Una vez más, por quinta ocasión se le había roto el corazón.
Su cuerpo sudado, sus manos temblorosas, palpitaciones corriendo desenfrenadas restaron importancia a sus lágrimas. El dolor intenso, como una nebulosa expandiéndose, la sometió.
Estalló ese musculo grasiento, un zumbido y nada más. Colapso, ruinas de amores partieron su tórax y desgarraron su pecho, prestando atención habrías podido ver las astillas de sus costillas salir disparada en todas direcciones, haciéndole juego a las manchas sanguinolentas sobre el techo y las paredes.
Estaba ahí tendida, un bulto de carne y huesos roídos. Hoy no iba a levantarse. No prepararía café como cada mañana, ni atendería el conmutador, su trabajo incierto quedaría a la espera, junto con una pila de deberes; todos, quizá sin importancia. Hoy no hacía falta a nadie. Había suficiente comida para el gato.
Menos mal que días antes había encargado un nuevo corazón desde el centro de la tierra, llegará mañana poco después del medio día.
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