Parte I
Es muy doloroso cuando la persona que se supone es el amor de tu vida resulta ser todo lo contrario, y termina dañando un corazón que ya es frágil y está malherido por otras que sólo lo usaron para jugar.
Ocurrió hace ya tiempo (muchos años atrás) y lo recuerdo como si hubiese pasado hace unos segundos. Fue tan duro el golpe que eso hizo que estuviera solo por una temporada muy larga. Era el 2004, trabajaba en una empresa especializada en un bufete de abogados y apenas llevaba unos nueve meses allí (recién había salido del servicio militar). Era una persona muy dedicada al deporte y muy apegada a los amigos; por eso, uno de esos días que salí a ejercitarme con mis vecinos en un parque cercano a mi hogar, conocí a la que pensaba era “la indicada”. Era conocida de uno de mis amigos, nos presentó y hubo química desde el principio. Sin mentirles, sólo estuve con ella e ignoré casi por completo a la gente que me acompañaba prácticamente todo el día, desde que nos presentaron hasta que el sol se ocultó en el horizonte.
Me sentía en el cielo cada vez que ella me hablaba, reímos mucho, etc. Yo era una persona muy sociable y amiguera y no tenía inconvenientes en hablar con desconocidos. Incluso, a veces yo era el puente entre uno de mis amigos y alguna chica hermosa por la que se sintieran atraídos. No obstante, mi caso no era el mismo: ellos tenían suerte y muchas veces hasta me llamaron “cupido” porque terminaban en una relación estable, pero desgraciadamente no era así conmigo, porque la mujer que en algún momento me llegaba a gustar, se fijaba en mi físico, en mi estatus social, etc. y por eso casi siempre me ignoraba. Realmente no le paraba muchas bolas a ese asunto, ya que siempre me esmeraba en que los demás fueran felices. Sin embargo, mi vida cambió radicalmente cuando conocí a esta mujer (a quien llamaremos “Fernanda”).
Como lo mencioné, cuando me la presentaron estuve charlando con ella prácticamente todo el día y, cuando fueron las 6 pm ella se asustó porque la iban a regañar por no haber ido a su casa a comer, ¡y yo tampoco! Estuvimos charlando por más de un mes, conociéndonos con más detalle, para saber qué le gustaba y qué no, conocer sus cualidades y defectos, y viceversa. Todo eso fue en ese mes que, realmente, me pareció lo más hermoso.
Fernanda me tenía embrutecido, literalmente, me desvivía por ella, la acompañaba a casi todas partes e incluso me invitó a una reunión que se suponía era familiar. En dicha reunión, ella se sentó a mi lado, nos cogimos de “gancho” y no me dejó solo casi ningún instante. En un momento de descuido, cuando fue al baño, el papá, la mamá y una hermana (que también estaba divina) se acercaron al tiempo y empezó el interrogatorio; no me dejaron respirar con tantas preguntas. Eso sí, Isabel su hermana me miraba con otros ojitos, es decir, me hizo cambio de luces y yo quedé en el limbo. Igual, era fiel al sentimiento que tenía por Fernanda y no le di importancia. Continué disfrutando de la reunión familiar de Fernanda como hasta las 2 am (empezó a las 5 pm). Ella me pidió que me quedara porque era muy tarde y sería peligroso salir, a lo que el papá estuvo de acuerdo. No sabía qué hacer, si estar feliz porque estaría cerca de ella o asustado por la forma en que el papá me miró.
Todos estaban tomados y algunos hasta borrachos; yo estaba entonadito, pero ella estaba más prendida que árbol de navidad. Me habían acondicionado el sofá para que yo durmiera ahí. Había un silencio sepulcral, no se escuchaba absolutamente nada y todo estaba muy oscuro, sólo había un pequeño brillo que entraba por el borde de la puerta. Estaba haciendo mucho frío (y eso que tenía una cobija tres tigres), pero ya me estaba dando sueño, cuando pasó lo impensable. Mis ojos estaban cerrados, mi imaginación estaba desbordada pensando que Fernanda llegaría en cualquier momento, se sentaría a un costado y me daría un beso de buenas noches. Entonces, de un momento a otro sentí una leve inclinación del sofá y una mano se apoyó sobre mi pecho; yo estaba asustado porque no veía casi nada con esa oscuridad. Luego sentí que “algo” se acercaba a mi cara y casi grito (ya lo dije, había más de un borracho y no sería raro que hubiera alguno que se le mojara la canoa). Menos mal el sofá estaba en la pared donde se ubicaba el interruptor de la luz, el cual encendí y mi sorpresa fue mucho mayor cuando vi que era Fernanda, con su pijama puesta, que, por cierto, era muy sugestiva, y luego mi imaginación se mezcló con la realidad.
No pude ni decir ni hacer nada cuando sus labios estaban unidos a los míos. Mi sueño se hizo realidad ¡Fernanda me besó! Créanme cuando les digo que me sentí en otro mundo, sólo veía flores de todos los colores rodeando nuestra humanidad y cómo su cabello castaño, liso y largo se elevaba con la suave brisa que nos golpeaba. Mejor dicho, parecía una escena de novela de Corin Tellado, nada que envidiarles a sus protagonistas. Después de semejante sueño cumplido, ella simplemente me dio las gracias y se fue a su cama; yo quedé ahí, acostado, preguntándome “¿qué carajos pasó acá?”. Dormí plácidamente y con una sonrisa de oreja a oreja. Al amanecer, tuve que levantarme temprano, así que apenas dejé organizado el sofá donde dormí, salí de la casa. Al cruzar la puerta estaba Isabel regresando con el desayuno. Lo único que le dije fue “Buenos días, por fa, dile a tus papás que muchas gracias por su atención, pero debo ir a trabajar, y dile a tu hermana que la llamo al regresar a mi casa”. Nada más.
Prácticamente con ese beso sorpresivo empezamos la relación de novios; cuando llegué a mi casa la llamé y estuvimos hablando por casi dos horas de todo un poco; por eso me encantaba esa mujer, porque es muy inteligente y eso me mataba. Acordamos que no le diríamos nada a nadie para que no hubiera terceros que pudieran dañar lo que empezaba. Así fue por otros dos meses hasta que decidimos divulgarlo. Mis padres la conocieron y al parecer simpatizaron, sus padres supieron todo y estuvieron de acuerdo, incluso hasta exageraron al decir que, si Fernanda no me respondía como mi “novia”, podía cortejar a Isabel (no sé por qué lo dijeron) y yo sólo sonreí sonrojado.
Hasta ese momento estábamos súper bien, ella iba a mi casa y departíamos por mucho tiempo, viendo películas los fines de semana. Estuve en varias reuniones familiares de ella, y ella en varias de las mías. Salía del trabajo y la recogía para dar una vuelta, íbamos a cine, comíamos afuera, etc. Estábamos casi que, en una luna de miel, pero no todo lo que brilla es oro.
Antes de esta relación había tenido otras en las cuales me fue muy mal y por eso mi corazón estaba sensible y no quería que eso se repitiera con Fernanda. Sin embargo, con ella mi guardia quedó abajo y así comenzó el declive.
Ya habían pasado varios meses desde que Fernanda y yo éramos novios, cuando se empezaron a presentar ciertas inconsistencias: un sábado la invité a comer a un centro comercial y dijo que se iría con sus padres de paseo, pero para mi sorpresa llamó su papá a mi casa y me preguntó por ella. Al ver que había una mentira, me preocupé bastante, pero para empezar a descartar le pregunté al señor qué sabía de ella y él me respondió: “dijo que saldría de viaje con usted”. Fue ahí cuando todo se vino al suelo, sentí por mi cuerpo, empezando desde el cuello hasta la punta de los pies, un fuerte escalofrío que puso mi piel pálida (eso dijo mi papá cuando me vio), casi al punto del desmayo. Ya no sabía qué decirle al señor, no entendía por qué usaba mi nombre para una excusa. Él llamó un viernes y sólo hasta el domingo apareció, acompañada de una amiga, de la cual nunca había escuchado (y sus padres menos). Obviamente él la castigó con salidas a cualquier parte y con cualquier persona (incluso conmigo), por eso iba a su casa de vez en cuando. Sin embargo, ella había cambiado conmigo, se la veía distante, ya no hablaba conmigo como cuando nos conocimos, no me dejaba ni siquiera cogerle la mano. En su casa se dieron cuenta de su actitud y pensaron que era pataleta de ella, por eso mantuvieron dicho castigo por una semana más.
No sabía qué le estaba pasando, su actitud hacia mí había cambiado de una manera radical y de esa Fernanda que era inteligente, sociable y cariñosa ya casi no quedaba nada. Ahora, cada vez que yo pasaba a su casa se negaba a atenderme, y eso que ahora lo hacía dos veces a la semana por su forma de comportarse conmigo. Ya me estaba rindiendo en mis intenciones, pero algo en mí me decía que no la dejara y seguí insistiendo, tratando de salvar algo que realmente ya estaba muerto. Incluso Isabel se ofreció a “consolarme”, pero mi fidelidad aún seguía inquebrantable (increíble, ¿no?).
Llegó el día que me remató: era un sábado y salí del trabajo al medio día, así que pasé a su casa porque la mamá de ella me había invitado a comer algo, pero cuando llegué Fernanda no estaba. Isabel afirmó que estaba en el parque que estaba cerca de su casa con una amiga, la misma amiga con la que se había ido de paseo. No le di mucha importancia, así que me ofrecí de voluntario para buscarla y de paso conocer a la “amiga”. Al tomar la decisión, Isabel me dijo que no lo hiciera porque estaban hablando de cosas de mujeres, comentario que me pareció sospechoso porque ella nunca decía algo sobre su hermana, lo cual hizo que mantuviera mi posición y omití lo dicho por ella para ir a verla.
El parque era muy bonito, y hacía un día con el cielo despejado y con un sol brillante. Era aún más lindo porque era muy amplio, con varios puntos con árboles grandes y tupidos que daban sombra en caso de que el sol fuera muy picante. Sin embargo, ese día era diferente, había cierto aire que realmente me incomodaba, sentía una presión que crecía sobre mi pecho. Cuando llegué al sitio, mis ojos estaban encandilados por el brillo solar y había varios puntos que no se veían bien. Empecé la búsqueda dentro del parque ya que era tarde y la mamá se molestaría por no estar al momento de servir la mesa, y fue en ese momento, en ese instante en el que mi vida se volvió un infierno, en el que vi que todo lo que había logrado se había venido al suelo y en el que mi corazón se volvió tan frío como el hielo.
Parte II
Vi a Fernanda sentada en una de las sillas de concreto que estaba debajo de uno de esos árboles tupidos, acompañada de su “amiga”, besándose.
Sí, estaban muy cariñosas besándose a plena luz y a vista de visitantes. No les importó que la gente las viera en esas y seguían haciéndolo. Yo estaba petrificado, inmóvil, sin poder pronunciar palabra. Al ver que yo no regresaba con Fernanda, Isabel, por orden de su mamá, fue por nosotros y cuando vio la escena también quedó sin palabras, se llevó sus manos a la boca y tenía lágrimas en los ojos por semejante espectáculo. Ella me vio y dijo que tenía una cara de “trágame tierra”. La escena de amor era parecida a Corin Tellado, era igual a la “Rosa de Guadalupe”, y entendí en ese momento el porqué de su actitud hacia mí en el último mes de la relación. Claro está que, a diferencia de otros que reaccionan de una manera fuerte y van hacia donde está el sujeto y le hacen el reclamo a grito herido, llorando como una magdalena y maldiciendo hasta su tercera generación, lo que yo hice fue algo simple. Isabel se dio cuenta de que iba a tomar impulso para ir hacia ellas y colocó su mano sobre mi hombro y me dijo que no valía la pena, pero la ignoré y caminé hacia allí, disfrutando de un momento que se suponía era mío, y con aplausos les dije textualmente: “¡Bravo, qué belleza, para la próxima vez invítenme y hacemos un trío!”. Ante los aplausos y mi hipócrita efusividad, ellas giraron y Fernanda se puso tan colorada como un tomate y se paró al instante, mientras que su “amiga” seguía sentada con cara de no entender nada. No podía pronunciar palabra alguna por la vergüenza que se notó a flor de piel.
La “amiga” se puso de pie para hacer el reclamo, casi gritando: “¿usted quién es? ¡A usted no le importa si estoy con ella o no así que no se meta!”. A lo que respondí sólo esto: “Pues la joven a mi lado es la hermana y yo soy el NOVIO de la mujer a la cual está besando”. Le tocó tragarse sus palabras, y si Fernanda estaba colorada, esa mujer parecía un camaleón porque se puso de todos los colores; con sólo lo que dije ella se fue, sin despedirse de su amante y casi corriendo. Ya cuando esa mujer se fue, me limité a verla y no le dije absolutamente nada. No quise regresar a su casa, pero Isabel insistió para que su mamá no se sintiera ofendida, ya que lo tomaría como si la hubiese plantado. Allá sólo comí, crucé unas cuantas palabras con la mamá y después me retiré, no sin antes responder a la pregunta de su madre “¿Qué te pasa?”: “Creo que se lo debe preguntar directamente a Fernanda y a Isabel, para que no lo desmienta. Fue un placer haberla conocido y muchas gracias por la invitación”.
Durante varios días, Fernanda estuvo llamando a mi casa, incluso fue hasta mi trabajo, pero siempre me negué a atenderla porque realmente no quería saber nada de ella. Sus actos hicieron que mi corazón quedara en una especie de limbo, sin sentimiento alguno, parecía un alma en pena que caminaba por inercia. Mis padres se enteraron de lo sucedido porque conocidos míos llegaron con comentarios de haberla visto con otra mujer besándose en varias partes (eso sí, a escondidas) y sólo dijeron que no malgastara neuronas pensando en una mujer que realmente decepcionó a mucha gente, tanto a familiares como a amigos. No obstante, yo debía saber por qué me hizo todo eso, por qué jugó conmigo al ocultarlo y así lo hice: en un último intento de su parte, acepté que nos viéramos y que me diera una explicación. Ella afirmó que se sintió confundida porque, aunque me quería, sentía que estaba fuera de lugar y que por eso se fue ese fin de semana con aquella mujer para pensar mejor las cosas, pero que no pensó que fuera a causar tanto daño. También afirmó que, por culpa de ese tipo de comportamiento, su familia le dio la espalda, que hubo tanta decepción en su hogar que ahora sus padres no la ven con los mismos ojos, y que por el daño que ella ocasionó le pidieron que se fuera de su casa; me limité a escucharla y no quise opinar sobre las decisiones de sus padres.
Irónicamente, después de lo sucedido con Fernanda, Isabel fue la única persona que estuvo a mi lado para superar ese dolor, y una cosa llevó a la otra y terminamos juntos. No obstante, no duró mucho, apenas un mes, porque era demasiado loquita y no confiaba mucho en su fidelidad. De aquella persona sociable y amiguera ya quedaba muy poco, el daño que había ocasionado Fernanda en mí fue tan grande que mi personalidad tuvo un cambio radical: mi ropa ahora era oscura, mi gusto por la música cambió a rock clásico (no trash metal) y me volví exageradamente serio, tanto que pensaban que estaba siempre de mal genio. Antes de eso, pensaba que el amor era una bendición que sólo unos pocos podían obtener al encontrar a esa persona especial, pero después de eso terminó siendo casi una maldición, una enfermedad terminal similar al cáncer que mata tu alma y acaba con tu corazón.
En la actualidad, Fernanda vive con su esposo y tiene dos hijos; yo tengo mi pareja y llevamos juntos muchos años. A veces me la encuentro por las calles del sector y se la ve feliz con su creciente familia, pero cuando cruzamos miradas nuestros rostros se llenan de nostalgia, y me pregunto cómo habrían sido nuestras vidas si ella no hubiera tenido dudas; sólo por unos segundos mi mente despierta a la imaginación, mostrando una familia en la que ella y yo seriamos felices, como lo es ahora. No siento ningún tipo de desprecio hacia ella, ya que, aunque fue partícipe de que mi corazón estuviera herido y sin ninguna esperanza, los momentos vividos juntos son inolvidables y si la recuerdo es por esos bellos recuerdos y para evitar los mismos errores del pasado.
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