No es que pensemos que estamos capacitados para hacer algo por nuestra propia cuenta. Nuestra aptitud proviene de Dios. Él nos capacitó para que seamos ministros de su nuevo pacto. Este no es un pacto de leyes escritas, sino del Espíritu. El antiguo pacto escrito termina en muerte; pero, de acuerdo con el nuevo pacto, el Espíritu da vida.

2 Corintios 3:5-7 Nueva Traducción Viviente (NTV)

Un día como hoy hace siete años, me dieron el regalo más valioso que cualquiera pudiera recibir…

Me había quedado a dormir en casa de unas primas. Al día siguiente, ellas tenían una reunión en la iglesia a la que empezaban a asistir. Los planes eran irme a mi casa el sábado, pues solo había pedido permiso para pasar la noche en casa de mis tíos, pero se les ocurrió la maravillosa idea a mis primas de invitarme a su reunión de jóvenes, en una iglesia llamada Impacto. Bien, no tenía nada más qué hacer, después de todo era sábado, estaba de vacaciones de la escuela, así que llamé a mis padres y me permitieron ir.

Recuerdo que nos arreglamos mucho para la reunión, mi prima mayor y yo, optamos por hacernos rulos en el cabello y tomarnos muchas fotos ese día. Realmente no tenía ni idea de lo que estaba por venir, tampoco ellas que sin saberlo estaban llevándome camino a La Vida.

Mis tíos nos fueron a dejar al local, llegamos bastante temprano pues solo estaban los líderes del grupo, una pareja muy amable que nos saludó con el cariño más sincero que un extraño pudiera darme. Mientras pensaba en lo alegre que había sido aquella pareja entramos al local, en el cual habían colocadas unas quince sillas en forma de luna dándole la espalda a lo que era el escenario, donde se daba el sermón. Después de unos minutos empezaron a llegar más jóvenes, los cuales también me saludaron amablemente y otros solo sonrieron. Impactada aun con la actitud de aquellos extraños muchachos, empezó el líder del grupo a dar la bienvenida mientras todos nos acomodábamos en las sillas. Luego de dar la bienvenida y haber orado, algo a lo que yo estaba muy acostumbrada, de hecho lo hacía muy bien, comenzó Sergio, pues así le llamaban todos, a dar las instrucciones de un juego el cual iba a dirigir. Emocionada ya con aquel ambiente, siento que alguien toca mi hombro; era la esposa de Sergio, Allison, me dice que si puedo acompañarla a una sala aparte para compartir algunos versos de la Biblia. Accedí, pues era bastante tímida, pero deseaba haber sido lo suficientemente valiente como para decirle, “¿justo ahora que va comenzar el juego?”. En fin, no me atreví, y solo sonreí asintiendo con la cabeza.

Nos retiramos a una sala aparte la cual tenía una puerta con una pintura de Jesús, unos niños en su regazo y otros corriendo hacia él. Supuse que ahí se recibía la escuelita dominical, otra cuestión a la que ya estaba muy acostumbrada, pues desde pequeña asistía a la iglesia, y los domingos en la mañana íbamos todos mis primos a la escuela dominical a jugar y colorear, ¡qué divertido era!

Bien, estando ya acomodadas en una mesa para niños, estaba sentada frente a una ventana de vidrio que cubría casi toda la pared, y Allison de espalda a esta. Comenzó entonces ella a hablarme de pensamientos diferentes y que somos muy distintos los unos de los otros, pero me perdía constantemente escuchando los gritos y risas de los muchachos fuera, parecía que se estaban divirtiendo tanto, y yo ahí, esperando que aquello terminara lo más rápido posible y así poder unirme. Confieso que mi mente anduvo divagando por un momento hasta que noté que empezaba ella a hablar acerca de los pecados. Era mi momento de brillar, pues siempre había sido una niña muy buena, y ahora como adolescente no había cambiado mucho. Mi familia siempre ha tenido el más alto concepto mío en cuanto a moralidad, si de alguien bueno se hablaba, mi nombre salía siempre a la luz. Y yo, estando tan acostumbrada a comentarios positivos acerca de mi persona, me había creído cada uno de ellos y me exaltaba desmesuradamente. Claro que, como cualquier adolescente, tenía mis berrinches, había momentos en los que odiaba a mis padres, en otros deseaba morirme, me burlaba de mis compañeros, era bastante rencorosa, pero nada fuera de lo normal, siempre fui bastante religiosa y me encanta hablar de Dios.

Comenzó entonces aquella plática para la cual estaba preparada en un cien por ciento. Empezamos por lo básico, algo que me sabía de memoria, los diez mandamientos. “No tendrás dioses ajenos delante de mí”, ni mencionarlo, eso es cosa de politeístas; “No te harás imagen, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”, jamás, de hecho cada vez que se viene un pensamiento en el que quiero pensar cómo será el cielo lo rechazo, ni Dios lo quiera!; “No tomarás en vano el nombre del Señor tu Dios, porque yo, el Señor, no consideraré inocente al que tome en vano mi nombre.”, bueno este pueda que no lo cumpla del todo bien porque a veces se me sale su nombre sin sentido alguno, pero sigamos; “Te acordarás del día de reposo, y lo santificarás”, no tengo ni idea de porqué se hace el reposo, pero sí, el domingo es para descansar; “Honrarás a tu padre y a tu madre, para que tu vida se alargue en la tierra que yo, el Señor tu Dios te doy”, yo trato pero esque ella no conoce a mi papá, si lo conociera me diera la razón; “No matarás”, me ofende, mejor sigamos; “No cometerás adulterio”, que va, si ni novio tengo; “No robarás”, ni aunque quisiera, con lo complicado que ha de ser robar un banco; “No presentarás falso testimonio contra tu prójimo”, que si he mentido? La pregunta es quién no?; bien y por último, “No codiciarás la casa de tu prójimo, ni a su mujer, ni a su siervo ni a su esclava, ni su buey ni su asno, ni nada que le pertenezca a tu prójimo”, eso sí que no, tengo una prima que es bien envidiosa.

Lo anterior, fueron excusas y pensamientos que tenía hasta ese momento, estas iban a ser mis defensas ante el tribunal si Jesús hubiese venido antes de aquella hora. Lo siguiente a esto, fue pura obra del Espíritu Santo, convenciéndome de pecado, y exponiendo cada rincón de suciedad que había en mi corazón. Recuerdo lo asustada y perpleja que estaba, toda aquella idea de niña buena se había desvanecido en minutos, ya no valían más los comentarios de mi familia alagándome, ninguna “buena” obra hasta entonces realizada parecía estar bien, me sentía tan expuesta ante aquella joven la cual seguía hablando y notando como mi cara iba cambiando a medida que seguía mostrándome El Camino. El cielo que a través de la ventada podía divisar, parecía ir cambiando junto conmigo, pues se iba oscureciendo cada vez más. Los ruidos de los jóvenes que antes escuchaba con tanta claridad dejaron de ser captados por mis oídos, me encontraba en un estado más que de asombro, melancólico.

Claro que aquel sentimiento no fue duradero, justo cuando las luces de las calles, las cuales percibieron la oscuridad, encendieron, también junto con ellas mi alma se encendió de gozo al escuchar las buenas nuevas. No dependía de mí, sí, la salvación no se basaba en mis obras, sería salva si tan solo reconociera mi condición de pecadora, proclamara que Jesús murió y resucito por mí, y aceptara a Cristo como mi Señor y Salvador. ¡Ah querida Allison, si tan solo se hubiese saltado a esa parte un poco más de prisa, me hubiese salvado de tan mal rato!
En aquel mismo momento al tomar la decisión de seguir a Cristo, comenzó todo un viaje en el camino de mi Señor, en el cual he sido perdonada, moldeada, afligida, reprendida, exhortada, enseñada y por sobretodo amada. Mi Señor ha sido tan bueno y paciente para conmigo, y cuando les digo que ha sido paciente, es porque creo que la parte que les tocaba a mis hermanos de la paciencia del Señor, me la he gastado yo. ¡Gracias a Dios por su infinita paciencia y amor!

El versículo al comienzo de mi pequeño testimonio, es un claro reflejo de mi actitud ahora como sierva del Señor. Sé que no tengo las fuerzas necesarias para servir o agradar a tan grande Dios, pero mi capacidad para hacerlo viene de Él. Ahora que me ha dado vida, me ha dado también todo lo necesario para vivir una vida de acorde a su santa voluntad. Y al igual que Pablo estoy convencida que Aquel que comenzó la buena obra en mí, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo. ¡Así sea!

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