La piel dura. Relato Gonzo

La piel dura. Relato Gonzo

Carlota Escribano

12/11/2017

Veo una moneda rodar que viene desde el pasillo, entra a la habitación y se para debajo de la cama justo a mis pies. El argentino entra y la busca y me mira de reojo avergonzado. Hombre, que estoy en la cama, ¡señor! No le digo nada, simplemente sonrío con una mueca que he aprendido aquí recientemente y le señalo con el dedo donde está su moneda. Debajo de mi cama.

¿Qué hubiera hecho yo si la moneda se me hubiese colado a mí en la habitación de otra persona?

Soy tan vulnerable aquí. El dolor te hace vulnerable. Yo creo que la hubiese dejado rodar y no hubiese entrado a por ella. Por respeto. Por vergüenza.

¿Tienes calor, Antonia?¿Antonia? No, ni frío ni calor. Antonia es mi compañera de habitación. La habitación 1501.

¿Y yo? ¿tengo calor o tengo frío? Dolor. Tengo dolor ¿Cuánto, Carlota? Dime, ¿cuánto dolor tienes del 0 al 10? 8 o 10. Todo.

Aquí no sirve de nada quejarse, hay que pedir. Para que te vean hay que pedir, pedir cosas; sin agresividad, calmada.

Calmantes. Pastillas. Dolor. El dolor me ha hecho empática.

Escribir me alivia. Menos mal que puedo escribir. Aquí estoy pintando con las palabras. Anoto en el cuaderno; dolor, esperar.

Me entretengo escribiendo mensajes a mis amigos cercanos explicándoles mi dolencia y aprovecho para pedirles canciones, listas de canciones de naturaleza alegre y positiva. El hilo musical que me regala cada uno amortigua el dolor.

Esta noche Antonia me ha pedido unos palillos, unos mondadientes que estaban en el armario del salón.

-Antonia, que estamos en el hospital, aquí no hay palillos. No es tu salón, no hay armario, no es nuestra casa. Sigamos durmiendo Antonia.

-Que sí, mujer, que me des uno, que se me ha quedado una cosa entre los dientes de la cena.

Me hago un ovillo con las sábanas y deseo que el dolor se haga mi amigo. En realidad ya lo es y no me estoy dando cuenta, porque lo único que hace es avisarme de que todavía algo está mal por dentro. Es un amigo bueno pero no me calma.

Una frase de Chantall Maillard me retumba en la cabeza. “Todo es donde se está ”. ¿Existo ahí fuera? Llevo veintitrés días hospitalizada, ¿sigo existiendo ahí fuera? ¿existo?

Ansiedad, dolor, pastillas, esperar, pruebas, esperar. Dolor.

He tenido muchas compañeras de habitación desde que estoy aquí pero no me acuerdo de sus nombres, sólo del de Antonia.

Estuvo la Señora búho de grandes ojos. Silenciosa. Siempre acompañada por su hija. La hija hablaba y le pedía cosas que la mujer búho no podía hacer; ella no se daba cuenta que su madre estaba desorientada. Le decía en alto casi gritando, «Mamá, no entiendo,no entiendo porque no haces esto si antes lo hacías».

Luego vino la Mujer grande y poco habladora con su sobrina educada de pantalones cortos siempre a su lado.

Después estuvo unos días la Señora joven ruidosa y charlatana. Me tuve que proteger de ella porque era irrespetuosa y molesta.

La Sra. ciega y sorda. Era risueña y alegraba la habitación con sus risitas. Hacía ruiditos por la noche como una ardilla. La familia era educada y Pepe, su yerno, era todo luz; de charla animosa y motivadora.

Sra. delgada y de hijos altos. Ella tenía Alzheimer y siempre estaba sonriéndome, con tanta ternura que lloro. Los hijos dejaban un agradable olor en la habitación. Me quedaba en mi cama y me acurrucaba con el perfume de sus colonias.

Y de madrugada llegó la Sra. boca. Desde mi cama me asomaba y sólo le veía la boca, desde que llegó hasta que se fue.

Y después me quedé sola, sola en la habitación. Otra vez sola. Paso mucho tiempo sola en compañía. Muy expuesta y sin intimidad, dependiente. Esperando el desayuno, esperando a que te hagan la prueba, esperando a que te hagan otra prueba y luego la otra, esperando a que te pongan el antibiótico, esperando a que termine el antibiótico, esperando a que te den el calmante, esperando a que haga efecto y se te vaya el dolor, esperando a que no vuelva el dolor, esperando a que venga el dolor, esperando la llave de la ducha, esperando a que te venga a ver el doctor. Esperando intimidad.

Y siempre acompañada por esas voces en el pasillo.

Viene la enfermera y me inyecta el antibiótico, me fijo en el recorrido que hace por los tubos, lo miro por aburrimiento porque sin mirar ya sé cuando ha pasado a la sangre porque noto el sabor ácido en la boca.

De tanto antibiótico y calmantes tengo el paladar y la lengua rasposa y las papilas gustativas secas e inflamadas. No saboreo la comida. Cuando salga de aquí quiero comer costillas asadas, hamburguesas y piña.

Me ponen otra vía, ya llevo tres desde que entré. La enfermera me dice que tengo la piel dura, ¿no te lo habían dicho? Recuerdo que cuando sacrificaron a mi gatita, al ponerle la vía el veterinario me dijo que los gatos tienen la piel muy dura y que cuesta mucho más ponérsela que por ejemplo a los perros.

De nuevo me veo yo misma tejiendo un filtro natural. Anoto en el cuaderno; tengo la piel dura como los gatos, estoy descubriendo otra yo, otra manera de mirar y cada día más huyendo de los labios fruncidos.

Javier pasa mucho tiempo conmigo en la habitación, y cuando hay gente y no paran de hablar nos comunicamos escribiendo en el cuaderno. Le escribo, estoy harta de las conversaciones banales. Lo lee y anota, ¿piensas que la existencia es un reflejo de experiencias pretéritas o acaso una suma de infinitos casuales aleatorios? Nos reímos a carcajadas.

Entra otra enfermera y nos dice que han activado la planta, el nivel de infección es alto y que nos tenemos que lavar con el jabón que tiene en sus manos. Desinfectante quirúrgico. Importantísimo para no contagiarnos cualquier cosa que venga de fuera o que esté ya aquí dentro.

Desde que empecé a levantarme, utilizo ese gel para ducharme y lavarme y le digo, yo ya no me contagio más.

Parar, salir y volver a entrar.

¿Cuántos días llevo aquí? A la mujer del argentino le acaban de dar el alta, les veo alejarse por el pasillo.

Me vuelvo a preguntar, ¿qué hubiera hecho yo si la moneda se me hubiese colado a mí en la habitación de otra persona?

Carlota Escribano

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