Náufrago perdido, llegaste a mi costa
con tus brazos cansados de bracear con la derrota
en aguas saladas y remotas, de un frío que te obliga
a soltar tus ilusiones y verlas irse a la deriva,
tu alma resentida convertida en terracota.
Ah, amado mío, naufragaré contigo…
Pirata herido, abordaste mis playas
con el sabor en la boca del fragor de la batalla,
ardiente como la cazalla, zalamero como el ron,
corsario renegado de negada absolución,
la oscuridad de tu alma reluciente cual medalla.
Ah, capitán curtido, batallaré contigo…
Entre las inquietas aguas del mar,
más allá de las arenas que generan perlas,
donde el alga se hace hogar y la galerna sopla eterna,
tú y yo nos fuimos a encontrar,
tú viniendo a conquistar y yo siendo caza tierna.
Guerrero dormido, a mi lado te contemplo
respirar tranquilo como si ya no existiera el tiempo
ni el balanceo producido por el viento, ni la vida
con su corta duración y su ley de injusta medida.
Tu nitidez encendida me conmueve y me da miedo.
Ah, navegante amigo, me ceñiré contigo…
Bucanero votivo, tu corazón libre y salvaje
hincha las velas del navío que se nos lleva en este viaje,
travesía sin amarres en el camino, puerto ni destino,
robándole segundos de sal al oleaje embravecido
antes de llegar el momento de pagar el último peaje.
Ah, esposo mío, naufragaré contigo…
Cuando nuestra isla sea un reclamo
al abrazo inevitable y final del mar que nos espera,
nosotros ya habremos logrado salvar la última barrera,
Odiseo y Calipso, con la fuerza de un abrazo
fundiéndonos entre la espuma del mar y la salmuera.
Nuestras almas de gotas de mar y luz de estrellas
se elevarán hasta el sol en busca de un milagro.
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