Que tú me viste hincar mis espinas puras
en el ocre muro…
Fotografía de la portada cedida por Cipriano Jiménez,
compañero de todas estas aventuras literarias
y presente desde el primer momento en su devenir.
Para ti.
El torso desnudo cobija
un lánguido corazón celeste
entre las aristas de las promesas sombrías,
y aquí en los sueños despiertan
los adioses de nácar…
Es una noche opaca,
casi de invierno,
gélida noche de diciembre
que el olvido de enero trocado pregona;
y estoy solo, en el hogar inabitable,
ansiando una quimera sedosa y nueva:
cualquier trazo sobre la hendida llama,
cualquier deseo, en el hilo de tierra
de la tristeza encantado, o, en el fruto,
cualquier fuente de agua serena.
En el espejo de la noche deambula
aquel fondo de presencia,
que grita al recuerdo apagado: jamás,
y a la esperanza: amor.
Aquel fondo que arrastra las piedras
de los torbellinos carmesíes y agostados.
Sí, te añoro, noche marchita y opaca,
casi de invierno,
noche sin luna, cuando me niegas
la tibia sonrisa de la tragedia,
y de la tibia amapola,
que sotierra mi alma en sus aromas.
Que tú me viste hincar mis espinas puras
en el ocre muro,
para ensangrentar las ruinas trémolas
que hoy en la ausencia del agua esperan…
Sí, te conozco, noche marchita y opaca,
casi de invierno.
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