Arturo nunca terminó la secundaria. Es más, ni siquiera la inicio. Cuando recién cumplió los doce años de edad su padre murió. En cualquier otra condición de vida, con una familia normal, por ejemplo, habría sido más fácil pero no fue así. Una vida fácil está relacionada con la educación, los ingresos familiares y el contexto en el que te crías. Él no tuvo nada de esto.
Después de abandonar la escuela entró a trabajar en el taller automotriz de su tío quien era mecánico. El pequeño Arturo tenía dos hermanos mayores pero ninguno de ellos trabajaba, ambos desaparecieron simultáneamente de su vida y de la de su madre por motivos confusos y sospechosos; embarazos nada deseados, delincuencia desorganizada y cosas parecidas. Su mamá, mujer de carácter fuerte y decidida, supo sacar adelante a su familia, incluso desde antes de la muerte de su esposo. _______________, hombre sin remedio, hombre de dos familias. (Suprimo el nombre del occiso por respeto a sus familias, pero usted, amable lector, puede introducir en la línea el nombre de su preferencia). Una de ellas, un matrimonio por la iglesia y los hermosos frutos de sus gónadas. La otra, su amante etílica. Pasaba más tiempo con ella que con su esposa y como toda infidelidad tuvo sus consecuencias. La botella fue su familia, esa familia fue su vida y esa vida lo llevo a la muerte.
Era una familia bastante pobre, los ingresos generados con gran esfuerzo por su esposa se evaporaban como alcohol etílico desnaturalizado en una botella sin tapa bajo el sol de verano en alguna playa del caribe. Gran parte del dinero se gastó en bebida, lo demás, en abogados para intentar salvar a su primogénito de la cárcel, condena que aún está pagando en algún reclusorio de la ciudad y que seguirá pagando al menos por un año más, o eso me dijeron.
El padre de Arturo tenía una carnicería, tres años antes de su muerte el local tuvo que venderse en beneficio de su hígado y de su hija. Nadie está seguro si usaron el dinero para pagarle sus estudios en alguna ciudad de provincia, versión que la madre de Arturo cuenta hasta el día de hoy, o si realmente usaron el dinero para ayudarla a cruzar el río rumbo a Estados Unidos, o quizás para borrar todo rastro de maternidad en su interior, proceso biológico natural que a tan corta edad suele ser mal visto. O eso me dijeron.
Su familia siempre estuvo muy lejos de ser una familia modelo, la colonia donde creció nunca fue un edén. Era un barrio bastante antiguo, bastante parecido a la habana pero sin playa ni negritos, uno de los «8 barrios» del centro de Iztapalapa donde cada «semana santa» se realiza una procesión para conmemorar la muerte y resurrección de su señor Jesucristo, señor que aunque es conmemorado cada año prefiere no caminar por aquí.
Desde la década de los 60’s han sido testigos de todas las crisis que ha atravesado el país y como las marcas que deja el nivel de agua en las paredes de una casa gracias a las inundaciones ocasionadas por coladeras tapadas con basura y esperanzas muertas, como las marcas geológicas que dejan los milenos en las rocas, cada generación que ha vivido en ese lugar, ha quedado marcado con una huella indeleble, marcados con la huella de la pobreza y la marginación social. Las historias de los niños quedaban grabadas en la corteza de los árboles, en los marcos de las puertas como recuerdo de su estatura y su niñez, las siglas de los enamorados dentro de un corazón quedaban grabados en la penca de algún maguey, porque había magueyes cuando los abuelos se sabían niños, cuando las puertas aún no eran de metal.
Si quieres conocer la historia de una familia o de una persona tan solo debes mirar atentamente las marcas que la vida le ha dejado, debes cortarlo perpendicularmente y observar los círculos concénctricos que el ambiente le ha dejado, como a un árbol. Porque los seres humanos se parecen a los árboles, los humanos son árboles, con ramas fuertes y delgadas, ramas rotas, hojas verdes y hojas muertas. Los frutos, la altura, la sombra, etc. son otro tema.
Respecto a los magueyes, Arturo jamás ha visto uno, solamente en las botellas de tequila. Sus abuelos crecieron criando puercos, vacas, gallinas y cada quien tuvo un maguey. Cuenta mi madre que todo lo que se alcanza a ver desde mi azotea eran chinampas y cuenta su madre que más allá de lo que hoy alcanzo a ver, en el sitio donde se eleva ese gran puente vehicular, pasaba un río que conectaba con el gran canal de la viga el cual era utilizado por el papá de mi abuela para trasladarse en lancha hasta el mercado de la merced, en el centro de la ciudad, para vender alcachofas y flores de cempazúchil que el mismo cultivaba.
En medio de la colonia hay una avenida que la divide en dos y los abuelos de Arturo siempre han vivido del otro lado. Entre aquí y allá, las condiciones de vida cambiaban enormemente, eran dos mundos separados por un arroyo de concreto. Cuando su madre era pequeña tenía absolutamente prohibido ir más allá del muro de chinampas que se encontraba cruzando la avenida. Era un lugar desconocido, más no inseguro, pero desconocer algo era motivo suficiente para temer por la seguridad de sus hijos. La incertidumbre es el origen del temor en el alma del hombre y como sus abuelos no conocían muchas cosas, le temían a casi todo.
El lugar donde vivo nunca ha tenido una época de apogeo. Sus ciclos de luz y oscuridad jamás han sido constantes. Durante la época prehispánica, era el ritual del fuego nuevo, celebrado en la cima del cerro de la estrella, la garantía de que tiempos mejores se aproximarían. Probablemente la incertidumbre que ha reinado en la zona durante los últimos 300 años se deba a que ya no se ha celebrado dicho ritual. Cabe la posibilidad de que lo que esté haciendo falta sea algún sacrificio humano pues todos los asesinatos que acontecen en esta zona son bastante frecuentes y deben carecer de alguna formalidad prehispánica porque no han funcionado como sustituto de los sacrificios necesarios en el ritual. Parece ser que para los dioses mexicas la muerte en sí misma no importa, debe ser el modo de morir lo que satisface las necesidades de aquellas deidades encargadas de mantener el mundo tranquilo porque en los últimos meses en la calle no han faltado destripados y juro que no funciona, seguramente algo no se está haciendo de manera correcta, o eso me dijeron.
Como sea, ni a mis abuelos ni a los abuelos de mis abuelos, incluso a los abuelos de estos, ni a los de Arturo, les tocó presenciar dicho ritual y es debido a esto que el día de hoy no existe quien pueda dar fé y legalidad al hecho de que fue precisamente el ritual del fuego nuevo y la sangre derramada lo que trajo nuevos y buenos tiempos.
Habiendo sido católico y cristiano, habiendo participado en la procesión de semana santa durante cinco años seguidos caminando descalzo sobre el concreto ardiente arrastrando una cruz al hombro bajo el duro sol, habiendo sangrado mis pies durante todo el camino de subida hasta el mismo cerro donde se realizaba el ritual del fuego nuevo, totalmente cansado, con el mismo rostro de esperanza pisoteada que todos portamos, pero al ser el único rostro de esperanza que nos queda lo portamos con orgullo, he podido ver a Arturo, a la distancia, con su cruz, caminando.
Habiendo hecho el recorrido con total devoción siguiendo al pie de la letra las instrucciones que la tradición dicta, al igual que miles de personas no he logrado ver ningún cambio en las personas; ni más lluvias, ni menos sequías, ni menos muertes, ni más alegrías. Ese dios europeo al que la gente se complace en venerar nos ha olvidado, nos ha tenido olvidados durante 300 años y seguiremos así a menos de que más personas decidan volver a las viejas costumbres.
Es la última opción que nos queda, comenzar a agregar asesinatos a la lista, asesinatos creativos, probando todas las opciones hasta dar con el clavo, el clavo prehispanico que ha pasado desapercibido durante tantos intentos. Por mi, por mi familia y mis hijos, por sus nietos, por Arturo y su madre, incluso por su padre, por las personas que perdieron un familiar en un intento fallido de realizar el ritual. Cada una de esas personas y todas las personas que aún no conozco, valen la pena, valdrá la pena intentarlo. Por eso hoy he decidido salir a probar suerte y comenzar a descartar opciones de mi lista, quizás solo ha faltado una persona con la determinación suficiente para intentar todo, una persona que no tema al infierno cristiano. El día de hoy comprendo mi misión de revivir las viejas costumbres y atraer a más devotos, entre todos procuraremos un mundo mejor, una vida tranquila, una vida feliz.
Hoy acepto que esa es mi misión en la vida…
… o eso me dijeron.
-Oscar Iván Mosco Chacón-
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