Hay una gran ave
con alas de cristal líquido,
gigantes garras de diamante que destrozarían paisajes si así lo deseara
un pico mutilador de agujeros negros
y plumas de mercurio multicolor.
Ella ama volar entre las estrellas y el cosmos,
por el desolado desierto de marte,
el gaseoso clima de júpiter la llena de energía
y el pequeño pluton la deja extasiada cada vez que se posa sobre el.
Su lugar favorito es la tierra,
ama dar piruetas entre las montañas llenas de nieve,
ver a las ballenas saltar fuera del mar carcajeándose por las bromas que hacen juntas
y escuchar la música que la humanidad ha creado inconscientemente.
Le gusta ir a la luna de vez en cuando
y contemplar al planeta que tanto ama.
Le encanta ver a sus hijos correr por las praderas.
Se asusta cuando los más fuertes van de cacería
y se matan entre sí.
Como cuando la manada de leonas salen por alimento
y la sangre de los indefensos antílopes corre por sus fauces.
La gran ave llora de tristeza por no poder salvarlos,
se ve atada.
Su corazón arde felicidad cuando ve a los cachorros crecer,
los pequeñitos leones comerán la dulce carne para estar fuertes.
Esta herida por la ferocidad de la naturaleza.
Sin embargo, la entiende.
Sabe que el universo es cruel,
no hay espacio para lloriqueos.
Sale del planeta moviendo sus alas con frenesí
y viaja hasta el fin de la vía láctea.
Haciendo paradas en Neptuno, Venus y Mercurio.
A veces vuela de estrella a estrella,
formando las figuras del zodiaco.
Un día dibujo a Virgo, otro a Géminis y aburrida a Tauro.
Le gusta aprender de seres como nosotras y nosotros,
sabe que somos tan insignificantes
como para sabernos afectados por el gran átomo
al que llamamos universo.
Como electrones y neutrones.
Como células y plasma.
La gran ave posee sabiduría infinita.
A diario nos susurra al oído la verdad.
Pone frente a nuestras miradas hologramas desnudos
que pasan desapercibidos por nuestros egos vanidosos
y miradas vacías.
Pero ella nos ama.
Baila diluida y triste por nuestras conciencias.
Saberse ignorada la lastima,
pero nos ama y su llanto nos salva
momento a momento
segundo a segundo
horas tras hora
día a día.
-Manuel Fagrises, 2020
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