Dicen que para algunos es el sábado en la tarde o un domingo a medio día, pero para mí son los lunes por la mañana. Esos días lunes se convierten en toda una institución de evaluación mental y sentimental.
Las mañanas de lunes tienden a inyectar nostalgia directa al tuétano e impulsa a quedarse tirado en la cama sin esperar nada más que el beso de la muerte y ¿Por qué me tengo que poner en pie? ¿Por qué debe cargar mi alma con el peso de mi cuerpo muerto que ya no siente nada? ¿Por qué debería bajar y mirar a los míos con buena cara y buen modo? ¿Por qué debería buscar nuevos motivos para luchar un día más si hoy nada tengo programado?
En medio de tantas preguntas sin respuesta, tengo que tirar las mantas al piso y colocar los pies sobre el cemento helado para avivar la piel, en seguida voy al baño para sumergir mi cabeza en la tina repleta de agua, justo en ese momento siento que he encontrado mi lugar, pero los pulmones desean con anhelo besar el aire, así que le gritan al cerebro que debe alejarse, una vez más salgo de mi mar para afrontar lo que tiene la otra cara de la realidad.
En la cocina el aroma a café y pan quemado bombardean la atmósfera, mi madre está sentada junto a la ventana con una taza de té en manos. Da vuelta, sus ojos me insultan y su boca me dice «Que bueno, ya has despertado» y yo dibujo mi mejor sonrisa hipócrita para responder «Es un gran día, tu café huele excelente, los días así no deberían acabar». Me sirvo un vaso de agua y siento que la saliva se lleva el veneno de regreso a las entrañas.
Una taza de negro café amargo le pide matrimonio a un pedazo de pan quemado, juntos me esperan en la estancia para sumarle amargura a mi vida, y yo, yo que soy masoquista me los trago a ambos, esperando que esa cafeína apuñale mi sangrante estómago, que se produzca la eclosión de una bomba de protones para drenarme las úlceras que me darán pasaporte al panteón y así de una vez poder visitar el lugar al que pertenezco.
¡No! no ha ocurrido, me han jugado una finta, todo ha sido una especie de bulo organizado, listo para aplastar el honor de mis últimas palabras, esas que siempre dejo y no terminan de ser siquiera las antepenúltimas porque el presente sigue avanzado y mi cuerpo sigue respirando.
¡Maldito lunes! ¡Te odio! eres el peor día de la semana, el día en el que se debe afrontar que las semanas pasan, los meses pasan, los años pasan y la vida pasa, todo pasa y mi cerebro no pasa de seguir analizando el vuelo de la mosca que vi al iniciar el año.
¿Por qué me tardo tanto? ¿Será que soy demasiado tonta para tomar decisiones con rapidez? ¿Acaso mi inutilidad crece exponencialmente a medida que pienso? Verdad, pienso, sumo y pienso, cuando llega el momento ya es viernes, el lunes ha muerto, queda polvo de desierto en los vidrios de mi ventana, en mis ojos galopa una semana montando un caballo del pasado. No alcanza, sigue retrasado y yo sigo viviendo en un lunes eterno a las ocho de la mañana.
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