Ya habían pasado 4 horas de camino cuesta arriba, creo que estábamos cerca de los 4000 metros de altura. Éramos unas 12 personas dentro de la camioneta más el chófer, quien daba la inevitable impresión de sentirse muy cómodo con un montón de extranjeros hablando diferentes idiomas. Algunos viajeros iban dormidos, otros en el celular, algunos otros estaban acompañados platicando entre ellos, y algunos otros iban solos en silencio, tal vez imaginado como seria al llegar a nuestro destino, o tal vez simplemente pensando en todo lo que habían dejado atrás para buscar con sus ojos aquella maravillosa promesa andina.
Ya habíamos pasado los 4000 metros y algunos empezaron a experimentar el famoso mal de la montaña. –Mastica unas hojas de coca, ándale, te vas a sentir mejor. Le dice en ingles el chófer a uno de los viajeros. Era de Chile de hecho.
-Hemos llegado… Así como si nada te lo dice el chófer. Bajas un pie, el otro, y lentamente porque estas tan estupefacto que no puedes prestar atención a algo tan burdo como bajar de la camioneta, te quedas atónito. No hay aliento, suspiro o palabra para describir lo que tus ojos están presenciando. Puedes imaginar a Wiracocha dejando la mano caer sin cuidado y sin escatimar para crear tal majestuosidad. La montaña te absorbe, hace vibrar tu banal y frágil cuerpo. Por tu mente pasan tantas cosas que hasta cuidas tus pensamientos, no quieres ofender la magia que cubre todo el panorama. Luego te percatas de Inti, que se posiciona con determinación y gran elegancia sobre la cordillera incaica. No puedes agregar más, sigues tu vida pero algo ha cambiado, piensas que después de eso lo has visto todo y que el misticismo del universo te ha hablado solo por un instante y te conformas, te dejas ir y no necesitas nada más.
OPINIONES Y COMENTARIOS