En el cielo las estrellas permanecen intactas. Titilan por capricho, sin un patrón ni libreto. Son hermosas, representan la divinidad de la creación y se nos exhiben como algo que queremos alcanzar pero no logramos.
Abajo estamos nosotros. Nos movemos de un lado a otro. A veces no sabemos qué hacer ni a dónde ir, pero nos hemos convencido de que tenemos que saber hacer algo para ser amados. De que tenemos que ocupar un lugar en la sociedad para ser respetados y de que tenemos que conseguir reconocimientos y cosas materiales para llenar un vacío que no existe, pero del que escuchamos tanto que nos encargamos de inventar.
Miramos de nuevo las estrellas y pensamos que lo que queremos es tenerlas en nuestras manos. Que lo que nos asombra de ellas es precisamente lo inalcanzables que son, pero entonces pensamos en otras bellezas naturales y nos damos cuenta de nuestra equivocación. Los lagos son bellos y podemos hundirnos en ellos hasta nuestra saciedad o hasta contaminarlos en nuestro afán por sentir que las cosas nos pertenecen. Los animales, de igual forma, nos parecen hermosos, los tenemos a nuestro alcance y entonces también nos esforzamos por sentirlos nuestros y terminamos por maltratarlos, comerlos y hasta extinguirlos con tal de llenar ese vacío que nos inventamos.
Nos volvemos a preguntar entonces cuál es el motivo por el que admiramos tanto las estrellas. No es porque son inalcanzables y tampoco porque brillen ya que nuestros ojos y brillan y no los valoramos. ¿Cuál es la verdadera respuesta de nuestra admiración a las estrellas?
Vivimos un día cansado, lleno de ajetreo por el trabajo, los problemas personales y el bullicio de la sociedad. Desesperados miramos al cielo buscando un poco de tranquilidad y ahí las vemos de nuevo. Las estrellas tan majestuosas como siempre por fin nos muestran su verdadera belleza. No es porque sean inalcanzables ni por su singular resplandor que nos gustan tanto. El motivo real por el que admiramos tanto a las estrellas es porque hacen lo que quieren. Están en el cielo, titilan a su antojo y hay días en los que se nos esconden y no las podemos observar.
Las estrellas son libres mientras que nosotros nos imponemos cientos de obligaciones. Las estrellas se apropian del cielo mientras que la tierra y sus banalidades se apropian de nosotros.
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