Llorar como una magdalena

Se me ha atravesado la maldita magdalena, así que la devuelvo al plato con angustia. Qué clase de magdalenas comía Proust, pienso. También se me atravesaron en la garganta sus labios melifluos y su inocente piel de melocotón hace dos años, y dejé de comer. Ahora ya han pasado seis meses de aquel infierno en que me atravesó las ganas y dejé de necesitarlas. Ojalá se le atraviese a él la pobre chica por la que me abandonó. Magdalena se llama ahora su primer plato.

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