Síndrome de la bruja vieja (historia real)

Síndrome de la bruja vieja (historia real)

Sebastian Rod

21/11/2017

Harto de contar esta historia he decidido escribirla de una forma más bella, aunque la belleza aquí, es equivalente a una flor en una tumba.

La noche transcurría en copiosas lluvias, es por esa razón que tuve que pernoctar en casa ajena con la confortabilidad que brinda la confianza y la hospitalidad incondicional que otorga un allegado. Nada alteraba mis nervios. Entre juegos de mesas, vino, charlas amenas y recuerdos que se traen al presente cuando ya se dijo todo en contagiosos bostesos, la hora se perdía.

─Hasta aquí he llegado ─ puse fin a la charla.

─Te acompaño al cuarto ─luego ojeó el celular y farfulló la hora sorprendido.

El cuarto antiguo con cama de espaldar confeccionado en petribí con motivo de rosas, hojas y roleos; cuadros de marcos ovalados de madera sobredorada envueltos por la tenue fulgor de un foco que oscilaba, casi imperceptiblemente, en una araña de techo de vidrio con caireles.

─Hasta mañana ─ me despedí entre tanto pensaba en el horrible y lento olvido a las que algunas personas ironicamente se aferran dejando a la vista retratos.

─Hasta «luego» ─ replicó y corrigió al mismo tiempo. Cerró la puerta tal vez pensando cuando fue la última vez que la juntó sin nostalgia.

El cansancio y sueño fueron más fuerte que todas las miradas de los cuadros, juzgo porque no recuerdo haber divagado en miedos sonsos, verbigracía, a lo vetusto. Todo se vuelve fantasmal a medida que los segundos pasan, todo recuerdo es fantasmalmente abstracto en definitiva, pero, un retrato, es el escalofriante y continuo presente que fue, es y será aunque el cuerpo físico vuelva a polvo. En fin, caí en un profundo sueño.

Aún se me eriza la piel al recordalo, de pronto estaba despierto totalmente inmovilizado ─otras de mis parálisis, pensé, mientras controlaba ese miedo que se siente a algo o alguien que muchas veces no se ve─, sin saber que esta vez era una parálisis diferente. Cuando estaba ya tranquilo a punto de despertar el llanto de un niño a mi espalda destruyo toda tranquilidad al instante, desesperadamente intentaba despertarme y, para peor, se acercó hasta que pude sentir su respiración en mi cuello. Tras una lucha descomunal desperté buscando aire como si me hubiese estado ahogando, atiné a dar un giro brusco para ver si allí estaba, pero para beneficio de mi corazón que sentia más que nunca la prision del tórax, no estaba allí. El cuarto era y no era el mismo ─de la paranoia a la pareidolia.

El día, sin más sobresaltos, continuó. Ya había pasado por algo similar y nunca me sucedía dos veces lo mismo. La noche llego y ya estaba deprovisto de cualquier miedo, el trajín diurno y el trabajo fue suficiente para dejarme en la plena tranquilidad del olvido en mi casa. Un repiqueteo en la tibia de mi pierna derecha me hizo caer en la cuenta que nuevamente estaba en estado de parálisis, boca arriba. Pude atisbar con gran esfuerzo que a mis pies una sombra muy oscura, pero pequeña, golpeaba con una vara mi tibia. Nuevamente el pánico se apoderó de mí y resultaba imposible despertar, en plena desesperación escuche que a mi hermana entrar a casa y lo llame, lo vi entrar al cuarto y le «rogué que me despierte» ─ pude ver su cara de desconcierto─, y, sin entender, me zamarreó hasta que al fin desperte pero con dolor en la tibia.

Luego de tratarlo con mi hermana traté de convencerme de que tal vez la mente tenga el poder de crear dolores donde no existe. Ya el día no transcurrió con alivio para mí, sólo se trataba de esperar la noche con impavidez. Recuerdo aquel día viernes, busque como nunca antes esquivar la noche y salí en busca de diversión. Al amanecer retorné a casa y con unas copas de más como anestesia el sueño me encontro iluso.

Esta vez reía y, para mí infortunio, me tocaba la espalda. No se si fue por el alcohol pero ya no me asustaba tanto y, en vez buscar despertar, con todo el vigor logre llevar mi mano hacia mi espalda hasta que toque su mano fría y desperte. Sorprendentemente su piel gélida la sentí por unos segundo más en mi tacto luego de estar despierto. Pero lo extraño es que le había perdido el miedo. Por muchas noches más interrumpió mis sueños, ya acostumbrado le hablaba siempre y le pedía que me muestre su rostro pero era en vano, nunca lo hacía.

Una noche tuve visitas y tiré un colchón al suelo donde me acosté, en ese momento estaba solo y el volvió a interrumpir mi sueño, en realidad, quería que lo interrumpiera. Le insistí que se mostrara y ahora era yo el que le decía que no tenga miedo y, mientras le hablaba, por detrás mio, se asomo hasta quedar cara a cara a unos quince centímetro. Estaba envuelto en humo y movia su boca pero no salía su voz. Le hice entender que no podía escucharlo y en ese momento pase a otro estado de sueño en donde su aspecto era la de un chico normal, rubio, de ojos claros y pelo lacio. Estiro su mano y en ese estado de sueño yo me podía mover normalmente, le agarre su mano y caminamos ─ en mi casa había un ambiente denso, muy denso─ llegamos al comedor, me mostro la vara con la que me golpeó la tibia reiterada veces y cuando me estaba por decir algo desaparecio y nunca jamás volvió, aunque lo deseé.

Es el día de hoy que sigo siendo interrumpido por extraños entes, pero ya no siento miedo.

Punto de vista científico: http://www.efesalud.com/paralisis-del-sueno-trastorno

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