Esa noche caminaba por la calle. El gris concreto se sentía muy frío. El aire también. Iba bien abrigado, con un abrazo para sí mismo y con su arrogancia, pero aun así sentía el frío del piso.
Las aves revoloteaban alrededor. Era de noche, pero había aves. Quizás eran las 2 de la mañana. No le importó, nada en su vida era realmente cuerdo. Como por ejemplo por lógica sus papás deberían preocuparse porque él estuviera afuera tan tarde, pero no lo hacían. Ellos dormían en su hogar, calentándose bajo una suave sabana.
Él no sabía a donde llegaría esta noche. La anterior, fue a parar a la colonia de al lado. Unos chicos que no conocía lo llevaron. Esa noche se divirtió mucho. Era porque estaba drogado. Lo que ocurrió esa noche fue que había una chica que dejo que todos fornicaran con ella. Mientras uno pasaba los demás solo reían. Incluso él. Cuando le tocó su turno declinó. Lo cual causo sospechas por ende lo corrieron de ahí.
“váyanse al diablo” pensó. Total, había bebido y se había drogado gratis. Qué más daba. De nuevo regresaba a casa. Caminando por la oscura madrugada. Fría. Aunque iba bien abrigado por sus nudos en la garganta y por la droga en sus venas.
Casa. ¿Dónde era justamente casa? ¿Hogar? No, no tenía un hogar. Sus padres sí, pero él no. Sus amigos al día siguiente lo olvidaban. Esos hombros en donde recargarse se disolvían. Casa, pensaba. Entre más pensaba más existía. La existencia es sentir. Oh, pero casa. ¿Dónde era justamente casa? Casa es el lugar donde podemos estar tranquilos. ¿Existe otro lugar más tranquilo que recostarse sobre un hombro? Ni los libros eran el sitio más tranquilo de la casa. En ellos hay tanto drama.
Caminaba como la música clásica. Lento, de pronto aceleraba y estallaba. Se estrellaba. Él no era plano ni recto. Ya se lo sabía bien. Nunca sabía lo que venía después pero sabía que debía estar preparado.
Pensar pesaba. Llegar a conclusiones dolía. Porque no era el fin de pensar. Detrás de uno otro. Pero seguía caminando. Casa. Iba a casa.
Esa noche sucedió algo de lo más espeluznante. Mientras pasaba a una tienda, de esas que nunca cierran, de esas en donde siempre encuentras a gente borracha pidiéndote dinero, sí de esas, en las que pasas cuando tú también te vas de juerga, conoció a una chica.
“¿no es muy tarde para beber?” era la cajera.
“No, es muy temprano” respondió él. Si de algo estaba seguro era del odio hacia las personas que tienen lastima hacia uno. Si lo pensaba, aquí iba de nuevo, pensándolo todo, razonándolo, te daban consejos porque sus corazones se encogían al verte. Cansado, triste y medio muerto. Te daban consejos porque ellos no querían sentir así a sus corazones, no quería sentir siquiera. Te daban consejos no pensando en ti sino el alguien que conocían y que no querían verlo como tú. Que se jodan los consejos, pensaba. Si tan solo le hubiesen dado un hogar. Una casa.
“Estoy por terminar mi turno, ¿a dónde vas?” la chica quería sexo, a él le parecía algo extraño. De repente su odio hacia ella cambio por desconcierto. ¿por qué puta le preguntaba eso? Aunque nunca nadie se le hubiera insinuado él no era imbécil, sabía lo que pasaba.
“A casa” respondió como pudo. Eran los nudos los que hablaban por él.
“Puedo hacer más amena tu ida a casa” le insinuaba ella. Por costumbre él debió de haberla rechazado. Pero estaba un poco cansado de ir solo a casa. Desde que recordaba el camino a casa nunca había sido ameno, siempre era como caminar en una tormenta de arena. Pero esa noche quiso llevarla a ella a esa tormenta. Quizás si ella sentía el camino a casa entendería por qué él había llegado a esa hora por un poco de alcohol.
“Está bien, te espero afuera. Mientras dame el alcohol, me aburro pronto”. Diciendo esto, ella le obedeció, él caminó afuera. De nuevo el gélido viento entraba por sus poros, luego por sus venas hasta su corazón. Y ahí se quedaba congelando todo. Quemándolo de frío de adentro hacia afuera.
Uno de esos borrachos se le acercó pidiéndole dinero. Era un tipo completamente sucio, con las ropas rasgadas, y como él, abandonado. Desde hacía mucho, específicamente desde que se dio cuenta de lo roto que estaba no le había interesado nadie más. No es que fuese antipático, simplemente quería arreglarse. ¿Por qué los señalaban cuando él solo quería curarse? Lo roto corta. La gente siempre lo olvidaba. Entre más lo rechazaban más roto se sentía. Esa noche se habían pasado cosas de lo más extrañas. Había conocido a una chica y por otro lado se interesaba por un hombre mantenido al margen.
“¿Qué haces a esta hora aquí?” Le preguntó tratando de sonar lo más neutral posible. Nunca antes se había descontrolado tanto.
“Lo mismo que tú” respondió. De pronto el hombre viejo y apestoso ya no parecía eso. Parecía algo más. Era como su a través de sus palabras hubiera abierto una grieta que conducía hacia las verdades más absolutas.
“Solo vine por alcohol, no creo que tú hayas venido a eso”
“Te equivocas. El viento es el que nos arrastró aquí. Y lo sabes. Como yo tú también te has perdido. No es que quieras, pero qué puede hacer uno cuando está tranquilo en su casa y llega un viento arrasando todo lo que conocíamos. Pero no se va, se engancha a ti. Te cala. Construye su casa entre tus huesos. Tu corazón es el suyo. Si lo matas te mata.” Las palabras resonaron muy profundo. Recordó la vez en la que tenía una casa. Era entre papá y mamá. No podía recordar más. La temperatura bajaba.
“Viejo cuentero. ¿Te crees saber mucho de mí?” Comenzaba a sentirse expuesto. El frío era cada vez más aterrador. Comenzaba a sentir miedo. Para no ver al viejo volteaba a los lugares más oscuros de la calle. ¿Por qué se auto infligía daño? En esos lugares, veía pequeños seres enconbardos que lo miraban con curiosidad. Eran malos. Él lo sabía. Nunca se le habían acercado pero con solo verlos te aterraban. Esas cosas parduscas y raquíticas. Regresaba la mirada el viejo. No sabía que era peor. Parecía ver hasta sus más profundos pensamientos.
“Sé lo que te sucede. Y me temo decirte que no soy el único” Volteó a ver hacia las partes más oscuras. El muchacho sintió que se erizaba por completo. ¿Se imaginan lo tétrico que sería que alguien viera eso? Pero de alguna forma se sentía comprendido. Quería echarse a llorar. Pero no ahí. No podía desnudarse si no era fuera de su casa. Nunca podría desnudarse.
“Cuéntame más. Dime cómo regresar a casa. Justo ahora lo necesito más que nunca” Los nudos apretaban más.
“Casa. Recuerdo la mía. Años atrás. Era en los brazos de mi esposa. Y de mi hijo aún no nato. Al nacer lo hizo muerto, frío. Cuando yo lo abracé no pudo en la ráfaga. Y abandoné a todo lo que alguna vez llamé familia. Deje mi casa atrás. Mi hogar.” Para ese momento el chico estaba realmente confundido. Se sentía completamente extraño. Desde hacía mucho no sentía algo como eso. Quería salir corriendo, pero no podía. Siempre que lo hacía para huir esos seres lo seguían a donde quiera que fuera solo había oscuridad. Ya no conocía la luz. Solo era un recuerdo para nada claro. Esta vez tenía que quedarse donde estaba. Al fin había encontrado a alguien que lo comprendía. Y que le ofrecía respuestas. Si huía quizás nunca podría encontrarse en esa situación de nuevo. “Ahora mi joven amigo, me preguntaste cómo regresar a casa. Primeramente debes saber dónde es casa. Sin temor a equivocarme casa es donde te dan calidez. Donde te consuelan después de llorar. Donde encuentras palabras que te ayudan día a día. Es donde das las gracias por la comida. Donde se preocupan por ti. Sí, mi joven amigo, casa es un persona, no el lugar. Casa es el calor de ternura humana. Ese calor que deshace el hielo que te quema. Ese calor no quema, entibia lo suficiente.” Era imposible no pensar en la tibieza de los abrazos de mamá en sus cumpleaños, En la tibieza de los “bien hecho” de papá. Pero había pasado algo. Papá y mamá no se amaban ya. Lo que había pasado es que se habían roto y lo habían pasado a traer. Él se había roto con ellos desde niño. Papá y mamá siempre estaban enojados. Ahora solo estaban juntos por un contrato invisible llamado: el qué dirán.
Sus padres se habían equivocado al prestarle más atención a la fractura que a su único hijo. Pero eso no quiere decir que le hayan dejado de amar. Ambas partes se perdieron. La única diferencia era que al menos los padres recibían calor de sus peleas mientras su único hijo de diez años comenzaba a ver criaturas en la oscuridad.
Pensando en todo esto no sintió enojo hacia sus padres ni ganas de beber. Ahora sabía lo que tenía qué hacer. El viejo vagabundo le habló con la mirada. Sin decir más el chico corrió hacia donde se ubicaba el lugar donde residía. Temía por las miradas que le seguían en la oscuridad pero no dejo que eso lo perdieran de nuevo. Tenía claro el camino que debía recorrer. Casi sin aliento llegó. Entró corriendo y sin importarle la hora se acostó entre sus padres. Estos se sintieron sorprendidos al principio. Pero el sueño podía más. Lo que pasó luego fue lo más surrealista de toda la noche. Todo lo que dicho era verdad. Fue completamente visible como el calor que emanaban esos tres cuerpos abrazados iba deshaciendo el hielo que cubrían al corazón del joven de veintiún años. Años de frialdad habían creado icebergs dentro de él. No se acabarían de un momento a otros. Tomaría mucho tiempo. Pero con el calor constante pronto podría volver a sentirse queridos por otros. Ese es el problema cuando no te quieres, que no puedes creer que otros te quieran.
Esa noche, después de tantas noches caminando hacia la nada, con aves nocturnas revoloteando a su alrededor y seres espiándolo, al fin podía sentirse seguro. Después de largas noches de fría y desgracia, volvía a sentiré parte de algo, volvía a casa.
Epìlogo.
Cuando la cajera salió de la tienda esperando al chico al que acompañaría a casa no encontró nada mas que la botella intacta que le había vendido. Vaya hijo de puta. Aunque era muy normal que eso le sucediera. Él se lo perdía. Una ráfaga de viento soplo un poco fuerte. Se abrazó a sí misma para no perder el calor. Ahora ella tenía que volver a casa antes de morir congelada. Ojalá que no se topara con uno de esos vagabundos nocturnos que se dedicaban a asaltar. Pobre chica ilusa. El frío ya le había tocado. El supuesto rechazo del chico la había golpeado más de lo que esperaba. Ahora tendría que regresar a casa. Donde la esperaba un papá que le deba más calor del que debía.
OPINIONES Y COMENTARIOS