Y así comenzó todo, un sábado atosigante con destellos a trabajo múltiple por la universidad y los pasillos murmurantes de la necesidad de no llegar tan pronto a casa, para no tener que lidiar con las típicas preguntas y con la misma rutina de cada sábado particular, las charlas entre la familia, los sobrinos corriendo piso arriba y piso abajo, saltando y lastimándose cada vez que ellos deciden salir a jugar. Si no es eso probablemente sean los juegos digitalizados que nos vuelven sonsos y nos dejan sin ganas de querer salir al exterior y nos crean esas llamadas «realidades virtuales» que nada tienen que ver con la experiencia de un día de campo o de una salida al parque cercano con las bicicletas aunque los raspones y moretones estén incluidos en la aventura.
Salí del edificio central de la facultad hacia la plaza de vehículos, considerando todas las opciones con mis compañeros de universidad, entre ellos Julio, Rodrigo, Camila y Atenea, de esas charlas rutinarias de lo que cada uno hará el fin de semana, lo que cada uno presentará como propuestas alternativas al curso llevado en ese bimestre y las consecuencias retóricas y retorcidas de creer que puedes componer al mundo con un simple gesto de amabilidad hacia los otros menos afortunados, hasta llegar a las gradas, donde por un micro segundo, la ví, si a ella, la ví, yo sabía que llegaría y aunque moría de nervios por saber como luciría, salí más interesado en lo que las conversaciones de grupo habían generado en esa clase, justamente ese día.
Ella, esperaba al final de las gradas subiendo hacia la plaza central, abordada con una blusa tipo camisera de color celeste a rayas y su cabello cayendo como cascada por sus hombros, nada fuera de lo normal, hasta que de su pecho salió esa voz que abría de atraparme lentamente entre sus notas, sin pensarlo mucho, saludé, los nervios se acumularon como cajas en la bodega y en la acumulación siempre hay una falta de aire y una aceleración del ritmo cardíaco aparente, así fue todo el camino hasta la cafetería más cercana.
El primer café y yo ya era un desastre, completamente desarmado, por ver esos ojos, que no eran café pero tampoco miel claro, solo recuerdo que brillaban, como nunca o tal vez solo era el efecto del sol que provocaba la entre-reja que separaba la plaza con la cafetería, yo, completamente sentado e inerte, inquieto y a la vez tratando de sostener el aliento tratando de parecer atractivo y calmado, sentía la banca un poco más estrecha de lo normal, hasta sentía que el espacio en general era un escenario donde nosotros eramos el centro de atención; miraba sigilosamente todas las personas al rededor y yo con un expreso en mano, que por obviedad, terminaría en el fondo de mi garganta con un solo trago.
Ella no aceptó nada, simplemente estaba ahí, del otro lado de la mesa de la cafetería, moviendo sus piernas de forma constante, haciendo un juego con sus manos, probablemente estaba nerviosa, pero yo no podía dejar de mirar sus ojos, y su cabello cual cascada recorría sus hombros, no quiero que os hagáis la idea que era un cliché de esa típica cita de cafetería, creo que yo era más el cliché en el contexto, no era más que un café, unas palabras para vernos en persona, y una caminata hasta la entrada de mi colonia, que no era muy lejos de la ciudad universitaria.
Avanzamos hasta la entrada, llegaba la hora de despedirme, ella colocó su mano en mi mejilla, las rodillas me temblaron y quizás es porque supe que apartir de ahí yo sería suyo, completamente suyo. Hable con alguien en común en ese momento, mi elocuente charla, me hizo hacer una reflexión posterior en la cual comprendí que he de haber sonado tonto, al decirle a esta persona, que me había enamorado, siendo consecuente no quise mostrarme demasiado ilusionado, ya otras veces había pasado y creo que con los años la experiencia puede hacerte hasta más temeroso (en mi caso particular) o un poco más caradura, como es el caso de otros cuantos amigos.
Le llamé esa noche, me volví adolescente en sus manos, cometí las peores locuras de la adolecencia, las típicas cartas, las frases, los mensajitos cursis (que también venían de vuelta) detalles a diestra y siniestra, charlas telefónicas constantes, en cada uno de esos detalles, mi corazón estallando como ametralladora impulsado por un montón de sensaciones neuronales que se interconectaban y me daban más impulsos e impulsos, pero la emoción pasó, a un intrépido y quizá así como lo veo ahora un desafortunado suceso que más adelante rompería un parte aguas entre mi idea adolescente y lo que más adelante conocería de ese amor.
Eventualmente platicaba con la mejor amiga de mi novia, Nelly, digamos que este personaje es particulamente peculiar, una persona muy amable y linda, con un corazón sincero aunque un poco impulsiva y pasional. Así que al final como después de cuatro hermosos meses de vivir un amor adolescente llegó el tan esperado yo pienso que es el amor de mi vida, para entonces estaba muy lejos de pensar que ese amor tan juvenil que estaba en mí, en mi corazón, en mi cabeza y en cada poro de mi piel, se iría rasgando, como una serpiente que se muda de piel, sin embargo en ese entonces no lo sabía, así que decidí aventarme a comprar un anillo de compromiso (para los que conocen del amor, me llamarían loco por este impulso poco racional) pero para mi, un chico que se había enamorado perdidamente de esa mujer cuyos ojos me dejaban paralizado, no tenía otra alternativa, el compromiso era el siguiente paso, era lo que tocaba, era lo metódico, era lo que debía ser, y así fue, finalmente Nelly fue mi cómplice, ya tenía el anillo perfecto, solo me faltaba el lugar perfecto, el lugar que siempre quise conocer, lejos de la ciudad y con una vista impresionante, rodeados de naturaleza, busque una camisa nueva, me peiné diferente, le llene el lugar de velas y rosas y finalmente me hinqué ahí parado frente a ella leyendo ridículamente un papel ensayado de mis promesas de amor, que vaya surgieron efecto luego en una noche de pasión desbordante.
Pero nada dura para siempre, finalmente y al cabo de pocas semanas después rompimos por primera vez y duró justamente como ella lo dijo: «durará lo que tenga que durar»; yo seguí de necio, pretendiendo que cada cosa que estaba predispuesta hablaría de una y de otra manera, finalmente volvimos, con una estabilidad romántica menos apasionada que la vez anterior, pero funcionaba para mi, no sé si para ambos, fuimos de viaje a muchos lugares nuevos para mi, otros lugares donde yo ya conocía tiempo atrás.
bailamos muchas veces aprendí a dormir a su lado, me quedé cada viernes en casa, aprendí que ver películas era verla dormir, disfruté del cambio, de las nuevas risas, de los chistes y de su pasión por el trabajo, aprendí a que cada vez había menos tiempo y más prisas por las cosas, aprendí que odia las mentiras y que no cree en todo lo que yo decía, que solapó esa dosis de confianza en mi persona, por amor, pero el amor no lo es todo en esta vida, finalmente lo entendí…
Las llamadas cada vez más cortas, las discusiones cada vez más largas, las partes temperamentales nos ganaban y ella cada vez más lejos y yo pretendiendo que todo estaba bien, sin embargo no me arrepiento de sus cambios, aprendí, a no ser tan adolescente, a madurar a mi ritmo, a que el amor es más que los típicos detalles, es más de dar tiempo, de buscarse mutuamente y comprender que los espacios personales oxigenan muchas cosas. Quizá ella tenía razón, su amor era diferente al mío, me amo a su manera y yo no pude continuar, me rompí en pedazos, quise formarme para ser la persona adecuada, me plantee una segunda salida, inventé en mi mente un mundo perfecto, trabajando duro, teniendo hijos con ella, pero en sus fotos ella no se miraba feliz, ya no como antes, ni yo, también yo me miraba infeliz, porque esa felicidad aparente estaba forjada por esa ilusión de no querer renovarme y querer mucho más, siempre más y siempre mejor, la vida perfecta, la esposa perfecta, los hijos perfectos.
Qué: ¿cuándo lo entendí? bueno, quizá lo entendí cuando en mi cabeza resonaron sus palabras de que yo no sería el papá de sus hijos, que solo me miraba como su compañero, la persona con la que criaría a sus hijos pero sus hijos serían suyos eternamente suyos, también entendí que sus intereses particulares no tenían las mismas miras, no se lo reprocho, me reprocho a mí, que no haya podido leer entre lineas que algo se acababa y que era momento de decir adiós.
El adiós llego luego de un viaje, donde busqué detalles para cada mes que habíamos celebrado juntos, la ví, nuevamente, así como cuando la ví la primera vez en ese final de las gradas… Pero esta vez la vi diferente, la vi cansada, con menos ganas de hablar y por primera vez vi sus lagrimas rodar frente a mi, creo que ella ya lo sabía, lo intuía porque al verla llorar supe que no volvería a tener un viaje a su lado, sabía perfectamente que algo ya no estaba siendo lo que fue, ya no fue una noche de pasión, yo tuve miedo y no quise decir nada, no lo quise hablar abiertamente y decirle que algo ya no se sentía igual, también lloré porque me sentía roto, a la mañana siguiente, el panorama no era diferente, si era el mismo lugar donde le propuse matrimonio, si era el mismo horizonte, pero ya no eramos los mismos.
Ella dijo adiós y ese adiós llego tiempo después de manera definitiva cuando tratando de buscar razones para no lastimarme puso en su boca el típico «no eres tú soy yo». Que los hombres no lloran, entonces no me consideren hombre, porque esa vez, lloré; lloré como un niño, rogué, supliqué que se quedara al menos un tiempo más pero era inevitable, ya nos habíamos perdido para siempre. Dicen que no se puede cambiar el destino, pues sí, no puede cambiarse, lo que esta por pasar, pasará de igual forma que pasa el invierno y la primavera, igual que esa sonrisa que brillaba en la playa, igual que esa pasión que fue mermando en medio de los vientos, igual que esa seguridad con la que nos tomamos de las manos para caminar a cielo abierto, así como las charlas, así como los mensajes, así hasta hoy.
Que: ¿El amor es diferente para todos? si, estoy convencido de ello. Estoy completamente convencido que funcionamos alguna vez como pareja, que fuimos quizás los más imperfectos, que amé a mi manera y ella a la suya, que le amé cada imperfección que tuvo, que tiene y que tendrá. ¿Me queda algo a mí?, sí, con total seguridad me queda el saber que me he entregado y que me da miedo voltear la página y vernos pasar como una hoja que cae del árbol, así de místico es esto del amor, pero si he de ser sincero, este amor me dejo sus líneas rosas, sus risas, los viajes, los momentos, las peleas, sus muecas, su carácter, hasta sus espacios vacíos.
Jamás he de arrepentirme de haber llegado a mi edad, conocerle y darme cuenta que se puede enamorarse más de una vez en la vida, si ¿era para mí?, eso no lo sé, pero vivo agradecido con que haya pasado por mi vida, hoy acá, desde donde estoy sentado, alegre, un poco más en paz, pero con miedo de volver a encontrar el amor, tomo lo que quizá sea mi último café en esta ciudad, por que si algo entendí, es que antes de proponer matrimonio, debes estar seguro que puedes con semejante cambio de vida, si tendrás la capacidad de pagar una casa, si podrás realmente con los gastos que genera la vida cotidiana y sobre todo, si estas dispuesto realmente a abrir los ojos y amarte siempre un poco más a ti mismo sin dejar de amar a esa otra persona que puede ser tan igual o tan diferente a ti.
Esto es un relato personal, de alguien que amó, se entregó y no guardo nada para el, si no te lo crees, yo tampoco me lo creía posible, pero me pasó. ¿Qué quiero de esto? quiero que si un día lo lees, no te caigas, no dejes de ser tú, no dejes tus pasiones por abalanzarte a las pasiones de alguien más; no te endeudes para otros, vive, disfruta, dialoga, haz planes en pareja, nunca castillos en el aire, quizá me leas como alguien inmaduro y te digo que la madurez sentimental nada tiene que ver con la madurez mental ni mucho menos con la edad. El amor y sus líneas rosas es simplemente el comienzo de esta nueva etapa personal; que duró dos años de mi vida pero al abrir mi corazón quizás es simplemente un puente a esa dimensión desconocida aún para mí, que el amor también debe ser maduro y también debe ser como este café en mis manos, aunque sea diferente debe sentirse correcto para ti, lo único, imperdonable desde mi perspectiva es que nunca debe de estar frío.
Saludos.-
Un flaco en
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