Mamá chola
-Idiay mi hijito, ¿Qué se había hecho? Hacía tiempo no lo veía papito, que gusto verlo, pero venga más de cerca para verlo.
-Diay mamá chola, que bueno verla.
-Si papito, hace rato que no venía usted a visitarme, ya me tenía toda abandonada aquí solita. Debería ser más responsable usted y venir más seguido. ¿Es que tiene mucho trabajo mijo?
-Sí y con la universidad, me queda poco tiempo discúlpeme.
-No se preocupe mi hijito, que todos tenemos algo que hacer, pero me pone muy contenta ¿oyó?, que vaya a la universidad, ¿Qué está estudiando?
-Yo estudio diseño.
-Ah que bueno, antes esas cosas ni se veían, antes era muy diferente todo aquí en Costa Rica, déjeme que le cuente papito, como eran las cosas antes.
-Dígame mamá chola, ¿qué me va a contar hoy?
– Bueno yo nací en un pueblito apartado de la zona de San Carlos, ahí la gente es muy amable y hospitalaria, pa que se lo imagine usted. De chiquillos yo con mis hermanas siempre andábamos pa arriba y pa abajo buscando naces y jocotes. Ha… antes eran unas pobrezas tan grandes, y la gente era muy sencilla, ¡era tan bonito todo! Cuando ya me crecí, me case con mi primer y último marido, Don Tomás, era un hombre tan bueno, sencillo, amoroso con los chiquitos, trabajador a lo último. Recuerdo cuando fue a pedir mi mano a donde mi Papito, lo pusieron a picar una carreta de leña completa, y la picó rapidísimo y a mí me pusieron a moler una ollada entera de tortillas de Maíz.
– ¿Para que eso mamá chola?
– Diay mi hijito, antes lo probaban a uno a ver si disque estaba listo pa casarse, y era una buena prueba, por qué un hombre que en aquel tiempo no pudiera picar una carreta e leña ¿Cómo iba a cuidar de una esposa y de los hijos? Y lo mismo la muchacha a ver si podían cuidar bien de la casa. También cuando Tomás venía a visitarme, no era como ahora, que los muchachos van y recogen a la muchacha y se la llevan a la calle. No señor, antes se sentaba el papá de la muchacha medio a medio entre los dos, pa que no se fueran a pasar. Ya cuando me casé con Tomás nos fuimos a vivir a un pueblo cerca de donde yo crecí, tenía 19 años y Tomás 22, él había heredado un terrenito, entonces allí hicimos la casa y pusimos vacas y cerdos, además gallinas. Además toda clase de cultivo.
Vieras que hay una historia muy linda de ese entonces en la granja, Tomas criaba cerdos, entonces cada fin de año mataba uno y los demás los vendían, con excepción de las chanchas que servían de madrotas y los barracos para los cruces y así seguir teniendo cerdos siempre. Pues resulta que dejamos una chanchita especial que se llamaba lucí, era una chancha joven, iba a ser el primer parto, teníamos tiempo de cuidarla muy bien y la le teníamos cariño a la puerquita. No ve mi hijito que se va enfermando la luci en el parto, vieras que sufrimiento, y la chancha gritaba y Tomás le hacía de todo para que no se fuera a morir en la parida, al final Tomás, que era un hombre muy decidido y sin miedo a casi nada, la agarro y le rajo la pansa y le saco a los chanchitos y luego la volvió a cerrar, le hiso eso que ahora le llaman cesárea a la chancha. Eso sí era un hombre valiente, no como los de ahora, que ven un chancho y echan a correr y son más feos que un susto en ayunas, con esos pantalones chupados y ese acento raro que tienen ahora los muchachos, y solo quieren trabajar en oficinas, no si hasta eso que Tomás era un hombre demasiado tipo, alto, blanco, de ojos azules y cabellos castaño. Y no crea usted que yo era así fea como ahora, que soy un arruguero, yo era una chiquilla linda, con piel trigueña, delgada, alta, con el pelo café y los ojos verdes, vea mi hijito, yo era de esas muchachas que se para el sol a verlas.
Ha… y la casita que teníamos, era tan linda. Vea papito eso de pagar agua y luz es ahora que se ve eso, antes el agua venia de la montaña arriba y era un agua limpiecita y la luz no existía ni televisores y computadoras tampoco, antes alumbraba la casa con una canfinera o con una candela, pero eso de bombillos es nuevo. Y la casa era una casita de madera grande, con 3 cuartos y una cocina grande y todo de madera, al final cerca de la puerta estaba la cocina e leña, eso sí le da sabor a la comida, no es parecido a ahora, que queda cruda la comida.
Después vinieron los chiquillos, tuvimos 14 hijos, y es que los hijos son una bendición de Diosito, y nosotros la aprovechamos bien. Cuando los chiquillos estaban chiquitillos siempre nos sentábamos a la mesa a conversar en la tarde, con una cantinera que alumbraba toda la casa y leíamos el “escuela para todos”, no había día que no se leyera. En las mañanas, se levantaban los chiquillos y se iban con Tomás a buscar a las vacas al potrero, siempre estaban arriba en el cerro las muy confisgadas, después las arreaban hasta el corral para ordeñarlas, y vieras que leche daban las vaquitas, y después se sacaba una postrera amarillita. Tomás dejaba parte de la leche, el queso y la natillas para la casa y el resto se vendía en el comisariato, después llegaba a la casa con confites para los chiquillos. También recogíamos los huevos cada mañana, a veces los recogíamos los huevos y se mandaban a vender y en la tarde ya cuando no habían huevos, pasaban unas personas que cambiaban pan por huevos, así que yo mandaba a alguno de los chiquillos a corretear a una gallina y a ponerle sal en el trasero, con eso la gallina se animaba y ponía algún huevo, que nos cambiaban por un montón de pan, que yo después del daba a los chiquillos con agua dulce.
Cuando los chiquillos crecieron comenzaron a ir a la escuela y el colegio, entonces la casa quedaba vacía todo el día, pero en la tarde se llenaba otra vez de pláticas y de risas. Aun así, Tomás les enseño a los güilas a ser muy valientes y antes de la escuela tenía que ir a arriar a las vacas y dejarlas ordeñadas y ay del que no cumpliera, porque mi marido si era de verdad, no como ahora que los papás no le ponen la mano encima a los hijos, por eso están ese montón de maleantes en las calles. A las chiquillas los enseñe a coser, a cocinar, a lavar, a planchar, a bordar en tela, les enseñe a moler tortillas así de grandes con queso, en fin les enseñe a hacer de todo lo necesario en la casa.
Ya recuerdo yo cuando una de las muchachas la empezó a buscarla un muchacho, ¡ay ay ay! , pobrecito hombre, se va topando a Don Tomás Gonzales, que lo sentó en la sala y lo interrogó lo más que pudo, la verdad es qué Tomás era un hombre muy bueno, muy respetuoso y cariñoso y así fue con los yernos y las nueras, porque todos los muchachos se cansaron con el tiempo.
Diay así fue pasando el tiempo, hubo momentos preciosos, como en todo. Ya recuerdo cuando yo hacía cositas para vender, pan casero, cajetas, tamal asado y no sabe las salvadas que nos pegó eso. A veces También Tomás se enfermaba y no podía trabajar entonces yo le ayuda, y es que para eso es el matrimonio papito, los dos deben de apoyarse y nunca dejarse. Tomás y Yo estuvimos casados más de 50 años y claro que peleamos pero no dejamos que eso fuera un impedimento, siempre nos esforzamos por arreglar las cosas antes de que se hiciera de noche, el secreto es ser humildes, si ambos somos humildes, los problemas no son duraderos, ¿Oyó mi hijito? Apunte, pa que no sea burro. Por un tiempo todo continuo con la misma rutina, levantarse temprano a palmear las tortillitas para el desayuno de los muchachos y el almuerzo de Tomás para que se fuera a trabajar.
Los muchachos como ya le dije, crecieron se casaron y se fueron de la casa, quedamos Tomás y yo solitos, y la finca tan grandísima y nosotros ya medio viejillos, entonces fue demasiado trabajo, por eso Tomás fue vendiendo el ganado y los cerdos, también los caballos, solo quedaron las gallinas, hasta la hija de la luci (que había muerto hacia años) se fue vendida. Después ya los muchachos nos dijeron que nos fuéramos a vivir a la capital con mi hija la menor, y allí estuvimos un tiempo, para ese entonces. Tomás se comenzó a sentir muy cansado y se puso más malito, por eso se decidió que lo llevaran al hospital, y lo llevaron al México, donde le hicieron unos exámenes y resulto con cáncer mi Tomás, lo tenía regado por todo el cuerpo, para ese entonces ya tenía setenta años y siempre tan valiente mi marido, luchó y peleo con todas las fuerzas, pero uno a estas edades ya está más de allá que de acá y el 20 de abril del año 1997 ; murió Tomás Gonzales. (Esto lo contaba mamá chola con lágrimas en los ojos y la vos entrecortada poniéndose las dos manos entre el pecho y después de una larga pausa de suspirar, proseguía con su relato).
Desde hace años todos los muchachos son profesionales y trabajan en bancos y juzgados, nosotros hicimos el esfuerzo de pagarles las universidades, por eso casi no tienen tiempo de venir aquí, solo usted papito es el único que saca tiempo de venir a ver a esta viejilla. Yo aquí vivo contenta, conversando con otras señoras y contando las historias que me gusta y recordando cositas que le ponen a uno calientito el corazón. Como quisiera yo que sus hermanos vinieran a verme también, pero no les diga que me hacen falta ¿oyó?, porque ellos están muy ocupados y no quiero que descuiden las cosas importantes de ellos por venir a verla a una, que es ya una viejita y que les quita el tiempo.
– Bueno mamá chola, yo no les digo nada
– Gracias papito, pero valla mi hijito, no pierda más el tiempo, que usted también está muy ocupado.
-Bueno mamá Chola gusto de verla, un día de estos vengo a darle otra vueltita, hasta luego.
Esta fue la última conversación que tuve con mamá Chola, yo no era hijo de ella, cuando yo estaba pequeño mi familia era muy pobre y mi mamá murió cuando yo nací y mi papá no podía cuidarnos y salir a trabajar, por eso, a veces a mamá Chola que era tan buena llegaba a dejarnos un gallito de comida cuando más hambre teníamos, por eso, yo a mamá Chola la vi como si fuera mi madre, y cuando la fueron a dejar al asilo aquí en San José, yo comencé a venir a verla, pero ya estaba mayor, la mente la traicionaba y no se acordaba de mí , y creía que yo era uno de sus hijos que venía a verla. La verdad es que yo vine a verla como cuatro años y una vez una enfermera me dijo que mamá Chola tenía como siete años en el asilo y que en esos años, al principio la venia a ver unos de sus hijos y que después, desde que yo comencé a venir, ninguno de ellos se había presentado. Para mi es completamente imperdonable que un trabajo, sea más importante que la madre. Yo siempre vine a verla y ella siempre pensó que era uno de los “muchachos” de ella, y eso aunque extraño me llena de felicidad, porque así ella nunca tuvo que sufrir porque todos sus hijos hubieran olvidado. Cuando mamá Chola falleció, la enfermera me llamó de primero y me avisó, y lloré, si, lloré como tiene que llorar uno, pero no fui a los actos fúnebres de los hijos (quienes si lloraron todos a la viejita cuando se murió), ni tampoco al entierro, para evitar ver a la cara a esos hipócritas de caras arrugadas, nariz y ojos enrojecidos de llorar a la mujer que ni falta les hizo como para hacer el “esfuerzo” de ir a verla y ahora muerta si querían ver por el cristal de la caja. Yo estoy muy feliz de haber visto a mamá Chola, cuando estaba en vida y eso me hace feliz.
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