Libro 1: Historias del reino de Güíldnah (1).

Libro 1: Historias del reino de Güíldnah (1).

“Las Aventuras de un bufón”

CAPÍTULO I «Una encomienda especial»

La siguiente historia, sucedió hace muchas lunas y soles atrás; en una época conocida como la edad media. Costumbres simples y arduo trabajo, son las rutinas diarias.

El lugar, son tierras lejanas de otro continente; llenas de praderas multicolores y bosques frondosos. En el Norte, se halla un mar llamado Loefr, y en el Este se extiende un gran desierto.

A lo largo y ancho de estos parajes, que se mantienen verde la mayor parte del año, varios pueblos llegaron hace mucho tiempo. Ahora, casi dos siglos después, son grandes ciudades de piedra; junto con sus reyes y sus castillos.

Villas grandes y pequeñas, junto con campos de siembra y sus respectivos granjeros, se esparcen por todos lados.

Tres monarquías han logrado sobrevivir al paso del tiempo, y ahora son los actuales residentes del territorio conquistado, el cual han nombrado como Ítkelor. Tales gobiernos son: el reino del Oeste, del Sur y el del Norte. El reino del Este, fue el único que desapareció del mapa.

Ese reinado, era próspero y vivía en paz. Sus reyes tenían una buena amistad con los gobernantes de los otros reinos; inclusive, los ocho regentes decidieron formar una alianza, para proteger a Ítkelor de posibles invasores en tiempos venideros.

Años atrás y de un día para otro, el rey y la reina del Este pasaron a ser tiranos sin razón alguna; subieron los impuestos exageradamente y dieron por terminada la coalición con sus aliados; a tal grado, que prohibieron la entrada de mercancía y gente proveniente de las tierras vecinas, a su propio territorio. Esto hizo enojar a los habitantes residentes; quienes trataron de rebelarse contra los monarcas, pero todos ellos fueron sometidos por los soldados del reino. Sin otra opción, la gente del Este empezó un éxodo colectivo a los otros feudos, quienes los recibieron con los brazos abiertos.

Tres días después, los gobernantes del Norte, Oeste y Sur, decidieron hacer algo al respecto. Ellos mismos, junto con una parte importante de sus ejércitos, marcharon personalmente en plan de guerra, hacia la ciudad capital del Este; mas al llegar a su destino, encontraron la urbe totalmente abandonada y una parte destruida o con daños severos, al igual que la residencia real: unas secciones estaban derrumbadas y otras con boquetes en las paredes.

Desde ese día, los reyes del Este ya no volvieron a aparecer.

Los tres reinados restantes, se apropiaron de las nuevas tierras disponibles, repartiéndolas en partes iguales. Ninguno reclamó por la ciudad deshabitada y el castillo fantasma, ganándose el título de pueblo maldito.

Todas esas construcciones, más ciento cincuenta metros alrededor de tal lugar, es tierra de nadie.

Afortunadamente, el tiempo se está encargando de borrar lentamente esos recuerdos incómodos.

El lugar en donde habita el protagonista de la siguiente historia, es el reino del Norte; también conocido como el reino de Güíldnah.

La capital amurallada principal de Güíldnah, es de una forma casi rectangular; ubicada a unos cuantos kilómetros de la costa de Loefr. Un castillo simple con forma de “L”, ocupa un extremo de la misma urbe. Hay varias torres a lo largo de la muralla, vigilando cualquier peligro. Otra pared de piedra y una barbacana adentro de la ciudad, divide el territorio del castillo, la gran casa de los sirvientes y los establos del rey; separando las tres secciones, de todo el resto del pueblo.

Un extenso jardín rodea toda la residencia real. Los jardineros han sembrado rosales en las orillas, de flores color rojas, borgoñas y azules; acompañadas de cuatro abedules blancos y varios grupos de hierbas doncellas, esparcidos por todo el césped.

La ciudad, llena de edificios de un piso o dos y techos de tejas cafés, cuenta con una gran plaza circular; justo en frente de los portones de madera de la barbacana. En las tardes, se llena de gente que se dirige a sus labores, a comprar comida o solamente paseando y disfrutando del aire fresco.

Toda la comunidad y edificios, se hallan en medio de un enorme bosque de robles y tejos. Hay muchas colinas y cerros alrededor.

El nombre del rey es Derek. Un hombre justo, de treinta y siete años de edad. Goza de buena salud; a pesar de tener un poco de sobre peso. Su cabello negro, algo largo y lacio le llega un poco debajo de los hombros. Siempre le gusta llevar la barba y bigotes al estilo completo.

Su esposa se llama Amedea, y tiene treinta y cinco años. La mayoría de las veces, su cabello castaño, lacio y largo, lo trae oculto debajo de un velo blanco; otras veces solo trae puesta su corona.

No todos los sirvientes habitan en sus aposentos correspondientes.

En el castillo, vive un bufón de veinticinco años de edad, con una característica especial: es un enano. En total mide un metro y veinte centímetros; de cabello corto, chino y ojos color avellana oscuro. Una característica distintiva, es su nariz tipo rampole; grande y bulbosa. En todo momento viste su traje de bufón, de color verde claro y azul mediterráneo. Siempre vaga por todo el castillo dando saltos altos, para alguien de su estatura; pocas veces se le ve caminando. Nadie se pregunta cómo es que puede dar esos brincos especiales, ya que lo hace desde que llegó al castillo. Su carácter amigable y jovial son otros rasgos sobresalientes del pequeñín.

Es el bufón preferido del rey, ya que siempre lo hace reír con sus payasadas y acrobacias; pero más por su peculiar situación de estatura. Esto no le importa a él, agradándole ver reír al regente del reino.

No solo el monarca goza de felicidad, también sus dos hijos: la princesa Niamh y el príncipe Evans. Hace apenas un mes, cumplieron años; ella diez y él once.

Todas las noches, el bufón juega con ellos hasta que se quedan dormidos.

Una noche decide hacer algo diferente.

Él empieza a contarles historias fantásticas; relatos de hadas, duendes, unicornios y un sinfín de personajes increíbles. El príncipe y la princesa, escuchan atentos los cuentos del bufón.

Por varias semanas los dos niños escuchan a duendes adentrándose en bosques misteriosos, hadas ayudando a los pájaros a construir sus nidos y unicornios visitando a sus vecinas: las sirenas del mar. Solo por mencionar algunos sucesos.

No pasa mucho tiempo para que el rey se enterara de esto, ya que sus hijos siempre le repiten esos relatos; pero el monarca quiere saber de esos cuentos maravillosos por la boca del mismo joven. A los pocos días después, el bufón pasa a ser el cuentacuentos personal del rey y la reina: les relata un cuento en la noche, en el salón real; y antes de irse a la cama, visita a los niños en su cuarto real, para narrar su historia antes de dormir.

Es así como el enano pasa a tener tres cargos oficiales: bufón, niñero y cuentacuentos.

Pasa el tiempo y al bufón se le han acabado los cuentos increíbles; no tiene más remedio que repetir los que ya ha contado. A las pocas semanas se encuentra relatando la misma historia dos, tres e inclusive diez veces.

Una noche, reunidos en el salón real y al final de la fábula acostumbrada, el sueño empieza a llegar lentamente con los reyes, así que deciden irse a su dormitorio; pero antes, el rey tiene unas palabras que decir.

―Amigo, tus cuentos son maravillosos y me han llenado de alegría y de otros sentimientos agradables ―dice Derek sentado en su trono.

―Solo hago mi trabajo, su realeza ―contesta el bufón con su voz un tanto aguda, desde su lugar: parado al final de dos escalones semicirculares, enfrente de los monarcas.

El rey le da una noticia importante.

―En tres días, en la noche, se celebran dieciséis años de la alianza que tengo con los reyes del Sur y del Oeste; así que he decidido invitarlos, junto con sus cortes reales, a un banquete especial.

―Qué buena noticia ―comenta el enano con alegría.

―Pero eso no es todo. Tengo pensado una sorpresa especial ―expresa el rey adelantando su cuerpo, casi al final del trono.

―¿Cuál?

―Tú, mi querido bufón, les narrarás esas historias increíbles ―contesta el rey, señalando al cuentacuentos.

―Bueno, entonces les presentaré la historia, del pequeño cervatillo que encontró el tesoro del rio ―dice el bufón, rascándose la barbilla por unos momentos.

―Me gusta ese cuento, pero ya lo he oído tres veces; ¿no tienes otro relato?

―Entonces, la historia del pájaro que se enamora del hada verde me parece lo adecuado ―contesta rápido el pequeñín, adelantando la mano y señalando hacia arriba.

―¡Oh! ¡No! Me atrevo a decir que estoy harto de ese cuento, de tantas veces que la has repetido ―objeta el monarca cerrando los ojos, al mismo tiempo que niega con la cabeza y con el dedo índice.

Un incentivo puede que ayude.

―Amigo bufón, quiero escuchar historias nuevas en el día especial. No quiero aburrirme en ningún momento. Si logras llamar mi atención, te recompensaré con mil monedas de oro.

―Lo haré con mucho gusto, su majestad ―asegura el bufón, ejecutando una reverencia.

―Eso espero, ya que si no lo haces, daré la penosa orden que te manden a las mazmorras. Quiero impresionar a mis comensales, añadiendo que deseo que todo resulte perfecto ―señala el rey en tono serio. Un segundo después, muestra una cara alegre―; pero no quiero preocuparme de más por ese insignificante detalle. Tienes tiempo de sobra para pensar en unos cuantos relatos; además, sé que no me fallarás, querido amigo.

―Tiene toda la razón, no lo defraudaré.

―Descansa y prepara unas buenas historias para la noche especial. Te puedes retirar bufón ―ordena el rey.

El cuentacuentos se retira a su cuarto, que se halla en el mismo castillo; inclusive, se ubica al empezar las escaleras reales, que llevan al cuarto de los reyes y sus hijos.

Le han regalado todo lo básico que necesita: una cama, un banco y una pequeña mesita, hechos a su medida. En una esquina, adentro de un gran arcón, están sus ropas y cobijas; hay todas las necesarias para los fríos inviernos que se viven en el reino; como el que acaba de pasar, ya que apenas comenzó la primavera. Una pequeña ventana, con su cortina algo rasgada, le da un poco de frescura al cuarto.

Sin ninguna preocupación en su mente, el cuentacuentos se duerme en cuestión de segundos.

CAPÍTULO II «Visitando a los amigos»

En la sombra del amanecer, antes de que salga el sol o de que canten todos los gallos del reino, una figurilla saltarina deambula por el castillo.

Es el bufón, quien se ha despertado y ahora salta silenciosamente por el corredor que se ubica a la derecha de su dormitorio, que conduce al jardín real.

Trae puesto su ropa de trabajo; además de una capa gruesa de lana. Su sombrero con picos y cascabeles, se lo ha cambiado por otro similar; pero sin las campanillas.

Por fin, llega a la puerta que da al exterior. Ya afuera, el cuentacuentos da saltos mucho más altos, que fácilmente triplican su estatura; en unos cuantos saltos más, llega hasta la muralla del castillo, que separa el bosque de Güíldnah del pueblo del mismo nombre.

Se dirige a un gran arbusto; atrás se halla un agujero en el muro, hecho por el mismo tiempo. Solo el bufón y algún niño menor de trece años, tiene el cuerpo indicado para pasar por esa abertura.

Tiene que quitarse su sombrero por unos momentos.

Ya afuera del reino de Güíldnah, observa la tranquila orilla del bosque.

Empieza a humedecer sus labios con su lengua; da tres silbidos cortos y seguidos; no muy fuertes, para evitar alertar a los guardias. Espera unos segundos, escuchando los sonidos del bosque. Para finalizar, da un silbido largo que dura cuatro segundos.

De entre los árboles, empieza a distinguirse una sombra pequeña que se aproxima velozmente.

Es un poni café muy oscuro, con pelo negro; mide un metro y veinte centímetros de alto.

Parece que alguien lo ha alistado para el viaje, ya que trae puesto una silla de montar y una brida con sus riendas.

El poni agacha su cabeza para saludar a su dueño.

―¡Hola amiguito! Es hora de visitar a unos conocidos ―saluda el bufón, acariciando la cabeza del equino.

Acercándose a la silla de montar, el enano se sube al pequeño caballo de un solo salto; inmediatamente después, le ordena cabalgar.

Aunque parezca que el poni es de trote lento, en realidad es muy rápido.

No pasa mucho tiempo, para que llegue al camino principal hacia el reino de Güíldnah. El poni cabalga durante poco tiempo, hasta que se encuentra con un gran árbol seco y sin hojas a su derecha, ahí da vuelta para internarse en el bosque nuevamente; el bufón tiene que ordenarle a su amigo que disminuya su paso, ya que el camino es más accidentado en esos lugares. El cuentacuentos avanza muchos metros en el bosque, buscando algo en particular, moviendo la cabeza en todas las direcciones. No es hasta que sube una colina alta, que ve a lo lejos una gran fogata y alrededor de la misma, tiendas de diferentes tamaños; todo aquello bajando el empinado cerro, en medio de un claro grande.

Con pasos delicados y apresurados, el poni desciende hasta llegar a una gran roca que lo oculta perfectamente, al igual que su jinete. Ambos se detienen a descansar un momento, pero no logran hacerlo por mucho tiempo.

Varios sujetos aparecen repentinamente alrededor de ellos.

Unos traen antorchas, mientras que otros, portan arcos cortos tensados con las flechas en su lugar, listos para atacar.

Todos los hombres usan indumentaria gitana: pañuelos de diferentes colores o sombreros gitanos les cubren la cabeza; camisas de manga larga (unos cuantos visten chalecos) y un sinfín de anillos, collares, brazaletes (anchos y delgados) y aretes (tanto en las orejas, como en las narices y en los parpados). Unos tienen más alhajas y aretes que otros. Llevan puestos pantalones de tela; unos holgados y otros ceñidos. En sus cinturas, lucen fajines de varios tamaños y de variados colores, otros utilizan cinturones con grandes hebillas. Emplean botas de todos los tamaños como calzado.

Solo unos cuantos tienen capas para abrigarse.

Los sonidos del bosque prevalecen unos segundos, ya que el cuentacuentos se queda mudo del susto.

Uno de los gitanos guardias habla, rompiendo el silencio.

―¡Alto!, ¡¿quién va ahí?! ―grita el guardia armado.

―Soy yo. El bufón ―contesta el pequeñín con los brazos alzados.

Uno de los gitanos con antorchas se le acerca, para alumbrarle la cara y ver mejor.

―¡Pero qué sorpresa más agradable!, ¡si es el bufón! Te estábamos esperando desde hace tiempo amigo ―exclama alegremente el gitano que sostiene la antorcha.

―He estado ocupado en el castillo. He tenido mucho trabajo todo este tiempo ―expresa él, bajando los brazos; aliviado que lo hayan reconocido.

Todos los guardias bajan sus armas.

―Vaya. Ven, nos contarás todo en el camino ―invita un gitano arquero.

―Por el momento quiero hablar con el gitano mayor, es un asunto importante ―antepone el bufón.

―Tendrás que esperar unos momentos; unas gentes han llegado con unos problemas ―le informa otro gitano con antorcha―. Antes de pasar con el jefe, ven y come; debió ser un viaje cansado con ese lento caballo que trajiste ―dice señalando al poni.

―Que tonterías dices ―le amonesta un guardia arquero, extrañado del comentario. Decide refrescar la memoria de su camarada―; ¿no recuerdas que es el poni mágico, que el jefe le regaló por haber conseguido elpuesto de bufón? Literalmente este poni cabalga en el aire, y puede ganarle perfectamente al más sano corcel de los tres reinos. Este paseo no fue nada para nuestro amigo y su poni mágico.

Vendrá a comer y a beber, pero no solamente para descansar un momento; estoy ansioso por escuchar sus aventuras en el castillo.

¡¿Qué opinan ustedes?! —les pregunta a todos sus compañeros.

Los gitanos guardias exclaman un gran “¡Sí!” al mismo tiempo; grito que escuchan la mayoría del campamento romaní.

En un santiamén, las mujeres, hombres y niños, se juntan en la orilla de su comunidad. De un salto, aparece el bufón. La multitud explota en aplausos, risas y gritos de “¡Hurra!” y “¡Bravo!”.

Todos quieren hablar con él, así que se le abalanzan rápidamente.

Las gentes hacen preguntas de toda clase al mismo tiempo, pero el bufón solo tartamudea o es interrumpido a media respuesta; por fortuna, algunos de los gitanos guardias lo salvan de esa desesperada situación.

Ellos rodean al visitante. Uno de ellos, calma a la muchedumbre, gritando.

―¡Silencio, guarden silencio camaradas!

Los sonidos del bosque vuelven a prevalecer una vez más.

¡Todos queremos escuchar las aventuras del amigo bufón, pero primero tiene que descansar un momento! ¡Le dejaremos comer y beber, en la carpa de banquetes!

Los gitanos vigilantes conducen al cuentacuentos a una enorme carpa, donde hay una mesa larguísima, repleta de comida de toda clase. A ambos lados del mueble, hay una banca de igual longitud. La bebida no puede faltar: la mayoría es cerveza, acompañada con algo de perada y sidra.

Le dan el mejor lugar al bufón: un pedazo de tronco, justamente al lado de la silla del gitano líder; vacía en esos momentos.

Indeciso por cuál manjar comer primero, le pide a sus amigos una recomendación.

El jabalí lo habían capturado y preparado hace quince minutos, así que fue su primera elección de sugerencia. Haciendo caso del consejo, decide probarlo; esto acompañado de un tarro de cerveza.

No tiene mucha hambre, entonces habla con los guardias.

¿Por qué no me acompañan, amigos? No esperarán que coma todo éste jabalí. Es demasiado. Siéntense conmigo y no olviden a sus familias; al fin y al cabo, toda la comida es suya.

Los hombres no lo dudan ni un segundo, sentándose junto al bufón; dos ya habían comido, por eso se quedan parados a ambos lados del invitado.

En un abrir y cerrar de ojos, las dos largas bancas de la mesa están ocupadas. Hombres, mujeres y niños se relamen los dedos de tanta comida que se llevan a la boca. La banda musical del campamento, compuesta por varios violines, guitarras y un acordeón, acompaña en todo momento la cena especial.

El enano, quien ha quedado satisfecho con una pierna de jabalí y su tarro de cerveza, se queda descansando en su sitio, esperando a que se desocupe el gitano mayor.

Notando que el cuentacuentos está disponible, todos los presentes se arremolinan en torno a él, pero en completo silencio, esperando. Incluso la banda musical cesa de tocar; también quieren escuchar la historia del visitante especial.

―Bien amigo bufón; entre tanto, cuéntanos tus aventuras en el castillo ―solicita un gitano guardia sentado a su izquierda, mientras mastica su comida.

Empieza su historia, desde la última vez que los visitó: hace tres meses y medio. Era la cuarta vez que lo había hecho, desde que lo nombraron bufón oficial; con la visita actual, suman cinco.

En su primera visita, apenas había cumplido un mes de vida con la realeza. Para celebrarlo, el jefe gitano le regaló el poni mágico.

Recordando una de las tantas cualidades del enano, mencionamos de sus saltos fuera de lo común; rasgo que no puede hacer, sin sus objetos secretos.

CAPÍTULO III «Recordando viejos tiempos»

Para saber de esos “secretos”, tenemos que regresar en el tiempo.

El bufón nació en las afueras del bosque de Güíldnah, en un pequeño pueblo rural llamado Toen. Tenía poco tiempo de haberse formado tal lugar.

Sus padres de sangre lo abandonaron recién nacido, justo al borde del camino principal.

Una pareja pobre y sin hijos, lo encontró, adoptó y cuidó. Por nombre le pusieron Philippe.

Al ir pasando los años, sus tutores adoptivos descubrieron el desorden físico que sufría el niño: enanismo; pero ellos no le dieron importancia, alentándolo a vivir una vida normal.

Cumplidos veinticinco años, Philippe parte al reino del Norte para encontrar mejor suerte; sus padres adoptivos le dan un poco de dinero y provisiones para el camino. En el día de la partida, le desean la mejor de las suertes.

Pensando en cortar camino y llegar al reino más rápido, decide adentrarse al bosque de Güíldnah, perdiéndose en poco tiempo. Por fortuna se topa con el campamento gitano.

Gracias mayormente a su carácter amigable y un poco su gracioso físico, no tarda en hacerse amigo de todo el campamento, en especial con el gitano líder.

El gitano mayor le narra unas dos historias de seres mágicos y un bosque especial a su nuevo amigo. El joven enano se maravilla con las anécdotas, preguntándole a su nuevo colega si eran verdad o solo fantasía, ya que quiere conocer a los protagonistas. El gitano líder le invita a visitarlos.

En un santiamén, los dos amigos se alistan para ir al bosque vecino: el bosque Piim-Asud.

El bosque místico Pi-Ud (llamado así por los gitanos) es donde habitan los personajes de los cuentos del bufón: hadas, unicornios y animales parlantes viven ahí. El campamento romaní es la única sociedad del reino y del bosque de Güíldnah, que sabe de estas creaturas. No solo saben, también conviven con ellas. El gitano mayor es el amigo especial de los seres fantásticos. Regularmente, los habitantes del bosque encantado le regalan objetos diversos.

Ya en el bosque Pi-Ud, el joven Philippe aconseja al líder gitano y a las creaturas místicas residentes, resolviéndoles muchos problemas.

Al regresar al campamento, el patriarca gitano le regala a su nuevo compañero unas botas mágicas; ya que son demasiado pequeñas para él.

Las botas mágicas proporcionan al portador, la habilidad de poder ser más veloz que un caballo (igual que el poni mágico) o dar saltos que triplican su estatura. Philippe, prefiere usar más la segunda cualidad que la primera.

El pequeño visitante, pasa la noche en el campamento.

A la mañana siguiente, el zíngaro mayor le muestra al enano el camino para llegar al reino. Al despedirse, el líder le regala un poco más de dinero y de provisiones.

En los primeros días, al joven Philippe no le va nada bien en la ciudad del Norte. Tiene que vivir en las calles, al ser rechazado por todos los maestros artesanos para ser su aprendiz; ni siquiera lo quieren recibir como un vasallo. Los meses siguientes, visita el campamento gitano regularmente para no morir de hambre o sed. Todo el dinero y provisiones que le habían regalado, ya se lo ha gastado y comido en su totalidad. Durante su estadía en la comunidad zíngara, el jefe romaní le narra más historias del bosque Pi-Ud. Habiendo finalizado el cuarto mes, el gitano mayor le invita a quedarse en el campamento; notando su mala suerte, Philippe decide aceptar propuesta.

Ahora que es un gitano, el joven enano viaja de vez en cuando a la ciudad amurallada del Norte. Aprende varios oficios, ya que los anfitriones son muy diferentes a otros romaníes: trabajan arduamente para comerciar diferentes objetos y conseguir el sustento diario. Hay zíngaros granjeros, panaderos e inclusive herreros. Las gitanas son maestras en la sastrería; confeccionando ropa, alfombras o mantas para dormir. Hay un rebaño grande de ovejas, que siempre camina por todo el campamento.

La colección de cuentos de hadas en la mente de Philippe, va aumentando semana tras semana.

Al inicio del noveno mes, durante una esporádica visita a la ciudad, el enano escucha una noticia maravillosa: el rey busca un nuevo bufón, ya que los actuales no lo alegran. El joven enano se prepara rápidamente y se presenta en el castillo. Comienza entre otros parias, pero su acto brilla por su pequeña estatura y sus saltos de gran altura. Es elegido en un santiamén por el mismo rey.

Un día después, con mucha emoción, el pequeño joven va a darles la noticia a sus amigos gitanos. Su siguiente destino es el pueblecillo de Toen, para ver a sus padres adoptivos; mas, unos conocidos le dan la mala noticia de que han muerto desde hace varios días. Al buscar los cuerpos, nadie supo decirle donde los habían enterrado.

Pasa varios días entristecido.

Es gracias a los gitanos que recobra el ánimo.

CAPÍTULO IV «El esperado reencuentro»

Regresando a la plática de Philippe, con los gitanos en la tienda de banquetes, comenta que no le fue difícil hacer su trabajo de bufón. Es el que más atención y halagos recibe; aparte de su cuarto personal en el mismo castillo.

En medio de la historia, el bufón habla acerca de su labor como “niñero real”; ya que cuida y juega largas horas con los príncipes. El momento más emocionante, es el final; da la noticia que es el cuentacuentos oficial del rey, y que el monarca está maravillado con todas las historias que escucha.

Los aplausos resuenan una vez más, acompañados de más exclamaciones de júbilo.

En esos momentos, dos gitanos entran a la tienda y se le acercan: uno es de estatura normal (un metro con sesenta y nueve centímetros de alto); pero el otro, es un gigante de dos metros y sesenta centímetros. Es de complexión robusta. Lleva puesto una camisa blanca de mangas largas y un chaleco café, pantalones del mismo color y botas enormes. Para sostenerle los pantalones, trae un cinturón con una gigantesca hebilla. Es calvo y de cejas gruesas, color castaño oscuro. Su cabeza tiene forma rectangular, acompañada de una barba de un par de días. No lleva un pañuelo que le cubra la cabeza o alhajas de ningún tipo, salvo por dos aretes de oro en las orejas. Todos lo conocen como “el gitano campeón”.

―¡Miren quien llegó!, ¡pero si es el gitano campeón! ―exclama el bufón—. ¿Cómo has estado, amigo?

―Muy bien en estos días; me alegra verte de nuevo ―responde el gitano campeón, quien se acerca a darle una noticia al visitante―. El jefe ya se desocupó y quiere verte, lo más pronto posible.

―¡Oh! Gracias por el aviso ―agradece él.

El pequeñín le pide al campeón que lo suba a su hombro; dirigiéndose a todos los presentes.

―¡Gracias camaradas por esta bienvenida tan especial!, ¡espero no tardarme mucho con el jefe, para terminar ésta visita, con una despedida igual de encantadora!

Baja de un salto, y es guiado por el gitano campeón, hacia la tienda principal.

Al irse alejando, el bufón escucha como reinicia la fiesta en la gran tienda; una vez más, los músicos comienzan a animar el ambiente.

La tienda del gitano mayor es igual de grande que la carpa de banquetes. Lo más característico de la tienda del jefe, es que se halla en medio del campamento; aparte de una larga alfombra de color amarillo oro y purpura oscuro; una pequeña parte del tapete se asoma afuera de la tienda, justamente en el acceso principal.

El gitano campeón ayuda al cuentacuentos a entrar a la “casa” principal, haciendo a un lado las telas de la entrada.

―Gracias amigo. Más tarde nos despediremos ―precisa Philippe.

En el interior de la tienda, al final de la alfombra y en medio de la carpa, hay un trono de oro solido e incrustaciones de joyas variadas; el gitano mayor ha cambiado los cojines rojos y ahora son de color verde césped. En todo alrededor de la tienda, hay un sinfín de ropa, muebles y tesoros: monedas de oro y más joyas aún.

Philippe se adentra en la tienda, buscando a su amigo; en un breve tiempo lo ve, atrás del trono, agachado; escudriñando entre todos los objetos que ha acumulado, todos atiborrados y en desorden.

Al parecer, el gitano líder encuentra rápidamente lo que quería.

Se incorpora y voltea, notando que su colega ya ha llegado.

El romaní mayor es de complexión saludable, apenas llegando a su peso ideal; tiene marcados los músculos del pecho y del abdomen. Mide un metro y ochenta centímetros. Tiene treinta años. El pañuelo que lleva en la cabeza, es del mismo color que los cojines de su trono. La camisa rojo ladrillo claro, de manga larga que lleva puesta, la tiene arremangada hasta el codo. No usa chaleco. En ambas orejas, luce dos pequeños aretes circulares hechos de oro.

Un aspecto diferente, en comparación de los demás gitanos, es la cantidad de collares, anillos y brazaletes, que lleva encima.

En cada dedo de sus manos lleva un anillo simple de oro o adornado con una joya; en los dedos medios e índices, tiene dos. Los dos antebrazos, los tiene lleno de brazaletes delgados y anchos, de cuero y metal; desde la muñeca hasta casi llegando al codo. Collares tiene ocho, todos llenos de cuentas grandes y pequeñas de piedras preciosas multicolores.

En la cintura, lleva un fajín, un poco ancho de color azul rey, decorado con más piedras preciosas; todo esto para sostenerle un pantalón de tela color café claro, un poco holgado para él. Siempre ha usado botas de cuero negro como calzado.

Sus ojos son color café siena.

Hay ocasiones, en que decide dejar al descubierto su cabello, el cual es negro, corto y chino. El rostro circular, es complementado por una barba completa con candado cerrado de varios días.

―¡Compañero bufón!, ¡es una grata sorpresa volver a verte, después de tantos meses! ―saluda muy alegre el gitano mayor, dándole un rápido abrazo a su amigo, ¡pensé que ya te habías olvidado de nosotros!

―¡Eso nunca! ―asegura él, con una sonrisa.

―Antes de contarme tu asunto, quiero darte un regalo especial ―notifica el gitano líder, con el brazo derecho en su espalda.

―¡¿En serio?!, ¡¿cuál?! ―indaga emocionado Philippe.

―Veo que todavía usas las botas mágicas que te regalé cuando te conocí ―menciona el gitano mayor, señalando los pies de su colega con su mano izquierda.

―Así es, me han ayudado bastante en mi trabajo con el rey. Solo me las quito para dormir ―afirma él, viendo y moviendo un poco el calzado.

―¡Qué bueno! Te contaré compañero, que en mi última visita al bosque Pi-Ud, las hadas me han obsequiado los guantes que hacen juego con esas botas ―anuncia el romaní, agachándose.

―¿Guantes? ―murmura confundido el bufón.

―Aquí están.

El gitano mayor adelanta su brazo derecho, mostrando una pequeña caja de madera simple, rectangular y sin barnizar.

―Tal parece que hicieron el juego por separado, haciendo primero las botas ―opina el líder romaní.

Él abre la pequeña caja, mostrando su contenido: sobre una cama de pétalos de tulipán violetas, reposan un par de guantes de cuero amarillo naranjas; el mismo material de las botas mágicas. Son exactamente del tamaño de las manos del bufón.

Al tanto que el pequeño cuentacuentos se prueba los guantes, el gitano mayor le explica los poderes que poseen.

―Ahora con estos guantes serás muy poderoso ―detalla el gitano líder, quien regresa al montón de objetos desordenados, para dejar la pequeña caja de madera.

―¿Qué tan poderoso? ―inquiere el bufón moviendo los dedos adentro de los guantes, ablandando el duro cuero.

―Fácilmente serás doce veces más fuerte; me han dicho, que probablemente te harás quince veces más fuerte, pero solo si te concentras demasiado ―puntualiza el gitano mayor, regresando con su colega.

―Gracias compañero; aunque la verdad, no creo que los vaya a utilizar en mucho, mucho tiempo.

Sospecha Philippe, al mismo tiempo que se quita los guantes; asegurándolos en su cinturón de cuero café.

―También lo creo, solo los utilizarás en escasos eventos especiales. Bien… ahora cuéntame tu situación tan especial que tienes entre manos ―requiere el gitano líder al sentarse en su trono.

El bufón se acomoda en unos cojines multicolores, enfrente de la silla real.

Le da la noticia a su mejor amigo: todo acerca del aniversario de la alianza, el banquete real y la sorpresa especial.

―Esa es una excelente noticia, amigo mío ―lo felicita el gitano mayor emocionado.

Lo seria si tuviera cuentos de sobra; pero ya no tengo ninguno que contar. Todos mis relatos, se los saben de memoria toda la familia real ―asegura el bufón pesarosamente―. Necesito historias frescas. ¿Qué nuevas noticias me tienes del bosque Pi-Ud? ―indaga Philippe, preparándose para escuchar atentamente a su compañero.

El gitano mayor le empieza a narrar sus últimos episodios en el bosque místico: ayudando a los lobos a proteger su guarida y buscando a un joven tritón perdido en el mar, entre otras peripecias.

Las historias brotan y el bufón se asombra con cada una de ellas.

CAPÍTULO V «El bosque místico Piim-Asud»

Cuando el gitano mayor termina con la quinta historia, el sol apenas acaba de salir completamente por el Este.

Creo que ya son suficientes anécdotas ―comenta el bufón alegremente, al mismo tiempo que estira todo su cuerpo.

Tienes razón ―acepta el patriarca zíngaro, realizando el mismo movimiento que Philippe.

Ya es hora de visitar a mis amigos del bosque; recuerda que cada vez que te vengo a ver, tengo que ir a saludar a los demás. La vez pasada ya no me dio tiempo.

Vamos entoncesconcuerda el gitano líder, parándose del trono.

Se prepara para salir, ya que nunca sale sin sus dos espadas cortas; las tiene guardadas en sus fundas simples de cuero, junto con un cinturón.

Al salir de la tienda, la mayoría del campamento duerme profundamente, solo unos cuantos siguen despiertos; entre ellos los gitanos guardias.

―Guardia, trae mi caballo ―le ordena el líder gitano al primer romaní que se acerca.

―Sí, jefe ―obedece él, apresurándose a traer el corcel.

―Mientras te traen tu caballo, yo llamaré al mío ―comenta el cuentacuentos, mirando al gitano mayor.

El bufón hace su llamado y el poni llega en un santiamén. Atrás del poni mágico, viene el gitano guardia con el caballo del jefe: un corcel rojizo con su crin y cola de color café oscuro, de un metro y sesenta centímetros de alto. Toda la silla de montar y la brida han sido decoradas con joyas, entre los cuales destacan el rubí y la esmeralda. El guardia ayuda a subir a su líder.

Antes de partir, el gitano mayor les da instrucciones a los zíngaros.

―Cuiden bien del campamento mientras estoy ausente, regresaremos en unos momentos.

―Así se hará, jefe ―afirma otro guardia que ha llegado.

Habiendo dicho esto, el gitano mayor y el bufón inician su travesía al bosque encantado, dirigiéndose al Norte por el Este.

Cabalgan por un corto trecho de bosque, para llegar a una extensa pradera verde con muchas lomas altas y bajas. Un paisaje agradable.

El poni mágico del bufón, cabalga a la par que el caballo purasangre del gitano mayor.

Al final del suelo verdoso, se encuentra el bosque Pi-Ud, bordeando una larga zona del mar Loefr. Es mucho más grande y alargado que el bosque de Güíldnah; fácilmente triplicando su tamaño. Entre el territorio de Piim-Asud y el mar, no hay playa; una parte del césped se encuentra sumergido en el agua.

En el bosque místico, abundan los pinos, abetos y arces; aparte de varios árboles frutales. Hay diferentes tipos de arbustos, y una gran variedad de flores multicolores; entre las cuales podemos mencionar: los tulipanes, amapolas, crisantemos, rosas amarillas, blancas, y naranjas.

Un rio ha decidido abrirse camino por la arboleda, y un estanque mediano se ha formado en la sección del Este. Hay otro rio, que se encuentra afuera del mismo recinto especial, al Oeste.

Los gitanos, han bautizado al rio de Pi-Ud como Ulrron, el cual divide al bosque en dos partes iguales. Atraviesa todo en dirección Sureste. Al salir del bosque se endereza al Este; a varios metros adelante vuelve a subir al Noreste, acabando en un lago mediano llamado Exlian. El lago se ubica entre dos grandes montañas, llamadas Arth-Lizz y Kudh-Luoth.

Áglod es el nombre que le han dado al estanque, pero no han sido los gitanos quienes lo nombraron así; los habitantes de Piim-Asud se les han adelantado. Un riachuelo que se conecta con el mar, entra casi al final del bosque, alimentando a la laguna en miniatura. Otro riachuelo conecta a Áglod con el rio Ulrron.

Con respecto al rio que corre afuera del bosque, los lugareños le han puesto el nombre de Ódnirlk. Baja hacia el Sur.

Mientras se acercan al bosque especial, Philippe observa atentamente todo el paisaje. Es exactamente igual a como lo recuerda de aquella vez, en que acompañó a su amigo, hace unos cuantos meses atrás. Solo hay un detalle nuevo que ha surgido: una granja pequeña, con su establo y campo de cosecha, que se ha acomodado en las orillas del rio Ódnirlk.

El gitano mayor entra primero en el mar árboles, montado en su caballo, donde es recibido por los reyes feéricos, junto con la corte real de las hadas y duendes. Tal parece que ha llegado en medio de una reunión habitual, ya que hay una multitud enfrente de los monarcas.

La reunión se realiza al pie de un alto pino, en el diminuto claro del trono de los reyes feéricos, donde unas setas sirven de asientos para los presentes. Hay una muchedumbre de duendes y hadas, sentados y volando.

Las ropas en miniatura, verdes, rojas y azules que tienen puestas, han sido bordadas con hilos de diferentes hojas y pétalos de flores.

Todas las hadas y duendes, miden de diez a doce centímetros; a excepción de los reyes.

La reina hada mide treinta y cinco centímetros de alto. Es de piel azulada clara, de ojos almendrados y delgados color violeta de Parma; de cabellos largos y lacios, color verde perico. Igual que la mayoría de su pueblo, las orejas las tiene puntiagudas. Sus alas de mariposa, están pintadas con diferentes tonos de azul. Su vestido largo con falda amplia, sin mangas y escote en V, lo han cosido con finos hilos de tallo de tulipán; además, han teñido todo el vestido, de color rojo cereza. En la cabeza, lleva una corona hecha de hierba y pétalos de tulipán amarilla. Trae un pequeño collar de plata, con un ramo de tulipanes (hecho con piedras preciosas) de colgante. Nunca le ha revelado al gitano mayor la edad que tiene, pero luce como una mujer de treinta años.

El monarca duende, es cuatro centímetros más bajo que su esposa. Usa una corona de oro con una esmeralda hexagonal al frente. El tono de su piel es verde olivo. A diferencia de su esposa, su edad avanzada es más evidente; tiene arrugas por todo el cuerpo, aun más en la cara. Sus ojos parecen estar muy cansados: siempre medio abiertos. Solo tiene una pequeña sección con cabello atrás de su cabeza; acompañado de unas espesas cejas, una barba y bigotes largos que le llegan a las rodillas; su poco pelo y largo vello facial, son de color azul claro. Lleva puesto un chaleco si mangas color sepia; además de unos pantalones cortos color café chocolate.

Ambos gobernantes no usan calzado.

Ellos dos, rigen a todas las aves, insectos, hadas y duendes. Muchos, los conocen como los reyes menores del bosque.

Descansan en sus tronos, junto al tronco del gran árbol. Los asientos reales, son idénticos a las que utilizan los humanos, pero en miniatura y de madera sin barnizar en lugar de oro; los cojines de tela, son remplazados por un montón de cortes pequeños de hojas silvestres.

Bajando de su caballo, el gitano saluda a los presentes.

―Aliado gitano, nos alegra verlo nuevamente ―saluda la reina Neri, algo sorprendida―. ¿Cuál es el motivo de ésta visita tan temprana? ―indaga ella.

―Buenas días, su Majestad ―apoyado sobre su rodilla izquierda, el gitano líder realiza una reverencia―. Disculpe evitar su pregunta por unos momentos, pero, ¿de dónde sacaron ese collar y esa corona de oro? Espero que su esposo, todavía posea ese sombrero puntiagudo color rojo anaranjado, que siempre usaba.

―Sí, todavía lo tiene. Unos días usa el sombrero y otros la corona ―explica la reina hada―. La procedencia de estos accesorios, es una historia larga de contar; pero será mejor que hables con la familia de hechiceros. Ellos te contarán la historia completa.

―Luego pasaré con ellos ―afirma el gitano mayor―; volviendo a su pregunta, he traído a un amigo nuestro, quien quiere saludarlos personalmente desde hace tiempo.

―¿Quién podrá ser? ―inquiere el rey duende Rur a su esposa. Tiene la garganta un poco seca, así que bebe un poco de agua en un vaso de vidrio diminuto, que está en una pequeña mesa alta de madera, al lado del trono.

Poniéndose en pie, el líder romaní grita en dirección de la entrada del bosque.

―¡Entra colega!

El bufón, quien esperaba la señal en el borde del bosque, se adentra hasta estar al lado del gitano mayor, igualmente desmontando de su poni. No tarda en presentarse ante los monarcas.

―Sus majestades, el bufón de Güíldnah, a su servicio ―a la par que se presenta él mismo, ejecuta una reverencia.

Todas las hadas y los duendes estallan con aplausos y ovaciones; el rey y la reina responden con otro gesto similar, e inmediatamente después hacen guardar silencio a sus súbditos.

―Nos honra tenerte nuevamente de visita bufón. El gitano mayor nunca deja de contarnos de ti y tu estadía en el castillo real ―comenta el rey duende, con la garganta y boca ya húmedas.

―Quería visitarlos meses atrás, pero mi trabajo me lo impedía ―se disculpa el bufón. Sin esperar otro segundo más, anuncia a los monarcas y presentes―. Les tengo una noticia agradable: la familia real de Güíldnah ha escuchado de ustedes y de todas las demás creaturas del bosque Pi-Ud, maravillándose en gran manera. Ahora quiero saber más de sus vidas, para contárselas al rey y sus hijos.

―¿En serio les gusta oír de nosotros? Es un informe interesante ―expresa la reina con una sonrisa―. Disfruten de la visita. Tal vez nos encontraremos más tarde; la reunión ya está por acabar.

―Pero antes, ¿no quieren comer algo de nuestra fruta fresca? ―invita el rey duende, recordando los buenos modales.

―Me parece una buena idea. Con mucho gusto aceptamos ―responde el gitano mayor con cortesía.

Tanto el rey como la reina ejecutan un gesto con las manos; inmediatamente después, varios sirvientes reales traen cargando una charola con frutas del bosque: varias zarzamoras, un par de manzanas y un par de peras.

Los visitantes se tienen que sentar en el pasto, tomándose su tiempo para disfrutar del tentempié; y de paso, esperar a que acabara la junta matutina.

—Fue muy oportuno que les ofrecieras la fruta, querido —le dice Neri a su esposo.

Ella se levanta del trono, ya que la reunión ha terminado.

—Solo fue suerte —dice Rur.

Habiendo acabado el tentempié, los dos aventureros se adentran en el bosque, montados en sus corceles. Los monarcas menores los acompañan en el resto de la visita.

En el largo recorrido, todos los habitantes del bosque saludan al bufón; todos quieren escuchar cómo es su vida en el castillo. A su vez, él saluda de nueva cuenta a varios de los protagonistas de las historias que ya ha contado.

Aprovecha el tiempo para saludar a los amigos, que hace bastante tiempo atrás conoció; por ejemplo, la familia real del bosque. El rey, es un mago que llegó por casualidad y la reina es una ninfa; ambos son padres de una joven princesa. Ellos son conocidos cómo los reyes mayores, y gobiernan a los animales parlantes y a las demás ninfas. También pasó a saludar a la familia de hechiceros y sus hijos, que viven cerca de los reyes del bosque. Al último, el bufón platica un rato con la familia real del mar y su hijo tritón; la reunión se efectúa en las orillas de Loefr.

El gitano mayor se sorprende de varios objetos nuevos, que han adquirido los otros cuatro gobernantes y sus hijos. Al preguntar la procedencia de los mismos, los monarcas le responden igual que los reyes de las hadas.

“Visita a la familia de hechiceros, y ellos te responderán ésa duda”.

En todo el tiempo de la visita, recopilan varías historias más; en especial dos… mejor dicho, una historia y media. La segunda es tan larga, que no quieren aburrir al invitado especial, pero resumen el final.

La pequeña hija de quince años de los hechiceros ha encontrado cuatro libros de conjuros, de un poderoso mago que vivió tiempo atrás, y ahora es la magnífica maga de Piim-Asud. Ejercita sus nuevos poderes en la montaña Álhat-Fher, que se halla al Noreste del bosque. A la semana, pasa cuatro días con la familia y tres en la montaña (que en realidad es un volcán extinto). Ella es la que repartió los regalos a los monarcas del mar, de las hadas y a los reyes mayores del bosque.

La otra historia, es de un pavo real que se había enamorado de una hermosa campesina que vive a varios metros del bosque, junto al rio Ódnirlk. Flechado por cupido, el pavo real hace todo lo posible por conocer a la campesina; al final encuentra a su amor ideal en otro lado. Ahora vive con su esposa en el bosque de Güíldnah. Al final los reyes del bosque cumplieron una petición de los enamorados: ahora pueden convertirse en humanos o en aves a voluntad. La esposa, pidió poder convertirse en un mochuelo boreal.

CAPÍTULO VI «Nuevos enemigos y viejos aliados»

El caballo purasangre y el poni, caminan a un paso muy calmado en medio del bosque; dando la oportunidad a sus jinetes de poder disfrutar el paisaje.

Ha pasado el tiempo desde el medio día; de hecho, ya es la tarde avanzada, faltando tres horas para la primera hora de la noche.

―Bueno compañero, para mí son suficientes historias por hoy ―opina el gitano mayor.

―Sí que lo son, mantendré a todos los invitados entretenidos, aparte sobran historias para contarle a los reyes y sus hijos ―concuerda el bufón―. Lástima que la princesa ninfa no estaba con sus padres. Quería saludarla personalmente. Ya será mañana.

―La mayor parte del tiempo está de paseo por el bosque. Creía que la veríamos durante el paseo ―le informa el gitano líder, revisando los alrededores―. Regresemos al campamento; te haremos una espléndida comida de despedida― promete él con emoción.

―Vamos pues ―accede el cuentacuentos.

Los dos aventureros se despiden de Rur y Neri, para después apresurar a sus caballos, directamente de vuelta al bosque de Güíldnah.

En menos de una hora, la fiesta de despedida está lista para comenzar. Philippe la disfruta de principio a fin.

Regresa al castillo media hora después, entrando por el mismo agujero de la mañana.

Ahora tiene que inventar una excusa, ya que todos notaron su ausencia.

Alega que salió a pasear por la ciudad, concibiendo nuevas historias mientras caminaba.

—Estaba tan concentrado, que perdí la noción del tiempo —termina de explicarle al rey.

Derek acepta la excusa, pero aún está enojado. Desde la mañana, dos sirvientes han tratado de cuidar a los príncipes; lamentablemente, han fracasado. Los niños han causado desastre y medio, en todo el castillo.

En la noche, antes de irse a la cama, los monarcas, el príncipe y la princesa tienen que escuchar una de las tantas historias viejas de Philippe. No es nada conveniente, estrenar un relato de su nuevo repertorio.

Llega un nuevo día en el reino.

Despertando una hora más tarde que ayer, el bufón se prepara para salir. Se viste con las mismas ropas, pero de diferente color: púrpura y amarillo.

No cree que vaya a requerir de los guantes mágicos, pero se los acomoda en su cinturón de cuero; junto a un pequeño talego, cosido al accesorio. Son regalos especiales, así que no los puede dejar olvidados.

A diferencia del otro día, Philippe sale por la puerta principal, avisándoles a los guardias de su caminata por la urbe y un poco por el bosque.

Los soldados le advierten que puede ser peligroso. Philippe les promete estar atento.

Su manera de moverse en la ciudad, es lo opuesto que en el castillo: camina todo el tiempo, dando uno que otro salto de vez en cuando.

No es muy conocido en las calles. Solo algunos han escuchado rumores de sus historias de hadas.

Se encamina hacia la puerta principal de la ciudad, la cual es de cuatro metros de alto con tres de largo. Tiene la arquitectura de un arco ojival.

Sale de la ciudad caminando tranquilamente, siguiendo el camino de tierra. Recorre la vereda terrosa por un breve momento; después, se adentra en el bosque. Se detiene en medio de la arboleda, llamando a su poni.

Pronto llega con sus amigos.

Encuentra al gitano mayor, revisando el rebaño grande de ovejas que le pertenece a la comunidad.

Él invita a su colega a pasar nuevamente a la carpa principal.

En los mismos lugares del día anterior, el patriarca romaní le narra más historias fantásticas al bufón.

Relata una historia muy especial, sobre el día que reconfortó a una joven ondina, que sentía una soledad muy grande.

Ya había acabado la tercera historia y comenzado la tercera hora de la mañana, cuando un guardia arquero entra apurado.

—¿Qué quieres? —pregunta el jefe.

—Dos sirvientes del bosque Pi-Ud quieren verlo —informa el hombre—. Dicen que es importante.

—Voy para allá —responde el líder, parándose de su trono.

—Te acompaño —dice Philippe.

Al salir, encuentran a un ciervo rojo adulto y a un picamaderos negro.

—Hola amigos. ¿Cuál es el apuro? —inquiere el gitano mayor.

—Traemos malas noticias —dice el ciervo.

―Los sirvientes del rey negro bajaron de la montaña, llevándose a varios de nuestros compañeros de regreso a su guaridacomplementa el ave.

―¿Quién es ese?, ¿el monarca que llegó hace poco? ―indaga el bufón.

―Sí, es el mismo del que te platiqué ayer ―afirma el gitano mayor.

El personaje al que se refieren, es “Humo Negro”; soberano de los dragones en esas tierras, quienes llegaron hace tres meses. Vinieron del Suroeste. Su guarida se ubica en una cueva de la montaña Arth-Lizz, localizada al Estenordeste de Güíldnah y a medio kilómetro de Piim-Asud. La mayoría de los dragones provenientes del reino recién establecido, han evolucionado bastante, hasta llegar a un punto donde actúan como seres humanos; caminando erguidos e inclusive, vistiendo ropas primitivas. Hablan el mismo idioma que los lugareños de Ítkelor, aparte de otros idiomas del bosque encantado. La minoría aún actúa como animales salvajes. Bastantes de ellos, miden lo mismo que un humano adulto.

Prosiguiendo con la información, el picamaderos da más detalles.

―Entre los prisioneros, se encuentra la familia de tigres.

Los felinos del bosque, son muy amigos de los reyes y del patriarca romaní. Apenas dos meses atrás, nacieron sus tres crías: dos machos y una hembra.

―Los que fueron testigos del incidente, nos informaron que faltaba un cachorro de ellos. Lo buscamos por un tiempo, pero no lo encontramos ―comenta el ave.

―De seguro fue un ataque furtivo desde el aire; algunas de esas creaturas, son bajas de estatura y por ende, muy agiles ―comenta el gitano patriarca.

―¿Que les pasará a los prisioneros? ―inquiere el bufón a su amigo.

—Nada bueno —responde él con algo de melancolía—. Todos los que han entrado a la guarida del rey dragón, ya no los han vuelto a ver.

—Muchos quieren ir al rescate de nuestros amigos, pero la reina ninfa no sabe si es conveniente; ¿usted qué opina? —comenta el ciervo.

Cansado del creciente reinado de terror, el gitano mayor decide actuar.

―Llego la hora de hacer algo al respecto —dice él en voz alta.

Inmediatamente después, se dirige al centro del campamento, seguido por un par de guardias; además de Philippe y los mensajeros de Piim-Asud.

—Reúnan a todos los hombres —les ordena el jefe a los dos guardias.

Moviéndose por todo el lugar, los arqueros llaman a una junta de emergencia, ordenándoles ir a la fogata comunitaria; donde solo quedan cenizas.

El patriarca espera a que la mayoría estén reunidos, empezando con el discurso. Uno de los guardias le acerca una silla, para que pueda pararse en ella y que todos puedan verlo.

—Hermanos y camaradas, lamento informarles que “Humo Negro” ha atacado otra vez. Sus sirvientes han capturado a varios habitantes de Piim-Asud, incluyendo a la familia de tigres. Guardemos unos momentos de silencio por nuestros amigos.

Así lo hacen, dejando pasar unos segundos.

—¡¿Nadie va a decir nada?! —interrumpe el mismo dirigente gitano.

Se miran entre todos, descubriendo caras molestas. Solamente uno, es quien dice algo al respecto.

—¡Debemos de ahuyentar a esas pestes! —grita un romaní.

—¡Esa es la actitud que esperaba! —exclama el líder zíngaro— ¡Ya fue suficiente de mirar a otro lado! ¡Vamos a hacer algo mejor que asustarlos!, ¡iremos a su guarida, para aniquilarlos a todos! ¡Recuerden nuestra misión! ¡Muerte a los dragones! ¡Muerte a los dragones! ¡Muerte a los dragones!

Todos repiten enérgicamente la frase varias veces, para después dispersarse, preparándose para el combate.

Los romaníes del campamento son conocidos por ser excelentes con las armas a distancia: tienen puntería milimétrica. La mayoría son arqueros; mientras que los demás, prefieren la ballesta.

El gitano campeón y el gitano mayor son los únicos hábiles con la espada.

El gigantón siempre utiliza una espada mandoble de un metro y ochenta centímetros de largo, la cual puede empuñar con una sola mano; mientras que en la otra, porta un gran escudo redondo de madera recubierto con una lámina de acero, de un metro y sesenta centímetros de diámetro.

Como se dijo antes, el gitano mayor siempre trae consigo dos espadas cortas: son Kilics de doble filo. Sus empuñaduras son de oro puro, incrustadas con piedras preciosas.

Mientras sus hombres se preparan, el jefe zíngaro le ordena al ciervo.

—Regresa al bosque y dile a la reina que vamos a atacar a esas lagartijas. Si alguno de sus súbditos o ellos mismos quiere ayudar, que nos encuentre en la orilla de la arboleda, junto a la montaña.

Obedeciendo, el ciervo rojo regresa al bosque.

El gitano ahora se dirige al ave negra.

―Tú ve por “Los guerreros olvidados del Este”, vamos a necesitar de su ayuda. Nos encontraremos en las faldas de la montaña.

Sin demorarse otro segundo, el picamaderos alza vuelo.

La historia de los guerreros olvidados, ocurrió durante la caída de su antiguo reino.

Durante el gran éxodo colectivo, cien soldados inconformes con la nueva tiranía, se mudaron a un bosque mediano, justo al Nornoroeste de la ciudad y a un kilómetro de Arth-Lizz; también conocido como el bosque Od-Saikr.

No querían unirse ninguno de los tres reinados, por miedo a que se repitiera el mismo suceso.

Después de una semana, se enteraron de la extinción del territorio que antes era su hogar. En ese momento decidieron convertirse en caballeros andantes, pero son más conocidos como mercenarios. Solo se involucran en batallas contra el mal. Se autoproclamaron “Los Guerreros Olvidados del Este”.

Cada mes aumentan en número, ya que voluntarios se unen a sus filas.

Un par de años atrás, los dos capitanes y un grupo de soldados, atraparon al gitano mayor en el territorio del Sur; él les rogó que le dejaran ir, explicándoles que él y su campamento trataban de ser personas honradas. Los dos líderes tuvieron compasión, dejándolo en libertad. Desde ese día, el gitano mayor los visita cada cierto tiempo; narrándoles en cada visita, historias fantásticas del bosque especial.

—Creo que hoy tendrás que regresar temprano al castillo —le dice el gitano mayor a su colega.

—¿Y perderme ésta aventura? Ni de chiste —contesta Philippe—. Iré con ustedes… claro que me quedaré a una distancia segura.

—Entonces vamos —concuerda el líder—. Solo deja me preparo.

Muy prontamente, los gitanos ya están listos para partir. Participarán la mayoría de hombres y muchachos. Todos los guardias se quedan.

El patriarca zíngaro y el bufón montan en sus corceles, acomodándose en la orilla de la comunidad y en frente de toda la milicia.

―¡En marcha!

Con el grito, dirigido por el gitano mayor, todos los soldados empiezan a moverse hacia la batalla.

No hay caballos pura sangre para todos, pero hay caballos de viaje; parientes de los ponis. La mayoría van montados en uno.

El único que tiene que correr, es el gitano campeón; pero no es mucho problema para él.

CAPÍTULO VII «Revisión de las tropas»

Al llegar a Pi-Ud, todos se internan en el bosque, hasta llegar a la sección del Este.

En medio del recorrido, se encuentran con los monarcas mayores y menores. La reina ninfa les informa que no podrán ayudarles personalmente, y que muchos quieren combatir junto a ellos, pero no les han permitido hacerlo; a excepción de un solo habitante: el oso café.

No quieren perder de vista a la princesa, por eso se quedarán a vigilar el bosque.

Con respecto al oso, él quiere vengarse por lo que pasó tiempo atrás. Le importa un comino las órdenes de sus monarcas.

Ahí mismo, los zíngaros les dejan encargados los caballos; a los gobernantes y a muchos súbditos.

Todos caminan el corto trecho hacia el Sur.

El mismo césped de pasto verde, que separa Güíldnah de Piim-Asud, hace lo mismo con el pie de la montaña Arth-Lizz y el bosque místico.

La gigantesca montaña rocosa, ha visto el crecimiento del reino del Norte. Vista desde las alturas, tiene la forma de una gota de agua torcida.

El punto de reunión, se localiza en el lado contrario de la entrada principal al hogar de “Humo Negro”; en la zona Norte de la montaña.

Mientras camina, Philippe divisa un bulto pequeño, color naranja, en medio de un arbusto y en la orilla del bosque. Cuando se acerca a revisar, un tigrillo sale corriendo del mismo matorral, mezclándose entre los romaníes.

—¡¿Qué dem…?! —exclama el bufón, para luego gritar—. ¡Agárrenlo! ¡Agárrenlo!

Varios intentan atrapar al pequeño felino, pero es el jefe gitano quien logra hacerlo.

—¿En dónde te habías metido? —le pregunta mientras lo carga con ambos brazos.

—Estaba jugando con mi amigo hurón, cuando vi a los dragones bajar de los cielos. Me quedé escondido hasta que se fueron. Regresé a mi cueva, pero mis padres y hermanos habían desaparecido. Supuse que los dragones los habían capturado.

—Entonces, ¿pensabas esconderte todo éste tiempo? —inquiere el gitano, quien lo vio salir del arbusto.

—En realidad estaba planeando cómo entrar a la cueva de los dragones.

—Lo más seguro te hubieran descubierto y matado —asegura el patriarca, deteniéndose completamente—. Es mejor que regreses al bosque, con los reyes o alguien más —después llama a su colega, quien está a escasos metros.

—¿Sí? —pregunta el bufón al acercarse.

—Lleva al cachorro con los reyes —le pide mientras se inca para entregarle el bulto viviente naranja.

—¡No! ¡No quiero! —reniega el tigrillo, retorciéndose igual que una lombriz.

Ambos hombres tratan de convencerlo, diciéndole que estará seguro en el bosque; pero no hace caso. Se salvan de recibir arañazos y mordidas todo el tiempo.

El gitano no quiere seguir jugando. Le toma por la cola, gritándole.

—¡Está bien!, ¡está bien! ¡Puedes venir, pero ya estate quieto!

Obedeciendo rápidamente, el cachorro se tranquiliza.

—Vas a tener que ser su niñero. Tienes mucha experiencia en ese tema —comenta el jefe romaní.

—Ya que —dice él, mostrando una mueca de desagrado; luego le dice al tigrillo—. Ven.

Por fortuna, la cría está del tamaño ideal para su cuidador. Philippe lo acomoda con las patas delanteras sobre su hombro izquierdo, mientras lo carga con ambos brazos.

El pelotón de gitanos se detiene en la falda de la montaña; reuniéndose con los guerreros del Este. Ellos ya habían llegado desde antes.

Buscando entre los primeros soldados, el líder zíngaro encuentra a los dos capitanes de los guerreros olvidados: Sir Ahren, capitán primero, y Sir Terrence, capitán segundo.

Sir Ahren es un joven de treinta y un años. Tiene rostro triangular, con ojos color azul oscuro; de cabello rubio y largo. Tiene un par de cicatrices en su cara, pero goza de un rostro atractivo.

Sir Terrence es veinte años mayor que su compañero. Se le notan algunas arrugas; especialmente en los ojos. Tiene el cabello muy corto y una barba completa, igualmente corta; los cuales son de color gris claro. Aún a su edad, es de cuerpo atlético y vigoroso.

Portan armaduras completas de placas, a excepción del yelmo; de igual manera, ambos son más altos que el gitano mayor, por unos centímetros.

Las armaduras se han ennegrecido y ya tienen muchas abolladuras; señales y recuerdos de batallas anteriores.

El gitano mayor se acerca al capitán primero.

―¡Líder gitano! Han pasado varias semanas desde la última vez que nos vimos, ¿cómo has estado? ―saluda Sir Ahren con un apretón de manos.

―Muy bien, gracias. Y tú, camarada, ¿cómo te ha tratado la vida? ―devuelve el saludo el gitano líder.

―No me puedo quejar. Siempre hay trabajo. Los ladrones y malhechores no dejan de aparecer.

―Escuché que recientemente atraparon a Merkid y a sus cinco secuaces ―recuerda el romaní, terminando con una pregunta―, ¿dieron pelea?

―Algo ―declara Sir Terrence―. Después de seguirles el paso por unos días, los encontramos descansando en el pequeño bosque del Sur.

―Solo unos cuantos de nuestros hombres nos acompañó a capturarlos ―continua sir Ahren―; los sorprendimos con la guardia baja.

―Y de recompensas, ¿cómo les va? ―inquiere el gitano líder, quien sabe los pocos recursos monetarios de los soldados.

―Ha habido algo de oro y plata; pero nos conformamos con la emoción de la batalla ―asegura Sir Ahren, impaciente por iniciar el asalto.

―Sí, pero nada comparado con esta cruzada que vamos a realizar, querido amigo ―comenta Sir Terrence, calmando al capitán.

―Cierto amigo, muy cierto ―expresa el capitán primero, tranquilizándose—; además, escogiste el momento perfecto para atacar.

—¿En serio? ¿Por qué?

Luego te lo explicamos —responde Sir Terrence.

Todos guardan silencio por un par de segundos.

Espero que sus hombres estén preparados para la pelea ―menciona el zíngaro a Sir Ahren, al tanto que observa a la milicia del Este.

―Todos están impacientes por comenzar el asedio ―informa él―; lamentablemente, hay algunos que no se encuentran en muy óptimas condiciones para el ataque.

―Pero ellos insistieron en acompañarnos ―expresa un tanto molesto Sir Terrence.

—Ya es hora de organizarnos —asegura el gitano campeón, reuniéndose con el patriarca y los capitanes.

Los tres líderes (aunque podría decirse que son cuatro; ya que la mayoría de los gitanos arqueros, mira al gitano campeón como un capitán en medio de la batalla) se juntan para decidir cuál táctica será útil en ésta situación.

Mientras ellos planean el ataque, el bufón contempla a las dos fuerzas de ataque.

Los gitanos solo portan sus arcos y ballestas; hay armas pequeñas y grandes. Solo algunos traen espadas cortas, por si se les acaban los proyectiles; los demás, tienen dagas largas. Lo único que tienen en común todos los gitanos, son sus carcajes con flechas, saetas o virotes (todos tienen tres o más) y el hecho de que ninguno trae armadura de ningún tipo. Aproximadamente, son ciento veinticinco zíngaros.

En cambio, “Los Guerreros Olvidados” están cubiertos de pies a cabeza de armaduras de placas, cotas de malla o ambas. La mitad tiene yelmos de diferentes formas que les cubren la cabeza; la otra mitad tiene la cabeza descubierta o medio cubierta por la cota de malla. Las armas son variadas: escudos de diferentes formas, hachas, lanzas cortas, lanzas largas, alabardas y un sinfín de espadas de una mano o de dos. Feroces soldados, especialistas en combates cuerpo a cuerpo. Todos los guerreros se han presentado, sumando doscientos cincuenta hombres.

Entre ellos se encuentra un grupo pequeño de arqueros gitanos, quienes fueron contratados por los mismos caballeros.

Al mismo tiempo que Philippe termina de contemplar a toda la fuerza de ataque, los cuatro líderes de ambos bandos, ya han decidido la táctica que van a seguir; dando las órdenes a sus respectivos ejércitos.

CAPÍTULO VIII «El comienzo del asalto»

Los gitanos obedecen a su jefe y empiezan a subir por la ladera de la montaña; la cual es fácil de escalar. Cuando el camino esté libre, le darán una señal a los guerreros (quienes esperarán en su posición actual) para que ellos suban por el otro lado.

—Creo que mejor me quedo aquí abajo —dice el bufón.

—¡Hay que subir!, ¡hay que subir! —contradice la cría de tigre.

—Lamento estar del lado del pequeño, pero tiene razón —dice el líder romaní—. Estarán más protegidos si se mantienen cerca de nosotros.

El pequeño Philippe, quien ha estado cargando al pequeño tigrillo todo el tiempo, empieza a seguir a los arqueros y a su compañero líder.

Al otro lado, la falda no está tan empinada; de hecho, tiene la apariencia rustica de una rampa, con varios escalones pequeños.

Poco a poco, los romaníes suben por la montaña, siguiendo caminos cortos y trepando salientes de piedra. No es tan fácil para el pobre bufón, quien tiene que cargar al cachorro.

Ya habiendo subido por varios minutos, el bufón divisa la entrada a la guarida de los reptiles voladores, custodiada por dos guardias: dragones color azul oscuro; erguidos sobre sus patas traseras, actuando como seres humanos.

Ambos visten solo taparrabos, además de brazaletes y tobilleras de cuero. De armas, portan dos alabardas pesadas. No les preocupa la protección de ningún tipo; confían demasiado en su fuerza y en su piel, ya que toda la parte de la retaguardia es igual de fuerte que el metal.

Solo tienen dos puntos débiles: su cuello y su pecho; no solo porque su piel es muy blanda por la parte frontal, sino porque ahí se alojan sus dos corazones.

Hay dos formas de matar a un dragón: perforando o pulverizando de un golpe sus dos corazones; opción muy simple a comparación de la restante: aplastando sus cráneos.

Philippe observa a cuatro gitanos ubicarse en diferentes posiciones para atacar. El pequeño grupo dispara sus flechas al mismo tiempo, atravesando los cuatro corazones de los dragones guardias; quienes caen muertos en segundos.

Otro grupo de gitanos dispara unas flechas, cerca de donde esperan los guerreros y el oso café; avisándoles que pueden subir. Ellos ascienden por el otro lado.

Antes de proseguir con la estrategia, el gitano mayor le recuerda a su colega.

―Tú quédate aquí afuera. Solo si la vida del pequeño cachorro o la tuya corren peligro, entra a protegerte con nosotros.

―Así lo haré ―responde el cuentacuentos.

Ya reunidos los arqueros y guerreros en la gran entrada principal, con mucho cuidado, empiezan a avanzar en el interior de la cueva.

Lo primero que ven, es una inmensa cúpula; empezada por el tiempo y terminada por los dragones. Miles de antorchas encendidas por todas partes, alumbran un sinfín de túneles secundarios de varios tamaños. Hay dos pisos de pasadizos de piedra.

La nueva guarida es muy húmeda y hay charcos de agua por doquier.

Al parecer los sirvientes del rey se han ido a descansar, ya que no hay nadie a la vista.

Confiando en que el camino se encuentra libre, el ejército se adentra unos metros más, solo para ser sorprendidos por el rugido de un dragón centinela, oculto en el techo. Los gitanos arqueros tratan de derribarlo, pero el reptil se escapa volando, dando la alarma general en todo el lugar.

En los primeros segundos, todo queda en silencio, pero inmediatamente después, se oyen los pasos de los sirvientes guerreros y los aleteos de los dragones mascota; así llamados por el mismo rey: dragones que no han evolucionado lo suficiente, y siguen actuando como animales salvajes. Los pasos y los aleteos se escuchan cada vez más cerca y de todos lados.

Toda la cueva y los túneles secundarios tienen estructura de bóveda; provocando, que cualquier ruido en el interior de la caverna, cause un eco que se escuche y expanda hasta lo más profundo de la misma.

En un santiamén, los dragones soldados aparecen en varios túneles al frente de los intrusos. Casi igualan a sus atacantes en número. Los dragones sirvientes portan armas de diversos tipos, pero prefieren las mazas, hachas y escudos redondos; hechas con una mezcla de diferentes metales, recolectados por ellos mismos.

Las escamas de los soldados del rey dragón son multicolores; pero hay más de colores oscuros. Sus rasgos faciales son diferentes entre ellos: hay largas narices afiladas u hocicos anchos y cortos;ojos grandes y refulgentes, además de ojos pequeños y casi invisibles; dragones con cabelleras de diferentes colores y tipos, sumando otros completamente calvos. Lo único idéntico de todos ellos, son sus lenguas bífidas y grandes dientes filosos.

Sir Terrence desenvaina su espada y grita la orden de ataque; al igual que el gitano mayor. Los dragones contestan del mismo modo.

Los caballeros avanzan a toda marcha contra sus enemigos, mientras que los arqueros y lanceros disparan sus proyectiles, abatiendo a los primeros reptiles. Un segundo después, las primeras filas de escuderos chocan bruscamente con los sirvientes armados, en el medio de la gran bóveda.

CAPÍTULO IX «La traicionera curiosidad»

El bufón se ha quedado afuera de la cueva, recargado en la pared de la entrada.

Solo puede oír los ruidos de los metales chocando entre sí, junto con los rugidos de los dragones y los gritos de batalla de los soldados, gitanos y un oso.

Sin poder resistir la tentación de echar un vistazo, Philippe se escabulle hasta adentro de la cueva, sin alejarse de la pared, protegiendo en todo momento al pequeño cachorro, abrazándolo.

Tanto el bufón como el tigrillo se quedan sorprendidos por la imagen que ven: los guerreros matando a dragones al frente de la batalla, y gitanos derribando a los enemigos distantes. Intensos enfrentamientos en solitario y en grupo se ven por doquier. De los pasillos, no dejan de salir enemigos a cada minuto.

El cuentacuentos escucha miles de voces diferentes: gritos de dolor y de intimidación, órdenes que los capitanes y el gitano líder dan a sus hombres, y lenguas extrañas que hablan los dragones; de entre todo el alboroto, apenas alcanza a distinguir llamados de auxilio que salen de todos los túneles.

La alarma y noticia de la invasión, se ha escuchado hasta las mazmorras de los prisioneros. Esperanzados a que han venido a rescatarlos, los cautivos gritan por su liberación.

Súbitamente, el pequeño tigre cree escuchar las voces de sus padres que provienen de un túnel al frente, un poco a la derecha, en donde no hay vigilancia. Seria perfectamente audible, si todo estuviera en silencio; gracias al excelente oído del cachorro, escucha claramente esos falsos gritos.

―¿Mamá?, ¿papá? ―pregunta el tigrillo en voz alta.

Invadido por la emoción de volver a ver a sus padres, el tigrillo intenta correr hacia las voces; pero es detenido por el bufón.

―¿A dónde crees que vas? ―indaga Philippe, abrazándolo más fuerte.

―¡Suéltame!, ¡tengo que ir con mi papá y mamá! ―grita enojado el cachorro tigre.

―¡No lo harás!, ¡te tienes que quedar aquí! ―le ordena el bufón sin soltarlo.

El pequeño tigre trata desesperadamente de zafarse del abrazo del bufón, iniciando así una pelea entre ambos. Philippe trata de hacerle entrar en razón, pero el pequeño cachorro no escucha estas advertencias. Las garras del tigrillo ya se han desarrollado, hiriendo al cuentacuentos en la pelea; aparte de rasgarle sus ropas. Incapaz de soportar otro rasguño más, el bufón suelta al cachorro, quien sale corriendo hacia el túnel, esquivando la gran batalla por varios metros. Él trata de alcanzarlo, dándose cuenta de que es muy peligroso.

Sin saber qué hacer, el enano busca al gitano mayor en medio del campo de batalla; por suerte, logra encontrarlo en poco tiempo, algo alejado de la línea frontal, dirigiendo a sus arqueros.

El líder romaní oye la voz del bufón; quien lo llama desesperadamente.

―¡Gitano mayor! ¡Gitano mayor!

―¡¿Philippe?!, ¡¿qué haces aquí, y dónde está el pequeño tigre?! ―inquiere el patriarca gitano, todo desconcertado.

―Al parecer escuchó las voces de sus padres y fue corriendo hacia ellos. Traté de detenerlo, pero sus garras me lo impidieron ―explica él angustiadamente.

Sin saber qué hacer, le pregunta a su colega

―¿Qué hacemos?

El jefe zíngaro examina rápidamente toda la escena. Lo primero que ve es el cinturón del cuentacuentos; luego, a varios metros lejos de ahí, están las armas en el suelo, que pertenecían a varios de los dragones sirvientes; ahora muertos.

Sabe que no hay otra opción.

Con tono de enfado, le recuerda al bufón.

―¡Traes los guantes mágicos!, ¡¿no?!

―Sí, aquí los traigo en mi cinturón ―contesta él.

―¡Póntelos!, ¡rápido! ―le ordena el jefe zíngaro.

Mientras su compañero se pone los guantes, el gitano mayor se dirige a dos guerreros en la retaguardia

―¡Ustedes dos!, ¡tráiganme esa maza y ese escudo!

Los dos soldados obedecen; trayéndole una maza de batalla de cincuenta centímetros y un escudo redondo de sesenta centímetros de diámetro.

El cuentacuentos ya se ha puesto los guantes mágicos.

―¿Y ahora? ―pregunta el bufón todavía preocupado.

―¡Toma éstas armas y ahora ve a proteger al pequeño tigre!, ¡muévete! ―le ordena el líder romaní.

Philippe apenas puede empuñar la maza con su pequeña mano. El escudo tiene incluidas unas correas de cuero; facilitándole el poder sostenerlo.

Tanto la maza y el escudo son pesados para el gitano mayor; pero en las manos de Philippe, son ligeros como una gota de lluvia.

El pequeño cuentacuentos se apresura a alcanzar al tigrillo, igualmente evitando la gran confrontación.

No tarda mucho en hacerlo.

Lo descubre a varios metros adentro del túnel, pero ya lo han capturado dos sirvientes dragones. Un guardia lo tiene alzado en el aire, sosteniéndolo de la piel del cuello.

―¿Qué hacemos con éste? ―pregunta el guardia a su compañero, mostrándole al prisionero.

El pequeño tigre no deja de dar pelea, moviendo todo su cuerpo; tratando de rasguñar la cara del dragón.

¡Suéltenme o lo lamentarán! ―gruñe el cachorro.

―No puedo pensar con el estómago vacío ―reprocha el otro guardia.

―Deberíamos llevarlo a una de las celdas ―sugiere el primero, pero a último momento se le ocurre otra idea―. ¿O prefieres comerlo?

¡Buena idea! —exclama feliz su compañero—. Necesitamos energías para ayudar en el combate.

El dragón empuña su hacha corta, preparándose a cortar al tigrillo en dos.

En esos momentos aparece el bufón, arrojando el escudo hacia el reptil que sostiene al cachorro. El proyectil impacta en la cabeza del enemigo, destrozándola completamente; desafortunadamente, el escudo también se despedaza.

El segundo dragón, quien no sabe que acaba de pasar, trata de enfrentarse al intruso, pero no puede ver quien es; ya que el enano no para de dar saltos por todos lados, a toda velocidad. El dragón recibe un fuerte golpe de la nada, igualmente fragmentándole el cráneo; el golpe ha sido tan fuerte, provocando que la maza de Philippe se parta en dos, dejándola inservible.

El pequeño aventurero toma un hacha doble de ochenta centímetros que hay en el suelo, y un escudo redondo (por fortuna, es igual al que acaba de perder); ambos objetos, le pertenecían al primer dragón sirviente.

Muy enojado, el cuentacuentos se para enfrente del tigrillo, quien está a punto de salir corriendo otra vez, diciéndole enérgicamente.

―¡Tú!, ¡vendrás conmigo de regreso a la entrada!

―Pero…

―¡Ahora! ―grita desaforadamente el bufón.

El tigrillo baja la cabeza, triste por no poder ver a sus padres.

Los dos personajes empiezan su viaje de regreso; mas, varios segundos después, se oyen pasos que se aproximan.

Un grupo grande de sirvientes dragones han visto al bufón entrar al pasadizo, así que han decidido perseguirlo.

Sin tiempo que perder y sin otra opción mejor, Philippe le ordena al cachorro que corra, adentrándose más en el túnel.

Al poco tiempo, los dos intrusos se pierden en medio de un gran laberinto, sin saber por dónde ir.

CAPÍTULO X «En algunas ocasiones, se necesita un mapa»

Habiendo recorrido muchos metros de pasadizos interminables (kilómetros para los dos aventureros), el bufón y el tigrillo se topan con un dragón mascota, en su nido con sus pequeñas crías. El padre ruge para ahuyentar a los dos desconocidos, lo cual funciona; desafortunadamente, los sirvientes dragones que vienen atrás, persiguiéndolos, les pisan los talones. Tal parece que el cuentacuentos va a tener que pelear otra vez; por fortuna, el pequeño tigre descubre un túnel pequeñísimo a la derecha, al ras del suelo, donde apenas cabe su enano amigo y su escudo redondo. Sin tiempo que perder, ambos escapan por el pequeño pasadizo.

A medida que van avanzando, empiezan a escuchar los sonidos de la gran batalla de la cueva, aumentando de volumen paulatinamente.

Al final del angosto túnel, los dos aventureros han llegado a un pasillo amplio; se dan cuenta que han subido al segundo piso de la gran cúpula de la entrada, dándoles una excelente vista de la gran pelea que sigue abajo.

Los caballeros y gitanos han ganado bastante terreno, derrotando a muchos dragones

Los guerreros destacados son los tres capitanes, pero sobresale más el gitano campeón. Él puede destrozar la cabeza de cuatro dragones al mismo tiempo, con su escudo.

El gitano mayor es bastante hábil con sus dos espadas. Se mantiene un poco atrás del frente de batalla, protegiendo a su gente. Siempre oculta sus collares adentro de su camisa, para evitar cualquier contratiempo.

Sir Terrence prefiere un escudo de cometa triangular y su cimitarra.

Sir Ahren utiliza una alabarda de dos metros y quince centímetros. Hay una larga pica al final del arma, el filo del hacha tiene forma de S”, y el gancho curvo tiene una parte con filo, formando una pequeña hacha convexa; todo esto conforma la cabeza de armas, grabada (por ambos lados) con adornos florales. En donde empieza tal sección, tiene un mechón de hilos gruesos como adorno; llenos de sangre de reptil. Al final del asta, la contera cuenta con un pico filoso, convirtiendo la alabarda en una lanza de dos puntas. El capitán siempre guarda una espada corta de reserva, en su cinturón de cuero.

Desafortunadamente, por ser el único diferente entre el grupo, la participación del oso café no sobresale mucho. Sus garras no tienen descanso; inclusive, de vez en cuando toma alguna arma del suelo y la utiliza por poco tiempo.

Los dos capitanes, el oso café y el gigante romaní, se mantienen al frente de las tropas de guerreros.

El bufón y el tigrillo ven muy atentos el espectáculo debajo de ellos, hasta que tres dragones que se dirigían a la confrontación, los descubren. Philippe actúa rápido y acaba con ellos en segundos; para mala suerte, se acercan más soldados enemigos.

Nuevamente el pequeño tigre señala otro hueco al ras del suelo; tal parece que es la continuación del primero. Los dos personajes siguen su camino por el minúsculo pasaje.

Después de varios minutos, el bufón se da cuenta de que a cada paso que dan, el camino se complica más y más: bajadas y subidas bruscas, junto con giros que parecen no tener fin; lo peor de todo, es que hay una total oscuridad, obligando a los dos aventureros a avanzar lentamente y a tientas. Inclusive para el cachorro, quien tiene excelente visión nocturna, le es difícil ver en ese estrecho lugar.

El tigrillo, quien va adelante, empieza a sentir cansancio.

―Me duelen mis patas, ¿no podemos dormir un rato? ―gime el pequeño tigre.

―No lo creo. Antes, tenemos que encontrar la salida de éste condenado túnel ―dice Philippe algo exasperado, arrepintiéndose de haber entrado a curiosear.

La desesperación empieza a invadir al cuentacuentos, quien masculla un sinfín de maldiciones y pensamientos que se amontonan en su cabeza. Está a punto de rendirse y quedarse dormido, cuando alcanza a escuchar sonidos a lo lejos; pero es el tigrillo quien comprende perfectamente esas voces a la distancia: son las voces de sus padres, mezclados con muchos gritos de auxilio.

El pequeño tigre recupera nuevamente toda su energía, apresurando al bufón.

―¡Vamos!, ¡muévete! Ya casi llegamos con mis papás y mis hermanos.

―Pero no vayas muy aprisa, recuerda que éste túnel es traicionero ―le advierte su amigo.

Ignorando las precauciones, el tigrillo apresura sus pasos. Philippe hace lo mismo, tratando de estar a unos cuantos centímetros de su pequeño compañero.

A medida que van avanzando, los dos infiltrados empiezan a escuchar muchas voces gritando por libertad. Recorren un buen trecho en línea recta.

Repentinamente, el tigrillo da un grito, que lentamente se va apagando.

El pequeño cuentacuentos llama al cachorro.

―¡Pequeño tigre! ¡¿Queee…

No puede terminar la frase, ya que ha resbalado en un declive, muy inclinado; el mismo donde ha caído el animalillo. El suelo y las paredes son totalmente lisas, imposibilitando a los aventureros aferrarse de algo y frenar su caída.

Al poco tiempo, el tigrillo ve una luz que se va acercando. Un segundo después llega al final del túnel, dando tumbos por el piso de una gigantesca cámara de piedra. Atrás de él aparece el bufón, llegando de igual forma desastrosa; para finalizar, surgen su escudo y el hacha.

Los dos personajes tardan unos momentos para recuperarse de los golpes que sufrieron, pero también de la vista; ya que alrededor de la cámara donde han llegado, antorchas encendidas alumbran el lugar, encegueciéndolos por unos segundos.

Ya recuperados totalmente, ambos se dan cuenta de que un grupo numeroso de dragones con alabardas y lanzas los tienen rodeados, con las puntas de sus armas a centímetros de ellos.

CAPÍTULO XI «Nace un héroe»

Pasan varios segundos de silencio.

Los dragones armados, no permiten que los dos cautivos se muevan.

De repente, se escucha una voz que retumba por toda la cámara.

―¡Guardias!, ¡¿qué fue ese ruido?! ―cuestiona la voz.

―Unos pequeños intrusos. ¿Qué hacemos, Gran Rey? ―pregunta un dragón que sostiene una lanza.

Por fortuna, la voz y los dragones hablan el mismo idioma que el bufón.

«¿Gran Rey?», se pregunta mentalmente Philippe, sintiendo como se revuelve su estómago.

―Déjenme verlos; mientras tanto, que dos de ustedes vayan a investigar la confrontación de la entrada. Necesito saber quién se atreve a desafiarnos.

Un par de dragones abandonan la sala; al tanto que los demás, dan unos pasos a los lados, permitiéndoles al cuentacuentos y al tigrillo ver mejor toda la cámara. El pequeño tigre no se separa de su amigo bufón.

La descomunal habitación de piedra es de forma ovalada. Ninguna clase de muebles u objetos, adornan la pared o el piso natural; salvo las antorchas encendidas que ofrecen la luz.

Arriba de todos los presentes, reina la oscuridad absoluta. Es imposible saber, que tan alto se encuentra el techo.

El piso está repleto de charcos de sangre; la mayoría secos. En diversas partes de la orilla de la habitación y amontonados, yacen los huesos de humanos y animales devorados por los guardias del monarca dragón. En la mente de Philippe, se empiezan a formar visiones macabras, de los últimos momentos de esas pobres víctimas; en un santiamén los remueve de su mente, siguiendo con el reconocimiento del gran cuarto de piedra.

Hay dos accesos, custodiados por varios guardias. Uno es la entrada principal (que se ubica a la izquierda) y el otro, lleva a las mazmorras (enfrente); esto lo deduce el cuentacuentos, porque de ahí salen los gritos pidiendo ayuda.

Llega al lugar por donde acaban de entrar. Un túnel angosto casi al ras del suelo; tal vez, hecho por un riachuelo, hace miles de años.

Philippe observa atemorizado toda la escena, cuando sus ojos llegan al gran rey “Humo Negro”, a su derecha. Sentado en sus patas traseras en el suelo raso, en el extremo de la habitación; que tal parece, es el salón real.

El gran monstruo, es de dieciocho metros de alto por veinticinco metros de largo; de largo cuello y cuatro patas. Como su nombre lo indica, es completamente negro. Ha adornado sus largas garras con gigantescos anillos, fundidos por sus sirvientes. Su larga cola, está completamente ataviada por aros enormes. Sus alas, que se hallan contraídas en esos momentos, tienen una cubierta de un manto fino de polvo. Los anillos en sus garras y cola, así como los polvos que cubren las alas, son de oro puro.

En todo su lomo, desde arriba de su cabeza hasta el final de la cola, sobresale una fila de grandes escamas triangulares, que se curvan en la punta.

Para proteger su parte baja del cuello y su estómago, ha mandado fabricar una extensa cota de malla; tres grandes cadenas en su cuello y dos más en su cuerpo, mantienen la extensa protección en su lugar. La cota de malla y las cadenas, también son del valioso metal dorado.

Otras escamas puntiagudas salen de atrás de su cabeza, dando la imagen de que tiene una gran melena negra de león. Sus dos orejas, tienen apariencia de aletas marinas.

En su cabeza, donde salen tres grandes cuernos que se curvan en la punta, luce una gigantesca corona dorada real abierta, con cientos y cientos de joyas; en especial, ocho diamantes con forma de rombos, que adornan la parte superior de la misma. Junto a los rombos, hay ocho grandes zafiros azules redondos.

Al final de su hocico largo y delgado, abajo de sus fosas nasales y en la mandíbula inferior, caen cuatro largos bigotes; atrás de los mismos, tiene otras dos escamas triangulares, que igualmente se curvan en la punta.

Lentamente, el bufón empieza a examinar la cara del dragón.

Se queda helado del susto, cuando observa dos enormes ojos grises, con sus pupilas alargadas negras, que lo miran. Aquellos ojos tienen dos parpados: el normal externo y la membrana nictitante, que se abre verticalmente.

El gran dragón tiene que dar unos pasos hacia adelante, apoyar su cabeza en el suelo y casi tocar al cuentacuentos con la punta de su nariz, para poder contemplarlo mejor.

Philippe recibe todo el aire que exhala el rey.

―¿Qué clase de creatura es ésta? ―pregunta el gran rey en voz baja, sin quitar la cabeza del suelo.

Toda la cámara ayuda a aumentar el volumen de su voz.

El bufón responde con dificultad.

―So… so…soy un hu…humano, su…su real ma…ma…majes…jes…majestad.

―¿Un humano? Nunca había visto uno de tu talla, con tan rara cara y vistiendo ropas tan ridículas ―expresa el rey, asombrado.

El enano recuerda sus ropas rasgadas, a causa de la pelea que tuvo con el tigrillo; su sombrero de varias puntas, sigue intacto.

Con un poco de valentía, el cuentacuentos le aclara al reptil gigante.

—Eso es, porque soy un bufón.

―¿Bufón?, ¿qué es un bufón? ―inquiere el rey negro aún confuso, alejándose unos metros del suelo y de los intrusos.

―Bueno, mi trabajo consiste en hacer reír a los demás; así pueden divertirse un momento y distraerse unos momentos de los problemas diarios.

―¡Guardias! Bajen sus armas ―ordena el rey dragón con voz fuerte.

Ellos obedecen de inmediato.

―He estado muy aburrido últimamente; más después de nuestro último saqueo ―asegura el monarca, finalizando con un reto―. Entretenme un buen rato, y puede que te perdone la vida.

―Sí… sí señor ―responde Philippe

El cuentacuentos lleva al tigrillo a la pared atrás de ellos; le ordena que espere unos momentos.

Muy nervioso, Philippe regresa al lugar donde estaba; iniciando con su acostumbrado acto.

Comienza por dar brincos en su lugar, tarareando una cancioncilla alegre y algo rápida, luego empieza a dar volteretas de lado a lado, sobre sus manos y pies.

Parece que el dragón supremo, no está muy entretenido.

Todo cambia cuando el bufón se arma de valor y hace desaparecer la ansiedad; ahora, ejecuta maromas y saltos más altos, complicados y alegres. La cancioncilla aumenta de volumen y ritmo. Al avivar la actuación, el rostro del enorme reptil se arruga para esbozar una sonrisa; tornando su aspecto, a uno más siniestro que antes.

Philippe se percata que conseguirá hacer reír a su pequeñísima audiencia; intuye que tendrá que cambiar su acostumbrada rutina por otra diferente; así, el rey soltará unas risas.

Siguiendo con el acto, el bufón ejecuta sus altas acrobacias; pero, ahora cae desastrosamente sobre su trasero o de panza. Esto lo hace intencionalmente, dando la ilusión de que ha calculado mal el salto. Todo el tiempo tararea la cancioncilla.

El rey negro da una gran carcajada que estremece todo el salón de roca; muy contagiosa para los dragones guardias.

Pasan varios minutos de risas, hasta que el dragón rey le ordena al enano detener su acto.

―¡Basta!, ¡basta! Me has hecho muy feliz por unos momentos ―pide el monarca reptil, aguantando el ataque de risa.

―Gracias, su majestad. Entonces nos despedimos ―agradece el bufón con cansancio, empezando a encaminarse a la entrada.

―¿A dónde crees que vas? ―indaga el jefe dragón, sin quitar la sonrisa de su cara; colocando nuevamente la cabeza en el suelo y enfrente de Philippe, haciéndolo retroceder poco a poco.

―Creí que nos perdonaba la vida… si lo entretenía ―responde el cuentacuentos nervioso, caminando hacia atrás; hasta que su espalda se topa con la pared.

―¿Perdonarte la vida? Sí, recuerdo haberlo dicho; mas nunca dije que te podrías marchar ―le aclara él―. Te quedarás aquí para entretenerme toda tu vida; otra cosa… ―el rey dragón hace una pausa, al mismo tiempo que sus ojos y cabeza se mueven unos centímetros para encontrarse con el tigrillo; quien sigue junto a la pared, petrificado del miedo.

Unos segundos después, regresa la mirada con el bufón.

—No sé por qué hablas en plural, solo tú podrás seguir con vida; el cachorro tiene otro destino diferente.

Tanta diversión me ha despertado el hambre ―menciona el reptil gigante, subiendo la cabeza y dirigiéndola a los guardias que protegen las mazmorras―. ¡Guardias! Tráiganme a la familia de tigres capturados ésta mañana ―luego voltea su cabeza a sus otros sirvientes, que están cerca de Philippe―. ¡Ustedes!, ¡traigan al cachorro!

El cuentacuentos le grita a su amiguito que corra para salvarse.

Actuando por instinto, el pequeño tigre corre hacia un corredor de las entradas custodiadas, esperando que sea la salida; pero es detenido a los pocos segundos. Un guardia lo ha agarrado de la cola; mientras, otro dragón se acerca y lo sostiene de la piel del cuello, levantándolo en el aire.

―¡No!, ¡suéltenlo! —grita el bufón, pero los sirvientes no le prestan la más mínima atención.

Ellos se paran enfrente de su monarca.

La familia de tigres llega a la entrada del cuarto de calabozos, custodiados por varios guardias armados con alabardas.

―¡Mamá!, ¡papá! ¡Ayúdenme! ―exclama el tigrillo al verlos, tratando de escapar.

―¡Hijo! ―gritan ellos.

Ambos padres tratan de correr y salvar a su cría, pero son detenidos por las armas de los carceleros; lamentablemente, los felinos son dominados fácilmente y forzados a permanecer en el suelo.

―Un reencuentro muy emotivo ―expresa el rey dragón con una sonrisa malvada, viendo a los padres y hermanos―; muy buena manera de comenzar la comida, además de un pequeño bocadillo ―finaliza el siniestro comentario, observando al cachorro tigre en manos del dragón sirviente.

Para facilitarle el alimento a su amo, el dragón súbdito eleva al animalillo hasta donde su brazo puede hacerlo. Lentamente, el monarca baja su cabeza, hasta que su nariz llega a varios centímetros de su presa. Abre su boca, lo suficiente para que entre el pequeño tigre; segundos después, una larga lengua bífida aparece poco a poco.

Toda la familia no deja de pedir clemencia.

El tigrillo cierra sus ojos fuertemente, dejando escapar pequeñas lágrimas que corren por su cara.

Desesperado por hacer algo, Philippe revisa a su alrededor.

Debe haber algo útil para salvar al pequeño tigre.

No tarda en descubrir su escudo y su hacha cerca de la pared; tal parece que los guardias no les prestaron atención a las armas, dejándolas olvidadas en el piso.

Se le ocurre una idea descabellada para salvar al pequeño tigre.

Retrocede unos cuantos pasos, a medio metro de sus armas; para luego llamar la atención del monarca dragón.

―¡Espere su majestad, espere un momento!, ¡no le he dicho todos los secretos de los bufones! ―grita Philippe a todo pulmón.

La larga lengua bífida se detiene a los pocos centímetros de su alimento, ocultándose nuevamente en las fauces del enorme reptil; quien voltea su cabeza hacia el bufón. Los guardias también giran sus cabezas al mismo lugar.

El dragón sirviente que sostiene al cachorro, baja su brazo; pero sin soltarlo.

―¿Cuáles secretos? ―pregunta el monarca dragón.

―El más importante es… es… ―el bufón se tarda unos segundos en completar la frase―; bueno, en pocas palabras podemos otorgarle un poder inimaginable a otros seres, su majestad.

Surgen unos segundos de silencio.

«Que tonterías estoy diciendo, es imposible que me crea», piensa Philippe.

―Pero si ya soy muy poderoso, no hay ejército que pueda conmigo ―asevera el rey dragón, quedando pensativo en los dones del pequeño humano.

Philippe aprovecha la oportunidad para convencerlo.

―¿Pero, no le gustaría ser inmortal o indestructible? ―inquiere él, haciendo una observación―. Así no tendría que llevar esa pesada protección dorada.

―Y, ¿cómo lo haces? ―indaga el monarca dragón, acercándose unos metros más al cuentacuentos.

Le ha intrigado ese supuesto talento especial. Todo el tiempo ha utilizado la cota de malla, y ya se ha cansado de cargarla.

Ahora, Philippe sabe que tiene completamente la atención del gran rey; por fortuna, su mente creativa concibe la mentira en un segundo.

―Lo que nosotros hacemos, es recorrer los bosques en busca de hadas especiales.

―¿Qué clase de hadas?

―Hadas pequeñas y de varios lugares: hadas de los hongos, de las rosas en sus diferentes colores; en resumen, de todas las flores del bosque. Recolectamos todos sus polvillos mágicos y…

En esos momentos, es interrumpido por el monarca dragón.

―¿Solo el polvo?, ¿no sería mejor utilizar al hada completa? Así la formula mejoraría.

―Eso es cierto… pero, nosotros no les hacemos daño a las hadas; así que optamos por solo recolectar la magia en polvo.

Dejando salir un resoplido y desviando su mirada al aire, “Humo Negro” expresa con molestia.

―Que blandos son los bufones.

El cuentacuentos continúa.

―Una vez reunido suficiente polvo mágico, lo mesclamos con polvo de piedras preciosas o de metales; de hecho, utilizamos más el oro y la plata.

―¿Eso es todo? ―inquiere impaciente el rey dragón.

―Así es su majestad; lo último que falta por hacer, es que el ser en cuestión inhale la mezcla especial, transformándose en un ser muy poderoso e inmortal ―finaliza el enano de ilustrar su método.

«No suena mal; pero, ¿puede éste pequeño humano poseer tales poderes?», se pregunta el jefe de los dragones.

Él sabe de los poderes mágicos de las hadas, de todos los tamaños; pero no comprende para nada de las propiedades de los polvos mágicos, que emanan de ellas. Desconfía unos segundos del supuesto secreto; mas su deseo de poder deshacerse de la pesada y estorbosa carga de su pecho y cuello, es muy fuerte. Al final, opta por creer en las finas arenas especiales.

―Parece los bufones son muy útiles ―comenta el monarca dragón―; de haberlo sabido antes, ya hubiera conquistado los tres reinos de Ítkelor. Bien ―suspira él―, solo esperaremos a que los intrusos hayan sido destruidos.Mis guardias te acompañarán al bosque para capturar a esas hadas. Quiero la versión mejorada de esos polvos mágicos.

Estaba a punto de terminar de comer al tigrillo, pero el bufón le asegura.

No hay necesidad de esperar gran rey. He traído algo de esa mezcla conmigo; suficiente para alguien de su tamaño.

―En serio, ¿dónde? ―inquiere emocionado el rey dragón.

―Aquí, en esta bolsa ―el bufón señala el pequeño talego color café claro, cosido a su cinturón.

En realidad, en esa bolsa siempre carga con algo de confeti brillante para acompañar sus actos. No han sido necesarios en su reciente presentación.

―Son muy pocos polvos, necesitarás más ―sospecha el monarca dragón, entrecerrando los ojos para distinguir el diminuto estuche.

Philippe mete su mano en la bolsa y toma un poco de su confeti; para luego sacar y estirar su brazo hacia adelante con el puño cerrado, diciendo.

―¡Oh! No. No lo creo. Con los polvos que tengo aquí serán suficientes. Acérquese y vea por usted mismo los polvos mágicos.

“Humo Negro” tiene que bajar su cabeza y casi tocar por centímetros al bufón, con su ojo izquierdo. Aún a esa distancia, el puño cerrado del bufón, parece un grano de arena para el monarca.

―Será mejor que abra su otro parpado, para contemplar mejor los polvos ―sugiere el cuentacuentos, al notar que tiene el parpado transparente cerrado.

El rey reptil así lo hace; abriendo la membrana nictitante, mostrando un ojo más brillante y vivo. Incluso el bufón puede ver su reflejo, situación que no ocurrió antes.

―Bien, muéstrame esos polvos ―ordena el soberano dragón.

―Sí, su ma…

Antes de terminar la frase, el bufón corre lo más rápido que puede hacia su hacha, atrás de él.

En un segundo, el bufón está parado enfrente del gran ojo del gran dragón; al siguiente medio segundo, tiene la mano y el hacha enterrada centímetros adentro del globo ocular de su enemigo; otro medio segundo después, saca su mano vacía del ojo del monarca dragón.

El arma se ha quedado atorada, muy adentro del globo ocular.

Un dolor terrible, obliga al gran dragón a levantar su cabeza y a cerrar los dos ojos, dando un rugido que se escucha en todos los túneles de la caverna. La herida empieza a sangrar rápidamente.

―¡Aarrgghh! ¡PxaRlIeS!,*1 ¡wWpñr dL cUqoJ!*2 ―grita el rey dragón, alzando su cabeza y tapándose la cara con su pata delantera izquierda.

*1.- ¡Guardias!

*2.- ¡Atrapen al bufón!

Los guardias se preparan con sus armas, pero el bufón ya se ha acomodado su escudo circular segundos antes, y ahora corre a toda velocidad por toda la sala.

El primer guardia en caer muerto con un golpe en la cabeza, es el dragón que tiene al tigrillo agarrado por el cuello. El pequeño tigre cae al suelo, sin lastimarse. Philippe recoge una espada corta de doble filo; pertenencia del dragón abatido.

―¡Rápido!, ¡ve con tu familia! ―le ordena el bufón al cachorro tigre.

Con un poco de confusión, el tigrillo corre hacia sus padres y hermanos, al tanto que el pequeño guerrero lo protege de los enemigos.

El cuentacuentos se encarga de acabar con los guardias, que rodean a la familia tigre; así, el cachorro tiene todo el camino libre.

Los pocos dragones sirvientes que hay en la sala, no son competencia para Philippe.

El tigrillo vuelve a reunirse con su papá y mamá; sin embargo, la felicidad dura pocos segundos, ya que los refuerzos no tardan en llegar. Dragones sirvientes empiezan a llegar por la entrada principal.

―Protéjanse, yo trataré de derrotarlos ―asegura valientemente el bufón.

―No lo podrás hacer. Aún si le ganaras al ejército, tendrás que atravesar los tres corazones del rey negro ―le informa el papá tigre, quien lo ha escuchado de otros prisioneros.

―¿Tres corazones? ―indaga el enano.

―Sí. Los protege la cota de malla. Uno lo encontrarás en su pecho, el otro se halla al principio de su largo cuello, abajo de su cabeza. El último se sitúa en medio de su cuello, entre los otros dos ―confirma la mamá tigre.

―Gracias por la información, ahora escóndanse en algún lugar ―dice Philippe, señalando las mazmorras.

No se despide y se apresura a encontrarse con los numerosos enemigos que entran.

La familia tigre trata de regresar a las celdas y esconderse ahí, pero un grupo de guardias rezagados se los impide, reteniéndolos en su lugar.

Los dragones no paran de entrar a la gran sala; mas el cuentacuentos no se desanima y sigue luchando, matando a tantos reptiles como le es posible. La espada es muy filosa, práctica y resistente; en cambio, los escudos que utiliza, solo resisten dos fuerte golpes en los dragones guardias, luego, se rompen completamente, obligando al bufón a sustituirlos por otros que encuentre en medio de la batalla.

Impaciente por saber que ocurre, “Humo Negro” abre su ojo sano. Tiene que soportar el dolor de su otro globo ocular, el cual se ha hinchado con el hacha en su interior; no puede abrir ninguno de los dos parpados, manteniéndolos cerrados y así parar el sangrado.

El monarca dragón levanta su cabeza y observa como Philippe es muy veloz; mas no para él.

La velocidad extraordinaria que le otorgan las botas, no es suficiente; «Humo Negro» y su único ojo sano, lo puede seguir perfectamente desde las alturas, calculando sus siguientes pasos. Eleva su pata delantera derecha, esperando el momento adecuado.

El pequeño guerrero pasa velozmente junto al gran dragón.

―¡LDU¨Q cUqoJ!*3 ―exclama el soberano de los dragones, al mismo tiempo que golpea fuertemente el piso a su derecha, a varios metros junto a él.

*3.- ¡Maldito bufón!

Philippe se salva, por centímetros, de ser aplastado por la garra del gran monstruo; pero la poderosa explosión del impacto y un temblor momentáneo, hacen volar por los aires al pequeño cuentacuentos, quien cae dando tumbos, enfrente del rey dragón. Es acorralado rápidamente: de un lado, un grupo numeroso de guardias le obstruyen la salida; del otro, el reptil gigante se prepara para devorarlo. No puede moverse a ningún sitio

El rey negro agacha su cabeza al ras del suelo, enfrente de él, diciéndole.

―Tu osadía, la pagarás con tu vida.

Su larga lengua sale rápido y envuelve al bufón en ella. Planea meterlo lentamente en su boca y masticarlo un poco, para luego tragarlo completamente.

Una muerte lenta y dolorosa.

Philippe forcejea, pero la lengua es muy fuerte.

CAPÍTULO XII «Tres corazones»

Todos los guardias presentes, miran absortos como su rey va introduciendo lentamente al bufón a su boca.

Es tanta la atención de los presentes; que no se dan cuenta de que el gitano campeón y Sir Ahren, junto con una parte importante de los ejércitos romaníes y guerreros, han logrado abrirse paso hasta el salón principal, atrás de ellos.

El gitano campeón, corre lo más rápido que puede hacia Philippe. Con la ayuda de su escudo, va apartando a un lado a todos los dragones guardias que le estorban. El gigantesco amigo del cuentacuentos, llega justo a tiempo, cortando de un golpe el enorme musculo húmedo con su mandoble, salvándole la vida.

Nuevamente, el dolor obliga al rey dragón a levantar su cabeza rápidamente; pero el gitano campeón acaba de aferrarse de su mandíbula inferior con una mano. Aprovechando la oportunidad, entierra su espada en la gran mandíbula superior. Atraviesa el objetivo con mucha facilidad; tanto, que la empuñadura pega en el paladar.

Entre tanto, Sir Ahren dirige a los guerreros y gitanos arqueros, aniquilando uno a uno de los dragones sirvientes que hay en el gran salón principal. No tarda en llegar con el pequeño guerrero, quien se ha liberado de la larga lengua cercenada.

―¡¿Tú?! ¡¿Cómo has llegado hasta aquí?! ―pregunta Sir Ahren sorprendido.

El bufón se apresura a recoger su espada del suelo.

―Al parecer encontré un túnel secreto o algo parecido.

Ambos son distraídos por varios rugidos constantes.

Observan como el rey dragón mueve su cabeza rápidamente a los lados, queriendo liberarse del gitano campeón y su espada.

El gigante gitano se aferra fuertemente de su larga arma con ambas manos, soltándose de la mandíbula inferior. Cae al suelo, rodando de manera segura.

Rápidamente se reúne con el capitán y el cuentacuentos.

―¡Pequeño amigo! ¿Te has estado divirtiendo todo este tiempo? ―inquiere él, mostrando una sonrisa.

―Yo no lo llamaría diversión, compañero ―contesta serio el bufón.

En los pocos momentos de distracción que tienen, Sir Ahren planea la siguiente táctica.

―Ahora nos ocuparemos de estos guardias, para luego acabar con su rey.

Philippe no se olvida de la familia de tigres y los demás prisioneros.

―Hay que ayudar a los prisioneros. Envía una parte del grupo a las mazmorras para proteger a los cautivos. Todavía hay guardias dragones ahí —dice él.

―Tienes razón ―secunda el gitano campeón; luego, se dirige a Sir Ahren―. Que la mayoría de los soldados se quede a resguardar la entrada, una parte que vaya a los calabozos y unos cuantos que nos ayude. Apresúrate. El bufón y yo te cubriremos ― ahora se dirige a Philippe―. ¿Listo para seguir aniquilando dragones? Compañero.

―¡Claro que sí! ―concuerda el bufón con un breve impulso de adrenalina.

El gigante gitano y su pequeño compañero, empiezan a matar la mayor cantidad de dragones que hay en el gran salón; cuidándole la espalda a Sir Ahren, quien corre velozmente hacia los soldados atrincherados en la entrada principal; al final de un corredor largo, que se convierte en dos cortos.

Sus compañeros mantienen a raya a los dragones guardias que van llegando. En las líneas frontales, dos filas de escuderos impiden el paso a enemigos; atrás de ellos, lanceros y arqueros los aniquilan. Sir Ahren, le ordena a un pequeño grupo del contingente que vayan a las mazmorras y protejan a los prisioneros. Los soldados obedecen rápidamente, incluyendo al oso café. Se dirigen lo más rápido que pueden a los calabozos, salvando a la familia de tigres y arrasando con los guardias escondidos ahí.

“Humo Negro”, quien todavía sufre fuertes dolores en su boca y ojo, ve como su ejército es aniquilado. Enfurecido, empieza a atacar a los intrusos, aplastándolos con sus garras o usando su fuego descomunal.

Unos cuantos no se salvan de ser incinerados o aplastados por el rey dragón.

En pocos minutos, los únicos en el salón principal son: el gitano campeón, Sir Ahren y el bufón. Solo un puñado de guerreros y arqueros los ayudan a enfrentar a su último enemigo.

Todos se mueven continuamente por toda la cámara, para ganar tiempo y desconcertar al monarca dragón.

―Ahora solo nos hace falta acabar con el rey ―le expresa Sir Ahren al bufón, quien lo acompaña.

―Para hacerlo, tenemos que atravesar sus tres corazones ―le informa el otro.

―¿Alguna idea de cómo hacerlo? ―pregunta Sir Ahren sin perder de vista los movimientos del rey.

―Ustedes solo manténgalo ocupado, yo me encargo de ese problema.

Philippe se dirige hacia atrás del monarca dragón, mientras Sir Ahren y el gitano campeón lo distraen.

Muy velozmente, Philippe sube a la cola del enorme reptil, para luego llegar a su espalda.

Su enemigo no se percata de esto, ya que trata de aplastar a los enemigos en el suelo, y por el hecho de que el bufón es de poco peso.

Por fin, el cuentacuentos llega al cuello del monarca; empieza a escalar, sosteniéndose de las escamas puntiagudas. Se aferra fuertemente, ya que su enemigo no deja de moverse.

En segundos, llega a la parte de atrás de la cabeza del monstruo gigante, donde se ajusta la primera cadena de oro que sostiene la cota de malla. Sujeta la misma con ambos brazos, y con todas sus fuerzas empieza jalarla en sentidos contrarios, rompiéndola fácilmente.

Un tramo de la cota de malla, cae de su lugar, dejando al descubierto la mitad de la parte baja del largo cuello del dragón gigante; la cual es gris claro.

Como era de esperarse, él se da cuenta de esto, empezando a sacudir fuertemente todo su cuello y cabeza.

Con paso acelerado, Philippe baja hasta la segunda cadena dorada. Repite la misma acción de antes; lamentablemente, el constante movimiento de la bestia, obliga al bufón a sostenerse de la cadena rota, cayendo fuertemente al piso.

Rápidamente el bufón se pone de pie, corriendo hacia una espada y un escudo, entre las armas tiradas en el piso.

La bestia lo sigue de cerca.

En el momento que llega al escudo, Philippe voltea y observa las enormes fauces abiertas de su perseguidor; un gas color amarillento empieza a emanar de ellas.

Sir Ahren trata de advertirle a su pequeño amigo.

―¡Muévete bufón!, ¡quítate de ahí!

Mas en el momento que el capitán primero da la advertencia, el dragón escupe una gigantesca llamarada de lumbre.

Todos observan impotentes, al cuentacuentos desaparecer en medio del fuego abrasador.

Pasan varios segundos de incertidumbre, casi medio minuto.

Creyendo que el bufón ha muerto calcinado, el dragón apaga su fuego; pero grande es su asombro, cuando lo ve sano y salvo, atrás del escudo triangular.

―¡¿AxGR°;fpD Fs Q#Dvblf?!*4 ―pregunta sorprendido el rey dragón.

*4.- ¡¿Cómo es posible?!

Aprovechando el momento de desconcierto, el gitano campeón sube a la espalda del gran monarca, por la misma ruta que tomó el bufón antes; para mala suerte, él es más pesado. Inmediatamente, la lagartija se da cuenta del intruso en su espalda. Intenta derribarlo, moviéndose por toda la gran sala a toda velocidad, dando saltos y moviéndose bruscamente. El gitano campeón se aferra fuertemente de las escamas sobresalientes, negándose a caer.

Mientras tanto, Sir Ahren, junto con los pocos guerreros y arqueros que lo acompañan, llegan con el bufón, aliviado de seguir con vida.

―Estás lleno de sorpresas enano; te creía muerto ―le dice Sir Ahren al bufón, dándole palmadas en la espalda.

―¡Que loco día estoy viviendo! ―exclama Philippe, dejando escapar un resoplido de alivio―. Y pensar que solo iba a escuchar unas cuantas historias.

Philippe, se da cuenta de que el gitano campeón ha subido a la espalda de la gran bestia.

―¡La cadena!, ¡la cadena! ¡Solo falta una cadena! ―grita Philippe con nerviosismo, mientras se incorpora.

―¿La cadena?, ¿cuál cadena?―pregunta Sir Ahren, quien no ha comprendido la exaltación del cuentacuentos.

―Capitán, solo falta una cadena por romper; así la cota de malla caerá, dejando al descubierto los tres corazones ―le explica él, rápidamente—. ¡Rápido!, ¡hay que avisarle al gitano que rompa la última cadena del cuello!

Sir Ahren no pierde un segundo más. Corre lo más rápido, hasta llegar al lado del enorme monstruo, avisándole a su amigo.

―¡Campeón! ¡Campeón! ¡Rompe la última cadena del cuello!

El grandulón se apresura a tomar la cadena. Con dificultades logra tomarla y romperla en dos, mostrando el pecho desnudo del enemigo.

Ahora sí que hay serios problemas.

“Humo Negro” no puede moverse con mucha agilidad, debido a la mitad de cota de malla que se arrastra por el piso. Las dos últimas cadenas, no soportarán mucho tiempo el peso de todo el oro. Dándose cuenta de que pronto se quedará sin nada para protegerlo, decide huir volando.

Muchos metros arriba, en el oscuro techo, hay una salida de la caverna hacia el bosque Pi-Ud.

Varios minutos después de alzar vuelo, las dos cadenas de oro restantes se rompen por sí solas, provocando la caída de la cota de malla en medio de la gran cámara, provocando un fuerte estruendo.

Para evitar que el enemigo escape, el gitano campeón empuña su mandoble y le corta el ala derecha, hasta el mismo hueso.

El monarca dragón no puede seguir ascendiendo. Empieza a caer, dándose un fuerte golpe contra la pared de piedra. En pocos segundos azota en el suelo, tratando de levantarse inmediatamente.

Sir Ahren, apresurado, le pregunta al bufón.

―Dime rápido, ¿dónde encuentro los tres corazones?

―Un poco atrás de la cabeza, en medio del cuello y en el pecho ―detalla él.

Sir Ahren se acerca al gigante, quien todavía sigue arriba del reptil (un poco mareado, pero vivo), gritándole.

―¡Dirígete a la cabeza, atrás de ella se ubica el primer corazón!

De un ligero salto, el gitano campeón desmonta a la gran creatura, apresurándose a llegar al lugar indicado; al mismo tiempo, Sir Ahren corre al pecho del rey dragón, dirigiendo la contera de su alabarda hacia el segundo corazón.

Ambas armas, llegan a su destino simultáneamente, atravesando los dos órganos por completo; casi desaparecen adentro de las entrañas del enemigo.

El monarca negro no puede permanecer en pie después de perder dos corazones. Su cuerpo colapsa completamente.

Es una escena espectacular e impresionante, lástima que los únicos espectadores sean el cuentacuentos y unos cuantos guerreros, quienes no puede creer lo que ven sus ojos.

Philippe es despertado de su asombro por los gritos del gitano campeón.

―¡Mátalo bufón, mátalo! ¡Atraviesa su tercer corazón!

Actuando rápidamente, el enano empieza a buscar en el suelo un arma ideal para el trabajo. Su concentración es interrumpida por unos gritos que provienen de la entrada principal: uno de los “Guerreros Olvidados” le ofrece su lanza para acabar con el dragón. Él asiente con la cabeza, dirigiéndose lo más rápido posible a encontrarse con el soldado; toma el arma con ambas manos, dando las gracias velozmente. Corre lo más rápido que puede, con la lanza apuntando al tercer corazón de la bestia.

“Humo Negro” aún se aferra a la vida. Gira su cabeza y observa como el pequeño guerrero se acerca. En el último segundo, levanta su cuello lo más alto que puede, evitando el arma punzante.

El romaní se aleja inmediatamente; tiene que dejar su espada enterrada en el cuello del dragón. Sir Ahren también se retira, pero él recupera su alabarda.

«No puede… acabar así… mi reinado», son las palabras que llegan a la mente del reptil volador, quien trata de seguir peleando; pero necesita unos segundos para recuperarse. La sangre brota sin parar de la herida grave del pecho.

Philippe y sus amigos se quedan a varios metros lejos del dragón, esperando el siguiente movimiento de su adversario.

Oportunamente, el bufón divisa una saliente en la pared, cerca del cuello color gris claro. Ahora solo necesita la ayuda de su gran amigo.

―Camarada, ayúdame a llegar a esa saliente en la pared ―le solicita él―. Acabaré con esto de una buena vez.

El gitano campeón levanta al cuentacuentos, quien se para en la palma de su amigo; en segundos, él y la lanza, salen volando por los aires, llegando al lugar estratégico.

Tratando de recuperar fuerzas, el rey dragón ha perdido sus reflejos rápidos y parte de la visión de su ojo sano; su último corazón, no puede bombear la sangre en todo su cuerpo a la velocidad necesaria.

Tomando impulso, el bufón arremete de un salto contra el dragón, dirigiendo la lanza a la mitad del largo cuello al descubierto.

En sus últimos momentos, el enemigo voltea justo a tiempo, para ver como una pequeña silueta borrosa se va acercando.

Una vez que el arma se incrusta y casi desaparece en el cuello del monstruo, Philippe la suelta, empezando a caer al suelo; por fortuna, Sir Ahren logra atraparlo e impide que se lastime.

El largo cuello sin vida de “Humo Negro” se derrumba estrepitosamente, con un ojo medio abierto; pero ya no es de color gris, ahora es de color purpura brillante; el mismo color de su sangre.

CAPÍTULO XIII «Un nuevo soldado se enlista»

La gran batalla en la entrada de la cueva continúa; donde el gitano mayor y Sir Terrence, dirigen a los arqueros y guerreros que han quedado atrás, en contra de los reptiles míticos.

Sin ningún motivo aparente, los dragones dejan de pelear, volteando sus cuerpos hacia los túneles secundarios. Ambos capitanes les ordenan a sus gentes que retrocedan un par de metros, sin bajar la guardia.

Segundos más tarde, cientos de enemigos emergen de los túneles, escapando de la cueva, hacia todas las direcciones. Atrás de todos ellos, los siguen los reptiles que se encontraban luchando.

Al quedarse solos, los soldados y arqueros pasan un largo momento de preguntas sin respuestas, hasta que aparece el grupo de rescate, junto con los guerreros y arqueros sobrevivientes que los ayudaron; todos ellos, escoltando a los prisioneros de las mazmorras, hacia su libertad.

El gitano mayor se alegra, al ver a su colega entre los dos capitanes.

Los rezagados, se acercan con sus compañeros que acaban de salir.

El jefe gitano es el primero en preguntar

―¡¿Qué ha pasado con el rey negro?!, ¡¿escapó?!

Ninguno de los capitanes le puede contestar, ni siquiera Philippe puede hacerlo. Solamente el tigrillo, que se encuentra entre los primeros prisioneros rescatados, da la noticia con alegría.

No lo logró; el bufón lo derrotó y mató.

Todos se quedan mudos de la impresión.

Sir Terrence le pregunta a su colega.

―¿Es cierto compañero?

―Sí, es cierto ―responde el capitán primero, aún pasmado.

―Pero no lo hubiera podido hacer, sin la oportuna ayuda del gitano campeón. De no ser por él, ya estaría en la panza de ese reptil gigante ―manifiesta el bufón viendo a su amigo; luego se dirige a Sir Ahren―. Tú también fuiste de gran ayuda, agradezco que también estuvieras allí.

Hay un breve tiempo de celebración.

Los guerreros se apresuran a encontrar el cuarto de tesoros.

Se adentran en lo profundo del laberinto de túneles; tal parece que saben el camino, entre tantas vueltas y caminos confusos. Un par de puertas simples de piedra, de varias decenas de metros de altura, indican el lugar. Un inmenso cuarto de piedra, resguarda toda una montaña de monedas y objetos de oro; esa es la recompensa de la victoria.

Toda la milicia de arqueros y soldados celebran más tiempo en otra cámara con piedras grandes y planas; alrededor de las mismas, rocas más pequeñas sirven de asientos. Ese era el comedor de los dragones sirvientes. Encuentran gran cantidad de cerveza robada y comida; carnes de diferentes animales,es lo que más está guardado.

Juntan varias antorchas para poder cocinar la carne.

El pequeño guerrero Philippe, Sir Ahren y varios soldados se sientan alrededor de una de las mesas de roca. El pequeño aventurero, quiere saber cómo es que el capitán y el gitano campeón lo habían encontrado.

―Nosotros no te encontramos. Tú te adelantaste ―aclara Sir Ahren.

―Explícate ―pide el cuentacuentos, sin entender la simple respuesta.

―Lo que no sabes, es que nosotros ya sabemos las rutas de éste laberinto de túneles y pasadizos ―comenta Sir Terrence, quien pasaba por ahí. Escuchó la pregunta del pequeñín y ha decidido sentarse junto con ellos.

―Exacto. Para que lo entiendas mejor, te contaré una anécdota reciente ―expresa Sir Ahren, empezando con la historia—. Apenas hace dos días atrás, en la tarde, un ratón y uno de los oseznos cafés del bosque jugaban a las escondidas; desafortunadamente, los sirvientes de “Humo Negro” habían bajado para conseguir alimentos. Atraparon rápidamente al pequeño osezno; por fortuna el ratoncito se dio cuenta, empezando a seguir a los dragones.

Para poder entrar y ayudar a su amigo, el ratón se escondió entre el pelaje del oso cachorro, logrando pasar desapercibido.

Ya en las mazmorras, el ratoncito creyó que con solo conseguir las llaves de la celda y abrirla, podrían liberarse de su encierro y regresar al bosque.

―Al parecer lo hicieron y fueron a informarles; ¿o me equivoco? ―interrumpe el bufón.

―Sí y no ―responde seriamente Sir Terrence

Sir Ahren continúa la historia, pero su voz y expresión facial cambian abruptamente. Ahora lo hace un tanto afligido.

―Lograron salir de las mazmorras e incluso del salón principal, ya que el rey dragón y los demás guardias se habían quedado dormidos; pero al adentrarse en el laberinto, se perdieron en poco tiempo. El osezno estaba muy asustado cuando lo llevaban a las mazmorras, y el ratón no pudo ver nada debido a que estaba escondido en el denso pelaje de su amigo. Ninguno de los dos sabía por dónde ir.

El capitán primero toma un trago de cerveza; se ha servido la bebida en un tarro de madera con adornos de oro.

―Uno no sobrevivió, ¿verdad? ―supone el bufón mirando su propia cerveza, en un tarro de metal.

―El osezno se le adelantó al ratón en la esquina de un túnel; al dar la vuelta, sin mirar antes, un guardia le partió la cabeza con su hacha. Ya te imaginaras lo que hicieron con su cuerpo ―prosigue Sir Terrence con la historia.

Pasan un par de segundos de silencio.

El capitán primero termina de narrar la anécdota.

―El ratoncito recorrió todo el laberinto diez veces para aprendérselo de memoria. Ya en libertad, se encontró con nosotros en el bosque Od-Saikr, revelándonos la ruta hacia la cámara principal y la de tesoros.

El que el tú hayas llegado antes que nosotros, fue pura casualidad.

―¿Qué le ocurrió al ratón? ―inquiere el cuentacuentos.

Falleció en la noche. Se concentró demasiado al aprenderse el laberinto de memoria. Murió de cansancio ―responde Sir Terrence.

Finalizando el festín, se dan unos momentos de silencio por los caídos; el jefe romaní quiere llevarse varios cuerpos de regreso al campamento. Todos los gitanos y guerreros empiezan su largo retorno a sus lugares de descanso, escoltando a todos los prisioneros liberados.

El botín de batalla se divide en dos, pero el gitano mayor decide que “Los Guerreros Olvidados” deben de llevarse la mayor parte.

El oso café, la mayoría de los guerreros, romaníes y prisioneros ya se habían retirado de la caverna, cuando el bufón oye un chillido agudo que se aproxima.

Philippe espera unos momentos, solo para ver que el sonido proviene de una cría de un dragón mascota; lo dejaron olvidado cuando todos los demás escapaban. El dragoncito trata de alcanzar a su madre u otro dragón.

―¿Que tenemos aquí? ―se pregunta el bufón a sí mismo, acercándose a la pequeña cría.

Apenas el dragoncito lo ve, corre a ocultarse atrás de unas rocas, a un metro de la entrada de la cueva.

El cuentacuentos llama a sus compañeros.

―¡Hey!, ¡miren lo que encontré!

Los capitanes, además de algunos guerreros y arqueros, se reúnen alrededor de las rocas donde se esconde el dragoncito.

El hombrecillo se acerca lentamente a la cría asustada, la cual es del mismo tamaño que el tigrillo de dos meses de edad.

Es muy diferente a los dragones que acaba de enfrentarse.

Las escamas fuertes de las partes superiores son de color amarillo ocre claro brillante; en cambio, las blandas de su parte baja, son de color anaranjado. Unas cuantas placas de duro caparazón le decoran su hocico.

Varias líneas adornan toda su espalda (de la cabeza a su cola) y sus cuatro patas; otra atraviesa su ojo horizontalmente y hay tres puntos, abajo de cada globo ocular. Todos estos tatuajes naturales son de color blanco.

Su hocico es largo, recto y ancho. Sus ojos son de color verde claro con pupilas circulares negras; el mismo color oscuro de sus garras.

En vez de varias escamas puntiagudas en su espalda, tiene un pelaje largo color azul fuerte, que va desde su cabeza hasta la punta de su cola; inclusive tiene una barba de chivo.

Las membranas de sus alas de murciélago, no tienen coloración; son blancas.

Dos cuernos en forma de relámpago ascendente color café oscuro, decoran su cabeza; al igual que dos orejas de ciervo.

El pequeño cuentacuentos se le acerca lentamente, hablándole calmadamente y casi susurrándole, para poder tocarlo.

El dragoncito no deja de sisear o de dar chillidos agudos.

A Philippe le parece graciosa la situación; muy diferente al gitano mayor, que empieza a molestarse.

Al principio la cría desconfía, pero luego de que el bufón pone la mano en su cabeza, se calma completamente y actúa más dócilmente.

―Ahora, ¿qué vas a hacer con él? ―le pregunta el gitano líder a su amigo.

―Es muy chico para matarlo. Yo creo que se le puede entrenar para que no cause problemas ―intuye el cuentacuentos.

―¿Te refieres a una mascota? Es muy difícil saber que van a hacer estas creaturas, no he sabido de dragones domesticados. Es muy mala idea ―dice el gitano líder algo incómodo.

―Eso es porque nadie lo ha intentado ―repuso el bufón― ¿Qué tal si tu…

A mitad de la invitación, lo detiene el gitano mayor.

―¡Oh!¡No! Ni siquiera te atrevas a pensar en esa idea ―responde negando con la cabeza y poniendo las manos enfrente―. Lamento decirte que los dragones y gitanos no se juntan, ni siquiera en pinturas. Aún los dragones que acaban de salir del huevo, no tolerarán a un gitano que esté a un metro de él. No me preguntes porque, ya que ni yo se la respuesta. Es algo natural. Hay muchas leyendas acerca de eso.

―No creo que sea tan cierto ―duda el bufón de tal afirmación.

―Te lo demostraré ―dice muy seguro el gitano mayor.

Se da la vuelta, ordenándole a uno de los suyos que se acerque a la nueva mascota.

El “voluntario” no está muy feliz de cumplir la orden.

Deja sus armas en el suelo, para luego acercarse lentamente al pequeño dragón; pero apenas pasa del metro de distancia, la cría le sisea e intenta alejarlo repetidamente. Ignorando las advertencias, el arquero acerca sus manos a la cabeza de la criaturilla; la cual ha echado para atrás.

Ya estaba a punto de tocarle la testa, cuando el pequeño dragón muerde fuertemente la mano del gitano arquero.

Apenas tiene un par de meses de nacida la criatura, y sus dientes ya han crecido considerablemente.

El hombre aprieta los dientes del dolor e intenta zafarse de la mordida, en pocos segundos lo logra y se aleja. Por suerte, no hay cortadas graves en la mano del arquero.

Surgen algunas risas en medio de la escena; sin embargo, fueron únicamente por parte de “Los Guerreros Olvidados”. Los zíngaros se mantienen serios todo el tiempo.

―Ves ―demuestra el gitano líder―. Una buena idea sería dejarlo aquí. Si me lo preguntas, la mejor opción es matarlo.

―¿Aún a tan temprana edad? ―responde el bufón, sintiendo lastima por el dragoncillo.

Sir Terrence se adelanta de su grupo para tomar la palabra.

―Nosotros lo adoptaremos.

―¿En serio? ―pregunta Philippe sorprendido, volteando a verlo.

―Piénsalo dos veces amigo ―le sugiere el gitano mayor.

Sir Ahren se para junto a su colega, apoyándolo.

―Estamos dispuestos a comprobar la teoría del bufón; además, si no funciona, no será problema para nosotros. Acabamos de enfrentarnos a más de mil dragones, ¿qué dificultades tendríamos con uno solo?

El gitano mayor le sugiere un evento.

―¿Qué hay de sus padres?, ¿no crees que regresarán a buscarlo?

Sir Terrence asegura

―El rey dragón ha muerto. No regresarán; y si lo hacen, será dentro de un siglo.

De muy mala manera, el líder romaní acepta la sugerencia de sus amigos.

Sir Ahren se acerca al dragoncito, que ahora actúa como un perro faldero. Lo carga en sus brazos y se reúne nuevamente con sus soldados. Sir Terrence lo acompaña

―¿Cómo se va a llamar? ―pregunta él.

―Ya pensaremos en eso después, ahora tenemos que regresar a nuestro campamento a contar las riquezas y a descansar ―le recuerda Sir Ahren.

Ya abajo de la montaña, sobre la pradera verde, “Los Guerreros Olvidados” se despiden de los gitanos arqueros, y empiezan a caminar a su cuartel improvisado en el bosque Od-Saikr.

Los gitanos arqueros, devuelven la despedida, encaminándose a su campamento.

El oso café acompaña a los habitantes de regreso al bosque.

Se quedan el bufón, el gitano mayor y el gitano campeón, quienes se despiden de los capitanes de los guerreros.

―Bueno camaradas, por el momento nos despedimos ―dice el jefe zíngaro.

―Nosotros decimos lo mismo ―responde Sir Ahren.

―La próxima vez que nos veamos, intenten mantener esa alimaña lejos de nosotros; para evitar problemas y poder beber tranquilos ―dice el gitano mayor, señalando al dragoncillo, quien responde con un siseo.

―No te preocupes, lo resolveremos fácilmente ―responde Sir Ahren con una sonrisa, luego voltea a ver al cuentacuentos ―Nos veremos en otra ocasión bufón, esperemos en un ambiente más tranquilo.

―Yo lo deseo también capitán, otro día conversaremos ―dice el bufón con emoción.

―Nos veremos otro día gigantón ―se despide Sir Terrence del gitano campeón.

―Otro día será capitán ―responde el gitano gigante.

―Hasta luego compañeros, que la suerte los acompañe ―se despiden los dos capitanes, acercándose a sus caballos.

―No olvides la salud ―le recuerda el bufón.

―¿Cuál de las dos? ―pregunta el patriarca gitano.

―Las dos son muy buena opción ―responde aquel.

El pequeño grupo se empieza a reír, marchándose cada quien por su lado, despidiéndose de lejos.

CAPÍTULO XIV «Por fin, un merecido descanso»

Los dos gitanos y el bufón, se quedan un tiempo en las orillas del bosque “Pi-Ud”.

―Si no hubiera participado en esta batalla, no lo creería nunca; de hecho, aún no he termino de creerlo ―dice el líder romaní rascándose la cabeza, preguntando al final―. ¿Cómo lo has hecho, colega?

―Lo único que puedo decir, es que hoy he tenido una suerte maravillosamente abundante. Si quieres saber los detalles del enfrentamiento, pregúntaselos al gitano campeón; en cuanto a la otra historia de cómo llegué con “Humo Negro”, esa tendrá que esperar otro día ―explica el bufón cansado, recordándole a su compañero―. Ya es hora de que regrese al castillo. Tengo que descansar para sanar los arañazos ―expresa Philippe, mirando su ropa rasgada.

Ya es la tarde avanzada, faltando una hora para la primera hora de la noche.

¿Vienes a la cena de despedida? ―invita el líder romaní.

―No, no y no ―responde Philippe moviendo la cabeza―. Tus hombres necesitan descansar. Ya fue suficiente con el festejo en la cámara de las mesas de piedra.

―Entonces… ¿vendrás mañana? ―inquiere el gitano mayor.

―¡Compañero! ―exclama el bufón sorprendido―. Con dos visitas en tantos meses, no es suficiente para la cena especial que se avecina. Necesito más historias. Espérame mañana temprano; un poco más tarde de lo que llegué hoy ―asegura el bufón

El bufón llama a su poni mágico, apareciendo de entre el bosque en un santiamén. Philippe monta en su caballo, despidiéndose de su amigo.

―¡Hasta mañana, compañero!

―¡Hasta mañana, colega! ―responde el patriarca zíngaro.

Philippe llega al castillo, entrando por la puerta principal.

Se disculpa por su tardanza, utilizando la misma excusa de ayer. Con respecto a su ropa, explica que se encontró con un gato callejero que lo atacó por sorpresa.

Realiza su actividad diaria, narrándoles cuentos fantásticos a los príncipes y reyes, antes de que se acuesten a dormir. Los monarcas no se quejan de los viejos relatos, pero los príncipes rogaron mucho tiempo por nuevas historias; por fortuna, se conformaron con un par de cuentos de antaño.

En la mañana siguiente, el bufón se despierta más tarde; a la misma hora, en que lo hacen la mayoría del castillo. Después de una merienda temprana, se prepara para salir.

Ahora, avisa a unos amigos sirvientes que saldrá por unos momentos a la ciudad, para meditar en nuevas historias.

Se ha cambiado la ropa, por una que casi no usa: una camisa de manga larga color blanco, que va debajo de un tabardo color verde opaco; en las piernas, se dejan ver parte de unos pantalones cafés. En los pies, lleva unos zapatos simples negros. No lleva sombrero de ningún tipo, dejando al descubierto su cabello negro y chino.

Se ha colocado su cinturón de cuero, acomodando sus guantes especiales en él.

Utilizando la misma ruta y la misma rutina del otro día, Philippe y su compañero equino llegan al campamento romaní, siendo recibido personalmente por el gitano mayor, quien se encuentra negociando con un mercader de telas; amigo suyo y constante comprador de la mercancía que tejen las gitanas.

Ya desocupado, el jefe se prepara para seguir compartiendo las vivencias y varios chismes de última hora.

Al terminar la quinta historia, ya ha comenzado la primera hora de la tarde.

Los dos amigos salen afuera de la carpa, quedándose a un par de metros de la misma.

―Muchas gracias compañero ―agradece Philippe―, has salvado mi pellejo.

―No hay problema colega ―asevera el gitano mayor―. Cualquier situación que tengas, sea de cualquier índole, ven conmigo. Siempre eres y serás bienvenido.

—Por cierto, ¿cómo están tus hermanos? Ayer se me olvido preguntarte.

—Ambos se encuentran bien, al igual que su gente —responde el zíngaro supremo con aire triste—; lo malo, es que no quieren cambiar su vida deshonesta.

—Algún día lo harán. Algún día —dice Philippe, tratando de animar a su colega.

Justamente en esos momentos, un guardia romaní montado sobre su caballo llega con ellos, dando un informe.

―Jefe ―saluda el guardia―, dos amigos suyos quieren verlo.

―Que se presenten ―ordena el patriarca.

El guardia da un silbido a la arboleda, haciéndole señales a su compañero en turno, avisándole que deje pasar a los visitantes.

Dos corceles llegan presurosos: uno blanco, con una tela rojiza y una armadura de placas cubriéndole medio cuerpo; junto con un caballo café claro, únicamente con su silla de montar y una correa extra alrededor del cuerpo (un poco antes de la cruz), donde carga con dos alforjas de cuero medianas.

Son el caballero andante del Sur y la hechicera de la pradera de las cien flores, mejor conocidos como el guerrero Declan y la hechicera Miriam.

Dos personajes que apenas comienzan su vida de héroes errantes.

El caballero, viste doble cota de malla de mangas largas; también tiene puesto un cinturón de cuero café. Las mangas de la cota van debajo de unos brazales; aparte, porta guanteletes, musleras, rodilleras, grebas y zapatos herrados. Debajo de las cotas, lleva una camisa café claro y pantalones de tela negros; por arriba y debajo del cinturón, una túnica simple larga con mangas cortas, totalmente blanca, complementa la vestimenta. Un yelmo vikingo con cota de malla en la parte anterior y antifaz le protege el cuello y cabeza.

Sus rasgos faciales más distintivos (y únicos visibles) son sus ojos color castaños, una barbilla partida y una gran melena negra que le llega hasta la espalda media. Es de veinticuatro años y un poco más en forma que el capitán primero de “Los Guerreros Olvidados del Este”.

La hechicera es de cabello corto (hasta los hombros), alborotado y pelirrojo. Tiene ojos color miel, nariz griega y labios puntiagudos.

Lleva puesto un vestido de doncella, largo, de mangas cortas y escote circular; hecho de terciopelo y de color verde jaspe oscuro. El vestido le llega a los tobillos. Listones simples anchos de seda, color oro, forman las cenefas de la falda, las mangas y el escote. Usa una larga y delgada tela de seda, color terracota, a manera de fajín; alrededor del mismo, cuelgan ocho pequeñas bolsas de cuero café claro, gracias a delgadas cuerdas. En sus muñecas, lleva brazaletes anchos de oro en forma de espiral. En los pies lleva un par de sandalias simples, de cuero café oscuro, adornadas con pequeñas piedras preciosas ovaladas de turquesa verde.

Ella tiene diecinueve años.

Todo su cuerpo, lo cubre una larga capa simple con capucha; la cual se ajusta a su cuello gracias a una cuerda. El gran accesorio es de seda y de color verde turquesa claro.

Los dos nuevos héroes se acercan al gitano líder, montados en sus caballos.

―Hola amigos ―saluda el gitano mayor―, ¿cuál es la noticia importante?

―Una muy grave ―responde la hechicera, bajándose la capucha.

―Demasiado grave ―coincide el caballero del Sur, algo apurado y ansioso.

Caray —expresa Cathal—. Los problemas me están empezando a perseguir muy seguidamente.

El mago Ymn ha capturado a la princesa ninfa, hace unos momentos. Ella se encontraba en la orilla Estenordeste del bosque, cuando unos secuaces del mago la capturaron.

Estábamos de visita con los reyes del bosque, en el claro real, cuando ocurrió el rapto. Ellos mismos nos pidieron rescatarla termina de dar el informe Miriam.

Philippe, escucha atentamente el acontecimiento; él ya sabía y había escuchado del dichoso mago.

―¿El mago Ymn? Creí que estaba encerrado ―manifiesta él, dirigiéndose al pequeño grupo.

El caballero y la hechicera bajan la cabeza para ver al bufón. Un personaje nuevo para ellos; ya que hace poco que conocieron al gitano mayor y su campamento, por lo que el líder no les ha contado sobre él.

―¿Quién es éste pequeñín? ―inquiere extrañado Declan.

―Es el bufón de Güíldnah, un poderoso y valiente guerrero. Ayer aniquiló a “Humo Negro”, el rey dragón ―anuncia el gitano mayor.

Apenas oyen la noticia, la hechicera y el caballero empiezan a reírse.

Pasadas las risas, ambos desmontan de sus corceles, acercándose al nuevo héroe, estudiándolo minuciosamente.

Miriam se dirige al gitano líder.

―Amigo, la única explicación para que éste pequeño personaje sea tan especial, es la magia.

―¡Exactamente! Los accesorios de las hadas del bosque pi-Ud, son su secreto ―expresa él con entusiasmo.

―Interesante ―comenta el guerrero del Sur con una mano en su barbilla y viendo al pequeño, luego dirige la palabra al zíngaro líder―; regresemos a nuestro asunto.

―¿No quieren escuchar completa la aventura de ayer? ―pregunta con alegría el gitano líder―. Estoy seguro que solo han escuchado rumores cortos.

―Después, después. Nuestro problema es más importante ―aclara Declan.

―Está bien ―dice el gitano mayor cambiando de expresión, a uno más serio. Haciendo memoria, apoya a su colega―, pero tiene razón el bufón: los hechiceros del bosque y los mismos reyes de Piim-Asud, se enfrentaron al malvado mago Ymn hace tiempo. Ahora se encuentra preso en una cueva subterránea, en el desierto del Este.

―Así era, pero tal parece que alguien invocó a seres extraños para ayudarlo a escapar ―informa la hechicera.

―¿A qué te refieres con «alguien»?

Estamos seguros que otra persona...

—Más bien dicho, otro mago —interrumpe Declan.

—Exactamente —coincide su amiga—, otro hechicero ha llegado a Ítkelor.

Has dicho que unas criaturas han participado en el secuestro, ¿qué clase de seres?

―Sombras malignas.

―¿Cómo es que obtuvieron esa información?

―Varios animalillos y hadas vieron el suceso ―detalla Declan―. Ellos fueron los que nos alertaron, avisándonos que un hombre con cabello rojo y tatuajes raros, acompañado de sombras negras, había raptado a la princesa.

Luego investigaremos.

―Hay una buena noticia ―interviene el caballero del Sur.

―¿Cuál? ―indaga el gitano mayor.

―Hemos encontrado al mago y a la princesa.

―Sospecho que hay una mala noticia, ¿no es verdad? ―dice aquel con tono de desilusión.

―Sí ―contesta Declan con el mismo tono de pesar―. Ahora dirige una gran cantidad de ladrones y asesinos de todos los reinos.

―Por eso estamos seguros de que alguien le ayuda ―interrumpe Miriam―. Esa persona debió de haber recorrido gran parte de Ítkelor para reunirlos. Lo más probable, se tardó varios días para reclutarlos a todos.

Después de unos segundos de silencio, Declan prosigue.

―En estos momentos, se ha detenido a descansar al pie de la montaña Kudh-Luoth. Cuando lo encontramos, apenas estaban instalando el campamento. Necesitamos de tu ayuda y la del gitano campeón.

―¿Los reyes y la familia de hechiceros?, ¿no vendrán a ayudarnos? ―pregunta el gitano mayor.

―Los reyes, nos dijeron que con tu ayuda y la del gitano campeón sería suficiente ―afirma la hechicera.

―Por mí no hay problema. Desafortunadamente, el campeón ha salido a conseguir comida, junto con unos cuantos arqueros ―informa el gitano—. Yo tendría en mente a otra persona para la misión.

Ahora el gitano mayor voltea a ver a Philippe. El caballero y la hechicera, también voltean a verlo.

―¡¿Yo?! ―exclama sorprendido el bufón.

Por unos segundos lo piensa, pero nota que ya es tarde

―No creo que me alcance el día ―supone Philippe―. Tengo que estar preparado varias horas antes del banquete especial. Es un largo recorrido hasta Kudh-Luoth. No me va a dar tiempo de ir y regresar.

Pero el líder romaní le recuerda un detalle.

―¿Qué hay de tu poni? Recuerda que es el más veloz de todos los reinos. No tardaremos ni un suspiro.

―Eso es cierto; pero, creo que el tuyo no lo esPhilippe voltea a ver al par de héroes andantes, regresando la palabra con su amigo―. Tampoco creo que los caballos de tus amigos sean especiales; bueno… puede ser que el de la hechicera sí lo sea.

―Tienes razón colega. Nuestros caba… ¡Un momento! ―exclama el líder romaní con asombro, prosiguiendo con una pregunta―. ¡¿Cómo es que sabes que ella es una hechicera?!, ¡es la primera vez que la vez!

―Fácil compañero. Su vestimenta la delata ―responde el bufón serenamente―. ¿Qué me decías de los caballos?

―¡Oh! Cierto. Te estaba explicando, que nuestros caballos son purasangres comunes y corrientes, pero Miriam puede ayudarnos a cambiar ese detalle ―asegura el patriarca zíngaro; luego, sigue intentando convencer a su colega―. Vamos compañero, no creo que nos demoremos en esta ocasión ―le dirige la palabra al caballero, preguntándole― ¿Cuantos enemigos son?

Son aproximadamente cien hombres, armados con espadas y ballestas ―contesta Declan, haciendo memoria.

―¿Oíste compañero? Cien ―el líder romaní vuelve la mirada al bufón―. Con “Humo Negro” fueron miles. Acabaremos en un santiamén.

Philippe, indeciso, empieza a caminar, dando vueltas en círculos grandes.

Medita y analiza la situación.

«Otra historia para el rey; pero también podría ser mi funeral», se dice a sí mismo. «Por otra parte, no tendré otra oportunidad igual en mucho tiempo».

Al final de analizar la situación, da un resoplido y piensa.

«Espero que la suerte siga conmigo, como ayer».

El pequeño guerrero se dirige a los tres héroes.

―Bien, creo que otra hazaña no me hará mal.

―¡Así se habla colega! ―grita de emoción el patriarca zíngaro.

Todo parece que no habrá problema; pero el bufón recuerda un detalle importante.

―¿No tienes un arma de sobra? Recuerda que no tengo ninguna.

―No. Lo siento. Solo hay suficientes armas para el campamento; además, creo que serán demasiado grandes para ti ―responde el gitano mayor, volteando a ver a todos lados.

Es el guerrero del Sur el que sorprende a todos, diciendo.

Yo tengo una.

El caballero se dirige a su corcel, en donde siempre carga con una ballesta mediana, de setenta y ocho centímetros de largo; con sus tres carcajes cilíndricos, y sus cuerdas para amarrase a un cinturón; llenos de saetas. Declan coge todos estos elementos y se dirige con Philippe.

La ballesta es de madera; a excepción del arco, el gatillo, el estribo y la nuez, que son de acero. La cuerda combina dos alambres trenzados de metal, envueltos en hilos de lana. El arco se compone de tres láminas delgadas de acero, forjadas entre sí. Es una ballesta simple, sin adornos. La mitad del cuerpo, del final a la nuez, es recta; la otra mitad, de la nuez al arco, es curva. El estribo, ubicado abajo del arco, tiene simplemente cuatro clavos para asegurarlo. La punta del final del cuerpo del arma, tiene forma circular. Todos los bordes rectos, han sido lijados y curveados; solo el pequeño canal de la punta, sobre el arco, sigue con sus bordes rectos. Toda cubierta de una delgada capa de barniz. Una correa de cuero atada de punta a punta, ayuda a cargarla cómodamente en la espalda.

El hombre, le entrega el equipamiento al bufón.

―¡Es una excelente arma! ―manifiesta Philippe, sosteniendo el arma con ambas manos; sus ojos no dejan de moverse, contemplando los pocos detalles.

Al gitano mayor también le ha gustado la ballesta, comentando.

―Sí que es muy buena. ¿De dónde la has sacado?

―Me la ha dado el mismísimo capitán de la guardia real del reino del Sur. La hicieron los mejores armeros del reino, con la mejor madera disponible: fresno ―explica Declan.

―Una verdadera joya. Yo opino que se vería mejor con más adornos ―insinúa el gitano líder.

―Si la hubieran hecho más vistosa, la calidad del arma hubiera bajado mucho; por eso no trabajaron tanto la madera. Solo lo indispensable ―aclara el guerrero y comenta―; pero yo la utilizo muy poco en verdad. Prefiero mi espada y mi escudo.

El caballero del sur usa una espada bracamarte y su escudo triangular con punta semicircular, en todos sus combates.

La espada, de ochenta y cinco centímetros de largo, tiene la misma simplicidad que la ballesta; el pomo es un rombo, la guarnición rectangular brillante y la empuñadura envuelta en cuero café oscuro, casi negro. El único detalle sobresaliente, es un grabado que abarca el primer tercio de la hoja. Varios escudos familiares forman una línea recta. El final de la hoja tiene forma de “V” curva.

El escudo de madera, pintado de azul ultramarino con una franja amarillo oro inclinada, ha sido bordeado de ambos lados por una lámina de acero. Mide ochenta centímetros de largo por sesenta de ancho.

Observando un detalle, Declan le avisa al cuentacuentos.

Va a ser un poco difícil de maniobrar, para alguien como tú.

―¿De verdad? Probemos ―expresa el enano con una sonrisa en el rostro.

El bufón se pone los guantes de cuero especiales, comenzando a manipular la ballesta.

Philippe estira su brazo izquierdo, pone su mano un poco atrás de los clavos del estribo; justo abajo del arco. Procura no apretar con mucha fuerza, ya que la rompería. Con la otra mano, en un segundo, estira la cuerda hasta la nuez. Coloca la saeta en el canal. Apoya el extremo del arma debajo de su brazo derecho, con la mano izquierda sosteniendo el otro extremo (en medio de la curva).

El cuentacuentos acciona el gatillo con la mano derecha, disparando la saeta en medio de un pequeño leño para fogata, varios metros lejos de él.

En ningún momento utiliza el estribo.

Todo este procedimiento, le lleva cinco segundos completarlo, contando que lo realizó tranquilamente.

El caballero del Sur no sabe qué decir.

La hechicera y el gitano mayor cruzan miradas; los dos con una sonrisa en la cara. El gitano mueve la cabeza de arriba abajo, convenciéndola de los poderes mágicos del bufón.

―No fue tan difícil ―dice Philippe confiadamente.

―Será mejor apresurarnos, antes de que el mago escape ―comenta la hechicera.

―Entonces, en marcha amigos ―ordena el gitano mayor.

Da un silbido corto para llamar un guardia, quien ya sabe que es la señal para que le lleven su caballo. Por su parte, el bufón llama a su amigo equino.

Rápidamente, Philippe amarra su equipamiento a la silla de montar, y se prepara para cabalgar; al igual que sus tres amigos.

―Bien ―comenta el bufón, dirigiéndose al gitano mayor―, ahora explícame cómo ayudará la hechicera.

―Se llama Miriam, colega. Solo observa y aprende ―le responde su compañero.

Ella siempre emplea polvos mágicos de muchos colores; eso es lo que contienen las bolsas de cuero, que cuelgan de su fajín. Utiliza dos polvillos diferentes (una pisca de cada uno), los cuales junta en la palma de su mano derecha; empieza a pronunciar un conjuro, terminando en poco tiempo. Para finalizar, sopla moderadamente,dispersando las finas arenas de su mano.

Al parecer no ha hecho nada; pero, momentos después, el cuentacuentos descubre que los cuatro cascos de los corceles purasangres de sus amigos, están rodeados por una diminuta nube blanca.

―¿Qué hiciste Miriam? ―le pregunta Philippe intrigado.

―Realice un hechizo igualador. Ahora, nuestros corceles son iguales de rápidos que tu poni.

Ya preparados, los cuatro héroes cabalgan hacia las faldas rocosas de Kudh-Luoth; que se encuentra en dirección Nordeste.

CAPÍTULO XV «¡Detesto a ese hechicero del demonio!»

Los cuatro personajes llegan a una pradera de pasto corto color amarillo, llena de piedras grandes y pequeñas. En medio de este paisaje se ubica la enorme montaña nevada; que es mucho más grande que Arth-Lizz.

Para evitar ser detectados, los héroes desmontan sus caballos y preparan sus armas en una colina baja.

El bufón se ata los tres carcajes a su cinturón: dos de un lado y uno del otro; dejando su tabardo en la montura. La hechicera se quita su capa y la deja con su caballo.

La montaña Kudh-Luoth tiene faldas empinadas; pero también hay otras partes donde hay muros, casi en ángulos rectos, elevándose muy alto.

Rodean la misma: primero por una ladera, para luego encontrarse con una pared; tienen que seguir por el pasto, sin separarse de la gran muralla natural. En su recorrido sigiloso, aprovechan las rocas grandes para esconderse, en el caso de que haya vigías. Por suerte, no hay ninguno.

Momentos después, el caballero les indica el lugar.

―Estamos cerca. A varios metros es donde armaron el campamento ―indica el caballero con su dedo.

―Bien, acerquémonos silenciosamente ―contesta en voz baja el gitano mayor.

Los aventureros continúan, hasta llegar a una curva en la ladera de la montaña. Al dar la vuelta, hay varias rocas de gran tamaño; ellos utilizan una que está sobre un montículo, para cubrirse.

Ven el campamento, no muy lejos de su escondite temporal.

Los bandidos se han instalado a varios metros lejos de la pared natural de la montaña, en una sección libre de rocas.

El campamento lo han arreglado para darle forma circular. Las tiendas son cuadradas con techo triangular; negras con una bandera roja en cada una de ellas. Las tiendas en el círculo exterior son pequeñas, máximo para dos personas; las de más adentro, son más grandes. Hay una tienda en el centro del laberinto de telas, de la cual emana una luz brillante. El gitano mayor apenas puede distinguir aquella luz, e intuye que ahí tienen prisionera a la princesa ninfa.

Planeando en un segundo el rescate, los cuatro personajes dejan su escondite, lentamente; pero apenas salen al descubierto, el mago Ymn aparece enfrente de ellos, sin ningún ruido o luz que los alerte.

La piel del mago es morena clara. Tiene el rostro de un hombre joven, sin nada de arrugas; son muchos los que dicen que tiene treinta y tres años de edad. El pelo y cejas angulosas son de color pelirrojo intenso; su cabello ondulado lo tiene medio largo, le llega un poco abajo de los hombros. Sus ojos son rasgados y de color gris oscuro.

Viste una túnica de mangas muy cortas, color terracota; la ropa le llega hasta los talones. Una capa corta con capucha, complementan la larga ropa. En la cintura trae un cinturón de cuero negro; es el mismo material y color, de unos brazaletes anchos que lleva puestos en las muñecas. Los brazaletes son lisos y se ajustan con una correa delgada.

El final de la capa y de la túnica se encuentran rasgados.

Los brazos al descubierto, dejan ver una musculatura atlética.

No usa ningún tipo de calzado; siempre flota en el aire; mínimo, a unos cuantos centímetros arriba del suelo.

En los brazaletes de cuero, frente y en los deltoides, tiene pintado de rojo carmesí el siguiente símbolo.


Los héroes ven el rostro del mago, quien se ha quitado la capucha, mostrando una cara seria.

Sostiene con la mano derecha, una larga rama de árbol con muchas torceduras; le ha quitado la corteza, dejándola desnuda. El bastón mide un metro y cincuenta centímetros de alto.

Los aventureros no se mueven, temiendo que el rescate haya fracasado rotundamente; pero no todos piensan lo mismo.

El gitano mayor acomoda sus manos en los mangos de sus espadas, adoptando una postura desafiante, al mismo tiempo que enseña una sonrisa burlona. El mago solo lo mira, sin quitar la seriedad.

Después de unos segundos, se dirige a la hechicera y al caballero del sur.

―¿Quiénes son ustedes?, ¿qué ha pasado con los reyes del bosque?

―¡Eso no importa!, ¡libera a la princesa! ―exige enojado el caballero.

―¡Ah! Ya veo. Ustedes deben ser los nuevos héroes andantes que llegaron a estas tierras ―comenta Ymn, mostrando una leve sonrisa―; solo he escuchado rumores, no muy halagadores. Me sorprende que los reyes del bosque dejen a su hija a cargo de ustedes dos; más me sorprende que esos cobardes no se presenten.

―¡Prepárate para perder! ―advierte Miriam, furiosa.

―No lo creo ―expresa serenamente el malvado mago―. La última vez, me enfrenté a tres poderosos hechiceros; ahora solo ha venido una sola, y no muy entrenada en las artes sobrenaturales.

―¡Te costará trabajo vencernos! ―le señala el caballero del Sur.

El mago intercambia miradas con el gitano mayor, reconociendo a un viejo enemigo.

―¿En dónde se esconden tus hombres? ―inquiere él en voz alta―. Mis soldados son mucho más diestros y peligrosos; muy diferentes a los últimos que recluté.

—Hoy no me han acompañado —responde el jefe romaní seriamente—; no van a hacer falta.

—¡Oh! Ya entiendo —exclama el hechicero alegremente—. Ya te cansaste de la vida que llevas, y quieres que te ayude a acabar con ella. Con mucho gusto voy a complacerte.

Advirtiendo que el mago no le ha prestado la más mínima atención, Philippe decide hacerse notar, gritándole al malvado mago.

―¡El gitano mayor no ha venido a morir!, ¡tú eres el que va a caer!

El mago “Ymn” baja la cabeza, para encontrarse con el bufón, cargando con la ballesta. Apenas lo ve, el mago empieza a carcajearse.

Unos momentos después, recupera el aliento, pero no deja de reír. Entre las risas, le dice a la hechicera y al caballero.

―¿Un enano?, ¿han traído a un enano? ¡Jajajaja! Espero que lo hayan traído para alegrarles el camino. No le veo otro uso.

El gitano mayor ya ha esperado lo suficiente. Enfadado por el comentario, el gitano líder reta al mago malvado.

―¡Basta de palabras!, ¡es hora de ver quien es mejor!

El gitano mayor desenvaina sus espadas Kilics.

Ymn deja de reír y lo mira muy molesto, respondiéndole.

―¡No seas altanero!, ¡no eres nadie para desafiarme!

Los tres héroes restantes se preparan para atacar, pero ninguno de los presentes esperaba lo que ocurre a continuación.

Las manos del gitano mayor empiezan a irradiar una luz verdosa; en breves momentos, pasa a ser una especie de fuego. Además de las manos, los ojos y las espadas también irradian la misma lumbre. Segundos después, su cuerpo empieza a flotar en el aire, a medio metro del suelo.

Todos se quedan con la boca abierta del asombro. No sabían que el jefe zíngaro poseía poderes mágicos.

El mago Ymn no se deja intimidar tan fácilmente. Le grita a su nuevo adversario, preparándose para la batalla.

―¡Necesitarás más que eso para vencerme!

El gitano ataca frontalmente al mago; segundos después, Ymn detiene las espadas con su bastón.

Los tres héroes restantes se apartan varios metros de la pelea, observando cómo se desarrolla.

Un enfrentamiento muy enérgico, se desata entre las espadas llameantes del romaní y el bastón del mago; todo el tiempo, el zíngaro flota en el aire. El mago detiene cada golpe de las espadas con su bastón, el cual ha empezado a irradiar una luz rojo carmesí; cada uno de los cinco símbolos extraños que trae encima el mago, se ilumina intensamente.

Para alejar a su atacante, Ymn entierra su bastón en la tierra, provocando una explosión de viento, enviando a su contrincante lejos de él.

El hechicero responde con un relámpago, que ha generado la propia madera mágica.

Invocando un escudo grande circular luminoso, el patriarca gitano se protege del proyectil. Inmediatamente después, responde el ataque con bolas de fuego verdes.

Al tanto que Ymn esquiva los proyectiles, el gitano invoca dos espadas cortas luminosas vivientes, empezando a atacar al villano.

El gitano mayor aprovecha la oportunidad, elevándose por los aires, continuando con su lluvia de bolas de fuego.

Con sus reflejos rápidos, su bastón o con escudos invisibles de energía, Ymn se protege de los ataques constantes.

Hastiado, el mago divisa un par de piedras grandes cercanas; usa su magia para elevarlas en el aire y aplastar las espadas flotantes, convirtiéndolas en polvo. Acto seguido, lanza un hechizo de contención contra el gitano, que sigue en el aire. Levanta su bastón al cielo, proyectando una energía luminosa ondulante que se dirige al romaní.

Él se defiende, atacando la luz con su fuego, pero no provoca ningún cambio; en un nuevo movimiento, intenta escapar volando, pero el conjuro aumenta la velocidad, atrapándolo en un instante. El aura radiante rojiza lo envuelve completamente, atrayéndolo cada vez más hacia su enemigo. Trata de escapar, pero no puede.

Los compañeros del gitano no saben qué hacer.

―Deberíamos aprovechar la oportunidad para rescatar a la princesa ―sugiere el caballero.

―¡Qué demencias estás diciendo! Debemos de ayudar al jefe romaní ―debate el bufón.

―Esperen ¡Miren! ―exclama la hechicera, señalando a su amigo en problemas.

Mientras va bajando, el cuerpo del zíngaro empieza a crecer aceleradamente.

Al metro del suelo, el gitano líder se libera de la luz de contención de Ymn y cae seguro al suelo; mas ya no es un humano de tamaño normal, ahora es un gigante de cuatro metros.

―¡¿Qué cosa eres tú?! ―pregunta el mago Ymn abriendo los ojos, sorprendido de lo que acaba de pasar.

―¿Crees que estas alhajas y collares son solamente accesorios? ―inquiere el gitano mayor sonriendo―. Lamento informarte que mayoría no lo son. La magia no puede tocarme; solo he actuado un poco para que te confíes.

―Un contratiempo menor ―contesta Ymn.

El mago malvado deja caer su bastón, empezando con un conjuro de transformación: le empieza a salir pelo por todo el cuerpo; su boca se alarga y le empiezan a crecer afilados colmillos. Al igual que su contrincante, empieza a aumentar de tamaño. Sus ropas se rompen completamente. En pocos segundos, Ymn se ha convertido en un oso polar. Sus ojos siguen del mismo color. Erguido, el oso Ymn ahora mide exactamente lo mismo que el líder gitano. Los símbolos permanecen pintados en su pelaje y en las mismas partes.

―¡Si no es con magia, te destrozaré con mis garras! ―gruñe el mago.

―¡Inténtalo! ―responde desafiante el patriarca zíngaro.

Ymn empieza el ataque frontal, lanzando dos zarpazos: primero con su garra izquierda, y unos segundos después con la derecha. El gitano invoca dos escudos triangulares, deteniendo ambos golpes; al siguiente segundo, arroja los dos escudos al frente, golpeando al oso, cayendo bruscamente de espaldas y rodando varios metros atrás.

El romaní mayor voltea a ver a sus compañeros, que no se han movido, llamando su atención.

―¡¿Qué hacen todavía aquí?! ¡Vayan a rescatar a la princesa! ¡Yo lo detendré todo el tiempo posible! ―ordena él.

―¿Tú solo? ―pregunta preocupado el bufón.

―Despreocúpate colega, he estado en problemas parecidos ―dice aquel, aunque en realidad está mintiendo―. ¡Ahora, apresúrense a rescatar a la princesa y llévenla de regreso al bosque!

―Estas lleno de sorpresas amigo ―comenta la hechicera.

―Ya oyeron al líder. ¡Al ataque! ―diciendo esto, el caballero del Sur dirige a sus compañeros al campamento.

Los tres héroes emprenden apresurados el asalto, dejando al gitano mayor enfrentándose al mago.

Ymn se recupera del fuerte golpe, poniéndose en pie.

―Vas a perder nuevamente ―asegura el gitano mayor.

―Te olvidas de mis nuevos soldados ―contesta el oso gigante.

El mago, lanza una gran bola de fuego al aire, que explota unos segundos después, alumbrando el cielo.

CAPÍTULO XVI “El equipo de rescate entra en acción”

La alarma ha sido dada. Los bandidos y asesinos se preparan para la batalla.

Unos tienen diferentes tipos de yelmos completos para ocultar su rostro, otros prefieren un trozo de tela para taparles la mitad de la cara; a los demás, no les importa mostrar su identidad. Casi todos los soldados del mago, tienen cicatrices de peleas anteriores: grandes y pequeñas; unos más, otros menos. Solo una pequeña parte del ejército, trae armadura o cota de malla; la mayoría prefieren ropa sencilla de tela, para mayor agilidad.

Las armas son: ballestas, dagas, espadas cortas y escudos. Muy pocos tienen espadas largas de dos manos o arcos.

Los tres héroes se apresuran a entrar en el laberinto del campamento, pero no pueden evitar enfrentarse a unos bandidos en las orillas del sitio de descanso.

El caballero acaba con dos soldados que se acercan velozmente. La hechicera lanza dos esferas de electricidad a otros dos, detrás de los primeros. El bufón derriba a otros tres en menos de diez segundos. Para poder apuntar mejor la ballesta, tiene que dar un salto en el momento que va a disparar.

Con un contratiempo menos, los tres aventureros se internan en el campamento.

A cada paso y vuelta que dan por las tiendas de tela, se topan con los bandidos y asesinos.

La habilidad del caballero con su escudo y su espada es envidiable, su doble cota de malla lo salva de varias heridas cortantes; tiene que soportar los fuertes golpes de los enemigos y sus armas. La hechicera puede controlar la electricidad, el viento y el frio, aparte de varios hechizos de transformaciones; los usa en contra de varios bandidos, los cuales pasan a ser animalitos inofensivos. El bufón dispara velozmente su ballesta a los enemigos alejados.

Por fin, el trio de héroes logra llegar a la tienda central.

―Yo entraré a rescatarla; ustedes cúbranme ―asevera valientemente el caballero.

―¡Espera! ―lo detiene el bufón, tomándolo de la cota de malla. Él ya sabe de lo sobrenatural de la situación, recordándole al héroe―. Mejor que entre Miriam, estamos tratando con magia ―se voltea a la hechicera―. Nosotros vigilaremos.

Ella entra a la tienda pequeña. No hay ninguna tela en el piso, dejando el pasto de la pradera al descubierto.

Dos guardias custodian a la princesa, ubicada en el centro del cuarto de tela, junto al soporte central. Los dos bandidos atacan a la hechicera, mas ella los congela completamente.

Con el camino libre, Miriam se acerca con la joven ninfa.

La princesa Idaira es de piel blanca. Tiene trece años y medio. Su cabello es largo y lacio, de color cerceta muy oscuro; varias hojas verdes, de árboles diferentes, le decoran la cabellera. Sus ojos caídos son de color amarillo canario, una fina nariz recta complementa una boca fina color rosa; ha heredado la hermosura de su madre.

Un ópalo leñoso ovalado, decora la frente de la joven ninfa, de donde nacen ramas muy delgadas y lisas, que se entrelazan formando una tiara que rodea toda la cabeza.

Su cuerpo es esbelto. Trae puesto un vestido largo de seda color rosa coral, simple y sin mangas. Tiene un listón grueso de lino en la cintura, de color azul claro.

En sus muñecas lleva un par de grilletes negros.

Su rostro refleja un intenso cansancio: tiene los ojos entrecerrados y parece que le cuesta trabajo respirar.

―Ya estamos aquí para rescatarte ―la alienta la hechicera.

Miriam trata de levantar a la princesa, pero ella no puede ponerse de pie.

―Son los…grilletes. Me…extraen toda la… magia y las fuerzas —explica Idaira, muy cansada.

De las esposas, emana un ligero vapor negro, que se desvanece en el aire.

La hechicera nunca había visto algo parecido. Para liberarla, intenta conjurar un contra-hechizo. La mujer pone sus manos alrededor de los grilletes, cierra los ojos, concentrándose por varios segundos; sus manos empiezan a producir una luz blanca, cada vez más abundante. En los siguientes momentos las cadenas desaparecen completamente.

Percatándose que la princesa se encuentra agotada y no puede permanecer en pie, Miriam la carga en sus brazos.

Antes de poder salir de la tienda, ella escucha al caballero gritar.

―¡No salgan!, ¡se están acercando por todos lados¡

El caballero empieza a rodear velozmente el cuarto improvisado, derribando bandidos y asesinos; entre tanto el bufón se ha subido arriba de la misma tienda, derribando a tantos enemigos como le es posible a cada segundo.

―¡¿Ahora qué hacemos?! ―pregunta Miriam a su compañero, desde adentro de la tienda.

―Tal vez yo pueda… ayudar ―responde la joven ninfa, todavía muy cansada—. Ayúdame… a sentarme en… el piso.

La hechicera coloca suavemente a Idaira en la hierba; ella se inca y coloca ambas manos sobre la tierra, al mismo tiempo que cierra los ojos. En un segundo, las manos de la muchacha brillan moderadamente con una luz verdosa.

Afuera, el caballero y el bufón siguen enfrentándose a los malhechores que van llegando, hasta que algo extraño pasa en esos momentos.

Las raíces del césped empiezan a cobrar vida, atrapando los pies de los bandoleros del campamento. Todos los soldados quedan aprisionados en su lugar; muchos intentan liberarse, con su propia fuerza o usando sus armas.

El caballero y el bufón intuyen que fue el gitano mayor o Miriam quien les acaba de ayudar, así que entran a la tienda, para apoyar a su compañera.

Declan se da cuenta de que fue la ninfa, quien acaba de dar más tiempo.

Sin muchas fuerzas restantes, el cuerpo de la muchacha cae por completo al pasto.

―¡Princesa! ―exclama el caballero.

―¡Tenemos que sacarla de aquí!, ¡rápido! ―comenta el bufón nerviosamente.

Idaira les advierte.

―Tienen poco… tiempo.

Al final de la advertencia, la princesa se desmaya completamente.

―¡Yo la llevaré en mis brazos! ―exclama Declan; pero su compañera le recuerda un detalle.

―No eres muy rápido con carga extra. Tiene que haber otra forma de salir de aquí.

La hechicera se da cuenta de que un carcaj del bufón se ha vaciado. Se le ocurre una idea y le ordena a sus acompañantes.

―¡Apresúrense a rellenar el carcaj con pasto, yo haré un hechizo!

El caballero y el bufón, llena a la mitad del carcaj con césped; mientras tanto Miriam conjura un encantamiento, transformando a la princesa en una ardilla.

Con el medio de transporte provisional listo, ella mete cuidadosamente al animalillo adentro de la aljaba.

―Bufón, llega lo más rápido que puedas al bosque, te veremos allá ―le ordena el caballero.

―Está bien ―obedece el cuentacuentos.

El pequeño guerrero se coloca la ballesta en la espalda, con ayuda de la correa. Desanuda el carcaj de su cinturón, cargándolo en sus brazos; así minimizará los movimientos bruscos.

En un santiamén, el cuentacuentos recorre todo el campamento, dejando atrás a los asesinos y bandidos atrapados.

Estaba encaminándose a su poni, cuando recuerda al gitano mayor; evitando una vocecilla en su cabeza que le advierte la mala idea, regresa con su compañero gitano.

El guerrero del Sur y la hechicera salen de la tienda, solo para ver como la mayoría de los soldados del mago se liberan de las raíces vivientes.

―Ahora nosotros tenemos que apresurarnos ―menciona Miriam, observando a su alrededor.

Todas las rutas de escape, han sido bloqueadas por los salteadores.

En un segundo, la hechicera desvía su atención a las sogas que anclan el cuarto de tela a la tierra. Se le ocurre una idea.

―Amigo, corta las sogas de la tienda ―le ordena ella.

El caballero obedece inmediatamente. La tienda de tela se desploma sin sus amarres.

―¿Ahora qué? ―indaga el caballero

―¡Sujeta la tela fuertemente! ―le señala su amiga.

Los dos héroes extienden sus brazos a los lados, sujetando la gran tela. Los dos en lugares opuestos.

Un vendaval, convocado por Miriam, levanta la tela y a los dos personajes por los aires, salvándose de las espadas de los bandidos. Los ballesteros, tratan de derribarlos; pero la hechicera maniobra el paracaídas improvisado hábilmente, evitando las saetas.

La pelea del mago y el gitano mayor sigue, sin que ninguno de muestras de rendirse. El gitano líder ha invocado una lanza para defenderse del mago, transformado en oso gigante.

El bufón se acerca a varios metros de la pelea. Quiere ayudar al gitano pero no sabe cómo.

Oportunamente, unos gritos arriba y atrás de él lo apresuran.

―¡¿Qué haces bufón?! ¡¿Qué haces! ¡Tenemos que llegar al bosque! ¡Muévete hombre!

El pequeño guerrero, con mucha dificultad, se aleja velozmente de la batalla. No quiere dejar solo al romaní mayor.

Los tres héroes se reúnen con sus caballos. Miriam repite el mismo conjuro de antes. El vapor blanco, regresa a los cascos de los caballos purasangres.

En pocos minutos, los aventureros llegan a las orillas del bosque Pi-Ud, donde Philippe le da a la hechicera el carcaj que tiene a la princesa adentro. Sin decir ninguna palabra de despedida, los dos héroes se adentran apresuradamente al bosque, dejando al cuentacuentos atrás.

Él piensa regresar con el gitano mayor, pero se da cuenta de que ya es tarde; el sol ha bajado y ahora es naranja, igual que el atardecer. La vocecilla regresa nuevamente a la mente del bufón.

«Ni lo intentes, no llegarás a tiempo», a lo cual, él responde.

«Pero necesito saber si mi colega sigue vivo».

«Tu promesa con el rey debe cumplirse. Nuestro pellejo corre peligro», replica la voz en su cabeza.

Por unos momentos no sabe qué hacer; pero la idea de las mazmorras, hizo que apresurara su regreso al castillo.

CAPÍTULO XVII “¡Que empiece la cena especial!”

Al llegar a la muralla exterior y al hueco en ella, Philippe amarra la ballesta, los carcajes sobrantes con saetas y sus guantes de cuero a la silla de su poni. Con todo bien asegurado, se despide de su amigo; quien desaparece entre los árboles.

Muy apurado, pasa por el pasaje secreto al jardín real. Una vez adentro del reino, da saltos rápidos.

A la mitad del camino al castillo, ve cómo se abre la puerta del corredor que conduce a su cuarto. Dos sirvientes se asoman para buscarlo una vez más. Son los mismos sirvientes, a los que aviso su salida a la ciudad.

Aliviados de ver al cuentacuentos aproximarse, los dos sirvientes se voltean atrás, empezando a agitar las manos en el aire y gritando.

―¡Aquí está! ¡Lo hemos encontrado!

Ya con los pies adentro del castillo, uno de los sirvientes lo prepara para lo peor.

Gracias al cielo te hemos encontrado, el rey ha enloquecido por tu búsqueda.

Philippe trata de mantener la calma, hasta que unos gritos resonantes e iracundos se escuchan acercarse.

―¡¿Dónde está?!, ¡¿dónde está?! ¡Cuando lo encuentre

Al final del pasillo, aparece Derek; rojo como un tomate, rechinando los dientes y muestra un par de ojos llameantes.

Lo acompañan varios sirvientes.

―¡Ahí estás! ―estalla el rey señalando al bufón.

Comienza a caminar velozmente hacia él.

A unos cuantos pasos, intenta estrangular al enano; por fortuna, los sirvientes lo detienen.

―¡Condenado bufón del demonio! ¡¿Dónde has estado?! ¡Eres un desagradecido! ¡He volteado todo el reino de cabeza para encontrarte! ―grita el monarca,estremeciendo todo el castillo―. ¡¿Cómo te atreves a hacerme esto, en la gran noche del banquete especial?! ¡Si no te estimara tanto, te mandaría quemar a la hoguera inmediatamente!

Philippe no puede hablar, debido a la pena que siente; aparte de un nudo en la garganta.

Derek se mueve de un lado para otro, llevándose las manos a la cara, gritando y vociferando regaños en medio de maldiciones.

En ese preciso momento llega la reina.

―Cálmate esposo, cálmate. El bufón ha llegado justo a tiempo ―justifica Amedea, tranquilizando a su marido ―; además, hay unos detalles en el gran salón que necesitan ser revisados.

Todavía muy enfadado, el rey se retira al gran salón para cerciorarse de que todo esté listo.

Los sirvientes dejan a solas a Philippe con la reina, quien también se ha enojado; pero no al grado del rey.

―¿Se puede saber dónde ha estado? ―indaga ella, seria y molesta.

¿Qué le podía responder él? Siempre ha mantenido en secreto su amistad con el campamento gitano.

Él trata de desanudarse el nudo en la garganta, respondiendo.

―So…so…solo fui a… a…al bosque, a caminar unos momentos. Lo hice después de pasear por la ciudad. Estaba tan pensativo en los cuentos de esta noche, que me perdí entre los árboles. Hasta hace poco encontré el camino de regreso.

―¿Y porque ha entrado por el jardín, y no por el frente?

―Creía que tenía un poco más de tiempo para prepararme. Me quedé otro corto tiempo en el jardín ―responde apenado el bufón.

Amedea guarda silencio por unos segundos; luego le dice a Philippe.

―Hemos estado muy preocupados, no solo el rey y yo; el príncipe y la princesa no dejan de preguntar por usted. Varios sirvientes inexpertos han tratado de cuidarlos todo el día; trabajo que no han podido cumplir.

La próxima vez, tenga la cortesía de avisar inmediatamente, cuando llegue de uno sus paseos.

Apresurándose a subir para arreglarse, la reina lo deja atrás.

El cuentacuentos siente mucha pena por el momento incomodo; después empieza a preocuparse, preguntándose mentalmente.

«¿Qué habrá pasado con mi compañero y el mago?; más importante, ¿se habrá salvado la princesa?».

Llega la noche y junto con ella, los reyes de los reinos del Oeste y del Sur, acompañados de sus cortes reales. Los sirvientes del castillo, conducen a los invitados al salón de fiestas; donde los monarcas y nobles de Güíldnah los están esperando.

El gran salón se ubica en el primer piso del extremo izquierdo, subiendo unas amplias escaleras, cubiertas con una extensa alfombra roja. El gran cuarto tiene forma de medio círculo. Las paredes desnudas dejan ver los tabiques grises del castillo, mientras que el piso ha sido recubierto con mármol blanco. Hay siete ventanas altas en la curvatura del salón; todas tapadas en esos momentos por largas cortinas rojas que llegan al piso. Cuatro grandes candelabros colgantes, llenos de velas encendidas, alumbran la ocasión especial. Han adornado el lugar con banderas triangulares multicolores en toda la pared.

En el centro del gran salón hay tres mesas, muy largas, todas listas para recibir la comida. Los muebles forman un triángulo que apunta a la puerta; entre las esquinas hay un gran espacio, para que los cocineros y sirvientes puedan pasar al centro. Otras dos mesas a ambos lados de la puerta principal, se han puesto para los regalos que traigan los invitados. Como de costumbre, hay ocho pequeñas bancas acolchadas junto a la pared curvada y a al lado de las ventanas.

En cada mesa larga principal, hay varios tronos dorados en el medio, para las familias reales. Sillas de madera son destinadas a las cortes reales. Han acomodado los asientos en el exterior del triángulo, para que todos escuchen la sorpresa especial.

Cuando todas las sillas han sido ocupadas, el rey de Güíldnah da la bienvenida a todos sus invitados, recordando la fecha especial.

Al final del discurso se sienta y da la orden de que traigan la comida. La cena incluye cerdo, conejo, ganso y arenques preparados por los cocineros reales. Fruta traída del bosque y de los campos, se ha acomodado en las tres mesas. Un sinfín de vinos y champanes llenan las copas de oro y plata.

A los pocos minutos de comenzar el festín, el rey anuncia a los invitados.

―Esta noche hay una sorpresa especial. Espero que la disfruten. ¡Entra amigo y haz tu trabajo!

Los sirvientes abren la puerta, dejando entrar al bufón; realiza piruetas y saltos, alrededor y afuera del triángulo acompañado de su confeti brillante. De un salto, el bufón se sitúa en el centro del triángulo, pasando por encima de la mesa larga y de la corte real del reino del Sur. Lleva puesto su ropa de trabajo.

―¡Buenas noches reyes, reinas y demás invitados! ¡Me han pedido que los entretenga con historias increíbles y así lo haré! ¡Prepárense para un viaje fantástico!

El bufón narra cuatro historias: “La búsqueda del tritón perdido” y “La soledad de la ondina del estanque”. Por último, relata “El rescate de la princesa ninfa” y “La batalla contra «Humo Negro»”; omitiendo su participación en la liberación de la princesa y remplazando su actuación en el combate con el rey dragón, con un soldado guerrero.

En los cuatro relatos, Philippe actúa y relata de manera ferviente los sucesos; se mueve por todo el centro del triángulo y algunas veces por las mesas largas, evitando pisar la comida.

Todos los invitados escuchan muy atentos al cuentacuentos; unos no paran de comer y otros dejan su cena para después.

Al final de los cuatro cuentos, el enano se para en el centro del triángulo, haciendo una reverencia diciendo.

Espero que les hayan gustado.

Hay unos tensos momentos de silencio, hasta que los reyes del reino del Oeste empiezan a aplaudir la grandiosa actuación. Los aplausos se contagian poco a poco, hasta que todos los reyes y las cortes reales se ponen de pie para felicitar al cuentacuentos.

Entre los aplausos, el monarca de Güíldnah se dirige a sus invitados.

―¡No les parece formidable el carácter de éste sujeto! ¡Es una persona espectacular! ―ahora se dirige al bufón―. Luego hablaremos amigo; por el momento, retírate a descansar.

Así lo ordena Derek, en medio de objeciones de algunos que querían escuchar más historias.

Al final del banquete y del intercambio de regalos, los reyes y las cortes reales del Oeste y del Sur regresan a sus reinos. No paran de conversar sobre el bufón y sus relatos.

De vuelta al gran salón de Güíldnah, el monarca y su esposa esperan al cuentacuentos, quien no tarda en llegar. Los príncipes se han retirado a su cuarto, por órdenes de sus padres.

Ya han recogido todo el salón, dejando solamente los tronos dorados. El bufón se presenta enfrente de los reyes, realizando una reverencia.

―¡Bravo amigo, bravo! ―vitorea Derek―. Esa fue una excelente presentación. De verdad me has sorprendido. Has cumplido tu parte y yo haré la mía —el regente del Norte llama a dos sirvientes, parados a ambos lados de la puerta, ordenándoles—. Díganle al tesorero real que aparte mil monedas de oro para el bufón; cuando termine, que varios de ustedes lleven las monedas al cuarto de mi amigo.

Los dos jóvenes obedecen, dejando a solas a los reyes y a Philippe.

Por fortuna, el tesorero real tiene varios ayudantes; de esa manera, acabarán rápido la tarea para irse a descansar.

Amedea y Derek se levantan de los tronos, dirigiéndose a la puerta. Se detienen antes de salir, volteando hacia el bufón.

―Perdóname por los gritos de la tarde, de verdad temía que no daría la sorpresa especial ―se disculpa muy apenado él.

―No se preocupe su majestad, todo ha quedado en el olvido.

―¿Te pasa algo?, ¿noto preocupación en tu voz?

En efecto, el bufón no deja de pensar en su compañero. Quiere irse a dormir un momento, para luego salir a visitar el campamento gitano y ponerse al tanto.

―No es nada, solo estaba pensando en…

En medio de la respuesta, el bufón ve algo atrás de los reyes.

CAPÍTULO XVIII “La fantasía, no es para todas las personas”

De repente, una cortina larga empieza a moverse ligeramente; segundos después, aparece el cachorro dragón, encaminándose hacia al cuentacuentos.

Ya estando a su lado, el dragoncito no para de dar vueltas alrededor de él, queriendo jugar.

Philippe se empieza a preocupar; teme que los reyes griten y manden llamar guardias para matar al pequeño dragónpero no pasa eso.

Ellos no hacen nada.

―¿Sí?, ¿en qué estaba pensando? ―pregunta Amedea, queriendo saber el final de la frase.

Philippe se queda perplejo; mira repetidamente a los monarcas y al dragoncito varias veces, hasta que les pregunta.

―¿Ustedes no ven al cachorro dragón?

―¿Al qué? ―inquiere la reina empezando a reír, al igual que su esposo.

―Ya estás demasiado cansado; empiezas ver tus propios personajes imaginarios ―manifiesta el monarca entre las risas.

En esos momentos, un hada pequeña se pone a centímetros de la cara del rey; acompañándola, un duende que se sienta en uno de sus pies.

El bufón pregunta nuevamente.

―¿Tampoco ven al hada y al duende, enfrente de ustedes?

Derek mira sus pies, pero no ve nada. La pareja real sonríe juntos por unos momentos.

―Es mejor que vaya a dormir ― propone la esposa del rey―; esperemos que no esté delirando.

El cuentacuentos no alcanza a comprender estos comentarios; necesita un tiempo para razonar la situación.

―Disculpen, ¿puedo descansar unos momentos aquí en el salón? ―le pide a los reyes.

―¿No quieres que llame al médico real? ―ofrece seriamente Derek.

―No. No su majestad. Solo con sentarme unos minutos e irme a dormir pasará. No se preocupen ―dice él para calmar a los monarcas.

―Eso esperemos. Hasta mañana ―se despide Amedea.

Los reyes salen del salón, para dirigirse a su cuarto real.

Una vez a solas, el bufón se sienta en una de las bancas pequeñas que hay alrededor. El dragoncito, el hada y el duende lo siguen todo el tiempo.

Acaricia la cabeza del cachorro dragón, preguntándole al pequeño grupo.

―¿Ya habré enloquecido completamente, o los dos días anteriores fueron solamente un sueño? ¿Por qué los reyes no pueden verlos?

A sus espaldas, y de atrás de otra cortina larga, sale el gitano mayor junto con el tigrillo, quien se adelanta con el pequeño guerrero.

―¡Hola bufón! ―saluda alegremente el cachorro tigre.

―En realidad, todo esto tiene una explicación muy simple colega ―responde el gitano mayor acercándosele.

Philippe se pone muy alegre de ver nuevamente al líder romaní.

―¡Compañero!, ¿cómo has logrado para entrar al castillo? ―inquiere sorprendido.

―Fue fácil. El hada y el duende nos hicieron el favor de abrir la ventana. Volé desde afuera de la muralla hasta aquí, cargando al tigrillo. El otro animalillo lo subí con la ayuda de un escudo que invoque. Nos quedamos bien callados, hasta que la bestiecilla no aguanto más y salió a saludarte. Por fortuna no nos descubrieron a mí o al cachorro tigre. En cuanto a los demás, no tuvieron problemas para pasar desapercibidos.

―Tengo tantas preguntas que hacerte, pero la más importante es ese detalle que acabas de mencionar ―comenta el bufón emocionado, haciendo la primera pregunta―: ¿por qué el rey o la reina no vieron al dragón, al hada o al duende?

El jefe zíngaro invita a su amigo a sentarse en una de las bancas, que se encuentra más a la derecha del salón. En todo momento los siguen las creaturas del bosque.

Ya sentados, el gitano da un respiro profundo e inicia con la explicación.

―Mira. La primera vez que te conocí, quería saber si podías ver a las creaturas del bosque Pi-Ud, lo cual acerté.

He contado historias fantásticas a muchas personas: de los reinos y del campo. Muy pocas me ponen atención; pero, tu forma de narrar los cuentos es impresionante. Lo haces mejor que yo. Llevas de la mano a las personas a los mismos parajes y con las creaturas místicas.

Casi todas las personas que escuchan tus anécdotas y las mías, solo les gusta imaginar los lugares o a los personajes por poco tiempo; solo un puñado, son las que, aparte de imaginar, pueden vivir esas historias por más tiempo. Esa poca gente, es la única que puede ver, sentir y oír a los habitantes y a la magia del bosque Pi-Ud; incluso, hay unas cuantas personas entre mi gente, que aún no pueden ver a los seres mágicos del bosque.

Al parecer, los reyes solo imaginan, no viven las historias.

―¿Quién crees que pueda ver a las creaturas del bosque? ―indaga Philippe seriamente.

―Te aseguro que ninguno de los presentes que asistieron al banquete, puede hacerlo ―asevera su compañero.

En esos momentos, la puerta se abre de golpe. El cuentacuentos y el gitano mayor se ponen de pie de un salto.

Son Evans y Niamh. El príncipe no trae su traje vistoso, usando ropa más cómoda.

Evans tiene el cabello corto y es color negro. Lleva una camisa de manga larga color blanco y arriba un chaleco, color rojo oscuro. Usa pantalones holgados color café oscuro; los sujeta un cinturón de cuero café. Sus zapatos brillantes se los ha cambiado por botas negras pequeñas.

A Niamh siempre le gusta arreglarse su largo cabello, color castaño claro, con una cola de caballo. No trae puesta la tiara acostumbrada. Su guardarropa se ha llenado con vestidos largos, sin ninguna otra opción para vestirse. El que trae puesto es muy simple, todo liso y de mangas largas. El vestido es de color rosa fucsia brillante.

Los niños están impacientes por escuchar las nuevas historias del bufón.

Niamh entra corriendo, diciendo con entusiasmo.

―¡Bufón, bufón! ¿Ya nos contarás las …

Los dos príncipes se detienen en seco, viendo asombrados a los invitados.

―¡Mira hermano!, ¡es un tigre cachorro y un hada! ―dice ella.

―¡Y también un dragoncito y un duende! ―dice él.

El romaní le contesta al bufón.

―Bueno. Ellos pueden.

Ambos infantes se acercan rápidamente a acariciar a los animalillos. Una vez que han conocido a sus nuevos amigos, el pequeño grupo empieza a juguetear por todo el salón, corriendo velozmente.

―¿Qué otras inquietudes tienes? ―le pregunta el patriarca zíngaro a su colega, quedándose de pie los dos.

―¿Desde cuando tienes poderes mágicos?

―Desde hace diez años. Recuerda que estoy colmado de bastantes regalos. Los collares, anillos y brazaletes encantados son mi mayor colección. Nunca te hable de ellos, debido a que no me pareció prudente, y el hecho que los he utilizado en pocas ocasiones especiales.

―Por eso te eligieron como líder y no al gitano campeón.

―No precisamente. La razón primordial de ese detalle, es que soy el hijo mayor de los patriarcas.

―¿Y por qué no los utilizaste contra el ejército de “Humo Negro”?

―¿Y no dejar nada para los guerreros del Este y mi gente? Así no sería justo, ni entretenido.

―Espera un momento compañero ―expresa el bufón acordándose de un detalle―. Dijiste que los dragones y gitanos no se mezclan, ¿no es cierto? ¿Hiciste las paces con el cachorro?― formula la pregunta, mostrando una sonrisa muy amplia.

―¡De ninguna manera! ―responde tajante el gitano líder―. El que se encarga de cuidar al animalillo detestable es el tigrillo. Los dos se han convertido en mejores amigos. El cachorro tigre quería venir a saludarte y no quería dejar solo a su amiguito. Odio que lo haya traído. Por esa razón estaba escondido en una cortina diferente.

―¿Qué pasó con el malvado mago?, ¿lo venciste?

―Desafortunadamente se ha escapado ―responde cabizbajo el gitano líder―. La batalla era pareja, pero los soldados de Ymn empezaron a acercarse. Por fortuna llegó la bruja de “Alhat-Fher” a ayudarme.

―¿La hija de los hechiceros del bosque?

―Sí. Al parecer, los hechiceros del bosque se enteraron de nuestra intervención para rescatar a la princesa; ellos decidieron mandarle un mensaje a su hija para ayudarnos. Como ya sabes, ella es más poderosa que sus padres juntos. Vencimos a los bandidos y asesinos en segundos; pero al momento de atacar a Ymn, quien todavía estaba ahí, nos dimos cuenta de que era una ilusión. El verdadero mago se había escapado.

―¡Demonios del infierno! ―maldice muy enojado el bufón, luego recuerda algo, preguntándole a su compañero―. ¿Y la princesa?, ¿cuál es su estado de salud?

Niamh escucha estas preguntas, acercándose al gitano mayor.

―¿Princesa?, ¿la princesa ninfa del bosque? ―pregunta ella.

—¿El bufón te ha platicado acerca de ella? No sabía que la conocías.

—En muchos relatos siempre la menciona. ¿Platicaban sobre ella?

―Sí. Nos referíamos a la misma persona.

―¿Qué le pasó? ―pregunta Niamh, algo triste.

―Solo te puedo decir que algo desafortunado. El bufón te contará la historia después ―le contesta él―. Por suerte la salvaron a tiempo. Los reyes del bosque dicen que solo necesita descansar.

―Que buena noticia ―expresa ella, luego regresa a jugar con su hermano y los seres mágicos.

El gitano mayor se dirige a Philippe.

―Te aviso que el caballero y la hechicera se disculpan por la abrupta partida, y no despedirse de ti. Creyeron que los acompañarías con los reyes del bosque.

―No hay problema. La princesa era más importante que yo ―comenta él alegremente.

―¿Tú crees? ―pregunta su compañero levantando una ceja, haciendo una segunda indagación―. Dime, ¿por qué has omitido tu participación en el rescate y en la batalla contra “Humo negro”?

El bufón se sorprende en gran manera, exclamando.

―¡¿Cómo lo has sabido?!

Recuerda: estuvimos ocultos detrás de la cortina todo este tiempo. No ha sido fácil con el pequeño tigre y esa alimaña asquerosa ―menciona el zíngaro, señalando al dragoncito, que sigue jugando con los niños―; son demasiado inquietos ―vuelve la mirada con el cuentacuentos―. Escuchamos las cuatro historias. ¿Por qué lo has hecho? Nadie lo iba a creer de todas formas.

Soy un bufón, no un guerrero ―se justifica el cuentacuentos.

―Aquí en el reino lo serás, pero en el bosque y con mi gente tienes el título de caballero. Tu participación en estas anécdotas y en las venideras, no debe ser evitada ―deja en claro el gitano mayor, finalizando con un comentario―; a lo que me lleva al último asunto del día de hoy.

―¿Cuál es? ―pregunta Philippe.

―Necesito que me acompañes al bosque Pi-Ud. Es un asunto de suma importancia ―asegura su compañero―. Los reyes del bosque quieren realizar la ceremonia de nombramiento.

―¡¿Ahora mismo?!

―No pueden esperar hasta mañana, por la emoción. Como te darás cuenta, no puedo regresar sin ti. Quieren que la ceremonia sea breve, para que la fiesta empiece pronto.

Los príncipes oyen la palabra a lo lejos, acercándose rápidamente a los dos personajes.

―¿Fiesta?, ¿podemos ir? ―pregunta Evans.

―Sí, que vayan. Será más divertido ―pide el tigrillo.

―Por favor ―suplica Niamh.

El bufón le pregunta a su compañero.

―¿Crees que puedan ir?

―No creo que los reyes del bosque tengan algún problema ―intuye él.

El cuentacuentos les advierte a los niños.

―Está bien. Pero será por poco tiempo. Si sus padres se enteran que desaparecieron, se pondrán peor que hoy ―luego dice al gitano mayor―. Vamos a necesitar ayuda, ahora que hay dos invitados más.

―Despreocúpate ―expresa calmadamente el gitano líder―, ¿qué es lo que no te ha faltado en estos días?

―¡La suerte! ―responde él rápidamente.

―Así es ―afirma el jefe romaní―: Miriam y Sir Terrence nos esperan afuera, con tu poni y mi caballo. Se han ofrecido para escoltarte a la ceremonia.

―Pero se me ha pasado un detalle importante ―recuerda Philippe―. Los guardias siempre se cercioran de que los niños se han acostado, luego permanecen en las puertas toda la noche, turnándose para dormir; ¿de qué forma los sacaremos del castillo?

Voltea a ver a su compañero, esperando que él tenga la respuesta.

―Necesitaré tiempo para pensar en una solución ―responde el líder zíngaro, luego les dice a los niños―. Por lo mientras váyanse a su cuarto, ya sabrán cuando se nos haya ocurrido algo. Espero que no nos tardemos.

―Yo los alcanzaré en unos momentos. Tengo que cerciorarme si ya han llevado las bolsas de oro a mi habitación ―comenta el cuentacuentos.

Philippe y los príncipes van a sus respectivos cuartos, dejando al gitano mayor con sus amigos en el gran salón.

CAPÍTULO XIX “La noche especial de Philippe”

Llega justo a tiempo, para ver como meten la última bolsa de oro a su cuarto. Son en total diez talegos medianos, con cien monedas cada uno. Todos apilados en la única esquina disponible.

―Ahí tienes bufón, mil monedas de oro ―le muestra el último sirviente en salir.

―Gracias a todos ustedes, igualmente denle las gracias al tesorero y a sus ayudantes de mi parte ―agradece aquel, cerrando la puerta de su cuarto―. Luego nos veremos, es hora de contarles la historia a los niños para que duerman.

Philippe se apresura a subir las escaleras, llegando al cuarto del príncipe y la princesa. Ellos esperan emocionados.

―¿Cuánto tiempo tenemos que esperar? ―inquiere Niamh.

―Ojala y sea por poco tiempo ―contesta el enano.

Mientras tanto, afuera han llegado los cuatro soldados que vigilan los cuartos reales.

Dos montan guardia a un lado de las puertas: el cuarto de los príncipes y la recamara real. Los otros dos se sientan sobre bancos largos, que utilizan a manera de camas improvisadas. Siempre platican antes de empezar su trabajo.

Apenas han pasado unos segundos, cuando el duende y el hada, llegan con diminutas bolsas con polvos color naranja oscuro. El hada se acerca a la cara de uno de los vigilantes en pie, encargado de vigilar el cuarto de los príncipes; por el otro lado, el duende trepa ágilmente por las ropas del segundo hombre, sentado en la banca, enfrente del cuarto de los reyes. Casi al mismo tiempo, los dos seres sueltan un poco de polvo en las retinas de los guardias. Ambas personas se frotan los ojos.

―¿Qué les pasa? ―pregunta un compañero.

―Me entro polvo en los ojos, no es nada ―explica el guardia parado.

El momentáneo ardor se va en pocos segundos.

Hada y duende repiten la misma acción con los dos soldados restantes, reaccionando de igual manera.

―Hoy hay mucho polvo aquí ―manifiesta el segundo guardia parado, frotándose los ojos.

Acabadas sus tareas, ambas personitas se meten al cuarto de los príncipes, por debajo de la puerta.

―Listo, ya pueden salir ―indica el hada.

―¿No nos verán los guardias? ―indaga Evans.

―Gracias a los polvos mágicos que nos dio la hechicera Miriam, solo verán al bufón; a ustedes no ―asegura el duende.

Todos se preparan para salir. El primero en hacerlo es Philippe.

―Bueno, ya se han dormido, nos veremos otro día ―avisa el cuentacuentos, dando un pequeño bostezo y estirando su cuerpo.

―¿Tan temprano? ―pregunta asombrado un vigilante sentado―. Creí que estarían más tiempo despiertos.

―Sí. Todo el día estuvieron entusiasmados, esperando tus nuevas historias ―dice el guardia que cuida el cuarto de los reyes.

―Pues, apenas estaba a mitad del cuento, cuando noté que ya estaban soñando ―comenta el bufón seriamente.

En todo ese tiempo, la puerta se queda abierta, dándoles la oportunidad a los niños y seres mágicos de salir del cuarto. Los cuatro personajes esperan a Philippe en las escaleras.

―Déjame ver ―solicita el soldado parado junto al bufón.

El guardia asoma la cabeza adentro del cuarto, observando a los príncipes dormidos en sus camas; cuando en realidad están vacías.

Saca su cabeza y cierra la puerta, dirigiéndose a sus compañeros.

―Es verdad, duermen profundamente.

―Lo más seguro estaban muy cansados; estuvieron todo el día causando problemas ―asevera el segundo hombre sentado.

―Todo en orden ―expresa el soldado―. Descansa amiguito. Felicidades por la fortuna adquirida.

―Gracias compañero ―dice el cuentacuentos―. Les dejaré algo de monedas, lo prometo.

Philippe empieza a bajar las escaleras, junto con los demás. Los niños se han quitado los zapatos, para no hacer ruido; ya abajo y antes de abrir la puerta que da al jardín, se los vuelven a poner. El bufón abre la puerta y ve al gitano mayor, al tigrillo y al dragoncito, quienes los esperan.

El líder romaní ha invocado un escudo pequeño luminoso, haciendo la función de linterna.

―¿Todos listos? ―pregunta aquel

―Esperen ―pide la princesa, recordando que hay un rosal, al lado de la puerta de donde acaban de salir―, quiero llevarle unas rosas azules a la princesa del bosque, para que se recupere pronto ―inmediatamente después, se acerca al arbusto.

―¡Espera! Te puedes enterrar una… ―le trata de advertir el zíngaro.

―¡Ay! ―exclama con dolor Niamh, luego se lleva a la boca el dedo índice derecho.

Es tarde, se ha pinchado el dedo con una espina del rosal, dejando una gota de sangre en el centro de una flor; pero nadie se da cuenta de ese suceso.

―Déjame ayudarte ―le dice el gitano.

Empleando una de sus espadas, el patriarca corta tres rosas azules con el tallo largo; entre las cuales, está la manchada con la gota de sangre. Para terminar, remueve todas las espinas con la misma arma.

―Te las daré del otro lado de la muralla. Ustedes tienen que ir con el bufón y los animalitos, atravesando la abertura, gateando. Si las llevas en la mano, se maltratarán —dice él.

La princesa solo contesta.

Está bien.

―Nos vemos del otro lado ―se despide el líder romaní.

En un segundo, se eleva por los aires, pasando al otro lado de la pared.

El pequeño grupo de cinco, se arrastra a través del hoyo que hay en la muralla, llegando con los escoltas, montados en sus caballos.

Ya afuera del reino, el gitano mayor presenta a los nuevos invitados.

―Amigos. Tengo el privilegio de presentarles al príncipe Evans y a la princesa Niamh, del reino de Güíldnah. Nos acompañarán en la ceremonia y en la fiesta de ésta noche.

Ahora se voltea hacia los niños.

―Sus pequeñas majestades, les presento a Miriam. La hechicera de la pradera de las cien flores.

―A sus servicios ―responde ella.

―Y a Sir Terrence. Capitán segundo de “Los Guerreros Olvidados del Este”.

―A sus servicios ―responde él.

―Hay que apurarnos, los niños tienen que regresar antes del amanecer ―menciona el cuentacuentos un poco impaciente.

El patriarca gitano le da las tres rosas azules a la princesa. Al voltearse, ve que el príncipe se ha acercado con Sir Terrence, así que le ayuda para subir a la silla de montar.

Niamh se acerca con Miriam.

―¿Qué traes en la mano? ―inquiere ella.

―Unas rosas azules para la princesa del bosque. Me enteré que ha enfermado.

―No aguantarán mucho tiempo sin agua. Dámelas.

Niamh le da las rosas azules a la hechicera, quien conjura un encantamiento rápido.

Listo. Ya durarán más tiempo.

―Gracias.

―Pero te tienes que sostener fuerte de mi caballo con las dos manos. Mejor las guardamos en una de mis bolsas, para que no sufran daños.

La niña, guarda las tres flores en la alforja baja que trae colgando el caballo; está algo sucia, con residuos de polvos mágicos diferentes.

Servirá por el momento.

Una vez que ha metido las flores, llega el romaní, ayudándola a montar con la hechicera.

El patriarca y el bufón montan sus caballos; entre tanto, el duendecillo se sube a la espalda del tigrillo, utilizándolo como su medio de transporte.

El hada y el cachorro dragón, optan por el vuelo.

―¿Todos listos? ―pregunta Miriam.

El grupo completo, afirma al mismo tiempo.

La hechicera repite un conjuro anterior. Todos los caballos y el tigrillo pueden alcanzar la misma velocidad que el poni del bufón. Lo mismo que el hada y el dragoncito, pero en el aire.

Nadie tiene que quedarse atrás.

Sir Terrence da la orden de salida.

―¡A cabalgar!

El capitán segundo, dirige al grupo por entre una pequeña sección del bosque, hacía el Noroeste. En pocos momentos, galopan sobre la pradera verde y seguidamente se divisa el bosque Pi-Ud.

Los príncipes quedan asombrados, al ver el bosque místico lleno de luces brillantes. La mayoría son hadas; la otra parte son luciérnagas.

Al llegar a la orilla de Pi-Ud, todos desmontan de sus corceles, adentrándose en el mar de árboles a pie. Muchos metros adentro, llegan a un claro amplio circular en el bosque, justo al lado del mar. Ahí el bufón se reencuentra con todos sus amigos: gran parte del campamento gitano, la mayoría de “Los Guerreros Olvidados”, el gitano campeón, Sir Ahren y Declan.

Antes de acercarse al claro, Miriam se percata de que las ropas de los niños se han ensuciado demasiado con tierra y pasto.

―Esperen unos momentos ―les dice la hechicera―. No pueden presentarse a los reyes con esas ropas sucias.

Con ayuda de sus polvos mágicos, la hechicera remueve las manchas de suciedad.

Así está mejor. Continuemos ―comenta el gitano mayor.

En el claro, hay dos largas mesas sin sillas, llenas de fruta, quesos y carne por igual; junto a los muebles, se encuentran los invitados. Los gitanos y guerreros han traído un cerdo y pescados ya preparados; además de cerveza, sidra y perada.

Múltiples antorchas alumbran el lugar.

Los invitados se han acomodado a los lados, formando un camino que lleva hacia los reyes del bosque, sentados en sus tronos.

El rey hechicero puede cambiar de edad a voluntad. Se llama Kirill. Por el momento es un joven de dieciocho años; de pelo corto y parejo. Sus ojos son de color azul eléctrico, y su cabello es rubio oscuro. Lleva puesto una camisa de manga larga color marrón claro, que le llega debajo de la cintura, a la mitad de los muslos; unos pantalones café oscuro, se llegan a ver en sus piernas. Arriba de la camisa, lleva una capa corta, sin capucha, color verde oscuro. En los pies, trae puestos botas de cuero café claro. Un fajín delgado del mismo color de las botas, complementa la imagen del mago. En su cuello, en un largo lazo, carga dos llaves grandes y cada una tiene cuatro dientes. Una es de oro y la otra es de hierro. A través de estas llaves es por donde canaliza su magia, sustituyendo el típico bastón.

La reina ninfa, de nombre Zelinda, tiene el mismo tono de piel y lleva puesto el mismo tipo de vestido que su hija; con la diferencia de que el vestido es color purpura claro, y el listón grueso es color oro claro. Sus ojos son de color naranja. Su pelo largo y ondulado es de color negro, adornado con bastantes flores de diferentes tipos. Nadie sabe exactamente la edad de la reina; la mayoría calcula que es de treinta y cuatro años, pero en realidad tiene muchísimos más.

Las sillas de los monarcas están hechas de ramas y hojas que crecen del suelo, adoptando la forma del típico trono real. En lo alto de cada respaldo de los tronos, están sentados la reina hada y el rey duende.

A escasos metros de ahí, en la orilla del mar, han arribado la reina sirena y el rey tritón, junto con el príncipe; todos asomados con el medio cuerpo afuera del agua.

Ella tiene treinta y seis años; tiene el cabello largo, de color negro. Él es de cuarenta años, de cabello corto color castaño oscuro. Su hijo tiene once años de edad.

El jefe romaní se adelanta, para poder hablar con los monarcas.

―Reyes y reinas del bosque y el mar. Hoy tenemos a dos invitados especiales —ahora da media vuelta, llamando a los niños para que se acerquen, presentándolos sin más contratiempos—. Les presento a la princesa Niamh y el príncipe Evans del reino de Güíldnah.

Los niños saludan con un simple “Hola”. Es tanta su emoción y asombro por conocer a todos los habitantes del bosque, que es lo único que se les ocurre decir.

―Siempre con tus sorpresas, gitano mayor ―comenta Kirill con una leve sonrisa.

―Algunas también son inesperadas para mí, cómo en éste caso.

―Sean bienvenidos al bosque Pi-Ud, espero que se diviertan en todo momento ―así les da la bienvenida el rey hechicero a los niños.

Ambos dan las gracias.

Se dan la vuelta y buscan un lugar para poder observar el evento especial; pero en ese momento, los llama la reina ninfa.

―Ustedes necesitan un lugar especial para la ceremonia de nombramiento.

Ella hace un gesto con la mano al lado de su trono, de la cual empieza a emanar una luz verde. En segundos, varias ramas empiezan a brotar del suelo; se van entrelazando, formando dos tronos pequeños, ideales para ellos.

―Listo. Ya pueden sentarse ―indica Zelinda.

Los niños se sientan en los pequeños tronos, esperando ansiosamente.

El rey da comienzo al nombramiento.

―¡Que la ceremonia comience!

Todos los invitados guardan completo silencio, poniendo atención en todo momento.

―¡Bufón, acércate un poco más! ―le ordena el rey hechicero.

El cuentacuentos empieza a recorrer el pasillo temporal, tapizado de pétalos de flores variadas, junto con todos los invitados a ambos lados.

Unos tritones tocan unas trompetas largas todo el tiempo, acompañados de tambores flotantes, tocados mágicamente por los hechiceros del bosque.

Al llegar al frente de los seis reyes, a escasos metros de distancia de los tronos, los instrumentos musicales callan, dejando hablar al rey brujo.

―¡Buenas noches a todos los presentes! ¡Hay una noticia que tengo que dar!, ¡se encuentran con nosotros la princesa Niamh y al príncipe Evans del reino de Güíldnah, hogar del valiente bufón! ¡Hagámosles sentir bienvenidos!

Para recibir a los príncipes, los invitados y habitantes del bosque aplauden tranquilamente.

Prosiguiendo con la ceremonia, el rey sigue con su discurso.

―¡Estamos reunidos, para celebrar el rescate de mi hija, ocurrido en la tarde; pero más importante aún, desde ayer, el reinado de “Humo Negro” ya no existe!

Los aplausos y gritos de júbilo no tardan en aparecer, escuchándose por todo Pi-Ud. Los reyes del mar y del bosque, piden a todos guardar silencio.

Ahora le toca hablar al rey tritón.

―¡Pero nada de esto hubiera sido posible, sin la ayuda del bufón! ¡Un poderoso guerrero, el cual no tiene ningún rival que iguale su poder! ¡Su valentía nos ha librado de esos terribles monstruos alados!

El rey Kirill llama al cuentacuentos.

―Bufón, ven y recibe el nombramiento.

Philippe se acerca al trono del rey hechicero, poniendo una rodilla en el suelo y agachando la cabeza.

El rey llama a Sir Ahern, que trae consigo una espada larga, cargándola con ambas manos al frente; cuando el guerrero campeón llega con el monarca, se hinca y alza la espada, diciendo.

―Su realeza.

―Gracias capitán.

El mago toma la espada y nombra al pequeño guerrero.

―Por demostrar tu valor y habilidad en batalla, salvando a mi hija y derrotando a “Humo Negro”, en el nombre de los dos reinos, yo te nombro Sir Philippe; caballero honorario del bosque Pi-Ud y el mar Loefr.

Con un toque de la espada en el hombro, el nombramiento ha concluido.

Aplausos y ovaciones, crean un ambiente de felicidad y regocijo.

―Puedes levantarte, caballero ―le dice el rey.

El cuentacuentos voltea y a ver a todos sus amigos, dándoles las gracias.

El rey tritón llama a un sirviente a la superficie, trayendo consigo una espada corta de dos filos, que mide setenta centímetros de largo. El rey hechicero se acerca y toma la espada, luego se acerca al pequeño caballero.

―Recibe ésta espada de parte del reino del mar; nunca perderá su filo y es muy resistente.

La reina ninfa se acerca con un escudo redondo de sesenta centímetros de diámetro, hecho completamente de acero.

―Acepta también éste escudo. La magia lo rodeará todo el tiempo, protegiéndote de cualquier ataque físico y mágico.

El rey duende y la reina hada, se sientan en los hombros del bufón.

No podíamos pensar en un regalo adecuado; pero nos dimos cuenta que ya lo habías recibido por adelantado, por parte del gitano mayor ―le informa la reina.

Nos tardamos algo en completarlo, pero valió la pena esperar ―complementa el rey.

El monarca del bosque anuncia nuevamente.

―¡La ceremonia ha terminado! ¡Que comience la música para la fiesta!

El grupo musical está conformado por gitanos y guerreros con instrumentos variados.

Algunos invitados se apresuran a ganar algo de comida; otros no pueden esperar para bailar. Los brindis se escuchan por todos lados.

A donde quiera que vaya el bufón, una gran multitud lo sigue. El nuevo caballero, deja sus armas y los guantes al costado de un árbol, al lado de los músicos; luego va por algo de beber.

El tigrillo y el dragoncito llegan con los príncipes del reino del Norte, invitándolos a jugar.

―¡Vengan, conozcan a mis amigos y a mis hermanos! ―invita el cachorro tigre.

Los niños se bajan de los tronos, apresurándose a reunirse con los seres mágicos.

En una pequeña parte del bosque, al lado de la fiesta, los príncipes encuentran a cachorros de otros animales, junto con hadas y duendes.

Ya estaban listos para empezar a jugar, cuando Niamh recuerda algo importante que ha olvidado atrás.

―¡Espérenme! ―pide ella―. ¡Tengo que entregar un regalo!

La princesa corre de regreso al trono, tomando las rosas azules.

Los reyes del bosque celebran sentados en sus sillas reales, bebiendo un poco de vino.

CAPÍTULO XX “Antes caballero, ¿y ahora mago?

Justamente cuando la niña se aproxima a la reina, un unicornio se acerca, presuroso y agitado.

―¡Sus majestades! ¡Sus majestades! ―grita el equino.

Todos guardan silencio y la música para en seco, dejando que se escuche la noticia.

―¡¿Por qué vienes tan preocupado?! ―indaga Kirill.

―¡Es la princesa! ¡Ha muerto! ―anuncia el unicornio.

¡¿Qué?!, ¡¿y porque Kéilan no ha intervenido?! ―pregunta enfurecido el monarca.

—Ya era tarde. No tiene el poder de resucitar muertos —explica el equino místico.

—¡¿No le has ayudado?! —insiste Kirill.

―Mis hermanos y yo lo hemos intentado, pero no pudimos salvarla ―replica apenado el caballo mágico.

Kirill y Zelinda corren al lado de su hija; y atrás de ellos, todos los invitados.

Los regentes del mar también poseen magia. La utilizan para que toda la familia real tenga piernas humanas, reemplazando las colas de peces; así podrán ir a ver qué ha pasado. Para tapar sus cuerpos, hacen aparecer túnicas y togas romanas blancas.

El bufón llega con los príncipes del Norte, tomándolos de la mano y trata de alcanzar a los demás.

La princesa Idaira reposa en otro claro circular, más pequeño. Descansa sobre una cama de hojas y ramas.

Los primeros en llegar son los seis reyes; atrás de ellos, los invitados; los rezagados, les preguntan a los de enfrente por detalles de la escena.

Philippe se abre paso entre la gente y animales, sin soltar a los niños.

Al llegar al frente, se estremece por la imagen que ve.

La princesa ninfa yace acostada, con los brazos a los lados. Su piel ya no es blanca; ahora es color siena tostada, y con grietas en la mayoría del cuerpo; toda seca, sin ningún rastro de agua. Su cabello ha cambiado al mismo color que el cuerpo. Las hojas que decoraban su cabellera, se han secado completamente.

Con cada soplo de viento del bosque, polvo de la piel muerta se eleva por los aires.

El rey hechicero y su esposa, caen derrotados de rodillas, llorando amargamente; la magnífica maga de Piim-Asud se acerca a consolarlos.

Los demás, no pueden hacer otra cosa; solo aumentar la tristeza en el ambiente.

Volteando a ver a Niamh, el cuentacuentos se da cuenta de que tiene la cara llena de lágrimas. Todavía sostiene las rosas azules.

Extendiendo su mano, él le dice.

―Yo se las daré.

La niña le entrega las rosas.

Muy lentamente el cuentacuentos se acerca al cuerpo de la princesa ninfa, dejando a los príncipes atrás. En el camino, las lágrimas empiezan a deslizarse por sus mejillas.

Sin darse cuenta, una lágrima cae justamente al centro de una de las rosas, en el mismo lugar donde cayó la gota de sangre de Niamh.

Se para a un lado del cuerpo de la ninfa y enfrente de los reyes del bosque. Les muestra las flores, al mismo tiempo que trata de reconfortarlos.

―Sus majestades. Un sentido pésame, de parte de los príncipes del Norte y mío.

Coloca las tres rosas en el pecho de la princesa, dejando transcurrir un silencio corto; luego, empieza a dirigirse de regreso con los niños.

Al par de metros de haber caminado, algo inusitado ocurre.

De repente, una luz azul empieza a envolver el cuerpo de Idaira. Philippe voltea y observa como el cuerpo de la ninfa empieza a flotar en el aire. Segundos más tarde, la luz azul se vuelve muy intensa, encegueciendo a todos los presentes por otros momentos.

Al disiparse la luz, la multitud queda asombrada al ver que la piel de la princesa, su cabello y las hojas que lo adornan, han regresado al color habitual.

Hay un cambio poco perceptible: ha rejuvenecido tres años; ahora es una niña de diez y medio años.

Idaira se despierta, estirando su cuerpo y frotando sus ojos; cómo si hubiera dormido por mucho tiempo. Saluda a sus padres, apenas los ve.

―Hola papa, hola mama. Buenas… ¿noches? ―muy desconcertada, la pequeña descubre a toda la multitud alrededor de ella―. ¿Por qué hay tanta gente en el bosque?, ¿qué pasó? ―luego voltea a ver al enano, a unos pasos de ella―. ¿Quién eres tú? ―pregunta nuevamente.

El bufón voltea a todas direcciones, solo para ver miradas sorprendidas que lo observan.

Niamh le pregunta con asombro.

―¿También eres mago?

Él responde confuso.

No sé.

Todos los presentes empiezan a aplaudir, mientras que los reyes del bosque se reúnen con su hija. Zelinda carga a Idaira en sus brazos.

―¡De verdad eres el más sorprendente ser de todos los reinos! ¡El título de caballero no es suficiente! ―expresa alegremente el monarca del bosque.

Philippe responde apenado.

―Gracias rey, muchas gracias; pero prefiero quedarme con ese título. También quisiera que mejor me llamaran Sir Bufón; ya que es así como me conoce la mayoría. Pocos me llaman por mi nombre.

Ahora es el rey tritón quien grita a la multitud.

―¡¿Qué hacemos aquí todavía?!, ¡regresemos y que siga la fiesta!

Toda la muchedumbre regresa al claro junto al mar. El gitano campeón carga al cuentacuentos en hombros para que no se canse; entre tanto, el gitano mayor cuida a los príncipes del Norte.

La fiesta se reinicia en un santiamén. Por fin los príncipes de Güíldnah pueden jugar con los cachorros del bosque, las hadas y duendes, además de su nueva amiguita: la princesa ninfa. La celebración se extiende hasta muy adentrada la noche. Los pequeños se duermen antes.

A dos horas antes de que salga el sol, es cuando la fiesta se acaba completamente. El jefe romaní, la hechicera y varias hadas, acompañan a Philippe y a los príncipes de regreso al castillo. Los niños están dormidos todavía; el gitano y la hechicera los tienen que cargar.

Una vez afuera del castillo, el bufón entra por el camino secreto.

Las hadas se meten al castillo, entrando al cuarto de los príncipes por debajo de la puerta, y abriendo una ventana grande que da al jardín real.

El patriarca zíngaro carga al príncipe y emprende el vuelo a la ventana, dejándolo cuidadosamente en su cama, tapándolo con las cobijas; repite el mismo procedimiento con la princesa.

El gitano y el bufón se despiden en el jardín real.

―¿Feliz colega? ―inquiere el romaní mayor.

―Dos aventuras inolvidables, dos fiestas increíbles, una ceremonia espectacular y un suceso inexplicable ―recapitula el cuentacuentos―. No hay palabras para describir lo que siento. Feliz no es suficiente.

―Tendrás una vida dichosa. Las aventuras que experimentarás en los próximos días, se asegurarán de eso.

―Mucho más dichosa si me acompañas ―deja en claro Philippe.

―Nos veremos otro día colega. Descansa.

―Querrás decir mañana ―ratifica el gitano mayor, despidiéndose cortésmente―. Que descanse, Sir Bufón.

Desde ese día, Philippe es más alegre de lo común.

Las mil monedas de oro las reparte a los más pobres del reino, sin olvidar a los cuatro guardias reales. Guarda un poco para comprar ropa, cobijas, un nuevo escritorio y un nuevo colchón.

Las anécdotas del cuentacuentos se expanden a los pueblos y reinos vecinos, solicitándolo continuamente. Viaja muchas veces a los reinos del Oeste y del Sur. Los reyes dan su consentimiento a los príncipes, para que puedan acompañarlo en algunos de sus viajes.

Sir bufón vive muchas aventuras con el gitano mayor; varias veces con sus demás amigos. Peripecias que aumentan su colección de cuentos. El príncipe y la princesa, se las arreglan para salir del castillo y acompañarlo cuando visita el campamento gitano y el bosque Pi-Ud; pasan un buen tiempo con sus nuevos amigos: la princesa ninfa, el príncipe tritón, los tigrillos, las hadas y duendes.

El dragón de “Los Guerreros Olvidados del Este” crece anormalmente rápido.

Sir Ahren y Sir Terrence lo bautizan “Braza ardiente”.

Aún a pesar del crecimiento descontrolado, el dragón se convierte en el mejor amigo de los tigrillos del bosque.

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