Infinito.
El ominoso camino a casa se encontraba cubierto de hojas secas, debo atravesar el bosque para llegar a un sendero estrecho iluminado solo por la luz de la luna, el hecho de tener que cruzar hace que palpite con fuerza el corazón dentro de la garganta, se muy bien lo que los árboles esconden, el secreto dentro de su universo que ya no es resguardado, y ahora flota en el aire a través de pequeñas partículas llenas de recuerdos, el saber que se puede elegir puede ser tan liberador como espantoso, ¿Acaso la vida quiere desnudos mis instintos? ¿Qué alegría puede vivir en la libertad si se carece de conciencia?
Sabia que debía cruzar rápidamente sin contemplar las formas que las sombras formaban al rededor, pero mis pasos se volvieron pesados, arrastrando los sonidos con ellos, puedo sentirme fuertemente observado, sus ojos brillan a la distancia como dos puntos de luz siniestros, me espera al final del sendero, me llama a través del viento en susurros que se pierden entre las ramas de los árboles que se mecen, me vuelvo presa frágil ante su llamado, – Ven a casa- me pide, pero soy consciente que es solo un engaño, la naturaleza puede ser tan cruel como bella, seduce con maliciosos bocados de gloria solo para recordarte que al final todo se trata de un efímero sueño.
Desvío el camino con la esperanza de ya no encontrarlo, pero no importa hacía donde vaya, siempre esta esperando al final del sendero, en el espeso bosque envuelto de la negra noche me pierdo, los ecos de momentos vividos resuenan, no sé que sea más terrible ¿Si la incertidumbre que guardan las esperanzas lejanas o el final conocido y desolado? – Ven a casa. – vuelve a susurrar, no sé dónde está mi casa y no estoy seguro de querer llegar a ella, – ¡Aléjate! – grito desesperado tratando de encontrar una salida.
En lo más obscuro de aquel siniestro paraje me encuentro con una extraña figura que levita en el aire, cubierta de hojas cafés, rojas y verdes, no tiene piernas, solo le cuelgan raíces, su rostro parece de porcelana blanca, con ojos brillantes, sujeta con sus largos dedos el extremo de la cornamenta de un descomunal ciervo blanco, – ¡Es hora de ir a casa! – me dice tranquila, me quedo quieto esperando que se vaya, pero el ciervo comienza a embravecer sus patadas, – ¿Es acaso esto una maldición? – pregunté con voz quebrada. – No hay maldición en lo que dicta la naturaleza. – me respondió. – ¿Quién eres? – pregunté aturdido. – Soy el origen de las raíces, el ciclo infinito de aquello que nace y muere, nací el día en que la tierra respiro y moriré con su último suspiro, eres parte de mí, de todo, es tiempo de volver a casa. – respondió. Estremecí al escucharla. ¿Eres la muerte? – pregunté con la voz ahogada. – No soy un concepto, tampoco soy un nombre, somos el cúmulo de millones de experiencias, sensaciones y pulsaciones, con formas infinitas y ninguna definitiva. – susurró.
Mi corazón quiere escapar por la boca al escucharla, es difícil respirar, comencé a correr de lado contrario con la esperanza de escapar, pero siempre me alcanza, el pánico invadió mis piernas, volviéndolas débiles y torpes hasta caer y no poder levantarme, nunca había sentido un terror tan grande como cuando la vi acercarse en pasos lentos y determinados llenos de calma, como si estuviera segura que no podía escapar de ella.
Apreté los ojos con fuerza, cubrí mi cabeza deseando simplemente estar en otro lugar, hasta que sentí una fresca brisa abrazar mi cuerpo, cubriéndose de hojas ya secas, – Calma este agitado corazón, no debes sentir terror, solo es un viaje a casa. – me dijo, y al terminar me dio un frío beso en la frente con el que comencé a sentirme desvanecer, mi corazón se volvió tan pesado como una piedra, podía ver la sangre en mis venas volverse espesa, deteniéndose lentamente, el frío era más intenso cada vez, mis parpados se volvieron pesados y millones de células explotaban como fuegos artificiales dentro de mi piel, ya no podía sentir mi cuerpo, flotaba como si se tratará de un vuelo, no sentía deseo por luchar contra esa sensación, no me importaba saberme atrapado, así que solo me solté, el tiempo ya no tenía sentido, el miedo y el dolor se disiparon, me envolvía una sensación suave y fresca, hasta que reflejos de mi vida pasaban una y otra vez llamándome con nostalgia profunda, desesperado comencé a gritar pidiendo volver a ellos, hasta que sobre un inmenso árbol en medio de un lago comencé a descender suavemente, la misma figura de aquella mujer que se encontraba a lo lejos me dijo: has llegado a casa, solo tienes que seguir el sendero. – me dijo en un susurro con el viento.
El ominoso camino a casa se encontraba cubierto de hojas secas, debo atravesar el bosque para llegar a un sendero estrecho iluminado solo por la luz de la luna, me quedé absorto delirando en el pasado, – ¿Esto es la muerte…?
Addis Désirée.
OPINIONES Y COMENTARIOS