Juego de Tres. Placer Compartido.

Juego de Tres. Placer Compartido.

Trisha Sanz

07/12/2017

PRÓLOGO

Acerqué mi rostro al espejo para acabar de pintarme los labios, justo en el mismo momento en que el timbre de la puerta sonó, ahogando momentáneamente la música que había puesto de fondo.

Ryan ya había llegado.

Con un par de rápidos movimientos, pasé la barra de carmín por mis labios, y me eché hacia atrás mientras los apretaba con cuidado para que quedara bien repartido, observando detenidamente el resultado, no muy convencida: nunca me había gustado maquillarme.

Dejé el pintalabios encima del pequeño mueble del baño, cuando el timbre volvió a sonar, y tras echarme un último vistazo en el espejo para comprobar que todo estuviera en orden, me dirigí hacia la puerta, notando un ligero cosquilleo en mi estómago.

En cuanto giré el pomo, me encontré con la mirada de un atractivo treintañero, quién se había aflojado el nudo de la corbata y sujetaba una preciosa flor en una de sus manos.

–Llegas temprano. –comenté, sin poder evitar esbozar una tímida sonrisa, notando cómo el cosquilleo se incrementaba en mi estómago.

–No podía aguantar más sin verte. –confesó, tendiéndome la flor, mientras sus ojos recorrían cada milímetro de mi cuerpo lentamente, deteniéndose en cada curva que lograba llamar su atención–. Estás impresionante.

–Gracias. –le dije, cogiendo la flor que me tendía para admirar su precioso tono violáceo, mientras retrocedía un par de pasos para dejarle entrar–. La cena estará lista en pocos minutos… –hice ademán de dirigirme hacia el comedor, cuando me cogió con suavidad por el codo, haciendo que me volviera de nuevo hacia él.

–¿Por qué no dejamos eso para más tarde? –propuso, mientras acercaba su rostro al mío–. Lo único de lo que tengo ganas ahora mismo, es de hacerte el amor. –y antes de que yo pudiera reaccionar siquiera, bajó sus manos hacia mis muslos, y me levantó a pulso, apoyando mi espalda con cuidado contra la pared, mientras empezaba a besarme con pasión, excitado.

Logré dejar la flor sobre el pequeño mueble de la entrada, y entrelazando mis brazos alrededor de su cuello, intenté devolverle cada uno de los besos que me daba, notando como la excitación también se abría paso en mi interior, humedeciendo ligeramente el fino tanga de seda negro que me había puesto para aquella ocasión.

–Llévame a la habitación. –le pedí en un murmullo entrecortado, cuando ambos nos quedamos sin aliento. Ryan me cogió con más fuerza, y mientras nos dirigíamos hacia la estancia, empezó a besarme el pecho, mientras una de sus traviesas manos se metía bajo el vestido para abrirse paso hacia su paraíso, dónde introdujo hábilmente su dedo índice, haciendo que un gemido escapara de entre mis labios, y empezó a moverlo lentamente hacia dentro y hacia fuera mientras yo inclinaba el cuerpo ligeramente hacia atrás para que la sensación de placer fuese más intensa, sin dejar de gemir.

En cuanto llegamos a la habitación, me dejó con cuidado sobre la cama, y empezó a quitarse la ropa con decisión, sin apartar sus ojos de los míos.

Nos conocíamos desde que éramos unos críos, y aunque nuestros caminos se habían separado en cuanto habíamos dejado los estudios universitarios, el destino había querido que acabáramos trabajando juntos para la revista Letras con Luz, una pequeña -pero importante- revista literaria, de la cuál yo había logrado ser co-propietaria y escritora colaboradora, y en cuanto la solicitud de trabajo de Ryan había llegado a mis manos, no había dudado ni un solo segundo en contratarle como mi asistente personal -lo cuál no quería decir que no hubiera provocado discusiones entre ambos, entre otras cosas, porque Ryan no llevaba muy bien el hecho de que yo lo mandoneara a mi antojo-, discusiones que, mezcladas con la crisis matrimonial por la que yo estaba pasando, no habían tardado en crearme un cuadro de ansiedad en la que me había visto obligada a mantenerme un tiempo ausente de mi puesto de trabajo, el suficiente, como para no acabar en un maldito hospital.

Y había sido durante ésa ausencia en la que Ryan parecía haber recapacitado un poco en nuestras absurdas peleas, y me había visitado frecuentemente, aunque aquello en el fondo sólo pudiera empeorar todavía más mi crisis matrimonial, pues estaba empezando a olvidar al magnífico hombre que me había dado todo y con el que me había casado: empezaba a olvidar que él también lo estaba pasando mal, y sabía que cada mañana se despertaba con la esperanza de encontrar a lo largo del día una manera de solucionar nuestros problemas para que nuestro matrimonio volviera a la normalidad.

Empezaba a olvidar que alguna vez le había amado y lo mal que me sentía al estar engañándole con otro: ya no parecía importarme nada de él, y aquél sentimiento me daba miedo, pues cuanto más me alejaba de su intento de acercamiento, más me obsesionaba con mi amante.

Logrando sacar de mi mente sin ninguna dificultad cualquier preocupación que pudiera hacerme sentir mal, me puse a gatas, y empecé a acercarme lentamente a mi asistente, dispuesta a hacerle una felación que jamás pudiera olvidar, cuando se inclinó hacia mí, apoyando las manos sobre el colchón, y me dijo:

–Ni se te ocurra, señorita. –arqueé una ceja, sorprendida–. Hoy voy a darte una noche de placer, y tú te dejarás hacer todo lo que tengo en mente. –me dio un rápido beso en los labios, y volvió a incorporarse para quitarse los pantalones, dónde descubrí una fuerte erección bajo sus ajustados bóxers. <<¿Por qué debo sentirme mal?>>, me dije, mientras volvía a tumbarme de espaldas sobre el colchón, apoyándome sobre los codos, expectante. <<Sé que esto no está bien, pero, ¿qué culpa tengo yo de que otro me dé sexo del bueno? ¿Qué culpa tengo si con tan sólo penetrarme, llena ése vacío que hay en mi interior?>>.

Finalmente, se quitó los bóxers, liberando así la presión que éstos ejercían sobre su duro miembro, dejándole libre, el cuál se mantuvo erecto hacia mí, y no pude evitar notar cómo la humedad que había entre mis piernas parecía ir a más.

Entonces, agarró su miembro, y empezó a masajearlo de abajo hacia arriba, haciendo que me mordiera el labio inferior, excitada, mientras apoyaba sus rodillas sobre el colchón, dispuesto a tumbarse sobre mí; hice ademán de quitarme el vestido, cuando dijo con voz entrecortada:

–Déjatelo puesto: no sabes lo que llega a ponerme ésa tela tan corta y ceñida sobre cada curva de tu piel… –y sin decir nada más, se agachó para esconder la cabeza entre mis piernas, dónde tras apartar el fino tanga hacia un lado, empezó a pasar la lengua por mi clítoris lentamente, introduciéndola dentro de mí juguetonamente, mientras yo agarraba con fuerza las sábanas, intentando contener sonoros gemidos que pudieran alertar a los vecinos. <<¡Sigue! ¡Sigue! ¡SIGUE!>>, gritaba una voz en mi interior, frenética, mientras el cosquilleo de un fuerte orgasmo empezaba a hacerse más evidente en mi bajo vientre. <<¡Dios mío! ¡Sigue! ¡Sigue! ¡SIGUE!>>. Movía con suavidad mi cadera para ayudar a alcanzar el orgasmo, cuando en un abrir y cerrar de ojos, mi amante se irguió de nuevo, y tras cogerme ambas piernas para mantenerlas levantadas hacia arriba, me penetró con fuerza, completamente excitado, y empezó a embestirme con fuerza, haciendo que a cada embestida, mi cuerpo temblara de placer, mezclado con un ligero dolor que intenté ignorar.

Sentí cómo el fuerte orgasmo se expandía en mi interior, haciendo que un sonoro gemido escapara desde lo más profundo de mi garganta mientras clavaba las uñas en la espalda de Ryan, quién no tardó en sumirse en el éxtasis del placer, empezando a suavizar lentamente las embestidas hasta detenerse del todo, para luego tumbarse sobre mí, con cuidado, mientras intentaba recuperar el aliento.

Una vez más, había sido increíble: nunca había creído que el placer de verdad me dejaría temblando de la manera en que aquél hombre hacía que me temblaran las piernas de aquél modo.

Los minutos que siguieron después, nuestras agitadas respiraciones y el fuerte latir de nuestros corazones, parecía ser lo único que predominaba en la estancia, mientras yo deslizaba mis dedos sobre la piel desnuda de su espalda, acariciándole con ternura, mientras me perdía en mis propios pensamientos, preguntándome una vez más, porqué la vida no daba a cada uno la felicidad que merecía: aquél era un momento único, pero al mismo tiempo, irreal: el tiempo en que habíamos sido sólo uno, se había esfumado, y la sensación de ser dos extraños que estaban tumbados en una misma cama, se incrementaba con el paso de los minutos -tal vez porque no había amor de verdad entre nosotros-, haciendo que un enorme vacío se abriera paso en mi interior al saber que era cuestión de minutos en que él se levantara para darse la acostumbrada ducha después de tener sexo con la tonta de turno y se largara.

Los latidos de su corazón contra mi pecho empezaron a ralentizarse, informándome así de que el éxtasis del placer se estaba desvaneciendo, y cuando levantó su cabeza y nuestras miradas se encontraron, sentí que un nudo se me formaba en el estómago: no quería que se largara. No quería que me dejara sola.

Sin embargo, debía de aceptar el hecho de que él no era mío, y de que yo no podía ser suya.

Almenos, no aquella noche.

–Eres preciosa. –me susurró, apartándome un mechón de pelo de la frente con ternura, sin dejar de mirarme.

–Quédate conmigo ésta noche. –le pedí, ignorando que aquello para mí no era nada bueno, mientras me abrazaba a él para no dejar de sentir su calor contra mi piel. Sonrió.

–Me quedaré contigo toda la noche.–me prometió, tras darme un beso en la frente. Cerré los ojos, sintiéndome arropada por sus palabra, y antes de que la voz de mi conciencia tuviera tiempo de alertarme sobre el incumplimiento de aquella promesa, me quedé dormida sintiendo sus caricias sobre mi piel.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS