La radio empezó a dar la sonata de todos los días. Las noticias y la cantidad brutal de casos infectados por el covid 19 en Europa.
Acá estamos, pensaba cada mañana, indemnes, a salvo. Los niños van al club, yo hago las tareas de casa en el silencio posible , mientras Luis duerme a pata suelta. Su trabajo es de noche. Pobre hombre toda la vida con su turno de noche. Para mantenernos, para la escuela privada de los niños, mi peluquería, el curso de yoga, el auto, al que hay que renovar más o menos seguido para no … la verdad no sé para qué lo cambia cada dos años y todas las fruslerías de servicios hogareños, más caprichos y vacaciones.
Creo que nuestras relaciones familiares funcionan. Cuando es de día Luis duerme, los niños o van a la escuela o van al club o están con sus cabezas en las tablets. Yo miro mis novelas , hago la cena, pongo la mesa, los chicos siguen con la tablet. Luis se despierta se acicala, se sienta a la mesa y todos cenamos, mientras la tele nos da la lata.
Pero …¡oh, ha llegado el de la coronita! ¡Cerremos todo desde las escuelas, los comercios, el transporte no funcionará y así todo lo que podamos imaginar! Si abrimos la puerta de casa entra el de la coronita!
Luis adentro, los niños y yo, todos juntos en dulce montón familiar. Por suerte existe la tecnología, una gran aliada, una escuela en casa, una amiga, ¿qué amiga? ¡una hermana! Cada uno con su tablet. El más afectado es Luís se ha puesto intranquilo, gruñe todo el día se pasea por la casa mientras se frota las manos.
En el día número ochenta de la cuarentena, lo recuerdo como si fuera ahora, Luís deja de trabajar en la computadora, se levanta para ir al baño y al pasar, juro que al pasar, porque jamás se me hubiera ocurrido fisgonear, veo en la pantalla un texto que empezaba: MI AMOR…..
A quién no se le hubiera ocurrido, seguir la lectura. Luís no volvía, largo su trámite. Y ahí en ese momento en que la familia por primera vez en quince años estaba reunida tanto tiempo , pegué el grito. Sí, grito. Grito mío. El de Ángela la tranquila. El mundo se vino abajo. Luis salió del baño y me encontró en una ataque de ira tan grande que me llevó al desmayo.
Cuando volví, lamentablemente a la realidad, Luis no estaba. los chicos me dijeron que hizo un llamado telefónico les dio un beso y se fue. Mamá estará bien, ya se le pasará.
Yo me quedé largo tiempo llorando, sentada en el sofá. Los niños cada uno a un lado mío, murmuraban palabras que yo no entendía. Luego entré en estado de témpano, helada. Se helaron mis pensamientos. Nada ocurría en eso que llamamos cerebro. Tampoco nada sentía en eso que llaman corazón u alma.
Sólo me decía a mí misma como pude ser tan ingenua, más que ingenua, estúpida de no darme cuenta. Y de pronto cuando empezaba a esbozarse algún razonamiento, Luís aparece en el medio del comedor , con las llaves en la mano:
No me puedo ir, no me dejan circular por el covid19.
Y otra vez se hizo el témpano en mi cerebro, mientras los chicos gritaban : ¡Papá!
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