Desperté otra mañana y ya no eran 17, ni 22, ni 26,..eran 31 los años que tenía, no me gastaba aún por mirar así la vida en la Vieja Lima, las estaciones revoloteadas por la amargura de la naturaleza, los carnavales de bailanza y de fiesta en cada fecha en la que se celebraba un no sé qué de retroceso, las familias aguantando y estirando los soles en la cartera,… (continuará)
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