Las cuotas de la infancia

Las cuotas de la infancia

Alba Yaber

25/06/2020

El niño dejó el calco de su boca y de sus manos en el cristal de una juguetería y se alejó pateando fuerte una pelota de papel de cigarrillos.

Ya en la estación, se trepó a la cola del tren que salía y con prolija necesidad, recorrió uno a uno los vagones, repartiendo santos hacedores de milagros que generalmente volvían a él con unas monedas.

Alerta a los uniformes, se perdió entre el gentío de Constitución.

En un bar de la calle Cochabamba, un hombre de traje arrugado, contempla abstraído un papel lleno de cifras sumadas y restadas varias veces.

El cigarrillo se consume en el cenicero de propaganda. Sus dedos sombreados de amarillo juegan con la lapicera. De la boca al papel, del papel a la boca.

Un niño se le acerca despaciosamente y lo contempla un buen rato con curiosidad.

-¿Tiene problemas, Don?

El hombre le pide al mozo un café y enciende otro cigarrillo.

-Eh, Don, le pregunté si tiene problemas.

El hombre lo mira distraído.

-¿Sabés hacer cuentas, vos?

El niño se sienta con graciosa familiaridad.

-Así, con lápiz y papel, no, pero si usted me canta los números, lo ayudo.

-Mirá…

-¿No le alcanza la plata?

-No llego ni a la mitad de mes. Que los chicos, que el colegio, que los útiles, que la comida…

-¡Ufa! ¿Y por qué no los manda a trabajar?

-¿Trabajar? ¿Y en qué?

-En cualquier cosa.

-Pero si son chiquitos

-¿Cómo de chiquitos?

-Más o menos como vos.

Se sonríen mutuamente.

-Si quiere, voy con usted a su casa y los saco un rato para enseñarles. Se gana bastante en la calle.

El hombre tiende la mano en un intento de caricia que no llega a concretarse.

-No, mejor dejalos donde están, tienen que educarse para llegar a algo en la vida.

-¿Cómo usted? Pregunta el niño distraído.

El hombre se queda serio, el cigarrillo consumido entre los dedos.

Muy por la noche, sucio de calle y de cansancio, con las manos florecidas de pimpollos, zigzagueó por las mesas de los bares, hostigando al impasible, implorando al piadoso.

Por fin, ya huérfano de aromas, un poco más adulto, un poco menos niño, regresó a su casa para entregar la cuota de su infancia.

Mordisqueando un pedazo de pan, se durmió acurrucado contra el cuerpo de su hermana.

En el silencio de la noche se escuchaba a Goyeneche:

Chiquilín,

dame un ramo de voz

así salgo a vender

mis vergüenzas en flor

baleame con tres rosas

que duelan a cuenta

del hambre que no te entendí

Chiquilín

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