Crònicas de una ciudad intempestiva (Crònicas de Armero de Juan Àlvarez Castro)
CRÒNICAS DE UNA CIUDAD INTEMPESTIVA
(MEMORIA ACTIVA DE ARMERO DE JUANÀLVAREZ CASTRO)
VÌCTOR LUGO LÒPEZ
PRÒLOGO
.MEMORIA ACTIVA?. POR QUÈ LA NECESIDAD DE LA MEMORIA DE ARMERO? UNA REFLEXIÒN NECESARIA.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
La memoria no es mera anècdota, no es un recuerdo inane y menos nostalgia , es un tiempo vivido que se hizo presente y pasado y se queda latente hablando a los tiempos representados en las nuevas generaciones que beben como sucede con Armero, de esa forma de la cultura, espìritu de ciudad y de sociedad incidiendo en el gran contexto de la cultura colombiana.
Al escribir de espacios vividos, de amigos y gentes que conformaron el llamado Armero no se colige solamente un recuerdo de tiempos que fueron y ya no seràn lo que convoca al suspiro nostàlgico, hacer memoria activa es descubrir un Armero vivo, un Armero totalizante que se ha vuelto una ciudad intempestiva.
Decir Memoria Activa de Armero es reconocer el triunfo de esa Memoria por encima de un presente y del «Viva el presente», es el ser de la poesìa tangible en las palabras que rememoran hechos, culinarias, arquitecturas, vestidos, maneras de hacer las cosas formas de existir. Memoria activa no es solo el movimiento del engranaje de motivaciones personales, hacer memoria es algo que resulta angustioso en tanto es el entendimiento de un momento decisivo en el que el recuerdo deja de serlo y nos llama a entenderlo como varios hechos señalando que Armero era una Forma de la cultura.
Hacer la Memoria activa de Armero es un acto consciente, es , entonces, poner de presente el espìritu del armeruno reconocièndole en sus actos una forma de vida que se hizo sistema.
Hacer Memoria activa de Armero es hacerse preguntas, ¿A què estoy respondiendo cuando hago memoria? ¿Debo callar algo cuando hago memoria? ¿Se incurre en negligencia consciente cuando se deja de lado un recuerdo que se vuelve memoria?
Hacer Memoria activa de Armero no es meramente incurrir en un intento que fàcilmente se pueda catalogar de mero romanticismo, es no abstenerse de padecer los dramas armerunos, no es sòlo abundar en reconocer la dualidad razòn-fe propia de la ciudad.
Hacer Memoria activa de Armero es , por supuesto, tambièn, un acto de sentimiento, pero es un acto razonado y sistemàtico que deja unas consecuencias en el anàlisis social, polìtico y estètico que devele, de nuevo, la forma de la cultura que era la sociedad armeruna y de paso el ser colombiano.
Memoria activa de Armero es un diàlogo entre lo que fue la ciudad y ya es como presencia tangible y viva.
Hacer Memoria de Armero es abrir la senda de la interpretaciòn de ser Armero, es decir, hacer de la Memoria expresiòn de nuestra existencia como ese ser y haber sido ciudad.
Memoria activa es el espìritu de la cultura Armero lo que equivale a decir, hacer la bùsqueda y el hallazgo, si, queda, si lo hay, de un pensamiento sistemàtico como realidad teòrica y de hecho que produce un efecto en la vida de hoy y del porvenir.
La Memoria Activa de Armero pretende entregarle al sentido comùn del ciudadano sobreviviente y a su heredad un habla y una escritura conscientes.
La Memoria activa es un preguntar por la ciudad, por su escuela, su religiòn, su modo de trabajar, sus acontecimientos, fiestas y a partir de esto construir el concepto de Armero.
La base de la Memoria activa de Armero se funda en las formas de vida, en el còmo se constituyen el agro y la industria de la ciudad, su gobierno, su expresiòn deportiva y artìstica, su religiosidad, su educaciòn y el desarrollo de la lucha laicismo y fe.
De seguro en la construcciòn de la memoria activa de Armero se incurre en omisiones pero no se abandona lo esencial como valoraciòn y bùsqueda existencial de lo que fue Armero y que se extiende hasta el presente.
El objetivo de la memoria activa de Armero es poner en diàlogo todas las memorias individuales como expresiòn de la experiencia de ciudad como mètodo, luego la memoria activa no es un resumen del ser Armero en el tiempo. Esta memoria pretende ser una vìa de acceso a Armero vivo mediante el diàlogo de esas memorias individualizadas.
Quedaràn vacìos, lagunas pero ojalà se muestre lo que fue y era Armero en el contexto colombiano como nociòn històrica y como concepto genealògico, es decir mostrar que se puede ser armeruno pero que ese ser entraña un compromiso de vida teòrico y practico.
Entre el tercer decenio del palacio de justicia y la catástrofe de Armero retomo este texto para todos mis amigos en especial los de la eterna Ciudad Blanca…
CREAR EN EL DOLOR Y LA TRISTEZA.
Juan Álvarez Castro
Yo solo sé crear en el dolor y la tristeza le ha dicho Vinicius de Moraes a Clarice Lispector en una entrevista que ella le hizo en Río de Janeiro en el año de1969. Ella muere ocho años después de esa entrevista, y él parte de este mundo tres años después de la marcha de este mundo de ella.
Un hombre ha apagado el video donde se muestra en vivo y cínicamente la muerte por degollamiento del periodista James Foley, no le resulta posible asistir a tanta “verdad”, ahora entiende lo que es en el mundo vivir para padecer el dolor y la tristeza que sólo un poeta al estilo de Vinicius de Moraes puede tornar poema. ¿Qué hay de poético en ver en un video cómo se degüella a un ser viviente?, se pregunta el hombre frente a la pantalla, ¿alguien que no sea un familiar de Foley le habrá hecho un duelo además de reenvíar el video a otros y sentir el escalofrío de ver un acto extremo?
Al saber de la muerte de Vinicius, Ellis Regina duerme tres días en el suelo, su dolor es inconmensurable, pasado ese tiempo acepta acostarse sobre una manta con algunos cojines de apoyo, vive su duelo, es su manera de encenizarse, no plañe, el frío de las noches es su manera de sentir la orfandad y soledad de Vinicius que parece haber cantado Gustavo Adolfo Becquer en la rima 71. Semanas después Ellis Regina con su dolor de alma acepta dormir metida debajo de la cobija, su cuerpo tibio le dará paso a su voz plena de saudade mientras un niño descubre que vivir no es eterno y se agarra a la cintura de su madre buscando ser salvo de ese paso inevitable.
Frente a la pantalla apagada el anónimo espectador vive los días que dejaron caer el velo de su presunta inmortalidad, recuerda a su amigo, al que le decían fosforito que estudia dos cursos delante de él, es fosforito flaco, cabezón, de allí nace la similitud que da origen a su apodo. Fosforito bien peinado recorre junto a él una tarde de verano la calle doce, pavimentada, lo lleva hasta su casa por recomendación de la maestra de segundo grado de primaria, él camina avergonzado arrastrando el desastre final de los dolores de estómago, no dice nada. Fosforito golpea en la puerta de su casa y cuando la mamá sale, sin saber qué decir le acerca a su compañerito y se lo entrega haciéndole saber a la dama de las incomodidades que padece su hijo y que les ha hecho participar a sus compañeros. Sentir vergüenza por el accidente bajo la ducha fría es menos pesado, lo que no logra entender es el significado de las palabras de su madre que mientras lo seca con la toalla dice: Esto es para morirse de la pena.
A sus diez años, por la noche, en la seguridad de la cama, bajo la manta tibia se pregunta ¿cómo será morir de pena?
Los días venideros, tiempo de vacaciones, le develarán al ingenuo su inocencia, a las siete de la mañana la persiana es corrida de manera urgente, las manos de su madre lo sacuden urgentes, Es menester que se levante, se despabile con agua y tome la olleta y vaya al lado del estadio, donde don Felipe, y por cincuenta centavos compre una botella de leche.
Con parsimonia al comienzo, luego más rápido y paulatinamente el niño con la cara lavada toma camino de la lechería, baja por entre los acacios coronados de flores amarillas, pateando las piedras de la carretera destapada, en la esquina que abre la recta que remata la capilla del Carmen y hace vecindad con el estadio, ve al viejo tendero, el gocho Emilio, piensa, a quien ha visto la noche anterior predicando a un grupo pequeño la palabra de Dios. El gocho ha cerrado su tienda donde él le compraba caramelos premiados en los que solo salían bombas de inflar y la ilusión de que en la próxima ocasión la delicia le representaría la anhelada bicicleta. ¿Qué haría con la mercancía? Se pregunta mientras atisba por entre la puerta semiabierta buscando las bicicletas que algún día se iba a ganar, sólo vio la cicla negra “monark” del gocho recostada sobre una de las tantas bancas de iglesia que ahora poblaban el salón de las ventas del viejo lenguaraz que había renunciado al catolicismo y se había declarado evangélico, juega con la olleta y siente la brisa fría de las siete de la mañana de paseo por esa cuadra donde todo parece dormir aún. De la casa de ladrillo rojo y arcilla, casa sin luz, parece salir humo, debe ser la mamá de los Espitia preparando el desayuno en una estufa de leña, piensa absorto mientras sostiene del asa la olleta que lanza al aíre y que si se sale de sus manos al caer se va a abollar de manera que no va a poder ocultar. Apura el paso calzado con sus tenis blancos y pasa por la casa de los Beltrán, casa pintada de paredes amarillas claras y ventanas verdes, todo es silencio, su breve espalda se eriza y le indica que ya esto no es normal, intranquilo aumenta su paso y en breves segundos está en frente de la casa esquinera, casa de habitación, tienda y lechería a la vez, las puertas están cerradas, duda y quiere devolverse pero ve colgada de la puerta café la bandera blanca que indica que hay leche y que seguro la están vendiendo, titubeante se asoma y se encuentra con la cara joven pero despeinada de la mamá de los Beltrán que le dice “sigamijito”, sin pausa y jalándolo del brazo lo coloca en el último sitio de una fila de mujeres y niños y niñas que esperan su turno para que les vendan su porción de leche. Adentro, la tienda huele a formol y las luces de balasto están encendidas, es una atmósfera que lo ahoga y lo impele a huir, pero él se queda y sigue paciente la fila, da tres, cuatro, cinco pasos y de frente a él ve a doña Silvia metida en la caseta donde están las cantinas donde ella mete el cucharón y llena a la medida del comprador su recipiente, cada vez que se acerca la ve con su moña hecha de las trenzas matinales, pero la ve llorosa y la escucha balbucir entre gemidos una retahíla que poco a poco va entendiendo, un paso más y la tiene de frente, ella no lo mira, se entretiene hablando con una señora que la escucha a un lado de la fila, doña Silvia suerbe sus lágrimas mientras se pasa el antebrazo por la nariz y limpia los mocos que se le escurren entre el llanto.
“Sí, doña Dabeiba, Felipe salió a las tres de la mañana a la finca a recoger la leche del ordeño, el mayordomo me dijo que se vino a las cinco con las cantinas llenas, y hace como una hora me lo trajeron pues encontraron el carro estrellado contra un árbol”, sin pausa la señora sin prestarle atención continúa su relato, “Eso fue un infarto fulminante, lo trajeron y ordenamos las cantinas, las dejé listas para iniciar la venta, luego llamé a la funeraria y rápido me trajeron el cajón, mientras le puse su ropa de paño y su sombrero y me resigné a vender el producido de leche, ay, mi Felipe”, Y la vio sorber sus lágrimas, lo sobrecogió al ver sus ojos enrojecidos y su piel blanca muy arrugada. “Mirelo cómo está de bonito mijito” le dijo la vieja y le señaló con su dedo índice izquierdo a un lado de la caseta, y allí estaba el viejo Felipe tendido en el ataúd, pálido con dos algodones tapando sus fosas nasales. A sus escasos años quedó horrorizado, inmóvil y con ganas de vomitar, era la primera vez que tenía un muerto tan cerca, “ Cuántas botellas quiere” le dice la vieja llorosa, titubeante, quizá estupefacto ante el cuadro del cual hace parte ahora sólo atina al silencio, ¿Tal vez media botella? Le dice la vieja mercachifle dejando trazas de saliva en el vidrio de la caseta, déme una botella le dice con énfasis en la e mientras ve el rostro del difunto atacado por las moscas y espanta una de ellas que viene a pararse en su mejilla, le pasa la olleta y ella llorosa le sirve la botella y le reclama los cincuenta centavos mientras le devuelve la olleta y gimotea “Ay,mi difuntico”….. Él sale corriendo, busca aíre fresco, quiere botar la leche no sólo por el horror que le causa la reciente visión sino porque presiente que mucho de lo que lleva en la olleta tiene los humores y emisiones de la vieja llorosa, triste pero cochina mercachifle.
El camino de retorno a la casa es lento, se lo hace pesado el recuerdo y la reciente experiencia, corre sin temor a derramar el líquido, golpea en la puerta de metal gris y pasa de largo por la sala y el comedor, atraviesa el jardín interior y entra en la cocina y como si fuera culpable de algo terrible relata lo acontecido a su madre y a su padre que están allí, ella palidece y en silencio bota por el sifón la leche mientras su padre le ordena que a partir de mañana se comprará la ración en la doce antes de la dieciocho, donde doña Rosina, lo encarga de la responsabilidad haciéndole saber que puede hacerlo porque ya debe conocer el camino que es el mismo que lo lleva hasta su colegio. El no quiere esa responsabilidad pero acepta en silencio aunque pasarán semanas y el recuerdo le vendrá a la memoria de improviso sobre todo cuando está a punto de comer o como ahora frente a la pantalla incapaz de ver el video del degollamiento del periodista gringo, y todo se le atraganta, sabe que la mercachifle vieja se parece cuarenta y cinco años después a los regodientos visitantes y asiduos de la muerte en la pantalla, vividores del dolor y la tristeza olvidados del que muere que alguna vez fue ser vivo y sintió y pensó, ser que por vivir nos asombra y al vivir la experiencia primera de verlo muerto, como le acaeció a él, lo envió a vivir en un día la eterna noche del universo, un día que en él se quedó tragicómico para no terminar jamás.
ENTRE CALI Y ARMERO
Una vez caminàbamos por la avenida estaciòn de Cali en la quinta norte, tal vez era una calurosa tarde de julio de 1982, eran las largas vacaciones de verano de la Universidad del Valle, Juan Àlvarez sonreìa recordando hechos de su època de estudiante de Armero, Tolima, esa tarde extrañaba a su amigo Cèsar Ramìrez còmplice de sus andanzas. Juan me fue llevando recordando los pasos de Andrès Caicedo hasta un parquecito detràs de «Sears» y allì me hizo entrar al almacèn «Gordon`s» , me explicò que era el lugar donde se escabullìa a comprar discos, habìa comprado el albùm de la mùsica del renacimiento, las versiones para piano de Wilhem Kempf sobre la Tocata y Fuga en Re de Juan Sebastiàn Bach y otros discos de similares caracterìsticas, estuvimos revisando la fonoteca y de pronto lanzò una exclamaciòn de jùbilo, me mostrò la caràtula que contenìa el acetato del primer concierto para piano y orquesta de Priotr Ilich Tchaikovsky en la versiòn de 1975 de la orquesta Suisse Romande dirigida por Charles Dutoit y como solista Martha Argerich la pianista Argentina radicada en Suiza, se emocionò porque ademàs la pasta era impresiòn directa de la «Deustche Gramophon», lo comprò a un precio bastante considerable para la època y mientras atravesàbamos la avenida quinta camino de la avenida de las amèricas me contò su pasiòn por Martha Argerich màs de veinte años mayor que nosotros, recordò que gracias a su padre varias veces la escuchò en Armero gracias a los conciertos que solìa emitir la Radio difusora Nacional de Colombia. Era un enamorado de Martha Argerich, Cruzando el parque de Versalles me narrò emocionado la fuerza de la flauta interpretada por Marìa Elena Orozco, la segunda flauta de la Orquesta Sinfònica del Valle en ese tercer movimiento del concierto tocado un 28 de junio en la sala Beethoven. Apenas arribamos a su casa me hizo escuchar todo el disco mientras se lamentaba de que Armero no hubiera tenido un auditorio y una orquesta sinfònica para haber llevado a la Claudia de su inolvidable adolescencia a escuchar este concierto, o por lo menos haber estado en ese mismo sitio juntos aunque no se hubiesen acercado jamàs, su cara entristeciò y creì ver en sus ojos el rastro de una làgrima que insistìa en salir pero que no se permitiò dejarme ver salir en toda su extensiòn….Lo que pesa la fuerza de la vida que es un anhelo negàndose a ser nostalgia….
Seki Jugó en Armero.
(De las Crónicas de Juan Álvarez Castro Recogidas por Victorio Hugues)
Recuerdo gratamente las jornadas de fútbol vividas en la ciudad en medio de la empobrecida gramilla del Estadio Municipal que además fue testigo de los juegos intercolegiados y del campeonato de fútbol de los colegios Instituto Armero y Americano.
Podría solazarme en la descripción del Estadio, en sus muros y en su única graderia de cemento que sólo podía albergar una setenta personas, pero me centro en un hecho que se ha quedado grabado en mi memoria desde los catorce o quince años.
Quienes sobrevivieron a la catástrofe recordarán a Jorge Durán «el burro», un personaje que organizaba los campeonatos y asistía a los partidos buscando talentos. Él dirigiía y administraba el club Racing de Armero cuyo uniforme se parecía al de la selección Argentina. En este equipo se destacó Raúl «chucula» González, un diez de florituras y transporte de balón. Este jugador fue vendido por Durán al Independiente Santafe. Una tarde de 1974 o de 1975 se oficializó el traspaso a través de un juego entre el Racing y Santafe; en el equipo bogotano, recuerdo bien, jugaron James Mina Camacho y el mundialista de la selecciòn yugoeslava de 1962, Dragoslav Sekularac. En los primeros minutos del segundo tiempo «Seki» le entregó la camiseta número diez a «chucula» quien pasó a jugar al lado del yugoslavo. La permanencia de González en el club bogotano fue efímera, quizá le pudo la nostalgia, quizá extrañaba el albedrío que le ofrecía la vida de Armero y la frescura con que lo dirigía el imperturbable fumador de cigarrillos «pielroja», Jorge Durán. Pocos meses después volvimos a ver a «chucula» recorriendo las calles del pueblo.
Un tiempo más adelante, sin mucha pompa, fue transferido al Santafe el número nueve del Racing, Juan Carlos Ortíz quien fracasó al padecer una lesión de meniscos de la que nunca se pudo recuperar. Muchas veces me lo encontré con cara nostálgica recorriendo sus pasos en derredor del estadio.
Después viajé a Cali y ya no supe más del fútbol de mi pueblo, sólo una tarde una amigo de estudios me comunicó que el «burro» Durán había muerto, eso aconteciò
unos pocos años antes de la avalancha. Pero en mi recuerdo además de las calles, de mis amigos, de nuestras jornadas juveniles, me ha quedado la memoria de aquella tarde en que trepé por la pared de ladrillo anaranjado y sentado en el muro vi jugar a «seki», vi la entrega de la camiseta y me emocioné infinitamente. Yo que nunca he sido el mejor aficionado al fútbol.
ARMERO, LA ESPIRAL DEL RECUERDO.
Ensayo de Juan Álvarez Castro escrito para recordar los veinte años de la tragedia de Armero.
Compilado y recuperado en 2014 por Victorio Hugues.
Escribo esta suerte de ensayo convencido de que la memoria es coléctiva por lo tanto goza de la posibilidad de ser compartida, mucho de lo escrito aquí nace de mis recuerdos, no pierdo de vista que todo recuerdo es individual pero tampoco pierdo de vista que la suma de los recuerdos son los que hacen la memoria.
Veinte años han transcurrido desde la desaparición de Armero arrasado por las aguas del río lagunilla hechas barro y lava ardiente. Ese río alimentado por la fuerza volcánica del cráter Arenas del Volcán nevado del Ruíz.
¿Cuántos árboles han crecido en el olvido de lo acontecido? El verde ha borrado la pizarra gris en que se convirtió el pueblo de mi niñez y adolescencia; hace veinte años escuché incrédulo la noticia que hablaba de la desaparición del pueblo amado, me hallaba en el octavo piso de la clínica Rafael Uribe en Cali viviendo la crisis de la presencia, en mi cuerpo, de la afección renal, me acompañaba la fortaleza solidaria de mis compañeros de universidad y la generosa solidaridad de mi familia. Mis ojos cansados apenas pudieron ver lo que las imágenes de televisión mostraban solazándose en la chiva noticiosa y en la urgencia de mostrar que como medio eran los primeros en llegar a la escena del horror, al lugar de la desidia y al enésimo territorio del abandono y la improvisación gubernamental colombiana.
Sólo quienes conocimos las dimensiones del pueblo podemos entender la magnitud de la tragedia. Ese pueblo de mis días de niño y de adolescente, la región del campo que atravesaba todas las tardes, después de las jornadas de estudio en el Instituto Armero, en el campo traviesa que me exigían mis entrenadores de 5000 y 10000 metros. Esos campos recorridos plenos de agua, de verde, de frutales, de cañadas que iban con su aliento helado a posarse y confundirse, unas amorosas y otras beligerantes en el inmenso caudal del lagunilla. Tantas veces me hundí en sus clamorosas aguas, tantas veces alivié mi calor en su helado manto turbulento, Tantas veces me dormí escuchando su rugido y temiendo que se desbordara como nos narraba, a los niños de la región, la tradición oral que contaba de un desbordamiento acaecido a mediados del siglo XIX que ahogó al pueblo originalmente creado por Doña Dominga Cano de Rada.
Muchas veces jugué trepado en las grandes rocas que quedaban como signo de lo que había sido aquel momento; muchas veces fui conquistador de la cima rocosa, otras tantas le arrebaté al lagunilla pedazos de madera que llevaba a mi casa para que en el fogón de la eterna estufa de carbón se cocinara el maíz y se pelara con la ceniza ardiente para dar paso a los amasijos que resultaban en la grande y apetitosa arepa santandereana. Era la época en que me diluía con mis amigos y ya no era el hijo de la familia Álvarez Castro sino el chico que cumplía actividades propias de los niños del campo, actividades que causaban extrañeza a la gente “de bien” de la región. En esos días luchaba contra la corriente, en el lagunilla no se podía nadar, la turbulencia del río apenas daba para enfrentarse a su corriente; me ubicaba en contraflujo y trataba de avanzar la mayor cantidad de metros posible. Enfrentado a la corriente del río de mis años juveniles rompí el dicho aquel de que “nadie puede nadar contra la corriente”, Mis frágiles pectorales adquirieron fuerza, mis piernas se hicieron invencibles ya que cada vez que me enfrentaba al fuerte caudal ascendía unos metros más de lo que había hecho en ocasión anterior.
Años después esa fortaleza se revelaba esplendorosa cuando me integré a las competencias deportivas; me levantaba a las cuatro de la mañana y trotaba desde la casa hasta el estadio de fútbol, trepaba la pared y me escurría hasta la pista donde calentaba trotando durante media hora para dar paso a los ejercicios que se prolongaban hasta las ocho de la mañana en tiempo de vacaciones y hasta las cinco y treinta de la mañana en jornada normal de estudio porque tenía que volar, literalmente hablando, para tomar el bus del colegio que nos llevaba hasta la sede de “La Granja” que quedaba a cinco kilómetros de Armero.
En esencia tengo mucho del río lagunilla y de las quebradas por las que transité en aquella época, de esas aguas aprendí su ritmo, su velocidad que mi padre me enseñó a medir con el molinete. Tengo el ritmo de esas aguas, mi sed es la de esas aguas en tiempo de sequía. Mi sangre aprendió a fluir con el ritmo del río lagunilla.
Allí, en esa región hundida por la boca de un cráter en erupción, allí en ese río caudal de fuego, lava y barro, aprendí que la luz también es sombra, que esa luz aunque yo lo quisiera jamás nos ha pertenecido igual que mi infancia y mi adolescencia que de manera inexorable el tiempo me fue arrebatando……
DÍAS DESPUÉS….
Retomo los senderos por los que me lleva este escrito, los senderos de mi tiempo de vida que me quitó, al hundirse el pueblo bajo la mencionada mezcla de lodo y lava ardiente. No tengo pasado, a menos que sea mi recuerdo, pero pocos o nadie podrán dar testimonio de ese mi pasado, de mis recuerdos que se borraron con la desaparición física de Armero y con la desaparición de muchos de mis amigos, mi pasado relacionado con Armero se pierde en el mar de lodo, en la pizarra gris tomada ahora por la nueva floración, mi recuerdo se pierde en la noche del 13 de noviembre de 1985. Allá quedaron las tardes de extremo calor en las que mi padre después de trabajar me sentaba frente a la mesa del comedor y me tomaba la mano derecha para ayudarme a conducir el lápiz con el que pretendía enseñarme a escribir, también quedaron las horas de matemáticas elementales y las tardes en que prendía el radio, aquel aparato de tubos que al encenderse a través del tablero del dial revelaba una luz que me cobijaba en la noche mientras oía la voz de un extraño locutor que también me arrullaba mientras me arropaba al lado de mi padre en la alta hora nocturna porque me habían pasado a su cama, la de papá y mamá, quizá porque había visita y faltaban camas y yo era acreedor al gozo de ser arrullado por la tibieza de los cuerpos de mis padres.
Eran los días de radio, las tardes antes de que estas fueran copadas por las jornadas del ansiado estudio, esas horas en que podía mover el botón del dial a mi antojo mientras mi padre se despedía de mi madre para volver a su trabajo y le coqueteaba en tanto yo escuchaba los compases del Jazz. Son las tardes de Armero en que mi padre prendía ese radio de tubos y nos decía a quienes estábamos en la casa “escuchen, escuchen…”Son las tardes de la casa amplia, la de la carrera 21 número 13A-21, son las noches en que lo esperábamos viniendo de conversar en el café Ancla y tratábamos de avizorarlo en la amplia recta de la 21, y cuando aparecía los amiguitos de la cuadra gritaban “Llegó don Juan, Llegó don Juan, era esa algarabía que algunas veces me fastidiaba quizá porque me arrebataban la dicha de dar ese grito junto a mi hermano menor, quizá porque ya era un egoísta infantil, en fin, eran las tardes y las noches de radio cuando toda la familia se reunía en derredor del radio que estaba puesto encima de la pequeña biblioteca y escuchábamos mientras mi padre acaballaba en sus rodillas a mis dos hermanas o en su defecto a los dos niños menores. Hoy cuando me devuelvo a las tardes de Armero recuerdo las notas de Caravana de Duke Ellington o la voz desgarrada de”Satschmo”, Louis Armstrong y el vuelo de su trompeta. Eran los días de radio, esas horas que luego abandoné para resguardarme en mi habitación a leer todos los libros y revistas que sacaba con emoción de la pequeña biblioteca donde. Por ejemplo, descubrí una edición de la novela “Lolita de Nabokov”. Fueron esos otros días que extendieron su imperio sobre mi vida incluso muchos años después de haber hecho su entrada imponente el televisor Motorola de 23 pulgadas a la casa. Tanto se ha extendido ese imperio radial que hoy no hay nadie en la casa que no tenga su aparato, a pesar de la novedad de los teléfonos celulares, es el caso que al escribir tengo unos audífonos colocados en mis orejas que me permiten escuchar el “Boulevard Saint Michel” de la HJCK en la que en este momento ponen música que celebra la belleza y en este preciso momento suena el aria de “Thais” la princesa oriental….Son los días de radio, mi pasado de Armero. Días que se diluyeron para dar paso al colegio, a los días en que mi madre me llevaba de la mano a las 7:30 de la mañana y me pasaba el peligroso cruce de la doce con dieciocho y me soltaba para que caminara libre hasta la novena con doce lugar donde quedaba el colegio San Pío X donde la profesora Nereyda Martínez de Valencia me llevaba hasta el salón. Sin embargo no fue Nereyda la que me siguió y padeció mi impacto en los oscuros corredores trazados entre paredes de ladrillos compactos que se convertían en extensas tapias que me arrebataban el sol. Eran los días de las hileras de pupitres, tres hileras, escarnecedoras de nosotros los niños, cada hilera estaba encabezada por un alumno y sobre la tapa de su pupitre la profesora ponía sendos letreros de “aplicados, regulares y desaplicados”, Y todos nosotros vivíamos las primeras angustias y la lucha por no dejarnos señalar, era la época de los estigmas y de la educación acumuladora de conocimientos y el tiempo de recitar textos de memoria. Yo prefería escaparme del salón y del patio de recreo, (pienso en esto y en la radio suena una “Gallarda” del renacimiento que se llama la música de las musas), yo me introducía por entre los pasillos, de esa manera una tarde me enredé por entre un laberinto que me condujo por entre los vitrales de la nave externa de la Iglesia de San Lorenzo de Armero, era una nave semioscura rematada en una hilera de tres cuartos, lugares que exploré; allí estaban las imágenes del cristo descrucificado, el cristo del sepulcro, la dolorosa, San Pedro con sus llaves, san Juan y la Verónica. Todas las imágenes de la semana santa que me produjeron una sensación, mezcla de curiosidad y pavor. Me paré ante esas imágenes y las dejé que se sembraran en mi memoria con la fotografía producto de la luz que se colaba a través de los vitrales de colores azules, amarillos y rojos de los ventanales de la iglesia. Luego corrí por entre un extenso zaguán y tuve la impresión de andar en un laberinto sin salida y por primera vez entendí el agobio que padecía en el encierro qu entrañaba el salón de clases. Allí me sentía en el laberinto agónico de un espacio cerrado y de obligatoria vivencia, allí aprendí que el patio de recreo rodeado por altas paredes que apenas dejaban entrever las nubes era el lugar del descanso de los estudiantes que no podíamos ser libres. Allí aprehendí la voz de los colegios clásicos que se asemejaban al hospital, a la clínica y a la cárcel. Allí sentí atacada la magia de la vida, la que aprendí a defender en todos los actos de mi vida aunque en muchos de esos actos se sacrifica la magia por el truco. Y es que cuando hablamos se suele buscar en nuestras palabras el truco y se sacrifica la magia del espíritu creador. Todos los actos de nuestra vida están bajo sospecha por eso la educación, la salud y la justicia se sustentan en la duda, en la verticalidad disciplinaria, en el control de la mente y el cuerpo y por eso se ha dado paso al control disciplinario donde todas nuestras actividades están bajo la férula panóptica.
Eso le develó a mi niñez de siete años el círculo escolar de Armero que me entregó los bosquejos de una realidad distinta a la de mi casa y al espíritu de los libros hasta ese entonces intuido y al espíritu vivenciado de mis calles, del árbol de tamarindo en frente de la casa, de las quebradas, del campo y de mis días de radio. También los días de amores de niño de siete años con la profesora de segundo grado que me adoptó para llevarme tomado de la mano en la jornada matinal y devolverme a mi casa para recogerme de nuevo en la tarde, en frente de la escuela de niñas veinte de julio, y llevarme al colegio reemplazando a mi madre. Era la profesora Ana de ojos negros grandes que aunque nunca fue mi maestra de grupo me elegía para ser portador de sus recados, ella una joven con no más de 23 años, de aromas frescos, me legó la certeza de que maestra no era solo el saber y la autoridad sino el ritmo estético y ardoroso de las formas del cuerpo y la sensación de deseo como afecto primitivo que se aprende por su manifestación inesperada en nuestro ser. Esos seres como la profesora Ana me legaron no solo la certeza del deseo sino la forma primigenia de la filosofía y de la palabra cuyo sentido estético y ético me develaría muchos años después Platón en el Cratilo. Todavía recorro en mi memoria las calles de Armero, la doce, la trece, el vacío campo de fútbol, de la mano de la profesora Ana y aunque no recuerdo los temas de las conversaciones, sí recuerdo que hablábamos y hablábamos y que ella me daba un trato directo, de ser humano que expresaba su mundo infantil. Aun transito con la maestra de segundo grado mientras yo cursaba primer grado, las calles de Armero y estoy seguro que en esos parajes hoy desiertos y llenos de penas abrumadoras, nuestras sombras se pasean sin darse cuenta de que el pueblo ya no existe , y ella en el tiempo sigue modelando la fuerza de mis ideas y estoy seguro de que hoy sonreiría con su sonrisa dulce y extensa sabiendo que ese niño ahora hecho un señor de 46 años la recuerda y le sonríe desde su niñez con alma agradecida en las sepultadas calles de una ciudad, la ciudad blanca de Armero de donde no se irán los días de mi niñez y de mi adolescencia. Esa ciudad que palpita en mi sangre y en mi recuerdo con el pálpito del río Lagunilla. ¡Ay, maestra Ana! Nunca estuve sentado en su salón de clase y muchas veces quise hacerlo. Pero usted me dio más sabiduría que la que pudieron darme otros maestros, me dio la sonrisa de la escritura como la que aparece en mi texto, “Nadie me puede quitar lo vivido”, es usted la bruja buena de la que hablan quienes critican ese trabajo, usted quizá incidió con su voluntad y la manera como me tomaba la mano para devolverme seguro al hogar materno, en las cosas del que mi amor me habla hoy.
Armero ha sido arrasado por la avalancha de lodo, hay mucho sufrimiento veinte años después y lo seguirá habiendo mientras quede vivo el recuerdo y no se torne en mera nostalgia, muchos sobrevivientes fueron dispersados y anulados sus nombres, muchas ayudas se convirtieron en robos, “Resurgir” se tornó en un negocio que dio productividad y dividendos altos que alcanzaron para ayudar a construir un reconocido centro comercial al norte de Bogotá, hoy hay damnificados que recorren las calles de este país colombiano y no tienen una escritura que les diga que un pedazo de ladrillo es de su propiedad, nadie habla de reconstruir Armero, pero yo que un día viví allí tengo vivo en mí su ser y sé qué heredé de su entorno , de su verde, de sus ríos y de su gente, sobretodo del alma de su arquitectura, de sus colegios y escuelas, de sus sanatorios como el hospital y el psiquiátrico, de su parque, de sus horas de bochorno, de sus esquinas y del alma amada de la profesora Ana que aún hoy me protege con amor de mujer llevándome de la mano. Sonriendo y hablándome, atendiendo mi amor expresado en mis ojos que brillaban al verla en el ansiado encuentro y en la madurez de las ideas que bullían en mi mágico cerebro de niño armerita de siete años.
Adenda: En memoria de Armero escucho el Stabat Mater de Giovanni Pergolesi…….
ARMERO, EL DEVENIR ETERNO DE SUS AGUAS….
Me dejo atrapar por mis recuerdos de los ríos, y acequias de Armero, desde la vilipendiada limera que era el lugar de los desechos del municipio, aledaña a esta empobrecida corriente Armero se definía por contar con innumerables venas que hacían las riquezas fluviales que amamantaban y calmaban la sed de las grandes haciendas y las pequeñas aparcerías, sin embargo en las épocas de sequía cuando se secaba el caudal de la represa de Río-recio eran los aparceros quienes padecían por la baja del flujo del agua, era característica de esa época que los grandes terratenientes violentaran las talanqueras que garantizaban el reparto equitativo de las aguas y si no lograban su cometido colocaban en sitios estratégicos trinchos que consistían en sacos de arena que limitaban el paso de agua hacia las parcelas, los líos se le armaban al inspector de aguas de la época, un miembro del INDERENA (Instituto de los Recursos Naturales Renovables) quien debía cerciorarse y garantizar el uso equitativo de las aguas, no se podía hablar de igualdad pues la gente de haciendas como «El Triunfo», «Dormilón», y «El Puente», por mencionar las más conocidas, dada la extensión territorial que las definía, hacían mayor consumo de aguas, lo que se impartía era Justicia en términos de equidad porque por pequeñas que fueran las aparcerías era menester garantizarles el agua suficiente para el regadío de sus cultivos.
De esa riqueza de aguas se hacía uso para mantener con vida los cultivos de la región que sobra decir se manifestaban en extensas zonas de sembradíos de algodón, arroz, millo y maní.. También debo decir que en mis recorridos por esos lugares muchas veces fui advertido por los lugareños que debía abstenerme de beber de las aguas de las acequias que bordeaban los cultivos porque todas sin excepción bajaban contaminadas cargando los residuos de los pesticidas con que se fumigaba en Armero.
Los grandes Ríos y las pequeñas venas acuáticas eran agredidas desde el aíre por avionetas fumigadoras que salían de Cayta y de Cofa. Cayta quedaba bordeando la carreterera, abajo del Hospital psiquiátrico y de Pindalito Sur, el Hotel De Henry Vaughn, yendo de Armero hacia Guayabal. y las instalaciones de Cofa quedaban a la salida que lleva a Lérida. Los grandes ríos eran sitios de paseo con balnearios a bordo, no mienten quienes relatan como sitios predilectos a Lumbí a las puertas de Maríquita y el Sabandija a las puertas de Guayabal, pero cómo olvidar el Río Cuamo kilómetros antes de Lumbí, rico en torrentes y en caudal y el inmortal tambor al que se llegaba a pie entrando por un broche abajo de Cayta recorriendo durante más de una hora la hacienda Pindal y bordeando la casa de Henry Vaughn, una casa quinta enquistada en la loma que dominaba la explanada de Pindal y que vigilaba las instalaciones de Inagrario, y finalmente arriba, custodiando la loma a más de dos horas a pie de la carretera central estaba cayendo por entre una pared rocosa la quebrada de «la María», de cuyas profundidades, leves por cierto, se veían brotar las llamadas piritas de oro que cantarinas se enredaban en la cascada adyacente y luminosas abrasadas que no abrazadas por el inclemente sol armeruno centelleaban ante nuestros ojos cegándonos fugazmente, La María se explayaba saliendo de su cauce y se regaba generosa por entre los innumerables guayabales que reventaban sus frutos carnosos en la pendiente. El tambor y la María compartían la nitidez de sus aguas donde uno podía hundir su mirada y saber qué pisaba contrario al Sabandija cuyo fondo era rico en un manto de hojas y arenas donde se acunaban las manta rayas levantando sus claspers a la espera de la pisada agresora para marcar con su aguja una fuerte y dolorosa señal.En el tambor era genial la claridad del agua porque había lugares donde a los niños que se paraban dentro de él , el nivel les llegaba arriba del ombligo y les posibilitaba ver como los audaces pececillos se acercaban a morderles los dedos de los pies o las rodilllas. Otro charco famoso era el llamado «Charco Azul», al que tuve ocasión de ir sólo por una vez…¿Cómo negar que mis venas fluyen al ritmo y la velocidad de estas aguas?
BAJO LA MIRADA DEL TIEMPO
CRÓNICA DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO COMPILADA POR VICTORIO HUGUES…MEMORIA RECUPERADA A TRAVÈS DE UNA FOTOGRAFÌA……
La casa señalada con la direcciòn de la carrera 21 nùmeo 13A-21 en Armero, Tolìma, allì viviò la familia Àlvarez Castro desde 1965 hasta 1975. Reconstruyendo la vida de ese sector este cronista puede decir: -En la foto està Clara Lucìa Àlvarez Castro una de las dos hijas de la familia, reconstruyendo el sector partiendo de la mano izquierda de la protagonista de la foto, puedo decir: En frente del àrbol que se insinùa estaba la casa de Lozano un cajero del Banco de Colombia, màs arriba estaba la casa de Don Ernesto quien tenìa un camiòn Power Wagon, vivìa con su esposa y sus dos hijas que estudiaban en el Colegio Carlota Armero, en seguida quedaba la entrada señalada por un portòn de lata que daba paso a una arboleda de cocoteros, naranjos guayabos, nìsperos que remataban la enramada donde funcionaba la cocina al aìre libre de los Cervera, contiguo estaba el habitàculo donde quedaban las habitaciones donde dormìan doña Nelly, sus hijos Edgar, Fernando y Darìo, estos muchachos colaboraban en la manutenciòn de su casa trabajando en los cultivos de arroz, de manì, algodòn o millo de la regiòn, en la pared de bloques que deja ver la foto se inscribe el lìmite de la gran quinta de Ernesto Afanador, en ese lote caìan los balones con que jugàbamos fùtbol, quien se metìa a recoger los balones corrìa el riesgo de ser despedazado por los pastores alemanes que cuidaban la casa, en seguida del lote estaba la casa de Don Aristòbulo Espinoza quien le habìa dejado este lugar a su esposa doña Clema y a sus hijas Lilia, Genoveva y Carmenza. El viejo Aristòbulo a veces venìa de visita en su Jeep Willys verde. Doña Clema tenìa un perro blanco llamado Tony, bravo y que gustaba de atacar al descuido del transeùnte. Seguida de la casa de las Espinosa estaba la muralla de latas de guaduas de la casa de los Reina quienes bajaban cada fin de semana con sus mulas cargadas de plàtanos y panelas provenientes del corregimiento de San Pedro, en esa casa vivìan las señoritas Reina, Doña Ana Rosa que cuidaba sus cerdos y sus matas de Granada, en esa misma casa habitaba Jorge Reina, guarda de trànsito, vivìa con su esposa y sus hijos Jorge Eliècer, Dairo, Vìctor y Luis, Las Reina habìan arrendado, tambièn su casa , a Don Hernàn Mèndez ornamentero metàlico, a su esposa doña Marlen y a sus Hijos Jorge y Armando quienes años despuès se fueron a vivir a una casa de su propiedad cerca al club de los pijaos; Jorge se volviò atlètico pero sufriò mucho a causa de su Homosexualidad que Don Hernàn quiso apagar a punta de tremendas muendas con que signaba el cuerpo de su hijo. Pasando la esquina, la calle trece destapada estaba la casaquinta que primero habitaron el secretario de la alcaldìa don Pedro Rodrìguez, su esposa doña Sofìa, sus hijos Juan y pedro y su asistente Laureano y despuès el menor Pedro Ignacio, a esa casa venìan en vacaciones las nietas Luz Mery y Luz Àngela con quienes se armaban los mejores juegos y los màs soñados.. Esa casa quinta fue habitada despuès por el español Florencio Campos y su familia donde destacaba la hermosa Luz Mary, allì llegaban a quedarse los ciclistas españoles en las vueltas a Colombia que llegaban a Armero, Valga decir, Domingo Fernández o Fulgencio Sànchez, Luego vinieron a vivir allí Los Cedeño mucho más ausentes de los vecinos de su casa, siguiendo por la 21 llena de acacios e igual de destapada que la trece, estaba la casa de Don Fabio Devia con su esposa doña Susana y sus hijos Elsa, Guillermo y Abraham, en seguida estaba la casa quinta blanca adornada de múltiples bambùs, por la 21 en frente de esa casa dando a la esquina y lindando con la pavimentada calle doce estaba la casa de los castillo dueños de un Nissan Patrol y padres de hermosas hijas. , en seguida por la trece y en frente de los Devia estaba la casa de los La milla con la matrona abuela de cabellos de plata y Germàn jugador de basquetbol y Luis el más aplicado de nuestra clase en el Instituto Armero , y enseguida de ellos estaba la grandota casa de ladrillo, con inmensa piscina de Floro Monroy, Trinidad Uribe, Trina, y sus hijos Jorge , Jairo, Luis Fernando, Juan Carlos y Hernàn Darìo. Llegabas a la esquina y si subìas por la trece te encontrabas con la casa de Helì Acosta y su familia, el eterno joyero, su casa era sombreada por un par de acacios, en frente de esa casa vivìan los Frasser, papà, mamà, y sus hijos como Genaro, Marìa Eugenia y la hermosa Betty, al lado de la casa de esta familia estaba la casa quinta de los Boschell que luego estuvo habitada por un pastor bautista y en seguida subiendo por la 21 estaba la casa de los Bocanegra propiedad de Pedro el albañil, su esposa doña Dabeiba, sus hijos Delly, Luz, Nelsòn, Carlos, Doralice, Mery, Lilia, Cecilia, Ricardo y Àlvaro Ivàn y en seguida estaba la casa de la foto que sirve de excusa para señalar el mapa que acabo de reseñar….Coronada por dos acacios donde con una pelota de letras azul reventábamos nuestros sueños y ablandábamos la tierra para jugar Bolas, meca o la vuelta a Colombia que fue quedando atrás para dar paso a los trompos muchos de los cuales sucumbieron al final de la jornada víctimas del “Quin” Alemán.
.ARMERO: ENTRE LA PREMODERNIDAD Y LA MODERNIDAD.
Autor. Juan Álvarez Castro
“El arte de escribir consiste en hacer creer que se cuentan mentiras mientras se narra la verdad”
(Un escritor argentino de cuyo nombre no me acuerdo en este instante).
I
Hace calor, no es tan fuerte como el de Armero mi pueblo al que dejé de ir hace ya mucho tiempo, camino pensando en sus solitarias calles castigadas por el inclemente sol de mediodía, aceso de sed mientras bajo del segundo piso de la biblioteca central de Univalle en la sede de Meléndez, busco solaz y refresco en el primer piso en la sala de música solitaria a esta hora mientras el encargado deja correr las notas del tercer concierto para piano y orquesta de Serguei Rachmaninoff, acaba de comenzar el tercer movimiento son doce minutos intensos quinteados y de bemoles sin pausa, al menos eso entiende mi oído mientras mis ojos se escapan a través del extenso ventanal de esta caja de vidrio donde me explayo mirando en los verdes cañaduzales que muchas veces nos han servido de refugio cuando la tropa acucia las continuas pedreas que se suceden al calor de la protesta estudiantil en plena carretera panamericana.
Apenas finaliza el movimiento emprendo mi marcha camino del edificio de ciencias, busco el aula 215 donde tengo clase acerca de la Ética de Baruch Spinoza dictada por Alfonso Rodríguez quien hace poco ha llegado de París donde asistió a los cursos de Michel Foucault, los mismos que darán paso a su libro póstumo sobre los anormales compilado por sus estudiantes, Alfonso ha hecho una pausa para reescribir su tesis doctoral que se la guía Francoise Chatelet, sí, me digo entrando al aula, el mismo autor de Hegel según Hegel que he comprado en la librería “signos” y con el que me preparo para adentrarme en el mundo del autor de “La Fenomenología del Espíritu” suerte de “coco” para quienes vamos a entrar al sexto semestre, de golpe estoy en frente de mis once compañeros, ya quedamos pocos, los sobrevivientes de una masacre de notas e imposibilidades a las que sucumbieron los restantes cuarenta y tres estudiantes con los que iniciamos estudios tres años atrás.
Hernán Moyano y Germán Pérez insisten en que la clase se dicte afuera, ¿Dónde pretenden que sea? pregunta Alfonso y al unísono respondemos, afuera, al lado del auditorio cinco debajo de los árboles, no se dijo más y camino del lugar entre burlas y recordatorios del peripatetismo aristotélico nos acercamos a la caseta de gaseosas y nos aprovisionamos de agua, de gaseosa, de agüelulo, Alfonso inicia la clase desde el conato Spinoziano recalcando en los tres afectos fundamentales que según Spinoza son la alegría, la tristeza y el deseo, “el más auténtico es el deseo” insiste Alfonso, yo me voy diluyendo apaciguado por el fresco de la sombra de los árboles entendiendo a mi manera el deseo, discurriendo sobre sus efectos en la potencia de actuar del ser humano y en lo frágiles que somos cuando se nos explota ese deseo hecho carencia lo que nos torna en seres suceptibles, débiles y nos doblega la reflexión ética haciéndonos proclives a la cosmética y desfigurando el rigor estético. De pronto estoy bajo el árbol de manzanitas en el Instituto Armero tratando de leer “Las Tablas de la Ley “ de Thomas Mann, labor imposible ante el acoso de los compañeros de cuarto de bachillerato que animados por las frescas mañanas de la temporada de lluvias arrancan las matas de pasto cuyas raíces generosas de tierra lanzadas a alta velocidad hacen mella en mi cuerpo llenando mi cuello de tierra, ¡Qué fastidio!, cómo hacer para entender esta lúdica bárbara de mis compañeros. Las palabras tienen su espacio, su momento. Fastidio es el que siente el personaje de Ingrid Bergman en el barco mientras sigue el brazo del joven que le señala el volcán de Stromboli empeñado en vestir con sus fumarolas el paisaje de la isla, la discusión me saca de mis andanzas y mi fastidio, la filosofía, dicen en la dicusión mis compañeros, se atiene al origen, la ética y la estética moldean al mundo desde la búsqueda de la felicidad, el volcán es horror y belleza a la vez, voy recordando la película de Roberto Rosellini sobretodo los últimos ocho minutos de intensidad y diálogo entre la naturaleza tremolante y la maestra agobiada por los vapores emanados del cráter magnifico. Y luego está la actitud del filósofo Empédocles de Agrigento conmocionado ante el espíritu del volcán Etna, ¿atribulado?, no! Rendido de admiración ante la profusa síntesis de vida y muerte, el origen hecho poesía viviente que lo deja sin alternativa y ante el cual se rinde definitivamente quitándose sus sandalias y dejándolas a un lado para luego lanzarse al fulgurante cráter y quizá sumarse a esa majestuosa expresión del ser de la vida.
¿Realidad o ensueño?, En Spinoza el concepto de realidad y su comprensión es poder captar el todo bajo el dominio del orden de las ideas que coinciden con el orden del pensamiento que a su vez coincide con el orden de las cosas o de los objetos, la realidad es un conjunto donde el todo y las partes se hacen inseparables, creo que nos ha espetado Alfonso, creo que he creído entenderle, he vuelto a caminar a esta hora por la calle doce de Armero buscando mis días, tratando de resolver los vacíos de mi educación formal que ahora afloran sometiendo mi realidad y que días antes me habían golpeado de imposibilidad cuando trataba de escribir mi ensayo sobre el libro quinto de la Éthica del filósofo de Holanda, escribía sobre la libertad y mis palabras estaban determinadas por mi realidad adyacente y lejana, Armero se me salía cuando intentaba, a partir de la lectura de ese capítulo V, escribir el ensayo, todas mis ideas, y tenía que partir de ellas pues se habían forjado en ese Armero de mis días lejanos, no podía aislarme, no podía considerar las ideas de mi ensayo de manera aislada, pero cuando afrontaba la escritura la sensación de modernidad agroindustrial que había padecido alimentaba la voz de mi ensayo que de nuevo era reprimido por la secular confesional enseñanza de mis días de colegio, ¡Claro!, pensé, mientras se diluía la clase ¿Qué engendro de ensayo me va a resultar si con mucho la educación iniciática de mis primeros días de estudiante sembraron en mí la dualidad casi esquizoide de una formación premoderna para habitar una realidad establecida sobre una razón moderna?. Mis límites armerunos me dieron la forma de la dualidad, ser fragmentado entre esa dualidad que debía entender y escribir que el conocimiento de la determinación de las cosas es lo que proporciona paradójicamente la libertad humana. Esto quería decir que hay un determinismo que debe ser entendido y aceptado por el ser humano, que ello es “La regla de juego fundamental”, es decir, no hay libre albedrío porque todo ya está determinado, me quedé enredado entre los árboles, el grueso grupo de los once iba discutiendo con Alfonso sobre la película Stromboli, yo pensaba que si había determinismo con mucho estaba determinado por mi vida en Armero. Pero ¿Cuánta recionalidad política había en Armero?, mis primeros recuerdos me hablaban, otra vez, de una sociedad armeruna clientelizada, atravesada por el espíritu doblemoralesco del frente nacional y de los límites reales de un permanente Estado de Sitio al tenor del cual crecimos, ¿En nuestro Armero se nos protegía de la injusticia?,¿Se enseñaba en los colegios como solicitaba Spinoza, bajo los dictados de la razón? ¿Éramos tolerantes? Como llama la atención Spinoza que debe ser. ¿Éramos en verdad tolerantes? Porque la tolerancia es el elemento fundamental garantizador de la Libertad. Seguía bajo los árboles, ahora solitario, pensando en ¿Cuál era la clase de hombre que había forjado en mí la educación armeruna, debía considerarme como hombre tal cual aconsejaba Spinoza, debía considerarme de manera realista, es decir tal como era en el ahora y no como pensaba que debía ser, junto a mis días de estudiante premoderno en Armero ahora tronaban en mí las palabras del filósofo de la libertad, “todo lo que es, en cuanto es, intenta perseverar en su existencia”,en verdad era yo y mi instinto de conservación. Solo en medio de las sombras que anunciaban la noche pensaba en Armero y lo que de allí había heredado en mi formación inicial, ¿Qué conceptos de ley, moral y derecho habían hecho carrera en mi vida?, el asunto no era menor, toda sociedad, todo estado fundan su existencia en esos conceptos, entonces cuáles eran los límites de mi accionar aprendidos en Armero. ¿En verdad había aprendido lo que era ceder derechos a favor del estado? mi problema con mucho no era Díos, era el de si había aprendido a ser miembro de una nación y del estado que la conforma, yo había crecido en una comunidad, la armeruna, era una comunidad a su manera protectora y había gozado de muchos bienes individuales y comunes pero no dejaba de sentir, y más en esta tarde que ya era noche, que había padecido una vida dual que educativamente me escindía de una realidad exigente que por no hallar respuesta a su exigencia iba abandonando el modelo de progreso y se estancaba dejando viva una temporalidad productiva que apenas daba lugar a una relación amancebada y sin mayores requerimientos con el comercio local.
II
Dos años después o algo menos quizá, estoy en el octavo piso de la clínica Rafael Uribe de Cali, ahí en la avenida Vásquez Cobo, estoy asomado al balcón. La gente es pequeña abajo, deambulan como hormigas en su afán personal, por el puente que conecta la Vásquez con la estación del tren y el subterráneo de la terminal de transportes veo venir minúsculos seres que sin duda se detendrán a la puerta de la clínica buscando frutas para llevárselas a sus parientes o amigos enfermos, estoy solo bajo la amenaza de ser dado de alta a la fuerza pues el rumor es que se necesitan camas para los sobrevivientes de la catástrofe de Armero, la brisa de la tarde me refresca. Armero hundido en el lodo, en el barro ardiente, sumergido en la espiral triunfante de un cráter que tomó dividendos desde su pasado, desde ese ser tutor capaz de dar agua suficiente para calmar la sed humana y la sed de la tierra tan promisoria como la del agro de Armero, de repente me vuelve la memoria de Stromboli en la tarde de clase bajo los árboles, Spinoza y las formas del deseo, la ética y la estética, no puedo dejar de comparar, Empédocles lanzándose a la boca del Etna es un poema terrible pero no puedo dejar de comparar a Ingrid Bergman dialogando con el Stromboli entre vapores tóxicos y la gente de Armero tomada de sorpresa por la avalancha.
El viento de la tarde refresca mi cara mientras recuerdo los postulados de Emmanuel Kant para quien hay diferencia entre el placer estético y el placer sublime, contemplar un jardín de rosas, una pintura, por ejemplo, es el placer estético. El placer sublime es contemplar de frente un río desbocado o la causa de ese desbocamiento, la tormenta, y es este tipo de placer el que conlleva el poner en riesgo la vida, este placer es el que pinta Roberto Rosellini en Stromboli sobretodo en esos últimos ocho minutos de la cinta cuando La Bergman en un acto sublime discute con sus palabras y le pregunta al volcán mientras éste a su manera le responde con emanaciones de gas tóxico que hacen sucumbir a la mujer hasta que la rinde para luego dejarse dominar por la brisa que disipa los gases lo suficiente para que ella recupere su aliento y tenga el ánimo suficiente para levantarse de la arena tibia y dominada majestuosamente por el volcán pero erguida, ella que es esposa de un pescador huyendo de la inminencia de los campos de concentración de la segunda gran guerra.
Un acto sublime, pienso en esta semana de catástrofe, fue por lo horroroso el suceso de Armero, el cráter Arenas del volcán nevado del Ruíz no dio tregua, nadie que la haya padecido y hubiese sobrevivido pudo rebasar el horror, la sublime forma de la Bergman clamando a Dios frente a la boca del Stromboli no podía ser en Armero, quizá de la mano de Dios se había vivido de espaldas a las antiguas tragedias de la población, de nada valió la razón agroindustrial que se supone debía definir a los moradores de la llamada “Ciudad Blanca”, pudo más la forma de lo premoderno que dejó a la voluntad de Dios lo que pudiera ocurrir, nunca llegó a la razón del armeruno la forma de la memoria histórica pues ésta parece haber quedado estancada en una suerte de inmovilidad, de lo que fue y ya no dejaría de ser, en 1985, pensaba yo en este octavo piso, que la pasividad elemental del calentano anémico de la que hablaba el varias veces ministro de estado y lingüista Luis López de Mesa en los primeros veinte años del siglo XX, había hecho mella en la condición y la convicción de este calentano norteño tolimense. No había poética posible a menos la que fuera y contiene la magnificencia del poder arrasador de la naturaleza pero en mi criterio, allí, en la clínica como espacio propicio para la reflexión acerca de la voluble condición humana se me hizo evidente la forma naciente de Armero, la ciudad blanca, industrial y agrícola pero desmembrada de sus entornos y con mucho de su responsabilidad social que debía responder a los retos progresistas propios de esa sociedad floreciente.
Sí, en Armero se hizo palpable la mezcla de la sangre fresca europea capaz de motivar y poner en marcha el potencial socio-económico que el debilucho y anémico calentano, propenso al ocio “desalentador” no había sido capaz de poner a funcionar. Los colombianos hemos sido suceptibles a depender de lo que digan los otros de nosotros y si el beneplácito proviene del extranjero tanta más razón para hacer las cosas, en este sentido los ideólogos del poder establecido nunca pudieron quitarse de encima el concepto de la conquista y colonia española de que “por naturaleza” existen plenamente razas superiores con derecho natural para sojuzgar a las razas inferiores, esta es la base que sustenta a comienzos del siglo XX la idea de la sangre pura capaz de limpiar sangres débiles y enfermas, es la relevancia de lo blanco impuesto con base en un discurso de poder racial y de una fuerte procedencia biológica, no hay que escarbar mucho en nuestra historia para hallar el dominio de las clases o castas poderosas manifiesto en lo político y en lo militar aceptado y asumido por las gentes que veían en el criollo y en el nativo español un detentador natural y divino con derecho pleno al poder.
Sin más este tipo de poder se consolidó en el país, el señor en el gobierno, el señor de las fincas, casta, pureza de sangre, blancos virtuosos ayudando con su mezcla a mejorar esa raza inferior perezosa, anémica y por ende llena de todos los vicios, los más deleznables.
Lo anterior se sustenta y se reafirma en la idea propia de 1700 que también establece definiciones similares a las de la raza en el territorio, entonces la geografía se vuelve importante, desde esa época Armero comienza a ser visto en su vital interés geográfico pues la corona española traza su marco geopolítico midiendo y conociendo los territorios bajo su dominio, de aquella época es la cartografía donde se determinan la población, los recursos naturales.
El cambio de rumbo epistemológico en occidente, el acaecer de la historia como instrumento de análisis nos sorprende aceptando la idea de que las características físicas y morales, también las características culturales de los pobladores del país son en efecto características con que se ha dotado al ser humano pero ahora hay que tener en cuenta el espacio geográfico y el entorno natural donde cada quien habite. Lombroso hace carrera con sus tipos criminales basados en el fenotipo donde sale mal librado el mestizo, un pensamiento que ya había alimentado el prócer de la independencia, el criollo payanés Francisco José de Caldas, no hay que hurgar mucho para tropezar con su pensamiento, él afirmaba que “existían razas intelectual y moralmente inmaduras, explicadas por su característica física, por el tamaño del cerebro, la cara, etc”, todo esto alimentado y ayudado a formar por la característica geográfica propia del lugar en que solían habitar los compatriotas del prócer. Francisco José de Caldas sostiene que la raza negra proviene de climas extremadamente cálidos y que la mayoría posee un cráneo pequeño, hecho por el cual es inferior al de raza blanca y proclive más al vicio que a la virtud. Entonces para el sabio Caldas es el blanco quien por provenir de una biología excelsa, de geografías privilegiadas está llamado a ejercer “El imperio sobre la tierra”, es célebre el estudio que sobre las gentes de la Nueva Granada hizo el sabio y que le permitió “demostrar” la liviandad espiritual y moral del mestizo,
No abundo en más estudios pero para el sabio Caldas de nada le sirve al gobierno que trate de implementar programas de educación para los negros en las costas, pues para él las condiciones geográficas y fisiológicas son un lastre en la capacidad de aprender del negro.
Mientras aquella tarde de estudio del Conatus en Spinoza yo me sentía incómodo por no hallar a mano los instrumentos de una educación menos confesional para entender este tipo de racionalidad proveniente del siglo XVI europeo, ahora en la clínica sumando mis días entendía mi malestar y lo propio de mi formación rendida a una historia sujeta al discurso de la limpieza de sangre, a la idea de una superioridad racial y sustentada por las formas del determinismo geográfico, no podía ser de otra manera al tenor de la Carta constitucional de 1886, nuestra sociedad se construyó con base en proyectos de “buena procedencia”, suerte de eugenesia de profundas raíces colonialistas que escritas o latentes comenzaron a pesar sobre nuestro criterio de posibilidad de construcción coléctiva, y lo peor de todo que ese racismo se vistió de una pretendida cientificidad muy propia de hace cien años, los primeros veinte años del siglo XX, cuya base “Científica” tenía como objetivo el mejoramiento de la población y prevenir la propagación de los menos aptos.
Sin lugar a dudas, además de la colonización antioqueña, este es el modelo de progreso y convivencia social sobre el cual se construye la vida económica y social de los centros de producción agrícola e industrial de la naciente municipalidad colombiana. A mi lenguaje de estudiante de primaria y bachillerato no era difícil vincular palabras como “bruto”, “Bárbaro”, “indio”, “salvaje”, lenguaje muy propio del imaginario europeo que traspoló la figura del antiguo mundo europeo, son los españoles, por ejemplo, quienes vinculan a nuestro léxico adjetivos para calificar a nuestro indios como: idolatras, caníbales, brujos y tratantes con fuerzas malignas.
El siglo XX, más exactamente el día de la raza, doce de octubre de 1920, nos señala la preocupación de los académicos que ven problemas en la raza colombiana, en un libro de título Los Problemas de la Raza en Colombia don Luis López de Mesa compila textos de pensadores colombianos entre los que destaca el médico J jímenez López partidario del control de lo que él llamaba los excesos y pasiones de la raza colombiana, ese control debía tener como finalidad ciudadanos útiles, este es el alimento de la eugenesia que busca mejorar la población y sobretodo prevenir las propagación de los menos aptos, entonces se pone de moda la herencia biológica para explicar el atraso del país, la tendencia al crimen de las gentes y lo propenso del colombiano a ser afectado por la locura y todo tipo de enfermedad, el médico Jiménez López no dudó en sostener que la población colombiana se estaba degenerando por el medio ambiente maligno del trópico y por la heredad de vicios y deterioro propio de nuestros antepasados, a este concepto no se sumaron, por fortuna, otros intelectuales quienes atacaron a Jiménez López considerando que los males eran de falta de educación y mala salud, aunque se mantuvo la causa médica como la explicación a la pobreza de espíritu y a la debilidad anémica de los calentanos.
Pero el Literato, ministro de educación y de relaciones exteriores Luis López de Mesa aunque estuvo en desacuerdo con el médico Jiménez López, terminó por aceptar el determinismo biológico y el determinismo geográfico, para él si hay razas y climas donde el degeneramiento es posible, para él se degeneran las razas en climas como los del Tolima grande y en las costas, sobretodo la costa pacífica, sin embargo para López de Mesa la raza de gran vitalidad en Colombia la representa el empuje del pueblo antioqueño que para él son personas aptas y capaces de impulsar y gobernar al país, entonces para López de Mesa en regiones por debajo de los 1500 metros por debajo del nivel del mar se hacía necesario impulsar la llegada de inmigrantes, en especial alemanes con el fin de que contribuyeran al fortalecimiento de la raza; así, al aplicar esta opción política se impulsaría la productividad de la población racialmente más apta asegurando un brillante futuro para el país, al respecto dice: “El capital extranjero va llegando, y va llegando nueva sangre de inmigración, sobretodo alemana, cuyas virtudes domésticas darían entre nosotros óptimos frutos de selección” (Luis López de Mesa, Libro citado, pág 36, edición de 1920).
Me pregunto, Armero no estaba a más de 400 metros sobre el nivel del mar y comenzaba a ser mirado bajo la égida de un espacio propicio para la producción y el desarrollo agroindustrial, un vestigio de esto es el centro de producción de arroz, el descascare de este, el algodón y las plantas de desmote y el uso de la semilla para fabricar aceite, el cultivo de millo y la producción de maní, hechos de los cuales nos enorgullecemos, pero ¿No fue Armero centro de asiento de cuatro grandes extensiones dos de ellas en manos de alemanes?, las extensiones más recordadas son las haciendas Dormilón, El Triunfo, ,El Puente y Pindal, allí florecieron alemanes como Rodolfo Halblau fallecido en los años setenta, Henry Vaughn, los franceses de las plantas agrícolas y Don Julio Rebolledo, ellos son extensión de las ideas de los intelectuales de principios del siglo XX y propiciaron la gran despensa agrícola del Tolíma que llegó a amenzar la capitalía de Ibagué, ellos alimentaron y refrescaron no sólo la sangre sino el ánimo desfalleciente y palúdico del tolimense y abrieron espacio para que extensiones menores de tierra en derredor de las suyas fueran explotadas por quienes se asentaron a lo largo de la calle doce en sus casa quintas desde la 24 hasta la 16, a su lado florecieron los Boschell y un Belga que se estableció en la doce, arriba al lado de la casa quinta de los Hernández propietarios de la papelería Estrella, el Belga papá de la mona ojiazul llamada Michell establecido en la doce con 26 allá en el destapado camino del Lagunilla, estas gentes que a propósito de la ideología de ministros de estado como López de Mesa florecieron e hicieron florecer la prosperidad de Armero, hecho claro y definible en la extensión feudal de tierras, las suyas, rodeadas por otras de menor extensión pero no menos valiosas de gente local o paisa como ángel Martínez o Víctor Martínez, o el Doctor Perico boyacense hermano del representante a la cámara Jorge Perico Cárdenas, estos propietarios cuyos territorios eran rodeados por los aparceros pequeños como Elberth Cabezas, los Triana y muchos más que contribuyeron al desarrollo de Armero, pero ¿Qué clase de desarrollo, qué tan uniforme y sólido? ¿Fue nuestra educación consonante con ese polo de desarrollo que hasta mediados de los setenta era Armero?¿Soporta un análisis paralelo al desarrollo del agro y la industriacomparado con la educación, el empleo y la cultura de la ciudad? ¿O nos quedamos atados al modelo de la constitución de 1886, confesionales, y maniatados por el modelo de Estado de Sitio permanente en el que crecimos? Excepciones hay, hubo estudiantes, individualidades por demás, brillantes pero golondrinas solitarias en el contexto de un Armero que de seguro a ojos de muchos se parecían al Celio perezoso del cuento que ve venir la serpiente y pregunta qué veneno será bueno para la mordedura, dejo aquí esta reflexión como inicio de mis textos que son mi memorias del Armero en que crecí, creo haber hecho un trabajo honesto aquí porque es el deber de quien hace memoria percutir en esta forma del ser, nuestro ser, para hallar nuestra verdadera memoria y el lugar en el contexto sociopolitico y cultural del país colombiano, por ahora de Armero me queda la idea de un centro de progreso animado por la concepción de raza y bondad de raza enquistada en el poder colombiano, un progreso centrado en infraestructuras modernas pero gobernadas con concepto feudal y una educación confesional especie de rizoma donde a veces nos era dado escaparnos e intuir algo de modernidad, Armero aparece a mis ojos como apareció aquellas dos tardes en Univalle en clase peripatética y luego en el octavo piso de una clínica donde apaciguaban mi diagnóstico quitándole severidad para darle paso a mis paisanos sobrevivientes de la avalancha, esas dos tardes donde palpé el ser moderno de Armero en medio de un irreparable nacional ancestro político y cultural premoderno.
RECUERDO DE SAN PEDRO , TOLÌMA
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
Hace mucho tiempo forjé en mi memoria al, en aquél entonces, llamado corregimiento de San Pedro. En la esquina de la carrera 21 con 13A, a la sombra de un gran acacio estaba la casa pintoresca de la familia Reina, pintoresca porque los reina la habían pintado de un color rosado y un azul aguamarina, era un lugar extenso de menor construcción y un vasto solar sembrado de nisperos, granadas, guayabales y un mango además de un florido y oloroso mirto. al fondo del patio la señorita Ana Rosa tenía una cochera cuyos cerdos alimentaba con la llamada aguamasa, restos de comida y ollejos de papa que los vecinos recogiamos y le entregábamos cada tarde para alimentar a estos animalotes de uno de los cuales una tarde de celebración del San Pedro la dama nos regaló severa morcilla. Los Reina hombres eran dos señores fuertes cuya piel revelaba la melanina propia de quien a diario se expone al sol, ellos bajaban cada sábado trayendo desde San Pedro una recua de cuatro mulas cargadas con lo que producía su finca, plátano verde, yuca y panela arrancada a la melaza producida del apretar en ingenios artesanales la caña de azúcar. Los señores Reina de pelo negro bien peluqueado y bigote atusado llevaban al mercado lo producido y dejaban para su casa de Armero la remesa semanal, en breves lapsos abandonaron este mundo al igual que su hermana dejando sola a la señorita Ana Rosa que un día fue llevada al cementerio amortajada en una sábana a la usanza de los antiguos rituales, Una mañana a Carlos Augusto Calderón profesor de la primaria de la Jorge Eliécer Gaitán, quien solía ir al trabajo sin medias, se le ocurrió llevarnos caminando de ida y vuelta hasta San Pedro, fue un tránsito que después de los dos basureros de Armero, se nos hizo pesado por la carretera gredosa y en estado de construcción permanente, recuerdo que me desvié porque la jornada fue improvisada y sufri enredado en la maleza entre el cadillo y la pringamosa y porque no nos aperamos de nada para consumir en el camino, la región era rica en caidas de agua de donde calmamos nuestra sed, mi hambre la solivianté tirándole piedras a un aguacate que me devolvió generoso una fruta chica y madura de donde cominos cinco personas. Habíamos arrancado a las siete de la mañana de tal modo que arribamos a la escuela central de San Pedro a eso de las once y media de la mañana, allí en una explanada polvorienta nos protegieron con agua de panela y papas saladas, luego los cuarto de primaria de Armero y San Pedro organizaron un partido de fútbol de cuyo marcador no me acuerdo, como yo era un mal jugador me eximieron de jugar y me dediqué a recorrer las escasas calles de San Pedro que me recuerdan las fotos que en estos días ustedes han publicado. Como la cancha de fútbol era una explanada, y como ya lo mencioné, ésta terminaba en un borde que se abría a un abismo a donde ib a parar la pelota irremediable hasta hundirse en la profundidad, El profesor Calderón me llamó privándome de mi recorrido libertario y de los coqueteos con las lindas San pedrunas de la escuela que salían a mirar a hurtadillas a ese niño de piernas largas que había osado subir de pantalón corto de explorador a visitar el corregimiento a pie. Total terminé, por orden del profesor, detrás del arco improvisado al borde del abismo custodiando la pelota y evitando que rodara por el abismo, ese fue el resto de mi jornada. Ahora levanto mi cabeza y me veo subido en el camión, la chiva pintada de rojo y crema que iba y venia de Armero a San Pedro, esa chiva cuyo propietario condescendiente accedió a transportar al grupo de nuevo a Armero, recorrido del cual recuerdo a San Pedro quedándose atrás y luego los cultivos y uno que otro cazador a las cinco de la tarde volviéndo a su casa con cinco o seis palomas muertas cargadas al cuello.Es mi recuerdo lejano de esta tierra inolvidable……..
LA MEMORIA ES UN TOCADISCOS
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
En 1971, a finales de ese año, en la casa de la carrera 21 número 13A-21, de Armero, mi padre trajo un tocadiscos que fue la sensación para todos nosotros sus seis hijos y para mi madre, con ese nuevo artículo llegaron ese mismo día los discos de 78 revoluciones, «Dios cómo te amo» y «No tengo edad» de Gigliola Cincuetti, Un long Play de Raphael donde estaba el corte de Jinetes en el Cielo, otro disco de 78 revoluciones de Leonardo Álvarez donde estaba «Cariño Malo». Fue una época profusa de música a través de la cual la casa se inundó de música pues llego toda la producción de Joan Manuel Serrat, entre ellos recuerdo Cantares, Tu nombre me sabe a yerba, toda la producción de «Mediterranéo» y el larga duración dedicado a los poemas de Miguel Hernández, con «Las Nanans de la cebolla», «Para la libertad» y «Elegía», también llegaron discos de 78 revoluciones del sello «Tropical», entre ellos el inolvidable «Que me coma el tigre», y a comienzos de 1972 llego Carlos Santana con su disco «Abraxas» y sus cortes de «Samba pa´Tí». «Mujer de magia negra», «Oye cómo va» y demás. Ya no era necesario salir a patear el balón, o a jugar vuelta a Colombia con canicas de cristal bajo los acacios, o meca, o trompo, o la lleva, o Pico y le salgo, o el puente está quebrado. o el Lobo está?, sobrevivía el juego del ponchado que quedaba aplazado para las noches de vacaciones con las bocanegra, el fútbol quedó reservado en la cancha cercana a la escuela 20 de julio, para los sábados con Fernando Cervera, mi hermano menor y Darío el hermano menor de Fernando. El resto de los días eran inundados por «Menos tu vientre» y «Las Czardas húngaras» cuyas notas rebotaban por la casa alimentado la atmósfera de mis lecturas que iban de «La cabra de Nubia» al hermoso ejemplar «del coronel no tiene quien le escriba» que competía en mis anhelos con «La Vorágine», tan maltratada por la critica y luego recuperada por los estudios de la maestra Monserrat Ordóñez en la Universidad de los Andes y en La Nacional. Luego llegó la sinfonía pastoral que le dio tonalidad a mi lectura de las obras de Thomas Mann y Herman Hesse, entonces se pegaron en el inescrutable Armero de la época desde mi habitación las notas de Gustav Von Aschenbac y Harry Haller junto a Demián y Sinclair quienes le daban forma a mi pensamiento también mientras hojeaba los ejemplares de la Revista «Life en español» que llegaban a mi casa y que me trajeron el cine de Orson Wells con Mónica vitti, Jeanne Moreau que competían en belleza con las inolvidables Claudia Cardinale y Sophia Loren a quienes había visto en los cortos de la uefa y el mundo al instante, proyectados en la sala del cine Bolívar.Luego llegaron los discos de 45 revoluciones y aprendí el boogaloo y el boogashake mientras escuchaba en la calle, a la hora de trotar a las vecinas cantar «La pata Peláa» y «La maestranza» y me ponía energúmeno con los gritos de Diomédes Díaz y esperaba que se suavizara la jarana con los Black stars o los ocho de Colombia, entonces llegaba Don Lucho Bermúdez y me enseñaba lo que era la música tropical mientras a lo lejos escuchaba al «Loco Quintero con su «Asi fue que empezaron papá y mamá»» que ya conocía en la escuela Jorge Eliécer Gaitán, cuando el negro Mina, Conocido como Choco chévere, elegantemente vestido con sus pantalones y camisas de «Fabricato», me relataba sus amores por una viuda prestante de Armero a quien no nombro porque sus hijos e hijas aun sobreviven, y el negro Mina ilusionado después de su relato enamorado cantaba a canción y remataba con su sabroso «Pasitíiiicoooo»…Entonces yo me iba al portón de la escuela, el lateral, una reja de barrotes grises que me daba la certeza de una prisión y atisbaba en la recta mi casa lejana y agobiado lloraba porque quería estar allá y no en la escuela., nostalgia que pesaba en mí y me hizo un pésimo estudiante, Sólo me calmaba cuando volvía y me reconciliaba con la vista y el abrazo de mi madre que me daba consuelo y soliviantaba el desentendido de los maestros que rigorosos en disciplina no entendían mi desubicación en el entorno escolar. Llegaban las horas de leer lo que se me antojaba al ritmo de Serrat, Soledad Bravo o Santana de quien se hablaba muy mal en boca de las y los beatos que lo veían como un engendro demoníaco, impotable para las nuevas generaciones mientras ellos alimentaban parte del espíritu rebelde que cada día alimentaba en mi el entorno de Armero…
RECUERDO PARA LA MEMORIA
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Recordar, contrario a lo que se dice no es vivir, según mi criterio es hacer memoria para saber del ser que somos,Dejo aquí el siguiente texto buscando hurgar en el pasado vivo y dejar interrogantes para las preguntas de los Jóvenes de Armero y los amigos de la Memoria de Armero….»Mi presente y mi porvenir, todo lo aprendido, mi deseo de transformar la vida son posibles en mis cartas y en lo que escribo. Mi pasado y mi presente son posibles en la medida que la puerta de mi pasado está abierta. Mi instinto, mi razón, mi deseo y mi sensibilidad se vuelven hacia esa puerta, buscan la luz que desde ese tiempo ilumina mi vida, suave resplandor que me permite mirar aquellos días de risa, llanto, alegría y tristeza. Me acojo a las voces y gritos de aquellos días de Armero, me acojo a los susurros de la voz secreta de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos y de mis prematuros amores. Ese amor encendido que me devuelve genuinos recuerdos, que encienden mi memoria; la memoria de mis calles, de Armero y de las dos casas que habité alli. El recuerdo de los días de extenso verano que ocasionaba la sequía que reducía el potencial de la represa de Río-Recio y sumía a Armero en profundas oscuridades, eran los tiempos en que nuestras noches eran iluminadas por la lámpara de petróleo que fabricaba doña Ana Praxedis castro de Álvarez, mi madre, llenando una botella vacía de «limolax», con el oloroso líquido empapaba un pabilo de pitas enceradas con parafina que salían por entre la tapa ahuecada del envase y que se remataban en un nudo empapado que era prendido por ella y alumbraba la densa noche. La lámpara colocada en el borde del lavadero del patio interior que daba a la cocina en la carrera 21con 13A, alumbraba la etancia batida por el viento seco de la hora nona, esa luz precaria iluminaba, también, el corredor que daba al comedor y a la sala liberándonos de los fantasmas de nuestra imaginación que se escurrían silenciosos tras de nuestras espaldas provocándonos escalofríos. Esos fantasmas que se disipaban en el cobijo que nos prodigaban las voces de quienes conversaban en el comedor a la luz de dos o tres velas. .Esas velas que llevaba mi madre hasta el dormitorio donde en la gran cama en que dormíamos mi hermano menor y yo, escuchábamos el viento de verano que abatía las ventanas de madera señalando la alegría de las posibles lluvias que se presagiaban en el cercano tiempo. Las velas que iluminaban el rostro de mamá que se acercaba para darnos la bendición protectora y besar nuestras mejillas para luego desaparecer en dirección de su cuarto dejando una leve estela que nos hacía imaginarnos figuras extrañas que sólo se disipaban cuando cerrábamos los ojos. En aquellas épocas de Armero, la vida era «la vida», la vida enamorada que no me preocupaba porque no pensaba en la muerte, ni me hacía preguntas, o la pregunta aquella que a mis ocho años se me reveló frente al espejo del baño. esa noche en que entré a refrescarme y en frente de las aguas duras del espejo me quedé mirándome y preguntándole a esas aguas, quién era ése que se reflejaba en el cristal, quién era y por qué era así.
No conocía la verdad de la vida, si acaso conocía los fuertes regaños de mi madre a la díscola manera de perpetuar mis juegos en la cancha de fútbol, pero con todo y eso, la vida no era severa, mi vida era el ámbito de la casa y el derredor de la misma. Luego mi horizonte se expandiría para enseñarme el rigor de colegios como el San Pío X, sus claro-oscuros conventuales y la severa forma del cementerio y las gentes que en los cortejos de dolientes llevaban a enterrar a sus parientes. Esa sería la forma de entender que la vida acaricia o hiere, que enseña que la naturaleza es un don de vida y de muerte. de embates y provocaciones dentro de un ser contingente al cual el ser humano no está preparado para afrontar.. Era la vida en Armero y esas noches de racionamiento interminable que me enseñó que en el «hasta mañana» antes de dormir hay certeza e incertidumbre, la vida que con su correr nos da pero nos quita dejando en claro el sentido de la incertidumbre.
La vida da pocos consuelos y termina por mostrarnos que es tan paradójica como el ser humano, la vida nos enseña la desconfianza a la par que nos da la esperanza para mandarnos al terreno de la desesperanza, es la misma vida que nos permite asistir al nacimiento del ser humano, rayo de luz senda de nuestro nacimiento donde la primera voz es ese primer llanto del cual no sabemos decir si es de alegría o tristeza.
Esa vida de mi niñez en Armero que me dejó el don de la memoria, un don que no cambio por la virtud del buen Tiresias quien podía ver el porvenir, memoria. Tener memoria y poder recordar es un don, por eso escribo desde las noches de mis días buscando serenidad aunque bajo esa serenidad se esconda la turbulencia, me acojo al don de la memoria y me dejo arrobar por la voz de mi madre que de chivo me decía: «Que duermas bien» y me dejaba en brazos de mis sueños bendiciendo la memoria que desde Armero hace posible, cada día, mi porvenir….
LA OTRA CARA DEL ESPEJO (AMORES JUVENILES EN ARMERO)
JUAN ÁLVAREZ CASTRO.
«Al promediar la tarde de aquel día,
cuando iba mi habitual adiós a darte,
fue una vaga congoja de dejarte,
la que me hizo saber que te quería»
Leopoldo lugones.
¿Cómo puedo resistir esta tristeza que me inunda a la hora postrera de su partida cada tarde? ¿Cómo puedo dejar de verla? ¿Cómo puedo perder su paso armonioso por entre las calles de Armero? ¿Cómo voy a perder la suave expresión de su mirada? ¿Cómo puedo perderla?. Estas palabras son el reclamar silencioso de cada día cuando Claudia Mercedes se pierde de mi vista y no he podido hablarle, ése es mi diario y cotidiano dolor. Quizá alguna vez, en el curso del tiempo, me responda que nada me ha dado y que nada tiene que decirme. Quizá me diga que siempre tuvo a flor de labios la clara y precisa fórmula de la palabra, la suya, que me dijo que tenía la perfectible forma de su estabilidad familiar célebre y reconocida en Armero. Quizá me diga que no acabo de entender cómo es posible que las cosas nazcan para mí sin preludio y sin tiempo. Hablo aquí como nunca le pude hablar a Claudia Mercedes, a ella que fue la síntesis y esencia de mi primer amor juvenil en Armero,.
«La s formas del amor son distintas a las de la ciencia, la ciencia no puede depender nunca del azar, por el contrario el amor sí se acuna dentro de la forma del azar y confluye en la necesidad. Esa es la forma de la presencia del inconsciente del que podemos decir que tiene una forma eterna. Yo estuve y quedé pleno de tus formas Claudia Mercedes, estoy cierto de lo que te escribí, de lo que ya no quise escribirte también, de mi búsqueda cotidiana de tus formas en la lejanía y en la oculta sinuosidad de Armero, contigo hallé la forma del «ha lugar», ese lugar lo hallé inicialmente en los mecanismos de mi escritura que es la suprema manera de alcanzar tus ámbitos y tu ser. He caminado hasta tus senderos, respetuoso, en la certeza de que tus afectos tienen nombre, casi cuarenta años después he vuelto a caminar hasta tus bordes, las calles en las que caminé detrás de tí yacen bajo el lodo, vuelvo a caminar hasta tí con la lentitud aparente del caracol recordando que dejé para tí un rastro de tiempo y una espiral veloz reflejada en un haz de luz, hoy como ayer estallo para tí en la memoria sin buscar en tu recuerdo que no tiene memoria alguna de mí, vuelvo a estallar frente a tí para que mis fragmentos graviten sobre tí como si fueras un imán poderoso que se reconoce en tu imagen y como si hubieras sido la última historia verdadera en el mundo».
No me equivoco, no hubo invento en frente tuyo, el adolescente que fui te buscó cada tarde en la complicidad urgente de las calles de Armero, allí hubo verdad inmediata, la de un sentimiento que no porque no te acuerdes va a desaparecer o a ser mentira, quererte fue, entonces, encaminarse por una ruta distinta a las formas propias del amor de nuestro tiempo adolescente en Armero, fue deshacer el entuerto del ánimo de progreso que definió esos nuestros días. Yo no te profesé el amor hacinado de nuestras ciudades, el amor de nuestro tiempo estuvo signado por una atmósfera biliosa, el amor de nuestros días, y recuerdo a mi amigo, el poeta Álvaro Marín a quien tú no conociste, él decía que todo parecía transparente pero para mí estuvo bruñido del animal ególatra que siempre nos empeñamos en ser, ese animal que no soportó verse a sí mismo en la cuadratura del espejo donde se asoma nuestro prójimo. En el amor contemporáneo y en sus formas se olfatea un vaho anímal de mirada rojiza como la del canino salvaje que lacta, como la del mamífero carnívoro que ha sido criado en la cuna del progreso y bajo el afán de dominio.. Mi amor por tí, Claudia Mercedes, apareció fulgente, inesperado e inexplicado pero tuvo la catadura y la fortaleza de la serenidad y de la elevación inmediata de sus formas y de su ser al excelso estado de la celebración y de la sensibilidad que ya no se halla de fácil manera en la vida humana. Mi amor por tí Claudia Mercedes, no se abstuvo, quizá te observé en las formas pasajeras del mundo que representaba Armero, entonces sé que tuve la lenta serenidad de tu presencia, pasado el tiempo sé que fui anhelo de verte y mantener presente en mi memoria la forma de tu imagen. Mi amor por tí Claudia Mercedes no tuvo la forma del apetito por el poder, ni el afán de riqueza ni la sed de exterminio provocada por el deseo de dominar, mi amor por tí quería mostrarte la fuerza del talento humano.
No volver a verte desde el 24 de diciembre de 1977 cuando partí hacia Cali fue ingresar en la bruma que oculta la mente humana, fue perder el vuelo ligero de mis alas, fue ingresar a lo más oscuro del mundo, territorio al que volví para hundirme dolido casi cuarenta años después cuando supe que no recordabas aquellos instantes tan vívidos para mí. Partir ese diciembre fue hundirme donde yacen desprestigiados el amor y la muerte misma. Claudia Mercedes, en nuestro país se perdió hace mucho rato el respeto por la vida, Armero fue la mayor señal de ello, decir eso significa decir que se perdió el temor a la muerte.
Al final quiero decirte aunque no leas esto, Claudia Mercedes, que en aquella época de la que no te acuerdas, quise ser playa en tu memoria, quise ser las flores del jardín que poblara de primavera tu tiempo y los alamares de tus horas de invierno, Quise ser para tí el profundo equilibrio de un frutal en flor como esos que aromaban los días de Armero, también pensé que cuando el tiempo te hiciera mella en el alma y en la piel yo me haría dentro de tí perenne primavera, y pensé que cuando el silencio pretendiera abatir tu boca yo la iba a cubrir de besos y que la suave miel de mi amor le iba a prodigar calor a tu cuerpo, pensé que cuando el oscuro manto de tu noche quisiera poblarse de terribles sombras como las de Armero en su hora fatal, yo te habría traido el vibrante color del alba.
Durante mil años y un día he caminado por la vida siempre bajo la mirada tutelar de oscuras noches, demasiados viajes sin consuelo barren la arena de mis días pero cuando lejos en el límite de una ciudad desconocida me hallaba, rodeado por el salobre mar de lo vivido, una divinidad amante me prodigó sosiego y vi venir el amor con su cabello suelto, con sus ojos de profundo mirar y con su rostro de pintura de Vermeer, y entonces, ¿Sabes qué?, casi 40 años después fui como el naúfrago que prendido a su tabla de madera ve llegar ante sus cansados ojos la verde hierba de la ansiada isla, así como vi llegar el amor en el tiempo en que me enamoré de tí, en ese tiempo me sacudió la vital forma de tu ser y su significado pleno de presagios. La tarde antes de mi partida pedí que la suave forma de tus manos adolescentes amorosamente me preguntaran ¿Y dónde vas a estar todo este tiempo?, pero no me preguntaste, ya no existía para tí, , me hundí en la noche del amor y supe que a pesar del suceso y del paso del tiempo, una nueva forma del mundo se abría y que un nuevo día le abría paso a la esplendorosa noche del recuerdo tuyo que benévolo no se iría más de mí., entonces fue posible que el mundo ante mi desazón se abriera y que cientos de pájaros sedientos bebieran de un refrescante rocío.
Fuiste Claudia Mercedes, la de los ojos profundos, la de andar suave, la de cuerpo grácil, la enamorada de su tiempo que no pudo evitar que las formas del amor devinieran desde en dirección descontrolada hacia mi aunque de manera pasajera. Me ha quedado el recuerdo, Claudia Mercedes, de esa época de los años setenta en Armero cuando al verte sentí una extensa e indefinida dulzura. Estas palabras han sido una de las caras del espejo, la que sintetiza todos los rostros de la mujer llamada Claudia Mercedes, la del esencial amor cuya forma es la imperturbable presencia de Claudia Mercedes superior a una aventura, transparente y perdurable como el adolescente de los setenta, el que la amó y se niega a dejar de narrarlo, aunque al final ella nunca supo quien era yo en los tiempos de nuestro inverosímil encuentro en Armero, encuentro del que ahora solo guardo el recuerdo….
EL DESAMPARADO
Juan Álvarez Castro
Pienso que soy un hombre bastante solo. O por lo menos tengo un sentimiento muy agudo de soledad. Supo que así como le decía que era su vida Vinicius de Moraes a Clarice Lispector, así iba a ser la suya desde aquella mañana en que vio a ese hombre muerto, tendido, en el campo de fútbol frente a la escuela donde una profesora había saciado su imposibilidad de amar maltratando y humillando a sus alumnas, ofendiéndolas con el escarnio público y llamándolas brutas mientras les jalaba el pelo y las tiraba contra el tablero, sin privarse de ser pródiga con dos o tres alumnas a quienes les perdonaba todo para nivelar con supuesta bondad su odio por el género humano.
La tarde anterior a aquella mañana después de hacer la tarea de biología y recoger el conejo muerto que el vagonio de Genaro les había levantado quién sabe dónde para que él y sus compañeros le hicieran la taxidermia en la clase de Centella, el profesor de gafas oscuras que recorría los cinco kilómetros del casco urbano al colegio en su moto Kawasaki de 250 centímetros, se la había pasado acabando de romper sus tenis pateando un balón. Llegó a su casa se bañó y bajo el chorro de agua helada recordó al conejo, un guiñapo completo que un compañero se llevó y él ya nunca más volvería a ver. Pensando en el roedor le vino a la memoria el billete de dos pesos que encontró en la cancha corriendo tras el balón a solas mientras los otros se cambiaban de ropa para iniciar el juego, lo había levantado y sin preocupación lo guardó en el bolsillo de la pantaloneta, pensó en lo que iba a comprar temprano para llevar al colegio, se prometió llevarse una chúcula, y continuó con su baño personal.
Esa noche vio salir a su hermano vestido elegante con camisa blanca y pantalón azul oscuro, seguro iba a reunirse con sus amigos de último año de estudios, eso significaba que era cada vez más independiente y que podía trasnochar por fuera de la casa con el permiso total de sus padres. Esa salida significaba que podía leer hasta tarde su cuento de la cabra de Nubia o el del gato Ebenezer, y el de Ángela y el diablo pues dormía en una habitación con su hermano y su salida le era propicia para dedicarse a este evento.
Despertar le resultó difícil pero lo hizo tan temprano que se tomó su tiempo pensando en las monjas del costurero, sedientas por penitencia, imposibilitadas para la Guanabacoa, empobreciendo su espíritu porque los pobres de espíritu son bienvenidos al cielo, y eso lo había dicho Jesucristo que le había enseñado al mundo que la que realmente fracasa es la muerte. Pensó mientras se levantaba en Ángela recogiendo los trozos de lana para evitar que por la noche viniera el diablo y los recogiera para hacer una bolita que le mostraría el día de su muerte en el infierno. En la penumbra le preguntó a su hermano si sería cierto lo del infierno pero no recibió respuesta, se acercó a la cama y comprobó que estaba tendida razón por la cual era claro que su propietario no había vuelto en toda la noche.
Se sintió solo y esa sensación lo acompañó bajo la ducha, luego mientras se vestía y también mientras se ponía el pantalón de dril blanco de largos bolsillos donde solían refundirse durante semanas las cosas que allí guardaba.
Desayunó en la cocina velozmente mientras escuchaba a su madre quejarse preocupada porque su hermano no había llegado, la angustia materna lo impresionó de tal manera que sólo se dio cuenta que ya andaba camino al paradero del bus escolar cuando sintió el golpe seco y lejano pero claro de un disparo, eran las cinco y cincuenta de la mañana.
Lento se acercó a la esquina donde el viejo Joaquín atendía junto a doña Ana su esposa, desde las cinco de la mañana, estaba atendiendo a un señor por la ventana como solía hacerlo a diario antes de las siete cuando abría su local plenamente al público. ¿Entonces era Cesáreo?, sí, le contestó el comprador, yo venía subiendo hace un segundo y lo vi cuando se puso el revólver en la cabeza y se disparó, yo me asusté y vine a parar aquí para avisar, y se bebió una copa de aguardiente que don Joaquín le acercó a través de la ventana, luego escuchó al tendero: Cuando abrí la ventana me asustó verlo parado ahí, lo ví elegante, de camisa blanca y pantalón azul, recién peinado pero con cara de trasnocho y oliendo a licor. Ay! Así está vestido mi hermano pensó él mientras le crujían las tripas de angustia.
El viejo tendero peroraba, me pidió un paquete de lucky y me pagó con un billete de cinco pesos, fue la primera venta, luego cogió hacia la cancha y al momentico escuchamos el disparo. ¿Un paquete de lucky, quién compra algo tan caro para suicidarse? Balbució el testigo, y don Joaquín tal vez iluminado por el aíre fresco de la mañana que no terminaba de clarear le respondió: los que fuman pielroja no se suicidan.
Don Joaquín, dijo él con timidez, Mijo atienda al niño reviró doña Ana envuelta en un sayal con sus gafas de aumento y su cabello blanco recogido en una moña.
Déme, por favor, dos bolitas de tamarindo azucarado, una chupeta, un liberal, un nevado y una chucula, me las envuelve que son para llevar al colegio. ¿Está seguro que quiere una chucula? Le dijo doña Ana, esas son para dar espeso al chocolate y que yo sepa a su mamá no le gusta eso, y tampoco es una golosina. Démela envuelta aparte dijo mostrando afán pues en verdad temía que el muerto no fuera cesáreo sino su hermano porque lo asustaba que en toda la noche no hubiera llegado a la casa y lo terrible era que la víctima vestía del mismo color que el traje de su hermano.
Pagó la cuenta con el billete de dos pesos, todo sumaba un peso con treinta centavos, recibió los setenta centavos de vuelta, guardó la chucula en lo profundo del bolsillo y tomó en sus manos la bolsa con el resto del avío, corrió en pos de la cancha, las piernas le temblaban, se enredaba con cada paso como si caminara por entre un rizoma, su corazón latiendo frenético ya le enseñaba el agobio del susto de vivir lo irreparable, sin darse cuenta sus pensamientos ya le enseñaban lo ilímite propio de lo individual que sin embargo junto a sus pasos ya lo conducían al lugar donde la curiosidad común juntaba a los curiosos mañaneros que rodeaban al reciente muerto.
Jadeante se acercó, el cuerpo estaba tendido por lo menos a cien metros de la entrada de la escuela veinte de julio, y sí, lo primero que vio fue la ropa del occiso, un pantalón azul oscuro de paño y una camisa blanca de manga corta, pulcra, su susto iba creciendo, ¿y si fuera mi hermano?, no, no podía ser pues no fumaba y también iba en sentido contrario a su casa, rápido, urgido por el ansia buscó entre las piernas de los curiosos su rostro, y al fin lo vio, no era su hermano pero no pudo respirar aliviado, este ser humano ya estaba pálido, lívido, al caer de espaldas había perdido el arma que se hallaba a unos veinte centímetros de su mano derecha, era raro, eso pensó, al ver el leve orificio del parietal derecho, no había ni un hilo de sangre, sólo una especie de gordo, una bolita de grasa transparente que le recordó los gordos de la carne que a veces se comía y que exquisitamente guisaba su mamá tres veces a la semana. Cerró los ojos y escuchó los comentarios de la gente, Seguro lo echó la mujer, venía de la casa de la amante. Hiciera lo que hiciera, viniera de salida o entrada, este muerto ahí tirado lo jalaba a la compasión, lo veía tan solitario, inerme, que de inmediato supo que este ser en vida había sido un solitario mísero, sin tregua en la existencia. Partió de allí buscando la calle dieciocho, iba a toda, exasperado, pasó por entre la hilera de mujeres que unos metros abajo de donde se hallaba Cesáreo, hacían fila ausentes del hecho, a la espera del registro higiénico semanal que les validaba el carnét para ejercer su oficio en el llamado barrio del pueblo, la zona de tolerancia, mientras pasaba por allí recordando el gordo saliente de la cabeza del cadáver y pensaba, además, en la soledad eterna del suicida, oía como un rumor las voces de las mujeres que lo inquirían, y él lejano escuchandoo el cántico de esa suerte de sirenas que le celebraban su juventud y le ofrecían un polvo gratis a cambio de su virginidad. En ese momento tuvo la certeza de que la muerte y el deseo sexual podían ser la misma cosa, mecánicamente estiró la mano y le entregó a una de estas mujeres la bolsa con los confites, ella coqueta se lo recibió y algo le ofreció a cambio, algo que no comprendió pues siguió de largo alejándose a prisa en busca del bus escolar, pensando en el solitario irredimible, tirado en el campo de fútbol y en ese gordo saliente de su parietal, desde este instante heredaba el silencio y las ganas de estar solo, ni en clase olvidó al suicida, lo vería, como lo veía ahora en el recuerdo, cuarenta años después, aterido, solo, íngrimo, mientras él pensaba en cómo olvidar al muerto a la hora de comer, era solidario con el muerto cuya visión lo había sumergido para siempre en una niebla del alma, ya era un ser extraño perplejo ante la existencia, y desde ese instante, pasajero de un barco fantasma, insomne perpetuo, y sin sosiego posible ante un mañana de muerte con anuncios de vida áridos y desiertos, irredimibles pero indelebles como la mancha de la chucula aplastada en el fondo de su bolsillo en un imperdonable olvido en aquel eterno día del desde siempre olvidado y desamparado suicida.
AFECTOS FUNDAMENTALES
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
Para muchos de nosotros Armero fue el centro de nuestros afectos fundamentales, yo he dejado correr palabras de contenidos tangibles que nombran, por ejemplo, perdones, mujeres jóvenes aun supervivientes, calles y registro de eventos de los que esas palabras dan certeza y se afirman en músicas que escuchaba aunque no fueran las del cotidiano armeruno, eran una suerte de «avis rara» en el contexto general de la ciudad, que mamá escuchara a Cat Stevens cantando Morning has broken, que mi padre guiado por la Radiodifusora nacional de Colombia me enseñara el Jazz o el Blues y que por parte de mis hermanos me llegaran Serrat o Víctor Jara, los boleros y música del Caribe,esa vida no me excluyó de gozarme baladas como las de José José, Leonardo Favio, Perales, Nino Bravo y demás, además de la música tropical y los celebrados Diomédes y el binomio de oro escuchados en la época y amados por gran cantidad de armerunos al lado de Fruko el genial que sonaban a chirridos en las discotecas Jaguares, Picapiedra y hasta en escorpión.,Y ni se diga lo que se escuchaba en Sibonney o en la cascada, y lo que de manera más sorda se oía en los cafés como el Ancla, Hawaii, Colombia o en los bares y billares como el bar de Feliza, el bar de la esquina de la 18 con 12 en frente de la estación de servicios, o el bar que daba vecindad a la estación de servicios de «Chaco» esposo de Victoria Peñalosa, padres de Juan Carlos el Tato y su hermana Victoría, La Tata. Esa música que se enredaba en cada bar, estadero y en los equipos de sonido de las casas puesto a extremo sonido, la música que también era parte de lugares conocidos eufemisticamente como la «zona», sitio concurrido y visitado, sobretodo el bar del Muñeco, por hombres de todas las prosapias de Armero sin rubor alguno, La Zona, in extremis, más allá del Barrio Santander y casi lindando con el empobrecido pero honorable barrio de pueblo nuevo tan vilipendiado por algunos que se consideraban «gentes de bien» y calificaron ese barrio sitio de ladrones tan solo por su pobreza, pero vuelvo a la música y dejo el otro tema para una extensa y más sólida crónica. Ahora me pego de nuevo a la memoria musical, y pienso en esos nuevos jóvenes de Armero,Jóvenes-Independientes Armero-Guayabal, Memoria De Armero, Revive Armero, Armero Vive, y entonces escribo pensando que este acto de mi memoria, en este momento evocado por los amores juveniles y su música, se han originado en la variada forma de mis sentimientos adobados en Armero y que se han ido escribiendo de la mano de Juan Álvarez Castro y Victorio Hugues con el entusiasmo de haber vivido en ese Armero y se traslapan en un sentimiento de gratitud pero también desde nuestra exasperación política y social que al final son el modo de la cultura que vivimos o padecemos. También bajo la tutela de la rabia y el despecho de amores no olvidados por mí pero si olvidados por aquellas que en la ciudad blanca fueron objeto de nuestros coqueteos, y tambíen cólera frente a a la desidia que permitió la catástrofe que hundió a la ciudad pero para alegría nuestra la hace activa en nuestras palabras que superan la lánguida nostalgia. Armero hace que cada segundo del día se expanda nuestra ansia intelectual.
Qué bueno que ahora sea la grata curiosidad del quehacer cultural y de ese ser cultural la que mueva la indagación de los jóvenes armerunos, la que nos convoque a ir más allá de la nostalgia, de los apetitos personales, de las ansias personales,porque pensar en los tiempos de Armero, es devolver la cinta de la niñez y la adolescencia, devolverla a tiempos matizados por diversas emociones, es hallar la tristeza, el deseo, la alegría y una suerte de emociones que se sembraron en mi alma, mezcla de sensaciones y racionalidad que me cotejan y se manifiestan de manera indeleble en los tiempos de mi presente y sobretodo en lo que escribo..
Ahora , por un segundo me imbuyo en el recuerdo triste de la niña amada que se fugó de sus recuerdos y no se acordó del adolescente que la amó y para hacer gala a la buena balada escuchada en Armero que dibuje mi ayer y mi presente, he recordado a José José, y en memoria de todos los dolores provocados por el olvido desapasionado de quien amamos en el pasado y se hicieron nuestro gran amor, les dejo este recuerdo…
ESBOZO DEL COLEGIO AMERICANO
A propòsito de un mapa recuperado.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
El colegio Americano con su uniforme, en los hombres camisa blanca y pantalòn azul oscuro y en las mujeres blusa y falda del mismo color. Por la carrera trece, en frente de la puerta lateral que daba al campo de basket que por las noche era cancha de micro, viviò la familia Àlvarez Castro, allì se asistìa casi todas las noches a los juegos y nos quedaba fàcil estacionarnos rn rdr lugar, cruzàbamos la calle destapada y entràbamos a ver los juegos cuando «Daro» era profesor de educaciòn fìsica y entrenador, cuando aùn se dejaba ver Germàn Lamilla hermano de Luis quien estudiaba en el Instituto Armero en el mismo curso conmigo. Nuestra casa, en esas èpocas de sequìa era aromada por un extenso àrbol de flores rojas, èramos vecinos de los Rojas, mi amigo Said Stever Rojas y su hermana Ana Mercedes Rojas, en la casa de ellos vivìan los Galindo, eran inquilinos de los Rojas, la mamà trabajaba como operadora de Telecom, el hermano mayor debiò haberse graduado en el instituto Armero en 1977, y las dos hermanas muy hermosas debieron haberse graduado en el Carlota Armero. La casa donde vivìamos y la siguiente a mano derecha, las dos, eran de un señor de Ibaguè, Nepomuceno Serrato Gòngora.En el mapa recordatorio de Armero serìan las casas 4 y5 , la cinco, si he leido bien el mapa la habitaban un agrònomo, su esposa Marlen y su nenè en 1976, Algunas veces nos sentàbamos con el entrañable amigo Cèsar Ramìrez y veìamos entrar por el portòn pequeño a los estudiantes del colegio, otras veces escuchàbamos al celoso marido de Marlen pegarle y nos enojàbamos y le gritàbamos que no fuera cruel y mal varòn, y el tipo se calmaba, al rato Marlen salìa cargando al Bebè y llorosa nos sonreìa e iba a la tienda y ya todo era sosiego.
DE UNA FAMILIA Y UNA CARTOGRAFÌA
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
viendo la cartografìa recuperada por ustedes , Memoria de Armero, en esos planos puestos en su muro, me devano los sesos recordando personas màs que lugares y apernas recuerdo la casa de la mamà de Carmen Liliànì que no tenìa el apellido de Hernàndez un compañerito menudo y amonado, alguna vez fui a su casa ocultando mi rasgo familiar con los Àlvarez Castro cuya hija, Clara Lucìà, era par de Carmen Liliàn , eran el dueto de cantantes de la sagrada familia entre 1972 y 1974 año de su graduaciòn y cuyo evento se halla reflejado el foto de mi portada, a Hernàndez le sorprendiò que con achaque de una tarea yo invadiera la calle destapada de ese sector llamado calle caliente y que antecedìa a los silos de fedecafè, si mal no recuerdo, el dìa que fui a la casa de mi compañero me recibiò la mamà de Hernàndez, una señora de gestos y ademanes casi aristocràticos, muy amable y cordial, Hernàndez me recibiò cada vez màs incòmodo, y yo adolescente ingenuo le preguntè por Carmen Liliàn y èl se sonrojò, «Sì, su hermana» le cantè en la cara y sin dejarlo respirar le dì rienda suelta a mi curiosidad rayana en la falta de tacto, «¿Por què ella es Rodrìguez y usted es Hernàndez?», y mi compañerito se volò a su cuarto y me trajo el cuaderno que se rehusaba a prestame y visiblemente abochornado casi me echa de su casa a desmedro de su mamà quien insistìa en atenderme con las viandas propias de unas onces de los caldenses que habìan venido a poblar a Armero. Al dia siguiente Hernàndez me recibiò el cuaderno que le devolvì sin usar ni leer, Yo me acercaba a su casa a buscar la intimidad de un amigo pretendido porque era el hermano de la ìntima amiga de Clara Lucìa, despuès , con las semanas y su paso en mi soledad Armeruna, comprendì que mi amigo y Carmen Liliàn no eran hijos del mismo padre y que para ese tiempo mantener la privacidad de ese evento era una prioridad que mi curiosidad prejuvenil afectò hasta causar el malestar de mi amigo pretendido mas no el de su hermana y menos el de su mamà,pero para mi amigo eso era un evento ìntimo y privado en toda su extensiòn, meses despuès di por caminar por esas calles solitarias, siempre y siempre desembocaba en Gaseosas «La Bogotana», merodeante, buscando no sè què, como un desterrado hasta enredarme en los silos abandonados a la orilla de la carrilera, monumentos grises de cemento y ladrillo que se tragaban el polvo de la carretera destapada y fungian como gigantes estàticos, suerte de Polifemos amenazantes para un niño que asì los imaginaba, donde a veces solìa aparecer Cardozo apodado «Tatarilla» con su despampanante mamà, una negra hermosa, muy señora, educada que trabajaba a finales de los sesenta como secretaria de la alcaldìa., yo tomaba el camino de los rieles buscando la estaciòn para buscar la calle once y tarareaba «los rìos de babilonia«, Esto sucedìa ya en los setenta cuando esta canciòn se hizo famosa y se mascullaba en las discotecas sin saber a ciencia cierta lo que decìa, y yo que ya reconocìa por mi formaciòn Laica a pesar de las enseñanzas del cura Jacinto, del cura Rebolledo, del cura Tiberio Campos o del cura sedano, o del cura Manuel Hernàndez, que a diferencia del cura pistolas, no pudieron nada contra ese rumbo laico de mi vida, los textos mìticos de la Biblia, entendìa esa canciòn entre pop y rock, como una manifestaciòn del èxodo del pueblo de las colinas de Siòn que ya en 1966 daba paso a la guerra de los seis dìa entre Egipto e Israel y donde destacaban Gamal Abdel Nasser, Moshè Dayan y Golda Mier, y yo caminaba la vereda de la carrilera repitiendo mis dìas de finales de los sesenta y tarareaba esa canciòn setentera De Boney M, que ahora dejo con esta breve memoria de Armero….La tarareaba en silencio, mientras en Jaguares o en Picapiedra o en Escorpiòn la ponìan a todo volùmen sin saber què decìa y como un intervalo entre uno y otro episodio de salsa de Fruko o los vallenatos del Binomio de oro.
LOS JUEGOS ERAN UN RIZOMA
Juan Álvarez Castro
Era pequeño, a los siete años cuando mi madre soltaba mi mano en la estación de gasolina de la dieciocho con doce en Armero, en ese instante iniciaba mi tránsito de cuatro cuadras hasta llegar a la gran reja del colegio San Pío X donde me cruzaba con la profesora Ana quien me sonreía y me tomaba de las manos apretándomelas y regalándome un instante de magia para mi corazón que quedaba consolado por horas hasta que los grandulones con sus glándulas plenas de deseo hacían valer el peso de ser miembros de cuarto de bachillerato y poniéndose en círculo en torno de la profesora la arrebataban de mi secreto anhelo de pertenencia.
Entonces me arrinconaba contra la columna central, la quinta columna aparentemente inútil pero que vista detenidamente en su soledad al centro del ancho salón, era el real soporte del edificio, antojo de un aprendiz de arquitecto cuya obra reflejada en esa columna atravesada en el ancho espacio del salón sacudía mis ideas incapaces de explicar el adefesio haciéndome experimentar un miedo que se volvía real cuando el escalofrío se tomaba mi cuerpo y subía paralizante por mi espalda hasta mi cabeza erizando mis pelos que se levantaban como si un corrientazo, una fuerza eléctrica con su poderosa descarga se tomara mi leve humanidad.
De los efectos catastróficos de esa tromba me salvaba el paso de Roberto o el escurrirse sagaz de Alfredo Urueña, el uno porque utilizaba la columna maldita como escondite pasajero, el otro porque se recostaba en ella para soliviantar el acoso de quienes se burlaban de su gaguera.
Roberto era un motor sin fin, corría y se reía, aparentemente jugaba con los otros compañeros pero él era su mundo, sus gestos incansables llamaban a la risa, no estaba para poner atención a la clase, desde el pupitre agotaba a Nereida quien una tarde agobiada le gritó “Payaso” con tal enfado y manifestación de fastidio por el ser de los payasos que Roberto la miró desde su tusa cabeza con sus ojos café grandotes, levantó la tapa del pupitre y metió su cabeza hermosa donde solíamos poner los cuadernos y dejó caer la tapa sobre su cuello, a Nereida, vestida de azul celeste le hizo gracia este gesto, ella no entendía a Roberto pero se tranquilizó con su silencio y prosiguió la clase explicando el sentido y significado de la bandera tricolor.
Roberto no volvió a sacar su cabeza hasta que la campana del patio con su sonido chillón marcó la hora de salida, ese momento cuando yo era de nuevo felíz y la profesora Ana sonriente me buscaba en el salón y me tendía la mano y caminábamos a lo largo de la calle doce solitaria, entregada a nosotros dos y ella se dedicaba a escuchar mis impresiones sobre el insuceso de Roberto, ella callaba y fruncía su entrecejo, me dejaba hablar y su silencio era como el mundo antes de la palabra, entonces yo le apretaba la mano y ella que distinguía mis modos acuciantes me devolvía con otro apretón de mano la certeza de que estaba ahí conmigo. En el apretón de manos hacíamos sincresis , ella se incorporaba a mi mundo, y si yo tenía dudas me llevaba haciéndome entrar a su mundo.
-Roberto es un niño de más edad que tú, es un niño especial, es huérfano y vive con un tío que lo adoptó, además está gravemente enfermo.
Se silenció como si se hubiese descubierto cometiendo la peor imprudencia de su vida, yo le apreté la mano, ella continuó:
-Él necesita mucho amor, Juan, y al decir esto me miró con tal ternura desde sus ojos negros que se me antojaron el más natural espejo, iguales al charco del tambor que nos dejaba ver los pececitos, ella en sus ojos me revelaba la verdad que ahora me impelía a mirar a Roberto con amor y como si fuera la verdadera responsabilidad de mi vida de reciente estudiante. En ese segundo la profesora Ana me inoculó la piedad, me hizo verme como si yo fuera el mismo Roberto y logré entender el dolor que sentí cuando lo vi ocultarse bajo la tapa del pupitre. La maestra me volvía a apretar la mano indicándome con esta señal que había entendido la pena que yo había vivido con ese episodio sin atreverme a confesárselo.
Al otro día y durante semanas me dediqué a Roberto con amor infantil, él era elegante e intensamente alegre, llegué a dudar que estuviera enfermo pues jamás mostró signos de dolor, para la maestra Ana no pasó inadvertida mi actitud de cuidado pero jamás se refirió al tema ni siquiera cuando caminábamos a solas. A veces cuando Roberto se apaciguaba y agachaba su cabeza y nos sentábamos descansando nuestras espaldas en la siniestra quinta columna, la descubría mirándome y regalándome su amplia sonrisa señalada por su generosa dentadura.
Roberto y yo no hablábamos, lentamente bajo las lluvias de mayo que refrescaban a Armero y lo llenaban de flores me dejó entrar a sus juegos solitarios y me fue educando, creaba sus personajes todos herméticos y dejaba que yo creara los míos que caminaban paralelos, sin mezclarse con los suyos. Todos los días de nuestro encuentro comencé a verlo más pálido mientras su fuerza espiritual, a mis ojos, decaía paulatinamente, eso me señaló algo terrible helando mi capacidad de sentir.
Un martes, el día de las fotografías individuales con lapicero en la mano, amparados por un telón y sentados apoyando nuestros brazos en una mesa adornada con el ringlete que decía: Colegio San Pío X, 1967, Yo sonreía y Roberto, cuyo tío había pagado los siete pesos de la foto, no apareció, me tomaron la foto y yo haciendo reminiscencias de Roberto, Sólo atiné a fingir una sonrisa que ya había desaparecido sobretodo en la antesala cuando Nereida preocupada por mi presentación personal me peinaba por quinta vez.
Fue una semana de especulaciones por la ausencia de Roberto, ahora a mis ojos en la quinta columna sólo se ocultaba Alfredo Urueña, yo me había ausentado de los sucesos del patio de recreo pero no me resultaba ajeno el dolor de Alfredo acosado por las consejas de sus compañeros de tercer grado para quienes él resultaba grandulón, inusualmente grandote donde el más cercano, cronológicamente hablando, era cuatro años menor que él, la profesora Rosaura esposa del profesor Carreras no daba abasto para calmar la insidia del grupeto de alumnos que hicieron para siempre carne de cañón de Alfredo minado por su gaguera y los chismes acusadores.
Un miércoles en la jornada de la tarde pasadas las dos apareció el tío de Roberto y habló agitadamente con Nereida, muchas veces me señalaron mientras el grupo a merced del abandono de la profesora especulaba sobre lo que ocurría con Roberto: “El tío golpea al payaso”, “Lo golpea hasta casi matarlo”, “El tío no se lo aguanta y lo encierra en patio tras de unas rejas”, y todo es así hasta que Nereida me llama, “Juan venga acá”, yo voy y veo a Nereida tratando de contener las lágrimas, “Juan que si quiere ir a jugar con Roberto a la casa, el tío lo recoge a las tres y media y después a las cinco y treinta lo lleva a usted a su casa”.
-Y yo, bueno profesora.
-Entonces venga usted señor a esa hora y lleva a Juan.
Y el tío de Roberto, alto y vestido elegante se marcha a prisa y a mí no se me dijo nada más pues al otro lado en tercer grado la algarabía era tremenda, apareció el profesor Carreras quien se dedicaba a dictar clase en bachillerato, y entró al salón de la profesora Rosaura, hubo gritos y más algarabía, luego hubo un silencio tenso, Carreras salió presuroso en dirección del edificio de en frente, el colindante con la iglesia, el edificio medieval.
Carreras, ese no era su nombre y menos su apellido, sólo que el imaginario de los niños de primero a quinto de primaria que expresaba el conocimiento a la manera de la similitud del siglo XVI, reproducía la semejanza, y como el esposo de Rosaura iba y venía en una bicicleta profesional de las que habíamos visto usar a los ciclistas que llegaban en las etapas de la vuelta a Colombia, Cochise, Carlos Montoya, Javier Suárez y los españoles como Domingo Fernández que llegaban agotados después de cruzar el páramo de letras y bajar hasta Armero en sus ciclas de carreras, y como el marido de la profesora Rosaura trasegaba en una cicla igual a alguien se le ocurrió que el hombre se llamaba carreras y todos aceptamos que la bicicleta le daba el nombre al profesor de bachillerato.
Poco después nos llevaron a los de primero y segundo al salón de tercero, allí todo era silencio y formalidad, y adelante, en la escena donde se rendía informe de clase, al lado del tablero, lloroso Alfredo Urueña, gagueando le pedía compasión a la profesora Rosaura:
-Profesora Disaura ayúdeme, ayúdeme.
Y ella lo miraba implacable desde sus ojos grises y su inapelable estatura, Alfredo frente a ella aparecía minúsculo, una voluta empobrecida y suplicante, Yo en medio de los de tercero oía los recados que los compañeros de clase le machacaban al penitente:
-Se lo merece por chanero
-¿Y eso?
-¿No sabe?
-¿Qué?
-Ese mancito come burra y además va donde las putas
– Sí, además molesta todas las tarde a las peladas del Carlota Armero, a todas se lo pide…
-Que echen a ese mancito.
La vindicta crecía de manera que sobrepujaba mi ánimo haciéndome sentir incómodo, yo me sentía ajeno a ese lugar y quería huir de la escena que allí se montaba, traté de pararme y salir hacia la antesala del salón, vi a la profesora Ana contrita, agachada, impotente y muy pálida entonces sentí como mi cuerpo desfallecía. Allí todo era oprobio, no había espiritualidad y mi cabeza urgentemente me lo decía porque la áridez de ese instante se reflejaba en la actitud de derrota de mi heroína.
El día que comencé a leer “La Muerte en Venecia” entendí lo que me ocurrió en aquél momento, y lo que pensé cuando la autoridad atrabiliaria hizo mella en Alfredo Urueña, esa tarde no se respetó nada, profesores y cura rector quisieron aleccionar a la comunidad estudiantil y olvidaron sustentar nuestra fuerza espiritual, desconocieron que cuando la condición humana está en peligro necesita para perseverar y salvarse reforzar la fuerza del espíritu y su capacidad de sensibilidad para el arte y entender que esto es lo que alimenta a esa precaria condición humana para que reconozca lo que necesita para preservarse y salvarla de algún modo. Pero nada de eso ocurrió. Como trombas entraron Carreras y el cura rector Oscar Rebolledo pulcros y frescos a pesar del bochorno de la tarde. Carreras ya había puesto en antecedentes a Rebolledo, sobre los desafueros de Urueña, por lo tanto el sacerdote se tomó la palabra y autosuficiente proclamó la moral, según él Alfredo era una suerte de pagano que debía ser corregido severamente. Entonces detrás de su pantalón azul cielo y moviendo ágil su mano izquierda esgrimió un látigo de seis ramales de cuero crudo, así definió su arma moldeadora de genios, instrumento de revelación para Alfredo quien debía entender que cada juetazo lo conduciría a la purificación de cuerpo, de espíritu y de pensamientos. Alfredo gritaba:
-profesora Disaura no deje que me pegue.
Y el cura blandiendo el arma purificadora sudaba tratando de redimir al insolente cuya culpa era que cansado de tanto ser vituperado y ante el silencio de la profesora que no hacía valer su autoridad para que lo respetaran, él gago y hastiado exclamó con impotencia:
-Profesora Disaura, uuusssteeeed no mee pooone cuuuiiidado, usted es una hidepuuutaaa.
El látigo de seis ramales caía justiciero castigando inmisericorde al gago que ya no lo era y que había dejado de llorar y se calmaba porque no quería rendirse ultrajado, sólo acumulaba vergüenza y odio por todos nosotros, mientras yo aprendía horrorizado, una dualidad de vida hipócrita y esquizoide y que mi espíritu ya no iba a volar libre, que a esa libertad se la tragaba la barrera dogmática de la educación armeruna encerrada en esos edificios ajenos a toda luz mientras yo extrañaba las calles de este pueblo rico en agroindustria, esas calles que nos hablaban de seres libertarios. ¡Qué tristeza! me decía mientras padecía la sensación de jamás haberme sentido tan constreñido y tan preso.
Alfredo Urueña terminó arrodillado y solo, gimiente mientras al resto de alumnos nos sacaban de la escena y el cura Rebolledo erguido con su látigo, seguro de que la moral, su moral había triunfado, pasaba por entre nosotros acariciando las cabezas de algunos niños sobre todo aquellos que se mostraban gozosos viendo al gago derrotado, al monstruo dominado, a esa suerte de payaso derrotado que desde ese día no volvió nunca más a ese colegio.
Yo no vi a la profesora Ana sino hasta un rato después cuando vino hasta donde estaba, a la quinta columna donde exhausto me recostaba olvidando mi miedo por este engendro de cemento. Vino y me abrazó y yo quería decirle que este colegio no me gustaba , que pasara lo que pasara, y que fuera lo que fuera sentía cariño por el sacrificado Urueña. Ella repasó conmigo la dirección de la casa de mis padres y me dijo que les iba a avisar que yo iba a jugar con Roberto y que su tío me llevaría a la casa después de las cinco y media, me sonrió y se fue mientras el tío de Roberto alto, fornido me tomaba sonriente de la mano, su mano era grandota, y Nereida me decía:
-Mañana no tiene que traer tareas, queda eximido.
Entonces ya no me quería ir de este colegio, creía que era bonito porque querían a Roberto y me dejaban ir a jugar con él.
Caminábamos a prisa, el tío de Roberto no tenía sosiego, ser pacificas no era el ansia de este tipo de gentes, andaba incómodo, pasamos por el hotel España, por el almacén Chileno, por en frente del almacén LER, llegamos a la esquina del almacén de los Montes, la esquina del almacén Barato, pasamos por el espacio solitario , el lote de lo que a partir del año siguiente iba a ser la Plaza de mercado que estaría coronada por el nuevo edificio en cuyo tercer piso pondrían el almacén del INA y justo pasando la siguiente esquina vi el gran almacén, casa de Roberto, atendido por dos coteros y una jovencita, una construcción de media cuadra de puertas de madera color café cuyas paredes coronadas hasta el techo de estantes de metal exhibían costales y lonas llenas de harina, maíz, azúcar, arroz, chocolate y todo lo demás que un mayorista ofrece.
El tío de Roberto hizo un ademán levantando la mano derecha a manera de saludo y me hizo entrar por una puerta lateral, la más estrecha, de pronto estuve caminando por entre un zaguán mucho más estrecho que nos condujo hasta un patio cubierto de enredaderas, un jardín descuidado de matas con florecitas moradas, un rosal y más enredaderas.
-Roberto, gritó el tío y él salió de una de las habitaciones del pasillo haciendo gestos y comenzó a correr, instintivamente boté mi maleta y comencé a correr detrás de él, eeeeeehhhh, eeeeaaah rugía Roberto y yo a medida que trotaba en pos de él descubría la extensa casa, por el corredor lateral a mi derecha había muchas habitaciones y al otro costado, a mi izquierda después del jardín alcanzaba a ver cubículos llenos de enredaderas atrapadas por puertas metálicas que me recordaron la conseja de que el tío solía encerrar al sobrino, y el tío nos miraba, miraba nuestro discurrir, jugar con Roberto no era fácil había que discernir su imaginario tan veloces como su carrera, el tío nos miraba entre sereno y plácido, cada vez más tranquilo, yo veía a Roberto que ahora era un alma transformada sin el menor signo del agobio que nos mostraba en las horas de colegio, en la reciente serenidad del tío, en el incansable devenir de Roberto yo veía la misericordia del mundo.
Ahora imbuido en los rizomas de mi adultez al trazar la cartografía de mis días reboto en mi niñez y reboto en mis días al lado de Roberto que corría y cuyo correr yo no podía entender, ese correr que era el poder de su vida, que era su manera de expresar su alegría, su tristeza y lo que deseaba que estaba más allá de nuestro precario entendimiento de niños. Correr, atisbar y reírse a solas era su manera de enrostrarnos que él sí sabía de lo que era capaz su cuerpo. Era el niño más poderoso que haya habido, no pasaba inadvertido, nos incomodaba a todos por igual y para defendernos de él los adultos tenían como respuesta el castigo y la exclusión que le aplicaban inmisericordemente.
Yo lo vi correr y reírse por entre los corredores de su extensa casa, él me integró a su mundo hasta dejarme fatigado, me pareció un ser de otro mundo lo que de inmediato me señaló que era de otra dimensión pero en verdad era una excusa para evadir la verdad de la vida representada en el mismo Roberto.
Ese día de nuestro perfecto encuentro lo seguí por entre los corredores, él me miraba y se sonreía, no le dio espacio a mi inquietud, no me dio tiempo a preguntarme de qué sería capaz porque de inmediato me presentaba una nueva propuesta de juego plena de contenidos, de fuerza y de renovadas potencias. Su propuesta de juego me informaba que era un elegido pleno en expresiones propias de su singular riqueza de vida. Es en esta época de mi vida que he entendido que su correr inagotable era la fuerza de su existencia, la mejor manera de incomodarnos y mostrarnos las diversas formas de actuar en la vida a las que el orden de nuestra existencia tutelada por el rejo de seis ramales del cura Rebolledo nos impedía acceder.
La naturaleza de Roberto era avasallante, él era un guía, era un maestro junto al cual corrí, al que seguí en sus variaciones, ese Roberto que enfundado en unas sandalias volaba y hacía giros, que se elevaba en alma y espíritu conjugados. Él fue libre y esa tarde sin la presión del patio de recreo no fue tosco y me convidó con su ritmo a vincularme a su extenso devenir giratorio, Roberto era como el oro puro, su tío que nos había abandonado reapareció con dos vasos de jugo de mora helados y galletas de dulce, de las de tarro que me invitaban, con solo mirarlas, a la golosería impune, Roberto casi sin parar se bebió el jugo de un trago y volvió a correr frenético. Su trotar era la maestría de su ser cuya manifestación solía resultar un acto precario a ojos de los profesores quienes siempre lo castigaban por indisciplinado rayando su libreta de calificaciones en las casillas de conducta y disciplina con sendos unos.
¡Qué ciega era la pedagogía Pestalozziana! Bueno la pedagogía de Pestalozzi supuestamente aplicada y remarcada en mis días de estudiante de primaria, los días en que fui niño dentro de un Armero cuyo progreso agroindustrial fracasaba porque no lograba zafarse de la camisa de fuerza que se había impuesto socialmente y cuya educación distaba de poner orejas y escuchar a la razón del agro y la industria que en sus engranajes refunfuñaba por un modelo educativo más acorde a la ciudad. En la jornada académica Primaban las artes manuales de largas horas de práctica para las que yo resultaba malísimo, mis manos no daban juego a las instrucciones del grueso libro de manualidades, nadie me entendía, quizá la profe Ana que me veía acercarme a la realidad de mi entorno a través de la agudeza de mi intuición, la sensible intuición centro del modelo de Pestalozzi, las tardes de manualidades incluso cuando lijaba la tapa de mi pupitre para luego taponarlo se me iban las ideas pensando en que se necesitaban muchas profesoras Anita para entender y alimentar esa intuición, entonces el mundo se me iluminaba y comprendía a Roberto paradigma de una necesaria nueva educación, él era el germen vital del conocimiento humano, él era piel y con esa piel intuía sensiblemente las cosas, allí fundaba su mundo mientras el nuestro era arrastrado por el paradigma moral del cura Rebolledo que tenía como ápice el rejo de seis ramales. ¿Qué se iba a acomodar el método de enseñanza a nuestro desarrollo mental?, todo era imposición y ello me fracturaba y hacía tiempo había excluido a seres como Roberto.
-¿Señor para qué son esa rejas?, le pregunté al tío de Roberto.
-No sé mijo, cuando nos pasamos a esta casa ya estaban ahí, ¿Por qué me pregunta eso?
Y yo ingenuo le voy respondiendo:
-Me parece que allí pueden encerrar a alguien…Y castigarlo…
-Cómo?, ¿Qué qué? Me responde abrumado el tío, ¿A quién se puede amarrar allí?, Ahí lo que caben son matas, ¿Si ve?, Todo eso está lleno de malezas. Y Roberto molía el patio mientras yo comía las deliciosas galletas hasta agotar toda la provisión del plato.
Fue la primera y última vez que jugué con Roberto en el patio de su anchurosa casa, con el paso de los años lo veo allí, la única vez que palpé su verdadero ser, esa alma libre en la que no pudo asirse la férrea moral del San Pío X. con los años Roberto, sigue siendo para mí la perfecta libertad, la que debe gobernar la condición humana, más allá de todo límite convencional, Roberto era espíritu descalificado para la sociedad armeruna no sólo por su enfermedad sino por los niños y los adultos de su entorno más cercano pues nunca supimos leer en él esa libertad de la que era dueño.
Esa tarde de un día cualquiera yo corrí tras él durante dos horas por entre rosas y mirtos, detrás del monumento a la virgen. Por enfrente de las rejas donde, según mis amigos, el tío castigaba a Roberto hasta que sosegado de tanto encierro el niño se calmaba y el tío acababa de apaciguarlo con un duchazo de agua helada, puros engendros de mis compañeros que no supieron ver la joya preciosa que era Roberto quien un día perdió a sus padres y el normal contacto con el mundo se le refundió.
Mientras corría y hacía gestos en los días de Armero y en aquella tarde de nuestro inacabable juego supe mucho de Roberto, supe que me llevaba cinco años de edad, supe que mientras corría absorbía todo el mundo contemplándolo mejor que un filósofo, él no era ni iba a ser un ser pragmático tal como se pretendía que fuéramos desde niños, él era un espíritu puro, era la piedra preciosa regalada a Armero sin que nadie hubiera podido observar las cualidades de Roberto, nuestros educadores estaban presos del pecado original y no dudaban en endilgarnoslo mientras se apoderaban de la razón práctica incluido su tío y ninguno de ellos pudo vivir su gran cualidad, la verdad de su ser interior, en el colegio y en la sociedad siempre lo miraron con el mismo rasero que se nos veía a nosotros, como objetos o como locos a reformar.
La tarde de nuestro extenso juego más allá de las cinco de la tarde me despedí de Roberto, mientras yo buscaba el zaguán de salida y buscaba refresco sacudiendo mi camisa completamente lavada en sudor, su tío le recomendaba que se bañara y se pusiera su piyama, yo voltié mi cabeza y lo miré directo a sus ojos y vi en ellos una expresión mística, más real que la de los santos de yeso y madera de la iglesia de San Lorenzo de Armero, era la mirada de los que llevan consigo el secreto de la vida, esa esencia mística que está llena de vida terrestre que no podía ver el cura Rebolledo ansioso de llevar por el camino recto a sus alumnos aunque fuera por la vía del látigo. Ví esa esencia mística que no podían ver, tampoco, los profesores sumisos a la autoridad vertical del cura, esa esencia mística que de nuevo la razón industrial de Armero nunca iba a poder reconocer porque toda esencia mística terrígena está más allá de la razón misma.
Las sombras de la noche ya caían sobre Armero y yo me arrojé a los brazos de mi madre que angustiada me esperaba asomada a la puerta de la casa, el tío de Roberto se excusó por la tardanza, le entregó un tarro de galletas de trigo dulce de las que antes había comido yo y le pidió el favor de que me permitiera ir a jugar con su sobrino por lo menos dos veces por semana.
-¿Usted quiere volver a jugar con su amigo?
-Si señora, respondí.
-Entonces, replicó el señor, Yo le aviso señora para que lo lleven del colegio y yo se lo traigo como he hecho hoy.
– Que así sea señor, dijo mi madre. Y se despidieron mientras yo escuchaba música, algo de Louis Armstrong que emitía el radio de tubos.
El resto de semana Roberto no apareció por el colegio, la siguiente semana tampoco apareció, una tarde reapareció el tío con una camisa azul oscura de manga larga y una cinta negra atada a su antebrazo izquierdo, un sonido sordo atacó mis oídos, entendí que Roberto había hecho una crisis producto de la leucemia que lo aquejaba, el tío le había hecho honores, lo había velado y lo había enterrado en compañía de los dos coteros y de la muchacha del almacén que era su ahijada, yo no quise saber más y me escurrí hasta la quinta columna, que se había vuelto oscura y abandonada desde la partida de Urueña y mi amigo juguetón, hasta que la maestra Ana me recogió, caminamos en silencio, llegué a mi casa y me encerré en la habitación de mi hermano mayor y casi sin entender lo que leía repasé la líneas de “Muerte en Venecia”, ya no quería volver al colegio al cual tampoco volvería al año siguiente mi amada maestra, ella quedó fracturada en su alma después de la jornada en que se sacrificó impunemente a Alfredo Urueña.
Sabio fue Roberto el mejor niño de mis días de infancia en Armero, sabia fue mi maestra Ana, los demás fuimos seres normalitos, necios, obtusos que jamás entendimos nada. Dios parece haber huido de Armero a pesar de que se lo invocaba en los colegios y en las iglesias, huyó desde el tiempo de Roberto y nadie se dio cuenta, ni siquiera lo había hecho cuando asesinaron al padre Ramírez. Armero agroindustrial y pleno de razón práctica no nos libró de las epidemias, del horror y las penalidades, jamás aprendimos a no dañar nuestro cuerpo, eso era un tabú pedagógico.
Roberto y Urueña y la maestra Ana son en mis días iniciáticos de educación escolar, la paradoja, suerte de paradigma que se me aparece cuando me enredo en los rizomas juguetones de mi pensamiento.
Esa época armeruna forjó mi sentido ético buscado en las ganas de conocer la vida más allá de su estricto sentido material. También forjó la mística amorosa que define mi obcecación por vivir y luchar continuamente contra el egoísmo.
Mi memoria de Armero nunca se podrá agotar, siempre habrá palabras para esa memoria y sus símbolos como Roberto y la hermosa Ana de mis íntimos secretos fundamento del ritmo de vida que aun mueve los pasos de mi existencia.
Dijo Bob Marley: » LA CURVA MÀS BONITA DE UNA MUJER ES SU SONRISA»…
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
Bob Marley es mi silencioso recuerdo de algunos dias de Armero, cuando recuerdo esta memoria, la dejo correr para quienes compartì mi vida de preadolescente y adolescente en Armero, y le regalo este recuerdo a la gente de Memoria de Armero,a los jòvenes independientes de Armero-Guayabal, para Revive Armero y ExpoArmero, Y Revive Armero tambièn. Bob Marley me trae a la memoria las tardes de los anònimos muchachos de quienes nadie, hoy, se acuerda, los que disimulaban las tardes con su camisa verde viche, color arrecho y ya se dejaban crecer el cabello a la sombra, y a pesar del calor de la ciudad, bajo el gorro de lana verde, amarillo y rojo, eran quienes a comienzos de los setenta, junto a los nostàlgicos del Che Guevara destacaban en las calles de Armero por su presencia fugaz, los adeptos de Bob Marley sucumbìan a la Marihuana a la orilla de la acequia, matando el calor sentados al borde del Lagunilla, o metiendo los pies en el fresco cauce del «Tambor», mientras veìan a los avezados improvisar saltos que terminaban en lo profundo del siempre silente charco, Mientras los adeptos del Che espantaban la beatitud de las damas ceñidas a la orden religiosa, con sus camisetas estampadas con un logo en tinta negra que suponìa la imagen del comandante en tinta negra con su boina, era la reproducciòn de la foto famosa de Alberto Korda tomada en 1960. Era la gente ausente de los cotidianos comunes a la vida citadina de Armero que solìan escurrirse por las calles doce y once pero que en general se encerraban en sus casas menudeando el desespero del desempleo y variando en los ensueños de su rebeldìa, eran esa suerte de marginales vistos de soslayo que tampoco se dejaban encauzar por las izquierdas polìticas reflejadas en aquellos tiempos por la Juco o la Jupa, y menos se dejaban mancillar por los partidos tradicionales y sus formas «Renovadoras» representadas en las juli. Siempre admirè a esos anònimos que hoy traigo a mi memoria, solitarios, siempre inteligentes y visualizadores de otra realidad, nunca los vi en Jaguares, menos en picapiedra o en Siboney o en la cascada, eran marginales y jamàs fueron vistos como las celebridades de Armero que en su lugar eran las reinas de belleza, los potentados, los extranjeros de quienes nadie se preguntaba còmo se habìan asentado allì, y los demàs notables del pueblo que se codeaban en celebridad con personajes sì populares como el loco Arana, Pecueca, Pollo frito, Mosna, Asa y tomate o Polìtico. Los personajes objeto de este breve texto se funden en el lodo de la avalancha, eran la «vergüenza» de lo bueno y el bien armeruno, pero para no hundirme en razonamientos justificantes voy a recordar al maestro Rubio, mi profesor de Fìsica matemàtica por los años de 1976 y 1977, Rubio era egresado del Instituto Armero, hijo de una reconocida familia de profesionales,èl fue a estudiar Matemàticas- Fìsica en la Universidad de Pamplona y una vez egresado rematò sus dìas de nuevo profesional como profesor en el Instituto Armero que por aquellos dìas regentaba Germàn Garay Doncel quien a la usanza dictaba quìmica. La Llegada del maestro Rubio generò una vasta estela de comentarios, su pinta desgarbada, camisa desabotonada y con algùn ojal huèrfano de botòn, pantalon de terlenka semi bota de campana ya pasado de moda y tenis croydon sin medias, llegaba a clase como si no hubiera dormido y bajo el efecto de sus largas jornadas de bareto, esto bastò para que mis compañeros creyeran que podìan mamarle gallo pero Rubio estaba màs allà de esas posibilidades, en su vuelo que lo mantenìa distante del mundo armeruno no le interesaba dejar perdiendo a nadie la materia, le interesaba que aprendieramos algo, que la matemàtica y la fìsica en especial eran teorìa del conocimiento, historia de la humanidad, revoluciòn permanente y no continuismo, èl me abriò los mundos de Kepler, Tycho Brahe, Copèrnico y Galileo, pero la burla y el desmedro y la mirada sospechosa hicieron mella en èl, recuerdo la mañana que nos llevò al laboratorio de fìsica y repitiò el experimento de Galileo en la torre de pisa cuando frente a los burlones profesores de la universidad de pisa que sostenìan que una bola de hierro lanzada desde la cima de la torre junto a una bola de algodòn caerìa màs ràpido que la bola de algodòn mientras sostenìa que las dos caerìan a la misma velocidad y llegarìan iguales a tierra, y los profesores se burlaban, igual sucedìa con mis compañeros que creìan que el loco Rubio se habìa empepado al querer demostrarnos que una pelota de papel lanzada al mismo tiempo que un balìn caerìa a la misma velocidad y tocarìa tierra al mismo tiempo que la bola de metal, repitiò el experimento tantas veces a pedido de los incrèdulos hijos de la sociedad agroindustrial de Armero quienes veìan còmo los dos elementos caìan a igual velocidad y llegaban a tocar tierra a la par. Sì, èramos confesionales, a pesar de la agroindustria no aprendimos la fuerza de la ciencia ante lo cual el Loco, marihuanero y lo que sea nos abriò al mundo nos explicò la fuerza de la gravedad y su atracciòn a los objetos en caida libre a razon de 981 cms por segundo, y eso que esa generacion habìa asistido ocho años atràs a la llegada del hombre a la luna y habìa quien gritaba a voz en cuello que eso era mentira.El Loco Rubio era vilipendiado y èl tranquilo se dejaba mamar gallo y menospreciar por sus elegantes alumnos y taimados colegas aunque algunos de ellos lo miraban con benevolencia cristiana, el Loco Rubio quien en cinco o seis clases geniales me enseñò còmo Galileo habìa desarrollado el mètodo cientìfico, cosa que no habìa logrado en nueve años anteriores de estudio, tambièn me lanzò en manos de los griegos y de Bertrand Russell. En vacaciones de mitad de año de 1977 me fui con Cèsar Ramìrez y mi hermano en una caminata desde Armero hasta Lumbì para pasar la noche allì y devolvernos a pie desde Lumbì hasta Armero al dìa siguiente cosa que hicimos y logramos, yendo cortamos camino pasando por el barrio de Pueblo Nuevo y en una covacha de puertas abiertas nos cruzamos con el maestro Rubio quien sentado en un camastro preparaba severo cigarro de marihuana, nos mirò, nos saludo y nos preguntò, «Què hacen», le contamos nuestra periplo y se asombrò, ustedes son unos duros o unos Güevones nos dijo, nos reìmos y èl se reìa de vernos a cada uno con dos naranjas y nada màs, «se van a morir de sed» nos dijo, y fue la ùltima vez en la vida que lo vì. Hoy lo recuerdo con gratitud a èl y a los anònimos fanàticos de Bob Marley a la orilla de las acequias y a los fanàticos del Che caminando orgullosos con su imagen estampada en sus camisetas baratas pasando por las tardes de vacaciones en frente del paradero del bus del Instituto Armero.
ERA SÓLO UN HOMBRE CORRIENTE.
Por :JUAN ÁLVAREZ CASTRO
Pensar en los tiempos de mi niñez es devolver la cinta de mi película a tiempos matizados por diversas emociones que se sembraron en mi alma, mezcla de sensaciones y racionalidad que me cotejan y se manifiestan de manera indeleble en el presente y sobretodo en lo que escribo.
Esta tarde en que el clima ha sido benévolo, remarcado por un sol que aplica su tibieza al ámbito del cuarto desde donde escribo, me devuelvo a aquél día en que exploré la pequeña biblioteca de mi casa en Armero que por ese entonces había sido trasladada a la habitación que solía compartir con mi hermano mayor que ya terminaba bachillerato. Eran los días de finales de 1968; muchos libros, dentro de la exigua publicación de libros de la época, pasaron por mis manos en la casa de la carrera 21 número 13A-21. De manera inexplicada para mis amigos abandoné la calle de mis vacaciones antes de iniciar mi viaje a la casa de la abuela materna en las tierras de Boyacá, había abandonado el juego de balón que se prolongaba durante tres o cuatro horas, había abandonado ese infatigable quehacer; abandoné el juego de trompo y la ansiedad que me provocaba la inminencia del famoso «quin Alemán», éste era el castigo a que era sometido el trompo perdedor el cual se colocaba inerme en la arena y era sometido al golpe de una piedra de gran tamaño que lo aplastaba. El nombre de «quin Alemán» era referido a la Alemania que nos reflejaba el sentimiento que profesábamos a los alemanes de los cuales guardábamos el recuerdo de la segunda guerra mundial narrado por nuestros mayores. El «quin» era la máxima expresión, la más brutal y el éxtasis que coronaba el juego. En aquellos días había abandonado todos los juegos, incluso la vuelta a Colombia con bolas coloridas de cristal o el juego de las monedas, la famosa «meca» que se jugaba con monedas de cinco centavos en un hueco o tres simultáneos que se horadaban en la tierra con tapas de gaseosa. Abandoné aquellos juegos para descorrer, a solas, las gavetas, cuatro en total, de la pequeña biblioteca para ingresar a un universo inquietante para mi espíritu infantil, aquella incursión fue el prolegómeno a otras más avezadas que se prolongaron durante largas horas en las que mi madre y mis hermanas me buscaban sin suerte creyendo que me había escapado a jugar con mis amigos lejos de casa. Pero mis amigos estaban allí, en frente de la casa, torturando los acacios de flores amarillas con sucesivos pelotazos para vencer su fortaleza que en ese instante hacía de obstáculo para marcar un gol. Nadie me había visto, yo no había informado hacia dónde me marchaba y eso generaba confusión. En tanto yo, sordo a todo llamado me imbuía en el mundo de los libros y descubría universos de los que decidí nunca más alejarme. Recuerdo que allí estaban los libros del «Festival del cuento Colombiano» que abrí y leí ávido. Ahí estaba el cuento de la cabra de nubia que fue vendida tres veces a una misma persona; estaba el cuento del Gato Ebénezer de Pedro Gómez Valderrama, y el infaltable de Ángela y el Diablo que me estremecía pero que a la vez me atornillaba en mi rincón de lector impidiéndome salir corriendo.
Luego descubrí el libro que contenía el cuento del «Coronel no tiene quien le escriba» e hice fuerza con el Coronel para que cada vez que llegara el barco al puerto hubiese una carta para el pobre hombre que languidecía de hambre y sólo atinaba a comprar o a sacar fiada la bolsa de maíz para que su gallo de pelea no padeciera el hambre que a él y a su mujer les tenía pegadas las tripas al espinazo. De esa manera inicié mi tránsito por ese mundo, fue la época en que todos, mi familia y amigos, se tranquilizaron porque sabían que me enredaba en mi habitación, sentado en el suelo, en un rincón al lado de la biblioteca para salir muy tarde con los ojos hinchados y con cara muy seria.
Cuando mi hermano mayor viajó a estudiar en la Universidad Nacional de Colombia, sede de Medellín, yo sólo esperaba la época de sus vacaciones porque cada venida de él a Armero significaba encontrar uno o dos libros nuevos y un ejemplar de la Revista «Life en Español». Mi mundo de niño se hallaba en frente de la necesidad de la pregunta, era un crítico feraz en ciernes y ya me empezaba a fastidiar la vida de mis amiguitos de cuadra. De esa manera una tarde, ansioso, abrí varias revistas «Life» y en dos o tres de ellas hallé algunas cosas que me hicieron cambiar el ritmo de mi vida reflejado en las preguntas que me acuciaron desde aquel momento. En una de esas revistas estaba escrita la crónica de la muerte del «Che Guevara» que leí despacio, mirando hasta el detalle con que ilustraban la crónica; vi la foto del Che con su disfraz para salir hacia Ángola, vi su foto, la de su rostro guerrero coronado por su boina, vi su foto de muerto en la serranía Boliviana. Leí la crónica de su muerte y padecí un dolor que jamás había tenido. No estaba mi hermano para preguntarle nada, apenas intuía lo que significaba la guerra revolucionaria, pero mi alma de niño no se sosegaba ante el fusil y la muerte, la crónica no me ayudaba mucho. Guevara en la reunión de Punta del Este como estadista y Ministro de Hacienda cubano, pero también los detalles crueles de las emboscadas y nadie a quien preguntarle acerca de los sinos que me hacían debatirme entre el dolor, el miedo y la admiración, pero al final me pudo el sentido de la admiración por alguien que luchaba contra la injusticia, por la construcción del hombre nuevo y la admiración por alguien que en nombre de esa lucha se había entregado a ella hasta la muerte diciéndole al sargento que lo fusiló que se parara firme y empuñara fuerte el arma porque iba a matar a un hombre. Quizá la crónica era esclarecedora, quizá intuí que era más horripilante la actitud de quienes teniendo el poder se daban el lujo de condenar a pueblos enteros al hambre, al analfabetismo y a la injusticia. Aquellos que no abrían espacios a la protesta ni a la disidencia y la castigaban con el señalamiento y la mordaza. Esas fueron mis reflexiones entre confusas y absortas que luego adquirieron más interrogantes cuando leí la crónica del guerrillero intelectual parisino Regis Debray detenido en la misma zona en que cayó el Che, hechos y lecturas que no me tranquilizaron, tampoco cuando leí los poemas militantes de Evgueni Evtushenko. Esos poemas los releí, los volví a leer y hoy los veo difusos al lado de unas fotos del poeta en una tarde de otoño parado en frente del Mar Negro. No fue este el poeta que me haya impactado, años después mi hermano me regalaría un libro que contenía tres cuentos de Anton Chejov, «Mi Vida, Los Campesinos y la Sala número Seis», narraciones de la vida Rusa del siglo XIX que me hablaron de la condición humana y que me permitieron establecer comparación con lo que había leido en las crónicas acerca del CHE, y con lo que ya palpaba en la realidad de las calles y las vidas de la gente en Armero pero en lo que también escuchaba a través de las noticias radiales, verdades de la gente corriente.
Ese libro me acompañó por cerca de década y media hasta que algún compañero de Univalle decidió quedarse con él y me privó de seguir de manera repetida, en lecturas sucesivas a través del curso del tiempo las conversaciones del buen Doctor con su paciente del pabellón psiquiátrico, el hombre de la manía persecutoria, Iván Diesinovich Gromov, O las variaciones de Tecla que se escurría en las noches de verano al otro lado del río para dejarse tocar sensualmente por el novio mientras la abuela profetizaba con el resto de la familia campesina acerca de la vida al calor de la estufa mientras calentaba el samovar.
Tanto me sedujo el Doctor de la sala Número seis que me lo imaginaba en sus tardes de descanso, aburrido tendido en el diván de su consultorio mientras Daría, su ama de llaves, le llevaba pepinillos los comiera y los pasara con tragos de cerveza helada.
Fueron los tiempos de mi otro ocio en Armero, mi ocio creador que me llevaría por los senderos de Herman Hesse, Oscar Wilde, Cervantes, Rimbaud, Thomas Mann, Guy de Maupassant, las épocas de Sidartha, Demián y el Lobo estepario. Las tardes que no puedo olvidar y en las que hurgaba en los recónditos laberintos de mi casa sin extrañar el río de mi correría hasta hallar el libro de pasta azul turquí en cuya cara interior había la ilustración de un hombre corriendo en la actitud del que sale de una especie de laberinto, el libro de Edgar Wallace titulado «La Casa Secreta», el libro de este autor inglés que quedó enterrado bajo mares de lodo en Armero.
Mi padre debería llevar esos libros desde Armero hasta Cali una vez se trasladara de todo, pero los dejó al cuidado de Doña Carmen en la calle once con la promesa de volver a recogerlos cosa que nunca hizo, y esa pequeña biblioteca sucumbió a la catástrofe de Armero, alli murieron, también, los cuentos de Antón y el eco, la señora que vivía en un zapato, o los libros de mis lecturas de antes de entrar al San Pío X,, Las crónicas Santafereñas de José María Rivas Groot, de Soledad Acosta de Samper, o el libro donde estaban los poemas que me aprendía y recitaba en el San Pío X, Los Versos del Capitan….»…Madre ya tengo mi gorra de capitán, velero de cuatro palos, marineros de cartón. !Ay mi niño! no te vayas tan pequeñito hacia la mar, mira que es triste la noche sobre tanta soledad, ¿Y quién velará tu sueño?, las estrellas velarán. ¿Y quién cantará en tu lecho?, las sirenas cantarán. Madre prepara pronto mi gorra de capitán que la blusa marinera la abandoné junto al mar.»
Eran los días de mi ocio armeruno donde comenzaron a surgir los interrogantes que con el correr de los días le dieron fundamento a mi reflexión en torno al hombre y los imperativos que lo definían; las preguntas sobre la moral y el ideal de virtud que años después visualicé en Séneca y luego en Cicerón. Luego vendría el contraste obligado entre Ethos (entendido como ética) y moral y la consecuente pregunta acerca de ¿Quién es el hombre honesto?, (vir honestus) y la consecuente respuesta que proviene de los Romanos, el vir honestus es el que vive de acuerdo a la moral.
Hechos que recordaría en mi época de universitario en Univalle cuando aprendí en medio del país que vivía, que occidente era posible en la medida que para los griegos funcionaba la moral contemplativa en tanto aspiración, mientras que los Romanos desarrollaron la moral pragmática y que ese era el legado para nuestra cultura en tanto que occidental.
Fue la época de entender que el Che Guevara pregonó el hombre nuevo, ese hombre que ya proclamado los latinos en su definición de «Homo Novus» en sus debates acaecidos en los tiempos en que practicaban su » volutas otiumque», es decir el ocio por el ocio, ese mismo que practiqué no ya en el juego sino en el ansiado tiempo de mis encierros al lado de la biblioteca. Después vendrían los especialistas que «tranquilizaban» a los padres preocupados por sus hijos diciéndoles que no se asustaran con los juegos y actividades de sus hijos porque eso no era vicio sino lo propio de un ocio productivo. No en vano elo ocio productivo deviene del » Otium cum dignitate», propio de las escuelas estoicas, mientras el ocio a voluntad, el ocio por el ocio y quizá el mejor de los ocios proviene del «Volutas otiumque» que practicaban y pregonaban los Epicúreos.
Ésto es lo que me quedó de aquellas épocas de Armero como la más sagrada aspiración de felicidad y es lo que gravita en mi vida desde mi recuerdo como una búsqueda, un ocio que no se devana en una vida como la «productiva contemporánea», pero rico en la comunicación con mi mundo inmediato (real, sería la definición), lúdico pero de igual manera pleno en el ejercicio del estudio de las humanidades, el conocimiento de la historia en tanto experiencia y el conocimiento de la ciencia, sin descartar la poesía. Si soy parte del universo, no me canso de buscar la forma misma del hombre universal en su continuo cambio y en la búsqueda permanente en medio de la transformación que nos define, y que nos hace los verdaderos hombres corrientes que tan magistralmente volvió fanfarria Aaron Copland.
RETAZOS DE ARMERO
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
Armero eran cosas, casas, sonido y vida intensa a pesar del sopor de muchos días al año.Los sonidos en 1970 cuando en las tardes bajando de la calle doce con 21 todo era un eco y quien caminaba entre la una treinta de la tarde y las dos de la tarde podían seguir el ritmo de la novela de «La Castigadora» que llegaba a su fin, preciso donde la doce se bifurcaba para dar paso a mano izquierda a la entrada al parque del barrio Santander. y todo volvía al silencio del bochorno mientras los estudiantes de las dos jornadas caminábamos más lento para acceder al tiempo de clase.
Las calles de Armero que develaban personajes, por ejemplo, después de las cuatro de la tarde cuando se veía arribar cansado en su jeep a Nicolás Díaz, el topógrafo quien arribaba sin pizca de temor acompañado de sus amantes Romero y Cáceres. de quienes se hablaba soterradamente, ellos arribaban a refrescarse en su apartamento compartido allá cerca a la estación del ferrocarril, Colacho Díaz caminaba con su bastón que le ayudaba a suplir su cojera, Romero era pequeño y acuerpado y era el defensor de Cáceres quien tenía piel canela, cabello crespo, cuerpo de adonis y unos ojos verdes intensos, Cáceres se había cansado de tanta pobreza y comenzó a redimir su vida de pobreza como cadenero del topógrafo Colacho mientras su mamá se silenciaba arriba en la acequia de la 29 y pasaba los días entre la enramada que hacía de cocina y su pequeño cuarto de bloques de cemento.
Mientras, en las noches de vacaciones sobretodo las que daban paso al septiembre de las fiestas de la amistad, en la casa de en frente del portón que daba entrada a la cancha del colegio Americano llegaban de Bogotá los amigos De Antonio Álvarez Castro, llegaban Carlos Amézquita, su hermano Fernando, Germán Murillejo y Rogelio y se tomaban la sala de la casa y con guitarras le cantaban a la familia refrescándose con limonada nocturna mientras en la caseta del parque de los fundadores los «nada que ver» tocaban la flor de la amaporita,, y en esa afortunada casa sonaba mi Limón mi Limonero:
Y después de la jarana se remataba con «Son tus perjumenes mujer» de Carlos Mejía Godoy…
y para rematar la velada venía el bis antes de ir a la verbena de la noche, entonces se cantaba del mismo Carlos Mejía Godoy, «El quincho Barrilete»
Y de pronto estabas arriba, de nuevo, en la 21 entre 12 y 13A y te veías trotando la vuelta a la manzana hasta desfallecer y pasabas por la casa quinta de la 12 con 21, larga extensa, inclaudicable con sus matas de bambú y pasabas por en frente de la tienda de Don Vicente y estirabas el camino hasta la casa de los Urrea y antes pasabas por la casa de los Gómez, la de Simón y su hermano Pachanga portero del club Racing quien imitaba al portero de Zaire nkono, y atrapaba el balón asiéndolo con su mano derecha solamente, y de pronto estabas de nuevo en la fiesta de la amistad y en la tarima de cemento o al lado del monumento a la bandera se instalaba la banda departamental y tocaban el Bundel tolimense como primera pieza…
Entonces la vida se me devolvía a los tiempos en que mi padre me regaló una flauta y yo lo veía improvisar con flautas de millo, y lo veía llevándome de niño por las calles de Bogotá enseñándome la zona histórica y diciéndome que la historia del país era como un triángulo, no sé si isósceles o escaleno, pero allí estaba el capitolio y la puerta donde mataron a Uribe Uribe, a un costado estaba la casa de la noche septembrina y en línea recta la esquina del café Gato Negro donde mataron a Gaitán, y yo llevaba a Armero esta idea corroborada y nadie me ponía cuidado, entonces aprendí el silencio, mientras años después en Cali, en el anticuario de Don Luis Ossa, en frente de la plaza de San Francisco, conseguía la obra bilingüe de la Iliada y la Odisea, y los tragedistas griegos, y los cantos del tequendama que leía bajo luces de neón que en el 2015 cumplirían cien años de inventadas., y yo vivía todo ésto en un país de dos partidos políticos reconocidos, un país y cero nación, un país que me enseñaba que los derechos no dependen de las mayorías, y eso era cierto, porque se hundió Armero en una tragedia anunciada por la historia y nadie le puso cuidado a ese sinnúmero de gentes que clamaron por su derecho a una solución.
Y yo caminaba en alguna tarde saliendo de la piscina Tívoli, y le juraba a mi tía «Gringa» que iba a estudiar medicina, pero no, no, las ciencias exactas no funcionaban y menos cuando dependen del hombre, entonces me inclinaba por el sentido de las mal llamadas ciencias humanas. y en mi casa sonaba Glenn Miller…
Y con Moonligth de Glen Miller me sumergía en las honduras de esa música, Miller era el solista que acompañaba a la orquesta, se fundía en la orquesta, se sabía que estaba allí pero no se notaba, la orquesta le indicaba su momento y él entraba en un sólo de trompeta. y La radio de tubos me dejaba entrever que esa relación de solista y orquesta no era un contrasentido, entendía que la improvisación no se ensayaba, que entraba a la palestra y expresaba un estado de ánimo, y todo era posible en Armero donde se escuchaba la Radiodifusora nacional de Colombia, y me explicaban que Glen Miller era un músico Blanco y que su trompeta expresaba su «swing», y yo entendía que el swing era más blanco que negro.
Y horas más tarde me dejaban escuchar el swing de Count Bessie….
https://youtu.be/5XDGIT-djGo
Y años más tarde podría ver lo que antes escuchaba en el mismo Armero, en nuestro televisor «Motorola», comprado en la oficina de la «phillips», al lado del café Hawai, aparato de 23 pulgadas a blanco y negro, allí vi a Dizzie Gillespie improvisando el Bebop entonces no había leido a Joachim berendt y aún no entendía que el bebop era volver a las raíces del jazz..
..
https://youtu.be/09BB1pci8_o
Y entonces me explayaba a mis primeros diez años de vida, y llegaba a las puertas del Club de tiro, caza y pesca, «Los pijaos», y me hallaba en la memoria del sonido al lado del charco de las babillas, allí quedaba el recuerdo de la visita de Don Lucho Bermúdez tocando en la fiesta de graduación de los bachilleres de 1969……..Y allí tocaba el doble cero….
Y años después era la tropibomba desde Cartagena que amenizaba las rumbas setenteras…. Y sonaba así…
Luego los estudiantes a punto de graduarse hacían sus fiestas con los ocho de Colombia, utilizando el mismo Club de los Pijaos…
Y es que en Armero había vivido Don José Benito Barros quien había compuesto «Armero Señorial», que después, años más tarde sería llamada Palmireña Señorial….De Don José Benito supimos su capacidad de desquite musical con la piragua que cantábamos en las clases de Música en el Instituto Armero, , y lo escuchaban en Armero mientras Oscar Golden cruzaba la calle once camino del Colegio Americano donde un sábado de mediados de los setentas se presentaría, pasaba sobre las cuatro de la tarde camino de una prueba de sonido vestido de camisa morada de seda y pantalón crema de bota campana con sus zapatos negros de plataforma….Y esa noche cantó embriágame con tus besos que parodiaban mis compañeros…»Embriágame con tus besos y cúbreme con la carpa de tu camión…»»En verdad lo queríamos muy poquito…
tps://youtu.be/XSDpgJov_7s
Y se me venía a la memoria el año de 1971 cuando se graduó mi hermano Antonio Vicente y su jornada de fin de año con sus compañeros Fabio Beltrán , Cabra, Rogelio, Germán Murillejo, Carlos Amézquita y demás no fue un baile sino una excursión a Tolú, y ahora tengo en mis manos el libro de Jaime Balmes, «El Criterio» que rifaron como recuerdo y que se ganó Antonio Vicente, y que le firmaron El Rector, Darío Londoño (Care Cocada), y las profesoras Teresa Montes Hernández, Ana Cecilia Valdéz y el director del grupo, el profesor Jorge Enrique Navarro, quien vivía en una casa quinta de la calle doce cercana a la calle18.
Y mientras eso pasaba, Yo me escurría por los teatros Bolívar y Colombia, en el Bolívar vi matiné y con Ramírez fuimos a ver extraño presentimiento, y los Hombres del presidente, con Robert Redford y Dustin Hoffman, y luego vimos La profecía con Gregory Peck y Lee Remick, mientras en el medio a entejar Teatro Colombia pasaban películas de Sandro o de Leonardo Favio para alegría de sus fanáticas, luego llegaron allí las películas de Menudo y otras de tipo X como las colegialas aman con el Corazón, hasta que una noche trajeron un espectáculo de Streap tease…..Y fue en el Bolívar donde pasaron un corto de los primeros cines sonoros y vi al blanco Al Jonhson interpretando a un negro en El cantante de Jazz, y yo me complací unos minutos porque entendía que el Jazz es palabra en 5/4, es decir, cinco golpes ´por un compás, y lo entendía cuando escuchaba la batería….
RETAZOS DE ARMERO….
.Memorias de Juan Álvarez Castro
Y con la música se hizo evidente la justicia poética con los poetas del 27 español, con la rima 71 de Gustavo Adolfo Bécquer, Con Leon de Greiff, con Luis Cernuda, Con Lugones, y era la competencia de declamación y yo declamaba estos poetas y siempre quedaba segundo porque los jurados coronaban a Moncaleano que los impactaba con «Por qué no bebo más», del Indio Duarte, entonces yo me fijaba en los rebeldes marginales de Armero y pillaba a uno, al lado de la acequia, con su melena imitando a Bob Marley y traspasado a Marihuana, y viéndolo y sin saber su nombre me dejaba enseñar otra formas de ver la vida, la misma vida que pregonaba Marley y que tantas veces le costó que trataran de asesinarlo…
Y balbucí inglés, a solas, para no dejar de entender sus letras, y ello acaecía en Armero, Y en mis cotidianos de adolescente, recorriendo las calles de Armero vivía entre la mentira adolescente, el ingenio precursor de ideas y mucha procacidad, y hasta en ella yo pretendía descubrir un sentido estético.
Por la época de estos eventos ya llegaba Rubén Blades increpando canciones pegado a Willie Colón y a su amor eterno, y mientras yo seguía a Claudia Mercedes por las calles de Armero, él le cantaba canciones de amor a Tania…
Y le aullaba Blades cariño a tanía, y yo persiguiendo a Claudia Mercedes, creía que cuando partiera de Armero para estudiar con los Suizos, le iba a dejar «Me recordarás# , poema de Blades para Tanía que yo sentía se lo debía dejar a Claudia….
La canción que señala los defectos de una persona bajo la tutela de las cuerdas de Yomo Tomo
Pero en Armero no recordaban el paso de Don José Barros Por el pueblo, y nadie recordaba «El Patuleco», la canción del viejo autor que le compuso a un panadero que se burlaba de su pobreza y no le fiaba ni un pan en la época de las vacas flacas del viejo Don José Benito, pero los pelaos se desgañitaban gritándole a un viejo cojo, «Pollo Frito», quien cojeando los perseguía espetando madrazos sonoros mientras arrojaba piedras para desquitarse de los burleteros.
Y yo esquivaba las piedras porque daba la casualidad que algunas veces quedaba entre Pollo frito y sus burladores y tenía que esquivar las piedras mientras recordaba a José Barros y soñaba su canción Pesares dolido de la imposibilidad de ser novio de Claudia Mercedes….
Por aquella época sólo me quedaba la inminencia de mi partida y quise que Claudia Mercedes fuera la Suzanne de la canción de Leonard Cohen, menudo lío porque no sabía cuáles eran los gustos de mi Claudia….y si no bailas bien y menos conoces los gustos de una mujer en cuanto a música se trata, estás perdido…
Partí de Armero un 24 de diciembre de 1977 y mientras me condenaba a una incierta expectativa, demasíada para ser contrasentido, incurrí en la balada nostálgica y le dejé unas notas con flores de Armero disecadas y una balada….Ni te enteráste Claudia Mercedes….
RETAZOS DE ARMERO.
JUAN ÁLVAREZ CASTRO
y año y medio después volví…..era 1979, fui con mi amigo José Diómedes Charcas, y Claudia Mercedes no se dejó ver, todo había cambiado, se escuchaba mucho Diómedes y ya poco Binomio de Oro, y yo me paseé por enfrente de su casa, por el negocio que regentaba su mamá con su hermano, y para calmar mi congoja, almorzaba en el restaurante popular de los Sepúlveda y le musitaba matilde Lina de Leandro Díaz…..
Y me entristecí, era la tristeza de lo irreparable, el clima de Armero me agobiaba, me abatía el bochorno, la nostalgia se esfuminó y caminando por la calle once más ruidosa que de costumbre busqué asilo en una banca, bajo el roble central del parque de los fundadores y me paseé por la casa de mis padres en recuerdos que me hicieron ver en el viejo tele Motorola de 23 pulgadas la serie de Beethoven y sus sonatas presentadas por Daniel Barenboim, y recordé la Siciliana para Chelo de María Therése Paradise contemporánea de Mozart y que había escuchado en Cali en la mano de la Chelista Jacqueline Du pré esposa de Barenboim–……
Y nostálgico salí del parque, dolorido, turulato, al borde de la enfermedad amorosa, como uno de los caballeros de Verona de Shakespeare, con el cortisol disparado, si lo hubiera sabido, el veneno del cortisol se tomaba mi cuerpo, la hormona de la desazón, si liberas cortisol, es decir, neoadrenalina se favorece la adaptación al miedo y al dolor, , pero igual se favorece la presencia de virus y las consecuentes enfermedades. El miedoso libera cortisol, igual que lesiona su cuerpo, lesiona su espíritu y comenzamos a morirnos…Morir desde Armero de ausencias, de olvidos y desamores…
En Armero aprendí la tolerancia, y la tarde noche de mi olvido en Armero ya conocía porque allí lo había leido, el tratado de Voltaire acerca de la tolerancia…» Calais es condenado a muerte porque su hijo se ha suicidado al no permitirle, éste, su padre, que se convirtiera al catolicismo.
En su ensayo Voltaire narra la historia de discusiones en tierras del emperador chino, de tres teóricos cristianos, Un Danés, un Holandés y un jesuita que discutían sobre el modo de seguir los preceptos del concilio de Letrán. El mandarín los conmina a ponerse de acuerdo pero no lo logra. Más tarde el Holandés y el Jesuita se agarran a gritos en la calle, llamado el mandarín, los pone presos y acto seguido le informa acerca de los sucesos, el emperador le pregunta acerca de los motivos, el motivo, le dice el mandarín, es que no se ponen de acuerdo en motivos religiosos cristianos.
Bueno, le dice el emperador, suéltelos cuando uno de ellos acepte la razón del otro,
No lo harán , señor,
Bueno le recava el emperador, suéltelos cuando ambos acepten que la razón cobije tanto al uno como al otro.
No lo harán , le contestó el mandarín..
Bueno, libéralos cuando finjan, le dijo el emperador, que el uno entiende al otro…
…Y pensar que hoy día al conocimiento en general lo define una prensa irresponsable….Ah!!!! Recuerdos para Radio Armero y el periódico El Norteño….
RETAZOS DE ARMERO JUAN ÁLVAREZ CASTRO
La adolescencia hizo despertar en mí el deseo, confusa sensación de amor y erótica ansia, una mañana bajando por la calle once, trotando llegué a la esquina de la tienda de Don Berna quien atendía allí junto a sus hijos gemelos y a su esposa que preparaba el tinto mañanero., yo debía comprar un bulto de leña, echarmela al hombro y llevarla a la casa pues mi padre, Santandereano, de Barichara, tenía antojos de la arepa de la región y quería cocinar el maíz amarillo y luego sacarle la lejía, es decir, pelarlo con la ceniza caliente de la leña especialmente seleccionada para la ocasión, Yo, el hijo de Don Juan, vecino de Los Monroy, de los Cedeño, o de Florencio Campos, el Español que alojaba a los ciclistas españoles que arribaban en la vuelta a Colombia, Yo vecino de los Frasser o de los Devía, o de las Castillo que vivían en la esquina de la calle doce con veintíuna, no me avergonzaba de echarme al hombro el bulto de leña, pero aquella mañana dudé en hacerlo, estaba pagando los dos pesos del bulto cuando entró la hermosa gemela pidiendo un cuarto de café «San juan», boquiabierto la vi con su pantalón negro y su blusa blanca, ella hablaba con Don Berna quien le preguntaba por su hermana, y ella, «Mi hermana todavía está perezeando, anoche hubo mucho trajín donde la señora Feliza», ¿Quién no había oído hablar del bar de Feliza?, Yo no era la excepción, muchas veces bajando por la pedregosa trece hasta la dieciocho buscando el paradero del bus del Instituto Armero, pasaba por en frente de las puertas verde oliva del bar a esa hora cerradas. La gemela de cabello corto y piel blanca trabajaba como copera allí y yo estampillado en la tienda sentía el escozor de mi alma ansiosa y animosa de mis primeras urgencias. La gemela me miró una, dos , tres veces y al final me sonrió y yo tímido bajé mi cabeza, ella tomó su bolsa de café y mirándome y sonriendo se marchó dejando la estela de su presencia en mi ansiosa cabeza. Toda la mañana hice cuenta de la hora, elucubré los horarios de trabajo del bar de Feliza, largas horas de espera concurrieron a mi ansia y a las tres de la tarde bajé por la calle trece, el anhelo hacía presa de mí, tomé la dieciocho y en tres pasos estuve frente al bar, lo primero que vi fue la rockola de luces verdes, magenta y amarillo miel, de ella salían las notas de «Nuestro Juramento» de Julio Jaramillo….
Y allí estaba ella, pero ¿Por qué sus rasgos eran más toscos que lo que había visto en la mañana?, la respuesta estaba unos metros más allá, ahí, de espalda atendiendo a un cliente , sirviéndole una cerveza estaba ella, la otra era su gemela. Descuidado y boquiabierto fui detectado por ella que me sonrió con su dentadura generosa, me agaché y seguí mi camino y ya no pude evitar tener excusas para por lo menos dos veces al día pasar por allí sin recato y ansiar que me viera, una semana, dos semanas y ella ya me identificaba y yo hundido en un mar confuso de amores y deseos. El bar no tenía recato, recibía a los adolescentes jornaleros que se gastaban sus pesos y gozaban de los requiebros de las coperas, eran varias pero las más solicitadas eran las gemelas que eran seleccionadas por su jefa para los clientes selectos, agrónomos, plagueros y empleados de los bancos de la ciudad.El cotidiano de mis ires y venires nunca le pasó inadverido a mi gemela quien no se ahorraba requiebros y siempre elegante, sin exhibirse guardaba unos segundos para mí y me miraba hasta verme desaparecer en la esquina de la trece, la gemela entró a competir con mi amor platónico, Nathalie Wood, entonces me refugiaba en la música que se me prendió al corazón, casi premonitorio, el día que me saludó la gemela moviendo su mano derecha y diciéndome hola, subí estremecido hasta mi casa, pasé por la escuela 20 de Julio, evadí a mis amigos que pateaban el balón en la cancha, y premonitorias llegaron a mí, desde el radio de tubos, no lo dudo ahora que escribo este retazo de Armero, las notas de una canción, premonitoria también, que me arrobó y le dio forma a mi deseo y amor por la gemela, al final la locutora, Doña Cecilia Fonseca de Ibañez, voz oficial de la Radiodifusora Nacional de Colombia explicó suavemente que era una melodía de Erik Satie, algo asi´, entendí, y así lo escribo, «Je Te Ve», o la historia de un amor desgraciado..
Sí, era Je te veux, la melodía que hizo mella en mi alma adolescente. y me hizo pasar, cada día, silente, por en frente del bar, sin ponerle cuidado a los hermosos Javier solís o Pedro Infante, y hablarle con mi mirada a la hermosa gemela que una tarde cuando ya caminaba descuidado para tomar la doce y bajar a buscar a no sé quien en el parque de los fundadores, me alcanzó, eran las cuatro de la tarde, y me dijo, «Me acompaña», con tal severidad que como si fuera natural la seguí y ella amainó el paso y caminamos para buscar la once en pro de la vía del parque infantil, yo no podía hablar de la emoción, pasando por la casa de puertas verdes de Doña Edelmira G de Gómez, antes de la agencia del Rápido Tolíma, ella ya monologaba, «usted ve dónde trabajo, usted es estudiante, usted me cae bien pero cualquier cosa entre los dos es imposible, pero me gusta», y esas palabras me redimían y años después con John Cage descubrí la emoción y la tortuosa manera de la frustración, que no supimos hacer palabras con la gemela……Pero que nos ató en un ovillo de amores imposibles….Al llegar a la esquina de la tienda de Don Berna me tomó de la mano, me la apretó y dejó correr sus labios sobre los míos, y me dijo: «Gracias por aparecer en mis días», y se marchó, y yo me devolví pensando que ella era infinitamente diferente a las señoras que atendían en el Bar cercano a la bomba de «Chaco», a las señoras que atendían en el bar de la dieciocho con doce, tan diferente a su hermana gemela y mucho más diferente a las mujeres que hacían cola los martes para el «registro» por la trece con sus faldas cortas y sus medias veladas, y más diferente que las muñecas, las putas del muñeco que él solía sacar a tomar el sol y refrescarse en el lagunilla, todos los martes por la tarde. Otras tardes la ví, vi a mi gemela eterna, siempre hermosa y digna a pesar de su oficio, la misma que sobre las tres de la tarde en la rockola luminosa aumentaba el volúmen y hacía sonar a Javier Solís cantando «Entrega Total», y me miraba y me sonreía hasta el día que fui y ya no la vi nunca más…..Secreto de mi corazón perdurable e inmodificable en el curso de mi vida.
RETAZOS DE ARMERO
JUAN ÁLVAREZ CASTRO
Una tarde movido por el ansia de ver cine subí las escalas del teatro Bolívar, la tarde anterior me había ido desesperado por la visión de la película de la noche, el poster mostraba un hombre atlético, semidesnudo con cuchillo a la cintura y botas, el título de la película: «Tarzak», el sólo poster anunciaba la mediocridad de la cinta, la tarde de la que hablo me pegué a la reja y vi conmovido el afiche que señalaba el lado este de Nueva York y en letras de molde Nathalie Wood, la actriz que me traía de amores entregado cuya vida había leido en una de las revistas Life en español que llegaban a mi casa de mano de mi hermano mayor.En letras pequeñas decía, después de la Wood, , música de Leonard Bernstein, mi emoción fue mayúscula, Armero me regalaba imágenes de la gran pantalla en vivo y en directo, ver al muñeco llevando a sus «niñas» montadas en su Land Rover descapotado a bañarse en el Lagunilla me devolvía a Bocaccio, imagen que corroboré años después cuando vi las primeras películas de Federico Fellini en las que se me revelaba ese Armero de mi era prejuvenil, fue ver nada más «El Decamerón», y allí estaba esa realidad.
Si, en mi casa de la 13A con 21, en frente del tamarindo tenía a Nathalie Wood, Sophia Loren, Jeanne Moreau, Mónica Vitti , Vanesa Redgrave y Claudia Cardinale, ver anunciado al maestro Bernstein me devolvió la emoción de las pastas que reposaban en la pequeña biblioteca de la casa donde recientemente había leido las biografías de Hellen Keller, Thomas Alva Edison y Leonard Bernstein, las pastas donde leí retazos de su película musical West Side Story. Pero allí rezaba, «Para mayores de 21 años», me fui desilusionado, varias veces pasé por el teatro, además no llevaba un peso conmigo. La película sólo fue exhibida esa sola noche, no tuvo adeptos, esperé a que entrara la pobre asistencia y busqué la doce camino a la 21, pero al pasar por la discoteca escorpión me encontré con la de carros de los hijos de las celebridades de Armero que pasaban las vacaciones de mitad de año, estaban Jairo y Jorge Monroy, Las nietas Rebolledo, algún Delgado y las nietas de Ernesto Afanador que toda la tarde habían retozado en la piscina de la quinta de su abuelo y ahora tostadas por el sol armeruno se dedicaban a la rumba de la Escorpión que simulaba la famosa studio 54 de Nueva York. Iba pasando lento y agobiado cuando las cornetas de los bafles dejaron escuchar la versión de «América» de la película, me detuve y pegado a un poste de luz mortecina puesto de manera diagonal a la puerta de entrada de la discoteca, escuché y traduje mientras los habituales de esa noche se desparpajaban a bailar sin entender el significado de ese trozo de la canción……
https://youtu.be/Qy6wo2wpT2k
Latinos en Nueva York, el sueño americano y las ganas de volver a Puerto Rico…
-H:Puerto Rico, devoción de mi corazón.
M: Dejémos que se hunda en el mar, los huracanes siempre soplan allí, la población siempre creciendo, Debemos dinero, y la luz del sol reproduciéndose, y los nativos husmeando….Mejor me gusta la isla de Manhatan.
H: Se que te gusta….-
M: Me gusta estar en América. Bien por mí, estoy en América, todo es gratis en América. Comprar a crédito es genial.
H: Nos miran a nosotros y nos cobran dos veces más caro.
M:Tengo mi propia lavadora
H: ¿Pero qué tienes para mantener limpio?
M: Los rascacielos florecen en América, Hay cadillacs en América, el boom de la industria está en América….
H:Doce viven en una habitación en América….
M: Para un montón de cosas hay espacio en América…
H: Hay un Montón de puertas cerrándose en nuestra cara::….
M:Voy a conseguir un apartamento con terraza….
H: Mejor desházte de tu acento….
M: La vida puede ser brillante en América…Se puede luchar en América…..La vida está bien en América…
H: (Claro) si eres blanco en América
M: Aquí eres libre y tienes orgullo…
H: Siempre y cuando permanezcas en tu lado….
M: Eres libre de ser lo que quieras…
H: Eres libre de servir mesas y limpiar zapatos, todo está sucio en América hay crimen organizado en América, el tiempo es terrible en América.
M: Olvidas que yo estoy en América..,.
H: Creo que voy a volver a San Juan….
M: Conozco el barco que puedes coger..adiós, adiós….
H: Allí todo el mundo orará por mí…
M: Todos los de allí serán trasladados aquí…(Risas, Palmas)….y quiero partir pero el discjockey deja correr la danza y en mi imaginación María, (Nathalie Wood) vestida de blanco danza, y me escurro desde mis pensamientos por la doce y los otros siguen su fiesta…..
En la quinta de los Navarro no hay luces, en la casa de Ángel Martínez brillan en la sala las lámparas de Bohemia, sus hijas juiciosas comen con sus padres, donde el odontólogo Ramírez todo es penumbra, Claudia aun es bebé, Donde Don Alberto Gaitán Anzola, doña Lucila pone la mesa y el boxer se me echa encima, sólo lo detiene la reja verde, Donde los Manrique, el gocho espera la llegada de su hijo mayor que viene del club campestre, donde el Doctor Perico todo es oscuro, donde el Doctor Zárate la familia se reune, Mauricio acaba de llegar de Bogotá y al final sobre la 20 la casa del notario de honda, Ángela su hija duerme después de haberse quemado al sol a la orilla de la piscina del club campestre, Don Vicente atiende la soledad y escucha al hombre flaco y colorado que por tercera vez en el día viene a perorar que está en tratamiento psiquiátrico porque él estuvo en la guerra del Vietnam y eso lo desquició y ahora vive con su mamá.y los pocos oyentes lo miran y se sonrien, voy a doblar por la 20 a la 13 pero veo a lo lejos a Víctor Espitia perorándoles a los jovencitos sobre los peligros de la masturbación, Víctor que anda en un jeep wilis verde descapotado redimido de la Marihuana cada vez que nos ve reunidos nos junta bajo el roble que da sombra a la casa de los Devia, la casa de Alan Ramiro y Germán que juegan parqués con mis padres en las largas noches de sequía a la luz de las velas porque hay racionamiento de seis a diez de la noche, Víctor nos pregona que no debemos masturbarnos porque cada espermatozoide es un bebé que se pierde, y todos reimos y el sigue su prédica, yo esta noche los evado, busco la doce con 21, entro y saludo en mi casa, voy cansado y agotado por no tener 21 años de edad y poder ver a Nathalie Wood, voy al baño y me lavo las manos, me mojo la cara y me miro al espejo, pregunto a las aguas duras, ¿Quién soy yo?…Silencio, me recuesto y me duermo con la ropa puesta pensando en mi amada Nathalie…..Años después, en Cali, en el cine al ojo del difunto Andrés Caicedo veo por fin la película, Bernstein es fabuloso, qué danza, qué chasquido de dedos, Nathalie ha muerto, mi compañera de silla se admira que de adolescente no me hubieran permitido ver la película, yo veo a Nathalie en el papel de María, ya está muerta, dicen que el ladrón Robert Wagner, su esposo tiene que ver con su muerte por ahogamiento, yo miro a Nathalie y me quedo con ella, y en la oscuridad de la sala le agradezco a Armero el haberme regalado esas horas de música escondido tras el poste de luz mortecina gozando la música a expensas de los niños bien que no sabían la bondad del arte que a esa hora les ponían……a ellos ávidos de la bondad vacacional de Armero….
RETAZOS DE ARMERO
JUAN ÁLVAREZ CASTRO
TARDES DE GRANA….
Una tarde, la de un sábado tal vez, los arreboles se habían tomado el cielo, mi madre miró las nubes posesionadas arriba por el cañón del río Lagunilla, para ella eso era el signo de violencias próximas, era como si el cielo se derramase en un llanto de sangre. -Mi hermano mayor que trazaba un capote de toreo delineándolo en una suerte de plano le respondió: “No madre el cielo se viste de azul añil y grana», los dos encontraron su mirada en el comedor desocupado gracias al arbitrio de mi hermano que ya extendía papel periódico y engrudo para dar vida a su plano y hacer un capote de papel. Era la época en que apenas se vislumbraba la rumba de la raspa paisa, ya llegaban los aíres de los graduados y los hispanos,, todavía no se vislumbraba la pata pelaa, o que me coma el tigre, aun éramos presos de los pasadobles, los bambucos y los vestigios de la Rumba Criolla de don Emilio Sierra, aun no llegaba la balada de Manuel Alejandro y de seguro Julio Iglesias de tanto éxito posterior en las mujeres de Armero, quizá era un chaval tratando de jugar en el Real Madrid., los cancioneros traían las claves de los bambucos o las guabinas y el boogaloo de Micaela quizá apenas tocaba tierras vallunas, en los cines se veía todavía, de seguro, a Joselito y a Marisol secundados por Libertad Lamarque…..
La tarde de los arreboles que eran el grana del cielo mi madre se sentó a ver a mi hermano darle forma a su capote de periódico y mi hermano me miraba sin que yo presagiara que iba a ser su toro de salón. Sociedad de agroindustria era Armero, pero de concepciones confesionales en el aula de clase y de fuertes convicciones feudales reflejadas hasta bien entrados los años setenta en las fiestas de la amistad donde abría la fiesta el desfile de la familia castañeda, las procesiones religiosas y el cúlmen decimonónico del ritual de los toros donde el torero representante de lo popular ofrendaba ante el palco de señoras y señores bien y ante «usía» su faena y el doblarse con el toro en un ritual de sangre y muerte para poder acceder al privilegio del elogio del gran señor y los requiebros de las damas seducidas por su valor, su sudor y sus hormonas resaltadas por el vestido de luces.
Por los días de los arreboles en el cielo aun se tocaba en las fiestas al ritmo de las castañuelas, se bailaban pasodobles y en los puestos de los trashumantes comerciantes de feria era usual ver ofrecidas al público botellas de licor de manzanilla y las botas de cuero para guardarlo, curarlo y beberlo no sólo en el ritual de las plazas de toros sino en los desfiles de las reinas empotradas en camiones vestidos como carrozas donde una tarde vi a Edna Margarita Ruth Lucena, igual que sucedió con Teresa Montes Hernández, hermosas pero lejanas e inalcanzables, eran las fiestas del pasodoble comarcal donde las mujeres majas provocaban a los adolescentes y a los mayores…Siguiendo el ritmo del Cariño Verdadero también conocido como Ni se compra ni se vende….
Y desde la tarde de los arréboles que eran malos presagios para mi madre y sólo tarde de grana para mi hermano me hice su toro de salón, con el paso de los días ese primer ambiente de presagios vespertinos propicios para el mundo de los toros tan proclive a los rezos y a las mufas, tanto que no se gusta de las mujeres en los burladeros o cerca a las tablas en el callejón de la plaza y menos mujeres toreras aunque en Armero torearon Amina Asís, Imperio América y Morenita del Quindio, en ese ambiente cada tarde juiciosamente fui toreado, y regañado porque no humillaba lo suficiente, luego pararon las jornadas porque volvieron las clases en los colegios de Armero y la suerte del toreo se trasladó a las dehesas de la hacienda del puente o a las de la vía a Maracaibo donde José del Carmen Cabrera ponía a criar a sus toros de lidia. Mi hermano llegaba sudoroso a la madrugada, otras veces arribaba mallugado, iba con otros maletillas o amigos cómplices a provocar vacas, o toros cebú, o quizá a malograr un toro de los de José del Carmen, una tarde me explicaba que las vacas no siguen el trapo sino que van directo al cuerpo, y mi padre, Juan Evangelista Álvarez, lo miraba y lo escuchaba y nada le decía pues era su explorador hijo mayor y sus pericias parecían agradarle. Esa tarde lo vi sacar unos cuernos lijados y puntiagudos que había comprado en el pabellón de la calle trece, los empotró en un palo y me los dio para que los llevara entre mis manos y corriera hacia él humillando, desde esa tarde fueron noches en las que me enseñaba a envestir y el ajustaba sus pases para ir de nuevo a la dehesa y enfrentar la verdad, vino luego 1969, ya pasaban las ferias decembrinas escuchadas por mi hermano en la radio de AM, era Bogotá, Cali, Medellín, Manizales y el bramido de los locutores explayándose en un lenguaje goyesco desde el condumio hasta los chascarrillos y las descripciones de un mundo muy del siglo XVII con su desfile de la Macarena, era De Vengoechea en los palcos de la Santa Maria elevando la polémica entre Palomo Linares y El Cordobés, la plástica de Àngel Teruel, el poder del Viti para especialistas y el tremendismo de Manuel Benítez que con el salto de la rana hacía vibrar la plaza que se le entregaba sin demerito de los verdaderos artistas. Eran Paco Luna o Espinosa y Bárcenas pontificando entre los cardenos bragados y el luto y oro y todo ese verbo enervante que se tomaba los diales en la temporada hasta bien entrado Enero. En 1969 mi hermano iba para bachiller y se volvió el portero del equipo de fútbol del sexto de bachillerato y su emoción toreril de cuatro años se esfuminó, y yo más grandecito acaecía a nueva música, Rodolfo aicardi se tomaba las casetas, el Loco Quintero aullaba con «así empezaron Papá y Mamá», ya llegaban los ecos de Bola de nieve tan antiguo en el caribe y tan nuevo en Armero, Y a mi me quedaba el virus de los toros que se tomaban con sus banderas y coloridos la vecindad de mi casa porque la plaza de toros era montada en nuestro campo de fútbol cerca a la casa de los Ferruchio y casi en frente de la escuela veinte de julio, la música de mis días entre Serrat y Alberti y Gigliola Cinccuetti y Cat Stevens y Elvis Presley se vio inundada de risas por la llegada a casa en manos de mi padre de un disco de 78 revoluciones de sello azul del signo costeño con el título «Que me coma el tigre» en versión de Nelsón Díaz.
Los carteles anunciaban a las damas toreras y más tarde a Alfonso Vázquez, Vazquez II, torero pequeño y valiente que venía de las grandes ferias y que decían era de armero.y que luego se volvió empresario de corridas en la provincia colombiana. En tanto yo me cruzaba con Oscar Espitia quien padecía la fiebre del toreo y ya tenía capote y muleta y sus rizos de mono peliquemao lucían con su andar majo, fueron las épocas de meterse a la hacienda de Julio Rebolledo y dejar que los Cebú nos corretearan y hacer el quite a las vacas que se nos venían encima y ponían a prueba nuestra agilidad para el quite o capacidad para saltar los corrales o la alambrada, y no faltaba el vaquero que nos pillaba y se hacia el tonto esperando el tope brutal del cebú de turno.
Fue la época en que Pedro Bocanegra, el hermano de Antonio, el dueño del Mercadito, compró a Paquilda, un eral que castigaba la 13A tragando pasto, y fue la oportunidad de Oscar Espitia para provocar una noche de luna y toreo, y preciso, con la complicidad de Mery Bocanegra y Paquilda bajo el acacio de la esquina de la casa de los Reina a merced nuestra, esa noche de extenso racionamiento de luz por el verano, Espitia sacó su muleta y provocó al animal que humilló y cabeceó al movimiento de la muñeca severa del futuro torero, la luna extensa se escapó de las veraniegas nubes y dibujo la escena de la que éramos partícipes, luego yo tome el trasto y animé al animal a seguirme en una suerte de natural que remolona no siguió y quedó en un cabeceo de izquierda a derecha, humillada como si se aprestara a morir, nos aburrió la falta de nervio de nuestra hazaña por la mansedumbre del anímal y las niñas cantaron la canción de moda que por esa época era la luna y el toro o la luna enamorada, interpretada por Isabel Pantoja, una de las mujeres de Paquirri.. y que junto a la Martina y La piragua se convirtieron en las canciones a cantar en las clases de música cuando impunemente atropellábamos la escala musical…
Luego mi hermano «exconvicto» de los toros me regaló «El viejo y el Mar» de Ernst Hemingway y con ese libro llegaron las crónicas de los duelos de Dominguín con Antonio Ordoñez, el uno padre de Miguel Bosé y el otro padre de la maja primera mujer de Paquirrí, Hemingway hizo clásica la fiesta de San Fermín y sus fallas y la corrida de los encierros por las calles de Valencia hasta llegar a la Maestranza para esperar la hora de la verdad. En verdad después de los topetazos que me dio Paquilda me pudo la literatura y de cuando en cuando la Armero feudal de los toros me convidaba a no pasar de largo, entonces varias tardes asistí a ver llegar la gente a la plaza y a cruzarme con uno que otro torero, de tal modo una tarde vi a Carlos Guzmán que alternaría con Vazquez II, lanzarse en paracaidas para tratar de caer en el menguado alvero de la improvisada plaza. Y lo vi caer con las bengalas encendidas señalando la dirección del aíre que no lo empujó lo suficiente para caer apenas contra las cuerdas de luz cuya energía fue cortada para evitar que una descarga monumental se lo llevara a otra vida. De la caída del torero paracaidista gozamos los que estábamos fuera de la plaza, los de adentro se resignaron a verlo en el aíre, los demás lo vimos caer enredado en las cuerdas de la luz, luego lo vimos recoger su lona y entrar a pie en la plaza bajo nuestro aplauso en la antesala, después me fui a buscar sosiego en la calle once, desierta a esa hora. En otra jornada, después de ver a Guzmán vestido de palo de rosa y oro, vi de luto a Juan Gómez que decían era nativo de Armero, me aguanté fuera de la plaza los gritos y ayes de algo que me parecía un herradero, y al final, Gómez supera el manteo y yo me pude colar a la plaza de siempre y bajo las graderias lo vi, menudo y más pequeño que el cebú, verónicas, revoleras y chicuelinas, luego las banderillas que rodaron por el suelo, y el criollo bravo desde su forma cárdena, gris y negro diría yo, Gómez me parecía lo más cercano a los cuadros de Goya, y el aíre me rebotaba en la cara y me hacía recordar las épocas de los toros de Goya cuando un sólo toro despanzurraba cuatro caballos que salían a la pica sin peto, pero allí , en esa tarde de toros de Armero no hubo picas, al final cuando los torpes llenos en la cabeza de manzanilla y aguardiente tapa roja abucheaban y se iban, Gómez concentrado le puso de una estocada la espada en lo alto del morro al valiente anímal que se entregó sin derrame sanguíneo´y sin puntilla a los pies del torero triunfador con dos orejas en la mano y recibiendo el aplauso de los pocos sobrios que quedaban en la plaza, yo salí con esa imagen pegada en mi cabeza pero con resquemor y sentimientos de admiración y malquerencia por muchos de los que allí estaban haciendo gala de su señorío feudal.
Un domingo veraniego vi la antesala de toros en Armero, solo recuerdo el típico cartel con el nombre de Germán Torres «El Monaguillo», todo ese día fue de fiesta para esa familia , creo que vivían por la calle trece, creo que pasé por en frente de su casa de puertas verdes claras, lo que era la entrada lucía desamoblada y desierta porque era la fiesta del vestido del torero y su ritual de presentación, todo era abandono por el nervio y la emoción, más tarde vi al Monaguillo vestido de grana y oro subirse a la camioneta del negro Barbadillo, verde como el color de las puertas de la casa del nuevo diestro y entre capotes que adornaban la carrocería donde el Monaguillo se instaló, vi un capote de paseo cayendo sobre la cabina y algo de la virgen de la macarena, le vi al futuro matador su cara emocionada, vi a niños y mujeres siguiendo el paso lento del carro hasta que se perdió por la trece, y sólo supe del diestro muchos años después cuando mi hermano Antonio visitó lo que quedaba de Armero después de la avalancha, me contó que lo había reconocido al verlo sentado sobre una solitaria piedra, triste muy triste y nostálgico. Esa tarde de toros me alejé del cortejo y pasé por el bar de Feliza donde mi ensoñada Gemela ya no estaba pero como era fiesta en el pueblo, Feliza tenía puesto el Boogaloo de Micaela que como la imagen del torero en la camioneta se me grabó en el alma…
El año en que partí para Cali, estando, un domingo, en el parque de los fundadores solitario sin que mi amigo César Ramírez diera señales de vida, vi venir el bus nuevo del Instituto Armero, venían tres o siete u ocho compañeros, yo era a la usanza vicepresidente del consejo estudiantil, escuché como frenaban el carro y por una ventanilla se asomó Gullermo Torres quien en aquella época regentaba las JULI, juventudes liberales de inspiración Jaramillista, me grito «Hey, Álvarez, acompáñeme a una reunión» y yo torpe me uní a ese grupo, en segundos estaba el bus rumbo a Guayabal, y yo me preguntaba, cómo habían prestado el bus para esa jornada un domingo,cuando arribamos a Guayabal Torres me explicó que el colegio se había comprometido con una delegación a acompañar al padre Cardona y al alcalde a participar en el cierre de las fiestas, yo me quedé extrañado, y al bajar nos invitaron a participar como representantes de Armero en la jornada, atontado terminé encabezando el desfile de entrada de los toreros en el paseillo en medio de curas, políticos y toreros, una niña llevaba la bandera de Colombia y yo iba a su lado y junto a mi el inefable Cristobal Pardo, el cordobés de los pobres, estar al lado de ese hombre me hizo sentir seguro y menos utilizado de lo que me sentía, fuimos con los toreros hasta el centro de la plaza y luego acompañamos a los toreros a saludar a «usia» y cuando tendieron capotes, Torres bebiendo gaseosa me dijo: «Si se quiere quedar corre por su cuenta, y si no nos vamos en el bus»Salí presuroso y agobiado por haberme dejado usar volví muy lleno de vergüenza a Armero, el hecho no se hizo publico pero menguó mi credulidad en mis compañeros de colegio, sobretodo en los líderes estudiantiles amañados en partidos políticos que ya eran manzanillos y clientelistas y usaban a la gente y los bienes del estado en su favor. Meses después me fui para cali, asistí a la perorata de las caballerías y los bullicios toreros de la feria y me aislé de los toros, de su lenguaje aunque más que el paseo Feria de Manizales, me gustaba el de dóña Helena Benítez de Zapata y su Feria de Cali, ya no me dejo guiar por veleidades tan feudales y su lenguaje confesional, sin embargo recuerdo la noche de Boyacá, bajando a Cerinza desde Santa Rosa de Viterbo ese año de 1984 cuando supe que un toro le había partido el corazón al Yiyo, o la muerte de Paquirri, sensaciones de muerte reproducidas tan fuerte como enterarse de la muerte de Manolete en manos de Islero, o sentir la muerte de Ignacio Sánchez Mejía, inmortalizado por García Lorca en su poema homenaje a la crucial hora de las cinco de la tarde, Son mis recuerdos de las tardes de oro y grana de Armero en cuyas dehesas sentí el aliento a yerba de los toros husmeando hasta volcarse encima nuestro, o la tarde de la 21 en frente de la puerta de la mansión de los Monroy cuando caminábamos con mi hermano Germán rumbo a la calle doce y de la nada salió el más bravo chivo que embistió a toda carrera a mi hermano al que sólo le pude gritar «Cuidado!!!!», y él lo vio venir y a escasos centímetros del tope y la cornada le hizo a cuerpo limpio el quite más maravilloso que haya visto. Ahora cuando me levanto en las frías mañanas antes de bañarme tomo la toalla e intento pases de salón y hago verónicas a pie junto, verónicas despatarrdo, chiculeinas toreando el aíre y una que otra gaonera o cacerina, y me rio y olvido eso que ya es un recuerdo y ahora memoria de las dehesas de Armero donde fui toro de salón y testigo de una época feudal al calor de los olés y viendo naufragar a ricos y pobres entre trago caro y la manzanilla que junto al cherrynol y al cerezano expendían en los puestos bajo el árbol en frente de la iglesia en los dias de septiembre en las fiestas de la amistad.
RETAZOS DE ARMERO
JUAN ÁLVAREZCASTRO
DEUS CARITAS EST
(Díos es benevolencia)
Armero es tiempo de vida, en Armero de los días de mi formación primera debí aprender que toda crisis es cambio, luego lo corroboré en la universidad siguiendo la Mayeútica socrática, pues el parto a pesar de ser un dolor extremo, trae vida.
En Armero aprendí a entender que tanto la Paz como la Verdad están dentro de nosotros, y si ello sucede o es posible, es porque el amor armoniza las cosas del mundo……
La semana Santa en Armero fue una experiencia singular de ritos religiosos, acaecer a la historia y prevalecer en el laicismo, el acceder a la experiencia estética era acaecer a la forma del ser y el quehacer, un modo de comportarse y de estar como la experiencia radial donde todo se volvía solemne hasta el punto de descubrir la música de Pergolessi que en 1736 escribió el Stabat Mater….
No era música ´para dormir como se pretendía, era el enfrentarse a una experiencia renovadora en medio de rituales encarnados en misas, procesiones, santos cubiertos con lienzos morados, monumetos donde se guardaba el altísimo, decorados con las banderas amarillas y blancas, insignia del vaticano, monumentos vestidos en la Iglesia de San Lorenzo, en la capilla del Carmen en la inmediaciones del estadio municipal, el Hospital de San Lorenzo y la capilla del Colegio de la Sagrada Familia.
La Semana Santa devenía en los viernes antes del Domingo de Ramos cuando sobre las dos de la tarde éramos envíados de vacaciones hasta el martes de pascua, era la época de los estrenos de ropa para mucha gente, cosa imposible de llevarse a cabo en las familias numerosas, era la época de las viandas y la comida que tenía como base el pescado, la cuaresma climáticamente es el remate en occidente del acaecer de la primavera y del carnaval la fiesta de la carne que hacía remembranza con las bacanales de la antigüedad, muchos de los ritos cristianos me señalaban la fuerte sincresis entre lo pagano y lo sacro. Y llegaba el Domingo de Ramos y veías en la misa de once batirse los Ramos recibiendo la bendición para luego llevarlos a la casa donde quedaban guardados hasta el cinco de diciembre cuando llovía a cántaros y había tempestad, era la fiesta de Santa Bárbara, y cuando arreciaba la tempestad que en Armero sobrecogía, las abuelas y las madres quemaban el ramo seco para garantizar que la Santa demoliera la tierra con su colérica tempestad, y la violencia de la naturaleza se apaciguaba….Se almorzaba el Domingo de Ramos con peto y un filete de pescado asado, o el nicuro en salsa de harina de trigo y tomate y un jugo bien fresco, y mi padre apaciguaba la tarde en la Radiodifusora Nacional de Colombia, donde Gonzalo Mallarino nos regalaba apartes del Stabat Mater en la voz de Katia Ricciarelli, a la usanza una treintañera cantante arrobadora y causante de terribles melancolías en mi alma adolescente.
Del martes al miércoles santos, uno husmeaba sus vacaciones semanales, pero el tiempo era lento, casi opaco y Armero se suavizaba bajo las lluvias de fines de Marzo o de mediados de abril, entonces uno se azuzaba y dejaba listo el cúmulo de tareas impuestas y se abocaba a la dura fuerza de los rituales de mediados y fin de semana en la mitad de la década del 70. Y yo, hijo de mi casa veía avanzar el jueves santo y era sacado de mi cama con urgencia por mis padres para que fuera en ayunas a la misa de las siete de la mañana, la última misa hasta el domingo de resurreción porque más tarde el altísimo seria llevado a prisión y el ritual desaparecía y la verdadera semana santa acaecía con toda su fuerza.. Iba a la misa de siete y lo rico, en verdad, era salir sobre las ocho de la mañana con hambre y llegar a la casa y tomar de desayuno un caldo de papas, chocolate con pan fresco muchas veces horneado por mamá con nuestra ayuda, más un soberbio pedazo de queso, Y era un día quedo, de preparativos para los rituales de la tarde de los cuales ya me ausentaba y nadie me obligaba a participar. Como buenos hijos de católicos la fiesta del jueves antes de la prisión de cristo era enmarcada por un almuerzo de siete harinas, cuatro o cinco carnes, un postre y un vaso de jugo o un buen vino aunque la cava colombiana no era generosa, a veces se recaía en los dulces vinos, de vez en cuando se acertaba con un buen vino blanco. Luego, después de las cuatro de la tarde los mayores se iban al lavatorio de pies, la bendición del pan y del vino, esa ceremonia era en Armero con apóstoles en vivo de los cuales recuerdo a Javier y Luis Rojas Otavo, los hijos del dueño del almacén LER.. Luego en la noche era visitar los monumentos, era un paseo por todo Armero muchas veces en solitario….Para cerrar la noche, sobre las once uno se arrullaba con Juan Sebastian Bach y las variaciones Goldberg–.–
Otra cosa era el viernes Santo, te levantaban temprano, te hacían bañar rápido, todo era quedo, lento, parsimonioso muy silente y en esa atmósfera te daban de desayuno un chocolate y pan, y confiando er tí te enviaban a la procesión del viacrucis, entonces bajaba por la calle trece camino de la dieciocho donde, en frente del hospital, se iniciaba la procesión donde estaban San Pedro, San Juan , La Dolorosa, La Verónica y Cristo cargando la cruz, el párroco con su sotana verde y blanca y Víctor Melo, el sacristán llevando el micrófono, se caminaba por la dieciocho hasta la once se bajaba hasta la esquina del café Hawai, se iba hasta la caja agraria y se subía por el edificio de la cárcel hasta entrar de nuevo a la iglesia.
En todo el trayecto, sobretodo el último que hice antes de partir a Cali, lo hice en compañía de César Ramírez, mi amigo entrañable, él buscaba a Laila y yo iba al desgaire, Y de pronto, no está Laila, está Claudia mercedes, quien acompaña a su mamá durante la procesión..Entonces, César me anima y nos vamos cerca de ella, ella se da cuenta y aflora su.timidez que por momentos es miedo….Veo el paso de las imágenes que otrora, cuando estudiaba en el San pío X, vi a la mano entre los vitrales de la iglesia y se fijaron en mi memoria irredimibles como un cuadro de Hieronimus Bosch.
.El cristo en cada estación era para mi una figura terrible, su dolor se me cruzaba como una espina enterrada en mi vientre, qué calamidad más humana y tan terrible, la máxima expresión de la tribulación tan distinta a la forma abusiva de la mítica narrada en el Antiguo testamento…Sólo suavizaba esa visión Claudia Mercedes pegada al brazo de esa señora altiva y serena que era su mamá, en ese ir y venir LLegamos a la puerta de la iglesia, hambrientos era cerca de la una de la tarde,Casi a la entrada la comunidad se arrodilló para dar paso al Nazareno y entre ellos la mamá de Claudia, y ante la estupefacción de mi amigo y el casi desmayarse de la niña, sereno pero firme me acerqué y a la hora de levantarse le di mi brazo de apoyo a la señora, ella lo aceptó y muy delicada me agradeció con un «Gracias Joven » y me sonrió..Y terminó la procesión en medio de los lamentos de un armonio melancólico tocado por el maestro Villaquirán, eran los últimos acordes de una jornada que hasta el sábado antes de la misa de gallo sólo era reflejado por el llamado de la matraca…Nos perdimos de Claudia y su mamá, César fue a almorzar a su casa y yo igual de hambriento corri a la mía donde el almuerzo era opíparo, pescado seco más jugo y otras viandas que acompañaban el plato, luego un postre de papayuela y a descansar en silencio de los pies doloridos por el trajín , más tarde jugaba con mi hermano a atrapar un pequeña pelota de caucho que se escabullía y brincaba con vida propia, y luego me encerraba y la música de nuevo…
El sábado Santo era lento, ya no había tanto esplendor en la mesa, yo me quedaba lelo en casa y siempre solía aparecer algún despistado compañero de clase buscando tareas atrasadas, como cuando vino Fermín, el conductor del bus viejo del Instituto Armero, vino montado en ese bus y yo le presté los cuadernos para que adelantara, y luego por la noche vi a mis padres ir a la consagración del agua y el fuego pascuales, y yo me quedé pensando en la jornada del viernes cuando fui a la procesión del santo sepulcro entre la iglesia de San Lorenzo y la capilla de la Sagrada Familia pero sin ver a Claudia, entonces me alegraba ver el cuerpo dentro del catafalco en procesión descansando después de esa jornada de viacrucis, me bañaba y me iba a ver la llegada del resucitado, la imagen que más me gustaba y que consideraba debía ser la insignia de los católicos por encima de la degradante forma del vejado crucificado.Y así amanecía y la nostalgia me hacía encerrarme y sólo me quedaba la música de mi momento adolescente
y mi vocación de caminante….
https://youtu.be/QBdCLizaSiw
Las imágenes quedaban guardadas en la iglesia en su actitud perenne, infatigable, y yo cada vez más en vías de un ser laico, renovador pero con la impronta de las geniales y a veces desfallecientes horas de las intensas jornadas de semana santa en Armero, jornadas que no volvieron a ser iguales o parecidas en mi trasegar por otras tierras…
RECUERDOS DE COMPAÑEROS DE ESTUDIO EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO .
Es la Rapsodia in Blues de George Gershwin muerto a los 38 años de edad la que le da marco a este texto, Rapsodia que en mis días de colegio, escuela y bachillerato se utilizaba por los publicistas de Sancho publicidad para anunciar las camisas Rätzhel, la camisa alemana donde aparecía un ocelote o tigrillo colombiano acariciado por una modelo más de apariencia europea que local mientras al final aparecía acariciando al hombre montado en un barco de velas desplegadas, el modelo era el árbitro chileno quien pitaba los partidos de fútbol del rentado colombiano, el señor elegante y bien puesto, Don Mario Canessa quien aparecía sobretodo los domingos cuando Carlos pinzón presentaba Domingos circulares de Protón Televisión, un programa dedicado a transmitir la vida deportiva del país centralizado en Bogotá desde donde se transmitía fútbol, atletismo, hípica, ciclismo y automovilismo, hípica desde el hipódromo de techo y luego desde el hipódromo de los Andes, fútbol patrocinado Por Milo el alimento de los campeones o automovilismo desde el autódromo de Bogotá donde llegó a correr el campeón de la fórmula uno, el Británico Graham Hill. Y se colaba la propaganda de la camisa alemana y yo me molestaba con los primeros 20 compases de la rapsodia puestos en la propaganda que pretendían darle un toque de exquisitez a la promoción de la camisa, y de seguro ese era el encanto de lo presentado.
Más me gustaba lo que escuchaba en la radiodifusora nacional de Colombia aunque a veces se espetara dudas sobre la manera como George y Aira, los hermanos Gershwin encerraban en una bata de fuerza al libertario Jazz.
Yo llegaba a mi centro de estudios el lunes siguiente y escuchaba los comentarios sobre la jornada de deporte televisado pero nadie comentaba de la propaganda o de la rapsodia, en fin, de allí me nacen los recuerdos individualizados de algunos compañeros de estudio que se destacan en mi recuerdo sin un «porque» explícito, y ahora los dejo escurrirse de mi memoria hasta mis días y como llegan a ella los describo en una ocasión rememorada por algún resorte que salta efímero pero sólido y particular como evento de mi vida:
Recuerdo a Abella en el San Pío X la mañana de un miércoles, mañana lluviosa sacando de su pupitre un oloroso avío que concitó la mirada llevada por el olfato de todo el salón, a renglón seguido vi a Abella comiendo trozos de comida a grandes tarascadas mientras era asediado por el ansia pedigüeña de sus compañeros, casi todo el salón, veo a Abella comiendo o mejor tragando, grande como era subido en los pupitres mientras la horda del salón lo seguía gritándole, «Abella, pase, pase, no sea malo, pase, pase,dénos un poquito», y Abella impasible caminando por encima de los pupitres tragando, tragando y tragando y tragando hasta que lamió las hojas de plátano y los demás desfallecientes y provocados por el olor a guiso, le gritaban, usted es malo Abella, y Abella sonreía y se alejaba eructando lo comido mientras afuera del salón arreciaba la lluvia que le impedía a la profesora Nereyda acercarse al salón de clase.
En ese mismo colegio estaban Góngora apodado fósforito quien resignado me llevaba a la casa cuando se lo ordenaba la profesora Anita porque habían hecho estragos en mí los fuertes dolores de estómago que solía padecer en esa época. Y allí estaba la hermosa Juanita Posso quien llegó a estudiar a segundo de primaria, hermosa, consentida y acostumbrada a llamar la atención, fue un enamorarme de niño de Juanita, fue un año que me fracturó con la llegada del tercer grado pues pocas veces hablamos y sólo sé que me lucí en la clausura cuando ella junto a su familia me vio declamando y me aplaudía en las pausas que hacía para que la profesora Anita me soplara el verso que había olvidado. y al otro lado en la sede central del colegio estaban Laverde que a lo largo del año me adoptaba mientras él hacía cuarto de bachillerato para que yo le diera la plata de mis recreos y jugarlos a la meca en el patio de tierra sin que nada pudiera hacer el cura Rebolledo para controlar lo que él llamaba desafueros nuestros, y luego estaba el mayor de los Silva, el conocido como «El Gallina» también en bachillerato, corneta de la banda de guerra quien el día que el cura Jacinto nos entregaba los uniformes de gala consistentes en un buzo amarillo con la estampa del vaticano en el pecho, dos fajas para amarrar en la cintura , una roja y verde colores del uniforme de la banda de guerra y otra faja amarilla y blanca color de la bandera del vaticano, pretendió enseñarme a tocar la corneta y yo niño pequeñito no podía más que soplar sin sacarle sonido al instrumento más grande que yo, entonces el cura jacinto llamó Juan Álvarez Castro y yo perdido entre esa multitud elevé mi mano y fui izado por los brazos de los grandulones hasta ser depositado a los pies del cura quien me entregó el paquete para volver a ser izado por los grandotes y animado por ellos iniciar mi recorrido de vuelta a casa subiendo alegre por la calle doce en busca de la carrera 21.Ese lugar donde ese mismo día al entrar mientras mis padres veían el contenido del paquete y recibían las instrucciones de las fechas en que debía vestirme de gala yo volvía a oír la entrada del clarinete que se extendía en la rapsodia in blues y mi amigo Fernando Cervera quien me esperaba hacía rato para jugar fútbol gritaba, es la música de la camisa alemana ,y nos reíamos y yo me iba a patear con él ilusiones a un balón de cuero en la cancha de la escuela veinte de julio desierta porque ya era viérnes en Armero donde la tarde se incendiaba negándose a dejar entrar la penumbra de la noche. “.
RECUERDOS DE COMPAÑEROS DE ESTUDIO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
En primero de primaria, en el año de 1967, en el Colegio San Pío X hube de tener como compañero a William Rojas Otavo, el hijo menor del dueño del almacén LER, un ser que a mis ojos de niño aparecía extraño, temeroso y sumamente consentido, no jugábamos juntos, yo me le escabullía y me mantenía lejos de él y mucho más desde el día en que jugando él , a solas, con un gancho grande de esos de los que se pegaban los periódicos para exhibirlos colgados en las puertas de los negocios, se enganchó la piel de brazo y se sacó sangre, Rojas Otavo dolorido y con la piel sangrante rápidamente abrió el gancho y lo escondió y comenzó a llorar, cuando la profesora Nereyda Martínez de Valencia le requirió por lo que le sucedía, William le mostró su brazo mientras le decía, y me señalaba, que había sido yo el causante de su malestar. Nereyda se creyó el cuento y me regañó creyéndose los infundios de la supuesta víctima, yo boquiabierto no atiné a decir una sola palabra y quedé signado como un agresor peligroso. Rojas Otavo y la profesora Nereyda me enseñaron la desconfianza y la angustia del que es acusado miserablemente, hoy reviso ese entorno y veo muchas causas, desde las del entorno familiar hasta las de la relación social mal manejada como la posible causa de la dualidad de mi compañero de estudio quien después de ese primer grado se me escabulló y ya no quise contar con él en mi cercano entorno.
Joel, y los Águirre fueron mis compañeritos fugaces de las épocas de las tres hileras de bancas en cuya cabeza Nereyda ponía sendos letreros de aplicado, Regulares y desaplicados y nos signaba a un miedo feroz que sólo rompía el fin de clase y una suerte de doble moral que se posesionaba de nosotros.
Eran los tiempos de las rondas infantiles que se practicaban en las clases de música en el San Pío X por las tardes, cuando yo llevaba un aditamento de metal y que pretendía hacer sonar con una varita de metal siguiendo la danza del Cu cú cantaba la rana…
Una ronda que activaba nuestro oído musical y que se me esfuminaría con mucho cuando mi padre colgado por las obligaciones de su familia numerosa de ocho personas tuvo que remendar economías y obligadamente me sacó del San Pío X porque era oneroso pagar los veinticinco pesos mensuales de la pensión escolar, entonces terminé con mi humanidad estudiando en la Escuela José León Armero, en medio de grandulones y yo con diez años navegaba entre mastodontes que se movían entre los trece y los diecisiete años de edad. Allí estaba mi amigo Cartier Molina quien me adoptó y con quien hacíamos la marcha matutina , la de medio día, la de la tarde y la vespertina, fue el amigo que me enseñó a capar clase o a fugarnos antes de partir con el uniforme de gala a la misa sabatina de la Sagrada Familia, era un experto en evadir el castigo de la vara plana del cruel Arellanos director de nuestro cuarto grado de estudios. en la fila estaba el mono driblador en el fútbol, lozada, apodado Corbata por el oficio de su padre, el Sastre de la calle once abajo de la dieciocho, al otro lado de la fila estaba «El conejo», Dagoberto Ramírez, malongo para el estudio pero un delantero derecho que finteaba con el balón a rivales pero su falta de juego coléctivo malograba sus gestas por la punta derecha y él terminaba exhausto perdiendo el balón en la base de la esquina y buscando un «corner». Más abajo de la fila estaba Miguel Ángel Gómez, «Cabeza de huevo», más tarde conocido como «Silla Vieja» por ser hijo del talabartero de la once, arriba del Hotel Bundima, un experto moldeador de sillas de montar a caballo. Con algunos de esos compañeros y otros del quinto grado ese año estuvimos en el coro de la escuela y cantamos vestidos con sombreros y pintados con carbón de bigotes señoreros mientras interpretábamos «El Guatecano»
..https://youtu.be/dhJbv7PgP9k
Eran los días de mi único año en la José León Armero que se redondearon en el coro escolar cantando..»Campanitas de Cristal»
https://youtu.be/HrFSNVsexsg
Un año de acequia, fútbol, de ser toteado por mis compañeros en excesos de virtud física…o de ser, de nuevo falsamente acusado por Gilberto Ardila que me acusó de haberlo madriado pero nunca le contó a la profesora que él era uno de los que me empujaba y me hacía comer tierra de la del patio de recreo donde me suavizaba la vida mi visión de la acequia, las grandes ceibas y el sinnúmero de manas de las que brotaba el agua que alimentaba ese caudal sereno de mi año de cuarto de primaria en Armero de intensos calores donde uno se preguntaba cómo era posible estudiar en medio de semejante maraña de bochorno y excesivos días sin brisa.
COMPAÑEROS DE ESTUDIO EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ALVAREZ CASTRO
Salir de la escuela José León Armero representó el hecho de poder tener un cupo en la Jorge Eliécer Gaitán ubicada en la carrera 21 con calle 11 al lado del parque infantil, construcción de amplios salones y profesores de fama de castigadores esgrimiendo la vara o amenazantes con castigos de poner al estudiante bajo la canícula arrodillado y sosteniendo en un brazo un ladrillo o bloque de cemento que si caía al suelo hacía acreedor al castigado de una azotaína o de severos reglazos, claro, en mucho era fama pero aunque no fui objeto de tales desmanes si vi padecerlos a estudiantes llamados «Los indisciplinados», sin embargo el profesor García una vez castigò al total de nuestro curso poniéndonos a darle la vuelta a la cancha de basquet con las manos en la nuca y acurrucados, de ese instante sólo recuerdo el dolor de piernas después de seis vueltas y el sudor lavándome la espalda hasta el desmayo provocado por la resolana de medio día en nuestros cuerpos que reclamaban un refrigerio o el almuerzo. y detrás de la tribuna de cemento los monos de las jaulas del parque infantil chillaban, golpeaban la reja y juro que se burlaban de nuestra tortura.
Sin embargo la forma proclive de mis maneras de niño formado en el San Pío X destacaban en medio de la precoz forma de ser de mis compañeros que sobrevivían con aguacafé al desayuno y plátano asado y arroz con aguapanela a la hora del almuerzo, muchos de ellos sobrevivían trabajando por las tardes o en la madrugada vendiendo tinto o cargando mercados en la plaza de mercado, uno de ellos que me acogió con ternura en ese espacio hostíl para mí fue el negro Mina a quien apodaban «Chocochévere», el ser humano longilineo, flaco, bien vestido y alegre además de hermoso con quien me haya cruzado en Armero, Chocochévere vendía periódicos en la madrugada y colaboraba en tiempo de vacaciones como muchacho de oficios en los grandes almacenes, era conocido por la gente «bien» del pueblo, no era uno más en el montón. Chocochévere me hacía objeto de sus relatos y lo hacía ahí en la esquina de la tribuna de cemento, cosa rara, cuando me hacía sus relatos y se explayaba ,los micos de la jaula callaban, Chocochévere me relataba sus enamoramientos de las señoras casadas a quien les hacía los mandados, señoras solitarias que sin duda exacerbaban la imaginación de mi amigo, pero él se incendiaba de amores relatándome su amor fantasioso por una dama viuda de quien me dijo su nombre a manera de confidencia, señora a quien yo conocía y a quien no mencionaré por respeto al secreto que me confió Mina. Durante una larga temporada, cada tarde me narraba sus pericias, su ilusión y su amor mientras yo callaba entre incrédulo y emocionado, él tenía ilusión, él era un adolescente pleno de fervores y yo era un niño acaeciendo a la preadolescencia. Una tarde no volvió, le habían ´podido sus necesidades caseras, nada qué hacer, entonces yo me quedaba aislado y solitario en la esquina de la cancha oyendo gritar furibundos a los monos de la Jaula y oyendo percutir la voz de Mina en mis oidos cuando se me acercaba por mi espalda y cantaba..»Así fue que empezaron Papá y mamá…Pasitíiiiicooooo» y asumía su posición de relato y desgranaba su jornada de labores y mandados impregnado del perfume fresco que refrescaba las mañanas de Armero, emanaciones de la viuda que Chocochévere idolatraba de amores enceguecido.
Mi formación iniciática no profundizo en las formas de la similitud o la semejanza, mucho menos lo propio de la época clásica, pero esta época me abrió los caminos de la singularidad del sujeto en medio de un Armero moderno por su manifestación agroindustrial pero de alma premoderna,un recuerdo dulce, síntesis de esas dos almas de nuestro Armero me lo señaló mi amigo José Manuel Contreras quien había venido a estudiar traido por su padre, Don Manuel quien trabajaba conduciendo el único carro, en aquella época, repartidor de pipas de gas de 20, 40 y 100 libras.Contreras, así lo llamábamos, me dejo abiertos los ojos acerca del cómo procede una época sobretodo en Armero donde todo lo dominaba la naturaleza y era el espacio donde podíamos respirar la razón que hace la modernidad, Don Manuel había traido a su hijo a Armero porque había quedado huérfano de madre, y lo trajo a vivir por los alrededores de la tienda de los Lozano, tal vez la carrera veintidos con calle catorce, la señora era joven quizá apenas salía de la adolescencia y era un primor de jovencita encerrada en su casa todo el día a la espera de su marido, jamás hurgué en la relación de hijastro y madrastra, Contreras era bueno para la matemática y esa matemática le daba la forma incipiente de la vida, en ese sentido filosófico creo que fue el más moderno de mis amigos, su representación del mundo era matemática y calculada, , en esa relación me di cuenta que la representación funda el mundo de lo objetivo, el mundo de Contreras era un sistema, mala cosa para profesores abocados al Pestalozzianismo, quizá Contreras vivía su método pero no muy consciente de ello, pero era consciente de la vida que llevaba tal vez por ello asimiló rápido el abuso de los grandulones sobre nuestro menguado físico y de paso me objetivó como sujeto de su «montadera» y posibilidad de resarcir conmigo lo que con otros no podía, y lentamente comenzó a empujarme, a hacerme zancadilla y ponerme a volar por el aíre,, pero en mi espíritu mi conciencia marchaba como la ciencia expresada en las máquinas agroindustriales de Armero exigía categorizar la vida, y fui tomando la decisión de no dejarme molestar más, Contreras abusaba y además yo me aislaba de los grandotes de nuestro curso, Como decisión importante le advertí a José Manuel que no me volviera a molestar, y me dijo perdiendo la cordura de su razonar moderno, «¿Y si no lo hago?», yo lo miré y le dije espere no más…..y enseguida me empujó y me hizo sangrar las manos con el golpe a ras de pavimento, y yo dueño de la libertad que me daba, con su acción, este sujeto que yo consideraba moderno por razonador lo vi representado en el abuso, entonces le di paso a mis puños objetivándolos con mis palabras reflejadas en un «se lo advertí», y la representación moderna de la razón de mis puños se hizo evidente, su pómulo se hinchó y se puso verde y Contreras se vio develado por esta representación, se sobó y me dejó en paz y al final de clase a la salida me dijo, «No sé qué le voy a decir a mi madrastra»….., se pegó contra una puerta por ir corriendo le dijo marco Tulio, y eso le dijo mientras ella sacaba hielo de la nevera y se lo colocaba en el colombino, se lo dijo con convicción y culpa lo que nos enseñó a todos que vender la idea del golpe con la puerta era tan ingenua pero por lo mismo efectiva,, era una suerte de valor objetivo que imposibilitaba la duda o la crítica pues para la madrastra y el padre de José Manuel esta respuesta era justificativa y los invitaba a no escarbar más pues la sola respuesta entrañaba un mar de condiciones que les informaba que el suceso era posible y que sí habia acontecido. El colombino le duró días a José Manuel, y le duro unas semanas y entre los dos hubo sosiego y cero molestia y complicidad para defendernos de los abusos de los adultos compañeros de estudio, y esa complicidad nos duró hasta que José Manuel harto de ser testigo de las urgencias de papá y madrastra en una casa de habitaciones reducidas y poco aptas para la confidencia fue devuelto a Neiva y continuó sus estudios en el Instituto Pipatón….
RECUERDOS DE ESTUDIANTE DE ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO.
Después del año de estudio en la Escuela José León Armero, me llevaron a estudiar más cerca a la casa paterna, entonces llegué a la Escuela Jorge Eliécer Gaitán, allá por la carrera veíntiuna con calle once, al lado del parque infantil, esa escuela de gran cancha de basquétbol cuyas graderías de cemento estaban pegadas a las jaulas de los monos que bailaban colgados a sus aros en una gritería permanente que a veces sonaba a mofa contra los estudiantes que allí habitábamos.
Llegar a esa escuela implicó en mi vida un desbordarme en mi serenidad y sacar fuerzas para enfrentar la ruda forma que definía el intercambio estudiantil, ésto para no mencionar la fama tenebrosa que gozaban algunos profesores aumentada en fama por lenguaraces e intimidantes compañeros que hacían gala de conocerlos y haber padecido sus temibles castigos. Total, en medio de mis lecturas sacadas de la pequeña biblioteca de mi casa hube de afrontar dos años de profesores ante los cuales me sentí inerme e indefenso.
Llegar a quinto de primaria me significó conocer al nuevo, a Carlos Augusto Calderón, hombre joven y desenfadado esposo de una mujer flaca y hermosa y una nena preciosa pero casi palúdica como si el infernal calor de Armero la afectara, por ello en las tardes madre e hija se entregaban al sueño del que despertaban sobre las cuatro de la tarde cuando refrescaba la tarde en Armero allá en la esquina de la calle trece con carrera veíntidos, lugar de residencia de Carlos Augusto y su pequeña familia.
Hoy en la distancia veo a este profesor recién salido de su adolescencia hirviéndole las hormonas en el cuerpo como si de niño hubiera saltado a adulto, entonces lo veo tratando de iguales a Marco Tulio Varón, a Pacho Cuca quien años después sería el garitero del café Hawai, y William Rivera, estudiantes infinitamente grande de catorce, quince y diéciseis años, más maduros y avezados para un niño como yo que había arribado a los 10 años.Sus conversaciones eran adultas y estos estudiantes se ganaron el beneplácito del maestro lo que les hizo ese año sin mácula una diversión permanente. Calderón iba a clase en zapatos y sin medias y en muchas tardes se juagaba de sudor con sus compinches jugando fútbol, sus veleidades eran ilímites y de tal manera recibió a Alejandro Ramírez, un flacucho mono más tímido que yo que a la usanza llegaba con su familia proveniente de Ibagué, La mamá de Ramírez esposa del odontólogo Ramírez que había establecido su consulta en el primer piso de la edificación de la nueva plaza de mercado, complacía con todas las contribuciones que pedía Calderón a quien se le ocurrió tener un acuario con todas las de la ley proyecto para el cual la mamá de Ramírez fue gran aportante en medio de la pobreza de los padres de la mayoría de estudiantes del quinto curso, Ramirez Alejo se volvió consentido y como muestra el mismo Calderón lo bautizó «Gran Jefe Cabeza de mango Chupado», y a mí el más niño me dio a guardar la plata de las contribuciones para su soñado Acuario, plata que guardé y de la cual sin tener un mínimo de certeza sobre la responsabilidad sacaba para el liberal del día o la chupeta, total miné como en once pesos de la época el capital confiado a mí, total cuando me dijo orondo que era hora de que yo comprara el acuario me envió con Mina, alias chocochévere a comprar el soñado objeto, el que él había soñado y la plata sólo alcanzo para una suerte de ánfora de vidrio pequeña que me vendieron en el gran almacén que daba a la esquina de la nueva construcción de la plaza de mercado por quince pesos y que tuve que devolver, cuando le entregué el «soñado objeto» su desilusión fue mayúscula vació a Mina por mi estupidez y me dibujó en el tablero el acuario que quería, Mina padecía por mí, jamás delató la falta de los once pesos, y Calderón dibujaba su deseo un rectángulo de vidrio amasado con masilla y cuatro salientes a manera de patas para sostenerlo, luego me dijo que él conocía quien los hacía y de la once con veíntiuna me envió otra vez junto a Mina al lejano barrio del veinte de julio para que buscara al profesor Benítez, el Marciano de la José León, el profesor me pidió veinticinco pesos por todo el trabajo, oh! casualidad la suma recogida para la cual yo sólo tenía catorce pesos, me pidió el adelanto y le dí esa plata, y todos los días me hacía plantar en su casa para mostrarme cómo tomaba forma su creación, y yo con Mina, ¿Cómo hago para el resto de la plata?, total Chocochévere habló con Ramírez y éste orondo le sonsacó a la mamá diez pesos que me redimieron pero me urgieron a la vez, a negociar con el profe «Marciano» quien no puso resistencia y me recibió la plata luego de entregarme la preciosa pieza que le llevé aliviado a Calderón, fueron dos semanas dedicadas a ver como se hacía el acuario, dos semanas de pérdida de clase que a la postre me significaron la pérdida de ese año a lo que Calderón le respondió a mi madre que yo me había descuidado, y mi madre le dijo: yo sabía que iba a suceder pues desde octubre nunca le pidieron el papel sellado, en ese papel entregaban las notas de quinto como señal del fin de la primaria. Los grandotes ya habían pasado el año desde cuando conocieron a Calderón que al año siguiente fue trasladado a Ibagué como anhelaba su esposa, y yo hube de repetir el quinto en la misma escuela con un profe más querendón aunque severo, aunque de esta experiencia se derivó en mi una sensación de abuso y una lucha por no ser un irresponsable, y la certeza de que ser un joven de nuevas expectativas tenía obstáculos éticos poderosos que sucumbían a los interéses de los poderosos encarnados en mis compañeros grandulones y zalameros con el profeosr, y el mismo profesor Calderón que usurpo mi conciencia de niño ingenuo en favor de sus interéses particulares, en demerito de mi sentido de vida en comunidad y los anhelos de crecer en la vida que era mi más caro anhelo. Relatos vivos de Armero que aún llevo muy claros en mi alma….
RECUERDOS DE ESTUDIANTE DE ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO.
Recuerdo ahora que según Protágoras, en el célebre diálogo de Platón, «…sólo pertenece a la humanidad quien participa en la moralidad y en la Justicia…» Que ésta es una participación no de cualidad natural y menos resultado del azar. Esto es ni más ni menos la más excelsa convicción democrática opuesta, diríamos hoy día, a las intenciones totalitarias y oligopólicas. que nos han hecho creer que la excelencia es algo exclusivo de las élites.
Pienso en ésto y la palabra excelencia me devuelve a mis días de estudiante,todos cobijados por una educación confesional y más en la primaria, bañados por los preceptos limitados y excluyentes de la carta de 1886, sólo nos basta recordar con ojos de hoy la manera como se nos educaba en la primaria, ya sea en los colegios privados o en las escuelas públicas, los fundamentos pedagógicos en nada diferían de un lugar a otro.
De la letra con sangre entra, pasando por Montessori, o Pestalozzi, no dejábamos de ser una suerte de huérfanos que deberíamos estar dispuestos a las manualidades para ser mano de obra perfeccionada y laborar sin hacernos preguntas, lo otro, el arte, la reflexión era para sabios o para agnósticos o paganos o élites para los que estaba bien hacerse preguntas, para nosotros no, debíamos ser disciplinados y aceptar la autoridad y su imperio sin tratar de menoscabarla., de tal manera habían sido forjados nuestros profesores.
Quién había estudiado a Kaplan?, no recuerdo en primaria que se nos preparara para el respeto de la opinión propia y la del oponente, lo más lejos que llegaba nuestra disposición intelectual era para ser declamadores o expositores en retórica quizá para ser buenos abogados, pero ¿Disposición intelectual para pensar, reaccionar y actuar en la vida? !nada de éso! hay que saber acatar., esa era la fórmula, Si acaso algún profesor había estudiado a Bochensky y mal leido aplicaba la definición de método en el rasero de que método es el camino a recorrer para llegar a una finalidad, discurso que mal explicado nos ponía cada día en el «Sálvese quien pueda».José Ferrater Mora o Mario Bunge nos llegarían por el acaso apenas en la Universidad.Conceptos como Proceso, Orden, Finalidad y coherencia, no existieron en la primaria y menos en el bachillerato, si acaso en Álgebra aparecían de sesgo.
Ni Galileo ni Descartes entraron por nuestras cabezas a menos que fuéramos inquietos y a nuestras casas llegara la edición de Bedout recortada con la metafísica Cartesiana, de Descartes sólo conocimos la Abcisa y la ordenada en cuarto de bachillerato en el papel milimetrado donde a partir de las ecuaciones de segundo grado consolidábamos hipérboles, y elipses o circunferencias.Los debates no eran tal cosa, eran opinaderas individuales, sólo vimos a Comte y Durkheim en la Universidad cuando estábamos llenos de complejos y de inseguridades. Nada de éso se me mostró como gérmen educativo en mi escuela primaria, sin embargo no pierdo de vista esa suerte de héroes de la primaria que luchando en un país confesional, si acaso acercándose a la protesta social por lo magro de sus sueldos y la lucha gremial, asumían con decoro y limitación nuestra supuesta formación. Entonces recojo hoy los recuerdos de los profesores Arenas, García, Morales y Jorge Eliécer Moreno, además del recuerdo de Margarita Menéses, todos ellos reconocidos por mi en la Escuela Jorge Eliécer Gaitán, en mi repetición del quinto grado y cuando ya contaba con once años. Todos estos profesores eran famosos por las reglas que portaban, por su verticalidad disciplinaria y por su capacidad de expresar el enojo cuando de castigos se trataba pues era la única forma, según ellos, de formar hombres de bien.
El profesor Arenas, un hombre mono, alto y acuerpado, enérgico experto en educación física y castellano, era célebre por sus castigos a los indisciplinados, su vozarrón y su mirada intimidaban, una sola vez fui objeto de su castigo pues se le ocurrió al rector de la época que toda la escuela debía ser castigada por tener estudiantes con un amplio margen de indisciplina, a quienes él consideró menos revoltosos nos plantó al sol del medio día durante dos horas y a los más indisciplinados durante esas dos horas de plantón los hizo recorrer en cuclillas y en derredor nuestro toda la cancha de basquétbol.
García era alto de pelo liso y con la falta de algunas piezas dentales delanteras, era célebre por los castigos que imponía a quienes fallaban en las tablas del seis al nueve, pero la genialidad la mostró impunemente el día después de las vacunas contra la tuberculosis cuando nos tomaron al descuido y fuimos vacunados sin chistar pero como el ejercicio era con lista en mano, en toda la escuela muchos se fugaron, algunos afanados sacando de su cuna la puerta de barrotes de hierro gris, total el rector le encomendó la tarea a García de redireccionar a los temerosos, y al otro día, a la hora del recreo sobre las diez de la mañana nos hicieron formar en la cancha y libreta en mano fueron llamando curso por curso de tercero a quinto a los «volados», los hicieron pasar al frente y el rector les informó los motivos del llamado y se los entregó a Garcia quien a la orden de «Arrrr» los puso a trotar y diez vueltas después a no menos de trece muchachos en hilera los hizo arrodillar en frente nuestro, les hizo levantar los brazos y a cada uno les puso a sostener una piedra con la imperiosa obligación de no dejarla caer, siete de los trece castigados no resistieron quince minutos, lo recuerdo bien claro pues mi susto era estremecedor, entonces García se desabrochó la correa y a cada infractor le pegó no menos de cinco lapos. Los otros seis más cuajados y compañeros míos de curso aguantaron a fuerza de no querer ser humillados en frente nuestro. En la tarde nos dieron un tarro de leche en polvo y cuadernos y lápices, cuadernos con el himno nacional, el escudo y la bandera o los héroes de la libertad americana. Bolívar, San Martín y O´higgins, pero dada la crueldad del castigo, lo recuerdo bien, todos recibimos el regalo con cara mustia.
Morales era también alto, peli negro y crespo, pelo quieto, muy blanco y elegante de botas de cuero y pantalones de terlenka, era el marido de la profesora Davilma Sarmiento, la señora de Morales profesora de los primeros y los segundos, muy querida ella por sus alumnos y los padres de éstos, esta profesora murió una mañana, fue un a infección pero no abundo en ello por no tenerlo claro, total fuimos mandados a casa porque la cóngoja era general, ella había dejado a un niño que si hoy vive debe tener unos 52 o 54 años, era pequeñito. Yo atisbé el lugar de la velación que fue la escuela, a lo lejos y debajo del acacio de la esquina de la casa de los Reina oteaba o atisbaba la escuela donde se veía el pulular de gentes entrando y saliendo, yo no pensaba en el niño sino en el profesor Morales alto y con sus ojos enrojecidos por el llanto y un pañuelo cubriendo su nariz, yo peleaba por no olvidar el nombre de la profesora y la recordaba con su cabello corto, bajita y trozuda y repetía su nombre mientras me balanceaba en un columpio que había hecho con un lazo y una tabla y había colgado en la rama más gruesa del acacio frondoso, Al día siguiente, por la tarde me instalé en la esquina de la tienda de Don Joaquin y vi pasar el cortejo que iba a pasar por nuestro campo de fútbol y la escuela veinte de Julio, pasó la carroza y detrás un carro verde y Morales recostado contra la ventana trasera con el pañuelo en la nariz y los ojos enrojecidos por el llanto, el paso fue lento y también fue la última vez que supe de Morales.Un recuerdo latente de Armero que al escribirlo me ha vuelto a sembrar la congoja.y me quedo embargado de ella recordando que a mis once años por un momento, esa tarde del sepelio, tuve dudas de que Morales quisiera a la lamentada profesora Davilma, Cosas de niño, dudas de niño..
.RECUERDOS DE ESTUDIANTE EN ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
Escribir los recuerdos de estudiante es con mucho querer representar un desafío a eso que el recuerdo estático nos ha hecho creer que es el ser Armeruno,, aquí, creo, se combinan la autoafirmación y la extinción de esa manía que nos ha dejado una identidad superflua del ser en Armero. Y sí, con mis profesores de primaria y luego, o a la par con mis compañeros de estudio, aprendí que las cosas no son iguales, opinión que reafirmo cuando llega a mi esta memoria.
Tengo en la Cabeza al profesor Flórez dictando clase bajo unas construcciones de lata hechas a un lado de la cancha de Basquétbol en la escuela Jorge Eliécer Gaitán, en las mañanas frescas debía ser rico estudiar dentro de esa aula pero bajo la canícula solar eso debía ser un infierno, y allí estaba el profesor Flórez, pulcro de pantalón de paño negro con sus pliegues bien aplanchados y severa camisa blanca de puños y cuello almidonados, él de figura flaca, casi magra, alopécico y mostrando más edad de la que de seguro tenía era el terror de quienes arribaban a tercero de primaria, era el «coco» de los quebrados, sobre todo los heterogéneos, era magistralmente recordado por su poder castigador, la regla que esgrimía amenazante cuando alguien fallaba una operación, los castigados narraban cómo les tomaba los dedos de una mano y les clavaba severo reglazo en la palma de la mano que quedaba por horas enrojecida, también había quienes juraban que por más que les pegara nunca les dolía y en seguida esgrimían los recursos utilizados para que el reglazo no doliera, a cual más decía que se arrancaban un pelo de la cabeza y se lo ponían en la palma de la mano y juraban cero dolor, otros esgrimían el recurso, por lo general, de salivarse la palma de la mano antes del totazo y que eso garantizaba que se rompiera la regla, muchos de los alumnos del profesor Flórez preconcebían el castigo y de igual modo buscaban métodos para soliviantarlo, sólo que flórez que jamás se reía, a la hora del castigo les hacía poner las dos palmas hacia arriba y les pegaba en las dos manos o en lugar de cascarles la consabida palma derecha les pegaba en la izquierda haciéndoles mofa silenciosa de sus tretas para evadir el dolor, Con el profesor Flórez me relacioné en tanto fui amigo de Germán su hijo mayor a quien acompañé en sus peripecias de conquistador de Constanza, la adolescente hija de Ramiro Gonzáles Bonilla,el odontólogo de nuestra niñez.
Margarita Menéses , profesora alta y bonita, por mujer, por hermosa nos sugería las ideas más acordes con nuestras urgencias preadolescentes, el asunto era ése, lo que esencialmente nos sugería a unos en silencio y a otros más avezados en la suerte de atisbar a la maestra., Pero los avezados eran sus afortunados alumnos de segundo o tercero de primaria, todos por igual la adoraban porque frente a esos «monstruos» profesores compañeros de ella, resultaba un ángel, y lo era hasta que los saltarines y juguetones niños incansables se ganaban el consabido reglazo que ella esgrimía con la fuerza de su muñeca. Pero ¿Qué representaba en el contexto de la escuela?, ella se movía en ese mundo de estudiantes adolescentes que accedían al deseo desde su caliente imaginación, ella era el requiebro de sus compañeros profesores que no se guardaban coqueteos que calentaban las ideas de los estudiantes.Nuestro acaecer sexual y erótico era doblemoralesco, complejo y problemático, estaban distantes de nosotros los años de comportamiento y salud, todo en ese sentido era terriblemente incierto y suceptible de ser castigado, era apenas 1972., el tiempo de la imaginación calenturienta.Total, la profesora fue el objeto del deseo y como el escritorio de Margarita era abierto los pelados se las arreglaban para agacharse y husmear las piernas de la profesora y luego salían a armar corrillos para contar, otra vez calenturientos, a los más grandes, cual era el color de la ropa interior de la maestra. todos multiplicaban sus exageraciones y en un recreo a cual más defendía su teoría, eran blancos, eran amarillos, eran rosados…Y nadie se ponía de acuerdo pero los relatos exacerbaban el ansia de los narradores y los escuchas. Pero el patio expande la voz y los profesores escuchaban los testimonios o no faltaba el lenguaraz que iba a contarle a Margarita lo que se decía en el patio, entonces ella se sentaba de costado y cruzaba sus piernas, postura que con el paso del tiempo la cansaba entonces los más desaforados sacaban los espejos de su bolsillo trasero donde lo guardaban junto con la peinilla y el pañuelo y giraban el espejo hasta detectar el ansiado color y eso sucedió por unas semanas hasta que un día, lunes por demás, la expectativa se truncó porque la profesora estrenaba escritorio, uno que cubría toda la humanidad de la señora, pero no faltó el que quisiera jugarse su revancha y un viernes le dejó en la silla polvo pica pica o una flor de pelusa que al contacto con la piel producía severa alergia y la vieron salir acosada de piquiña buscando un baño, esa tarde no apareció más y en verdad no recuerdo que se haya castigado a nadie por esta acción detestable
Y al fondo, en quinto grado , el de los mayores estaba el profesor Jorge Eliécer Moreno, agotado, pequeño y de ojos saltones, acusado a sotoboche por algunos de sus estudiantes de tener preferencias por los muchachos cosa que jamás se hizo pública y no pasó de los corrillos, era un tiempo de señalamientos gratuitos y de actitudes expresadas por profesores y estudiantes a través de un lenguaje particular. El profesor Moreno creó el coro que actuó por única vez para celebrar el día de las madres y en el área que me correspondió, mi voz sólo dio tono para el intermezzo número uno de Luis A Calvo….»No llores madre mía edén de perfumadas flores, marchitas esperanzas, fantástica ilusión…La muerte abre un abismo entre nosotros dos amada madre mía….» Suerte de homenaje a los estudiantes que habían perdido a su madre, mi madre me oyó cantar a disgusto ,le había molestado que diferenciaran a los estudiantes huérfanos con una rosa blanca pegada al corazón mientras los que gozaban de tener viva a la mamá portaban una rosa roja, mi madre no me dejó poner rosa alguna, y yo la entendía porque Alodías quien estudiaba no sé dónde semanas atrás se me pegaba subiendo por la calle doce y me decía que un mes atrás su mamá había muerto y venía conmigo hasta mi casa y sólo se iba cuando mi mamá lo saludaba y él se marchaba corriendo, otro día me dijo, «su mamá es bonita» y yo lo miraba, otro día me dijo, «su mamá es igualita a la mía», y me invitaba a tomar gaseosa y yo no le aceptaba, el domingo celebración de la fiesta de la madre mientras yo me vestía para cantar en el coro, Alodías llegó y subido a la verja del antejardín buscaba la ventana de la sala de la casa de veíntiuna con trece A, y me hacía señales, yo lo vi en la ventana con severo pantalón gris de paño y saco de paño azul oscuro con camisa blanca almidonada y en el pecho, en pleno saco llevaba una flor blanca, yo no lo pude atender y el lloroso cuando salí a explicarle el motivo me miró rabioso y me espetó con todo el dolor del mundo…»Claro como usted tiene mamá y yo no»…..y arrancó a correr derecho por la veíntiuna y bajó por la doce mientras yo confuso lo miraba sin saber que ya no lo volvería a ver nunca más….Y me fui al acto abrazando a mi madre y dolorido del dolor de Alodías y subido a la tarima canté el intermezzo uno y el profesor Jorge Eliécer dirigía, y en mi se sembraba una idea, una idea que mi lenguaje no lograba redondear y que después, muchos años después se prefiguró en una tesis de Nietzsche expuesta en Humano demasiado Humano, «La honestidad pura de un espíritu libre no guarda ninguna consideración hacia las convenciones que separan las cosas o las palabras de sus opuestos.»…Y yo en Armero, subido en la tarima me preguntaba por qué las monedas tienen dos caras tanto como la luz tiene oscuridad. Enseñanzas de Alodias y pensamientos que me dieron la forma geográfica de Armero. .
RECUERDOS DE ESTUDIANTE EN ARMERO EN RELATOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
Estos textos, Memoria de un tiempo en Armero, tiempo escolar, una forma de los actos humanos que tienen que ver no sólo conmigo sino con una gran parte de los habitantes de esa ciudad, todos ellos involucrados en el supremo arte de la educación, de lo que íbamos siendo, lo que quiere decir el aprendizaje de la justa medida, lo que nos convenía, lo que se nos decía era oportuno decir y hacer, se recalcaba en nuestras obligaciones y ante todo en cómo no apuntalar los extremos a la hora de decidir sino actuar con miras a los justos medios, todo eso es nada más que el aprendizaje del principio del bien, Todo ello se resumía en el alcance del conocimiento objetivo buscando que desde allí fuera posible el conocimiento verdadero, y, en especial la elaboración de un pensamiento libre.
Desde esta base, este escrito encuentra asidero en la memoria de mi profesor de quinto de primaria, ángel Humberto Páez, enérgico sobre todo en matemáticas pero visualizador de la diferencia de nuestras procedencias, el grupo de ese quinto era disímil, recuerdo a Arias a quien nadie le ganaba en el arte de la suma de memoria vertical y horizontal, proveniente de la cordillera, montaraz y solitario,. Guillermo Cubillos, mono, bueno para memorizar todo, camperano pero con más años que Arias en el sentido de llevar más tiempo viviendo en Armero, muchas veces lo sentí tan legalista que creo era el que «sapeaba» al profesor los comportamientos inusuales cuando se nos dejaba solitarios en el aula de clase, Recuerdo a los cañón Vicente y Hernando que se ganaban el pan de la semana bulteando en la plaza de mercado los fines de semana para poder asistir a las clases semanales, ellos vivían por la veíntidos de la trece a la catorce, la vía alta por donde solíamos arribar al estadio y donde uno se cruzaba con los Ortíz, o aquél pateador de balones apodado «panela» que cuando arribó al Instituto Armero fue convocado a la selección de fútbol del colegio, tan sólo por el poder de su pie derecho con el que disparaba misiles al arco contrario y entrenaba a gómez, «Pachanga» arquero de la selección y del Racing de Armero, el mismo que aprendió del mundial de 1974 a tomar el balón con una mano, tal cual se lo habíamos visto hacer al portero de la selección de Zaire N´kono. La figura de ese mundial junto a Beckenbaúer, Breitner, y Cubillas que fueron los ídolos del momento a falta del añorado Pelé, y Panela imitaba en el campo aledaño a la escuela del veinte de Julio a Rivelino quien sobrevivía a la selección fantástica de 1970.
Angel Humberto Páez , moreno, grueso y de estatura pequeña pero de facciones suaves y hablar sereno nos discernía, y a mí me veía distinto, lejano y silente, quizá como mosco en leche en medio de una masa de compañeros donde yo era muy frágil, creo que ese ser aislado y tímido lo sobrecogió de confianza, total una mañana por mucho tiempo me llamaba y me daba las indicaciones de su casa que quedaba atrás de la Jorge Eliécer Gaitán, por la veinte abajo de la décima, me daba las indicaciones y me enviaba a las nueve de la mañana a traerle su desayuno, yo iba y me daban una bandeja con caldo de papas en un recipiente de plata, huevos pericos, arepa o pan y chocolate con un cuarto de mantequilla «alpina», la de siempre que sólo se conseguía en la cigarrería Bolívar donde atendía la mamá de Layla Jalud Murad, ahí al lado del Teatro Bolívar. Páez desayunaba y no me dejaba ir a recreo que se prolongaba hasta que él daba la orden de entrar, a mí me dejaba sentado mientras él desayunaba y al final me decía: «Tome, coma» y yo comía un pedazo de huevo, una tajada de pan untada de esa mantequilla que me sabía a «Boccato di cardenale» y chocolate, una vez me comía todo eso y él comprobaba que era así, recogía la vajilla y me enviaba a su casa a devolverla, y en ese interludio hacía entrar a los compañeros de clase con los que me cruzaba en el camino y algunos me decían: «álvarez, mañana demórese un poquito más». A mí me daba vergüenza con el profesor Páez, pero el hombre era tranquilo y a lo largo del día sólo revisaba que yo cumpliera con mis tareas, casi nunca me hacía pasar al tablero pero en Español y ciencias y geografía era implacable conmigo, en todos los repasos me ponía al frente de la fila de estudiantes y no me dejaba que me fundiera en el grueso del grupo, Ese año fue mi profesor sereno y hasta dulce o desentendido, ese año ya no pedían el papel sellado para dar las notas finales, supe que pasé en limpio con las notas del décimo mes puesto en la libreta original de calificaciones. No volví a saber de él pero al año siguiente en el Instituto Armero dividieron en tres primeros a todos los primíparos, en el A estábamos los que no pasábamos de once años, en el B estabán los de doce a catorce años, y en el C estaban los que pasaban de quince años o los repitentes. En el “C” estaba Páez, el hermano menor de Angel Humberto, de dientes salientes y un poco de acné en la cara, aunque físicamente parecido a su hermano, este muchacho era un impenitente fumador de Marihuana y un lobo solitario con quien yo hice migas y a quien veía bajo el inmenso árbol que daba límite al fin de las aulas, él se quedaba embebido, en recreo, mirando por largo tiempo al profundo horizonte, en lontananza, y entrando de último a clase como si le molestara ser casi arriado para cumplir labores…Y así llegué al instituto Armero…..
RECUERDOS DE ESTUDIANTE EN ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
FÓRMULA
Escribir un periódico en el Instituto Armero, aunque fuera en una hoja tamaño oficio, regleteado el título, y el original escrito a mano resultaba como la irrupción del poder fantástico de nuestro anhelo, suerte de expresión desconocida e inexplicable en ese entonces, era una empresa casi individual que finalmente dio resultados por la terquedad de dos, en este caso Francisco Lozano compañero de estudios cuyo padre era dueño de una tienda que solía quedar por la destapada calle de la diecisiete con veíntidos. Francisco era de humor negro, solitario pensador que notó mis inquietudes y rápido me reclutó en su ansia de sacar un medio de expresión, aunque fuera una hoja, él era la eminencia gris de la hoja que quiso ser periódico.
El hombre era el fogonero y muchas veces me pedaleaba para que yo fuera la figura pública y representativa, pero en verdad era él esa especie de ideólogo que escuchaba mis planteamientos y les daba forma cuidándose de dejar en esencia lo que yo planteaba pero acentúando su estilo provocador y hasta sardónico.
Fórmula apareció de 1975 a 1977 y terminó con el cese del paro de ese año y con mi partida para Cali, nació por la época en que yo leía las historias de Dumas en los tres mosqueteros o el collar de la reina, textos donde aprendí la fuerza y , a la vez, la estupidez del poder detrás del trono, entonces Pachitoéché, así le decíamos a Lozano en el colegio, se me antojó esa suerte de poder que señalaba Dumas encarnándolo en el cardenal Richelieu, yo lo entendía a él de tal modo y no me incomodaba, creía que ese era el carácter del equipo, por lo tanto era sobre mi que llovían los reclamos como los de Guillermo Alfonso Jaramillo, hoy de nuevo alcalde de Ibagué cuando lo acusamos de manipular a la gente de la JULI, juventudes libareales, para acabar con el largo paro de 1977, o el mismo Jaramillo enojado bajo una palmera del parque de los fundadores reclamándome porque había malinterpretado las declaraciones de Santofimio la noche que llego procedente de Puerto Boyacá pasando por La dorada, Honda, Mariquita y Armero camino del Libano en sus manifestaciones presidenciales llenando la apática plaza de Armero la noche que el directorio sólo sacó cincuenta personas y Santofimio me decía que era una maravilla ver la plaza del parque llena y le publicamos que se llenaba no con gente de Armero sino con el mundo de borrachos traidos en los buses a punta de tapa roja, Jaramillo me encaró el volante de fórmula y yo le decía que no íbamos a a rectificar porque era lo percibido y así lo develábamos, total el enojo era grande y Pachito me azuzaba a no rendirme haciéndome señas desde el roble del centro del parque. Años después nos encontramos con Guillermo Alfonso Jaramillo en Bogotá siendo él secretario de Gobierno de Petro y nos saludamos como tratando de hacer remembranza con un cordial gesto. Luego, en 1977 recibimos el reclamo dolido de Pedro Palma profesor del Instituto Armero a quien reconvinimos por tener actitudes «pinochetscas» al querer formar a los estudiantes en una manifestación del magisterio en paro en Armero, formar como en orden escolar, actitud del profe Palma que con megáfono en mano espantó a un noventa por ciento de los estudiantes solidarios con el magisterio del pueblo y su lucha, el profesor Palma estaba muy dolido con nuestro comentario leido en una de las hojas impresas que Pacho le hizo llegar con aíre de provocador y que surtió el efecto sensacional que buscaba nuestro Pacho Lozano. Cosas del aprendizaje de «editores» de una hoja que soñaba con ser periódico. Fue, Fórmula, una publicación, hoja, volante, lo que fuera que nos sacó del cotidiano normal y nos sumergió en nuevas y renovadoras y estremecedoras dimensiones, casi fantásticas gozadas en el pre, en la realización y en el post de la publicación de esa hoja- periódico que hoy recuperada en esa suerte de arqueología que me he propuesto me habla de un Armero casi de fantasía a pesar de su realidad inapelable.
RECUERDOS DE ESTUDIANTE EN ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
ESTUDIANTES Y MÁRTIRES.
…
Muere un hombre, ha muerto un hombre..»Viva un hombre al que hemos de tratar situadamente, un hombre real,concreto, dueño de su destino…..Es de la esencia del hombre trascenderse en el mundo, los modos de trascenderse constituyen una estructura ontológica que funda todo lo que el hombre es y obra….Y es que la existencia humana siempre está en un hacerse y constituye un horizonte siempre histórico, fluyente y dialéctico, lejos del «ya soy todo», debe la existencia ser siempre posibilidad de….El hombre ha de situarse, es existencia en una determinada situación histórica, su que-hacer se halla situado en un tiempo y en un espacio. De tal manera el hombre, el hombre social es siempre un hombre en situación. No sólo tiene una historia sino que es protagonista de la misma…Es Historia…..El hombre no se cumple en un pasado, presente o futuro cerrado, su existir incluye unitariamente un pasado histórico tradicional que implanta un futuro desde el que se abren las posibilidades del presente….»
Y el 18 de abril de 1974 fue asesinado en las calles de Bogotá José Darío Palma, Armeruno que se había graduado de bachiller en la promoción de 1971 en el Instituto Armero, ese año había ido a Tolú y coveñas de excursión, el mismo tiempo en que su compañero del alma Antonio Vicente Álvarez Castro se ganó el libro de el «Criterio» de Balmes como recuerdo de esa promoción, ese grupo se marchó unido a Bogotá y terminaron estudiando en la Universidad Nacional de Colombia, unos Economía, otros ingenierías, otros Derecho y Àlvarez Biología mientras Palma ingresó a ciencias de la salud en la facultad de Enfermería.Así iban y venían a Armero con cada época de vacaciones y ya influenciados por el desbarajuste económico, político y social del país colombiano que salía del Frente Nacional con los intransigentes Lleras Restrepo y Misael Pastrana Borrero heredero del robo electoral de 1970, y llegaron las elecciones del año de 1974 y Alfonso López Michelsen se consagraba bajo la égida del Mandato Claro como el candidato ganador, las juventudes sólo tenían la opción de ser liberales o conservadoras, la constitución de 1886 no daba más opciones, ser de izquierda era el anatema y ya se imponía la consigna del que escruta elige, ni siquiera la Unión Nacional de oposición que unía a la izquierda tuvo opción, los jóvenes estudiantes de Armero vimos llegar en caravana y jeep destapado a López Michelsen quien recorrió la dieciocho y bajó por la once hasta llegar al frente del Ofega y subir la edificación de tres pisos y llegar al balcón y lanzar su discurso prometiendo, al tenor de la bonanza cafetera, convertir a Colombia en el Japón de América, era su Mandato Claro que la sabiduría popular incluida sus seguidores de Armero lo convirtieron el el Mandato Caro, que llegó al climax de su deterioro en el paro cívico nacional de 1977.
El 18 de abril de 1974, tres día antes de elecciones los estudiantes de la Nacional marcharon internamente por entre la universidad invitando a no participar de la farsa electoral y llamando a la abstención, entonces se desencadenaron los hechos:
jueves 18 de abril
10am…quinientos estudiantes inicián un acto político abstencionista, hay discursos, poemas y actos teatrales.
12 meridiano….finaliza el acto, se inicia una marcha en los espacios de la universidad, al llegar a la calle 26 se encuentran con la polícia antimotines formada, se discute si sacar la manifestación de la Universidad, , pasa una radiopatrulla que es rechiflada, la fuerza disponible entra en acción…
12:10 pm…caen granadas de gases lacrimógenos, la policía acorrala a los estudiantes, los estudiantes responden a la policía, ésta dispara perdigones de plomo, se cuentan cinco disparos por minuto, caen estudiantes heridos y contusos.
1.pm…la Policiá usando megáfonos dice que los revoltosos están identificados e invita a «los estudiantes conscientes a denunciar a los subversivos» Los enfrentamientos arrecian…
2 pm…Llegan refuerzos policiales y avanzan 200 metros dentro del campus, Los estudiantes se atrincheran en número de mil frente a la torre administrativa…
2.20..pm….la policía dispara sus armas de fuego, disparan perdigones, y lanzan gases, Yesid Castañeda Caicedo estudiante de odontología cae gravemente herido, Ha recibido por la espalda una perdigonada y el impacto de una granada de gas lacrimogeno. Dos compañeros tratan de rescatarlo, la policía arremete y patea al estudiante moribundo, lo golpean con sus bolillos, lo arrastran del cabello y lo golpean contra el pavimento…
3.pm…consumado el asesinato, la policía inicia la retirada, los estudiantes recogen a Yesid Castañeda quien fallece en la Clínica San Pedro Claver.Los médicos constatan que Castañeda fallece a causa de un proyectil de centímetro y medio de diámetro que le produjo una hemorragia interna comprometiendo la aorta toráxica, en sus ropas se halla rastros de pólvora y su cuerpo presentaba múltiples y graves hematomas.
4.pm….Los estudiantes organizan brigadas para tomarse las calles de Bogotá y denunciar el asesinato de Castañeda….
6.pm…en la Universidad Libre se organiza una manifestación de protesta que es agredida en la casa conservadora. Los conservadores que están a esa hora en la casa, atacan a los estudiantes con palos y armas de fuego. En la carrera décima con calle 19, la policía trata de arremeter contra los estudiantes ….
6.30..pm…Un policía uniformado y un agente de civil persiguen a José Darío Palma de la Universidad Nacional. En la carrera 10 con calle 20, Darío Palma logra escapar del policía y corre por la calle 20 hacia la carrera 12 tomando una ventaja de 30 metros, El uniformado le hace dos disparos al aíre y un detective a corta distancia, en ese momento, tira a matar, La bala entra por la espalda de José Darío Palma, quien se desploma cayendo de bruces. El ciudadano Alberto Mesa, recoge al muchacho herido, para lo cual debe forcejear con el detective asesino que desea rematar al estudiante. El señor Mesa lleva a José Darío Palma a la Hortúa, pero Palma muere en el trayecto, en tanto la multitud intenta linchar a los policías, el policía encañona a la gente con su revólver. El detective que asesinó a José Darío Palma es un hombre de 1. 78 de estatura, fornido, de vientre abultado, tez blanca, pelo castaño, , usa bigote poblado, tiene aproximadamente 30 años de edad, vestía camisa blanca con rayas café y pantalón oscuro.
El viérnes 19 de abril los estudiantes hacen coléctas para trasladar a sus lugares de orígen a los estudiantes asesinados. José Darío Palma es llevado a Armero, en tanto los estudiantes del Instituto Armero organizan sus exequias que se realizan en Armero el Sábado previo a elecciones, el colombina Rodríguez, bombo mayor de la banda de guerra organiza la manifestación, el sábado nos reunimos en frente de la puerta central de la iglesia de San Lorenzo de Armero, vamos , no todos asistimos, vestidos de camisa blanca y pantalón azul oscuro, una cinta negra cubriendo nuestras bocas y a la espalda un cartel de tiro al blanco, avanzamos en marcha fúnebre hasta el cementerio y bajamos en silencio, entre los pocos asistentes veo a mi madre y mi hermano Antonio lleva el féretro con sus ojos hinchados de tanto llorar, Armero, a pedido de las «gentes de bien» esta militarizado y hay mucho agente de civil, vemos al agente secreto Pecho´e poncha y reímos pues no tiene nada de agente secreto pero todos conocemos el grado de sus perversiones. Por la noche, hordas vociferantes traídas de la cabecera municipal en los camiones crema y rojo que hacen ruta los días de mercado gritan López, López, lópez, el manzanillismo y la clientela regional se han tomado a Armero, no se respeta nuestro dolor, al otro día mi hermano sentado en la verja exterior ve con ojos llorosos cómo un soldado sediento pide agua, mi hermano lo mira y yo corro a la nevera y saco un vasado completo de agua helada, el muchacho se lo toma y se marcha, mi hermano se agacha y llora y yo siento que ya no seré el de antes pues algo se me ha roto en el alma. Meses después estudiantes llegados desde Bogotá le montan un monumento en la tumba al martir José Darío Palma, por los corredores del Instituto Armero suelo ver pasar a Senén Palma hermano de José Darió, luego una tarde lo veo con su mamá en el acto de descubrimiento de la placa en honor a José Darío que queda puesta al frente del asta de la bandera en el patio de formación, pasan los meses y nadie respeta nada, hasta los profesores se sientan encima de la placa y todo es olvido mientras el país se hunde en la politiquería y nosotros en la sinsalida buscamos una salida óptima que reivindique este país. Recuerdos de estudiante de Armero para todos y todas ustedes a quienes para finalizar les dejo una foto de Jose Darío Palma rescatada del olvido y de la arqueología de periódicos y revista como Alternativa de donde provienen parte de los hechos narrados aquí.
RECUERDOS DE ESTUDIANTE EN ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
EL PANTERITA HERNANDO CRUZ HERRERA.
Era pequeño, endeble, muy flaco diría yo, era suave y hasta tímido, solía guardar silencio y respondía en un nivel alto en la academia del Instituto Armero. Contrastaba con nuestro par Gónzalo Cruz quien avezado fungia como el montador en tercero, cuarto y quinto de bachillerato, era terrible ganarse la malquerencia de Gónzalo, y «El Panterita» contrastaba silente, absorbía su entorno y de seguro en su soledad idealizaba acciones y se forjaba un proyecto de vida. yo comencé a notar su predilecto cariño por mi, se me acercaba sobretodo en cuarto de bachillerato, se admiraba de mi gusto por trotar y mi disciplina junto al «gallina» José Moreno por entrenar en las tardes de Armero el «Cross Country y mi predilección por los atletas como Paavo Nurmi y Emil Zatopek,, de igual manera viéndolo hoy, se comenzó a intrigar por mi representación en los comités deportivos y por mi presencia como vicepresidente del Consejo estudiantil, creo que conmigo se sentía seguro en muchos aspectos de su vida de colegial, peor aún, como era usual si uno destellaba con liderazgos o alegaba por la situación del país, los compañeros lo asociaban a uno con la izquierda partidista y de uso común con practicas similares a las de los partidos tradicionales, entonces era usual que cuando me veían conversar con César Ramírez en el parque, compañeros como David Laverde pasaban en cicla y a pulmón encendido gritaban «Q´iubo comunistas Moir», y Hernando Cruz Herrera creía que estaba tras un bastión de la política no tradicional del pueblo armeruno. De tal manera cogió la costumbre después del colegio, a eso de las tres de la tarde de venir a buscarme a nuestra casa que quedaba en frente del Colegio Americano por la entrada de la cancha, llegaba en su bicicleta turismera que me dejaba usar para que me escurriera por la bajada anterior a la casa pero yo era un fracaso y a duras penas osaba poner el pie en el calapíe, entonces mi mamá le brindaba chocolate con pan recién horneado y él me preguntaba cosas de la vida social y de la política y yo le contestaba con fervor sobre el hombre nuevo hasta que husmeaba en los libros que los ideólogos del Moir pasaban a dejarme en la casa para hacer de mi un catecúmeno de ellos, esos ideólogos, los recuerdo bien y con gratitud, eran Arcesio Vieda de quien se me dijo que había muerto años desúés en un accidente de moto y el negro felix, El panterita husmeaba en el «papel del trabajo en la transformación del mono en hombre» y en «La familia, la propiedad privada y el estado», pero él vivía el padecer social en sus tuétanos, no estaba para reflexiones paradigmáticas, vivía y padecía la diferencia social desde su mundo solitario en el barrio «El Carmelo» pero quería absorber y yo desde mi inmadurez en estos aprendizajes trataba de decirle que las luchas sociales además de la entrega total, necesitan mantener el concepto de integración que subsana la diferencia, que debía cohesionar y no enredarse en luchas ideológicas vanas y que la injusticia siempre debía ser el faro que convocara nuestras luchas desde donde estuviéramos.Yo no me imaginaba lo que su ser mascullaba en su fragilidad y la manera como captaba la realidad de los entornos que vivía silente y como sin pretensiones.Creo que ese era el ingrediente que alimentaba sus emociones y ya casi cercanas decisiones, un sentido humano que me llevaba a comprender su ternura y respuesta de abrazos ante mis respuestas a sus interrogantes, pero él era, él no necesitaba maestros ni quien le dijera cuál era su deber hacer, Su madurez emocional se forjó en Armero y fue el elemento para que mantuviera viva su identidad y anhelo transformador, identidad con un pueblo con el que compartiría socialmente los modos de su transformación como ser humano.
Cuando viajé a Cali, no me despedí de él pero de seguro César le contó que yo me inclinaba a estudiar humanidades y debió, en la distancia, vivir fascinado mi cercanía con los revolucionarios más locos pero más honrados de este país.Lo perdí de vista hasta que cruzándome con alguien del M-19 en Bogotà, una persona que había comandado la entrega de leche en el Diana Turbay de Bogotá, me relató el suceso y me dijo que allí había sido ejecutado entre otros compañeros un compita de Armero, indagué por su nombre y cuando me dijo nombres y apellidos completos sucumbí a la certeza de que era ese niño flaquito y suave compañero de mis días de estudiante en Armero, me dediqué a indagar hasta que tuve certeza de que era él, mi alma se ensombreció y lo lloré con dolor y hasta con terror al ver su foto cambiada en su fisonomía pero conservando sus rasgos de niño de 16 años sucumbiendo a la muerte a los 23 años de edad.
He averiguado su tiempo de vida y los suceso de su vida y el evento del 30 de septiembre de 1985 dia de la toma del carro lechero y su consecuente repartición y desenlace fatal. hasta que llegó a mis manos la sentencia de la corte penal interamericana sobre los hechos, apartes de ella las dejo aquí como testimonio de la masacre a que fue sometido un buen hombre de Armero cuya culpa fue creer que era posible luchar por el bienestar social, y lo traigo a cuento como un homenaje a él y a sus compañeros sacrificados sobretodo en estos tiempos de búsqueda de soluciones de paz mientras los niños siguen muriendo por montones a causa de la pobreza y la desnutrición…
INFORME Nº 26/97 (*)
CASO 11.142
ARTURO RIBÓN AVILA
COLOMBIA
30 de septiembre de 1997
1. Este caso trata de las circunstancias relacionadas con la muerte de Arturo Ribón Avilán y otras diez personas, como resultado del enfrentamiento armado entre miembros del Ejército, del Departamento Administrativo de Seguridad («DAS»), la Policía y la Sijin (Inteligencia de la Policía – F-2) de la República de Colombia (en adelante el «Estado colombiano» o «Colombia») y elementos del grupo armado disidente M-19. Según la petición, el 30 de septiembre de 1985, un comando del movimiento M-19 tomó un camión repartidor de leche en el barrio San Martín de Loba del sur oriente de Bogotá y comenzó a distribuir leche. Mientras todavía se encontraban los miembros del M-19 repartiendo la leche, la zona fue acordonada por miembros del Ejército, del DAS, la Policía y la Sijin en un operativo conjunto en el que intervinieron no menos de 500 hombres. Los miembros del M-19 huyeron en tres direcciones diferentes y fueron perseguidos por los agentes del Estado, resultando en episodios armados en tres barrios diferentes. LA PETICIÓN
2. Como resultado de los incidentes del 30 de septiembre de 1985, según la petición, 11 personas en total fueron sometidas a ejecución extrajudicial estando en estado de indefensión. Una de las víctimas (Javier Bejarano) era pasajero de un ómnibus y no tenía relación alguna con el M-19 ni con el incidente de la leche; éste fue muerto por la policía y su hermano, no obstante las heridas que sufrió, logró sobrevivir y constituye uno de los testigos presenciales de los hechos.
3. Los peticionarios alegan que el Estado colombiano ha violado la Convención Americana sobre Derechos Humanos (la «Convención» o la «Convención Americana»), por cuanto las ejecuciones extrajudiciales atentan contra el derecho a la vida consagrado en el artículo 4 de la Convención, y contra el derecho a la integridad personal previsto en el artículo 5 de la misma. De igual manera, se alega la violación de los artículos 8 y 25 del mismo instrumento, por haber negado a las víctimas el derecho a la protección judicial. Además, los peticionarios alegan que el Estado colombiano no ha emprendido una investigación seria de los eventos que conduzca a un remedio eficaz para los familiares de las víctimas, y al enjuiciamiento de los agentes del Estado responsables. ……….
3. Municipio de Usme
Ejecución de José Alfonso Porras Gil y Hernando Cruz Herrera
21. José Alfonso y Hernando fueron ejecutados en la vereda Los Soches del municipio de Usme. Ninguno de los testigos presenciales rindió declaración ante los funcionarios que tramitaron las investigaciones por este crimen.
22. Los miembros de la policía que participaron en la ejecución de estos jóvenes manifestaron que habían sido «dados de baja» tras un enfrentamiento. Sin embargo el experticio técnico de balística desmintió tales versiones pues se determinó que a José Alfonso Porras le fueron propinados 8 disparos, de los cuales 5 fueron hechos a una distancia inferior a un metro. De la misma manera, se encontró que en el cadáver de Hernando Cruz había 8 orificios producidos por proyectil de arma de fuego, 5 de los cuales habían sido disparados a menos de un metro de distancia.
26. Tercer proceso: Un tercer proceso penal a cargo del Comandante del Departamento de Policía de Bogotá se diligenció por las ejecuciones de Hernando Cruz Herrera y José Alfonso Porras Gil. A este proceso fueron vinculados el capitán Josué Velandia Niño, el teniente Edgar Armando Mariño Pinzón, los subtenientes Luis Joaquín Camacho Sarmiento y Raúl Rondón Castillo, los cabos segundos Henry Fernández Castellanos y Denis Alirio Cuadros Vargas y los agentes Olivo Jaime Vega, Durlandy Rojas Caviedes, Pedro Miguel Martínez y Hugo Vargas Martínez. Este proceso, como los dos anteriores, concluyó con cesación de procedimiento, proferida el 5 de mayo de 1988, en favor de todos los sindicados. El Tribunal Superior Militar, en providencia del 3 de octubre de 1988, confirmó la decisión.
Observaciones adicionales de los peticionarios
72. Los peticionarios enviaron a la Comisión sus observaciones en carta de fecha 31 de julio de 1995, manifestando, en relación con los hechos denunciados y la responsabilidad de los agentes estatales que los cometieron, que el Estado de Colombia no había tomado ninguna medida tendiente a modificar la situación de impunidad; que por el contrario, todos los oficiales que participaron en la ejecución extrajudicial de los 11 jóvenes fueron ascendidos en sus cargos con posterioridad a los hechos; que varios permanecían en el servicio activo en la Institución, lo que acreditaron con las certificaciones expedidas por el Jefe de la Unidad de Oficiales de la Policía Nacional, mayor Luis Antonio Montaña Mendoza; que absolver a los agentes responsables y promocionarlos en sus cargos contrastaba con la decisión tomada por los tribunales de lo contencioso administrativo.
73. Los peticionarios señalaron, además, que la sentencia del Tribunal Administrativo de Cundinamarca de 3 de junio de 1993, que ordenó al Estado de Colombia pagar indemnización por el daño moral causado a los familiares de los jóvenes ejecutados –confirmada por el Consejo de Estado el 14 de diciembre de 1993– concluye: «Se acredita que fueron muertos por la Policía Nacional». Se señala que el mismo Tribunal concluye que: «La mayoría de los citados murieron por disparos que les hicieron a corta distancia. Los frotis hechos en el mismo Instituto dan un resultado positivo para restos de pólvora, enseñándose con ello que recibieron los proyectiles desde distancias menores de un metro…» .
74. Los peticionarios subrayan que las mismas pruebas de autoría y responsabilidad allegadas a la investigación penal y desechadas de manera inexplicable por los jueces penales militares, quienes optaron por absolver a los miembros de la Policía Nacional, fueron las que sirvieron de fundamento a los tribunales administrativos para declarar la responsabilidad del Estado y ordenar la indemnización económica por daño moral para las familias de 4 de las víctimas.
75. Los peticionarios agregaron que la indagación preliminar en la Veeduría de la Procuraduría General de la Nación en contra de los funcionarios que tuvieron a cargo la indagación disciplinaria sin haber sancionado disciplinariamente a los miembros de la Policía Nacional autores del hecho y que dejaron prescribir la acción, constituye una prueba clara de que en ese proceso se cometieron irregularidades que facilitaron, también, la impunidad disciplinaria; y, que hasta ahora no se conoce de la existencia de ninguna investigación penal contra esos mismos funcionarios por delitos que hubiesen podido cometer al permitir, propiciar o facilitar la prescripción de la indagación disciplinaria..
Dejo este documento como muestra de la impunidad reinante en este país que ha sacrificado a lo mejor de sus jóvenes que sólo creyeron en un país mejor, Honro a mi amigo Hernando Cruz Herrera que con su actuar honra la verdad y honradez del grueso número de armerunos que hoy yacen olvidados bajo el lodo seco.Seres de reales actos humanos que es lo que vale la pena. Abrazo triste pero delicado y…Les dejo la foto de mi amigo Hernando Cruz Herrera de Armero como lucía el día de su asesinato…
RECUERDOS DE AMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
En 1964 Sergio Leone dirigió y presentó al mundo, «Por un puñado de dólares», años después en un Matiné, después «El Mundo al Vuelo» de Lufthansa, la aerolínea alemana, aparecieron los créditos con una imagen soleada del desierto de California y en el fondo la batuta de Ennio Morricone dejaba oír los compases de la cinta sonora. Yo era niño y allí, en las butacas de madera del teatro Bolivar a eso de las tres y cuarenta de la tarde cerré los ojos y aprendí, «a priori», que a veces la cinta sonora hace la película, cosa que me develaría años después Aaron Copland cuando lo leí en su magistral libro «Para aprender a oír Música», un breviario del Fondo de Cultura Económica., luego fueron apareciendo, Clint eatswood, Gian María Volonté, Marianne Koch, Mario Brega, Wolfgang Lukschy, Sieghart Rupp y el inolvidable y venerable Joseph Egger.. El hombre sin nombre se lleva los aplausos, no tiene ternura pero algo en su gesto cómico y dramático, al mero estilo Leone le comunica admiración y respeto a mi ser de niño que huía de las fiestas de cumpleaños de mis compañeros de colegio pues mi ser solitario me hacía buscar el lenguaje del cine y la asombrosa comodidad y quietud sin exasperaciones que me provocaba la oscura sala del Bolívar. Me inquieta la cámara que desde la espalda de alguien que mira desde un balcón sigue a el hombre sin nombre que pasa por en frente de una funeraria, signo trágico que deviene en el anuncio, preludio de un tiroteo que se desencadena dramático porque el sin nombre pide a los vaqueros que se excusen con su caballo al que previamente han tiroteado en las patas, magistral momento que da paso al reclamo de baxter, el comisario a quien el sin nombre le dice, «cumpla con su oficio, entiérrelos», y el flautín a manera de silbido se toma la escena mientras el sin nombre camina y le dice al sepulturero, «Quería decir, cuatro cajas» y se va fumando su Phal Mall como si fuera tabaco del oeste americano, y al final después de las escenas intensas sembradas de música, el sonido del viento en un pueblo desolado, y yo atornillado desde siempre a la silla del teatro Bolívar de armero, «cuando se quiere matar a un hombre hay que apuntarle bien al corazón», disparas y te mueres…Y …La música es un presagio, los cinco al borde del aljibe frente al sin nombre, caen cuatro y el viento es un sonido inapelable, y luego el sin nombre le recuerda la escena del rifle al sobreviviente, el del rifle cae, recoge el rifle carga y dispara, es la sentencia, el sin nombre es veloz, Leone pone la cámara en close up, el sin nombre dispara y el del rifle se queja, suenan los timbales presagiando la muerte y su llegada para abrir las puertas del más allá.la cámara da vueltas como si fuera el moribundo que sangra por la boca, desde una ventana le disparan al sin nombre y éste es salvado por alguien que está detrás de él, , se ve caer al francotirador y la escena la invade el viento del desierto y su sonido, Egger anciano le dice al sin nombre, «oye muchacho, yo no sé, no sé…» es el último, el sepulturero…… y es el climax de la soledad, el viento, el sol el sombrero y el poncho, se apoderan del teatro donde me atornillo embriagado de música, la de Morricone……Recuerdos del teatro Bolívar de Armero, una sesión de matiné dominical.
Por un puñado de dolares – BSO – Ennio Morricone
DE ARMERO A RECIFE:
CONOCIENDO A CLARICE LISPECTOR.
Juan Álvarez Castro
Supe de ti, Clarice Lispector, un domingo de 1968, apenas tenía nueve años, quizá la misma edad de algunos de tus hijos. Hoy tengo 55 y tú te has estacionado inmortal en los años que tenías en 1977.
Te decía que te conocí cuando en la bochornosa tarde de ese Armero vital de aquella época íbamos al rio Lagunilla que corría desde el nevado del Ruíz hasta el Magdalena buscando su agua helada para apaciguar el calor que nos hacía acesar de agobio.
El día que te conocí, domingo por demás, corrí hasta el zaguán cuya fresca atmósfera me invitaba a quedarme allí disfrutando de los trebejos almacenados. Me embebía con los periódicos, gacetas, les decía mi padre. Eran cientos de ejemplares propios de la oferta de la época, compartían lugar “El Siglo”, “El Espectador,”, “El Tiempo”, diarios liberales o conservadores reflejos de la política partidista de la época. No tuve que extender mucho mi labor de “arqueólogo” niño para hallar “El Magazín” literario del Espectador, sólo recuerdo que movido por una fuerza inenteligible e incontrolable abrí en las hojas interiores y allí estaba tu nombre, decía Clarice Lispector, me quedé quieto buscándote, creyendo que eras una adolescente mientras un anhelo inefable me convocaba a amarte tal cual adolescente atrapado por el poema que te nombra.
Esa primera sensación vivió conmigo a la espera de esos 43 años cuando tomaste mi vida sin atenuante. Te llevaste todo, le pusiste ritmo a mi respiración, a mi andar, iluminaste mis miedos y mis ansias de vivir. Me condujiste en tu busca en los estantes de las bibliotecas, a pesar de mi presbicia te tomaba entre mis manos sintiendo cómo te tornabas melodía de contrabajo, suerte de free jazz o de ¿Bosa Nova?
Tu voz se tomaba mi corazón, quizá no eras la más bella mujer pero eras la mejor, reinventabas la escritura, entonces he leído y releído cada palabra tuya puesta no en el personaje sino en las sensaciones.
En ese tiempo, mi cuerpo no había vivido tanta emoción, me tornaste en un signo vital, leerte fue desde entonces una cita de vida y muerte fue estar en la antesala de saber lo que me esperaba cuando te tenía entre mis manos y tú me dabas tu alma que desde ese ayer, hasta el día de hoy, sube por mis brazos quemados por la cirugía de la guerra igual que tu mano ardida en el incendio de tu habitación. Estos brazos que no dejan de agitarse ante cada palabra tuya.
Tu voz enredada en mis oídos “fala”, me dice que tú sabes interpretar el ansia de placer que en un recóndito y silencioso lugar de mi existencia se ha refugiado a tu espera para vivirlo y dejártelo saber tan sólo a ti.
II
QUIERO CONTARTE CLARICE LISPECTOR….
Le regalé de cumpleaños
A una mujer presuntamente amada
Una novela de Clarice Lispector, ansiadamente
Buscada.
La hallé en un vulgar estante,
Expuesta al lado de unos libros
De autoayuda.
Era una novela hecha como la vida, a retazos,
De imágenes salteada.
Ella, la presuntamente amada,
Se la mostró al hombre con quien me
Engañaba.
El soez leyó con rápida lectura, dos, siete, veinte hojas
Nada más
Y la disuadió porque Clarice era desconocida
Y enredada.
Ni mi presunta amada ni el gañán
Entendieron la dinámica del pensamiento
De Clarice,
No leyeron los traidores, la tiniebla de su motivo literario,
No se enteraron del asco y la compasión
Que ellos suscitaban en ti, y ahora te tuteo,
Y te nombro, en primera persona
Hermosa Clarice
Les pareció enredado tu estilo,
No pudieron acceder
A tu escritura,
Develaste al gañan,
Él y la presunta amada se creían elegidos,
especiales
Te hicieron indigna de ellos
¡Qué fortuna!
Con su pobreza mental, supe de ellos
La imposibilidad de que fueran
Mis amigos.
Mi presunta amada se quedó
Con tu libro,
jamás tuve agallas para quitárselo,
tu novela quedó en sus manos
olvidada
Llena de polvo
Sin poder aspirar a quedar en otras manos
Era una elegida
Cuya vida a morir le habría
Enseñado,
Pero al aburrirla tu novela, Clarice,
Me mostró su vacuidad,
No supo leer tu palabra
Del buen vivir para un buen morir.
Bostezó ante lo que escribías,
No le bastaron tus palabras,
Quería más, quería rostros, no descripciones,
Me dijo que tú no gustabas de la realidad.
Tuvo miedo:
Leerte era ponerse en tus manos,
Era ver el retrato de un rostro aprestándose
A morir.
Te leía y tú le decías que yo era un
Marginado
Porque escribía y no tenía plata.
Tú le mostrabas, Clarice, mi imposible
Manera
De caminar por entre las autopistas
De la vida
Y la significativa inseguridad de mi costumbre de caminar
Por entre trochas.
El atajo es mi espejo
Y la presunta amada se arrepintió
De haberme elegido.
No le gustas, Clarice Lispector
Y no me creyó digno de confianza.
Le develaste su ser traidor, y la cobarde
prefirió el engaño sin irse de mi lado.
Le mostrabas cómo me dañaba y se hizo experta
En hurgar y hacer más grande la herida
Provocada
Por su odio y su fastidio ante mi gusto
Por meditar.
Su odio se tornó gratuito y cruel,
Dejó que tu novela se la tragara el polvo
En un olvidado anaquel.
Sólo quería de mí, bienes materiales.
me humilló con su mal amor.
Tal vez supo que me habías
Elegido como tu lector
Porque sin conocerme sabías cuánto tengo
De marginado
Y tú sabes que eso en mí no tiene remedio
Mi inexpugnable Clarice Lispector.
RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÀLVAREZ CASTRO ¨
CORTOS DE CINE……….
Muchas veces además del Mundo al instante, vi en el Bolivar, sala de cine de Armero, los cortos de películas que jamás llegaron, vi los cortos de «Descalzos en el parque» y «Cantando bajo la lluvia»…Ésta última la vi en un ciclo de «Cine al Ojo» un sábado a medio día en el teatro Calima de Cali, recién muerto Andrés Caicedo, al salir de la fresca sala. los vapores sabatinos me devuelven a Armero y recuerdo el corto de cantando Gene Kelly, voy satisfecho, silencioso, caminando por la avenida sexta buscando el parque de Versalles, todo es soledad, mi partida de Armero es reciente. Busco el vado del río Cali, no es el lagunilla, va más seco pero bajo los árboles su rumor es cantarino y solaza, vuelvo al parque de Versalles, busco una silla bajo un árbol, veo la casa esquinera que no se ha tomado la constructora Klahr, los Judíos se toman la zona y construyen grandes edificios de apartamentos, pero la casa de las narraciones de Caicedo donde dice que vive la protagonista de «Qué viva la Música», está ahí, bebo del Yogur de caja de «Cremex» que me ha vendido el dependiente de la sala de refrescos de la productora de leche que todavía expende la leche en botellas a la usanza de los sesenta, en Cali accedo a los ciclos de cine aprendidos en Armero, en la cigarrería Bolívar aun expenden el yogur y el kumis en cajitas como la que tengo en la mano sólo que son «Alpina» y sólo acceden a su compra los bolsillos de más poder económico. Al Sasir del teatro Calima me han regalado un volante, Luis Ospina, el realizador de cine va a presentar la maduración del cine mudo norteamericano en la pequeña sala del auditorio de la cámara de comercio caleña, veo los títulos y descubro que muchos cortos de esas películas los vi en el televisor Motorola de 23 pulgadas a blanco y negro en «Concurse con la historia» de Alberto Dangond Uribe que mi padre solía ver los martes a las nueve de la noche y que yo veía absorto a su lado. Dangond con cuyas hermosas hijas me cruzaría después en Bogotá cuando en equipos disímiles trabajamos haciendo parte de la Asmablea Nacional Constituyente de 1991 y luego en la Comisión especial Legislativa, lugar donde me crucé con Ausberto Hernández de Armero egresado del Instituto Armero a comienzos de los setenta y quien había ido a mi casa de la 21 con 13A a coquetearle a mi hermana Clara Lucía, la misma de la foto de presentación del Facebook de Víctor Lugo López quien generosamente y en homenaje a mi familia y a Armero la puso allí…En el programa de Dangond vi apartes de capullos rotos de D W Griffith, El bueno de David de Henry King, La Seguridad lo último con Harold Lloyd, El Caballo de Hierro de John Ford, Sherlock Junior con Buster Keaton, Codicia de Strohein, , El Chico de Charles Chaplin. Pienso en la paradoja , ver apartes de esas joyas a través del gusto de un conservador ideólogo pero culto y aficionado al buen cine, dejo pasar las horas y cuando la brisa de las cuatro de la tarde trae los aromas salobres del mar cercano me marcho a casa a través de la quinta norte poblada de compradores que buscan «Sears Roerbruck», pero yo estoy en Armero abatido de amores a través de mi pensamiento, buscando las nubes negras tras de un aguacero para cantar , bajo la lluvia, esos amores vivos en mi corazón y olvidados por las Claudias Mercedes que en Armero pasaron por mi vida.
Recuerdos vivos del ser de Armero……
Gene Kelly – Singin in the rain (sub español english)
RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
LAS CASAS DE LA CALLE DOCE….
Recorrer la calle doce de Armero desde la 29, arriba, bien arriba donde uno buscaba las coordenadas de Electrolima para acceder a algún broche donde sintonizarse con la fría corriente del río Lagunilla, implicaba también encontrarse con casas-finca una de las cuales recuerdo claramente ahora……La casa-finca de Don Víctor Martínez donde vivía con su esposa y sus hijos, era la quinta más fresca donde Alejandro quien estudiaba en el Instituto Armero dos años adelante mío habitaba también, era con él con quien yo subía desde el paradero del bus y conversábamos hasta la once con veintíuna donde nos separábamos y él seguía camino solitario tomando la calle destapada hasta arribar a esa finca de ensueño donde yo, a veces, iba a traer los huevos para poner a empollar a las gallinas cluecas que alguna vez tuvimos en la casa de mis padres. Pero ir por la calle doce implicaba encontrarse con casas de arquitectura disímil, nada comparable con las del Carmelo o las del veinte de Julio que eran las del inscredial, aquellas casas respondían a poderes variados pues allí solían habitar profesores, médicos, potentados y uno que otro empleado, arriba por el empedrado quedaba solitaria la quinta de los Belgas con un antejardín donde solía sentarse por las tardes Michell, la hija de la casa, solitaria asoleando y refrescando su cabellera brillante como el sol mientras expandía su mirada azul celeste sobre la solitaria calle, unos treinta metros abajo estaba la cas de los Beltrán, el señor Beltrán, un empleado próspero, padre de Jorge a quien tenía estudiando en Ibagué, era esposo de Doña Clema, tía de mi compañero de estudios Germán Flórez, el gordo, el hijo del profesor Flórez de la escuela Jorge Eliécer Gaitán, Germán vivía orgulloso de la familia de su primo cuya gran quinta se distinguía por tener una piscina en la que Jorge se deleitaba a lo largo de las vacaciones.Muchas veces, mientras solía acompañar a Germán a atisbar a Constanza González de quien se había enamorado y quien también estudiaba en Ibagué y venía a Armero cada catorce días, Germán se vestía de camisa blanca almidonada y pantalón de paño y me arrastraba a seguir los devaneos de la seria niña, secuela que dicen llegó a preocupar a la madre de la niña quien pidió auxilio a los amigos de su hija entre quienes estaban Humberto Cote y Juan Carlos Peñaloza quienes una noche me atisbaron en una banca del parque infantil, lugar oscuro y literalmente me asaltaron para reclamarme por la gesta de Germán, mi amigo quien se había rezagado por algún motivo y cuando se dio cuenta de la emboscada se retiró dejándome solo, en ese lugar fui empujado por los dos nombrados y otros tres de quienes no me acuerdo, me empujaron diciéndome que la mamá de Constanza estaba sufriendo por esa «persecución a su hija», cosa de adolescentes tímidos, yo no dije nada, sólo empujé a Juan Carlos y mirándolo a los ojos le dije que no me volviera a empujar, el muchacho palideció, con sonrisa nerviosa me dijo, «tranquilo, no es para tanto», me retiré y fui a esperar al cobarde de Germán en la esquina de la cas de Constanza, y lo esperé mientras pensaba en Por qué los hermanos de la niña, Toto y Tototo, llamados así, jamás me hicieron reclamo alguno, al rato llegó mi amigo, y me espetó, «Uyyyy, Hermano, cómo se dejó empujar así», no le dije nada, me estuve con él y luego nos despedimos para nunca más volverlo a acompañar en su estratégica forma de llamar la atención de su amada niña. La Familia de constanza vivía en una casa grande, fresca y esquinera preciso donde terminaba el destapado y comenzaba el pavimento de la doce, esa casa hacía esquina con la de los Acosta donde vivía Beto tan cansón como montador con sus hermanas muy hermosas ellas que estudiaban en la Sagrada Familia…..Diagonal estaba la casa quinta de jardín extenso y florido de Rodolfo Halblau quien años más tarde moriría, por esa cuadra quedaba una casa parecida a la de los González, era la casa de habitación de la familia Torres donde vivía con su madre y hermanas el profesor Edgar Ephren Torres, en la esquina de la 21 con 12 estaba la cas hermosa de los Castillo donde se estacionaba el Jeep Nissan Patrol de la familia, en esa esquina me estacioné más de una vez viendo a la niña Castillo Reina de belleza del Club campestre, la vi muchas veces salir por el zaguán iluminado por las luces de una lámpara de baccarat y en la siguiente esquina estaba la inmensa quinta guardiada por extensos bambús, esa quinta se extendía por la 21 haciendo vecindad con la casa de los devis, y por la veinte se extendía hasta hacer límite con la casa de los gómez, la casa donde habitaban simón y su hermano más conocido como «pachanga» ……Era una quinta soñada con piscina interior donde se insinuaba algo «beat», con puertas de vidrio y toda pintada de blanco matizada por el verde del bambú. Luego había un espacio casi triangular donde se hallaba la vetusta vivienda y tienda de Don Vicente, lugar que pasando la 19 daba esquina con la casa del papá de Ángela , el notario de Honda quien mandaba a su hija a estudiar a Bogotá, esa casa permanecía sola, en manos de las mucamas y solo se veía viva en la época de vacaciones, en frente de esa cas quedaba la hermosa quinta de los Perico que luego fue comprada por el «Chaco Peñaloza» , en frente de esa casa sombreada por acacios de flores rojas estaba la quinta de los Zárate, allí vivía el Doctor Zárate con su esposa y sus hijos niños y niñas, de allí salió Mauricio para estudiar Medicina como su padre y trabajar en el Hospital Universitario del Valle. (Esa casa es la que aparece en la foto que hoy publico y que sirve de marco a las damas que aparecen alli y que son Clara Lucía Álvarez Castro e Irene Manosalva Castro), en frente de esa quinta se hallaban las quintas del gocho Manrique donde vivía la Mona Claudia y su hermano quien estudiaba en Bogotá…En fin, luego estaba la quinta del odontólogo Rámírez y su hija Claudia quien en el María Auxiliadora era vestida de ángel o de virgen María. en frente de estas casas estaban las casas de Doña Lucila de Gaitán y de Don Alberto Gaitan, casa semicampestre con patio donde se cultivaba el banano bocadillo que doña Lucila me vendía o me regalaba luego de soportar los embates de su perro boxer que guardiaba la cas de sobrio estilo California y donde solía conversar con Carlitos cuando llegaba de Bogotá a vacacionar y él me llamaba y yo coloradito llegaba y el me decía «Tomaitus»» porque me parecía a un tomatico….Al final de esa cuadra estaba la quinta sobria y llena de plantas de jardín de Don Ángel Martínez, señor serio cuyas hijas jamás cruzaban palabras con uno, eran de otro mundo y linaje y diagonal estaba la quinta de los Navarro, nuestro profesor Jorge Enrique, casa muy a la bogotana republicana, después se deshacía esa arquitectura y se veía el taller de Voladera la casa de la lecheria de Doña Rossina el taller electromecanico del papá de Yamile Álvarez, la pensión tundama y así hasta llegar a la dieciocho, Memoria de la variopinta Armero y su diversidad de clases y ámbitos sociales…..
RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
LA PISCINA TÍVOLI.
Siempre que pasaba por la doce destapada, siempre sin pavimentar desde la carrilera hasta donde la vía se tornaba la carretera para Maracaibo, fuera de día o en la tarde, siempre disminuía mi marcha para gozar de la frescura de la piscina de Tivoli que siempre apareció a mis ojos muy descuidada pero a pesar de ello fresca a la sombra de ese gran árbol y la constante caida de agua en los baños al lado de los «vestiers» que así se llamaban y se indicaba en un presuntuoso letrero que invitaba a los géneros a vestirse de baño y entrar a la piscina que jamás fue de azul clorado sino de un verde que a los exquisitos los hacía dudar de la bondad de las aguas usadas, era una fiesta acompañar a las hermanas, tías y primas a bañarse, yo nunca me bañé allí, y la verdad no recuerdo por qué, en mi recuerdo está la delicia de sentarme en una de las bancas situadas en derredor de la piscina y escuchar el rumor de la caida del agua que desbordada caía a chorros del tanque de abasto que de seguro tenía fallas en el «check» y era reparado a medias porque de cinco veces que solía pasar por allí, a la semana, tres el bendito tanque desparramaba agua lo que en el yermo espacio de la carretera que nos azotaba de polvo y calor resultaba un alivio de frescor, Claro, era un alivio pasajero tal cual duraba el paso por en frente del lugar pues soliviantar el bochorno costaba de dos a tres pesos con los que por supuesto uno no contaba, eso era un lujo.
Pocas veces fuimos con nuestra familia, mis hermanos y yo, a esta piscina que solía verse abandonaba en la época en que viví en Armero, yo pensaba que la gente que administraba el lugar o era desinteresada, lo que podía ser por el inminente abandono que signaba al lugar, o que era excesivamente discreta y que no pretendía fastidiar a los ocasionales visitantes.
Alguna vez viendo la película de Ridley Scott protagonizada por Marion Cotillard y Russell Crowe, titulada «Un buen año», las escenas de la finca abandonada con una piscina llena de barro y hojarasca, en medio de un teatro oscuro, me devolvieron a mis días de Armero y a mis tardes sentado en la banca de cemento al lado de la piscina oyendo llorar a chorros al tanque de aprovisionamiento que lloraba desparramando sus aguas inmisericordemente y refrescando mi espalda que quedaba lavado gracias al viento que mecía al gran árbol y traía gruesas gotas de agua a mi cabeza y a esa espalda refrescandome de emoción contenida. (era un placer inaudito pero silenciosamente explayado en mi cuerpo).Una de esas tardes acompañé a mi tía Marina Castro, a su hija Irene Manosalva y a mi hermana Clara Lucía a visitar el famoso Tívoli, ellas aparecen frente a la piscina en la foto que anexo para graficar la crónica, mis familiares, prima y tía , querían conocer ese lugar muy distante de nuestra casa de habitación, mi tía se sobrepuso al evidente abandono del lugar, quizá fue el bochorno de esa tarde la que la hizo a ella y a mi prima, olvidar sus reticencias y al meterse dubitantes al agua a la que ya se había lanzado Clara Lucía, sorpresivamente descubrieron que las aguas eran frescas, renovadas y profusamente limpias, y disfrutaron por más de una hora de conversación sumergidas en el agua de un lugar de Armero quizá no tan emblemático pero muy firme en mi recuerdo con todo su devenir y como signo en el tiempo del carácter despabilado de muchos armerunos. Cosas de Armero,
ARMERO…RECUERDO DE LA ESQUINA DE LA CARRERA QUINCE CON CALLE DOCE…….
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
la semana santa de 1976 acompañè el viacrucis desde el hospital yendo por la dieciocho hasta la calle once, bajamos siguiendo al cura Tiberio Campos S àlazar y a Vìctor Melo, el sacristàn, quien llevaba el parlante por donde se oìa el canto de las estaciones propias de ese viernes santo, bajamos por la calle once hasta la carrera dièciseis en frente del cafè Hawai y caminamos hasta la dièciseis con doce, en la esquina de la Caja Agraria y subimos pasando por enfrente del Das, de los juzgados y de la càrcel y el restaurantes chino, en esa esquina de la quince con doce se rezaba la ùltima estaciòn. Todo ese recorrido lo hicimos Cèsar Ramìrez Sànchez y yo siguiendo a Claudia ya que Layla, la adolescente de quien se habìa enamorado Cèsar no habìa ido a aquella celebraciòn-recordatorio de la fe catòlica.. Claudia temblaba y me miraba de reojo emocionada mientras iba colgada del brazo de su mamà y durante el recorrido ella temblorosa y yo audaz cruzàbamos miradas, y allì en la quince con doce, en frente del restaurante de los chinos la mamà de Claudia se arrodillò para seguir la cantinela del padre Tiberio antes de entrar a la iglesia y lanzar el sermòn de la desclavada, cuando la madre de Claudia se fue a levantar , yo, presuroso y àgil me le acerquè y la ayudè a ponerse en pie mientras Cèsar quieto enmudecìa y se petrificaba y Claudia palidecìa y querìa desmayarse mientras la señora, una comerciante en muebles de las industrias metàlicas , me sonreìa y me espetaba un dulce «Gracias jovencito», para mi fue la gloria, para Cèsar un «te ganaste a la suegra» y para Claudia un acto heròico de su amado silente que agradeciò con una sonrisa porque ese acto de la doce con quince, antes de entrar a la iglesia, nos deparaba algo de ilusiòn, estrechar ese abismo que nos separaba porque yo estudiaba en el Instituto Armero y ella en el Amèricano y su familia cuidaba que nadie husmeara cerca de sus niñas. Hoy ella es una señora hermosa y no recuerda ni siquiera el hermoso hecho de la semana santa de 1976, viernes de procesiòn de viacrucis, y su audaz remate, al menos para ella, para Cèsar y para mi, adolescentes de la època en la quince con doce de Armero, Cosas de una memoria que no se quedò sembrada en la cabeza fràgil y dulce de mi amada Claudia de aquèl entonces…
TENGO NOSTALGIA DE ELIS REGINA, Y ME DUELE ARMERO….
jUAN ÀLVAREZ CASTRO
Esta noche tengo ansias de las calles de Armero y saudade de Elis Regina, ella en los años setenta llegó a Armero, a mi casa, allá en la trece con veíntiuna en modo de disco, un acetato titiulado Brazilian Beats, , allí estaba el corte de Aguas de Marzo que ella cantaba con su autor Antonio Carlos Jobim, un disco escuchado en un tocadiscos monofónico porque la plata en casa no alcanzaba para tener equipo de sonido a la usanza un lujo expuesto en las vitrinas de J Glottman, «Nuestra firma respalda su compra», en la calle once , ahí cerca al Bancolombia. No era usual esta música en la caliente ciudad, mis amigos devanaban su gusto musical entre Diómedes y el binomio de oro, o cuando más entre Fruko y sus tesos y Pastor López o los Nada que ver, la música sonaba estentórea en Sibonney o en la cascada, en una gemía Leo Dan, en otra tronaba Rodolfo Aicardi. entonces aunque ellos no me disgustaban, yo transitaba entre Elis Regina, mucho del continente al sur, Cat Stevens, Música clásica, y mucho bolero traido de la mano de Tito Rodríguez, y los libros en colecciones de Aguilar, ya me había leido El extranjero y Calígula de Albert Camus, o Muerte en Venecia de Thomas Mann, o el Demían de Herman Hesse, o los pasos perdidos de Carpentier, o los cuentos de Anton Chejov,y otros autores que sellaron mis días de formación, eran mis actividades en ese Armero que expandía mis posibilidades de formación en bibliotecas como las del Instituto Armero o la Municipal ubicada al lado de los silos abandonados al lado de la carrilera.Y cuando me embebía en la música o la lectura, incluso en el cine o el jazz de Ella Fitzgerald o Louis armstrong, mis compañeros de estudio me sonsacaban a punta de golpes o de arena lanzada al cuello, yo los miraba y cerraba los libros y desaparecía de la escena. pero Elis me llegó a la par de Clarice Lispector a quien años más tarde le dedicaría mi texto De Armero a Recife que inicia con el dolor de Elis por la muerte de Vinicius de Moraes (texto publicado por revista corónica donde ahora aparece bajo ese mismo título)..Recorrí las calles de Armero y me senté emocionado en las bancas del parque ensoñado de Ella hasta que pude volver a verla en espectaculares Jes cuando visitó Colombia, yo ya vivía en Cali, luego supe de su temprana muerte, antes de la tragedia de Armero, Ahora ella está ligada a Armero, a sus calles, a mi memoria activa de esa forma de la cultura que ha sido y es Armero en el contexto de la cultura colombiana, Elis es una forma de mi ser armeruno y ya no se irá de mi nunca más como ya no se irá Armero por ser parte de mi ser íntimo y totalizante…..
O QUE SERA (HQ) Jobim, Vinicius, Toquino, Miucha
IGLESIA DE SAN LORENZO DE ARMERO
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
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Veo la maqueta de la iglesia de San Lorenzo de Armero presentada por Hernàn Darìo Nova, Maqueta que es un regalo o donaciòn para el parque de la memoria, Me he quedado un rato mirando, pensando, recordando la iglesia vacìa que conocì muy pequeño por allà en 1967 cuando hacìa primero de primaria en el colegio de San Pìo X y me escabullìa por los corredores paralelos del colegio y me quedaba lelo, atrapado por el ambiente de luces amarillas , rojas y azules, producto de los ventanales altos de la iglesia que se tomaban las estancias de la sacristìa y dejaban ver las imàgenes en descanso del cristo del sepulcro, de San Pedro llevando las llaves del cielo, de San Juan consolando a Marìa, de la Verònica, de la dolorosa, estancias frescas que abatìan el calor de Armero al igual que la iglesia vacìa donde solìa refugiarme buscando fresco o viendo el lento flotar de las velitas que por cinco, diez o veinte centavos se encendìan para iluminar imàgenes como las de la inmaculada, San roque con su perro que le lamìa sus ulceras, San Martìn de Porres, o quedarme viendo la imàgen de San Lorenzo presidiendo el altar, allà, encima, en lo alto bañado por una làmpara, muy por encima del sagrario donde pocas veces se exhibìa la custodia y donde se guardaban las hostias consagradas para la comuniòn al final del rito, A la iglesia de cùpula verde y paredes blancas entraba y trataba, cuando estaba llena por los estudiantes de todos los colegios en fiestas, por ejemplo, como las del corpus christi en las que el cura iba debajo del solio movido por seis personas tomadas de seis palios renovando la fe en el sagrado sacramento de la comuniòn, trataba de hacerme bajo los ventiladores de aspas y miraba el blanco techo, limpio, sin frescos como la Sixtina, muy limpio, veìa ese techo y me ahogaba con el, en principio, dulce aroma del incienso batido por las muñecas grandes de Vìctor Melo quien llevaba de izquierda a derecha el incensario, los fieles colmaban en fiestas religiosas el templo, terminaba la dècada del sesenta y la racionalidad agroindustrial de Armero se imponìa a la reciente violencia, afuera en el parque la gente tomaba raspao, se sentaba bajo los frondosos àrboles buscando fresco, los cafès bullìan de gente, yo adentro hervìa de calor tratando de quitarme la corbata y dudando de los ritos temiendo de los hombres que blandìan a Dios como arma asustante, era le època del miedo a los comunistas ateos que guiados por el barbudo de Cuba se iban a tomar el mundo, yo no pensaba en eso, pensaba el muchacho que un domingo de misa entrò semidesnudo con una toalla que le cubrìa desde el ombligo hasta las rodillas y gritàndole al cura Campos que lo salvara de la tortura que le prodigaban el agente Pechoè poncha y otro de sus aùlicos, el pobre cura campos palideciò y guardò silencio mientras los del Das, se llevaban al muchacho con su cuerpo lleno de petequias ,de nuevo a cumplir con su ritual de confesiones obligadas en nada parecidas al rito confesional de la iglesia en el confesionario. Viendo la maqueta a escala que nos presenta Hernàn Dario, llegan esos breves recuerdos, las voces convocantes de los curas como Jacinto, Rebolledo Tiberio Campos, Sedano, Hernàndez el cura pistolas, Manolo Hernàndez, curas de diversas historias que sellaron mi lucha contra el excesivo ritual y su diferencia con la verdad ètica. Muchas veces me iba solitario y me quedaba sentado en una banca gozando del refresco que allì habitaba, buscando refugio para mis leves soledades, agobiado por la diferencia social y excluyente, bañado de razòn producto de esa modernidad de Armero agroindustrial pero tan premoderno en sus comportamientos sociales. El templo de Armero expresaba rituales premodernos muy de la expresiòn necesaria, en su momento, para el grueso de la poblaciòn y como tal expresa un momento de la vida municipal y nacional, y pesa en la memoria de quienes sobreviven a la tragedia de 1985. Hoy al ver el modelo que se nos ha presentado y redescubrir emociones, discusiones preadolescentes sobre moral y doble moral fuente, a veces de cèlebres chistes, me pregunto ¿Quièn hizo los planos de la iglesia? ¿Quièn le dio el nombre de San Lorenzo en memoria del màrtir osazado al fuego lento? ¿Quiènes participaron en su construcciòn? no solo arquitectos sino albañiles, de la maqueta o modelo a escala que hoy tenemos deberìamos pasar a restablecer esta memoria acompañàndola de reflexiones sobre el acervo espiritual y ètico que lo que se decìa en ese recinto nos ha dejado hasta ahora, ojalà sin fanatismos sino con una sindèresis donde razòn y fe tengan su lugar al igual que religiòn y polìtica, pues asì como algo nos quedò de la vida polìtica de Armero, algo nos quedò de su razòn agroindustrial, algo nos quedò de lo que se debatìa en el recinto interior de la iglesia pintada de verde y blanco en la esquina de la doce con quince de Armero.
RECUERDOS DE COMPAÑEROS DE ESTUDIO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
,,,Vuelvo a traer esta Memoria de mis compañeros, algunos de ellos por supuesto…..
En primero de primaria, en el año de 1967, en el Colegio San Pío X hube de tener como compañero a William Rojas Otavo, el hijo menor del dueño del almacén LER, un ser que a mis ojos de niño aparecía extraño, temeroso y sumamente consentido, no jugábamos juntos, yo me le escabullía y me mantenía lejos de él y mucho más desde el día en que jugando, él , a solas, con un gancho grande de esos de los que se pegaban los periódicos para exhibirlos colgados en las puertas de los negocios, se enganchó la piel de brazo y se sacó sangre, Rojas Otavo dolorido y con la piel sangrante rápidamente abrió el gancho y lo escondió y comenzó a llorar, cuando la profesora Nereyda Martínez de Valencia le requirió por lo que le sucedía, William le mostró su brazo mientras le decía, y me señalaba, que había sido yo el causante de su malestar. Nereyda se creyó el cuento y me regañó creyéndose los infundios de la supuesta víctima, yo boquiabierto no atiné a decir una sola palabra y quedé signado como un agresor peligroso. Rojas Otavo y la profesora Nereyda me enseñaron la desconfianza y la angustia del que es acusado miserablemente, hoy reviso ese entorno y veo muchas causas, desde las del entorno familiar hasta las de la relación social mal manejada como la posible causa de la dualidad de mi compañero de estudio quien después de ese primer grado se me escabulló y ya no quise contar con él en mi cercano entorno.
Joel, y los Águirre fueron mis compañeritos fugaces de las épocas de las tres hileras de bancas en cuya cabeza Nereyda ponía sendos letreros de aplicados, Regulares y desaplicados y nos signaba a un miedo feroz que sólo rompía el fin de clase y una suerte de doble moral que se posesionaba de nosotros.
Eran los tiempos de las rondas infantiles que se practicaban en las clases de música en el San Pío X por las tardes, cuando yo llevaba un aditamento de metal que pretendía hacer sonar con una varita de metal siguiendo la danza del Cu cú cantaba la rana…
Una ronda que activaba nuestro oído musical y que se me esfuminaría con mucho cuando mi padre colgado por las obligaciones de su familia numerosa de ocho personas tuvo que remendar economías y obligadamente me sacó del San Pío X porque era oneroso pagar los veinticinco pesos mensuales de la pensión escolar, entonces terminé con mi humanidad estudiando en la Escuela José León Armero, en medio de grandulones y yo con diez años navegaba entre mastodontes que se movían entre los trece y los diecisiete años de edad. Allí estaba mi amigo Cartier Molina quien me adoptó y con quien hacíamos la marcha matutina , la de medio día, la de la tarde y la vespertina, fue el amigo que me enseñó a capar clase o a fugarnos antes de partir con el uniforme de gala a la misa sabatina de la Sagrada Familia, era un experto en evadir el castigo de la vara plana del cruel Arellanos director de nuestro cuarto grado de estudios. en la fila del patio formaba el mono driblador en el fútbol, lozada, apodado Corbata por el oficio de su padre, el Sastre de la calle once abajo de la dieciocho, al otro lado de la fila estaba «El conejo», Dagoberto Ramírez, malongo para el estudio pero un delantero derecho que finteaba con el balón a rivales pero su falta de juego coléctivo malograba sus gestas por la punta derecha y él terminaba exhausto perdiendo el balón en la base de la esquina y buscando un «corner». Más abajo de la fila estaba Miguel Ángel Gómez, «Cabeza de huevo», más tarde conocido como «Silla Vieja» por ser hijo del talabartero de la once, arriba del Hotel Bundima, un experto moldeador de sillas de montar a caballo. Con algunos de esos compañeros y otros del quinto grado ese año estuvimos en el coro de la escuela y cantamos vestidos con sombreros y pintados con carbón de bigotes señoreros mientras interpretábamos «El Guatecano»
..https://youtu.be/dhJbv7PgP9k
Eran los días de mi único año en la José León Armero que se redondearon en el coro escolar cantando..»Campanitas de Cristal»
https://youtu.be/HrFSNVsexsg
Un año de acequia, fútbol, de ser toteado por mis compañeros en excesos de virtud física…o de ser, de nuevo falsamente acusado por Gilberto Ardila quien me acusó de haberlo madriado pero nunca le contó a la profesora que él era uno de los que me empujaba y me hacía comer tierra de la del patio de recreo donde me suavizaba la vida mi visión de la acequia, las grandes ceibas y el sinnúmero de manas de las que brotaba el agua que alimentaba ese caudal sereno de mi año de cuarto de primaria en Armero de intensos calores donde uno se preguntaba cómo era posible estudiar en medio de semejante maraña de bochorno y excesivos días sin brisa.
RECUERDOS DEL INSTITUTO ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
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La generosidad de los lectores del muro de Víctor, personas como Guarnizo, Rosaly, Hernán Darío Nova, Paty, leal, Huber, Jorge Beltràn, la Señora Menèses, De la Vega, Guerra Tovar, y ese sinnúmero de personas que expresan su recuerdo nostálgico de Armero, han movido mi memoria que quiere contribuir para que hagamos «LA MEMORIA», Leo los comentarios de todos ustedes y me conecto instantáneamente con los días y las horas de mi vida forjados en el Instituto Armero, y veo la portada del libro que mi hermano Antonio se ganó en la excursión de 1971, ese sexto de bachillerato de estudiantes que pasaron por la casa de mis padres, Germán Devia, Germán Murillejo, el asesinado José Darío Palma muerto por el ejército en los días previos a las elecciones de 1974 cuando era estudiante de Enfermerìa de la Universidad Naciónal de Colombia, Mejía militante de la UNO, unión Nacional de oposición, Carlos Amézquita y Fabio Beltrán de quien supe se había lanzado a candidato para la alcaldía de Armero Guayabal y lidera gestiones de protecciòn ambiental.. Veo la foto de ese libro. «El Criterio», publicado en el muro de Víctor y sucumbo a la memoria, veo a Fabio Beltrán con mi hermano en los campeonatos de pesas organizados por Helí Oviedo, recuerdo el tercer lugar de mi hermano en la categoría Mosca,, recuerdo a los Oviedo, esa familia numerosa, y de ellos recuerdo a Rubén, Isaac y Henry y a David quien se graduó unos años antes que nosotros, y sí, recuerdo a Hernán Darío Nova quien iba un año o dos delante mío, tal vez él no lo recuerde pero yo sí lo recuerdo en la biblioteca del Instituto Armero, él fue uno de los pocos estudiantes que le sacó provecho a ese lugar al igual que traté de hacerlo yo o esa suerte de heterónimo que es Víctor,.
Ser estudiante del Instituto Armero era un honor que se cobraba caro, uno debía ser valiente, de fuerza académica hiperalerta y estar presto para la broma que se pasaba de pesada o para gozarse las horas de ocio que estaban investidas por la consiga de «Fútbol y baño hasta que pierda el año», sí, Hernán Darío lo recuerda bien, faltaba un profesor o daba la espalda todo era saltar por ese gran espacio libre que hacía de ventana, recuérdese que los salones eran antes de nuestra llegada galpones para guardar vacas,, allí en el charco que quedaba por el broche que antecedía a la entrada al colegio se esfuminaban las diferencias, allí correteaban y se bañaban los Morad, los Gemelos Carlos y Ricardo; Gonzalo Cruz, Hernando ávila, El nunca olvidado Hernandito Cruz del Carmelo y su par, el inseparable Luis Fernando Gómez, hasta Germán Gutiérrez García el hijo del tipógrafo, Alcides Leal, el hijo del serenatero Alcides del veinte de Julio y hasta el fallecido Agapito Mahecha consentido de Edgar Ephren Torres nuestro profesor de Biología e incipiente arqueólogo quien desnudó en el territorio armeruno los vestigios de la existencia de la comunidad Panche , ese profesor que nos enseñó a hacer taxidermias y que yo compartí en grupo con Carlos Oviedo Cortés, Jorge Oviedo Palencia, Jorge Parga, José Fernando Luna y los compañeros de Guayabal como Porfirio o los hermanos Buriticá y Abraham Torres el conocido como «papa», muchos de estos compañeros fuimos acogidos por Teresa Montes Hernández como directora de grupo quizá el mismo año en que fue la reina de belleza de las fiestas de la amistad, con algunos de ellos al igual que con Cabrera, y David Laverde del veinte de julio o Luis Alberto Santos y Omar Duque Vergara y Pedro Infante y mi inolvidable amigo César Ramírez Sánchez o el hijo del zorrero Barragán, Luis Barrragán , o Germàn Flòrez Melo, el gordo, hijo del severo profesor Flòrez de la escuela Jorge Eliècer Gaitàn,padecimos las clases de historia con Marquitos Sandoval quien mientras nos enseñaba el crecimiento del imperio Hítita señalando su extensión en grandes mapas se impacientaba al vernos bostezar de cansancio y sueño a la una de la tarde, y se la montaba a Barragán quien somnoliento no atinaba a responder y Marquitos le llenaba la casilla de la libreta con ceros porque según él, Barragán era como la gallina de Nicaragua que «…Puso un huevo, dos, tres, cuatro, cinco….y así…», hasta que se le acabó la respiración y tampoco tenía más casillas para remendar de ceros al incrédulo Barragán.
Cuando yo estaba listo para partir a Cali en 1977, llegó de la escuela normal de Buga, Nery Parra a dictarnos química, el hombre soportó paciente nuestra eterna mamadera de gallo, nuestras huidas al charco y hasta se sintonizó llevándonos en el bus que conducía Jota, a Ambalema para conocer la virtud ingenieril de quien había construido el acueducto de la històrica ciudad en una loma y subir el agua del río Magdalena por una técnica que aprovechaba la gravedad, toda una mañana aprovechamos para conocer el sitio y ´por la tarde unos fueron a jugar basquétbol y yo me regodeaba con la arquitectura del pueblo que me recordaba los días de Anita Lenoit allí, y los franceses que hicieron de Ambalema un pueblo de ensueño. La tarea que nos impuso para pasar el año en la materia, el profesor Parra, fue hacer un trabajo escrito con diagramas y todo lo correspondiente sobre cómo era el acueducto ambalemuno y los procesos químicos usados allí, Nos reunimos Cabrera, Ramírez y otros tres compañeros, Yo hice el texto escrito en la máquina de escribir Remington Rand de mi padre, y en la medida que escribía mis compañeros iban haciendo los gráficos, total, quedó un trabajo perfecto que suscitó el ansia de participación de un grueso número de compañeros que allí fueron aceptados,. Nery Parra olfateó la desidia de muchos y me llamó y me inquirió para que sacara a los que no habían participado del trabajo, ninguno de quienes hicimos el trabajo accedimos a sacar a nadie, actuaron con espíritu de cuerpo, diría alguien, y Nery accedió a calificarnos con un diez pero lo dividió como nota final entre los participantes del trabajo, a mí me quedo la nota del último bimestre en 1.6 porque el vengador me había puesto 0.6, Recuerdo que dejó habilitando a tres cuartos del grueso grupo que conformaba el quinto de bachillerato de ese año, Recuerdo a la profesora Rosa Rodríguez apodada «La India», una morena hermosa de cabellos negros lacios, buscándome y diciéndome: «Juan va a perder Química o le baja el promedio», y yo «Tranquila profesora con esa nota paso la materia con seis raspando», y ella aterrada porque yo no le rogaba al profesor, total fueron muchos los que habilitaron química. Cuando me despedí de los compañeros de toda la vida para ir a Cali a estudiar con los Suizos, mis compañeros juraron que habría venganza, y sí, meses después recibí una carta de César Ramírez quien con detalle me decía, «hermano, la venganza ha sido cumplida, pues una mañana encontramos a Nery en el patio y lo sentamos en el monumento con la placa a Darío Palma, y le hicimos corrillo, y le hablábamos mientras otro grupo hacía una cola de papel extensa y la prendimos, y comenzamos, «huele a quemado, Nery no le huele a quemado? “y Nery ingenuo, hasta que alguien lo alertó y el hombre se vio y ya la cola le llegaba al gancho que se la prendimos, y el pobre echó a correr hasta el edificio de la rectoría… Total hermano que cumplimos la promesa!!»
Así , de este talante fue mi generación de profesores y estudiantes, cosa dura de vivir y convivir, de proezas y alcances que suenan terribles pero que hablan de la fuerza, cohesión y desmesuras de quienes pasamos por el Instituto Armero.
MEMORIA Y BEATITUD.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Hoy màs que nunca Armero vuelve a la palestra, desde el vaticano y explota en todos los medios, hay una memoria activa pero selectiva en la medida que el vaticano decide nombrar beato al padre Ramìrez asesinado el diez de abril de 1948 en Armero. La decisiòn sòlo atiene al ente eclesiàstico que toma el hecho de la muerte a machetazos del sacerdote y por supuesto no se detiene en entornos, lugares y anàlisis del fervoroso clero colombiano tomando partido en una època polìtica de expresos sectarismos donde ni ejèrcito ni policìa se aislaron de formular su posiciòn polìtica y expresarla, como lo hizo cada bando de manera sangrienta. La iglesia sòlo ve el sacrificio del cura Ramìrez, doloroso y excecrable por demàs, tanto como el de miles de asesinados anònimos cuyos huesos se confunden hoy con el polvo de nuestros campos. Claro la muerte a machetazo limpio del cura Ramìrez es execrable, si, y su beatificaciòn por muerte en martirio es vàlida, pero esa decisiòn pone a Armero en la opiniòn pùblica mundial y lo exhibe producto de una sola mirada aislando la violencia del 48 y dejando clara esa cita perenne de pueblo mata curas y ateo cuando Armero siempre fue y estuvo atado a las lides de la iglesia con colegios dirigidos por sacerdotes incluido el Instituto Armero regentado en sus tiempos por curas como Cardona o Millàn.Es verdad que no se jugò fùtbol con la cabeza del padre Ramìrez pero lo que no se dice o se dice sòlo a media voz es que el cuerpo macheteado duro expuesto en el lugar de su asesinato por varios dìas, ¿Por què? Porque los armerunos de la època, gente sensible, contrario sentido a lo que se podrìa pensar debido a la muerte del cura, se encerrò en sus casas llena de miedo, sòlo iban dos dìas de la muerte de Gaitàn, y habìa miedo porque la piedad de un pueblo agrìcola no sustraido a una razòn entre feudal y moderna resentìa el miedo propio de quien pertenece a la cultura Judeo.cristiana de la que quièrase o no, , no podemos sustraernos asì nos proclamemos ateos. La cultura se siembra en uno y se expresa en el mundo de nuestras vidas cotidianas, por muy rebeldes y àridos que seamos producto del imperio de la razòn en nuestras vidas. Armero nos hizo participar de su confesionalidad, absurda a veces, para ser aplicada a niños y adolescentes sin mesura. Armero es hoy, en el mundo, vuelto a mencionar por la beatificaciòn del màrtir cura Ramirez, no se trata aquì de abrir polèmicas apasionadas de bipartidismo trasnochado o de retardatarias polèmicas de dogmas rituales propios de los ritos catòlicos o de credos cristianos que suelen proclamarse dueños de la verdad, se trata de entender que hoy nos sacan a relucir por lo de siempre por un acto vàlido de la iglesia catòlica que sì alienta la vida en el tiempo de la memoria de sus màrtires, y ahora Armero es «famoso» de nuevo, se dice que Ramìrez invoco a Dios antes de expirar y que luego maldijo a Armero, ahora llanamente se dice que quizà la tragedia de 1985 es producto de esa maldiciòn y los medios la cantan como si fuèramos el mundo del medioevo, y de paso se hace tàbula rasa acerca de lo que pasa y sigue pasando como fundamento de las sucesivas tragedias de la regiòn, Ahora parece que Dios Padre todo poderoso es el culpable de lo que la mano del hombre pudiendo controlar no quiso controlar. Ahora Dios padre le hizo caso a la maldiciòn de su representante en la tierra, el cura Ramìrez, y treinta y seis años despuès de su sacrificio castigò al pueblo y a sus habitantes que en su totalidad quizà no tuvieron que ver con el insuceso. La iglesia ha erigido con todo derecho a su sacerdote como beato, es decir , como futuro santo por virtuoso y su devociòn y eleva la Memoria a estado de beatitud, y en ese gesto deja a Armero con su fama deleznable, veo con ojos de pasmo y agobio que Armero no tiene memoria sòlida para en voz de sus sobrevivientes salir a respetar la decisiòn vaticana pero para señalar, a la vez, que Armero fue una vìctima inerme de los odios generados por la polìtica sectàrea de los giobernantes de toda la vida que no dudaron en bañar de sangre este paìs alentando los odios y pasiones primarias que ardìan en el alma de los colombianos, Mi problema y agobio no es por la beatificaciòn del sacerdote Ramìrez, mi agobio es el resultado de nuestra indolencia porque sobrevivimos para ver que Armero ademàs de la tragedìa sòlo se ve y por lo visto se recordarà como pueblo violento, excecrable y mata curas en un paìs premodernamente, apasionado religioso y ritualista, mientras que los aportes desde la cultura armeruna al paìs colombiano yacen sepultados bajo las toneladas de lodo de nuestra sin memoria y banal nostalgia y comodidad para las nuevas violencias que polìticos sin viscèras cada dìa alientan en estos hermosos medios digitales.
RECUERDOS DE ESTUDIANTE DE ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO. .
Después del año de estudio en la Escuela José León Armero, me llevaron a estudiar más cerca a la casa paterna, entonces llegué a la Escuela Jorge Eliécer Gaitán, allá por la carrera veíntiuna con calle once, al lado del parque infantil, esa escuela de gran cancha de basquétbol cuyas graderías de cemento estaban pegadas a las jaulas de los monos que bailaban colgados a sus aros en una gritería permanente que a veces sonaba a mofa contra los estudiantes que allí habitábamos.
Llegar a esa escuela implicó en mi vida un desbordarme en mi serenidad y sacar fuerzas para enfrentar la ruda forma que definía el intercambio estudiantil, ésto para no mencionar la fama tenebrosa que gozaban algunos profesores aumentada en fama por lenguaraces e intimidantes compañeros que hacían gala de conocerlos y haber padecido sus temibles castigos. Total, en medio de mis lecturas sacadas de la pequeña biblioteca de mi casa hube de afrontar dos años de profesores ante los cuales me sentí inerme e indefenso.
Llegar a quinto de primaria me significó conocer al nuevo, a Carlos Augusto Calderón, hombre joven y desenfadado esposo de una mujer flaca y hermosa y una nena preciosa pero casi palúdica como si el infernal calor de Armero la afectara, por ello en las tardes madre e hija se entregaban al sueño del que despertaban sobre las cuatro de la tarde cuando refrescaba la tarde en Armero allá en la esquina de la calle trece con carrera veíntidos, lugar de residencia de Carlos Augusto y su pequeña familia.
Hoy en la distancia veo a este profesor recién salido de su adolescencia hirviéndole las hormonas en el cuerpo como si de niño hubiera saltado a adulto, entonces lo veo tratando de iguales a Marco Tulio Varón, a Pacho Cuca quien años después sería el garitero del café Hawai, y William Rivera, estudiantes infinitamente grandes de catorce, quince y diéciseis y hasta de diècisiete años, más maduros y avezados para un niño como yo que había arribado a los 12 años.Sus conversaciones eran adultas y estos estudiantes se ganaron el beneplácito del maestro lo que les hizo aprobar ese año sin mácula y vivir en una diversión permanente. Calderón iba a clase en zapatos y sin medias y en muchas tardes se juagaba de sudor con sus compinches jugando fútbol, sus veleidades eran ilímites y de tal manera recibió a Alejandro Ramírez, un flacucho mono más tímido que yo que a la usanza llegaba con su familia proveniente de Ibagué, La mamá de Ramírez esposa del odontólogo Ramírez que había establecido su consulta en el primer piso de la edificación de la nueva plaza de mercado, complacía con todas las contribuciones que pedía Calderón a quien se le ocurrió tener un acuario con todas las de la ley proyecto para el cual la mamá de Ramírez fue gran aportante en medio de la pobreza de los padres de la mayoría de estudiantes del quinto curso, Ramirez Alejo se volvió consentido y como muestra el mismo Calderón lo bautizó «Gran Jefe Cabeza de mango Chupado», y a mí el más niño me dio a guardar la plata de las contribuciones para su soñado Acuario, plata que guardé y de la cual sin tener un mínimo de certeza sobre la responsabilidad que conllevaba, sacaba para el liberal del día o la chupeta, total miné como en once pesos de la época el capital confiado a mí, total cuando me dijo orondo que era hora de que yo comprara el acuario me envió con Mina, alias chocochévere a comprar el soñado objeto, el que él había soñado y la plata sólo alcanzo para una suerte de ánfora de vidrio pequeña que me vendieron en el gran almacén que daba a la esquina de la nueva construcción de la plaza de mercado por quince pesos y que tuve que devolver, cuando le entregué el «soñado objeto» su desilusión fue mayúscula vació a Mina por mi estupidez y me dibujó en el tablero el acuario que quería, Mina padecía por mí, jamás delató la falta de los once pesos, y Calderón dibujaba su deseo un rectángulo de vidrio amasado con masilla y cuatro salientes a manera de patas para sostenerlo, luego me dijo que él conocía quien los hacía y de la once con veíntiuna me envió otra vez junto a Mina al lejano barrio del veinte de julio para que buscara al profesor Benítez, el Marciano de la José León, el profesor me pidió veinticinco pesos por todo el trabajo, oh! casualidad la suma recogida para la cual yo sólo tenía catorce pesos, me pidió el adelanto y le dí esa plata, y todos los días me hacía plantar en su casa para mostrarme cómo tomaba forma su creación, y yo con Mina, ¿Cómo hago para el resto de la plata?, total Chocochévere habló con Ramírez y éste orondo le sonsacó a la mamá diez pesos que me redimieron pero me urgieron a la vez, a negociar con el profe «Marciano» quien no puso resistencia y me recibió la plata luego de entregarme la preciosa pieza que le llevé aliviado a Calderón, fueron dos semanas dedicadas a ver como se hacía el acuario, dos semanas de pérdida de clase que a la postre me significaron la pérdida de ese año a lo que Calderón le respondió a mi madre que yo me había descuidado, y mi madre le dijo: «yo sabía que iba a suceder pues desde octubre nunca le pidieron el papel sellado», en ese papel entregaban las notas de quinto como señal del fin de la primaria. Los grandotes ya habían pasado el año desde cuando conocieron a Calderón que al año siguiente fue trasladado a Ibagué como anhelaba su esposa, y yo hube de repetir el quinto en la misma escuela con un profe más querendón aunque severo, aunque de esta experiencia se derivó en mi una sensación de abuso y angustia y una lucha por no ser un irresponsable, y la certeza de que ser un joven de nuevas expectativas tenía obstáculos éticos poderosos que sucumbían a los interéses de los poderosos encarnados en mis compañeros grandulones y zalameros con el profesor, y el mismo profesor Calderón que usurpò mi conciencia de niño ingenuo en favor de sus interéses particulares, en demerito de mi sentido de vida en comunidad y los anhelos de crecer en la vida que era mi más caro anhelo
RECUERDOS DEL INSTITUTO ARMERO EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZCASTRO
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«Pensar es olvidar detalles, es generalizar, es abstraer….» Me encierro en este acápite de Jorge Luis Borges leido alguna vez en su cuento de «Funes o el Memorioso», ese personaje que recordaba todos los aspectos de su vida con la perfección del detalle. Y es que el detalle se me escabulle de la memoria cuando no recuerdo plenamente esa mañana de 1975 en «La Granja», la sede del Instituto Armero cuando en clase de Español se nos instaló el profesor Alirio, un hombre de estatura mediana, blanco y de barba rala y grandes ojos marrones, nosotros veníamos meses antes y un año atrás de recibir clases con un profesor al que llamaban «Guzmán Criollo», un hombre serio que escondía sus ojos tras unas gafas de aumento de lentes verdes oscuros similares a los que usaba Germán Garay, profesor de quìmica y posterior rector del Instituto Armero.
Guzmán Criollo se dedicó a entregarnos el libro «Después empezará la madrugada», del recientemente fallecido escritor Fernando Soto Aparicio, historias de la reciente violencia colombiana y de desplazamiento se narraban en ese libro que Guzmán nos entregaba para que lo leyéramos en voz alta, a diario, en la jornada de los cuarenta y cinco minutos que duraba la clase.Guzmán seleccionaba el capítulo y dividía los párrafos que debían leer los estudiantes que él seleccionaba, uno de los compañeros que tuvo éxito fue José Diomédes Charcas quien a la postre resultó un amigo entrañable tal como lo fue en mi vida César Ramírez Sánchez. Dada la exageración del pensamiento fluido de Gónzalo Cruz se le antojó que Charcas se parecía a la descripción del personaje «Diablo negro» de la novela de Soto Aparicio, y entonces bautizó de tal modo a nuestro compañero, luego cada día nos empeñábamos en que Charcas leyera gran parte del capítulo seleccionado sólo para oír en su voz cuando narraba las peripecias y acciones del malogrado Diablo negro, y cuando mencionaba al personaje, la burla y el gozo contenido hecho susurros invadía la sala de clase, uno de esos salones que muestra a manera de arqueología la muestra fotográfica de hernán darío nova. en memoria de Armero.
Ese tiempo de lectura pasó el año y en 1975 llegó Alirio, entreverando ganas y desgano hasta que un día le pregunté por qué no leíamos El Quijote, y él me hizo el esguince casi sin decir nada, solo balbuciendo, y yo, audaz, !ay de mi!, » pero si es la novela Clásica, no es de caballeros sino la ruptura con este mundo», y el hombre me miró, y yo presagiando que el profesor Alirio había encontrado el esguince en mi para quemar tiempo de clase, total a medio saber hacer recurso y acopio de lo que había leido le expuse que la época clásica era representación, hoy diría, un modo de la episteme, al que se asomaba el mundo del siglo XVII por intermedio de la literatura, un modo del saber que representa un nuevo orden al que se acaece por el a priori y que por eso era monumental la obra de Cervantes.
OH! inmarcesible acción, desde ese momento me nombró su representante y para soliviantar las horas de clase se inventó el «Centro literario», entonces me dejaba recomendaciones para montajes de escenas de teatro, lecturas de textos y declamaciones hasta que un día nos avisó en grupo que el miércoles siguiente o lunes no recuerdo bien, íbamos a compartir con los cuarto de bachillerato del Carlota Armero y casi hay fiesta, ios compañeros evolucionaban con las hormonas exaltadas mientras a mi, Alirio me encargaba la introducción al tema del día internacional de la mujer que la ONU había nombrado para los ocho de marzo desde ese 1975, luego me encargó de declamar un poema y que Alcides Leal cerrara con una canción acompañándose de su guitarra. Lo del día de la mujer lo preparé fácil, bueno es un decir, se me facilitó más, pero lo del poema no sabía cómo hacerlo además llevaba en mi la desazón de las pérdidas en las competencias de declamación pues Moncaleano, el hijo del administrador del estadio municipal, seducía a los profesores con los poemas del Indio Duarte, y yo mascullaba poemas de Leòn de Greiff, de Cernuda, de Walt Withman y demàs poetas hasta que caí en las redes del histrionismo fácil, Llamé a Alcides y lo invité a hacer un montaje del Duelo del mayoral versión del Indio Duarte, de hecho me aseguré el beneplácito de la platea, yo mismo hice la adaptación, monté la escena de la pelea con machetes que sólo ensayamos tres veces en el mayor sigilo, y para hacer más real y dramática la presentación busqué en el puesto de los Castillo en la plaza de mercado el líquido de las moras, entonces les ayudé desde las diez del domingo a los Castillo a trabajar y ellos a las tres me empacaron en dos bolsas el líquido y me dieron zanahorias, remolachas, papa criolla y cebollas. Llevé el jugo de las moras y lo guardé en la nevera, y llegado el día que por cierto fue un martes, ahora lo recuerdo, me cargué los bártulos y en el salón de las niñas del Carlota los guardé sin aspaviento y con la complicidad de mis compañeros que de nada se daban cuenta pues coqueteaban a las compañeras a cual más, luego repasamos la rutina con Alcìdes y le dí una blusa de hombre doble equis y debajo de ella le até la bolsa de jugo de moras, bien templada, para que al menor roce estallara, procedimos a abrir el centro literario con el beneplácito de Alirio y la profesora Ludivia del Carlota, mi exposición sobre el día de la mujer fue sobradora y regañifa, ya ahí las compañeras estaban fastidiadas conmigo, en verdad no era el más célebre, si hubiera ido en plan de conquista mi falta de tacto me hubiera condenado. pasaron los actos y Alirio gozaba, finalmente anuncié que ibamos a representar El Duelo del Mayoral, y así lo hicimos, todo transcurrió sin molestia y con la expectativa que un montaje de colegio conlleva, y Leal le cantaba a la niña que escogimos para representar a la amada, y al final vino el reclamo pero antes le regalamos flores a la amada , y llegó el momento del duelo y exageramos la kinesis y en el combate forzamos el duelo con los machetes tal como lo acordamos y cuando Alcides bajó el machete yo puse la punta del mío en la bolsa y estalló y todo se manchó de sangre o de jugo y el grito y el susto se tomaron el salón, Alirio palideció y Ludivia temblaba, y Alcides en el suelo…
Y al fin, Al fin mi machete lo dejó tendido Junto a su guitarra.
«¡No se asuste señora!…Son cosas pasadas.Todavía en el suelo me dijo ¡Quiérala…Quiérala Que es buena…Quiérala que es santa…
¡Quiérala…Quiérala como yo la he querido,que aun muriendo la llevo en el alma Y tuve celos Y tuve celos señora de aquel que muriendo la amaba,y La sangre cegó, mis pupilas,y le hundí el machete en el pecho con odio y con rabia,buscándole el alma, buscándole el alma porque en el alma se llevaba mi hembra,Y yo no quería señora,Y yo no quería que me la llevaran»………Y la escena termina conmigo arrodillado sobre mi amigo…Y hubo silencio, hasta que nos dimos la mano y nos levantamos, y yo ya padecía ante la mancha de rojo y mientras nos celebraban la audacia yo fui al baño y me lavé y Alirio y Ludivia celebraban nuestras exploraciones pero las muchachas me miraban temerosas, Las hermanas Rivera, Martha y Sol Ángela me miraban recriminadoras, otras y otros me celebraban con contención, Alirio me tendió la mano y yo temblaba recriminándome pues pasada la emoción me preguntaba a qué hora había cedido a tanta truculencia. Jamás volvimos a ser invitados a compartir centros literarios, pasadas tres sesiones Alirio decidió que los demás debían también presidir y yo volví al silencio de mis libros cuidándome de caer en severos artificios de nuevo. De esa época, de esos sucesos del Instituto Armero me queda el aprendizaje de verme en el filo de la censura o de la excesiva alabanza, dos temas propios de nuestro proverbial sentimentalismo premoderno que se expresaban y hacían manifiestos porque a esa edad y en ese curso estábamos para éso y no para la crítica, y quizá nunca aprendimos lo que es una buena crítica. sino la mala pasiòn que se toma los territorios de la razòn….
RECUERDOS DEL INSTITUTO ARMERO, EN RECUERDOS DE ARMERO DE JUAN ÁLVAREZ CASTRO
Vuelvo a hacer uso del facebook de esta suerte de heterónimo que es Víctor para mí, y lo hago para responder sus generosas palabras, para hacer causa común con Hernán Darío Nova y ese recuerdo que es la verdadera memoria, suerte de siembra confesional que sólo podían brindarnos los profesores de la época del San pío, por ejemplo, pegados a los manuales de educación Básica y acostumbrados a la pedagogía vertical y confesional que no nos permitió vivir el verdadero Armero que en su expresión agroindustrial era libertario y poseedor de una razón moderna mientras nuestros cuerpos rodaban por los pasillos del colegio enfundados en el saber premoderno. Ese queridos amigos del facebook era Armero, esas eran sus gentes que peligrosamente nos dieron lo único que tenían poniéndonos al borde del peligroso comportamiento esquizoide, menos mal tuvimos familia y amigos, y nuestro ser libertario nos evitó hundirnos en una perenne doble moral.
Las fotos del Instituto Armero publicadas por Memoria De Armero en cabeza de Hernán Darío Nova han sido un fuerte pellizco a mi vida, un pellizco peor de los que daba Nereida, yo llevo un recuerdo donde he pretendido una forma inmutable del Instituto Armero lo que me ha permitido revitalizarlo en mi memoria pero !Ah, terrible dolor!, qué desmembrado luce el colegio, sólo vestigios para mi ilusión que pretende escribir y describirle a los jóvenes una verdad donde luchábamos por ser menos condescendientes con lo premoderno, trabajo insular y hasta individual en lo que debiera ser un trabajo coléctivo, lo propio de una comunidad como la del Instituto Armero que en medio de voces confesionales tuvo contingencias y polémicas, ¿Cómo no recordar las polémicas de Bermeo a mediados de los setentas? ¿Cómo no recordar al último mejor Bachiller Coltejer, Gerney Ríos Gonzáles?, ese estudiante de apodo sonoro que no nombro ahora porque por ahí lo veo como un empresario que a mis ojos devela esa fuerza del bachiller del Instituto Armero que lidiaba con las altas y las bajas de los afectos familiares y para sobrevivir a las contingencias políticas debió urdir en solitario y optar por maquinar y construir su supremo poder, y lo hizo yendo sin miedo a pagar servicio militar al MAC y desde allí develar la fuerza espiritual que le dio Armero pero en los que mezcló interéses personales e hizo crecer su perenne tribuna, de la misma manera cómo olvidar a Ospina estudiante muy anterior a nuestra generación formado con otro sentido más coléctivo pero acuciado por la soledad de su saber que lo afirmó como líder de fuerzas revolucionarias, el hombre que lograba movilizar tropas de los batallones Rooke y Patriotas cuando la «inteligencia militar» anunciaba que ese Ospina llegaba a visitar a su mamá, una anciana pobre cuya casa era vigilada día y noche, hasta que un día lo atraparon en Bogotá y salió su foto sentado en primera plana en el Espacio y en el Bogotano juzgado en un consejo verbal de Guerra, yo veía de tarde en tarde los titulares y veía la foto del exestudiante del Instituto Armero, la veía en silencio allá por los lados del Rápido Tolíma mientras para un sinnúmero de coterráneos el hecho pasaba inadvertido.
El Instituto Armero devenía en las luchas del magisterio y el movimiento estudiantil sucumbía en los agarrones de la JUCO liderada por el eterno joven Carlos Rivera y los incipientes casi Bachilleres Piña y Céspedes del MOIR, y a la usanza Céspedes dominaba un poco porque era presidente del Consejo estudiantil pero era atropellado por las consejas de Guillermo Torres líder de las JULI, juventudes liberales de corte jaramillista, y yo me escurría viendo sucumbir los paros magisteriales por ahogo, por extensos y por hambre, sí, sucumbía silente porque era el vicepresidente del consejo estudiantil y no soportaba la perorata de las vertientes partidistas, pero gocé mucho encabezando la huelga, con marcha y todo, desde la granja hasta Armero donde se nos atravesó la Policiía en frente del almacén OFEGA para no dejarnos llegar a la alcaldía.El motivo de la marcha y cese de actividades era la mala calidad del agua que provocaba en los compañeros diarreas y enfermedades cutáneas. Recuerdo a estudiantes como Agapito Mahecha trepándose en el tanque de abasto y mostrando como el agua que entraba sucumbía en un mar de lodo, muchos compañeros de estudio de la época siguieron a Mahecha y sacaron el lodo y en frente de Garay y demás profesores pintaron los lavabos que quedaban afuera de los baños que estaban en frente del edificio administrativo y de los laboratorios, con el barro sacado del tanque proveedor, donde se hallaron pájaros muertos y hasta una serpiente , escribieron consignas como «Agua de mierda la que bebemos». «ESTO ES LO QUE BEBE USTED», Luego la urgencia de mamar gallo de algunos y la convicción para sanar el conflicto que otros poseían me urgió, «Viejo Álvarez, vámonos pal pueblo», y sin saber de dónde salieron pancartas, adheridas a palos, cartulinas pegadas a palos con ganchos de grapar, y terminamos en Armero después de larga caminata fuimos retenidos por un piquete de policía antimotines mientras la delegación de Céspedes, Rivera, y Piña iban a negociar con el secretario de educación Local, esperamos bajo la canícula y al cabo de dos horas volvieron los delegados sonrientes, el alcalde, no recuerdo si era de apellido Celemín, acordó mandar a lavar el tanque, y eso hizo pero la calidad del agua no mejoró, pero nosotros nos conformamos con eso sólo volviendo al colegio cuando se comprobó el cumplimiento de lo pactado tres días después. Al disolverse la manifestación y llegar a mi casa, mi padre se reía pues me había visto en la primera fila frenteando a la policía y me decía: «…Y si hubiera habido pelea cómo se hubiera defendido mijo?…», y yo …»Pues con los palos de la pancarta que llevaba en la mano…», y mi padre riéndose…»Mejor es negociar mijo»…Al año vino la gran huelga de maestros de la cual les contaré después, allí cuando la huelga demoraba ya casi dos meses hubo propuestas para tomarse la carretera en la salida a Ibagué, cosa que no hicimos pues la fatiga de los maestros acosados por el no pago y un Fecode muy frágil comenzó a resquebrajar el paro más largo del magisterio después de los sucesos de 1971, además la Juli previno a los padres sobre la pérdida del año, eso afanó a los bachilleres compañeros de Torres que se graduarían en 1976 o 1977, y en primaria un profesor Minaya muy comprometido con el partido Liberal lideraba la huelga pero cuando recibía instrucciones del directorio hacía cundir el pánico y provocaba el naufragio en el movimiento profesoral desde las bases de primaria cuyo cuartel general era la escuela Dominga Cano de Rada.
Veo de nuevo las fotos de Memoria de Armero y no puedo olvidar la cartelera, los laboratorios, la estancia de la biblioteca donde tantas veces declamé poemas de León de Greiff y el sueño de las escalinatas o los poemas de Gustavo Adolfo Bécquer en competencia para seleccionar al representante del colegio en la semana cultural de los colegios públicos de Armero, competencia en la que me ganaba el grandote e histriónico Moncaleano quien seducía a los profesores del jurado recitando los poemas del Indio Duarte..Cosas de gustos y de estéticas propias de cada quien.
Veo las fotos del colegio en ruinas más por el abandono que por la tragedia y no me dejo ganar por la nostalgia, prefiero la memoria viva que habla, que nos sacuda, que no se lamente por un ayer que ya no volverá, una memoria que habla del ser en el tiempo, ese ser que somos, memoria de eventos que deben ser recuento crítico y la muestra del sujeto que construyó la cultura armeruna y en el instituto armero en nosotros….Un aprendizaje de ciencias como la física en voz del loco Rubio del cual aprendimos un modo de entender distinto del tradicional «correcto, culpable y culposo», ese saber distinto que hoy en nuestras palabras recobra legitimidad en tanto que debimos aprender que a través de los experimentos galileanos que nos enseñó, que la investigación como esencia de la ciencia pone al conocer como un proceso de dominio sobre la naturaleza y sobre la historia…Un legado de los hombres y mujeres que hicieron el Instituto Armero, legado que no pusimos a funcionar para evitar el doloroso suceso del trece de noviembre de 1985..
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LA MEMORIA ES INDELEBLE, NO ES LUGAR COMÙN, ES TIEMPO ACTIVO.
LOS TIEMPOS INDELEBLES
JUAN ÁLVAREZ CASTRO
En Armero muchos de los tiempos de mi música fueron solitarios, pocas veces los hice coléctivos, como en la mayor parte de las regiones del país, la música clásica era considerada ùtil para leer en el mejor de los casos, y para dormir en el peor de los casos también, solíamos escucharla en las escasas emisoras del reciente creado sistema de ondas FM para el que Armero era privilegiado por ser llano rodeado de lejanas montañas por entre las cuales se colaba la onda que suele viajar en línea recta y si encuentra un obstáculo se detiene, contrario a las ondas cortas o medias, conocidas como MW (media wave) y SW (onda corta) que se saltan los obstáculos, todas esas ondas llegaban y traían una suerte de posibilidades radiales que colmaban el dial.
En Armero entraba no sólo Radio Armero sino las grandes cadenas, RCN, Todelar, Caracol, y otras independientes como La Voz de la Víctor, y las de los sistemas nombrados conocidas como: Nuevo mundo, Nueva Granada, la voz de Colombia, Mil veinte, Tequendama, Sonorama, la Radiodifusora nacional, Cordillera, Continental, bueno tantas que mi memoria se hace insuficiente para nombrarlas todas.
En esos tiempos de los sesenta y setentas las FM programaban música Clásica, eran la HJCK, la Radio difusora nacional de Colombia y de ellas fui aprendiendo, a solas, lo repito, la forma de lo denominado Clásico y clásico popular, en lo clásico popular era fuerte el modelo de programaciòn presentado por el sitema Radio Santa fé.
En los sistemas lánguidos del FM aprendí Beethoven, Mozart, Bela Bartok, Chopin Mendelsson, Vivaldi, Brahms algo de ópera y mucho de Lieders alemanes de Franz Schubert, desarrollé una pasión solitaria por esta música que fue hallando consonancia en algunas personas de la ciudad, o que hallaba recreadas en la iglesia de San Lorenzo en las misas a las que iba solo para dejarme arrastrar, de nuevo en silencio, por algunas notas del armonio tocado por el profesor Villaquirán, y otras veces por las ocasionales visitas de la Banda Sinfónica del Tolíma que tocaba en algunas retretas o en las tardes cuando solía instalarse en el parque, en frente de la cárcel, antes de que construyeran el muro de las posteriores presentaciones de políticos y cantantes o actores o humoristas de la activdad cultural armeruna, allí en ese lugar con tarima y sin tarima de cemento aplaudí los programas que comenzaban con el Bunde Tolimense y se extendían en versiones sinfónicas de Carlos Uribe Holguin, Blas Emilio Atehortúa, Antonio María Valencia, y valses Húngaros, o Valses de los Strauss, Johann y Richard que no tenían nexos familiares, Con esa carga de elementos musicales repasados en la casa en frente del colegio Americano en el tocadiscos con vinilos que habían llegado en manos de mis hermanos mayores.
Luego partí para Cali, y al arribar allì se me amplió el espectro con música del Caribe, la salsa en forma de charanga, Joe Cuba, Cheo Feliciano más allá del Ratón y la fuerza de Ismael Rivera cantando mi gente linda y los ecos de Charlie y Eddy Palmieri y los ecos más sonoros de Ricardo Ray y Bobby Cruz, Y me encuentro con la fuerza sonora del Teatro Municipal y la Sala Beethoven que me dan , de nuevo, la música Clásica y la posibilidad de vivir en directo lo que de sesgo me daba la añorada Banda Sinfónica del Tolíma. Luego sobre 1982 llegan los pesos, un dinero de sobra para comprar algunos discos y escucharlos en el nuevo Stéreo, llegan bajo la nostalgia de los discos de Armero, a acompañarlos, Pink Floyd, Super Tramp, Cat Stevens, Joe Cocker, algo de The Beatles, The Rolling Stones y mucho de la mùsicda clásica en vinilo, y llega la Orquesta Sinfónica del Valle con sus conciertos semanales, una noche de junio después de quince días de haber tocado el concierto Brandemburgo de Bach, y bajo la pasión de la espera quincenal tras Mozart y Pierre Voulez, la orquesta toca el primer concierto para piano y orquesta de Chaikovski que me hace salir enamorado de este compositor considerado por los radicales puristas como «el baladista» de los clásicos, yo ya estaba enamorado desde Armero de ese concierto y soñaba con regalárselo A Claudia Mercedes o que Armero tuviese un lugar , un auditorio para que una orquesta lo tocase allí, tantas veces soñé con ello, y Claudia jamás lo supo, con ese agobio ampliado por mi nostalgia, una tarde fui a Sears en la avenida estación de Cali y en el almacén Gordon´s compré la pasta de la Deutsche Gramophon, compré ese primer concierto dirigido por Charles Dutoit y como solista Martha Argerich, la enérgica pianista de la que me había enamorado muchos años atrás, amor Platónico que aùn me posee aunque ella esté hoy por los setenta años, atravesé la calle quinta norte y me senté en una banca del parque de Versalles feliz de tenerla a ella en forma de ese disco, recordando mi anhelo de un auditorio con la perfecta acústica para Armero, pensando en Claudia Mercedes, convocándola con mi pensamiento sin saber ni intuir que ella no recordaba quien era yo y que no hacía parte de sus recuerdos, es decir que nada había significado para ella en su vida adolescente de Armero, arribé a mi casa y escuché a Dutoit dirigiendo La Suisse saint Romand y a mi amada Martha Argerich, escuché hasta aprenderme totalmente la composición y anhelaba a Armero cada vez más pegado a mi corazón, esa suerte de estética adquirida entre Armero y Cali, acercamientos de síntesis y antítesis que no me dejaban padecer de inmediatismos teóricos y me embriagaban de una vida totalizante plena de futuro y de aspiraciones que rompian la estructura excluyente de la vida de los hombres.
MEMORIA DE LAS QUINCALLAS DE ARMERO O LA MEMORIA AL ESTILO DE UNA CACHARRERÌA DONDE SE ENCUENTRA DE TODO.
JUAN ÁLVAREZ CASTRO
Sólo recuerdo la cacharrería variedades atendida por una venerable señora, era un sitio permanente, inmutable en el tiempo desde finales de los años sesenta, y pemanecía incólume todavía en 1977.
A lo largo de mi vida en Armero conocí espacios similares a una cacharrería , las había en espacios reducidos dentro de las tiendas como la de Don Joaquín, la atendía su esposa Doña Ana, señora de edad de cabellos blancos recogidos en una moña, ella usaba gafas de aumento y sayales para combatir el frio que corría en Armero en las temporadas de invierno o en las mañanas cuando abrían la ventana desde las cinco de la mañana y por allí atendían a los madrugadores compradores hasta que abrían a plenitud la tienda que tenía tres puertas grandes color azul aguamarina y que quedaba a expensas de los clientes desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche. Doña Ana tenía su vitrina de cacharros pero eran escasos para los pedidos de las señoras que vivían en los hogares que iban desde la escuela veinte de julio hasta arriba en la trece con veintisiete.
Estaban las mini cacharrerías de las tiendas de papá de pachito Lozano, allí había una vitrina en medio de los víveres donde la esposa del señor Lozano expendía a sus vecinas lo inmediato. Cada sector, cada barrio tenía una tienda similar y en un rincón la vitrina con los cacharros de costura básicamente, medias de hombre, y las medias veladas antes de que salieran al mercado las medias pantalón. Otra tienda célebre con una quincalla más grande era la del mercadito de Antonio Bocanegra, ese breve espacio abastecía las primeras necesidades de la gente de el barrio Los Mangos y sectores circunvecinos abajo y arriba de la dieciocho hasta llegar al estadio, igual sucedía con tiendas en los demás barrios como El Santander, el Veinte de Julio, El Carmelo y todos los que componían Armero.
Pero tratándose de comprar lo urgentemente necesario mi madre iba, generalmente acompañada de sus hijas o de uno de sus dos hijos menores, a la cacharrería Variedades, cuando yo iba terminaba alelado gozando de los olores de cremas, vaselinas, hilos, telas, porcelanas, terminaba enceguecido por los destellos de los colores de botones y cremalleras de alta demanda que solícitas y amables expendían las hermanas encargadas del negocio bajo la tutelar y octogenaria mirada de su padre quien las atisbaba sentado estratégicamente en una silla de mimbre y descansos de madera, las vigilaba atento mirándolas detrás de sus gafas verdes de aumento y las miraba mientras las clientes las convocaban con un “señorita”, y ellas acudían prestas a mostrar su pericia, eran señoras de edad que según lograba entender eran “señoritas” porque ninguna se había casado y eran, se supone, virginales.
La cacharrería Variedades era un negocio familiar donde el padre parecía haber sido el fundador y el abastecedor de la mercancía, revivo ahora esos días de calor infernal o de frescura después de la lluvia cuando iba con mi madre o me enviaban a comprar las cosas solitario y cargado de las muestras porque todo debía ser coincidente, llegaba a la calle diez en frente de la plaza, debajo de una fuente de soda y un local arriba de una droguería tres negocios arriba del almacén el Barato de los montes, esa esquina donde se paraba elegante “cumbia” el vendedor de lotería y nos atrapaba para venderle a nuestra ingenua credulidad en lo fortuito cuartos de la lotería del Tolíma o de Boyacá que nos endilgaba para luego “pillar” a nuestros padres en el Café Ancla o en la calle y cobrarles el cuartico que nos había endilgado y ellos le pagaban colaborándole con el sustento a cumbia y de paso dándole dividendos al estado cantinero que con los producidos de las ventas de lotería y licor sacaban recursos para pagar la educación del país que con ello patrocinaba la beodez y el juego de azar.
Yo me detenía en la droguería antes de la cacharrería y atisbaba las lociones Old Spice o Skin Bracer que en ese tiempo costaban mil doscientos pesos la una y quinientos la otra, y babeaba porque era imposible comprarse nada de eso, sólo una vez rompí el hechizo de la imposibilidad y pude, no recuerdo de dónde sacamos la plata con mi hermano menor, y le compramos un potecito de Skin Bracer de Mennen a nuestro padre con motivo de la fiesta del padre, hecho que nos hizo muy felices y que gozábamos cuando en las mañanas veíamos a Don Juan afeitarse con brocha y espuma y pasarse la máquina cargada con cuchillas Gillette las de “Recuerde que en el baño no las puede comprar”, y nuestro padre terminaba la faena aplicándose la loción y dejando esparcido un aroma inolvidable.
De mi ensimismamiento en la droguería, creo que era una de las dos de los Satizábal, subía a la Variedades y llamaba la atención de una de las señoritas y le mostraba varias cremalleras de diez, quince, veinte centímetros de colores negros, crema, azul cielo, azul turquí, luego les mostraba las muestras de hebras de hilo anaranjado, negros, café oscuro, café claro y les pedía tres o cuatro tubinos de hilo seda y un paño de agujas, luego se compraba un rollo de hilo calabrés blanco para las clases de costura de mis hermanas en La sagrada familia. Si hacía falta se compraba una aguja capotera que necesitaba papá más un rollito de cáñamo y otro de nylon, luego sacaba una gama de botones grandes, medianos , pequeños para los puños de la camisa y las señoritas buscaban en las vitrinas y los traían iguales a los que se pedían, luego se les pedía una madeja de hilo de diversos colores que necesitaba mi madre para tejer a mano con aguja croché sus carpetas y sus cubrelechos, y finalmente se les solicitaba tres o cuatro madejas de hilo multicolor para que mis hermanas metiendo una tela blanca, que iba a ser mantel de la mesa de centro de sala, o las mesas auxiliares, en un tambor, dos aros de madera que templaban las telas y cosieran dando forma a pájaros multicolores, y flores previamente dibujados en la tela.
Todas esas cosas se encontraban a cualquier hora en la cacharrería que abastecía las necesidades domésticas de los costureros familiares o la necesidad de conseguir un florero centro de mesa y cosas similares.
Cuando la memoria me agobia, busco las carreras octava y novena entre calles trece y décima de Bogotá donde aún domina el comercio sirio-libanés y aún hoy, en 2017, hallo locales similares a la cacharrería variedades de Armero donde venden botones, cremalleras, lencerías, cintas, encajes, hilos y toda clase de hebillas de carey y de tela, pinzas y ganchos y cepillos y hasta ganchos para el pelo, allí me hundo y rememoro olores y colores que me devuelven a esa cacharrería.
Cuando mi familia se trasladó totalmente a Cali desde Armero, Mi madre detestaba no hallar por lo menos una tienda similar a las de Armero dónde comprar lo necesario para sus costuras, sus amigas recientes de Cali habían perdido la costumbre de la costura pero le enseñaron que había un Boulevard entre las calles quince y trece y las carreras quinta y octava donde , otra vez, los sirios libanéses, expendían como en Armero esa suerte de quincallería para la costura doméstica, y cuando necesitaba hilo de lana, nos íbamos caminando hasta la carrera primera entre calles cuarenta y siete y treinta y ocho donde quedaba Britilana Benrey y a buen costo compraba sus hilos lanosos, después las distancias la agobiaban y ya no quería ir sola a comprar sus cosas y el hábito del costurero se fue desvaneciendo y se acabó el crochét, y el punto , moño, cadeneta, por los ochenta tejió algunas cosas pero el oficio se sumergió en la sombra del pasado, sólo de cuando en cuando entre risas nostálgicas recordábamos a la familia dueña de la cacharrería variedades de Armero cuyo negocio debería estar sucumbiendo a las formas de la moda moderna y a la cultura de la moda de consumo que imponía la moda desecho que no necesita de botones, cremalleras, remiendos , zurcidos o parches, y menos necesitaba ya del almidón de yuca para almidonar los puños y los cuellos de las camisas blancas elegantes y prístinas para lucir con chaleco y pantalón de paño. Camisas que quedaban tiesas y a las cuales se les acomodaba una corbata con pisacorbatas de oro. o de plata y mancornas finas para viajar a Bogotá, a Ibagué o para los uniformes de gala lucidos en la iglesia obligatoriamente o en los desfiles de fiesta patria y que ayudaron a ornar las miles de cosas que facilitaban el trabajo del costurero materno.
Fueron las dueñas de la cacharrería variedades, memoria de lo necesario, en un Armero vital, reflejo de la forma de vida de una forma de cultura que no sucumbe como queda mostrado aquí, en el contexto de una Colombia que se ha acostumbrado a vivir peligrosamente al día prescindiendo de su historia y de su memoria.
.MEMORIA ACTIVA.
LOS DÌAS INICIALES, SERENATAS DIURNAS, TRAS EL RASTRO DEL CARACOL.
JUANÀLVAREZ CASTRO.
En Armero, por allà en 1972 o en 1973, los años pasaban lentos, lentos eran los días y lentas las horas.
En mi caso padecì esa lentitud en el primer quinto de primaria, fue tortuoso ser niño y estudiar en medio de grandulones con sus hormonas a todo vapor, con mañas y vicios de adultos cuando no era su imaginación calenturienta la que los predisponía a la juerga y a correr tras las muchachas, algunas de ellas tan grandes como ellos. Yo saltaba de Juanita o de Betty tan niñas como yo, Betty un poco màs audaz, pero sin un expediente como las compañeras de quinto de primaria pares de mis compañeros de aula.
Pràcticamente fui arrasado, tenía que crecer a la fuerza, no participaba en las conversaciones de los grandes compañeros que contaban con la complicidad del profesor de turno quien se igualaba a ellos jugando fútbol, andando igual que ellos en zapatos sin medias, jugando billar, contando cuentos verdes y comentando lo “buenas que estaban esas viejas de la veinte de julio o de la Dominga Cano”
Mi entorno de juegos no escolares se reducìa a correr eliminación dando la vuelta a la manzana o sentarse en la esquina de algunas de las calles entre la veìntiuna, la venìtidos entre calles trece A y once, jugar fútbol, y los sàbados entre tres de la tarde y seis de la noche lucirme junto a mis amigos buscando la mirada de Luz Mary, la bella, la damita adoptada por la familia del español Florencio Campos, luego ir a bañarme bajo un chorro de agua helada y vestirme para esperar su visita a la casa de mis padres donde se reunían los todos los niños que esperaban ver en la pantalla de veìntitres pulgadas, televisor Motorola a blanco y negro, la imagen de Screen Gems con los rostros de Larry, Moe y Tate, los esperados protagonistas de “Los tres chiflados”, Y la bella Luz Mary se reìa y yo quedaba ansioso de amores cuando me miraba y me abrazaba.
Ese quinto de primaria fue fallido, no logrè emular a mis grandulones compañeros y su amistad con el pròdigo profesor, no gozaba de su querencia y fui uno de los cinco que no recibimos el certificado en papel sellado que testificaba que estábamos aptos para ingresar al Bachillerato. Repetir el quinto de estar en medio de estudiantes de primaria con edades màs cercana a la mìa, fue estudiar con compañeros como Hernando Cañòn, Arias y Guillermo Cubillos, para mencionar algunos pocos, fue estar bajo la tutela de Àngel Humberto Pàez, ser mirado con el respeto debido y verlo mantener la distancia con sus estudiantes sin conciliábulos aunque me escogiò para en el descanso de las nueve de la mañana ir dos cuadras delante de la escuela y llevarle el desayuno que èl compartìa conmigo, no fue una época escueta y blanda, estudiar era tensionante y era el padecer agobiante de las notas que al final del año marcaron un resumen suficiente, ya sin papel sellado pero que al final puestas en una libreta me acreditaron para ir al bachillerato.
El rastro del caracol de la escuela primaria fue borrado por el agite del Instituto Armero , el paso se hizo denso y los pulsos de la primaria se hicieron intensos, muchos de mis compañeros de quinto no llegaron a bachillerato , se fueron a trabajar en los campos y a crecer pasando de niños a adultos, casàndose a los quince años y teniendo tres hijos a los veinte años. En el Instituto Armero, en el primero de Bachillerato de los pequeños, el primero A, aparecieron Àlcides Leal, Luis Barragàn Quezada, Los Morad, Germàn Flòrez, los Oviedo, Parga, Ramìrez , Isaac y Rubèn Oviedo, Jorge y Freddy Rodrìguez, los hijos del conductor del vetusto bus del colegio, y Murcia, pegaso chico proveniente de Pueblo Nuevo, todos tutelados por Teresa Montes Hernàndez, la bella, de tez blanca y ojos intensos, la profesora que en medio del paso lento del tiempo, de ese caracol temporal, tuvo que padecer el agitado escozor de nuestras hormonas pùberes, a todos nos picò el amor por Teresa, y muy duro le pegò a Germàn Flòrez, el Gordo, el elegante siempre bien puesto y de pelo engominado lleno de ensueños que me hizo cómplice de su amor por la maestra que no le daba tiempo sino para lucirse en el estudio mientras nosotros jugábamos Ping Pong, volleyball, basquèt y fútbol tutelados por Gutièrrez conocido como Patalò, tipo alto, atlético, hermoso y colorado, de un ego elevado, implacable con sus estudiantes hasta querer aplastarlos, èl que no ocultaba su amor por Teresa sacò a relucir su poder tenebroso el dìa que al curso nuestro le tocò correr con la izada de bandera y la Montes me hizo declamar frente a màs de cuatrocientos alumnos un poema escogido en mi casa, un poema de Leòn de Greiff que declamè y generò un sonoro aplauso provocador de un largo y fuerte abrazo de mi directora de curso que moviò los celos de patalò quien me agarrò del brazo y jalándome me gritò rojo de la ira, “hablista”, ese mal trato me marcò feo e hizo que adoptara una actitud retadora mientras el enamorado Germàn me reclutò para mostrar su amor a Teresa llevándome a acompañarlo en las tardes y en la vacaciones de semana santa y mitaca a atisbarla en su particular modo de hacerlo que era pararase en el esquina de la tienda de Don Berna o en la esquina de la tienda de Don Vicente y verla salir y escondidos al amparo de los àrboles y las esquinas seguirla en sus caminatas y paseos, seguíamos a Teresa en todas sus travesìas y nunca se dio cuenta, sòlo nos pillò Murcia que audaz y sagaz, màs lleno de vida y conocimiento de vida y su argucia nos amenazò porque según èl , nos la pasábamos detrás de Montes, el gordo Germàn palideció y durante una semana no volvió a llamarme para ir detrás de su amada, una semana exacta había pasado cuando me convocò a la andanza que fue rematada en septiembre cuando Teresa fungió como reina de belleza de las fiestas de la amistad y volcó todos los amores posibles sobre ella, en tanto nosotros crecíamos y nos hacíamos adolescentes.
El colmo del dolor para Germàn fue ver a Alcides Leal guitarra en mano, cantarle a Teresa, mirándola a los ojos, “Amor por tì”, ella sonrojada se reìa y Germàn padecía mientras el caracol del tiempo dejaba su rastro lento y a mi Patalò no dejaba de hacerme sentir su odio y me descalificaba aun cuando yo masajeaba a mis compañeros del equipo de fútbol con masajes que me enseño el masajista del equipo de ciclismo español que se instalò en la casa de Florencio Campos, Patalò me matoneaba haciéndome preguntas de clínica mèdica que yo no contestaba por no saberlas y el me humillaba y me descalificaba diciendo “Ahì tienen su masajista” y mis compañeros poco solidarios se burlaban.
El tiempo se hizo densamente lento y nos pudo el no asimilar el cambio de la primaria al bachillerato, la mayoría no pudimos con ese cambio y perdimos el año, pocos como el gordo Germàn lo pasaron, nuestros padres al unìsono le rogaron a Teresa y ella, no se sabe còmo, nos pasò, hecho que al año siguiente le costò el puesto y una investigación que determinò nuestra baja de segundo a primero en acta leida con nombres hechos públicos en el patio del colegio, y todos fuimos a dar al primero B, y el tiempo se hizo vergonzoso y lento y el rastro del caracol marcò una madurez casi cìnica en medio de la burla y el reproche de la que sobrevivimos entendiendo la seriedad del estudio y la autoformación disciplinada que ni los patalò ni la educación del manual jamàs nos iba a dar, y el quedarse del paso lentísimo del tiempo en nuestras vidas donde se impregnò indeleble el rastro del caracol que no era màs que nuestra forma de vivir la vida en un Armero inagotable,
LA FACTURA DE LO POPULAR EN ARMERO, MEMORIA DE GENTES Y PERSONAJES AL DESGAIRE.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Lo popular es el rasgo definitivo de una sociedad, expresa muchas veces, el ser que somos, devela lo que no nos gusta de nosotros y que solemos ocultar porque supuestamente nos envilece.
Lo popular es la comida, en Armero el caldo de ministro del restaurante de Cuper, el ciego de voz aguardientosa que en la esquina de la once con dieciocho anunciaba el siguiente turno de salida del taxi rumbo a Mariquita y Honda, igual la ropa de bajar con horqueta de gran éxito de venta los domingos en el almacén Venus allà en la carrera quince adelante del puesto de avena camino del antiguo pabellón donde se solìa comprar el pescado y la carne de res desde las cuatro de la mañana.
Popular era ver a los presos a las once, luego a las cinco de la tarde y primero a las siete de la mañana cargando una gran olla cuyas asas atravesaban con un palo y se lo cargaban al hombro, y se veìa humear la olla con sopa rebosante, o colada, los presos venían de una casa ahì en la quince, cerca al Venus donde además les daban una bolsa plàstica llena de pan, yo los veìa caminar con un vaivén contenido y muy niño me preguntaba si no les daría màs hambre con esa dieta tan precaria, sin embargo los presos lucían grandes con chanclas, pantalòn de dril usualmente azul cielo arremangado hasta los tobillos y camiseta de esqueleto con una toalla colgada al hombro para soliviantar el peso de la olla soportado por el palo.
De personajes populares me alimentè en Armero, primero fue Mosna quien , se decía, vivía en Guayabal, era un joven desmuelicado que dejaba ver un colmillo y con voz rasgada y sonriente aparecía con un costal al hombro y sonriente mostraba su cara que asustaba a pesar de la risa y pedìa “mosna”, a mamà la divertía y papà riendo nos decía, “portènse bien o los echa en el costal y se los lleva” y nosotros lo mirábamos entre divertidos y asustados porque a pesar de mi incipiente razón, mis sustos crecían ante lo inexplicado, A Mosna mi madre le daba papas, yuca, plátano, o monedas de cinco, diez o cincuenta centavos, un dìa nos dijeron que ya no volverìa pues había amanecido apuñalado en su rancho donde lo habìan asaltado para robarle su fortuna que dizque era mucha porque guardaba dentro de un colchòn una fortuna compuesta de cientos de billetes de a peso, de cinco , de diez y de veinte. ¿ embuste popular o verdad de un mendigo àvaro como personaje de patología propio de una novela de Dostoievski?
Luego apareció un hombre grueso y pequeño de pelo engominado y vestido con pantalones de paño, camisa abotonada hasta el cuello y saco de paño, caminaba las calles de Armero, le comenzaron a decir Perù y luego la turbamulta de jóvenes àvidos de vindictas le gritaban pecueca, el tipo era inconmovible, solìa salir de una casa en la veìntitres con trece A, y se le fue minando la paciencia hasta que sucumbió a la raspadera de los muchachos y vestido como siempre, madreaba y madreaba y tiraba piedras a diestra y siniestra, èl murió, unos dicen apaciblemente en su casa, y otros que lo habían apuñalado.
Otro personaje, pequeño y menudo que andaba descalzo con sombrero y cojo con motivo de que su pierna derecha era màs flaca y corta, màs corta que la izquierda como si una suerte de poliomielitis le hubiera dejado ese rastro, andaba las calles y como pecueca no se le veìa pedir plata, un dìa los muchachos de todos los barrios y lo comenzaron a torear, y le gritaban “Pollo frito”, y este hombre con sus pantalones de dril recogidos hasta sus tobillos a la usanza de los presos que llevaban el comiso a la cárcel, respondìa con voz gruesa, como de tenor, con madrazos y disparaba piedras como misiles, ya por el lado del estadio, ya por la doce con dieciocho, ya por la iglesia o por el barrio Santander o por la Josè Leòn Armero.
Habìa un hombre menudo, flaco, vestido con pantalòn de dril, camisas de fabricato y zapatos panam, vivía al destajo, a veces cargaba mercado en carretilla y después de Abril de 1970 se desquiciò, repartìa propaganda de la Anapo e iba a las manifestaciones del candidato Nacho Vives Echavarrìa y posaba en las fotos con èl y la candidata al senado por ese partido Doña Consuelo de Montejo, la dueña de teletigre. El hombre sudaba a chorros y la cara era colorada, los muchachos de las escuelas lo jaleaban gritándole Tomate, y el tipo callaba hasta que una mañana estallò, iba hablando solo con su carretilla y alguien le gritò….”Hey , Tomate” y el hombre sacò varias piedras en frente de la cárcel y con punterìa certera encendió al grupo de estudiantes que lo jodìan y los dispersò inmediatamente, desde ese dìa hablaba solo, y se agarraba a madrazos con los pelaos que lo asoleaban con su tomate, tomate, tomateeee……..
Y el último de esta memoria de lo popular armeruno, bueno, de una parte de eso popular, estaba el loco Arana pulcramente vestido, se quitaba los zapatos y hablando solo se metìa a los lotes a subirse a los àrboles de mango, los bajaba y los llevaba a vender, se reìa mucho, a veces andaba descalzo y merodeaba por el club campestre.
Y està Asa caminando la once desde el parque hasta la dieciocho donde el ciego gritaba Honda, Honda, Hondaaa, listo para salir…..Asa tenía un tic en la nuca, era alto, moreno y se dejaba la barba rala, estiraba la mano abierta y decía Asa, Asa, Asa e intimidaba y gente como mi padre le daban monedas de veinte centavos, decía Asa y se le veìa bien vestido con camisas pastel y pantalones grises, medias y zapatos de cuero.
Estos personajes del tono popular objetos de los tira y afloje de los burleteros adolescentes que daban curso a sus hormonas àvidas de emociones puestas en juego en esquivar las piedras amenazantes que reclamaban su adrenalina mientras matoneaban a estos seres de talentos y opciones de vida que quizá se han esfuminado de la memoria que queda viva de Armero.
MEMORIA ACTIVA DE ARMERO. NOCHES DE ESQUINAS ARMERUNAS.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Tardes y noches en las esquinas de Armero revelan los fundamentos de mi fornaciòn en comunidad y de mi individualidad, las esquinas que habitè con mis amigos develaron formación ética, sensibilidad estètica, adquisición de lenguajes y contrastes de vocabulario, además del batir de las hormonas ante la presencia insinuada o manifiesta de la jovencitas acuciadas de curiosidad puberal por esos muchachos ruidosos y vocingleros.
Las esquinas que padecì en mi crecimiento dejando de ser niño y acaeciendo a la pubertad y después acercándome a la mayoría de edad, son disìmiles como variopintas, quizá tengan algo en común, las carreteras destapadas y oscuras por las carencias de un poste de luz elèctrica o por lo mortecino de sus bombillas.
La primera es la esquina de la carrera trece con calle veintiuna, el andèn preferido era el de la casa quinta donde vivieron primero los Rodrìguez, la familia compuesta por Don Pedro, secretario de la Alcaldìa, su esposa Doña Sofìa, y sus hijos Juan, Pedro, Pedroi además del hombre de los servicios, Laureano.
Allì luego vivió el español Florencio Campos con su familia y luego Fernando Cedeño quien llegó con su esposa doña Josefina y sus dos hijos, Don Fernando era gerente de la John Deere, esa oficina donde se exhibìan tractores, arados y demás aditamentos agrícolas, oficina que quedaba en la esquina de la calle dècima con dieciocho en los bajos del edificio de cinco pisos de Pompilio Tafùr el millonario con fama de tacaño de Armero.
En la esquina mencionada hicimos vocingle y gritos, nos sentábamos a veces, Guillermo Devia, Genaro Frasser, alguno de los Reyna, Jorge Mèndez, mi hermano menor, en vacaciones los sobrinos de Doña Tulia Beltràn y corrìamos a dar una larga vuelta a la manzana para hacer gala de vitalidad y correr y correr hasta eliminar a todos los competidores y quedar uno solo como único ganador, esa esquina fue sitio de contienda deportiva y de juegos ya de rezago como el rey pepinito, los pollos de mi cazuela, el lobo està? Pico le salgo, el puente està quebrado y ponchados, pero la esquina de marras se fue tornando en un conversadero inmarcesible donde llegaron Parga y Jorge Oviedo para montar el equipo de fútbol Casla (Club Atlètico San Lorenzo de Armero), allì nos convocaba la urgencia de programar partidos y seleccionar el uniforme de competencia que se reducìa a una camistea blanca, pantaloneta negra y medias blancas con tenis Croydon de cualquier color casi siempre deteriorados, era un equipo con algunos buenos jugadores como el excesivo individualista por la punta derecha piquitiano a quien su padre, que manejaba un camioncito, le comprò guayos de bota y era quien nos transportaba a los muchos campos de fútbol donde se nos convidaba a jugar. En la esquina objeto de esta memoria me negué a volver a jugar porque me daban dolores de cabeza asociados a una sinusitis, y allì Jorge Oviedo me madreaba por flojo y me daba remedios para ese mal. Lentamente la esquina se fue quedando sola, yo me iba para el campo de fútbol en frente de la casa de los Peña y diagonal a la escuela Veinte de Julio, allì jugaba con mi par Fernando Cervera sobretodo los sàbados de tres en adelante cuando mi amigo llegaba de cobrar su sueldo como jornalero en el campo y su familia, recibido el salario, en especial doña Nelly, su mamà, le daba permiso para que jugara conmigo y con mi hermano. La esquina sòlo tuvo un último acto y fue un veintiocho de diciembre cuando Guillermo Devia y Yesid Cabezas, el pulga, se sentaron allì desde las cinco de la tarde hasta las ocho de la noche a mamarle gallo a los transeúntes preguntándoles con un sonsonete extraño si sabían dònde quedaba el hotel “Sabran son son”, una mezcla irónica y cìnica propia del avezado pulga Yesid que confundìa al inocente que no entendía si era un comedero o un prostíbulo, y los ingenuos se quedaban pensando y se iban confundidos, y Guillermo con el Pulga se toteaban de la risa.
Luego nos trasladamos a la esquina en frente de la tienda de Don Joaquìn, la esquina de andèn alto, arriba de la carretera destapada en la calle trece con carrera veinte, primero hice migas con los Espìtia, los de la familia de la casa de ladrillo rojo enseguida de la tienda , casa que no tenìa servicio de energía elèctrica, allì habitaban el anciano padre, su joven señora y sus hijos que madrugaban a trabajar al calor de un tinto cocinado en estufa de leña, yo transigía escuchando conversaciones de los muchachos trabajadores en albañilería y escuchaba al mono alto casi de dos metros, flacote y pecoso pero un hombre dulce e ingenuo, allì escuchè a Vìctor que andaba en un Jeep Willys descapotado de color verde con su fama de marihuanero, allì estaba Henry trabajador que ahorrò para comprarle una cicla monark a mi padre que engallò y lo llevaba rápido al trabajo y hacìa gala de ella con gran orgullo, allì me sentaba con el negro Roberto que había venido a vivir a esa casa proveniente de Timba en la frontera de Jamundì y el departamento del Cauca, Roberto era tìmido y sereno, y hacìa gala de chistes finos y en las noches de penumbra por los racionamientos su dentadura blanca y perfecta brillaba con la luz de la luna, En esa esquina conocì a las hermanas de estos muchachos, la adolescente Janeth y la pequeña de quien nunca supe el nombre a quien llamaban “La niña”, estas dos mujeres gozaban el placer de ir de viaje en tiempo de vacaciones al Espinal porque sus padres las dejaban ir y sus hermanos aportaban para el viaje que era patrocinado por una tìa con medios económicos que consentía a Janeth hasta que se la llevò para su casa del todo.
En el alto andèn una vez Helì Oviedo tratò de llevarme a practicar pesas cuando yo practicaba atletismo y calentaba para correr en una competencia oficial de cinco kilómetros entre el parque de los fundadores y el Instituto Armero en La Granja. En la esquina de alto andèn durante varias noches hablamos de fútbol, de atletismo, de mujeres y cero estudio, allì llegó una noche montado en su Jeep Vìctor ya redimido de su consumo de marihuana, y muy ufano nos reunió en su derredor felicitándonos por no fumar cigarrillos y no meter trago ni marihuana, y con tono sentido nos preguntò: ¿Muchachos, ustedes se hacen la paja?, todos soltamos la risa hasta que alguien inquirió: ¿Por què viejo Vìctor?, y el hombre orondo y serio, porque si se la hacen, con cada pajazo están matando un niño, Vìctor hablaba con la convicción de un catecúmeno de los Testigos de Jehovà, y el auditorio reìa y se burlaba del profeta quien nos conminaba a no burlarnos, yo no entendía si lo reprochábamos por instinto o por conocimiento de la biología reproductora humana.
El cambio de casa de habitación me condujo con mi familia a una casa grande en frente del portòn de entrada a la cancha de basquètbol del colegio Amèricano, en la calle novena con doce, allì debajo de inmensos àrboles de flores rojas intensas pasè horas de racionamiento nocturno sentado con mi par Cèsar Ramìrez Sànchez que llegaba en su cicla monark negra y hablábamos de historia hasta que rematábamos en lo de siempre, los amores por Layla y Claudia Mercedes. Nunca fuimos a pararnos en la cèlebre esquina de la once con quince, la esquina del raspao donde quedaba el almacén Chileno. Con Cèsar nos trasladamos al frente de la cárcel, a la tarima de cemento a pasar el racionamiento y luego nos trasladamos a la esquina de la catorce con once y bajo una palmera eterna hablábamos de política, de los compañeros, soportamos el acoso de los homosexuales y su piropeadera descarada o los gritos de compañeros que pasaban en cicla y a todo grito nos llamaban…”Hey, Comunistas Moir”, por allì pasaba Vieda en su moto honda azul y nos saludaba levantando la mano y diciendo severo, “Hola Camaradas”, allì estábamos, solos, corriéndole al tiempo hasta la hora de la comida y vernos después a las siete de la noche para en la tarima de cemento volver a sentarnos y estar solitarios en medio del racionamiento eterno mientras a las ocho veìamos pasar al matarife Herrera, de paseo en su carro subiendo por la doce a la dieciocho y tomar camino a la once y bajar hasta la trece para repetir el recorrido tres y cuatro veces, y Ramìrez se impacientaba y le gritaba, “Coja oficio, Viejo Güevòn”, un dìa descubrimos el motivo de esta monótona gesta del matarife, El conejo Bernal nos contò que el viejo iba a visitar a su mocita y que cuando no lo recibìa el viejo se ponìa emberracado a dar vueltas en el carro con su arrechera frustrado, y el conejo nos decía que sòlo se iba para la casa cuando sus güevas dejaban de dolerle.
Una noche nos bajamos a la trece con doce y nos sentamos bajo una luz màs que mortecina, en una gran piedra que estaba allì porque la calle estaba siendo pavimentada, nuestro tema fue, al ver el apartamento de colacho Dìaz, el topógrafo, con las luces encendidas, las andanzas del viejo andante amparado en su bastòn con sus amantes Romero Y Càceres y nos preguntábamos si su sobrina, la bella mona de la Sagrada Familia hija De Noèl Dìaz El Abogado, La Noelita como la llamábamos sabría de la cacorrada de su tìo, Ìbamos por esa especulación cuando frenò en frente de nosotros una camioneta de platòn civil color amarila, y salieron cuatro policías encabezados por el sargento Rosero, nos pidieron papeles y nosotros no los llevábamos y el sargento envalentonado nos acusò de marihuaneros y vagos, y nos montò a empellones en el platòn y con nosotros como botìn llegó al cuartel de la catorce o de la quince con octava y en la minuta anotò marihuaneros indocumentados, posibles ladrones y nos aventò a empellones en un calabozo con heridos, acuchillados y gente borracha desconocida para nosotros mientras un tipo con la camisa manchada de sangre nos decià, háganse afuera que esto no es bueno para ustedes, y nosotros nos hacìamos en la puerta de la celda donde nos delataba la luna que bañaba el patio y venìa un secuaz de Rosero y nos metìa a bolillazos en la celda de donde nos volvìa a echar el preso ensangrentado. La pesadilla durò hasta las dos de la mañana cuando cambiò el turno y entrò de guardia el Hermano de Zenòn mi vecino y me reconoció y después de mirar la minuta me llamò y me dijo váyase con su amigo que ese Rosero es un cabròn.
Por semanas humillados esperamos el paso trasnochado de rosero por la esquina del ancla y el almacén de la Bayern donde tomàbamos el bus hasta que una mañana lo vimos venir y Cèsar y yo nos le acercamos y el tipo palideció y Cèsar le dijo aquí están los ladrones sargento, y el tipo pàlido pasò a un lado, yo tuve la impresiòn que le crujieron las tripas y que soltò severos pedos y que se los fue tirando mientras los estudiantes le hacían fila y lo dejaban pasar por en medio de la hilera sin tocarlo pero le gritaban, “cobarde cuando anda solo es una mansa paloma, cobardeee”…… y esas palabras se me grabaron y hacen parte del mundo de las esquinas que habitamos los jóvenes de todos los tiempos en Armero, haciendo construcción social y ética.
.UNA CALLE DE ARMERO, EL VIVO SER ARMERUNO….
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Dos calles fueron vitales en Armero, no sè còmo llegaron a ser después de 1979 pero contrastadas la doce y la once tenìan semejanzas, la once era menos poblada casi no tenía àrboles desde la rápido tolìma hasta la veìntitres, otra era la cosa en la doce que subiendo el mismo tramo era plena de àrboles sobretodo en el sector de las quintas donde se explayaban grandes àrboles, otro decir era la once de la dieciocho hasta la estación del tren y lo mismo acaecía con la doce en el mismo tramo.
Me quedo con la once en ese tramo, ensoñado e inicio el recorrido por esa calle que se me pegò a la memoria y que, en mi criterio, decía mucho del ser de Armero.
Bajo desde la dieciocho y me lleno del aìre, me lleno de àrboles, paso la multitud de negocios, la sastrería de corbata, , la zapaterìa de Leyva, el bundima, la esquina del salòn de los Sotelo, doña Tulia, don Domingo, la joyerìa de Helì Acosta, ir desde estos sitios pasando por la foto Dìaz o sumergirse por la acera de en frente era gozar con los almacenes de ropa y rematar en la quince bajo frondosos àrboles donde se refrescaba el mundo y se suavizaba la vista con las vitrinas, de lo que en aquella época, eran loa almacenes de Santiago Arana y los Murad, o ver en la esquina del almacén chileno las parvadas de jóvenes que iban supliendo las ausencias de quienes terminaban el bachillerato y partìan fuera de Armero para trabajar o estudiar en el destino ansiado, Bogotà.
De la dièciseis a la quince la riqueza de la once no sòlo era el comercio o las fuentes de soda, en ese tiempo, llamadas Sibonney o la Cascada, la riqueza era la arboleda donde una tarde de miércoles marchamos formados con mucho desgano en la última presentación con motivo de una celebración, no recuerdo si fiesta patria o fiesta cívica.
Esa tarde marchamos y la frescura frente al bochorno la prodigaba cada árbol de esa calle donde se reunía gente para ver nuestra marcha y criticaban nuestra indisciplina y falta de uniformidad en el andar pues era sonora nuestra desaliñada forma de golpear el pavimento con el golpe de pierna y el grito desesperado de un profesor de educación física, el pobre gritaba tras un megáfono tratando de alinear el caminar mientras la uniformidad de la ropa era variopinta pues se nos había pedido ir de pantalòn azul oscuro y camisa blanca, si había diez pantalones azules en cada hilera formada por cursos , no había màs, los únicos que iban uniformados eran los de la banda de guerra con camisas blancas de manga corta y , ellos sì, luciendo pantalones azules oscuros, lejos estaban las épocas de esa banda de guerra donde la batuta la portaba un estudiante vestido de pantalòn crema y casaca azul oscura y casco a la usanza de las tropas de Otto Von Bismarck en Alemania, la gala prusiana de marchar acompasado y paso de ganso que traìa ese aìre nostálgico de los seguidores de credos políticos y militares muy del aliento mussoliniano, y hasta del tercer Reich que tenìan en Armero seguidores nostálgicos, recuérdese las emigraciones de 1922 propiciadas por la cancillería de la época que alentaba la llegada de extranjeros para refrescar la sangre del perezoso calentano.
Me veo esa tarde del último desfile que recuerdo, mientras la gente seguía la banda de guerra que por lo menos iba al ritmo del “queremos pan y queso” entonado por el redoblante mayor mientras los de atrás èramos acosados por nuestra disfuncional marcha y la gente balbucìa su burla ante la desfachatez de los marchantes y su poca convicción. Yo evitaba la vergüenza levantando la cabeza y mirando la copa de los àrboles que hacìa leve la jornada que nos dispersò cerca a la estación del tren.
En la quince con once el paisaje era àrido, el verde se limitaba a la riqueza del parque de los fundadores y a esos tres àrboles que pintaban de frescura el almacén Ofega, el local de tres pisos donde funcionaba el consultorio de Ramiro Gonzàles Bonilla, balcón de las cèlebres manifestaciones donde recuerdo hablaron Carlos Lleras Restrepo, Misael Pastrana Borrero, Alfonso Lòpez Michelsen y Nacho Vives Echavarrìa, nunca vi lanzando su oratoria en ese balcón a Alberto Santofimio quien llegaba con sus manifestantes en buses del Ràpido Tolìma, la mayorìa pasados a tapa roja buscando la ternera a la llanera financiada por el directorio liberal que se asaba desde temprano en una parrilla bajo los àrboles detràs del monumento a la bandera.
El paisaje de la once, del Ofega a la Phillips era àrido, desde el café Hawai se veìa el último árbol sombreando la casa de las Menèses mientras en la calle doce desde la dieciocho a la caja agraria todo era àrido sòlo que recibìa el fresco del parque mientras en la once se recuperaba la frescura con los àrboles cubriendo el café Colombia, la recaudación, los almacenes de agroquìmicos y las casas de los Rada, de los Amèzquita y ese gran árbol que sombreaba la casa de dos pisos de los Jalud Murad, Era una delicia pararse y sentarse en el dintel de unos de los ventanales del agroquímico y resarcirse del calor viendo caer las hojas de un gran árbol, uno solito allì mirando la secretaria que se reìa y nadie se molestaba porque uno estaba tapando la visión de lo que allì se exhibìa, cosa que si molestaba a los expendedores de ropa menos a las señoras del Chileno quienes vendìan telas y sus ventanales con muestrarios extendidos se perdían con la marcha de muchachos, la venta de raspaos y la gente que llegaba buscando los taxis de transporte urbano.
La suave once Armeruna era pública, musical, generosa en conversaciones, populosa y abrìa la puerta a ese mundo comercial breve pero intenso que llegaba a la calle diez con su plaza de mercado, los mayorista, las droguerìas, los almacenes de ropa, el Idema, los vidrieros, el LER, en fin, esos lugares suerte de bazares de trevejos, exhibiciones de loza, de ollas, de plàsticos de sinnúmero de cosas necesarias y todas con salida diaria pues eran de alta demanda, sòlo que esos lugares eran huérfanos de àrboles, signo de la aridez crónica de los comercios desde la revolución industrial magistralmente narrada en tiempos dificìles de Charles Dickens. Armero reflejaba esas dualidades de un comercio àspero, àrido y una suavidad de calles como la once, llamando a la tertulia, al disentimiento, a la creatividad y a las hormonas a poblar el mundo de amores àvidos de eternizarse en la existencia,
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.MEMORIA ACTIVA DE ARMERO. TIEMPO DE FIESTAS DE LA AMISTAD, ENTRE LA CULTURA POPULAR Y LOS MOTIVOS COTIDIANOS.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO,
Siempre me preguntè acerca del nacimiento de las fiestas de la amistad en Armero, cuando veìa la llegada de la familia Castañeda, me molestaba profundamente ver a los ricos del pueblo llegar, en desfile, luciendo pintas coloridas con sus sombreros aguadeños, de fibra de arroz o llaneros, montados a caballo reproduciendo una ceremonia feudal mientras el pueblo les hacìa la corte en algarabía y les aplaudìa. Cuando ese evento iba a llegar a su climax entrando por la once con quince a la tarima montada en la catorce con once, en frente del Hawai, yo me retiraba presuroso e iba a parar al monumento a la bandera. Pasada la ceremonia inicial veìa a estas gentes pasar en sus caballos, entonces notaba los rostros sonrojados de los jinetes hombres y mujeres hijos de los hacendados, todos ellos forasteros que venían a gozar de la hacienda de sus padres, las màs serias eran las hijas de Àngel Martìnez quienes muy puestas en zamarras iban al lado de su padre Vaquero formado en Estados Unidos donde hizo su fortuna, èl las custodiaba y las conducía severo hasta la esquina de su quinta allà en la doce con veinte donde dejaba sus caballos que eran recogidos inmediatamente por su capataz quien los devolvía a la seguridad de la finca.
Yo me preguntaba por què las fiestas de la amistad eran en septiembre y no como todas las carnestolendas en el mundo y en Colombia, fiestas propias del acaecer de la primavera antes de la cuaresma católica, nunca lo entendí, quizá porque era el fin de la cosecha de algodón y se celebraba la feliz recolecta de algodón, no sè, pero ahì estaban las fiestas con presentaciones de artistas de la época en toda la carrera catorce entre la once y la doce porque usualmente se ponìa allì la caseta matecaña o la tarima para la verbena popular.
Què representaban estas fiestas en Armero? Tal vez para no ir màs lejos, quizá representaban la cosecha recogida, quizá el bienestar parcial de los colectores, quizá la ratificación de la abundancia de las grandes, medianas fincas y de las parcelas de la región dominada por los herederos europeos traídos para hacer eugenesia, y mejorar la sangre palúdica del calentano perezoso que hubiera dejado morir esa tierra promisoria como lo pregonaba el literato Luis Lòpez de Mesa y quien como canciller de la república hizo posible la inmigración de españoles, alemanes, ingleses, belgas y noruegos al prometedor Armero, gentes que llegaron a refrescar esa sangre perezosa del nativo norteño tolimense que si acaso veìa producir su tierra gracias al blanco paisa emprendedor considerado por los ideólogos eugenistas y discriminadores del estado colombiano, como la mejor raza nativa del país.
Las fiestas de la amistad transcurrìan entre la verbena y las presentaciones populares, la música de la matecaña se dejaba oìr para los que estábamos afuera sin plata y para gozo de los que lograban entrar y se quedaban hasta las cinco o seis de la mañana cuando la alborada anunciaba el inicio de un nuevo dìa de festividades.
Si de memoria se trata, en la cultura colombiana, ¿Què representaba la fiesta de la amistad armeruna?, pregunta que vale la pena ahora que cientos de supervivientes de 1985 junto a sus herederos, celebran con los guayabalunos las fiestas del señor de la salud. Si èstas son en agosto, las de la amistad eran septembrinas, ¿Por què se convocaba a la efervescencia colectiva en este mes? Efervescencia no comunal en su sentido concreto sino de pequeños grupos que expresaban no solidaridad real sino un gesto mecànico de vida social.. Eran grupetos de dos o cinco recorriendo el pueblo en lo deportivo, siguiendo los campeonatos programados para la fiesta, competencias de Basket, fútbol o ciclismo donde se partìan el alma Mario Vanegas el papaya y Tito Ovalle, competencias de atletismo o de fútbol o carreras de Karts que subìan de la doce con quince a la dieciocho hasta la once donde bajaban hasta la catorce para subir de nuevo por la doce y hacer una centena de giros. Era el dominio de la junta organizadora conformada por los políticos y las señoras de los hacendados que imponían su unidad totalitaria en tanto autoridad que expresaba el cùlmen de la victoria de la cosecha abundante metida en los silos de los señores, esa unidad totalitaria que reflejaba su poder en la familia Castañeda entrando en la ciudad a caballo desde la hacienda el puente mientras el populacho acogía la programación entre vapores de cerveza y taparoja en cinco días de suprarrealidad, campo de refugio de estudiantes, empleados y jornaleros. Todos nosotros huyendo, quizá, de miedos, de padecimientos económicos, real paradoja y sinsentido en medio de una fiesta que celebraba la abundancia de las fincas y el éxito de los bancos llenos de la plata de lo cosechado, retadores de la muerte en la bebida y la rumba de la verbena y renovando apetitos sexuales.
Entonces, cada fiesta de la amistad, hasta donde estuve, Era la tarima montada en la catorce con once donde cantaron los tolimenses, Garzòn y Collazos, la banda departamental con su aìre sinfónico, donde aparecieron humoristas como el hoy olvidado Diego Uribe que mataba a carcajadas a una variopinta audiencia, muy popular , tarima donde minutos antes habían coronado a la reina de las fiestas que había desfilado desde las tres de la tarde por las calles de Armero y presidìa la fiesta viendo a las danzas de Armero y ponìa las medallas a los deportistas ganadores de la jornada, y se reìa con el humor de los invitados, y sentada en un taburete de cuero recibìa los homenajes de cantantes, y demás actores que hacían la gala de la noche, luego ella se iba o era llevada al Club Campestre donde se celebraba la fiesta privada de cada noche. A Esa hora comenzaba la matecaña a funcionar y llegaba la gente con su plata a metérsela toda a una noche de juerga en ese lugar donde alguna vez estuvieron Gustavo el loco Quintero, Rodolfo Aycardi recièn llegado de parís de tocar en el cèlebre Olimpia y algunos vallenatos, no recuerdo que haya ido Alfredo Gutièrrez pero a lo sumo debió estar allì, y yo los escuchaba desde afuera con mis bolsillos limpios, sin un centavo y dentro fluìa la rumba con algunos de los hijos de los dueños de las grandes fincas y sus invitados, los estudiantes, los banqueros, los empleados y les cogía el amancer y se daban algunas peleas y otros se iban a pasar el guayabo mientras la alborada reventaba con la banda municipal y los voladores llamando a un nuevo dìa de celebración tiempo donde por momentos, sobretodo en la noche se mezclaban los dueños de las aparcerìas, algún jornalero, pocos capataces que si acaso iban a misa y a tomarse una cerveza en el café predilecto, los dueños de las grandes fincas no se dejaban ver pues para mantener el orden y garantizar la jarana estaban el alcalde y el comité organizador con algunas de sus esposas conformándolo, la fiesta era supraurbana aunque de origen rural, eran los habitantes de Armero en su zona urbana los que hacían la fiesta, los cinco días de fiesta eran el componente que presidìa la juerga y los eventos que la componían, eran el anhelo de lo esperado para romper el hàbito cotidiano, la ruptura de la norma a nombre de la fiesta y la consolidación de un valor aparentemente comunal, hasta que llegó 1977, la última fiesta que vivì allì, la fiesta del escàndalo inaugural pues después de la llegada de la mesiánica familia Castañeda representada por los de siempre vinieron las comparsas y le tocò el turno a la de la Granja, la de los estudiantes de la Universidad del Tolìma quienes se detuvieron en la esquina de la once con quince y de sus costales sacaron piedras y unas molotov que hicieron estallar y se armò una pedrea que tuvo como objetivo los polìcias uniformados que custodiaban ensoñados la fiesta, destacaba disfrazado de mujer Pachanga un estudiante de veterinaria barranquillero, los estudiantes lanzaban arengas contra Lòpez Michelsen y la farsa del cierre de la brecha entre lo urbano y lo rural. Los caballistas salieron apresurados hacia la dieciocho en orden pero molestos mientras la policía cerraba un cerco, los almacenes cerraron puertas y ventanas, Cèsar Ramìrez y yo fuimos y nos enredamos en medio de la gritería y la pedrea y los estallidos de las molotov, Yo le dije a Cèsar, “mirà al del F2” y le señalè a un tipo alto, impávido recostado en la esquina del almacén de ropas de Pedro Murad, el hombre con las manos atrás veìa y se grababa rostros, un estudiante de la Tolìma me inquirió, “Còmo asì compañero, quiere usted decir que hay un tira aquí?”, yo reaccionè rápido y le dije,”No, me pareció que había uno pero no”, nos miramos con Cèsar y nos salimos de la barahúnda que ya finalizaba sin arrestos ni nada, Armero retomaba su orden y se aprestaba para la fiesta, todo había sido una escaramuza leve. Camino de la casa de mis padres Cèsar me reclamò por no haber delatado al tombo del F2, le dije que si hubiera hablado hubieran matado a golpes al tipo. Por la noche los ocho de Colombia tocaron su serenata y nosotros nos fuimos sobre las diez para la casa , al llegar al Banco del Comercio vi dos camiones del Ejèrcito descargando soldados del batallón patriotas del Lìbano, acelerè el paso y me metì a mi casa, Al otro dìa cuando veìa la competencia de Karts con Cèsar, se nos acercò Cabrera del veinte de julio a preguntar còmo nos habíamos salvado de la batida pues el ejército había levantado a los de la Tolìma y a los del Oficial que rumbeaban en cualquier establecimiento y frente a la tarima, los llevaron al distrito de reclutamiento, donde los pusieron en fila y los pateaban, mientras Pecho`e poncha y sus colegas del Das y el F2 incluidos el que no delatè, señalaban a los participantes de la protesta y los molìan a palo y con golpes parecidos a la tortura les cobraban su osadìa, eran tiempos del pre paro cìvico y habìa miedo y el gobierno sacaba a relucir su represión al máximo, Dos semanas despùès de ese evento , 14 de septiembre estallò el màs cruento paro cìvico, Armero estuvo solo, custodiado por el ejército pues en la madrugada, en el banco del comercio habían estallado dos bombas que rompieron las vidrieras del establecimiento y causaron pánico en los vecinos, años después, me enterè por un amigo, que esas bombas las había puesto el PLA, un comando urbano llegado de Lìbano, me lo contò el autor del hecho.
Las fiestas de la Amistad las cerraron los “Nada que ver”, grupo disidente de los Black Stars, como siempre me fui temprano de la tarima ubicada casi en frente de la Caja Agraria, en plena vìa de la carrera catorce, me fui escuchando la flor de la amaporita canción emblema de ese grupo, di la espalda y me fui para no volver a vivir esas fiestas nunca màs mientras pensaba que ese tiempo de fiestas definìa una vez màs ese concepto universal y casi cósmico que en Armero reproducía la forma màs bestial de lo feudal como nacimiento y desarrollo de la muerte y el renacer y permanencia de una cultura dual, la propia del ser armeruno como grupo social, una fiesta nada inocente y si arraigadora de esa cultura dual y casi esquizofrénica.
MEMORIA ACTIVA DE ARMERO. GUSTAR DE LA MÙSICA Y MODOS DE VIDA, UN MODO DE SER ARMERUNO.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO
Voy entrando a la cancha de basquètbol de la escuela Jorge Eliècer Gaitan que hasta en época de vacaciones permanecía abierta y al servicio de todo público, usualmente estaba vacìa a merced del grito de los monos en la jaula del parque infantil que daba detrás de las gradas donde solìamos ver los partidos cuando jugaban campeonatos improvisados los muchachos y se veìan las chicas de los colegios femeninos jugando en los intercolegiados.
Allì, en esa cancha, montamos la escena del juego de badminton que nos llegó completo de Bogotà y al cual nos dedicamos por meses todas las tardes hasta que se agotò el anhelo porque no había gusto de otras persona por el juego y nos aburrìamos mi hermano menor y yo raqueteando la paloma de plástico hasta decidir dejar en el zaguán de la casa olvidados los bártulos del juego de masas en Asia, juego de prìncipes y gente rara en Colombia y màs en Armero donde no había màs que fútbol, algo de natación competitiva, atletismo y ciclismo, incluso había màs toreros que posibles jugadores de badminton.
Todas las tardes después de abandonar las raquetas y la malla junto a las palomas, repetía la costumbre de ir a la cancha y sentarme en la pequeña tribuna de cemento hasta que coincidì con Rubio, alto flaco por lo que la mente medieval de la juventud armeruna dada a la similitud lo apodaba cuatro palitos. Rubio vivía en la once en seguida de la escuela y arriba de la casa de los Flòrez Melo, vivía bajo la tutela de su mamà señora seria e inmutable que nos veìa desde la penumbra de su cuarto a través de la ventana peinando su largo cabello y con gesto indulgente.
Cuatro palitos llevaba su balòn de basquèt y jugaba a encestar desde debajo de la canasta hasta cumplir una rutina que lo llevaba al centro de la bomba, yo trataba de emularlo y èl me dejaba atrás con esa prodigiosa zurda que atinaba todas las cestas en las que se empeñaba.
Todas esas tardes de vacaciones de mitad de año y fin de año se empecinaba en distorsionar una canción de moda , esa de …Y le baila el combo, y le baila el combo…” y contaba un cuento, el del bobo parado en la esquina de un pueblo mamàndole gallo a un policía y parodiaba la canción con “ y le baila el tombo, le baila el tombo, y el bolillo que golpeba con el ..mira, mira vaaaa”.
Cada compañero que pasò por mi vida Armeruna tenía una canciòn de batalla que musitaba y a la cual parodiaba, no estaban lejanas las tardes de la Gaitàn cuando el Chocochèvere Mina elegantemente vestido me narraba su amor por una viuda al ritmo de “Asì empezaron papà y mamà, tirándose piedritas en la quebraaa”, yo mismo que a los siete años veìa al cura Oscar Rebellòn còmo de manera acuciosa grababa a Aguirre de voz aflautada cantando boleros para enviarle la cinta al señor obispo, hube de cantar en el coro de los establecimientos donde estudiè canciones como “El guatecano” o “campanitas de cristal” o “El intermezzo número uno” de Luis Antonio Calvo, vi còmo se matoneaba a “mundo Gutièrrez” cuando en el instituto Armero ,en cuarto de bachillerato,” hablaba de Bill Halley y sus cometas o de Joe cocker y sus perros rabiosos a compañeros amantes del binomio de oro o de Fruko, o del naciente Diòmedes, o se exaltaba a Rodolfo Aycardi junto al Loco Quintero.
Fue el tiempo de las andanzas con Cèsar Ramìrez cuando pasábamos por la calle once, después de ver a Clara Lucìa y Carmen Liliàn cantando en una presentación en el parque a ritmo de popourrit , y miraba la casa de los Jalud Murad fijaba su atención en el balcón de metal y le cantaba a Layla, su amor platónico…”Cuando paso por tu casa compro pan y voy comiendo pa`que no diga tu mama que de hambre me toy muriendo”, y llegábamos a la casa de su mamà , doña Nimia Sànchez y prendìa el equipo de sonido para oìr en Radio súper a Fernando Calle cantando “Te necesito” o a Juan Erasmo Mochi cantando “Què hay en tu mirada”, para rematar con la hora vallenata donde Cèsar se extasiaba cantando “Un vendaval se alza en el cielo, ya viene la muchacha por la que me desespero y hasta pierdo la cabeza…Clara…” del binomio de oro, o “Oye Diosito santo, tù que de matemàticas nada sabìassss” de Octavio Daza, y se remataba con “Siempre en mi mente” de Juan Gabriel y ya no querìamos a Leo Dan o a Leonardo Favio o Sandro que fueron ìconos de las chicas mayores que nosotros y que en ese tiempo adoraban a Julio Iglesias y a Menudo, y un poco menos a Raphael, baladas que junto a la música tropical se oían en la once en Sibonney y en la cascada donde se tocaban tandas de baladas y de tropical para matizar los amacices de las parejas ennoviadas y de los que apenas coqueteaban.
Ya eran lejanas las tardes de niñez cuando en los equipos se oìa “La maestranza” o “la pata pelàa” o “Que me coma el tigre” y la Mùsica Vernàcula Colombiana quedaba relegada a las fiestas populares, a los tablados o a duetos y trìos como el de los “canecos” los hermanos leal que seguían la ruta de su padre que con su trìo cantaba boleros en serenatas mientras Alcides el caneco mayor le cantaba a Teresa Montes, reina de una de las ferias de la amistad, la canción de los àngeles negros “Amor Por tì”.
En el Instituto Armero Quezada le mamaba gallo a Darìo Restrepo en clase de ciencias cantàndole “Josefa què linda tienes tu matica de mafafa” , y Darìo Restrepo le conminaba a traerle esa matica o le clavaba un uno en la materia para el segundo bimestre. Y en cuarto de bachillerato Luis Fernando Gòmez apodado “Tombo” otra vez como manifestación de la feudal similitud, se regodeaba hablando de Jaguares, y de Picapiedra hablando de salsa, la de fruko, y hablaba de la caída de la hoja, y Carlos Oviedo, “El piquiña” le hacìa son y entonaban El “patillero mayor” o “los charcos”, y la cosa degeneraba en “Tolòn, tolòn ahì viene Rosario, la màs puta del barrio”, y todo era risas y jarana, y poco se oìa en los corrillos “·El preso”, y se simulaba la discotequeadera de los fines de semana objeto de las charlas de la semana, pocos hablaban de Escorpiòn donde sonaba algo de Wets side story… o Bonny M o algo de los Beatles, Escorpiòn emulando la Studio 54 de New York, alguna vez escuchè , a propósito New york, New York interpretado por Frank Sinatra, canción que reconocì porque en mi casa estaba el disco del hombre donde solìamos escuchar ”Extraños en la Noche”.
Otra cosa eran los billares y los bares, era el café Colombia y era el Hawai donde se colaba Alfredo Gutièrrez y una que otra ranchera mientras en todas las cantinas y tiendas del pueblo, cantinas como la de la dieciocho con doce o el bar de la esquina de la bomba de chaco, se colaban las notas de “Dònde andarà”, “Linda Mi negra”, “La Martina” o toda la música de Alcibiades Acosta, Olimpo Càrdenas y Daniel Santos o Leo Marini, Rolando la serie y Julio Jaramillo..
Mùsica de la memoria de estudiantes, de los barrios de Armero, de sus calles y de sus congojas y alegrías populares, y memoria activa de adolescente armeruno , ciudad de Armero a la cual le había regalado Don Josè Benito Barros su inigualable “Armereña Señorial”
.MEMORIA ACTIVA DE JUEGOS Y DEPORTES, UNA FORMA DE LA CULTURA ARMERUNA.
JJUAN ÀLVAREZ CASTRO
«Fùtbol y baño hasta que pierda el año», era el grito de batalla en nuestro curso, cuarto y quinto en el Instituto Armero, sòlo bastaba que faltara un profesor a clase y se armaba la jarana y sin permiso del rector o del coordinador de disciplina, y menos del director del curso, en grupo ìbamos a la charca que quedaba por donde giraban los buses camino del colegio, ahì donde se giraba y abandonaba la carretera que metros adelante terminaba en la granja experimental de la Universidad del Tolìma.
Entràbamos por el broche y caminàbamos por un sendero tupido donde solìamos ver a las serpientes colgadas como bejucos de las ramas de los àrboles, y ahì estaba el charco rodeado de verde donde se lanzaba cada compañero en calzoncillos o desnudo, era la lùdica in extenso prolongada durante treinta minutos, a veces cuarenta, tiempo en el que finalizaba el refresco y, quièn lo dijera, disciplinadamente nos hacìa volver a clase igual que en los dìas frescos cuando declinàbamos del charco y el tiempo de ausencia profesoral se utilizaba en jugar basquètbol, voleibol, ping pong, y la conseja se mantenìa cuando sudorosos los màs avezados entraban a clase y Cecilia Franco fastidiada lanzaba la sentencia: «Sigan asì y van a perder el año», y era la consonante respuesta que invalidaba con cìnico humor la velada amenaza de la profesora, un grupito gritaba…»Fùtbol y baño…..».
En el Instituto Armero el deporte era una insignia, habìa compañeros dedicados a todos los deportes, los destacados eran los pesistas que guìados por el inolvidable Helì Oviedo quien logrò poner en diversas selecciones colombia a atletas como Lester Francel, el cèlebre octavo puesto en los olìmpicos de Munich donde el favorito, el pesista cucuteño, Juan Romero fue descalificado porque la noche anterior en una de las cafeterìas de la villa olìmpica que permanecìan abiertas las veinticuatro horas, nervioso, violò la concentraciòn y se engullò un pollo y a la hora del pesaje se pasò unos gramos de peso en su categorìa y fue descalificado.
Armero ademàs de ese sinnùmero de pesistas que produjo, tuvo basquetbolistas cèlebres como Charry y Villa llamados a la selecciòn Colombia, ademàs de otros jugadores como Germàn Lamilla y todos esos èmulos que moldeaban las noches en el cemento de la cancha del americano dirigidos por Daro a la usanza profesor de educaciòn fìsica, y ni se diga de el fùtbol, de nuevo, donde habìa una gama de jugadores participando en el Bangù, en el Racing o el empobrecido Casla con sus animosos jugadores.
Ahì estaban, tambièn, los ciclistas que a mediados produjo el duelo de Tito Ovalle y Mario Vanegas, el «papaya» que en los dìas de fiesta emulaban a Alfonso Rojas «El ponzoña» pequeño señor que era la fiesta cuando llegaba a Armero la vuelta a Colombia y lo subìan a la tarima para premiarlo mientras Pachòn,Cochise, Pedro jota,Javier Suàrez, Carlos Montoya, Carlos campaña dormìan para al otro dìa salir de uno en uno a cumplir la contra reloj entre Armero y Mariquita. Y al Ponzoña lo premiaban en una tarima al lado de la càrcel y los Italianos como Vicenzo sgroy no se cansaban de hablar del paso del pàramo de letras y esos ochenta kilòmetros donde tuvieron que ser auxiliados con oxigeno.
Años despuès llegaban patrocinio Jimènez y Rafael Acevedo Vestidos de amarillo y azul turquì, uniforme del equipo del Ministerio de Obras, ellos bajaban en cicla a la sede del ministerio en la calle diez y allì pasaban la noche mientras una cola de ciclistas encabezados por Luis Murillo yJulio Alberto Rubiano llamaban en el telecom de la calle once y los españoles encabezados por Domingo Fernàndez y fulgencio Sànchez eran masajeados por su masajista en la casa de Florencio Campos allà en la trece con veìntiuna y yo aprendìa a masajear los mùsculos gemelos con la anuencia del mèdico del equipo español.
Despuès de la fiesta ciclistìca llegàbamos al colegio insuflados de deporte y jugàbamos eliminaciòn en la sala de ping pong entre gritos y pocas ganas de volver a clase y Marcos Sandoval se emberracaba esperàndonos con sus mapas del imperio hitita bajo el brazo ansioso de decirnos que el prefijo ita era una deformaciòn y que por ende no era correcto decir Armerita.
Todas las tardes despuès de las tres salìamos a trotar, a veces iba yo solitario emulando a paavo Nurmi y a Emil Zatopek, a Veces iba con Josè Moreno, el Gallina campesina a quien metimos a la fuerza al equipo de atletismo donde destacaron Moncaleano y Saènz quien a nombre del equipo terminò corriendo en Timbio y hasta en la maratòn de Girardot segùn nos contò una tarde mientras veìamos salir al Doctor Isaac de su consultorio en la catorce al lado de la tipografìa de Gutièrrez. En Atletismo corrìamos y entrenàbamos a las òrdenes de Moncaleano en el estadio desde las cinco de la mañana hasta las siete para volver juiciosos en la tarde, a las cuatro, para dar vueltas a la cancha calentando mientras Montoya, Chùcula y Jota pateaban el balòn y luego los hacìamos a un lado pues pasàbamos a utilizar los arcos para hacer sentadillas en una jornada que terminaba sobre las seis e ìbamos a gozar de un duchazo de agua helada a nuestras casas.
Y llegaba el domingo y en primera fila estaban el doctor Isaac y pompilo Blanco y arrancaba la carrera y no faltaba quien se atreviera a marcar el paso y tomar la delantera entonces Pompilio, armeruno, estudiante de ingenierìa forestal en la Unitolìma, se sentìa amenazado y rompìa en mil pedazos el lote y hasta allì llegaban nuestras aspiraciones, no resistìamos el paso y llegàbamos entre los ùltimos a la meta.
Una vez, sòlo una vez hubo una clìnica deportiva encabezada por Walteros el profesor de Educaciòn Fìsica, èl nos citò en el estadio y sobre la cancha extendiò jabalina, bala, disco, y nos hizo pasar por cada elemento hasta que definiò cuàl era nuestro deporte, a mi me enviò a los cinco y diez kilòmetros, recuerdo la pelea entre Hugo y el caneco Leal peleando por ganar en los cien metros, nunca aprendieron la tècnica pues por andar agarrados se salìan del carril, fue una tarde inolvidable que se rematò al dìa siguiente cuadrando las jornadas de fùtbol, basquet y volibol, deportes que terminaron prevaleciendo y que permitieron que los otros trebejos deportivos se oxidaran en un cuarto del edificio administrativo del colegio.
En la siguiente crònica vendràn el badminton, el atletismo pedestre, el beìsbol, el fresbee y el incipiente golf, signos del recreo y el lùdico grito de libertad y la carrera al libertario charco donde cìnicos nos refrescàbamos y los compañeros como los Morad , Gònzalo Cruz y Carlos Oviedo, el piquiña, parados en las raìces salientes de los àrboles que hacìan de trampolìn se lanzaban y gritaban chapoteo y se lanzaban y nos lavaban a los que dudàbamos y vestidos miràbamos el juego de nadar y hundirse en el agua mientras al otro lado se gritaba, «Fùtbol y baño hasta que se pierda el año» emberracados porque era el desquite de las horas en que vestidos de camiseta blanca y pantaloneta negra nos hacìan trotar hasta el sabandija donde siempre ganaba Luis Lamilla, y cuando querìamos bajar a bañarnos, el profesor gritaba, «Media Vuelta AARRRRR» y nos jodìa la jornada de la que nos desquitàbamos en el charco celebre de la sentencia històrica que jamàs se cumpliò.
.MEMORIA ACTIVA DE ARMERO. JUEGOS Y DEPORTES EN LA CIUDAD ALGODONADA.
JUANÀLVAREZ CASTRO.
Me he quedado mirando la serie de correos e intercambios que ha suscitado la crònica cincuenta y siete acerca de los juegos y el deporte en Armero, se volvieron diàlogos entre amigos y compañeros que estàn armeridando, es decir,haciendo camino en el recuerdo armeruno lo que anima a atizar memorias que hoy devienen en el juego y el deporte,amparàndose en el beisbol, el golf, el freesbe y la ida a nadar en el rio.
Cuando avanzaba el año de 1969 yo era atleta, acaecìa a los diez años, y mis dinàmicas de vida atravesadas por el escolar cotidiano en el San Pìo X, se explayaba en deportes practicados y juegos que amalgamaban la vida en comunidad. Era 1969 y el antròpòlogo Eugene Fink ya hablaba del juego y su incidencia en la cultura, en los pueblos, este antropòlogo ya elucidaba que en toda cultura lo sagrado estaba determinado por el juego.
Juegos como el «pico y le salgo», «Los pollos de mi cazuela», «El rey pepinito», «ponchados» y el de la correa escondida y el grito de tibio, tibio, caliente, caliente hasta que se hallaba el cinturòn y quien lo encontraba salìa a pegarle a los demàs, esos juegos junto a las escondidas que azuzaban nuestra libido llevàndonos a escondernos junto a la niña amada en el màs oscuro rincòn donde dàbamos rienda suelta al deseo mientras afuera nadie nos buscaba ya.
Si el juego es sìmbolo de la cultura como sostiene Fink, esos juegos son la percepciòn de un poder activo que nos conecta en el tiempo asì Armero haya sido devorado por el lodo, entonces los juegos y la practica deportiva armeruna no son un vestigio perdièndose en el tiempo, son un paràmetro comùn no sòlo a los sobrevivientes sino a los herederos, hijos, sobrinos y nietos que de seguro lo expresan como un hilo conductor de esa forma de la cultura armeruna en Colombia.
El basquèt, el fùtbol, el voleybol. El atletismo, el ciclismo, los toros, las fiestas de la amistad, todos los juegos como «¿El lobo està? O «El puente està quebrado», «La vuelta a Colombia con bolas de cristal», » el trompo», «La meca», junto al beìsbol, el golf, el Freesbe, son la disciplina, la irresponsabilidad, son el lugar social, son manifestaciones de poder por la fuerza, de la individualidad, del sarcasmo, del amor y hasta de los odios.
Pero Deporte y Juego no eran, al final, màs que formas rituales, altares de expresiòn fìsica e intelectual que definieron a Armero hasta su desapariciòn y se expresan aùn en la gana y necesidad de mantener vivo Armero asì sea en la diàspora. ¿Què conciencia individual supervive de esos juegos compartidos? ¿Què valor social nos define en la vida de supervivientes y buscadores de prolongar ese Armero en el tiempo?, Sì, algo nos queda pues el ritual del juego y el deporte fueron ceremonias, por domèsticas que resultaran, pues reprodujeron anhelos de reproducciòn y transformaciòn social donde habìa discriminaciòn, matoneo y tambièn mucho de disoluciòn de diferencias sociales y econòmicas.
Todo eso se manifestò y queda vivo en mi memoria activa de Armero en el Badminton cuando extendìamos la red a lo ancho de la cancha de la escuela Gaitàn y llegaban curiosos compañeritos que invitados a jugar se autoexcluìan de la invitaciòn a jugar, luego vino el beìsbol cuando en la veìntiuna con trece A, en frente de la casa de las Espinosa, Doña Clema,Genoveva, Lilia y Carmenza, instalàbamos piedras grandes a manera de cuatro bases y con una pelota de tenis y palos de escoba emulàbamos a los jugadores de la selecciòn Colombia, al Ñato Ramìrez, al chita y a gritos de «atràpela, atràpela”, rompìamos la tarde, entonces la televisiòn ya no era importante y èramos guillermo Devia, mi hermano Germàn, Abraham Devia, Fernado Cervera y su hermano Darìo ellos mamados de la faena en el campo pero con reserva de jornaleros poniendo ànimo para derrotar al otro equipo, ellos no compartìan los juegos nocturnos pues comìan papas pequeñas, turmas, saladas con frìjoles a las seis de la tarde y se acostaban en la enramada de tejas para levantarse a las cuatro y a las cinco y treinta para partir a jornalear al campo. A veces estaban los reyna, venìan Marco Fabio Rivera y Jorge Oviedo, y todos a la vez, «Strike, noo mano, nooo, es trampa»,
Luego vinieron mis primos de los «United», y trajeron el disco de freesbe y nos volvieron expertos en el juego, hacìamos piruetas , lo llevàbamos al estadio y nos impacièntabamos cuando los compañeros, incluidos los Morad, Carlos o Ricardo, lo lanzaban y no atinaban a equilibrarlo, ellos se burlaban y le sacaban punta a la falta de pericia jodièndonos la vida.
Para una navidad Juan Evangelista Àlvarez Monsalve, mi padre, nos sorprendiò a mi hermano Germàn y a mi, con un juego de Golf, dos palos en pasta y un juego de pelotas , cinco unidades, salimos y recordando lo que habìamos visto por ahì en televisiòn o libros como el pequeño Larousse, Jugàbamos en frente , otra vez, de la casa de las Espinosa, cavàbamos un hueco entre una mata de pasto a veinte metros de la lìnea inicial y golpeàbamos las bolas tratando de envocar la bola, los amigos nos miraban hasta que alguno se decidìa a emular, fueron jornadas de vacaciones pues en èpocas de estudios no jugàbamos a diario, sòlo los sàbados, dìa en que nos podìa el fùtbol y salìamos los dos Àlvarez, Germàn y Juan,y los dos Cervera, Darìo Y fernando, y en la cancha en frente de la escuela veinte de julio, se nos cruzaba un mono de los Espìtia, llegaban Oviedo, Rivera, Devìa y Genaro Frasser y todo se volvìa emulaciòn, agilidad, fuerza, picardìa, mala intenciòn, hasta bien entrada la noche cuando nos ìbamos comentando la jornada a buscar la ducha y nos reprochàbamos nuestra falta de autoridad, nuestras ligerezas al pactar las reglas del juego, y el juego de la vida donde juego y deporte señalaban una forma del ser armerunos en sentido polìtico, social, econòmico y vital, y nosotros ausentes de lo que en verdad estàbamos construyendo y hoy se expresa en la necesidad de entender esa forma de la cultura armeruna.
.MEMORIA ACTIVA DE ARMERO…UN RECUERDO DE UNA CANCIÒN ENSEÑADA POR EL PROFESOR MANUEL VILLAQUIRÀN EN LOS COLEGIOS DE ARMERO, EL PROFESOR TOCABA EL ARMONIO EN LA IGLESIA DE SAN LORENZO Y TAMBIÈN ENSEÑABA FRANCÈS………
JUAN ÀLVAREZ CASTRO…
El recuerdo de la canciòn «Que serà, serà», lo trajo el amigo entrañable, JORGE ENRIQUE BELTRÀN MELO, y està escrito en su muro de facebook ilustràndolo con una versiòn de la canciòn interpretada por el melìfluo Andrè Rieu, de inmediato vinieron a mi memoria los acordes de la canciòn cantada por mi hermana Clara Lucìa en la Sagrada Familia, su foto ilustra el muro de la pàgina de faxebook de Vìctor, ella la ensayaba continuamente en nuestra casa de la veintiuna con trece A, como signo de Memoria activa les dejo los comentarios que suscitò en mi la publicaciòn de Jorge Enrique…..
.Jorge, nos has devuelto a finales de los años sesenta, a travès de algunas pelìculas y el patrocinio de los jabones» Reuter» y «Para mì», èste ùltimo el jabòn de las reinas, con las pelìculas y estos jabones llegò Dorìs Day quien en 1964 popularizò en Amèrica toda, esta canciòn. Clara Lucìa Àlvarez Castro, la chica de la foto del muro, la cantaba en los años setenta, 1968 a 1972, se la habìa enseñado el profesor Villaquiràn cuando montaba los coros de la Sagrada Familia en esos años. A tì y a quiènes la recuerdan y te escriben les dejo este original.al final de esta crònica.
Aunque, siempre me quedò la duda de si no era italiana, o una tonada tradicional, pero quien la popularizo fue la Dorìs Day, sigo indagando acerca de la procedencia de la canciòn y esto tengo hasta ahora…..»canción de 1956, compuesta por Jay Livingston y Ray Evans. Se hizo famosa al ser interpretada por Doris Day en la película de Alfred Hitchcock, El hombre que sabía demasiado y consiguió el Óscar a la mejor canción original ese mismo año.
La canción, grabada por Columbia Records (número de catálogo 40704), llegó al número dos de ventas en el Billboard Hot 100 y al número cuatro en el UK Singles Chart. Del 1968 al 1973 se utilizó como tema principal para la comedia de situación The Doris Day Show. Las tres estrofas de la canción progresan a través de la vida de la narradora: la infancia, la juventud y el primer amor, y la edad adulta cuando la narradora ya tiene hijos propios. Llegó a las listas de éxitos del Billboard magazine en julio de 1956 y recibió el premio de la Academia por la Mejor Canción Original de 1956. Este supuso el tercer Oscar en esta categoría para Livingston y Evans, que lo habían ganado previamente en 1948 y en 1950. En septiembre de 1965, el tema fue nº1 en la lista de éxitos de Australia en la versión cantada por la cantante Normie Rowe.
La Letra es una mezcla de romanceros españoles, franceses e italianos, y de la gesta anglosajona…»La popularidad de la canción ha llevado a sentir curiosidad por los orígenes de la frase principal y la identidad del idioma. Tanto en su grafía española (usada por Livingston y Evans) como una versión en italiano («che sarà sarà») se han hallado documentadas por primera vez en el siglo XVI como lemas heráldicos ingleses. La forma española aparece en una placa de bronce en la iglesia de St. Nicholas, en Thames Ditton, Surrey, en el año 1559. En su forma italiana, la frase fue adoptada por primera vez como lema familiar o bien por John Russell, primer Conde de Bedford, o por su hijo, Francis Russell, segundo Conde de Bedford. Algunas fuentes afirman que el lema fue adoptado por el padre después de su experiencia en la Batalla de Pavia (1525) y que fue grabado en su tumba (1555). La adopción del lema por parte del segundo Conde se conmemora en un manuscrito datado en 1582. Sus sucesores (Condes y, posteriormente, Duques de Bedford), así como otras familias aristocráticas, continuaron usando el lema. Poco después de su adopción como lema heráldico apareció en una obra de Christopher Marlowe, Doctor Faustus (escrita alrededor de 1590 y publicada por primera vez en 1604), cuyo texto (Acto 1, Escena 1) contiene una frase con la grafía arcaica italiana «Che sera, sera / What will be, shall be». A principios del siglo XVII, el dicho empezó a aparecer en el habla y los pensamientos de personajes ficticios como expresión espontánea de una actitud fatalista, pero siempre en un contexto angloparlante…..»
Finalmente desde el romancero latino, hurgando se halla la raìz anglo de la tonada que rebasa el tiempo….!Claro, poco menos en esta època de «vive el presente» donde el què serà, serà, no cabe por ser expresiòn que indaga por el futuro, el futuro no tiene cabida en esta època de inmediatismos.
.No consta historia de este dicho ni en España, ni Italia, ni Francia y, de hecho, en estos tres idiomas románicos es gramaticalmente incorrecto. Está compuesto de palabras españolas o italianas superimpuestas en sintaxis inglesa. Evidentemente, se trata de una mala traducción palabra por palabra del inglés «What will be will be».
Livingston y Evans tenían conocimientos de español, ya que muy al principio de sus carreras trabajaron juntos como músicos en cruceros que viajaban al Caribe y a América del Sur. El compositor Jay Livingston había visto la película de 1954 «La condesa descalza», dirigida por Joseph L. Mankiewicz, en la cual una familia italiana tiene el lema «Che sarà sarà» grabado en piedra en su mansión ancestral. Inmediatamente se apuntó la frase como posible título para una canción, y el letrista ray Evans después le dio la grafía española porque, según dijo: «hay tanta gente que habla español en el mundo».».(Fuente de indagaciòn, wikipedia y enciclopedia musical Histoire du la musique).
MEMORIA ACTIVA DE ARMERO…….BREVE RECUERDO DE AGAPITO MAHECHA
JUAN ÀLVAREZ CASTRO……
Agapito Mahecha, el interminable, el explorador, el toma pelo, aquèl compañero que acompañaba a Edgar Ephrèn Torres a sus excursiones tras las piràmides de los panches, el mismo que en cuarto de bachillerato en el Instituto Armero se trepò al tanque del agua y develò la cochinada de agua almacenada allì, el mismo que luego tomò el barro de esa misma agua y pintò letreros protestando. Mahecha que parecìa màs maduro que todos sus compañeros juntos, espìritu libre, el hijo del tècnico en telèfonos, el màs reconocido del Telecom de la once y de la nueva edificaciòn esquinera con la plaza de mercado. agapito a quien conocì en los años de primaria en el San Pìo X que nos divertìa cantando la canciòn de «las panelas», Eterno Agapito., el de obras sociales, de defensa civil quien a veces solìa encontrarse con su padre en la esquina de la diez y hablaban mientras el padre desataba los trebejos de reparaciòn de las lìneas de Telecom, el viejo Mahecha siempre anduvo en su cicla cargando sus instrumentos de trabajo en la parrilla de la cicla, hablaba con su hijo Agapito mientras el inquieto muchacho que ya pintaba de adulto algo le ripostaba y todo se diluìa cuando salìa la señora operadora, la mamà de las Escobar quienes estudiaban en el Instituto Armero y de las cuales recuerdo a Pìa Escobar cuando ìbamos a estudiar en la jornada de la tarde a la Granja para reponer el tiempo perdido en tiempos de las huelga del magisterio.
No pude hallar la canciòn completa de la panela que solìa cantar Agapito, sòlo esta versiòn del un profesor del departamento de Risaralda..La dejo como memoria de las cantadas de agapito Mahecha en aquella inolvidables jornadas de las clases de Mùsica en los colegios de Armero cuando lo veìa alternar como adulto con nuestro profesor de Biologìa y su ànimo de explorador y su caràcter osado y conspirativo lo llevarìan a trabajar en el antiguo DAS…Cuando me enterè del trabajo de nuestro compañero por boca de algùn antiguo compañero,me sacudì y pensè mucho en mi lejano compañero, de voces de pueblo, de memorias de cultivos y andanzas de pesca, a quien crei haciendo vida de explorador incansable y a quien aùn me imagino de tal modo……
AHORA, HOY 21 DE AGOSTO DE 2017 DESPUÉS DE LAS TRES DE LA TARDE ECLIPSE TOTAL DE SOL
No fuimos bendecidos por la oscuridad total, la luna ya sale de la órbita del sol. los científicos se relamen de gusto en el hemisferio norte al poder ver la bóveda celeste oscurecida por minutos, muchos de ellos buscan el milagro que le permitió en un eclipse similar al de hoy, formular la teoría de la relatividad a Albert Einstein. En esta bendita tarde soleada no nos bendijeron las órbitas del sol y de la luna con privilegiar nuestros ojos y sentidos en un anochecer prematuro, sigue incólume ese eclipse total de sol del 23 de octubre de 1976, hoy me emocioné esperando el eclipse y viviendo esa ensoñación de ese octubre de pleno sol armeruno cuando me sentí Galileo, Kepler, Copernico y Tycho Brahe a la vez y antes de subir con toda mi familia a el hato donde mi padre escogió el sitio para gozar del fenómeno y los cambios que provocaba a la confusa naturaleza enloquecida ante un anochecer inesperado, Era, en aquellos días un silente y anhelante pichón de astrónomo y me preguntaba còmo Brahe le rebatía a Copernico el que el sol fuera una estrella fija alrededor de la cual giraba la tierra,no era teología, era que Brahe en su castillo en el norte europeo, lejos del mediterráneo, no gozaba del esplendor de los eclipses.y mientras eso pensaba,se oscurecía la tarde y yo me emocionaba pensando que Galileo Galilei, observando algunos eclipses le daba orden al heliocentrismo y aplastaba la cabeza de un geocentrismo enervado.Los eclipses señalan un camino que se definió en el tiempo de Galileo, que querellò a Pedro Simón La Place con la Nueva Cosmología ya perfeccionada en tiempos de Napoleón Bonaparte, los eclipses develan un universo en continua expansión y le dan razón a la astrofísica que no hace más que explicar lo ínfimo que es el ser humano en el universo. Cae la tarde y recojo esa crónica de ese día de Armero Tolíma cuando por minutos y bajo un sol explendente se oscureció la ciudad devolviendo a mucha gente al miedo que provocaba en ella un eclipse en sus mentes primitivas y largamente hijas del fin del medioevo….
.RECUERDO DE ARMERO.
ECLIPSE TOTAL DE SOL
JUAN ÁLVAREZ CASTRO
El 23 de octubre de 1976 no fue un día común, fue el eclipse total de sol que se hizo presente en Armero a eso de las tres de la tarde y oscureció la soleada vespertina sobre las cuatro de la tarde. Ese día escuchamos, en la casa de en frente del colegio americano, todos los pormenores de lo que iba a ser el fenómeno astral y se confirmó que el centro de Colombia iba a ser copado por el fenómeno en su totalidad, por supuesto se nos prohibió ver al cielo con lentes oscuros, con vidrio ahumado, fijando la atención en un platón rebosante de agua y en cualquier otro aditamento escogido para ver como la luna copaba la elipse trazada por el sol y oscurecía el mundo. Muchos de mis amigos, en el curso del día, sacaron a relucir temores medievales que no hicieron mella en mi razón acostumbrada por mi padre a explicar los fenómenos astrales sin verle otra cosa que la razón astronómica sin sucumbir a la astrología de la que supe que era la hija desquiciada de la astronomía. Mi padre, cuando yo miraba al cielo en las noches de apagón de Armero y veía moverse las estrellas me enseñó la diferencia entre los astros naturales y los satélites artificiales, tambíén, en Armero, y quien lo diría, viendo las crónicas del periódico conservador, El Siglo, comprado en la sala de belleza de los Sotelo, allá en la calle once al lado del antiguo Telecom, aprendí los vuelos de los satélites como el telestar que darían paso al proyecto Géminis y luego al proyecto apolo que desembocó en la luna el 20 de julio de 1969, yo leía esas crónicas y cuando comenzaron los vuelos tripulados me ensoñaba apenado con la soledad de los astronautas del apolo siete, con los primeros astronautas en salir de la òrbita terrestre, me emocioné y acongojé con la suerte del Comandante Frank Borman, del Piloto del Módulo de Comando James Lovell, y del Piloto del Módulo Lunar William Anderson, veía las imágenes casi siempre de portada del periódico y pensaba sobretodo en la soledad de Borman, ¿Por qué? no lo sé pero todo eso alimentó mi imaginación de tal modo que ese 23 de octubre aunque no sabía la sorpresa que nos tenía mi padre recuerdo que pasé la mañana excitado esperando ver la noche entera a plena luz del sol en ese Armero de tardes soleadas y espléndidamente claras.A las dos de la tarde cuando el sol ya era tocado en su órbita por el paso de la luna mi padre nos inquirió para que alistáramos sombreros y agua y salimos cerrando con llave las puertas de la gran casa pintada de azul claro, salimos tomando vía como quien iba para el cerro de la cruz, mi padre, mi madre mi hermana, la que aparece en la foto de la portada del face de Víctor, la mona que mira a la cámara, mi otra hermana, mi hermano menor y yo, caminamos y una hora después cuando en el radio de baterías de mi padre escuchamos que la órbita del sol era ya casi copada por la luna nos hizo detener mi padre, era un hato ondulado que anticipaba la colina de la cruz, nos hizo sentar en el verde pasto cuando ya se serenaba la tarde y una brisa fresca corría, nos hizo observar el entorno y percibimos la inquietud de los pájaros, el temblor de los cebú y el apagarse de las hojas de los árboles que rodeaban el hato, y lentamente las sombras de las cuatro de la tarde se tomaron el ámbito y fue oscureciendo, los grillos comenzaron a cantar, los pájaros en parvadas volaron confusos buscando sus nidos y los toros y las vacas corrieron veloces hacia sus corrales y en el cielo brillaron las estrellas de las que de nuevo entendí, siempre estaban allí, y eso duro lo que quisimos, regocijo de la noche a plena luz del día, romance del saber racional y la sensibilidad a flor de piel hasta que la noche se desvaneció y fue amaneciendo tres o cuatro minutos después y los cuadrúpedos atortolados como los pájaros volvieron a su quehacer cotidiano y nosotros sonreíamos y reiniciamos nuestro camino de vuelta y estuve solitario en la casa mirando el cielo a través de las hojas de los árboles del patio sin querer dejarme ver de nadie, sensación que guardé conmigo y que se revitalizó como ahora que escribo, igual que en mis tardes de Univalle cuando Enrique Villegas me dictaba epistemología y yo amaba a Giordano Bruno , a Tycho Brahe a Copérnico y a Kepler mientras reaprendía que fenómenos como el del eclipse total de sol vividos tan bellamente hacían de la tierra un mundo singular, y más singular era Armero que fue colmado por la posibilidad de su ubicación en el mundo de ser elegido por las órbitas celestes para vivir por más de cinco minutos la oscuridad a las cuatro de la tarde cuando el cielo estaba despejado y todo ensueño fue posible.
.MEMORIA ACTIVA DE ARMERO…..
CAMINANDO POR EL PRADO, AUSENCIA DE SALTAMONTES, DE ACORDEÒN Y CASTAÑUELAS.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Caminar por los prados de una ciudad es auscultar la vida oculta, ahondar en la entraña, hallar los nidos de cucarròn horadados em la tierra fresca, asistir a la bùsqueda de las abejas enloquecidas por el aroma de las flores replegadas a rincones donde crecen a pesar del ambiente pesado de humo de carros.
Caminar por los prados de una ciudad como Bogotà es extrañar los pasos por los pastizales de Armero donde cada paso entrañaba ver el brinco de los saltamontes color café o verde que por montones huìan de la posibilidad de ser aplastados. Las variedades de pasto escondìan lombrices, mariquitas, mariposas, orugas, crisàlidas pegadas en telas a breves matas cumpliendo su misiòn metamòrfica para dar paso a variadas y multicolores barboletas.
Camino por los prados aledaños a Uniminuto, por los prados de la Universidad Nacional de Colombia y extraño esa mùltiple vida de los prados armerunos donde atrapaba las orugas que llamàbamos sabios mientras en los acacios chillaban las chicharras madurando su metamorfosis de la cual dejaban rastro en una càscara seca con su forma inicial, esquelètica que dejàbamos pegada a los troncos de los àrboles mientras buscàbamos a las noveles recièn aparecidas que chillaban y chillaban hasta volver a reventar. Las orugas movìan su cabeza en forma de punta mientras dentro de si padecìan su transformaciòn, y los chicos nos empeñàbamos en hacerle preguntas, las màs naturales, ¿Va a llover? ¿mi mamà me va a regañar?…Y el animalito movia su punta terminada en aguja y se nos antojaba que respondìa sì o no segùn nuestra inicial manera de aprehender el mundo pegada a la similitud, entonces tal como nos fatigaba la persecuciòn de las chicharras, dejàbamos las orugas dentro de su madeja de hilos sin saber si habìamos afectado su ciclo natural al sacarlas de su nicho de tela al estilo de la seda. A veces, ya atrapados por los iniciàticos amores que develaban nuestro ser tragicòmico y mostraban al mundo el signo de lo tràgico que nos acompañarìa toda la vida, solìamos deshojar flores que despetalàbamos inmisericordes buscando saber si la chica que nos sacudìa el corazòn nos amaba si o no, y luego motivados por el sì, o esperanzados que el No se esfuminara màs tarde y nos devolviera el amor aunque a veces hacìamos trampa fingiendo que no lo era, contàbamos los pètalos o las hojas y veìamos si eran pares o impares y dependiendo del resultado iniciàbamos el conteo para que al final coincidiera con el anhelado «Me Ama», y asì se nos iban los dìas, cogiendo y soltando saltamontes, los que no se salvaban eran los de los prados a la orilla del rìo que terminaban clavados en los anzuelos e iban a parar a la profunda agua del tambor o del lagunilla o del sabandija donde picaba una sardinata, una mojarrita, sardinita le decìamos, o una grande guabina.
Los saltamontes que se salvaban grfitaban su canciòn del celo por las noches buscando su consorte y chirriaban desde el prado o abusadores se metìan en las grietas de las casas y al lado de las salamandras y las inagotables hormigas, las pituchas rojas, armaban la zaranda que se hacìa intensa entre las ocho y las once de la noche cuando callaban porque de seguro ya dejaban colmada a su amada y exhaustos quedaban a merced de las hambrientas arañas que chupaban su sangre y los dejaban secos en la hilera de trofeos pegados al hilo de la telaraña.
Es la mùsica de la naturaleza y de la voz cantarina de Armero que ahora extraño muchooo caminando los prados que persisten en estar dentro de esta ciudad borbotante y herida por el malestar del humo de los carros, la basura y la voz de un ruido interminable que me hace añorar al provinciano Armero donde antes de la mùsica tropical habìa acordeones andaluces y castañuelas reproductoras del pasodoble y la forma andaluza que se empeñaba en pervivir por encima de los graduados y los melòdiocs y Nelson Henrìquez que terminarìan por tomarse el àmbito de la mùsica armeruna y de lo cual hablarè en mi siguiente intento de Crònica a manera de memoria activa.
MEMORIA ACTIVA DE ARMERO.
MEMORIA DE ALGUNA CANCIÒN ESCOLAR. MEMORIA DE ACORDEON Y CASTAÑUELAS.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Armero se estacionaba quieto en el tiempo, lentamente llegaban mùsicas que no afectaban el cotidiano tradicional de las escuelas y colegios que se debatìan entre algo de Pedro Infante, los pasadobles, y algo de tropical. Antes de que llegara «Que me coma el tigre» o «La Maestranza», ya se cantaban «la pata pelà» o el pasodoble «ni se compra ni se vende», mùsica que abundaba al ritmo de los aìres colombianos, esa mùsica vernàcula que radiaba la emisora Santa fe con el locutor Rubicòn que radiaba los domingos desde las siete su amanecer colombiano donde aùn dejaba sonar y anunciaba con voz nasal la rumba criolla de Emilio Sierra, «Que vivan los novios» o el «papana pun», y luego seguìa con la mùsica de Emilio Murillo, Oriol Rangel y llegaba a los recientes , para esa època, Garzòn y Collazos y los màs jovencitos Silva y Villalba.
En la escuela Jorge Eliècer Gaitàn los hermanos Cañòn, Vicente y Hernando quienes de fin de semana bulteaban o cargaban mercado en la plaza de mercado, interpretaban cada uno a su manera «El piojo y la pulga» mientras otros balbuceaban «La martina» o alguna mùsica del cancionero colombiano como «Negrita» o el «Limonar», ninguno de nosotros tenìa en la reciente memoria de niños a Josè Barros y su canciòn dedicada a las armerunas «Armeruna señorial» y apenas se balbucia la reciente llegada de «La Piragua».
Las fiestas de finales de los años sesenta, recuerda mi memoria de niño, se definìan por los pasadobles y el twist, mientras la mùsica tropical sacudìa a Bovea y sus vallenatos donde no se lucìa, aun , el acordeòn y apenas comenzaba a entrar la raspa de los paisas y no se vislumbraba fruko, aunque se escuchaba a Pacho Galàn y a Lucho Bermùdez. Fue en el San pìo X donde en 1969 me crucè con los hermanos Cote, Humberto y Rudy, dos hermanos poco parecidos fìsicamente, los dos de procedencia costeña regiòn del atlàntico colombiano de donde llegaban los aìres de la «Negra cumbiambera» o el «Horòscopo» que en 1974 ya se posesionaba en la rumba casera. Humberto era mono poblado de vellos igualmente monos en sus brazos, era grueso y se podìa decir que hasta bonito por lo tanto gozaba de la queredura de las niñas sobre todo de aquellas que solìan
ir al club campestre, Rudy de ojos negros cabello castaño y cejas pobladas muy oscuras era un chico mayor que su hermano y con fuerte tendencia a la obesidad, ellos vivìan en un caseròn inmenso de puertas color cafè por la dècima, arriba del almacèn «Barato» y cerca a la droguerìa de los Satizàbal y de la cacharrerìa variedades y en frente de la plaza de mercado, los hermanos Cote vivìan allì junto a una tìa de igual fìsico que su sobrino Rudy, quien era la matrona de la casa y quien me recibìa serena y lenta en su hablar cuando iba recurriendo a Humberto, hablando a veces acesante por el calor aunque la casa resultaba fresca. Humberto solìa llevar al San Pìo X un acordeòn de color rojo y botones con el cual monologaba para fascinaciòn de Nereyda Martìnez de Valencia la profesora de tercero de primaria, monologaba tocando «Huri»ùnica canciòn que se sabìa, no arrastraba otras melodìa, menos el vallenato, ni a este valdepurense le podìa su ancestro y le ganaba el centro andino muy armeruno donde se solìa beber manzanilla en bota apurada al ritmo de bandas que soplaban pasaodobles y en los «tablaos» aparecìan «bailaoras» de tacòn» mientras en carrozas bajaba la cèlebre Edna Margarita Ruth Lucena a presidir la presentaciòn del Jondo al ritmo del tacòn y la castañuela.
Fueron los Cote quienes llevaron las castañuelas al San Pìo X y una mañana las exhibieron, fue Nereyda emocionada quien nos las mostrò e hizo que Humberto las tocara, èl se las puso entre sus dedos ìndice y pulgar y subiò sus brazos doblando sus muñecas por encima de su cabeza y las hizo trinar mientras improvisaba un pasodoble que a algunos les pareciò ridìculo, a otros pocos les admirò, a otros nos dio la certeza de que era el mundo de los cafès del pueblo y su mùsica los que iban a trascender la bucòlica dependencia de los ritmos ibèricos que de delicioso tenìan la majestuosidad Gitana y morisca.
Recavo sobre la presencia en esta breve crònica de los Cote porque hacen clara una secuencia de momentos del ser de Armero donde el vallenato sonaba en las cuerdas de la guitarra de los Bovea, donde la holganza andaluz definìa los desfiles de reinas y su remate en corridas de toros màs matizadas con manzanilla que con aguardiante, aunque guarapo y taparoja se deslizaban en manos y boca de un populacho dominante donde yo solìa escabullirma mientras la èlite se devanaba entre el fuerte pasodoble y los ritmos de la inicial fiesta privada que lentamente devenìa en la jarana bacana de Lucho y Pacho hasta que se filtraban los corraleros, Alfredo Gutièrrez, el incipiente Binomio de oro y el Loco quintero y Rodolfo Aicardi que como se ha dicho antes eran màs para la masa que podìa pagar en la famosa caseta matecaña a finales de los sesenta y a comienzos de la dècada del setenta.
MEMORIA ACTIVA DE ARMERO.
LA GITANA. MÀS QUE UNA PANADERÌA.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
He leido con apetitosa fruicciòn los recuerdos de los Armerunos, hombres y mujeres, sobre el significado de cada panaderìa de la ciudad que de por sì eran bastantes, incontables y multicolores, de cada una de ellas brotaba el aroma del pan fresco y los sabatinos tamales que hacìan la antesala del desayuno dominical con el pan rollo dado que el queso, la mantequilla en hoja, los subidos y envueltos eran exclusividad de la plaza de mercado.
No eran muy famosos los hojaldres incompetentes ante las cañas, las chilenas, los liberales y los roscones que junto al pan aliñado se robaban la atenciòn de los clientes aunque a los niños nos hacìan agua la boca los decorados y los borrachos, unos a cincuenta centavos, suerte de ponquecitos decorados de blanco, amarillo, azul, como los grandes ponquès de cumpleaños o matrimonio, eran trozos de pastel que empalagaban y por exceso de azùcar nos dejaban sentados y desalentados en las esquinas de las tiendas donde los compràbamos y procedìamos a comerlos cuando tenìamos la suerte de poseer la plata que nos permitìa acceder a ellos. Otra cosa eran los borrachos, dulces y tan empalagosos como los decorados pero sin un ornamento, los borrachos eran los pobres de la tienda pues surgìan a la vida de los restos de las latas donde se amasaba y horneaba el aristocràtico pan, esas hojuelas y raspados iban a un amasijo de azùcar y mantequilla mezclados con aguardiente, nuestras mamàs trataban de disuadirnos de la compra de esos manjares pues sospechaban de la calidad de su cocciòn y sobretodo de su elaboraciòn, pero nuestro anhelo de golosina y satisfacciòn del vacìo que provocaba el deseo nos hacìa olvidar los consejos y por veinte y hasta diez centavos adquirìamos el anhelado borracho quizà màs empalagoso que el decorado pero que de igual manera nos dejaba arrasados de malestar azucarado sentados bajo un àrbol ansiando comernos otro y otro. Luego llegaron de las panaderìas que solìan abastecer las tiendas de los barrios, los brazo de reina mucho màs costosos pero que cambiaron mi gusto y el de algunos de mis compañeros de trajìn armeruno, tambièn fueron cèlebres «Los conservadores» que eran similares en forma y relleno de la pacha a los «liberales», alguien los tiñò de azul buscando establecer, quizà, un criterio de igualdad democràtica en un pueblo de corte liberal, esos conservadores abundaron por un tiempo en las vitrinas de barrio y luego desaparecieron no precisamente porque hubiera imperado un criterio partidista que los haya expulsado de las vitrinas, tal vez fue un criterio de sanidad pues parece que el añil o anilina usado para darles su particular color era agresivo y malsano ademàs contrario al rojo de los liberales, llamados asì de nuevo por ese criterio medieval de la semejanza imperante en nuestras ciudades y en nuestra cultura, que no se impregnaba en los dedos mientras que el azul anilina de los conservadores se pegaba y no valìa la chupada de los dedos ni la lavada, ¿Quièn sabe què anilina se usaba para llamar la atenciòn de nuestro goloso ser infantil?
Muchas veces, en nuestra casa, prescindimos de las panaderìas como «la Albania» o «La Estrella» o «la Rico Pan», pues nuestra madre solìa comprar el maìz trillado y cocinarlo para cada mañana citarnos sin distingo de edad o sexo para molerlo en el patio en el molino corona y con la masa que de allì salìa amasaba con mantequilla las generosas arepas que en nùmero de dos llegaban a nuestros platos con huevo y chocolate, o en tiempos de subienda las sumaba a los platos del desayuno cuando servìa, usualmente los domingos, nicuros aderezados con una salsa moldeada en harina de trigo y cocinada en tomate y cebolla, los domingos y festivos se comìa pan traido de Ibaguè y de alguna panaderìa de Armero, pero eran las arepas las que amenizaban el condumio mañanero. De esa època resulta imposible olvidar las jornadas de viaje a las orillas del Lagunilla cuando mi padre nos enviaba a mi hermano menor y a mì a buscar leña, severos troncos, que debìamos recoger de los que arrastraba el tumultuoso rìo y arrojaba a sus orillas, jamàs, nuestro padre, nos permitìa cortar un àrbol y siempre fue explìcito en ello, los dos hermanos nos cargàbamos el tronco y sin pena aparecìamos abajo de la finca de Vìctor Martìnez y de la central de electrolìma acuciados por las miradas extrañadas de la esposa de Don Vìctor y sus hijas quienes se admiraban de ver a los hijos de Don Juan ocupados en tareas no usuales en estas familias. El peso de los palos recogidos, que no siempre satisfacìan a nuestro padre, pues los necesitaba especìficos para recoger la ceniza y lavar con ella y pelar el maìz para hacer la arepa santandereana, se matizaba cuando comìamos el manjar, Boccato di cardenale provinciano, suerte de privilegio anejo a Armero del que gozàbamos varias veces al año. Otras veces Doña Ana Praxedis Castro de Àlvarez, mi madre, acuciada por mi padre, Don Juan Evangelista Àlvarez, compraba harina de trigo y la amasaba echàndole levadura, en un platòn de aluminio, los dos hermanos menores la acompañàbamos en la tarea y junto a ella mezclàbamos los ingredientes que ella amasaba y cubrìa con un lienzo y lo dejaba ausente de cualquier mirada hasta que la levadura hiciera crecer la masa, despuès de esperar el tiempo indicado sacaba trozos de la masa y hacìa figuras alargadas y redondas que ponìa en latas mientras yo prendìa el horno a gas de la estufa Abba comprada a crèdito en J Glottman, nuestra firma respalda su compra, en la calle once abajo de la diècisiete, Yo prendìa la estufa pues mamà le tenìa respeto al gas, luego de varios minutos la casa se inundaba de olor a pan fresco y nos hacìa salivar de ansias que se suplìan con un buen chocolate y queso a las cuatro de la tarde hora de las acostumbradas onces.
Cuando esa actividad casera bajaba su actividad o mi padre no iba a Ibaguè, yo era el llamado para ir a la calle dècima con diècisiete, allà a la esquina donde quedaba la panaderìa la Gitana, lo primero que tenìa que hacer era comprar el formulario del cinco y seis, llenarlo a veces con las instrucciones que me daba mi padre aficionado a sellar esa apuesta que se llevaba a cabo los domingos en seis carreras corridas en el hipòdromo de techo en Bogotà, carreras que solìa escuchar una a una por radio, todas las emisoras tenìan sus locutores en las que destacaban Gònzalo Amor, Enrique Casasbuenas Luque, El Mago Dàvila, Julio Arrastìa Brica y Eduardo Espinosa y Bàrcenas quienes ademàs cada noche a las nueve tenìan programas de comentarios donde exponìan los entrenamientos de los caballos que correrìan los domingos y señalaban los tiempos hechos en pistas de arena y cèsped, aprontes o afrontes se llamaban esas marcas. Yo iba a la Gitana y en medio del bullicio de quienes compraban pan, tomaban tinto o pintado, gaseosas o jugo, y oliendo el aroma del pan recièn sacado de los hornos a gas o elèctricos y sudando por lo alto de la temperatura que producìan esos hornos sellaba el cinco y seis poniendo cuatro caballos en la sexta carrera o sellando como ganador a Taicùn , el caballo màs veloz que corrìa en la tercera llamada el Gran Derby colombiano, las màs de las veces cuando papà me dejaba sellar el formulario a mi antojo, evadiendo la ley de las probabilidades yo lo sellaba poniendo nombres de caballos jineteados por Ramòn Cornejo o Helman Romàn , jinetes de mi gusto, ganadores pero que no se las ganaban todas, otras veces iba a la dècima con dièciocho a la casa de dos pisos y azotea donde viviàn los Marìn y era la hermosa hermana con su explèndida letra quien llenaba las casillas que yo la dejaba escoger mientras sus hermanos la animaban porque, segùn ellos, si mi padre se ganaba el cinco y seis debìamos compartir el premio por mitades porque yo la dejaba seleccionar los presuntos ganadores del dìa siguiente, por supuesto lo ùnico que ganaba era la belleza del formulario que quedaba lindo con la letra y los nùmeros de la bella Martha Marìn . Luego que ella llenaba el dichoso papel, yo lo llevaba a la Gitana y lo entregaba en la casilla donde lo sellaban y pagaba cinco pesos, luego iba a los mostradores y compraba cinco pesos de pan donde me empacaban en una bolsa de papel pan rollo, calaos y varias chicharronas de las que yo creìa eran las mejor preparadas de las panaderìas de Armero, entonces subìa solitario por la dècima a la dièciocho buscando la doce para subir a la veìntiuna y llegar a mi casa pero en el trayecto, caminando lento, lento, sustraìa una chicharrona de la Gitana y me la comìa dejando para lo ùltimo los chicharrones del centro que me engullìa goloso en la ùltima esquina antes de la casa de mis padres, luego me limpiaba los bigotes y la boca y entregaba los paquetes, mi madre siempre echaba a extrañar la chicharrona y se quejaba que en la Gitana cada vez daban menos pan y que eso salìa caro, mi padre veìa el formulario y me miraba y decìa..»Esta letra no es suya», yo lo miraba y levantaba los hombros y me iba para evitar màs preguntas mientras soñaba con el sàbado siguiente yendo a comprar chicharronas y a sellar el cinco y seis o el totogol en la panaderìa la Gitana de Armero de donde siguen brotando olores, sabores y un particular aroma de los sàbados armerunos.
MEMORIA ACTIVA DE ARMERO
¿IDENTIDAD ARQUITECTÒNICA? LA FORMA VARIADA.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Diego Roa le escribiò a Hernàn Darìo Nova a finales de agosto de 2017 manifestàndole su interès por la identidad arquitectònica de Armero. Este pedido me generò un ansia inapelable a la mera curiosidad, ya en 2016 habìa publicado en estas memorias una crònica de las casas estilo california que iban de la calle doce con veintìseis a la misma doce con diecinueve, lugar fresco, amparado por verdes acacios, uno que otro mangal y mucho bambù donde se revelaba una suerte de expresiòn cultural, contraste de vida econòmica y nostalgia norteamèricana.
Responder al pedido del futuro arquitecto Diego Roa implica hablar de la sociedad armeruna, de su concepto de identidad cultural, de su escala social, de su origen para luego abordar esos posibles ìconos de la arquitectura armeruna y lo que sus fachadas señalan, aùn hoy dìa, como el ser de la ciudad que aùn habla.A comienzos de los años ochenta del siglo veinte y aùn hoy, despuès de la tragedia quedan vestigios de varios tiempos de la historia arquitectònica de la ciudad, la memoria recuerda el ser arquitectònico de la fundaciòn, de la època republicana, de la colonizaciòn europea, del gusto california y de la arquitectura cotidiana, esa que ponìan en marcha con bloques y ladrillos de arcilla ese cùmulo de albañiles que superaban por su hacer cotidiano la forma y estilo del saber del arquitecto, èsto obliga a pensar en una especie de identidad que nos conduce , de manera subjetiva, por su puesto, a definir, algunos momentos de esa iconografìa de muros, pintura y ladrillo que definen los tiempos de la vida Armeruna.
Hablar de identidad arquitectònica, y la palabra se repite ya demasìado en dos parrafadas, implica develar tiempos, vestigios, lenguajes expresados en la forma del muro y el color, quizà no hallemos a Le corbussier o a Gaudì, o a Rogelio Salmona en la memoria de Armero, quizà tampoco hallemos la forma de Leopoldo Rother, pero si podemos recordar el blanco de la arquitectura agroindustrial de las casas y oficinas de las haciendas el puente, dormilòn, el triunfo, o de las administradoras de arroz y algodòn que destellaban entre pacas de lona y el colorido de las matas de algodòn listo para ser recogido.
El aìre de arquitectos del siglo XIX y de los anteriormente nombrados se develaba en Armero a travès de algunas formas, reveladas en el poder de materiales austeros como la teja de zinc, màs fina era la teja eternit y màs señorial era la teja de barro todas ellas coronando estructuras àgiles, señalando rapidez constructiva, casi industrial por efectos de la agro industrializaciòn de la ciudad desde los años treinta.
Bloques de cemento y lata, zinc de nuevo, y aluminio donde se destacaban las formas de Cogra Lever, las descascaradoras de manì y arroz y las desmotadoras.
Cogra Lever, arriba camino del acueducto con estructuras metàlicas que recordaban a mi memoria de niño las formas narradas por Charles Dickens en «Tiempos difìciles», o el recuerdo de las gigantescas industrias sovièticas vistas en la revista «Enfoque», fotos sepia a blanco y negro que acidulaban mis tardes de trote al «Cross country», cuando atravesaba esos campos y mis pies y piernas se hundìan en las montañas de ceniza producto de la càscara de arroz quemada, o en la misma càscara aceitosa de la semilla algodonada y me hundìa hasta las rodillas mientras la mole de cemento y metal solitaria me empequeñecìa y de susto obligaba a mis piernas a esfuerzos supremos para huir de allì.
Ahì està el primer lenguaje de las moles reconocidas en Armero, signo de una ideologìa de estado que ya en 1922 proclamaba para regiones como Armero la mezcla eugenèsica de sangres frescas europeas, y apoyo a la llegada del blanco paisa para fortalecer la mezcla de sangres y alejar la pereza palùdica del calentano que no iba a llevar a cabo el progreso agroindmoustrial, razòn proclamada por ideòlogos eugenèsicos como Luis Lòpez de Mesa. Ya vemos còmo detràs de lo que surgirìa como forma arquitectònica , se expresaba una forma de cualificaciòn racial, alternativa de lenguaje para implementaciones ideològicas y anhelo de fomentar un ansia de un nuevo orden muy cercano a lo malthussiano y a la regencia Nazi, y al blanco raizal del sur norteamericano.
La arquitectura de Armero se expresa, entonces, desde lo simple a lo transcultural, es decir, desde lo raizal calentano a lo propio del lenguaje importado, no es el intercambio de las mezclas que han dado paso al mestizaje, sino que son expresiones individualizadas que definìan clases y modos de ser y pensar, desde el bahareque, las enramadas, a lo señorial expresado en casas empotradas en cimas como la casa de Henry Vaughn enquistada, con su señorìo europeo decimonònico y de principios de la modernidad del siglo XX, en la loma de Pindal dominando la extensa zona de cultivos, hasta inagrario, Cayta y luego la construcciòn estilo california del hotel «Pindalito Sur».
Veo las fotos tradicionales de Armero, las que nos revelan el ser de la ciudad y todas develan inclinaciòn de planos, uniformidades de asentamientos, irregularidad angular
Y una plàstica de lenguajes expresados en techos altos para soliviantar el calor, riqueza de luz flexible ante el clima bochornoso y , a veces, un irrespeto por los àrboles, muchos talados como sucedìò en la calle doce desde la dieciocho hasta la trece, extensa arìdez que se apaciguaba en la escuela Dominga Cano de Rada donde volvìa a gozarse de la fresca arboleda.
Recuerdo que edificios como la nueva alcaldìa, la caja agraria, el banco del comercio y Telecom produjeron un salto en la arquitectura de la ciudad, moles de cemento rematados en azoteas con grandes ventanales refrescaban la ciudad, Bloques frescos hacìan la estructura bàsica ,repellados de cemento y cubiertos de granito y pintados de blanco o pastel imitaciones de edificios de Bogotà, olorosos a aroma de cafè donde la altura de la estructura invitaba al regocijo de la vista y refresco del cuerpo, mientras, en la doce desarbolada en frente del arbolado parque de los fundadores supervivìa la estructura tradicional de madera pintada de azul agua marina y rojo, de tejas de zinc, y eso se puede comprobar con las fotos que se ven del sitio aùn, estructura superviviente del vestigio colonial donde desde el otrora funcionò la alcaldìa antes de ser llevada a su nueva ubicaciòn moderna, allì quedaron sembrados el DAS, los juzgados, y la càrcel de la ciudad. Cada obra destacaba por su lenguaje dejando ver ideas y concepciones del mundo que se integraban a la ciudad expresando principios teòricos que no dejaban de señalar el ser armeruno.
En Armero no habìa minimalismo, habìa imitaciòn burda y excelente de modos de vida, eso se expresaba no en las quintas de los herederos de la migraciòn paisa blanca o de los europeos, alemanes, franceses, españoles, belgas, llegados a colonizar y mezclar sangre animados por la higiènica y eugenèsica forma del pensamiento de los lìderes de los años veinte, treinta y cuarenta del siglo XX.
Esos inmigrantes dejaron trazo en la arquitectura armeruna en sus casas finca estilo california de las que aùn quedan vestigios aunque nunca dejaron de ser expresiones solitarias que hallaron eco en los blancos paisas que llegaron animados por la colonizaciòn idem y que asumieron tierras quizà no tan extensas como las de los europeos pero si estimablemente grandes y extensas, ellos expresaron el lenguaje de su presencia en las quintas que se extendìan de la veintìseis con doce a la diecìnueve con doce, algunos se extendieron hasta la trece, esta si arquitectura expresamente california, construcciones extensas, con jardines exteriores, techos amplios y altos, azoteas, ventanales y ladrillo, la mayorìa tenìan piscina y no muy pequeñas, toda la doce era surcada por estas quintas con techos de donde colgaban làmparas de baccarat con servidumbres encargadas de cuidarlas, recuèrdese en este espacio las quintas del Belga padre de Michell, la casa quinta con piscina de los Beltràn Melo,la de Rofolfo Halblau, la de los Castillo, la de los Cifuentes, la blanca casa esquinera ornada de bambùs al lado de la tradicional forma empequeñecida de la tienda de Don Vicente, la quinta verde del notario de Honda, y luego las magnificencias de la quinta blanca de los Perico Càrdenas que luego serìa propiedad del Chaco Peñaloza, la quinta de los Zàrate y en frente la quinta escondida por un jardìn voluminoso, de el gocho Manrique seguida por la quinta del odontòlogo Ramìrez y en frente la quinta màs california, la de los Gaitàn donde vivìa doña Lucila con sus perros boxer y su jardìn de matas con flores cola de conejo, remataban la doce con diecìnueve las quintas de àngel Martìnez y la de la familia Navarro, la casa de habitaciòn del profesor Jorge Enrique Navarro.
De ahì para abajo seguìan el taller de voladera, la lecherìa de doña Rosina, el taller de los padres de Yamile àlvarez y una pensiòn, y luego volvìa a destacarse la casa de los Oviedo Palencia con una entrada de zaguàn extensa y un interior que recordaba, otra vez , de nuevo, el estilo california de un piso. En este sector de la doce y sus quintas destacan tres construcciones, la de los Monroy Uribe, la de Floro Monroy y Trinidad Uribe que copaba la mitad de la veìntiuna y la mitad de la trece, gran quinta con piscina, jardines interiores y rodeada de acacios, ¿De dònde saldrìan los planos de esta gigantesca mole? , casa de amplios zaguanes a los dos costados ornados de enredaderas rojas y amarillas y que dando a la esquina de la trece se pegaba haciendo vecindad esquinera con una quinta blanca, pequeña pero generosa de espacios donde habitaron los Boschell, de la quinta Monroy puede dar cuenta de su origèn el arquitecto Luis Fernando Monroy Uribe hijo y superviviente de esta familia.
Otra monumental obra era la de Ernesto Afanador, una quinta estilo california cuya construcciòn abarcaba una extensa zona de la carrera veinte destapada, largo pasillo de habitaciones donde se veìan trasegar los visitantes en trajes de baño, las hijas, nietos y nietas, sobrinos y amigas de la familia veraneando a mitad de año o al final del año, antecedìa la entrada una verja de cemento y rejas de metal que hacìan de muralla a un extenso jardìn de rosas, costeños, bellas las once, pensamientos, margaritas y tres grandes àrboles que sombreaban y refrescaban la casa con sus salas de estar y su amplio comedor y su zaguàn con sillas de mimbre y sillas de piscina donde solìan dormitar los visitantes, amplios cuartos y una cocina moderna hacìan la antesala a un extenso campo, verde donde estaba la piscina y coronaba ese triàngulo escaleno que remataba en la veìntiuna en un muro de bloque donde quienes habitàbamos la trece A con veìntiuna estrellàbamos los balones que a veces rebasaban la muralla y caìan en la propiedad Afanador hacièndonos trepar el muro y escurrirnos en el pastizal y sacar la pelota o el balòn esquivando los pastores alemanes que custodiaban el lugar.
El contraste de esta quinta lo hacìan las casas comunes de un piso donde destacaba la quinta de los Basto, grande y refrescada por un antejardin de muros y rejas como las de los afanador, pero esta quinta era infinitamente pequeña, y la de màs contraste era la casita de los Espitia, Los monos, casa empobrecida de ladrillos de arcilla, de tejado de tejas de barro con sus vigas desnudas humeadas por el humo de la estufa de leña de escasas habitaciones, con un escaso piso de cemento y sin luz, un radio de pilas y un baño con taza y una ducha, los espitia, què paradoja, eran albañiles todos y vivìan de embellecer otras casas mientras la de ellos, antesala de la ostentosa forma de la quinta Afanador, conservaba una fuerte dignidad en medio de su reveladora pobreza.
En Armero destacaron tres espacios arquitectònicos, los que expresaban la arquitectura sesentera y setentera de la polìtica de gobierno del Instituto de Crèdito Territorial (inscredial), eran tres urbanizaciones, los mangos, veinte de julio y el carmelo. Los Mangos eran de una arquitectura amplia, por lo menos alta para airear el ambiente y era variopinta, de colores aunque de dos pisos y estrecha en sus habitaciones. El veinte de julio y el carmelo tenian fachadas encementadas, algunas pintadas pero producto de mejoras que le hacìan sus propietarios, eran de techo de eternit y empañetadas, màs bajas en el techo que el de los Mangos, eran calurosas y reducidas pero me parecìan màs terribles las del carmelo, que subiendo la carretera a lìbano, se veìan enterradas en un hueco, empequeñecidas e invitadoras a huir de ellas.
Finalmente por la calle doce que no la once pues èsta de la dieciocho a la quince habia convertido sus construcciones en casas de habitaciòn y negocios a la vez, sastrerìas, venta de zapatos, prenderìas, talabarterìas, joyerìas, almacenes de ropa, almacenes de electrodomèsticos y bancos como el colombia o el Bogotà, peluquerìas, salas de belleza y hoteles, la doce despuès del bar y la bomba de la dieciocho devenìa en casas negocio, la funeraria Armero, una colchonerìa o la esquinera casa de los Tovar, grande, semejando la existencia perdurable de su similar en la vieja alcaldìa, pintada esta casa de azul agua marina, de puertas de madera, amplia, reponiendo la segura primera villa armeruna, ripostaba antes del San pìo X que daba a la antesala de la iglesia de San Lorenzo con su cùpula redondeada y clàsica al mejor estilo del clàsico renacentista para soslayarse en pasillos alumbrados de luz vitral rojo, azul y amarillo que remataban en la clàsica torre de la iglesia sobre la doce con quince plena esquina, la torre del reloj que todos reconocemos como emblema postal armeruno.
No obstante tres edificaciones llaman mi atenciòn hoy en dìa, la escuela Dominga Cano de rada, estructura de cemento, y madera con amplios salones y un extenso patio en declive, los cafès eran solariegas casas adaptadas para la finalidad del billar y el tinto, tanto como la casa de dos pisos de estilo republicano que dio paso al aristòcrata café Ancla. El edificio redondo y esquinero de la Phillips cuyo primer piso daba paso al almacèn y el segundo a la casa de habitaciòn de los Gutièrrez. Y los edificios de la calle once debajo de la catorce, estructuras grandes, de un perìodo màs moderno, casas grandes que superaron la madera y se volvieron moles de cemento y cuyas fachadas dieron paso a grandes ventanales que en los setenta pasaron a exhibir materiales quìmicos y de fumigaciòn, pesticidas y demàs fungicidas, y allì sobrevivìan las moles extensas y esquineras como casas de familia, la de los Rada herederos de la fundadora llena de plantas y materas colgantes con el àmbito de las habitaciones al lado de dos pasillos coronados por materas colgantes y cuartos con fuertes puertas de madera, luego el edificio de dos pisos, extenso de colores grises y rosados, la recaudaciòn, fresca edificaciòn sostenida por pilares de cemento, gruesas columnas, lugar silencioso y de ventanas de madera rematadas hacia la calle por rejas grises, pintura de plomo gris la llamaban, y era allì donde me escabullìa buscando fresco, y solitario sin que nadie me viera miraba por las ventanas a la once solitaria, mientras uno que otro contribuyente pasaba a un mostrador de madera donde una señora le sellaba su declaraciòn de renta en formulario rosado y yo ausente no era visto y despuès de un largo rato salìa, me iba de allì ,como si hubiera estado en una diligencia y me atragantaba de la luz y penumbra a la vez de este edificio de patio grande, yermo por la baldosa que semejaba haber sido patio de cuadras y ahora , en ese instante, semejaba el patio interior de una solitaria estancia morisca.
Màs abajo estaba la casa de dos pisos de los Jalud Murad igual de grande a la de los Rada y a la casa de la recaudaciòn, con rejas plegables de color plomo a la entrada que dejaba ver un extenso jardìn y un segundo piso de rejas de igual color, con aìre de villa chipriota, y al final de esta memoria la estaciòn del tren con los colores de la bandera de Armero, verde y blanco, reflejando la belleza de las exquisitas estaciones que brillaron en su momento a principios y hasta finales de los sesenta del siglo XX, lugar desde donde se veìan los silos de fedecafè, erguidos como gigantes envejecidos, grises y polvorientos a un lado de la carrilera, gigantes silentes que custodiaban la cima y la sima los cuatro costados de la ciudad, guardianes del barrio Santander donde bullìan casas con una riqueza de patios florecientes en vegetaciones de guayabos, nisperos, cocoteros, naranjos y marañones impuestos a las empequeñecidas habitaciones de zinc y bloque y pañete que hacìan de casas de habitaciòn.
Los colegios de Armero no se destacan por una arquitectura que valga la pena traer a cuento, el instituto Armero fue, en la granja, una serie de galpones adaptados para salones de clase, con un edificio de tres pisos en hormigòn donde hubo una biblioteca excelsa y fresca , no dudo en afirmar despuès de esta extensa crònica o memoria activa armeruna que, Armero arquitectònicamente, es una disìmil muestra de arquitecturas con apariciones de escuelas sojuzgadas por la necesidad individual muy empeñada en la imitaciòn de estilos de vida aplicados al modo de ser empeñado en forjarse desde cada àmbito en el hacer la cultura de Armero.
Los estilos que aparecen señalados por mi memoria no dejan de señalar que son estilos de escuelas adaptados al clima y al modo de ver la vida el armeruno, expresiones desnaturalizadas en su origen, sin la identidad del origen de la escuela, de tal modo la cultura armeruna se define arquitectònicamente por la mùltiple singularidad de su expresiòn por individual que sea, expresiòn afectada por su clima, su arribismo, su claridad conceptual que solo es mezcla e individualidad del norteño tolimense y que puede hallar en esa mezcla de estilos arquitectònicos el ser e identidad que se le escapa a la fràgil memoria del ser armeruno.
MEMORIA ACTIVA DE ARMERO
MODERNIDAD MATEMÀTICA EN EL INSTITUTO ARMERO.
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Recordar las matemàticas del bachillerato armeruno era rodar entre lo oscuro, el miedo y el constreñimiento. Toda la vida se me ha quedado sembrada la evidencia oscura de las matemàticas de la primaria en el San Pìo X con el acaecer de las divisiones, las tablas de multiplicar que llevaba aprendidas, antes de los siete años, en las tardes calurosas cuando mi padre, Juan Evangelista Àlvarez Monsalve, se sentaba conmigo en la sala de la casa de la carrera veìntiuna con trece A y me llevaba la mano para enseñarme a escribir y luego a sumar, restar , multiplicar y dividir, y me tomaba la lecciòn de las tablas desde la del dos hasta la del siete, porque las del ocho y el nueve se enseñaban en segundo o tercero de primaria, despuès serìan otra cosa las divisiones de dos nùmeros y los quebrados o fraccionarios, operaciones que me devastaron el ànimo acometidas por el terror que impartieron en clase profesores como Arellanos que sosegaba su ìmpetu y nervio esgrimiendo la regla «Margarita» para pegarnos en el coxis si por un acaso no le dàbamos razòn en la divisiòn de dos cifras. Luego vinieron Calderòn y Pàez, con Carlos Augusto Calderòn perdì mi primer quinto de primaria, èl se solazaba consintiendo a los grandulones y expiaba culpas de su dejo oscurantista escolar pergeñado de la libertad armeruna que se expresaba en el fùtbol, el billar y los paseos al rìo, mostrando sus logros con las sumas que solìan hacer de manera vertical u horizontal dos muchachos de extracciòn campesina provenientes de la cordillera, los exclusivos Arias y Cubillos, a la sazòn expertos en las artes de las operaciones primarias de la matemàtica dado que su vida campesina les habìa exigido desde pequeños ser duchos para no perder en las ventas de panela, caña, plàtano y cafè que se producìan en sus parcelas y que cada sàbado llevaban sus padres a Armero a vender al mayoreo en las tiendas de abasto o en el pabellòn o la nueva plaza de mercado.
Arias y Cubillos bajaban con sus padres de la cordillera y al uso de la practica aprendieron la realidad matemàtica bàsica que los harìa lucirse y ser los duros de ese quinto de primaria.
En la repeticiòn del mismo grado apareciò Àngel Humberto Paèz, tranquilizador, sereno repitiendo la cantinela de las operaciones bàsicas, eso era como el año anterior, padecer las jornadas donde la melancolìa me atrapaba y sufrìa la nostalgia de la casa paterna donde me sentìa feliz, entonces me escabullìa por los corredores de la escuela Jorge Eliècer Gaitàn y desde la voluminosa puerta de entrada que simulaba una reja de prisiòn, oteaba mi casa y anhelaba estar allì, Y Àngel Humberto Paèz nos enseñaba los fraccionarios homogèneos y heterògeneos , y de seguro me pillaba felìz con los primeros y me pasaba a sumar, multiplicar, restar y dividir los homogèneos y yo los sacaba fàcil,y Paèz no me tocaba para los heteros porque me veìa dubitante pero lo que no entendìa era que èl me habìa sumergido con los heteros en el ensueño y fascinaciòn de la vida diversa, contraria y diferente pues mientras èl apaleaba con rigor a los estudiantes màs dìscolos enfrentàndolos al tablero, yo me hundìa en la comparaciòn y pensaba que si la vida era homogènea no valìa la pena y mientras menos entendìa los fraccionarios heteros màs me gustaba la vida diversa que ellos entrañaban y comenzaba a gozar una forma evidente de la matemàtica que me ligaba a la vida de verdad lo que me hacìa, fuerte paradòja, huir de la aritmètica del aula escolar.
Entonces me desligaba del mundo, me iba al patio de basquètbol y mudo escuchaba la cantinela del profesor Flòrez vestido pulcramente de pantalòn de paño negro y camisa blanca severamente almidonada con almidòn de yuca en puños y cuello, lo escuchaba con su voz tronante atropellar la ignara forma de sus estudiantes que sudaban a chorros en las tardes de estìo armeruno metidos en un salòn de clases de latas mientras yo volaba pensando la diversidad aprendida en los heteros y me sumergìa en una suerte de noumeno , especie de mundo inaccesible que yo ignoraba pero que el filòsofo kant ya habìa pregonado en su metafìsica de las costumbres y en su pregòn de la necesidad de abandonar el estado de niños atendiendo el llamado de la ilustraciòn cuando èl se preguntò por ella, en su cèlebre ensayo que yo conocerìa ensoñado muchos años despuès como aufklärung en el Departamento de Filosofìa de Univalle donde entendì que los heteros me dieron en la practica el sentido de diversidad guiado por un profesor, que sin darse cuenta, bebìa de la fuerte agroindustria armeruna sorbos de modernidad mientras la violencia bipartidista con su constante presencia en el cotidiano social y apenas controlada por un permanente estado de sitio nos sumergìa en formas medievales y en todo lado se oìa que el comunismo cubano se alimentaba de carne de niños, era ateo y un peligro mundial, ese manto que se tendiò en Colombia y que ocultò hasta el dìa de hoy, la diversidad de pensamiento, promulgò la falacia de que sòlo dos partidos podìan gobernar el paìs, el acaecer del clientelismo y el aumento de una corrupciòn que extenderìa la violencia por años y formas de pensamiento muy propia de los quebrados homogèneos, un mundo unilateral de engaño y sumisiòn que sobrevive en muchas mentes colombianas hoy dìa.
Luego al llegar al Instituto Armero el encuentro con la aritmètica y la geometrìa de Euclides me hicieron llevar primero la aritmètica de Baldor y la de Juan Viedna, luego el àlgebra de Baldor y la geometrìa de Anfonsi que ya cedìan su paso a la transformaciòn del currìculo de manos de Pastrana padre y su Ministro de educaciòn Luis Carlos Galàn Sarmiento quienes dieron lugar a la protesta estudiantil de los setenta, la màs dura en la gesta estudiantil colombiana, con la imposiciòn del Estatuto docente donde entre otras cosas, la educaciòn se hizo integrada, nacieron los libros de matemàtica integrada, la biologìa y la geografìa integradas, formas de conocimiento resumidas que dejaron atràs severos conocimientos y cambiaron las calificaciones a bimestrales y en escala de uno a diez.
En ese maremagnùm de cambios me encontrè a lo largo de los años con profesores del àrea, Aldana en primero, Dagoberto Franco en tercero y cuarto, Rondòn en segundo y quinto, Garay Doncel, el loco Rubio y Nery Parra en quinto, y de hecho estaban el mete miedo de Àlgebra y trigonometrìa, Tirso Bernal quien nunca fue mi profesor y que vivìa en la dieciocho en frente del hospital al lado de la casa esquinera de los Valdèz Rojas, la casa de habitaciòn de Ana Cecilia Valdèz Rojas Nuestra bibliotecaria, junto a mi compañero de estudios en el San pìo X y luego en el Instituto Armero, Leonel Enrique Valdèz Rojas.
Tirso era un energùmeno dejando gente clavada en Àlgebra, los hacìa habilitar y hasta perder el año, de esa època de colegas profesores destacaba Gònzalo Cortàzar profesor de Quìmica de los quintos y sextos de finales de los años sesentas y los tres primeros de los setentas. Èl agitò la dormida y goda mente, en el peor sentido, de los jòvenes armerunos, desde la teorìa de Lavoisier, desde la biologìa de linneo, enseñò las formas del materialismo dialèctico, mostrò otras lecturas y desde la quìmica orgànica hizo profesiòn de izquierda quizà tan dogmàtica como lo eran los tradicionales Godos y Cachiporros, èl le entregò otra visiòn del mundo a sus estudiantes y Armero bulliò de nuevo al tenor de pintas del PCC y del Moir, se hicieron visibles los Documentos polìticos, Enfoque, China Reconstruye, Tribuna Roja, Voz Proletaria, el diario del PST, y revistas de educaciòn sexual como Luz o sputnik que le hicieron competencia al Reader`s Digest, el tiempo, el espectador, el siglo, hit y antena o cromos y vea.
La tiza develaba sobre la superficie del tablero verde o negro infinidades de signos, letras y sìmbolos donde destacaron para siempre el mayor que y el menor que…El infinito,,,El abierto y cerrado, …..El existe y no existe, Zigma y teta, el conjunto vacìo, la tautologìa y el dejo de la falacia que se hacia verdad.
En un instante Aldana jorobaba con que uno màs uno eràn dos y alguien contra toda lògica le gritaba once, Aldana Miraba y dejaba entrever que el resultado dos era evidente e incontrovertible y entonces el noumeno de Kant se tornaba probable, la matemàtica no era en la vida real tan complicadamente simple, y me hacìa burro y podìa perder la materia, la matemàtica era la vida misma y no el tablero, uno màs uno podìan ser uno y uno, es decir, once, porque habìa secuencias y sucesiones. Claro, por andar sin saberlo en la libertad noumènica, perdì el año con mucho porque mis profesores no salìan de la educaciòn confesional, Teresa Montes me pasò el año y tres meses depuès me bajaban a primero de nuevo y me volvì formal, respondìa mecànicamente y la matemàtica integral se me hizo poco o nada atractiva, para Rondòn o Rendòn fui un alumno del montòn, un discapacitado del que èl no se explicaba còmo habìa pasado la primaria y podìa haber llegado a su curso, entonces volvìan los sustos, los miedos del desangre de la primaria y la matemàtica no me ensoñaba,y afuera en el mundo de armero y Colombia, se le temìa a la izquierda por atea y come niños y se enseñaba para lo no laico y lo no moderno aunque mis profesores a la hora de la protesta esbozaban ideas de avanzada aunque estomacales y en lo gremial sòlo resaltaban los de formaciòn izquierdosa aunque partidista y menos libertarios pero de avanzada.
Tercero de bachillerato en àlgebra fue duro y no me bajè de burro, admiraba el àlgebra y no me gustaba la matemàtica integrada tres y cuatro, volaba metièndome en el mundo de Cauchy, Leibniz, Neper, Arquìmedes o Averroes y Niepce, volaba por Escocia, Francia, visitaba a Newton y entendìa a mi manera a Galileo o a Copèrnico aunque no tenìa cabeza para entender la revoluciòn copernicana para la que no estaban listos mis profesores semimodernos para la lucha estomacal por el salario y como perezosos para entender la lucha contra el estatuto docente al que eran impelidos a estudiar por sus pares comunistoides como se les solìa llamar para ridiculizarlos, y èstos llamaban esquiroles a los tradicionales que solìan vender la lucha, el gremio y todo lo que ello implicaba ordenados por sus jefes de partido que a la final habìan mediado en Ibaguè para nombrarlos, estos profesores se ceñìan al modelo, a la guìa, al manual y no nos dejaban volar, a la postre yo me salvaba por los libros y revistas que abundaban en mi casa paterna y materna.
Dagoberto Franco me devolviò, sin proponèrselo, en cuarto de bachillerato a las implicaciones de la vida moderna, de lo que se suele llamar modernidad y que acaeciò , segùn algunos, con el «cogito ergo sum» cartesiano, y lo hizo con el papel milimetrado, la escuadra, el transportador, la regla y el compàs sobre los que tracè con fruicciòn la abcisa y la ordenada, el X y el –x abcisiano , y la Y y la –Y de la ordenada lugares donde se dibujaba cada razòn simple y fàcil como modo de interpretar la vida, esa larga cadena de simples razones que explicaban la vida y que hacìan visualizar mi entorno de manera global y singular a la vez, y todo eso se plasmaba en y gracias a las ecuaciones de segundo grado, la tierra y el universo eran copernicanos aunque la inquisiciòn lo hubiera quemado, y sin saberlo ahì, conocerìa a Hypatìa asesinada por fanàticos cristianos por saber mucho, y luego llegarìa a Bachelard y sus poèticas, las de las aguas suaves y duras, el rìo y el espejo, y la poètica de los sueños, pero antes de eso amparado en las ecuaciones de segundo grado, amparado en su fòrmula de: EQUIS IGUAL A MENOS B MÀS O MENOS RAÌZ CUADRADA DE B AL CUADRADO MENOS CUATRO AC SOBRE DOS A, podìa hacer triàngulos, cuadrados, cìrculos, tangentes, hiperboles y la sagrada elipse de Hypatia, descubrì algunas razones de mundo y Armero y la vida eran poesìa y àrida razòn y me hice a los fundamentos de una ètica laica con profundo respeto por las ideas y concepciones de mundo de mis pares y de la gente en mi derredor.
Despuès volverìan Rondòn y Parra poco màs pegados al manual y el libertario Loco Rubio con quien evidenciè la mecànica de los cuerpos y afiancè la teorìa del conocimiento, mientras con Egar Ephrèn Torres veìa en las taxidermias expresado el mètodo cientìfico, y en tanto en clases de dibujo tècnico con Germàn Gutièrrez leìamos italiano hasta que nos echaban de clase, yo me esfuminaba a entender las torres de metal agroindustrial y su yerma forma, entendièndome muy burro para la matemàtica tradicional pero deviniendo de ella su secreto afirmante de la realidad, saltando de lo obvio del uno màs uno pero agarrado de ella, asaltando caminos que eran la metàfora de la vida, enseñanza de lo uno y lo plural, lo variado y mùltiple y diverso de la vida, que se expresa en ciencia, tecnologìa y literatura.
Tal vez mis profesores educados en la confesionalidad, sin darse cuenta, apuraron como lo he narrado. unos sorbos de modernidad en mi, no se dieron cuenta quizà, pero eso me permitiò gozar de esa modernidad agroindustrial de Armero, ciudad moderna pero rodeada de mucha premodernidad polìtica y confesional educaciòn, tiempo de contraste y contingencia armeruna.
.MEMORIA ACTIVA DE ARMERO
TIEMPO DE RANCHERAS
JUAN ÀLVAREZ CASTRO.
Nacer en Ibaguè, vivir en Bogotà y luego, en 1965, trasladarse a Armero para vivir allì entrañaba para mi familia, los seis hermanos Àlvarez Castro, hijos de Juan Evangelista Àlvarez y Ana Praxedis Castro, adaptarnos no sòlo al clima sino a la cultura propia de la regiòn, lugar de gente acogedora pero afectada por la cultura nacional colombiana definida por la violencia partidista, el confesionalismo, los saberes amparados en la similitud medieval y una rica expresiòn artìstica y de costumbres que soliviantaban los sectarismos y exclusiones que alimentaba la carta constitucional de 1886.
Muchas veces en esta memoria he hablado de mùsica, de lo que solìamos escuchar que era lo que provocaba el entorno y que en Armero era delicioso cuando aparecìan los trìos o en el parque solìa hablar la banda departamental con sus cobres y platas abrièndose a la variopinta expresiòn de la estètica musical que pasaba de la raspa al bolero, al pasillo ecuatoriano en las voces de Julio Jaramillo, Olimpo Càrdenas y Alcibiàdes Acosta, y que de manera ràpida y sin soslayo podìa irse a la balada sesentera, setentera, o a los ritmos del pop representados en Simòn el Africano con la Barracuda o los ritmos estilizados del “Iliving Amèrica”, la màs cèlebre tonada del musical West side Story montada y creada por Leonard Bernstein, esa tonada sonaba entre luces verdes y rojas en la discoteca Escorpiòn, mientras Fruko retumbaba con los charcos o El preso y el Patillero en Los Jaguares y en Picapiedra se deslizaban los sonidos variados de la discoteca, una suerte de anticipo de los futuros “Disc Jakes, o Disc Jockeys” del cross over, eso era lo delicioso de la caseta Picapiedra de mediados de los setenta, eso cuando no iba a presentarse con sus frecuentes espectàculos la inefable “Nena Jimènez”.
Algunas veces viniendo a pie desde “La Granja”, sede del Instituto Armero, porque el viejo bus del colegio se habìa dañado, al pasar por en frente de la cerca de guadua que hacìa de muro de la caseta Picapiedra, una hora antes del medio dia, cuando alguien, de seguro, se dedicaba a asear el establecimiento, se oìa la rocola a todo volùmen expeliendo las voces de Pedro Infante, Pedro Vargas, Toño Aguìlar, Josè Alfredo Jimènez, Yolanda del Rìo o el falsete Miguel Acèves Mejìa cantando Cù currùcu cù paloma, y entonces alguno del reducido grupo de caminantes alentado por estar en las estribaciones de la ciudad decìa desde su boca seca o acabando de moler un tallito de espiga arrancado del pasto en el camino…”Oìgan a Don Miguel A veces Gemìa”.
En ese momento mi memoria se devolvìa años atràs cuando solìa correr los pasillos de nuestras casas ya fueran en Ibaguè o en Bogotà cuando en los radios o radiolas sonaban las ondas de Radio Santa fe o la voz de la Vìctor o Radio Metropolitana y en la media mañana hasta las doce, antes del “Pereque”, sonaban rancheras de toda ìndole, desde el corrido del caballo blanco hasta cielo rojo o el lamentado Pedro Infante o Jorge Negrette enamorado de Marìa Felix en el Peñòn de las ànimas mientras Agustìn Lara le cantaba Marìa Bonita, y todo ello se trasladò a Armero donde mi oìdo de niño de cinco años llevado por las calles del pueblo de la mano de mis padres escuchaba en las cantinas y a travès de las paredes de las casas de mis vecinos esos ritmos donde destacaba el “Ayyyyy, Chabelaaa” perdurable a travès de los años hasta que se posicionò la penca del maguey para luego dar paso a la mochila azul muchos años despuès.
Mi madre no gustaba mucho de la ranchera pero se dejò seducir por la voz de Javier Solìs, tanto la sedujo que dejò grabado en mi recuerdo esas mañanas de sonido bajo cuando en la cocina de la casa de la veìntiuna con trece A, se escurrìan los sonidos de luz de luna, en tu pelo y hasta payaso, eran los tiempos en que el clasismo social se reflejaba duro en Armero y la ranchera era consideraba lo propio de sectores muy populares, de bares y no precisamente propia de el sector de las casas estilo california donde todo era silente, y si se escuchaba una ranchera era en el radio sanyo de pilas Eveready blancas que hacìa sonar la señora del servicio en la cocina mientras preparaba el almuerzo y sòlo era tolerada por las amas de la casa como la hermosa esposa del Doctor Zàrate quien longilinea, blanca y de pelo castaño corto y ojazos negros se paseaba por su mansiòn mientras complaciente dejaba que su “sirvienta” gozara con Amorcito corazòn o el dolorido fallaste corazòn.
Mi encuentro escolar con la ranchera fue en la Jorge Eliècer Gaitàn cuando los Cañòn cantaron El piojo y la pulga que se escuchaba en el campo, en la llamada cordillera en la voz de Pedro Infante, esa canciòn la escuchè en la voz de Pedrito Cañòn, y en la misma escuela en voces de compañeritos provenientes de la mencionada cordillera escuchè la canciòn de La Martina, tonada que se hizo eterna hasta el bachillerato cuando en el mismo sonsonete otros compañeros como Abraham Torres la cantaron en eso que llamàbamos clase de Mùsica, la versiòn de esa canciòn era de Antonio Aguìlar y se codeaba con No volverè…te lo juro por Dios que me mira que hacìa sonar el eterno borracho quien en el bar de la diecìocho con doce esquina, los sàbados torturaba la rockola, esa que se hallaba debajo del cuadro de “yo vendì a Crèdito ..y yo de contado”, y el borracho fundido sobre una mesa puesta en el andèn molestaba a la copera de falda arriba de la rodilla, falda verde chillòn y medias veladas y una blusa escotada sugerente amarilla de lineas verdes tapizando las aboleradas mangas, para que repitiera ese No volveereeee, mientras donde Feliza abundaban Yolanda del Rìo, Javier Solìs y por raticos Don Pedro Vargas y a veces el Jalisco no te rajes.
Javier Solìs muriò, si no estoy mal de memoria, un dia de abril de 1966, lo avisaron por radio y mi madre lo escuchò y yo la vi compugida, despuès no escuchè rancheras en mi casa de Armero, si acaso las tarareaban algùn hermano o mis hermanas para tomar el pelo, en el San Pìo X parecìan estar desterradas pues en canto se oìan Bambucos, pasillos, nada lamentero, las rancheras eran consideradas de mal gusto y de baja laya, lo màs lejos que llegamos fue a escuchar a Agapito Mahecha cantar “Las Panelas”, y eso que una esquina arriba quedaban el bar y los billares del abuelo Dormilòn, El pajuelo, le decìan los màs grandulones, que en una radiola dejaba sonar estrèpitosamente rancheras desde La Adelita y la cucaracha y paloma querida o juan charrasqueado, sonidos que se mezclaban con Granada, Marìa Bonita.
Otra cosa era el bar de la diecìocho saliendo para Lèrida, tal vez por su ubicaciòn solìa ser màs deliberado y pasaba del pasillo ecuatoriano a melodìas rancheras como Tomando en un Bar,,,,y ahì chillaban…en la mesa de un bar estaba tomandooooo, de pronto sonaban….Mamà està presa o plata no te doy que escuchadas por los adolescentes degeneraban en los chascarrillos rayanos en la vulgaridad como “plàtano te doy o mama esta presa”, dichosas formas de la mamada de gallo proveniente de adolescentes calenturientos que se volaban a la zona de tolerancia donde dizque quedaba el Bar àguila, donde dizque habìa un baterista sensacional y donde se manifestaban rancheras donde ya aparecìa Vicente Fernàndez, ese bar era famoso en el imaginario del tercero y cuarto de bachillerato del instituto Armero de los setenta y cinco, setenta y seis y setenta y siete.
Y de esos sectores hacia el centro y los altos de la ciudad blanca y en sentido inverso, de la cordillera al municipio, desde los lupanares y los bares y desde la cordillera se fueron normalizando ayes, gritos provocadores que se asentaron en Armero por siempre y que divulgaron tambièn los cafè emblemàticos de la ciudad, para siempre llegaron rancheras y corridos como: El Rey, Cartas a Eufemia, me gustas mucho, volver y volver cantado a gritos y aullidos a la hora del cierre de la fiesta y previo el desenguayabe, tambièn se quedaron a la orilla del pabellòn, y en las esquinas de la plaza de mercado rancheras como, Que te vaya bonito, la que se fue, te traigo en mi cartera, paloma negra, cielito lindo, ella y se me olvidò otra vez. Todos esos sonidos junto a cariño malo que rodaban en surcos de las disqueras Costeño, RCA, fuentes, a velocidad de 78 rpm sonando con agujas como puntillones y que luego llegaron a los 35 mm de las pantallas de teatros como el Colombia en pelìculas mexicanas de pelmex que resarcìan un oeste americano, un blanco y negro en pelìculas de calidad como las del indio fernàndez, y en pelìculas donde las cintas sonoras eran las adelitas y Ofelia Medina cantando la Cucaracha mientras Emiliano zapata o Doroteo Arango cascaban a los Yankees y los echaban del terruño al grito de “Viva Mèjico” mientras en nuestras casas en los televisores a blanco y negro veìamos la serie de Benito Juàrez, las guerras contra Maximiliano emperador francès en Mèjico y la apariciòn de los grupos de “Marriages” que cantaban en los matrimonios y de donde se dice saliò la palabra Mariachi.
“….La querìa màs que a su vida y por eso busca la muerte……En su guitarra cantando se pasa noches enteras, hombre y guitarra cantando a la luz de las estrellas…..La querìa màs que la vida y la perdiò para siempre..Por eso busca la muerte…” cantaba la vitrola del cafè colombia alguna tarde mientras yo me despedìa de Armero y caminaba por la calle once buscando la estaciòn del ferrocarril, y recordè ese aìre ranchero,meses despuès, cuando Clara Lucìa, mi hermana , llegò una tarde a nuestra casa en Cali y le regalò un larga duraciòn a nuestra madre cuya caràtula dibujaba el calendario Maya y en la pasta habìa doce surcos instrumentales expresando en mùsica instrumental lo màs cèlebre de la ranchera Mejicana, mi madre lo escuchò con delicia y ahora veo esa caràtula aquì en Bogotà mientras acuno en mi mano la forma de esta crònica y pienso que en lo que respecta a Armero, Los Mariachis no han callado…Y ….Yolanda del Rìo o Alicia Juàrez a finales de los setenta rien oyendo el pregòn de ……”Dicen que por una mujer casada voy a morir…Si he de perder la vida , Dìos lo querrà….La suerte a los dos nos toca, tu marido no sopla y a los dos nos toca vivir……..” O….”Del puente me devolvì bañada en làgrimas, las que derramè por tì….Què chulos somos….”. Ensoñaciòn ranchera de Armero que hizo soñar a muchos con ir al distrito federal y sentarse en la Plaza Garibaldi y dar rienda suelta a su espìritu de colombiano con ansias de mejicano…Memoria de Armero, Memoria activa.
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