EL DESEO DEL AMOR

La mañana, era poseída por un tierno rocío celestial que azotaba la vieja casa del señor Eduarw García, con tan sólo veintitrés años lograba tener la fortaleza de un viejo de cuarenta para sobrellevar los duros golpes de la vida. En la fría y melancólica mañana del lunes fugaz Eduarw hizo un intento efímero por sobrellevar el sopor del peor inicio de semana.

Unos cuantos días atrás, Eduarw extasiado por la lectura, el café y los amargos cigarros sin filtro alguno que protegiera su boca y su dentadura que parecía hecha por un artista y no por la naturaleza de Dios, se desboronaba en una mecedora de madera fina que su padre muy bien ganó en una pelea de gallos clandestina. De sus manos huesudas se desprendió el pocillo de porcelana vieja que su madre, la señora Fermina del altar cuido en sus tiempos de vida terrenal. De ese magistral golpe de la porcelana chocando con el suelo helado y oscuro, Eduarw se sobresaltó derrumbando los sueños construidos en la pesada tarde que era hostigada por las grandes olas de calor, que al parecer no tenían fin alguno; se acomodó de nuevo los ojos, porque los sentía mal puestos y recobró la conciencia pensando en esa onírica experiencia, que los dioses le concibieron la potestad de ver. Sobresaltado y melancólico por el recuerdo fugaz del sueño que lo dejo con la intriga si de verdad ese era él, se sobrepuso ante el pesado sofocamiento de la vieja casa, que ya tenía más de un siglo de pie; se sacudió de su cuerpo lánguido y mal cuidado, la lucidez del sueño que lo atormentaba de forma directa y precisa, luego se volvió a estripar sus ojos color verde esmeralda, que se tornaban en un rojo encendido por la falta de antiparras. Alzó la cabeza y suspiro el aire caliente y flameante de su casa mal hecha y grito a pulmón entero <<dioses del más allá, acuérdense de mi…>> respiro tan profundamente que sintió sus pulmones arder, pero volvió y exclamó <<… la vida no es justa para mí>>. Se dirigió lentamente al tocador para quitarse de encima los estragos del mal dormir y luego fue por la escoba de palma, que su madre Fermina del altar hizo a mano durante veinte días. Barrio las ruinas de la porcelana vieja; mientras barría a mala gana exclamaba entre dientes <<mi madre querida, que en paz descanse me hubiera matado, por ese pocillo del demonio>>. Sólo pensaba en la reminiscencia de su alucinación lacónica que lo dejaba intrigado; trato de reconstruir la vivencia celestial del sueño, donde logro verse así mismo taciturno, parsimonioso, deteriorado por el asolamiento de su propia existencia. Reaccionó unos cuantos minutos después y se sintió devastado por la soledad que lo acompañaba.

Unas pocas horas después, se vistió deprisa olvidando su sombrero trilby de alas cortas, hecho de fieltro negro con una cinta que lo recorría de color rojo. Salió a la velocidad que sus pies se lo permitían y divagó por la selva urbana, donde todas las personas compartían un cierto parecido con algunos animales tropicales. Divagó hasta llegar al rincón de ellos, para satisfacer sus deseos carnales con el elixir y manjar de los dioses en los que él creía. Buscó minuciosamente entre las prostitutas que allí residían, hasta encontrar en medio del tumulto de seres inanimados llevados por una misma ola de sexo alocado, a la dueña y fundadora del rincón de ellos la señora Dilia Becerra para lograr compartir el deseo corporal que lo poseía. Luego de ese encuentro sexual; los dos mortales, acostados mirando el techo oscuro, sintiendo la esencia corporal de ambos seres en el aire pesado y bochornoso de la habitación, que muy bien ellos supieron compartir. Después, sofocados por el ambiente de la química alocada del sexo; Eduarw se paró de la cama, mientras esta misma chirreaba como los mil demonios en el alma taciturna y oscura del viejo. Se vistió con su pantalón de lino viejo con un color opaco y oscuro, se colocó su camisa a cuadros de colores vivos y flameantes, sus zapatos de charol que su padre le dejo como parte de la herencia familiar y por ultimo trato de buscar bajo la vestimenta de la cama, el sombrero añejo que por ninguna razón lo dejaba olvidado, pero nunca lo encontró. Salió deprisa olvidando su cofia y dejándola en el ancho mar del olvido, alzo su mano esquelética al primer taxi viejo que pasó y se embarcó en una travesía prescindiendo la aventura sexual con la muy bien formada Dilia Becerra.

Llegó a su casa vieja, dio las gracias al conductor y bajó con la lucidez del amor a flor de piel, abrió su casa añejada por el tiempo y vio ese corredor largo y oscuro, dio la vuelta y sintió tanta tristeza que de sus ojos de un tonalidad rara e imprecisa, se desprendieron dolores amargos; miro el cielo con su mar de estrellas y la gran inspiradora de los poetas, la luna. Luego divagó en el infinito mundo de la sensatez para decirse a sí mismo, cuanto repudiaba la soledad. Entró con paso firme y melancólico a la casa vieja casa, recordando la figura lucida de Dilia Becerra en medio de la imponente oscuridad, cerró los ojos y respiro el aire maltrecho de su propio hogar; recordando la majestuosa representación de una diosa como lo era Dilia, con sus senos puestos en su lugar, sus piernas torneadas a la perfección, su espalda recta, con un camino hacia la gloria, su abdomen imperfecto, pero eso no había de importar, luego recordó el rostro de esa figura celestial, sus ojos calor café, sus labios voluptuosos y bien formados, sus nariz achatada pero hermosa, su pelo rizado por la naturaleza de Dios. Exhaló y abrió los ojos, regresando a la realidad abrasadora de esa vieja casa. Dispuso todo su cuerpo a descansar en la fría y amarga noche del mes de mayo, se postro en la cama matrimonial de sus padres y se fue desvistiendo según la necesidad de su ser; luego se acobijó completamente de pies a cabeza, impidiendo observar la mala hora de los espantos. Cerró los ojos y sintió todo su ser poseído por la orquesta melodiosa que formaba la lluvia con el techo de cinc y descansó tácitamente en las fauces de la noche. Mientras su ser era embrujado por la misma noche, lograba fantasear oníricamente y divagar por el tiempo como cualquier objeto.

Mientras la noche transcurría su cuerpo era consumido a bocaradas por la oscuridad infectada de pesadillas recónditas. Eduarw sentía vivir una vida ajena a la de él mismo; se vio demacrado, viejo y añejo por el pasar del tiempo; vio y sintió el amor en sus manos mal cuidadas y forradas en piel, sintió a una niña preciosa, con su cuerpo misterioso y celestial, con sus ojos vivos acompañados de una boca y cabellera bien formadas, hechos como por una deidad, respiró profundamente y sintió el aroma y presencia de una diosa, con un sabor más allá de lo exótico; vio a un mortal enrollarse en su cuerpo añejado; sintiendo la sulfuración del deseo carnal en su completa masa corporal; sobresaltado, con el miedo y desespero recorriendo su alma y espíritu; quiso borrar de la faz de su memoria toda alucinación sobre amores altruistas e insignificantes con diosas del olimpo.

La vieja casa, era poseída por las tiniebla acompañadas con un frio aterrador; que para él parecía el frio acogedor de la misma muerte. Eduarw con los ojos bien puestos y abiertos, sintiendo una cuantas gotas de sudor correr por su rostro amargo, sucumbiendo al miedo ingenuo de la soledad que lo acariciaba cada vez más fuerte. Tomó una gran bocarada de aire infestado de suspicacia y saltó de su lecho con una fuerza sobrenatural, que ni él mismo podía creerlo. Divago sin tregua alguna por toda su casa buscando la paz que su ser le clamaba.

El domingo por la mañana, recordando con mayor miedo aquella pericia del mal dormir; con los primeros rayos celestiales que invadía la tenue oscuridad. Preparó un café suave y exquisito, tomó su librillo de bolsillo con una talladura marquesa de colores ficticios y alegres. Redactó a pie de letra cada experiencia irreal vivida en la fría y melancólica noche de su vida fugaz, donde plasmaba a grandes rasgos las secuelas celestiales dejadas por la horripilante mala noche.

Noche 30 de desespero onírico:

Ya han pasado más de treinta días consumido por el mal dormir, mi cuerpo está al borde de un colapso, mis manos tiemblan sin cesar, mi cara cada día se parece más a la de un difunto; pálida, arrugada y fría. En esta mala noche el espanto del futuro toco mi mente y la sacudió como un pañuelo sucio y viejo, hizo de las suyas en mi torpe cuerpo; ahora con los primeros rayos sublimes de la estrella que logra dominar el inmenso cielo celeste, pensaré de la mejor forma para evitar estas cosas de belcebú que hoy me matan lenta y dolorosamente…

Se puso su armadura de valor con un casco de audacia varonil, y salió de su propia casa con las fuerzas recompuestas en busca de sobrio amor, que para él era el mejor tranquilizador de una mente con tantos disparates. Cuando llego al recinto de prostitutas, buscó en la sala principal a Dilia, cuando la halló miró sus parsimoniosos destellantes de una felicidad exponencial, que iluminaba su aura completa. Tomó sus manos y las besó con gran júbilo y se arrodillo frente a sus pies tallados no por la gracia de Dios sino por la naturaleza misma, sus manos se pusieron sudorosas y frías; alzo su cabeza y la miró a ella con sus ojos cafés encendidos por el día paradisiaco que golpeaba el mes de mayo. Abrió su boca para aspirar un poco de aire caliente, concentrándose en el amor que sentía para traducir sin miedo alguno lo que su corazón decía.

-Cásate conmigo, no te puedo dar mejor vida pero si un buen amor. Cerró sus ojos para evitar sentir las lágrimas correr por su arrugada cara.

Ella un poco agitada y ruborizada por la briza que sintió con la propuesta hecha en medio del tumulto de trabajadoras sexuales, le acentuó sin sentimiento alguno. –No sé si mi corazón esté listo para el amor viajero de un hombre enamorado, que toma por completo mi ser débil y me embadurna de sus tonos alegres y fiesteros.

Eduarw se exaltó por la respuesta sin sentido de su amor pasajero, sus manos comenzaron a sudar sin razón alguna, su mente se nublo y se sintió mareado; con ganas de que la tierra se abriera y se lo tragara de un bocado y sin saborear, sintió taquicardia acompañado con un dolor de cabeza leve. Soltó las manos de su difunto amor, con la mano derecha saco un pañuelo gris con líneas negras y blancas que hacían un hermoso tallado colonial, con la mano izquierda sacó su cuadernillo del bolsillo de su pantalón viejo y arranco una de las primeras páginas y le replicó lentamente con la voz quebrantada. –Amor de mi ojos, he dedicado diez noches a consumar nuestro amor; hoy me doy cuenta que no sirvo en las plataformas divinas que ofrece entregar el alma por un mortal que no da nada a cambio- su voz se quebrantó por unas gotas de angustias y pesares que se derramaron desgarrando la piel de su cara muerta y sin sentido. Se calmó y siguió – Le recito, lo que escribió un corazón enamorado de las más grandes divinidades que el Dios supremo creó, hoy considero que el amor es una de ellas. Así qué sin angustia alguna lo voy a leer-

LA FRAGILIDAD DE MI SER

Somos así, un poco frágiles; nuestros cuerpos son débiles,

el amor corroe en ellos y los destroza en manos ajenas a las nuestras;

somos una hermosa pero pequeña constelación de fragilidad eterna.

Somos como un recién nacido, frágiles, inconscientes,

de lo que las aguas imperativas del amor pueden hacer con nosotros.

Sí, todo mi ser, mísero y taciturno es frágil.

El amor lo tomo por sorpresa y lo lleno de sus tonalidades raras.

Soy frágil, porque me desboroné en sus manos,

soy frágil porque ese mortal me toco el alma, me lleno de todo su ser,

pude sentir la paz en otras manos, en otro cuerpo, en otro ser;

por eso soy frágil, mi cuerpo es frágil, mi ser total es frágil,

por el amor que me inundo en aquella tarde.

Mi cuerpo sucumbido por los tornados del amor,

Es frágil.

Frágil a ella, frágil a su amor, frágil y torpe por su ser,

mísero de mi al creerme fuerte, idolatra de mi al suponer que la fragilidad,

nunca llegaría a mi corazón.

Soy frágil y me despedazo en su espíritu,

que exhala la paz infinita.

Miró sin prisa los ojos divinos de Dilia, para notar si de esos mismo se expedían luminosidades de amor infestado de la suprema alegría de ternura celestial. Pero Dilia parecía inmutable, ni su rostro se tornó rosa, ni su mirada cambió, ni su sonrisa se transformó. Al contrario, quedó tan perpleja, qué se soltó a correr sin ruta, ni rumbo alguno, que predijera su punto de llegada.

Eduarw se sintió torpe, nervioso y devastado; de sus ojos vidriosos se comenzaron a desbaratar gota por gota, su corazón atónito se desboronó en injurias gritadas a pulmón entero. Partió para su hogar con las decepciones amorosas a flor de piel, caminó por más de tres horas; tropezando con las ganas de vivir que las tenía muy por el suelo a causa de su amorío desencantado, pensó en arrojarse al primer viejo cacharro de cuatros ruedas que pasara por el frente y no tuviera júbilo alguno por quitarle la vida a un ser miserable y golpeado por las hojarascas del amor. Llegó a su vieja y detestable casa, entró a la vieja licorería del señor Fausto Carvajal; un hombre con los años encima, con antiparras amarillas por la falta de una espumilla para limpiarlas, un saco de lana de oveja, que muy bien él supo hacer, una boina de color azul oscuro y añejada, sus manos temblaban como una terremoto golpeando la tierra funesta. Eduarw hizo un gesto agonizante correspondido para saludar al señor Fausto, con su mano derecha le pidió el trago más amargo y factible para olvidar las cuestiones del amor; se sentó en la mesa más alejada de la puerta, que ni la luz de la luna lograría alumbrar ese viejo sentadero. Después de tragos y dolores, golpes de pecho y lágrimas derramadas, Eduarw sintió su cuerpo arder como si estuviera en presencia del mismísimo infierno rojizo, se asustó tanto que al señor Fausto lo dejó en pleno citatorio de historias amorosas terminadas en decepción. Entró a su casa que estaba al cruzar de la calle, abrió la puerta con las manos incontrolables y una debilidad extrema en toda su parte izquierda, dio unos cuantos pasos sin control alguno sobre su cuerpo y se desboronó en el suelo, dejando su cabeza al azar de la gravedad.

El lunes se levantó con las ganas de vivir a un costado de carretera, miró en el suelo el rio de sangre causado por el duro golpe en su rostro calaverado; buscó un pedazo de hielo y se lo postró sobre la hinchazón del hematoma de su cabeza. Se puso de un momento a otro tan mareado, que lo único que lograba observar con mayor acierto era su vida que le pasaba como un largometraje de los momentos más hermosos. Se puso de pie, salió sin recelo alguno, miro el abrasante sol que consumía las últimas nubes de algodón y se postraba en el cielo como el victorioso del día amargo. Eduarw camino y camino con un solo zapato, la camisa rasgada y el pantalón roto por las rodillas, su pelo alborotado y sus ojos sin la mirada fija de antes. Se desmenuzó en un corral de gallinas rojas, las miro a los ojos y se dijo a sí mismo – el diablo me abrió las puertas para mi final, me iré-.

A las cuatro con treinta y cinco minutos, a oídos de Dilia le llegó la oscura noticia del suicidio de Eduarw García en el gallinero de Facundo Carvajal. Eduarw se sometió a sí mismo con una correa de perros gris con líneas rojas, quebrantando su cuello y cortando la entrada del majestuoso aliento de vida a sus pulmones consumidos por el cigarro. Dilia, se puso en marcha para despedir su único amor terrenal, lo vio sometido con un lazo de perro y gritó – ¡así mueren los animales, él se creía uno!-. Todos rodeando el cuerpo torcido y sin alma alguna, quedaron atónitos por la respuesta amargosa de Dilia; que muchos días después se ahogaría en una tina con vino rojo acompañada de música clásica de Mozart. Así terminaron dos corazones rotos por la hojarasca del amor, acompañándose en el infierno o cielo, que ellos sabían compartir.

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