Sobre rosas negras.

Sobre rosas negras.

pedro voltereta

02/11/2017

Alguna vez soñé con encontrar la rosa negra, la que vive en los acantilados de la desesperanza, la que siempre se mantiene alejada de los ruidos que no dicen nada y de los seres que carecen de bondad. Hay infinitas rosas negras, tantas como nuestros corazones son capaces de concebir, pero sin duda yo prefiero la aromática pues consigue embriagarme al tiempo que me traslada al mundo de los sentidos, ese en el que cualquiera es capaz de perderse para siempre…

Paseando una noche insustancial, por los arrabales de un puerto perdido en las sombras del tiempo, me atrajo la atención una fragancia. Provenia de un solar abandonado, donde un rosal que nunca antes habia visto, empezaba a abrir sus flores a las caricias de la luna.

Las rosas eran de un color negro mate, pero con un brillo indefinido, como si con polvo de estrellas hubieran sido rociadas. Mi interior sintió el murmullo de su llamada y no pude evitar acercarme a olerlas.

Eran simples pimpollos sin abrir, pero al sentir mi cercanía comenzaron a palpitar, como si de las entretelas de un feto se tratara. Cuanto más cerca me encontraba, más atraido me sentia. Mi pensamiento era voluptuoso a la par que precavido, mas no era capaz de decidir si acercarme o alejarme. Sentir que la flor abría sus pétalos para mí, me hizo tomar la decisión de ir junto a una de ellas.

Lo primero que percibí, fue que era una rosa triste, sumida en la amargura; una flor perdida en el dolor, incluso antes de venir al mundo. Cuando algo así se te mete dentro, es dificil de digerir. Poseía la negra flor, una dulzura innata, complicada de esconder, imposible de negar; como esa margarita que nace en un campo de batalla, abarrotado de cadáveres que se descomponen al sol, entre los cuervos.

El desamparo es un abismo que dota de personalidad al individuo y la zaina rosa sucumbió a su destino, forjado en lágrimas y difuminado en negro. A pesar de todo el perfume que la adorna, sólo muestra lo que no se esconde en su interior. Entre unos pétalos suaves, pero matizados en la distancia, palpita un horizonte perdido en su grandeza, un huracán sin desierto al que huir y una bola de nieve sin ladera por la que rodar.

El azar es una sombra en la que se ocultan sentimientos sin porvenir, canciones que serán mudas y melodías sin sonido, carcajadas de un payaso que jamás salió a la pista del circo, que sucumbió en el intento de alcanzarla.

Hay una rosa que palpita en el silencio de la soledad y un fornido marinero que busca su sino. Un corazón tatuado que va de puerto en puerto, buscando una flor que ha de cobijar la monotonía de lo cotidiano, la sintonía de lo mágico, la melodía de los mundos donde el mimo muestra su cara mas afable. Donde la risa es fácil y la sintonía de los seres que se necesitan, brilla en la perpetuidad de los tiempos venideros. Donde el amor asoma y los miedos desaparecen, al levantar la bruma, en el momento en que cielo, tierra y mar se juntan para darse los buenos días.

Desperté de mis pensamientos y tras volver a oler la flor, abandoné el lugar donde sentí el aroma que ahora me acompaña. Desde entonces la rosa habita en mí y su mundo me perfuma.

Somos dos seres perdidos en la inmensidad, que se desvanecen cada noche entre las brumas de la bahía, a la que nos lleva el tránsito de la vida. Un viaje incierto en el que cada día hay un puerto y un horizonte indefinido, donde la travesía llegará a su final.

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