“El maestro ignorante” y “Pedagogía del oprimido”
Las tesis de Ranciére y Freire traen a la luz algunas situaciones de la infancia en la que los educadores concebían la enseñanza como un almacenamiento de información. A destacar: las aburridas clases de historia de Venezuela de bachillerato, en la que el profesor o profesora pasaba dos horas en largas tertulias, luchando en el intento de almacenar información en los archivos cerebrales de los alumnos. Que al fin y al cabo generaba resultados “positivos” -para sí- con aquellos alumnos que podían caletrearse los contenidos pero al fin y al cabo de un largo plazo ya no recordarían lo que leyeron, y negativos con aquellos estudiantes que no soportaban lo insignificante y aburrida que se tornaba la clase y tampoco podían comprender, ni concienciar nada. A este tipo de maestro lo denomina Freire, el pedagogo dominador, fundado en la educación bancaria. Pues según él, el verdadero pedagogo no es quien almacena información, sino quien conduce el aprendizaje como acto cognoscente a través del diálogo entre su persona y los estudiantes. Es como al decir de Ranciére, una educación basada en la igualdad entre el pedagogo y el discípulo como entes que tienen las mismas capacidades de aprendizaje, el docente no posee toda la verdad de un objetivo dado, el docente aprende también con los alumnos. Con el ejemplo que expone Ranciére a cerca del pedagogo ignorante que enseña diversas áreas a través de un texto de Trasímaco, cabe afirmar y apoyar la idea de que es posible aprender y enseñar algo desde la total ignorancia por medio de la comparación y la experiencia, pues el alumno debe aprender por sí mismo, no al estilo bancario: como un loro que repite sin saber lo que significan las cosas. De modo que el rol del maestro es servir como guía en el desarrollo intelectual del maestro. El alumno debe por sí mismo desarrollar la potencia de aprender por sí mismo. Y el docente brindar una educación liberadora que supere aquella contradicción positivista entre la postura del sujeto docente como dador de verdad y la postura del objeto alumno como tábula rasa. Tan sólo puede ser superada con la mediación del diálogo entre sujetos: alumnos-docente. No puede perderse la noción de concepción del hombre como ser histórico que se transforma de acuerdo a las necesidades que se van estableciendo en su tiempo. Por tanto, la educación no puede estandarizarse. La pedagogía debe siempre indagar por el mejor método para cada circunstancia. Los estudiantes tienen capacidad crítica, de la doxa al estar en relación con el mundo. Contrario a la postura de éste profesor de historia que revela situaciones, está el profesor que a partir de los sucesos puede establecer comparaciones con la realidad, mostrando así herramientas para la comprensión y estableciendo el discurso dialógico, establecer una “práctica educativa en una situación gnoseológica, el papel de educador problematizador es el de proporcionar, conjuntamente con los educandos, las condiciones para que se dé la superación del conocimiento al nivel de la doxa por el conocimiento verdadero, el que se da al nivel del logos” (2003, p. 92).
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