I
Estaba sentado en la comodidad de su oficina… ¿Comodidad? Más bien, incomodidad. Incomodidad que le producía estar en un maldito cubículo… El mismo desde hacía diez años.
Simón trabajaba en esa asquerosa empresa de venta de aparatos e insumos móviles hacía aproximadamente diez años, siempre en el mismo puesto de trabajo, y por si eso fuera poco, la maldita empresa estaba ubicada en las afueras de la ciudad y muy alejada de su hogar.
Todavía recordaba el viaje en colectivo de aquella mañana el cual habría sido igual a todos los demás si no fuera porque en este día había sentido un asqueroso olor que azotaba a todo el vehículo, una fragancia un tanto desconocida para su sentido del olfato pero que no pasaba desapercibida. Era el olor más horrible que había percibido en su vida.
Durante todo el trayecto del viaje hacia el trabajo no se había percatado de algo extraño que ocurría en el mismo autobús… Lo notó solamente cuando descendió del mismo por la puerta trasera. En la parte de adelante un hombre, al cual no pudo reconocer bien, lo estaba mirando fijamente de una manera muy seria y con unos ojos que parecían estar inyectados en sangre.
De todas formas ya era viernes y Simón ya estaba preparando sus cosas para irse a su casa. Por más que no tuviera ningún plan para esa noche, sin dudas sabía que prefería estar en su hogar antes que en esa prisión de insumos telefónicos.
Parecía que por una vez en su vida la suerte estaba de su lado ya que el autobús que lo llevaba a su casa justo estaba empezando su recorrido así que no sólo pudo tomarlo rápidamente sino que además iba a viajar sentado y cómodo en el mismo. Saludo al conductor que conocía desde hacía tiempo, se sentó en un asiento y mientras se disponía a sacar un libro para leer, su rostro se transformo rotundamente… Otra vez ese asqueroso olor atacaba su ser.
II
Había heredado esa casa de su abuela, la maravillosa Celeste. Esa señora tan mayor había cuidado del pequeño Simón durante toda su vida quien era hijo único y en una época el pequeño había sufrido un abandono masivo… Toda su familia más cercana a él había muerto o se habían alejado.
Celeste, la abuela cool le decía, tenía 83 años cuando falleció. Más allá del sufrimiento por la muerte de aquella mujer de pelos platinados, cuya sonrisa era una muestra de un reluciente brillo de amor, Simón sabía que aquella inmensa casa le pertenecía, nadie podría arrebatársela.
La casa de Simón era enorme, casi como si fuera un laberinto. Su deslumbrante living se alzaba majestuoso como primer atisbo de la belleza de su hogar. Una mesa de roble y sillas negras rellenaban la sala, un enorme mueble se elevaba por detrás de algunas de esas sillas, y las paredes estaban decoradas con fotos de todo tipo.
La siguiente habitación era una pobre cocina, con una pequeña mesa y una alacena donde los platos, vasos, cubiertos, y también la comida, descansaban hasta ser utilizados. Algunos platos seguían sucios, ahí donde los había dejado aquella mañana y la noche anterior. Estaba claro que los platos no se iban a lavar solos.
Pegada a la cocina estaba la que en una época habría sido su habitación, llena de juguetes, ropa, videojuegos y, porque no, muchos sueños rotos. La gran ventana de la habitación miraba hacia el patio y en viejos tiempos permitía el ingreso de enormes rayos ultravioletas que producían una insostenible luz en aquel lugar… Pero ahora, todo quedaba reducido a polvo, y la habitación no dejaba ni un solo espacio para que ingresara siquiera algo de luz; se había convertido en un depósito de cajas y artículos viejos.
Frente a esa pieza se encontraba el cuarto principal, ahora sede del dormir de Simón. Dos grandes roperos se hallaban apostados frente a la cama y también a su izquierda. Del lado derecho una ventana que nunca se abría se presentaba inerte en la habitación.
Finalmente, algunos pasos fuera de su actual habitación cobraba vida un inmenso patio repleto de enredaderas y helechos, los cuales tenían más de veinte años de vida. El techo corredizo estaba abierto para que el fuerte sol ingresara con poderío y las plantas lograran realizar su fotosíntesis a gran escala. Al lado del patio había una puerta de hierro que plantaba los límites mismos de la vivienda. La casa finalizaba detrás de esa puerta que daba lugar a un angosto pasillo.
Simón no soportaba el calor y a penas entró en su casa no tuvo mejor idea que dirigirse a su habitación y desvestirse. Arrojó su ropa sobre la cama de dos plazas que se mantenía ordenada sin una sola pista de haberse usado para algo más que dormir.
A veces pensaba cuanto tiempo había pasado desde la última vez que una mujer se había revolcado con él en aquella cama, hubiesen sudado y gritado con una pasión desgarradora que habría tirado la casa abajo. «Porque si hablamos de “hacer el amor”, él estaba seguro de que lo hacía muy bien«, se decía a sí mismo.
Al desvestirse completamente y antes de dirigirse a la ducha sintió una leve punzada en el abdomen. Frente a su cuerpo había un gran espejo con un marco de color dorado. Se miró en él para dar cuenta de alguna herida que quizás había pasado por alto.
El espejo mostraba su cuerpo entero y desnudo. Simón media casi dos metros, sus brazos parecían tonificados al igual que sus abdominales. Sus piernas eran dignas de un corredor de atletismo, aunque él nunca se hubiese dedicado a eso. Recorrió todo su cuerpo de punta a punta pero no vio ninguna herida. Una rareza increíble.
Más raro aún fueron los segundos siguientes…
Casi nunca se iba la luz en esa casa pero aquella noche… Quizás por el calor… Quizás por fallas eléctricas… Quizás por algo más… Aquella noche la habitación se vio sumergida en una absoluta oscuridad. Miró la lámpara del techo y luego bajo nuevamente sus ojos y los posó sobre el espejo… Lo que observó en el mismo lo estremeció… Una figura erguida estaba parada a pocos metros detrás de él…
III
Se dio vuelta de un salto, su corazón latía a mil kilómetros por hora. Pensaba en los tipos de golpes que intentaría asestarle al personaje que había tenido la osadía de meterse en su casa. Tal vez un golpe en el rostro y una patada en los bajos le permitieran dejar fuera de combate a su adversario y luego podría llamar a la policía. Debía pensar rápido…
Dos segundos después estaba golpeando al aire con su gigantesca mano. Si efectivamente hubiera habido un hombre ahí, no se habría levantado de ese golpe… Pero su casa se mostraba más solitaria de lo común, mucho más desde aquella soledad que se había precipitado cuando su abuela murió.
“Estas cansado Simón, has trabajado mucho estos días. Ya estás viendo cosas”. Repetía esas palabras para sí mismo una y otra vez, aunque todavía estaba un poco asustado. Sí, podría ser toda una rara ilusión… Pero su intuición le decía que no estaba solo en la casa y que algo andaba mal.
Se fue a bañar, y cuando terminó tuvo la gran idea de ir hasta la puerta del patio y cerrarla con llave. Sólo por las dudas…
Primero se dirigió a su habitación y se puso una remera de Los Beatles que su abuelo le había regalado. No le gustaba para nada esa banda pero no pudo decirle que no al viejo cuando se la obsequio.
Mientras trataba de localizar sus sandalias entre la montaña de ropa que se elevaba en su cuarto, pasó lo que más temía en ese momento. La casa quedó a oscuras nuevamente. Y de repente un extraño sonido se comenzaba a escuchar desde el patio, más exactamente desde el pasillo que separaba su hogar del exterior.
Esto no podía seguir así. Simón tomó su linterna, que estaba guardada en su escritorio, y camino sigilosamente hasta el pasillo que conectaba su casa con la de sus vecinos. Si el mal viviente se encontraba por ahí siempre podrían salir en su auxilio aquellos vecinos de Simón para ayudarle a dar una tunda al extraño.
Pero tampoco estaba ahí… “¿Qué está pasando?”, se preguntó el muchacho.
En ese instante hubiese preferido no hacerse esa pregunta… En ese instante hubiese preferido tan sólo cerrar la puerta del patio… En ese horripilante momento prefería estar en su cubículo trabajando, porque lo que iba a ocurrir a continuación iba a ser demasiado grotesco…
Su linterna se apagó. No pudo prenderla de nuevo. A su alrededor había sólo oscuridad y tan solo podía ver las paredes del pasillo gracias a la luz de la luna… Pero de un momento a otro aquellas paredes fueron tragadas por la misma negrura de la noche, como si la falta de luz se comiera todo lo que estaba a su paso y dejara a Simón solo frente a la nada misma. Él creía que estaba sólo, pero no era así…
Y por tercera vez en el día sintió nuevamente aquel olor rancio, horrible y asqueroso que se apoderaba de él y le producía nauseas. Ese olor se volvía un tanto más familiar, era un olor como a podredumbre, era el olor a la muerte. No podía aguantarlo, quería que se detuviera, su cabeza le daba vueltas. Cerraba y abría los ojos miles de veces por segundo hasta que finalmente, el dolor de cabeza desapareció mientras el olor cesaba…
Su felicidad no duró mucho tiempo… Ahí estaba, frente a él, la figura que había visto reflejada en el espejo, el mismo hombre que lo había estado mirando en el autobús esa mañana ahora estaba observándolo desde las penumbras con unos terroríficos ojos rojos.
Absorto ante tamaña situación Simón estuvo a punto de decir algo, pero el hombre ya no estaba frente a él, la oscuridad también se lo había tragado.
Estaba tenso, buscaba la puerta de su casa pero no podía hallarla. Una sensación de desesperación golpeó su cuerpo… El hombre volvió a aparece y ahora estaba justo frente a él. Luego de un desgarrador grito Simón fue arrojado al suelo y lo único que sentía eran cientos de pequeñas punzadas en todo su cuerpo. Quería gritar pero la misma oscuridad, el mismo hombre que se encontraba al acecho, se lo impedían y callaban sus sollozos. Una y otra vez sentía dolores intensos producidos por esas puntadas, como si fueran distintos cuchillos que ingresaban en su cuerpo de manera violenta y morbosa.
La pesadilla casi había terminado, la oscuridad estaba desapareciendo y todo parecía haber sido un sueño de terror… Una pesadilla…
Pero en ese lugar, justo en el pasillo, yacía el cuerpo frío e inerte de Simón, mutilado y ultrajado hasta el hartazgo, con las vísceras desparramadas en el piso retratando la historia de las últimas horas de ese peculiar personaje.
IV
Estaba muerto… ¿Estaba muerto? Si, estaba seguro de que se encontraba muerto, no recordaba porque pero sabía que estaba muerto.
La muerte se le presentaba como un túnel de viajes infinitos y él se vio inmerso en uno de ellos. Aquel túnel mostraba lugares tales como una casa vieja, calles angostas de una pequeña ciudad, una enorme empresa y finalmente lo hacían detenerse frente a un grupo de personas que estaban esperando un autobús.
De repente todo volvió a ponerse oscuro, como al principio… Pero, ¿de qué principio estaba hablando? No lo recordaba.
Al abrir los ojos en una suerte de impulso, una sed de sangre atacó su cerebro. Necesitaba matar y saciar su sanguinario deseo. Observó y seleccionó a su víctima que estaba en el mismo vehículo en el cual viajaba… Su presa estaba sentada atrás con una elegante camisa blanca y llevaba un nombre colgado a la altura del corazón… Su nombre parecía ser Simón…
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