Toc. Toc. Toc.

Era lo único que se escuchaba en los largos y anchos pasillos de frío y mortecino mármol de la escuela secundaria de Don. Todo había vuelto a la normalidad que puede haber después de la repentina muerte de su conserje. Jon Wailt caminaba por el pasillo del primer piso armado con su fregona ennegrecida y su cubo azul de ruedecitas torcidas con una pegatina que decía: Propiedad de la escuela secundaria de Don. Departamento de limpieza.

Después de dos días de baja por enfermedad, el propio director, Terry Drop, le había pedido la inmediata incorporación a su puesto. Todo un honor, pensó orgulloso.

Toc. Toc. Toc.

Los actos de ceremonia en memoria del conserje le habían dado todo un día de trabajo. Trabajo que aceptaba con entusiasmo. No iba a fallar al director. No, no lo haría. Metió la fregona en el agua sucia y la escurrió.

Toc. Toc. Toc.

Al girarse con brusquedad, la fregona manchó la pared con sus tentáculos de cuerda trenzada.

—Hola Jon —aquellas oscuras palabras corrieron con rapidez por el pasillo.

—¿Quién anda ahí? —preguntó Jon. Su voz sonó desganada.

—Ya te has olvidado de mí Jon. Vas a hacer que llore como un niño pequeño —soltó una risotada chillona. —No quieres eso, ¿Verdad?

—Me da igual lo que hagas —miró hacia el pasillo que daba directamente con la conserjería. —No puedes estar aquí. La escuela está cerrada hasta el lunes.

—Si ya estoy aquí Jon, pero no me ves. Tienes que comprarte unas gafas nuevas Jon —volvió a sonar la risa chillona. —Estoy más cerca de lo que crees. Puede que en una de esas taquillas. ¿Recuerdas lo poco que me gustaban? Los matones solían encerrarme allí dentro cuando era un mierdecilla. Así me llamaban “mierdecilla”. No lo era. ¿O quizás sí? Hay cosas que de tanto repetirlas se vuelven en una fría realidad —volvió a reír. —O puede que en una de aquellas puertas. Me escondía de ellos cuando lograba escapar.

—Llamaré a la policía —se llevó la mano al bolsillo en busca del móvil. Se estaba asustando. Aún estaba débil.

—¿Qué pasa Jon? ¿No tienes tu móvil? Esos cacharros nunca me llegaron a gustar demasiado. Te hacen perder la vida y ni siquiera te das cuenta de que lo haces. Es muy triste —aquella última palabra sonó con eco

—Déjame en paz. Nunca he hecho nada malo a nadie —giró sobre sí mismo. Las botas chirriaron. —¿Quién eres?

—Tan pronto te has olvidado de mí Jon. Te lo advierto. Estoy a punto de romper a llorar. Ya te lo he preguntado antes Jon, pero… ¿Quieres que llore como cuando esos desalmados me encerraban? Solo tenía diez años y ningún amigo Jon.

—No tiene ninguna gracia —cogió la fregona con ambas manos—. Sal de tu escondite para que pueda llamar a la policía. No sé quién eres. Ya te lo he dicho— se armó de valentía.

—Jajajaja. La policía no puede detenerme Jon. Nunca ha podido. Si me recordases lo sabrías —guardó silencio durante un instante. Podía oír su respiración acelerada. —Estoy muy cerca. Casi puedo tocarte.

Jon se tocó la frente con las yemas de los dedos. Notó algo espeso y caliente. ¿Sudor? Podría ser, porque hacía calor, mucho calor, y el aire acondicionado estaba apagado. No había motivo para encenderlo. La escuela estaba vacía. Se miró la mano con miedo. Parpadeó con asombro. Miró al techo, pero no vio nada

Es sangre —se dijo. —¿Cuándo me he hecho esto?

El viento golpeó con fuerza una de las ventanas. Un trozo de yeso cayó contra el suelo. Algunos pequeños fragmentos se deslizaron hasta sus zapatillas. De nada le había servido limpiar.

—¿Qué pasa Jon? ¿No te gusta mi regalo? Lo he hecho con todo el cariño del mundo.

Volvió otra vez a reír con su risa chillona.

—Esta broma ha perdido toda su gracia. Sal de dónde estés y no llamaré a la policía.

—No es ninguna broma Jon —dijo con furia. —¿Quieres verme Jon?

—Sí —se dio la vuelta. Parecía que su voz provenía del aula de dibujo. Era una posibilidad considerando que era la única que estaba abierta. “No es posible que este ahí.” Volvió la mirada al pasillo. “Acabo de salir y no había nadie. O se esconde muy bien o, mi vista ya no es lo que era”.

—¿Ves ese periódico de allí? El que está en la escalera Jon. Lo he dejado para ti.

—Lo veo perfectamente —lo veía borroso. —¿Cuándo te veré a ti?

—Pues ve hasta él Jon. No tengo toda la noche. Tengo un viaje muy largo por delante. Uno con el que siempre he soñado desde que era un niño de diez años encerrado en una taquilla —tarareó una canción antes de contestar. —Me verás cuando veas el periódico. Lo prometo.

Vio como las hojas del periódico se movían con la suave brisa otoñal. Caminó despacio. El suelo estaba aún húmedo. Había pedido una y otra vez una fregona nueva, una que secase mejor. El director se la prometía cada día que la pedía, pero se excusaba con una sonrisa y unas buenas palabras vertidas sobre sus oídos. Levantó el pie, y antes de que pudiera apoyarlo sobre el siguiente escalón, tropezó y cayó. La fregona se deslizó con suavidad por los escalones con un delicado traqueteo.

—Mierda de escalón —se levantó con la rodilla dolorida. —Algún alumno podría caerse.

—Jajajajajaja. No digas eso Jon. Qué diría tu director si te viera maldecir de esa forma.

—¿De qué te ríes?

—Ten cuidado Jon. Podrías morir. Así fue mi muerte. Absurda, ¿Verdad?

Jon cogió el periódico sin hacer caso de sus palabras. Sería otra broma de mal gusto. Había escuchado una parecida en la radio. Puede que todo fuese una broma. ¿Para darle la bienvenida? Sería una forma muy retorcida, pero original. Sobre el papel arrugado se dibujaron manchas de agua

—Ve hasta la página diez. Esa es la buena Jon. La que a mí me gusta.

Leyó con estupefacción las palabras en negrita del artículo. No podía ser cierto. Era imposible.

—Lee en alto Jon. Solo así podremos hacer nuestro viaje.

—Hoy a las 16:25 de la tarde —tragó saliva—. El conserje de la escuela secundaria de Don, ha fallecido tras tropezar con un escalón. Los alumnos y el profesorado están consternados por la muerte de Jon Wailt, conserje en la escuela desde el año 1992.

FIN

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