Marilyn siempre llega tarde…
En el prólogo de «Música para camaleones» Truman Capote nos cuenta que buscó febrilmente conseguir una escritura «sencilla y límpida como un arroyo de montaña». Una prosa en la que pudiera mantenerse al margen del tema tratado, sin influir con su estilo, juicios y opiniones. En sus palabras, Capote quería hacer del lector un observador o, mejor aún, el testigo de una experiencia verdadera que, contada bajo tal óptica, resultará mucho más subyugante que si el autor la interpretase al modo clásico.
En el inicio del relato Capote nos deja muy claro la temporalidad del relato, el día 28 de abril de 1955 nos encuentra ubicados en la capilla de la Funeraria Universal, ante una multitud de celebridades del cine, el teatro y la literatura, presentes para rendir homenaje a Constance Collier, famosa actriz de origen inglés, que ha muerto el día anterior, a los setenta y cinco años.
En el segundo párrafo se nos presenta toda la información biográfica de Collier, sus años de corista, su desempeño como actriz y su actividad reciente: dictaba clases de alto nivel a un selecto grupo de actrices, con excepción de una neófita actriz a quien llamaba «mi problema especial» esta es la forma como Capote nos presenta la icónica figura de Marilyn Monroe. Es Collier quien introduce a Marilyn en el relato:
«Así fue. “Oh, sí”, me informó Miss Collier. “Tiene algo. Es una hermosa niña. No lo digo por lo obvio, tal vez demasiado obvio. No es una actriz, en absoluto, en el sentido tradicional. Lo que ella tiene, esa presencia, esa luminosidad, esa inteligencia deslumbrante, nunca podría salir a relucir en el escenario. Es algo tan frágil, tan sutil, que sólo la cámara puede captarlo. Es como un colibrí en vuelo: sólo la cámara puede congelar su poesía. Pero quien piense que la chica es otra Harlow, o una puta, está loco».
En esta primera mirada de Collier, de la rubia platinada ya considerada un símbolo sexual de fama mundial, podemos hacer un zoom en la cámara y acercarnos de forma intimista a aquella mujer que no ve el resto del mundo, que sólo ven sus más cercanos amigos: de carácter frágil, una inmensa vulnerabilidad y su notable inseguridad, una criatura que Capote nos irá perfilando a través de los diálogos del personaje.
Y termina su intervención la voz de Collier con demoledoras palabras:
«Esta hermosa criatura carece de todo concepto de disciplina o sacrificio. No sé por qué, pero me parece que no llegará a vieja. Es absurdo que lo diga, pero siento que morirá joven. Espero, ruego, que viva lo suficiente para liberar ese talento tan extraño y encantador que es en ella como un espíritu prisionero».
Antes de pasar a ser protegida de Collier, por sugerencia suya, Capote nos ha informado que conoció a Marilyn por medio de John Huston, quien la dirigió en la película «La jungla de cemento», 1950, donde interpreta a Ángela, la amante de un abogado. Muchos años después, Huston diría en una entrevista: «Marilyn excavó dentro de sus propias experiencias personales para sacar a la superficie algo único y extraordinario. No tenía técnica de actuación. Era todo verdad, era solo ella». Corría el año de 1960, Marilyn había formado parte del elenco de la película «Vidas rebeldes» dirigida por el mismo Huston y cuyo guion había sido escrito especialmente para ella por Arthur Miller —su esposo, por esos días—. La actriz interpretó a Rosilyn, un personaje que su esposo calcó de situaciones, diálogos y momentos de su propia vida.
Llegamos al quinto párrafo de la narración y vemos a Capote esperando a Marilyn en el vestíbulo de la capilla —con su habilidad narrativa, nos ha preparado todo un escenario a través de los anteriores párrafos—, Marilyn se retrasa, siempre llega tarde…
Aquí viene un cambio importante en la técnica del relato. En el prólogo de «Música para camaleones», Capote admite que una de las grandes dificultades que tuvo al escribir «A sangre fría», fue el hecho de permanecer al margen. Es muy normal en la crónica que el autor funja de personaje, como observador y testigo presencial, con el fin de ganar credibilidad, pero él, había elegido estar ausente para imprimir un tono de distanciamiento del libro, es así, que en todo el reportaje intenta mantenerse encubierto, tanto, como le fue posible.
Ahora es diferente, Capote está en el centro mismo de la escena y espera…
Como manifiesta, de un modo severo y mínimo, empieza a reconstruir conversaciones triviales con múltiples personajes, sobre diversos temas, pero ahora, ha desarrollado un estilo propio, ha encontrado una estructura dentro de la cual puede integrar todo lo que sabe acerca del arte de escribir.
Marilyn, quien siempre llega tarde, llega por fin, nos deja oír su voz:
«Marilyn: Querido, perdóname. Pero como ves, me maquillé y luego pensé que no debería ponerme pestañas postizas ni pintarme los labios ni nada, de modo que me lavé la cara, y no sabía qué ponerme…»
A partir de aquí, el relato se mueve entre la técnica de la descripción y el diálogo. Mientras Capote conversa con Marilyn, nos va narrando lo que ve.
Marilyn en su primera intervención ya nos muestra una de las facetas marcadas de su personalidad: su inseguridad. En el siguiente diálogo apreciamos rasgos de su neurosis, se nos revela poco a poco su obsesión:
«Marilyn: (royendo la uña del pulgar, ya totalmente comida): ¿Estás seguro? Estoy tan nerviosa, ¿sabes? ¿Dónde está el baño? Si pudiera ir un momento…»
Capote no accede, conoce su adicción a los barbitúricos. Le invita a sentarse. La ceremonia empieza. Capote observa y nos cuenta:
«…Durante todo este tiempo, mi acompañante no cesaba de quitarse los anteojos para enjugar las abundantes lágrimas que brotaban de sus ojos azules grisáceos. Algunas veces la había visto sin maquillaje, pero hoy presentaba una nueva experiencia visual, un rostro que no había observado antes, y al principio no me di cuenta de qué pasaba. ¡Ah! Era por el pañuelo de cabeza. Con el pelo oculto, el cutis sin cosméticos, parecía de doce años, una virgen pubescente recién admitida en un orfelinato, que se lamenta por su suerte. Por fin la ceremonia terminó, y la congregación comenzó a dispersarse».
Marilyn se siente insegura por su aspecto y no quiere que nadie la reconozca. El diálogo fluye con naturalidad:
M: Por favor, sentémonos aquí. Esperemos a que se vayan todos.
TC: ¿Por qué?
M: No quiero tener que hablar con todo el mundo. Nunca sé qué decir.
TC:
Siéntate tú aquí, que yo esperaré afuera. Tengo que fumar un cigarrillo.
M: ¡No me puedes dejar sola! ¡Dios mío! Fuma aquí.
TC: ¿Aquí? ¿En la capilla?
M: ¿Por qué no? ¿Qué vas a fumar? ¿Marihuana?
TC: Muy graciosa. Vámonos.
M: Por favor. Hay un montón de fotógrafos abajo. Y por supuesto que no quiero que me saquen fotos con esta ropa.
TC: No te culpo.
M:
Dijiste que se me veía muy bien.
TC: Y es verdad. Estás perfecta para el papel de la novia de Frankenstein.
M: Te estás riendo de mí ahora.
En este instante del relato y a través de la conversación de los personajes podemos inferir como piensan y razonan, sabemos cómo viste Marilyn, cómo se mueve, pero también cómo siente, la conocemos más en profundidad, no tiene la habilidad social que tiene Capote, lo que en él es una gran fortaleza, en ella, es una de sus más grandes debilidades. Para ella lo que piensan los demás es vital, su inseguridad es latente.
M: Te ríes por dentro. Y ésa es la peor clase de risa. (Frunciendo el ceño; mordiéndose la uña del pulgar.) En realidad, podía haberme puesto maquillaje. Todo el mundo aquí estaba maquillado.
TC:
Incluso yo.
M:
Hablando en serio. Es el pelo. Necesito tintura, y no tuve tiempo. Todo fue tan inesperado. La muerte de Miss Collier. ¿Ves?
(Se levantó un poquito el pañuelo para mostrarme una franja negra en la raya del pelo.)
TC: Pobre e inocente de mí. Yo que creía que eras una rubia auténtica.
M: Lo soy. Pero nadie es tan natural. ¿Por qué no te vas a la mierda?
TC: Bueno, ya se han ido todos. Vamos, levántate.
Marilyn hace una reflexión sobre la muerte:
«Odio los funerales. Me alegro de no tener que ir al mío. Sólo que no quiero funeral, y que uno de mis hijos, si tengo alguno, tire mis cenizas al viento. Hoy no habría venido de no ser porque Miss Collier me quería, se preocupaba por mi porvenir y era como una abuelita, una abuelita severa, pero que me enseñó muchas cosas. Me enseñó a respirar. Lo he aprovechado, y no sólo cuando actúo».
Por primera vez Marilyn inquiere a Capote que si alguien le preguntara como era ella, ¿qué le diría? Él responde que tiene que pensarlo. Salen de la capilla, caminan por la Tercera Avenida. Marilyn sugiere que debería verse siempre así, se siente anónima. Conocemos un poco más de su personalidad, su enemistad con las mujeres que le atacan y hablan mal de ella, por el contrario, sabemos de su buena sintonía con los hombres. Nos insinúa su femineidad, su glamour y su gran poder de seducción:
«Los tipos me tratan bien. Como si fuera un ser humano. Por lo menos me otorgan el beneficio de la duda. Y Bob Thomas es un caballero. Y Jack O’Brian».
«Me gusta bailar desnuda frente a un espejo y ver cómo se me mueven las tetitas. No son feas. Ojalá no tuviera las manos tan gordas».
Marilyn es consciente de su encanto, a excepción de sus manos, se sabe una mujer atractiva. Miran las vidrieras de las tiendas de antigüedades, ante un hermoso reloj de péndulo que ve en una de ellas, expresa su profundad soledad:
«Nunca tuve un hogar. Una casa verdadera, con muebles míos. Pero si vuelvo a casarme, y gano mucho dinero, voy a alquilar un par de camiones y recorreré la Tercera Avenida comprando todo lo que se me ocurra. Una docena de relojes de péndulo. Los pondré todos en un cuarto, y todos a la misma hora. Eso sería como un verdadero hogar. ¿No te parece? ¡Eh! ¡Mira! ¡Enfrente!»
La conversación fluye, el diálogo no es tan elaborado, lo sentimos muy natural. Por un momento se torna más íntimo y empiezan a hablar de sus pasiones, de sus secretos. Llegan a un bar en la Segunda Avenida. Piden champagne. Marilyn confiesa que le gusta un escritor. Intercambian diálogos sobre sus aventuras amorosas. Piden una segunda botella.
Capote nos deja saber que el amor secreto de Marilyn es Arthur Miller. Marilyn se disgusta:
(Por fin regresa el mozo con la segunda botella.)
M: Dile que se la lleve. No quiero más. Quiero irme de aquí.
TC: Siento haberte molestado.
M: No estoy molesta.
Salen del bar y toman un taxi, se dirigen al muelle de South Street, lugar donde Marilyn se siente a gusto. Capote decide no volver a mencionar a Arthur Miller. Sospecha que Marilyn tomó píldoras además del champagne y teme por su reacción.
M
(feliz, riendo): Vamos al muelle, nada más.
TC: ¿Puedo preguntar por qué?
M: Me gusta. Huele a otro país, y puedo dar de comer a las gaviotas.
TC: ¿Qué les darás? No tienes nada.
M: Sí, tengo la cartera llena de bizcochitos chinos. Los robé del restaurante.
Mientras viajan en el taxi, Capote nos describe el paisaje:
«Así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro».
El hombre le advierte a Marilyn del peligro de tocar perros desconocidos y ella nos entrega una línea de diálogo que resume todo su drama:
M: Los perros nunca me muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?
El hombre reconoce a Marilyn y le pide un autógrafo para mostrar en la oficina. Capote nos recrea una de las imágenes más bellas del relato:
«Apoyada contra un poste de amarras, la observé, de perfil: Galatea oteando las distancias no conquistadas. La brisa le esponjaba el pelo. Volvió la cabeza hacia mí con gracia etérea, como si la hiciera girar la brisa».
Marilyn pregunta por segunda vez a Capote:
M: Recuerda, te dije que si alguna vez te preguntaran cómo era yo, cómo era, en realidad, Marilyn Monroe, ¿cómo contestarías esa pregunta? (Su tono era juguetón, burlón, sin embargo sincero al mismo tiempo: quería una respuesta honesta): Apuesto a que dirías que era rústica.
TC: Por supuesto, pero también les diría…
Y viene el desenlace maravilloso, antes de la respuesta, Capote nos señala una de las claves del relato:
«Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: “Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?»
TC: Yo diría…
M: No te oigo.
TC: Diría que eres una hermosa criatura.
Entre la pérdida de luz de aquella tarde que termina, se desvanece también el recuerdo de Marilyn, su imagen se difumina entre el cielo y las nubes. Se oculta misteriosamente. Él quiere responder, elevar su voz por encima del vuelo de las gaviotas, pero ella, ya no lo escucha. Capote sabe que ahora, es él, quien ha llegado tarde y se lamenta…
¡Marilyn ha muerto!
Capote escribe la crónica en el año de 1979.
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