Una tarde, en un banco de mi amado pueblo, observaba cómo el sol daba por terminado el día. Con el paso del tiempo, una chica se acercó y se sentó a mi lado. La miré con arrogancia, y ella sonrió. Me pregunté: ¿cómo pudo hacer eso?

Sin embargo, no le dirigí la palabra y continué mirando el cielo. Luego, ella me preguntó:

—¿Qué tanto observas?

En ese mismo instante, no supe qué responder. Al cabo de un rato, la miré y le dije:

—Solo veo cómo el cielo se desvanece. Me encanta mirar el cielo porque en él veo cómo el sol consume el día y cómo el tiempo hace lo mismo con la vida.

Ella solo me respondió con otra de sus sonrisas. Yo, muy engreída, le pregunté:

—¿Y tú de qué tanto te ríes?

Ella me contestó:

—Solo veo cómo tú misma acabas con tu vida, sentada en un banco con la esperanza de que el día termine, para ver si en la tarde siguiente puedes sonreír.

                                                                                       Ana Maria Gutierrez

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