Historia

Una gran historia para mi nieto

La rutina de viajar todas las semanas me comenzaba a gustar, era un momento de soledad, aquel estado esquivo que siempre busqué pero se escabullía fácil, por fin logré tener mi preciado momento en que no tenía que convivir con humanos por norma social. En ocasiones perdía el avión, ya que contaba con el tiempo justo y aveces era menos del que necesitaba y tenía que tomar un bus que se demoraba 6 horas en llegar de vuelta a mi ciudad de residencia que llamaremos Costa mar, donde me esperaba mi familia perfecta, si, perfecta, una mujer inteligente, divertida y equilibrada, una pequeña hija de 4 años, con una belleza fuera de lo común y superdotada de encanto, humor y gracia, un hijo de 10 años de inteligencia brillante, con síndrome de Asperger igual que yo, pero que a diferencia de mi caso, gracias al ímpetu de mi esposa, fue diagnosticado pequeño, claro, para ella era muy llamativo, lo que para mi había sido rutinario toda la vida, no se si usar la palabra «diagnóstico» sea acertado, porque pareciera indicar engañosamente una condición patológica, yo concluyo que este singular conjunto de características, para mi tan normales, son solo un esbozo de la evolución de nuestra especie y que en unas cuantas generaciones más, será la norma.

Nuestra familia perfecta parecía un prototipo planificado como concepto de familia ideal, a pesar de que sus miembros masculinos somos todos pertenecientes a esta descripción de libro ya mencionada, de hecho mi padre, a los 8 años ya recibía el apodo de «El sabio Machuca» de sus compañeros de curso de una remota escuela rural de la zona cordillerana del extremo y frío sur de Chile, donde los libros y revistas eran consideradas tesoros (en la década de los 60s), pero mi padre recibía como regalos de los dueños del fundo donde mi abuelo era gañán, si, ese es el nombre que se le da al último eslabón en el ecosistema del campo, mi abuelo era un hombre sencillo y definitivamente mi padre no heredó de el su pasión por la lectura precoz, pero seguramente si copió los genes que no le permitían del todo, comunicarse fluidamente con el mundo, los mismos que al parecer se siguieron heredando ligados a la masculinidad de nuestra descendencia.

Mi padre cuando caminaba 6 kilómetros por la nieve en invierno para llegar a su colegio, todos los días y con calzado precario, pudo disfrutar de ese tesoro tan escaso que es la soledad, quizás eso le permitió desentrañar sus deseos profundos y decidir tempranamente ir a estudiar al seminario para poder escapar de su futuro como gañan del campo y ser un sacerdote letrado y rodeado de libros, a veces pienso que la introspección profunda, probablemente es la forma que tenemos de conocer lo que nuestro interior añora.

Yo tengo buenos zapatos y no camino en la nieve, tampoco tengo 8 años, pero si tengo, al menos una vez a la semana, el mismo tesoro que mi padre en sus caminatas diarias, la preciada soledad, la misma que me lleva a planificar, construir y destruir proyectos de forma permanente, pero sin duda hay una idea que se mantiene en el fondo y que hace que todas las miles de cavilaciones que llenan mi mente parezcan solo ruido, esta idea es la necesidad de crear una gran historia que contarle a mi nieto y es aquí donde me quiero detener.

Las grandes historias se construyen, por lo que no debiera ser necesario esperar que ocurran, quizás solo deba buscarla y luego identificarla y escribirla, yo no soy de aquellos que cuentan los sucesos que les acontecen, de hecho, a pesar de que estoy seguro de que tengo historias interesantes que contar para el resto, no me interesa transmitirlas debido a que creo que no son especialmente sobresalientes y no quiero parecerme ni escucharme como quienes cuentan sus proezas simples y triviales como si fueran una epopeya, yo realmente quería participar de una historia digna de ser contada a mi nieto, algo con sustancia, un relato constructivo que pudiera llenarlo de emociones, cabe considerar que mi nieto aún no existe, pero la lógica indica que será un amante de las historias increíbles y llenas de complejidades, será un nuevo «sabio machuca» sensible hasta la medula y ávido de información y emociones.

Ahora que ya dejé de viajar en avión y solo viajo en bus, los personajes que veo los días martes son los menos aventajados de la sociedad, no me refiero a los viajeros, sino a los que merodean en los terminales de buses, los vagabundos, vendedores ambulantes, esquizofrénicos, drogadictos y toda el espectro imaginable de personas con distintos niveles de desequilibrio mental. Los terminales de buses son verdaderos centros cosmopolitas de la miseria humana, es importante detenerme en este punto, porque mientras en el aeropuerto están los que ya ganaron pero quieren mantenerse en el podio, en los terminales están vagando los que perdieron y ni siquiera lo saben, quizás algunos de ellos tienen esperanzas, aunque no se si pueda haber algún tipo de esperanza de mejor vida mientras se pide limosna a los viajeros.

Uno de aquellos personajes me pareció distinto, un niño que dejaba juguetes en las mesas de los comensales de un sucio restaurant

de paso del terminal Santiago, quizás era un par de años mayor que mi hijo pero tenía probablemente mucha mayor experiencia que el y seguro que no era la mejor, ya lo había visto varias veces, al parecer su rutina de pasar todos los días a ese restaurant era inflexible y podía esperar a que se repitiera el patrón. En general dejo pasar a quienes buscan limosna a través de ese sistema de manipulación sentimental consistente en dejar un objeto en cada mesa y luego pedir a los comensales una cooperación a cambio del objeto, contando historias tristes, pero Germán era distinto, el no mantenía contacto visual, no era un buen vendedor y cuando terminaba su protocolo rígido, tomaba una libreta y anotaba algo, yo me imaginaba que escribía estadísticas sobre sus ventas pero era solo una especulación, de hecho ya era raro que un adolescente que pide limosnas escriba con tanto interés y yo quería saber que escribía.

Comencé a frecuentar aquel lugar y observé que la hora a la que entraba era siempre la misma, pero ahora empecé a comprar los juguetes que dejaba en mi mesa, a el no parecía importarle, solo se veía interesado en terminar el trámite y sentarse a anotar en su libreta, yo no me atrevía a preguntarle sobre su conducta, no soy muy de hablar con desconocidos, a pesar de la curiosidad que me asaltaba.

Una tarde decidí hablar con el y preguntarle que era lo que anotaba en su misteriosa libreta, al parecer se sintió sorprendido por lo que la cubrió y me dijo que nada importante, por lo que opté por preguntarle por su rigidez en el patrón de horario en el que iba a vender sus objetos al restaurant, lo que pareció ser aún más invasivo, por lo visto no soy bueno sociabilizando con desconocidos y el niño de la libreta era aún peor, claramente no tenía buen futuro como vendedor, aún así logré establecer una conversación con el, finalmente tenía apenas 12 años pero la calle lo había hecho crecer en apariencia, me conmovía ver como el a pesar de ser un niño, tenía que buscar la forma de obtener sus recursos para poder comer. Lo que el escribía no era su historia de vida, lo único que el tenía como tesoro era su capacidad para escribir.

Lo que el hacía era una historia sobre personajes de ficción que mezclaba para hacer una gran epopeya, la fantasía llenaba su libreta, nada de lo que escribía tenía un cable a tierra con su dura realidad, lo que el estaba haciendo era caminar por la nieve y su soledad lo estaba guiando, el no tenía acceso a mejor guía que su propio interior, yo no sabía realmente

si el evadir su realidad, escapándose a la fantasía lo ayudaría realmente, yo quería decirle que el debería escribir sobre su historia de vida pero eso no me acercaría a el y yo quería ayudarlo de verdad, el era una persona fuera de serie y estaba rodeado de un mundo hostil y solitario, estaba seguro que quienes lo rodeaban, nunca podrían guiarlo como yo, así que hice lo único que podía hacer, le ofrecí un trabajo.

Te quiero pedir un trato Germán, estoy seguro que tu vida debe ser interesante y quiero ofrecerte un trabajo, quiero que me escribas una vez a la semana una carta que cuente tu vida o todo lo que quieras contarme y yo te pagaré por cada carta $10.000 con eso podrás pagar en parte tu alimentación y no tendrás que preocuparte por vender tantos juguetes. El niño me miraba incrédulo, de hecho por primera vez me miró directo a los ojos sin bajar la mirada, finalmente aceptó, por primera vez lo vi sonreír, a el le gustaba escribir y le estaban pagando por lo que para el era un juego, quizás la historia para mi nieto comenzaba a escribirse.

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