El joven estudiante de la Escuela de Bellas Artes, gana algunos pesos

sobre un taburete en el Paseo Estado desde la hora de almuerzo hasta el

atardecer. Viste una sábana – imitación barata de atuendo griego – y se

pinta de blanco impecable el cuerpo entero, deja una caja de cartón con

algunas monedas de carnada a sus pies, elige una pose cómoda y se queda

inmóvil como una estatua.

A las tres de la tarde de un ardiente febrero en el centro de

Santiago, con un calor para alucinar, dos quinceañeras se detienen ante

él. Comienzan el duelo arrojando una moneda de $50 a la caja de cartón.

El artista se mueve robóticamente y cambia la pose con desgano. Los

pliegues y vericuetos de su túnica inventada se reacomodan. Luly y Paz

se miran y ríen. Otra moneda de $50 y nueva pose, sin transigir,

seguirán hasta que quede en la posición que ellas quieren. Finalmente,

$250 más tarde el estudiante está de frente, con una mano por detrás y

la otra en alto, totalmente desprotegido.

Adivinando lo que le esperaba, la estatua blanca comienza a sudar,

destiñendo las sienes, la frente, goteando como vela encendida. Luly

baja un tirante de su camiseta, dejando ver parte del sostén. Paz ríe y

colabora desabotonando su mínima blusa. El muchacho ahoga estertores en

su garganta, intenta desviar la mirada pero sus pupilas se pegan a las

chicas como imanes a la nevera. Luly se humedece los labios y se baja un

poco el bluyín, dejando ver el borde del colaless. Sin dejar de buscar

los ojos del pobre monumento, que temblaba de pies a cabeza, Paz se

acerca seductora a Luly y le pasa la lengua por la oreja. Ella le

responde con un suspiro y los pezones erectos a través de la camiseta.

Gol. La túnica blanca se levanta como carpa de circo. El muchacho adopta

la pose de El Pensador para disimular… pero fue demasiado tarde. Una

carcajada general estallaba a las tres y cuarto de la tarde entre los

que se acercaron a presenciar el duelo. Las pilluelas exclaman

“¡Yesssss…! y se chocan las palmas en lo alto riendo victoriosas.

Satisfechas, se alejan meneando las infantiles y peligrosas caderas.

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