?-
Luego de bajar su mirada por unos segundos y limpiarse las lágrimas, levantó la cabeza y sonrió; se escuchó la primera persona aplaudir y a ella la siguieron todas las demás y se sostuvo durante varios segundos, no recuerdo cuanto. Solo pude incorporarme de a poco sin dejar de observarla; ella me miró y me dijo – Dale Alfredo, sacá esa cara de pelotudo que acá nos hacemos unos vinos for sure – me sacó el sombrero y empezó a pasarlo por todos quienes estaban ahí, que dejaban sus monedas y billetes. – Al fin sirve para algo este coso. – me dijo riendo mientras recolectaba el dinero – Además de su importante función de ridiculizarte, claro.
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