Afuera, la lluvia golpetea con fuerza sobre la tierra haciendo que se desprenda un olor característico y agradable al olfato. Repentinamente una ventisca se introduce bajo mi escondite hasta chocar contra mi rostro, entonces me hago bolita, cubriéndome con mi pelaje. Por más que intento continuar mi sueño, me es difícil debido a que unos polluelos empiezan a piar con desespero.
Los primeros rayos del amanecer se asoman en la entrada de la madriguera, son curiosos y parece que me están llamando, además de que han logrado ahuyentar el aguacero. Suelto un bostezo, poco a poco voy estirando los músculos; primero el cuello y luego las cuatro patas hasta quedar completamente listo para iniciar el nuevo día.
En cuanto salgo de la madriguera, me sacudo el pelaje para eliminar los restos de tierra que se quedaron atrapados y luego me dispongo a buscar aquel nido de aves pues sus llamados no han cesado. Miro por encima de mi cabeza, ¡ahí están! Justo entre un par de ramas ahora mojadas por la lluvia. Ladeo la cabeza, curioso, y mis orejas se hacen hacia atrás mientras me pregunto la localización de su madre. Me asalta una sensación de asombro cuando la veo llegar desde los árboles, aleteando prodigiosamente. Cuando doy media vuelta, soy capaz de escuchar los píos alegres de los polluelos ahora que tienen a su creadora junto a ellos.
Vaya, debo buscar comida antes de que mi estómago empiece a reclamar con sus incesantes gruñidos. Las hojas caídas resuenan bajo mis patas al trotar y puedo percibir la humedad en la tierra. Dejo que mi olfato me guíe en la búsqueda de mi alimento. Conejos, por allá un perdiz, también una pareja de ardillas y… eso… olisqueo con determinación, ¡un ratón! ¡Y está más cerca! Apresuro el paso, moviendo la cola con gracia mientras me escabullo entre la flora de la llanura.
Ahí está, escondido debajo de unas hojas. Hago mi mejor esfuerzo por ser cauteloso para acercarme lo suficiente y en un impulso tenaz, salto con habilidad sobre el roedor, capturándolo desde la cola. Sin embargo, unos cacareos me hacen elevar la mirada hacia el cielo, aunque para mi mala suerte no logro encontrar el origen de aquellos sonidos. Cuando regreso los ojos hacia mi presa, descubro un montón de hojas… se ha escapado, ese sí que tiene suerte.
Ahora me hallo recostado sobre una roca que sobresale de la montaña del oeste. Luego de ingerir uvas y frutas estacionales para apaciguar mi hambruna, he decidido resguardarme bajo la luminiscencia del sol en lo que se consume el resto de la mañana.
No fallaré en el segundo intento, no puedo darme ese lujo.
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