¡Tanto que empacar¡, estas palabras resonaban como un eco en su mente, mientras miraba los libros, ropa, electrodomésticos, zapatos, incluso una simple aguja, pero que jamas dejaría en algún rincón de aquella casa, que no era su casa. Ella observaba boca arriba el inmenso cielo, con aquel fulminante color azul, que penetraba en aquellos ojos, y junto a el, aquel monstruo hermoso que se decía llamar el mar, y que a la vez iba acompañado de su fiel complice de vida: el viento, aquel viento que danzaba formando aquellas bellas olas. Ante esta escena tan conmovedora, ella se preguntaba ¿ Llegara el día en que mis pies se anclen por siempre en algún lugar?, y en un susurro ella se respondió: ¡no lo sé¡, eran ya diez rincones en los últimos 17 años donde ella había vivido; ¡Mudarme! gritaba en lo mas profundo de su corazón, ¡mudarme!, me has enseñado a elegir entre las cosas que sirven y las que no. Se detuvo y se dijo «Para que cargar con las cosas que no me benefician», mientras observaba todo lo que había guardaba en aquel armario viejo. Después de un buen rato, decidió entre las cosas que tenia que desechar y las que no, se detuvo y con nostalgia suspiro, mientras reflexionaba en esas emociones, esos sentimientos, esas ideas, o simplemente hábitos que estorbaban su caminar, y que era el momento de dejarlas ir.
Oh, bella mudanza, eres parte de mí, siempre habrá mejores caminos que recorrer.
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