Tan pronto como sonaba el teléfono en mi bolsa, recordaba lo veloz que he de llegar al metro. Noté sobre la espesa niebla un aletear atrayente, misterioso, intrigante, purificador.
Era algo seductor, luminoso… Desde luego, algo supremamente encantador. ¿Era acaso su alma, tal vez?
¿Cómo sé yo que tanta luz adquirió en su vida el negro gallinazo?
Las manchas dejadas en la bruma no se podrán borrar jamás, pero, ¿quién le explica esto a un ave?, ¿Quién le explica que no volverá a aletear jamás?
Una agresión mortal odiosa, un disparate, un acto sin lógica, y ahora, junto al basurero, el gallinazo sin vida.
Injusticias inevitables que por las tardes hielan el alma…
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