Otro día más de ese largo invierno, otro frio domingo en el cual la familia Morella continuaba en busca de una explicación a lo acontecido a lo largo de su matrimonio, es que Robert y Alice, quienes tenían como mayor deseo formar una bella familia con tres niñas, creyeron que habían alcanzado su más grande deseo, el cual poco a poco fue convirtiéndose en su peor pesadilla. Pasaban dos años de Matrimonio, cuando los cónyuges se encontraban en un estado de felicidad incontenible, ya que uno de sus mayores sueños se estaba cumpliendo; acababan de ser padres de dos hermosas mellizas, casi tan similares como dos gotas de agua, con su tez oscura y sus ojos color café compartían la misma mirada la cual brillaba más que la propia luna llena. Sus nombres, Ángela y Catalina, fueron las encargadas de que principalmente la vida de Robert, sea lo que siempre deseo. Pero con el paso del tiempo al ver como las niñas crecían tan rápidamente y el desafío que debían afrontar para mantener a la familia de la mejor manera, siquiera hubo tiempo de detenerse un instante a evaluar que, pese a que el amor de padre y madre es equitativo en cada hijo, había un cierto favoritismo por Ángela debido a su manera de ser ya que estaban ante un caso en el cual sus hermosas hijas lo que tenían de parecido físico, lo desequiparaban en términos de personalidad, y en un mínimo detalle el cual formaba parte de Catalina, una pequeña cicatriz de nacimiento sobre su hombro izquierdo. Tal fue así, que al cumplir sus siete años las hermanas deciden utilizar vestidos totalmente contrarios, en el caso de Ángela un vestido blanco que solo al poner los ojos sobre él se podía ver reflejado la luz interior de la pequeña y alegre niña, tanto como la aureola de rosas blancas que reflejaban la pureza y infancia que ella traía consigo. Este no fue el caso de Catalina, quien continuaba teniendo una actitud un poco extraña en una niña de siete años de tal manera que además de no querer vestir como su hermana, pidió un vestido negro y un collar de narcisos a elección. Eran el sol y la luna, vestidas de tal forma que si estaban inmóviles un instante se las podría confundir con dos muñecas de porcelana. Tal fue el festejo que Alice decidió dar la noticia de que estaba esperando otra niña, a lo cual Ángela se lo tomo de la mejor manera, no fue así el caso de su hermana quien no quería perder protagonismo familiar. Pero finalizado el cumpleaños, pasada la media noche, paso lo inesperado. Alice, al ingresar al cuarto de las niñas como cada noche a corroborar que estén durmiendo y despedirse de ellas, noto algo extraño, esto no involucraba a Ángela la cual dormía abrazada a su peluche favorito. Si no que, a pocos metros de ella y con la habitación completamente oscura, casi no lograba distinguir a Catalina que se había acostado vestida, pero al ver su collar se dio cuenta que algo andaba mal, el cuello de Catalina y su rostro se encontraban rojos, debido a una alergia no conocida por su madre y a lo toxico que resulta el narciso, que el efecto fue inmediato. No existía consuelo que lograse acaparar la angustia que sentían Robert y Alice al pasar de un momento de alegría al peor sentimiento de sus vidas, una parte de ellos se fue con su hija. Su único sostén fue Ángela que no paraba de consultar sobre su hermana, pero decidieron no decirle completamente la verdad, si no que decidieron comentarle que su hermana fue enviada a un largo tratamiento debido a su condición de personalidad, lo cual además de no ser un problema para Ángela, su padre prosiguió diciéndole que su hermana estaría de igual forma siempre con ella y que decidió dejar sus pertenecías tal como estaba para que se sintiese acompañada. La pequeña niña, mas allá de estar un poco confusa y sentir un vacio distinto y más profundo a cuando se alejaba de su gemela, decidió optar por escuchar a sus padres quienes la jactaron de ser su hija favorita luego de verla algo entristecida. Pero el tiempo fue pasando, y a los meses de sobrellevarlo nació su tercer hija, la cual decidieron llamar Catalina, como si fuese la excusa perfecta para dejar el dolor atrás y volver a empezar. La niña quien con la marcha de los años llevaba una infancia feliz y una gran relación con su hermana Ángela, poco a poco comenzó a comentarles a sus padres que había noches en las que sentía que algo lo perturbaba, y que presenciaba sueños muy reales en donde podía observar a Ángela dormida en su cama, pero a la vez estaba con un vestido negro observándolo fijamente a los pies de la suya. La pequeña no sabía la verdad. No fue hasta entonces, que en el cumpleaños número catorce de Ángela, donde la familia busco hacer el festejo lo mejor posible para que su hija estuviera distraída, no pudo lograrlo al pasar la media noche. Ángela, como recuerdo de su vieja hermana de quien ya hacía años no tenía noticias, decidió ir a su antiguo cuarto el cual compartía con su gemela, pero desde el primer momento sintió algo extraño, es que había alguien más allí, en ese cuarto oscuro que solo lo iluminaba la suave luz de luna llena que entraba por la ventana. Pudo ver una silueta, era su pequeña hermana, pero algo diferente a como casualmente se encuentra, si no que estaba con un vestido negro, un collar de narcisos, y un detalle en su hombro izquierdo difícil de distinguir por la oscuridad, se encontraba sentada a la orilla de la cama. Por lo que decide sacarle el collar señalando que esas flores son peligrosas, pero recibe una respuesta inesperada la cual dejo a la habitación en un silencio total, es que con una voz seca y fría, similar a la suya, la respuesta fue “Es el mismo que use hace siete años”.
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